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    Use "entretener" in a sentence

    entretener example sentences

    entretenemos


    entretener


    entretengo


    entretenido


    entreteniendo


    entretenéis


    entretenía


    entreteníamos


    entretenían


    entretenías


    entretiene


    entretienen


    entretienes


    entretuve


    1. —Entonces, o los reducimos o los entretenemos un tiempo antes de montar en nuestros caballos y poner pies en polvorosa


    2. ¡Nunca vuela el tiempo tan rápido como cuando nos entretenemos con la admiración de un texto perfecto! Y nosotros hemos de cumplir con la tarea de encontrar el sentido práctico de la carta, independientemente de su perenne sentido literario, y tal sentido práctico no es otro, no es más, ni lamentablemente menos, que el hecho real de que la condesa de Parma está enamorada de ti y debe verte


    1. para entretener a la gente y sobre todo para someterlos a su voluntad, sacarles el


    2. B) Según el criterio de Peter Radunski, la radio vale -en Alemania- tanto como la prensa en términos de penetración, y expresa: "La radio puede informar y entretener


    3. Era un medio de entretener eltiempo y de expresar su cariño


    4. Una noche, conversando Pepe Guzmán con su amiga, y cuando ya éstacomenzaba a curarse de sus impaciencias mortificantes con la cuerdareflexión de que no hay tesoro que merezca este nombre si cuestaadquirirle más de lo que vale, con la serenidad y el aplomo de quiencumple así lo establecido en un programa, hizo él malicioso y expertogalán punto redondo en los temas vagos que hasta allí le habían servidodesde algunos meses antes para entretener las displicencias de Verónica,y la condujo de repente al terreno que tanto ambicionaba ella; quierodecir, volviendo al símil tan repetido, que la retó de nuevo y que hastase puso en guardia


    5. «Si pues su existencia es necesaria á nuestrafelicidad, si do quiera que llevemos la nariz nos hemos de encontrarcon la fina mano, hambrienta de besos, que aplana cada díamásel maltrecho apéndice que en el rostro ostentamos ¿porqué no mimarlos y engordarlos y por qué pedir suantipolítica expulsion? ¡Considerad un momento el inmensovacío que en nuestra sociedad dejaría su ausencia!¡Obreros incansables, mejoran y multiplican las razas; desunidoscomo estamos merced á celos y susceptibilidades, los frailes nosunen en una suerte comun, en un apretado haz, tan apretado que muchosno pueden mover los codos! ¡Quitad al fraile, señores, yvereis cómo el edificio filipino tambaleará, falto derobustos hombros y velludas piernas, la vida filipina se volverámonótona sin la nota alegre del fraile jugueton y zandunguero,sin los libritos y sermones que [200]hacen desternillar de risa,sin el gracioso contraste de grandes pretensiones en insignificantescráneos, sin la representacion viva, cuotidiana, de los cuentosde Boccacio y Lafontaine! Sin las correas y escapularios,¿qué quereis que en adelante hagan nuestras mujeres sinoeconomizar ese dinero y volverse acaso avaras y codiciosas? Sin lasmisas, novenarios y procesiones, ¿dónde encontrareis panguinguis para entretener sus ocios? tendrán quereducirse á las faenas de la casa y en vez de leer divertidoscuentos de milagros, ¡tendremos que procurarles las obras que noexisten! Quitad al fraile, y se desvanecerá el heroismo,serán del dominio del vulgo las virtudes políticas;quitadle y el indio dejará de existir; el fraile es el Padre, elindio el Verbo; aquel el artista, éste la estatua, ¡porquetodo lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos, al fraile se lodebemos, á su paciencia, á sus trabajos, á suconstancia de tres siglos para modificar la forma que nos dióNaturaleza! Y Filipinas sin fraile y sin indio, ¿qué lepasará al pobre gobierno en manos con los chinos?»


    6. lashoras de esos días se le habían hecho siglos! Para entretener


    7. Para entretener susimpaciencias, paseaba arriba y abajo en la


    8. Al comedor llegaba la música que hacían en el salón las niñas de doñaManuela para entretener


    9. las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porquetodos los demás cristianos habían


    10. —Por entretener la espera

    11. entretener diariamente al enemigo, con el que estabaobligado á


    12. Dícese que losetruscos fueron los que empezaron á entretener


    13. ahogar las quejas y entretener laslocas pretensiones que llegaban del distrito, el


    14. Con esta ocasión pudiéramos entretener algunosdías el armada en demandas y respuestas,


    15. había quedado sepudiera muy bien entretener con las municionesque quedaban en el castillo, de


    16. apropiados á entretener la guerra en Franciay en los Países Bajos, alejándola de Inglaterra


    17. para entretener a una audiencia, la ilusión nos emociona, hace volar nuestra imaginación y nos


    18. venganza, por entretener su ocio de hermosa sin empleo,por una especulación de


    19. Entretener los indios, pretendiendo


    20. que se matabancon las cucharas afiladas para entretener el ocio

    21. entretener a la honorable corte, seguía cenando enlos colmados


    22. para entretener agentes locas y sin fe


    23. hora de entretener elentendimiento en cosas santas


    24. repicando las castañuelas y tomando lecciones debaile para entretener el hambre


    25. Para entretener suimpaciencia paseó por la calle que


    26. otros tiempos, y se dice:«Magnífica ocasión para entretener


    27. gracioso y con un pico de oro para entretener a las mujeres y


    28. noches, por entretener á la gente colgada de los balcones


    29. Y para entretener por alguna hora


    30. Para establecer completamente la coartada resolví entretener a Fisher con una conversación cualquiera, lo que me resultó fácil, pues al parecer no había reparado en el sobre que le aguardaba

    31. Hacia mediados o finales de septiembre, mientras el antiguo secretario del monarca regresaba a su destino en Lérida y su presencia escaseaba en Madrid y se reanudaba el curso político tras las vacaciones, la Operación Armada pareció perder fuelle en los mentideros de la capital, como si hubiera sido apenas una excusa para entretener el ocio sin noticias del sopor veraniego; pero lo que en realidad ocurrió fue otra cosa, y es que, aunque en los mentideros de la capital quedó enterrada por la descomposición del gobierno y el partido de Suárez y por el alud de operaciones contra el presidente que empezaba a modelar la placenta del golpe, la Operación Armada seguía vivísima en la mente de su protagonista y de quienes a su alrededor continuaban considerándola la forma idónea de dar el golpe de timón o bisturí que para tantos necesitaba el país


    32. Divorciada_I: Y además van bien para entretener a los niños


    33. Y no sería bastante disculpa desto decir que el principal intento que las repúblicas bien ordenadas tienen, permitiendo que se hagan públicas comedias, es para entretener la comunidad con alguna honesta recreación, y divertirla a veces de los malos humores que suele engendrar la ociosidad; y que, pues éste se consigue con cualquier comedia, buena o mala, no hay para qué poner leyes, ni estrechar a los que las componen y representan a que las hagan como debían hacerse, pues, como he dicho, con cualquiera se consigue lo que con ellas se pretende


    34. A lo cual respondería yo que este fin se conseguiría mucho mejor, sin comparación alguna, con las comedias buenas que con las no tales; porque, de haber oído la comedia artificiosa y bien ordenada, saldría el oyente alegre con las burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos afectos ha de despertar la buena comedia en el ánimo del que la escuchare, por rústico y torpe que sea; y de toda imposibilidad es imposible dejar de alegrar y entretener, satisfacer y contentar, la comedia que todas estas partes tuviere mucho más que aquella que careciere dellas, como por la mayor parte carecen estas que de ordinario agora se representan


    35. Amy se dedicó, pues, a entretener a su amigo y lo hizo con mayor éxito aún que de costumbre


    36. El príncipe Yu Kiang, de la provincia de Kiang-si, solía entretener sus ocios convocando a su palacio a los artistas más renombrados de la región


    37. Partió el gañán y, tras cerrar la puerta de la habitación, se dedicó a entretener su ocio mirando el paisaje que se ofrecía ante sus ojos desde una perspectiva que no era la común de todos los días


    38. Pero el incidente de los Cámbaros con su repentina cerrazón (puesto que ni su padre ni su esposa dieron la menor explicación a Jacobo) aumentó la tensión, que en su caso nunca era excesiva pero que ahora de pronto llegó a ser lo suficientemente intensa como para que, tras varios días de no salir de cacería y tener que entretener a aquel gran pelma que era Felipe Arnaiz, Jacobo decidiese subir al dormitorio de su convaleciente esposa y declarar:


    39. ¿Qué hacemos, en realidad, en el Mundo de los Sauces, sino comunicar y entretener, iluminar el alma del hombre, aligerar su carga…?


    40. ¡Y con esta historia es precisamente con la que te voy a entretener, ¡oh rey afortu­nado! desde el momento en que tienes a bien el permitírmelo!"

    41. Para entretener el fastidio canturreaba (10) esta copla: Reinará D Carlos


    42. Iban al Gari guchi a entretener, jugando al billar, la horita y media que les quedaba antes de volver de facción a la Cendeja


    43. Tengo la pasión de las cosas necesarias, o si se quiere, menudas, y de entretener mis manos en labores vulgares que den de comer a alguien, a mí la primera


    44. –Podría tratar de entretener a Leapman mientras tú recoges el cuadro


    45. Posee la elocuencia de los disparates, y el arte de entretener al oyente con graciosos absurdos, expresados en el tono de una profunda convicción


    46. Por las noches, después de la tertulia, en la cual se daba el rompan filas a hora temprana, tenía largas pláticas con su mujer, que, por sufrir pertinaces insomnios, procuraba entretener los instantes hasta que llegase el del deseado sueño


    47. Por esta contrariedad, se pasó la mayor parte del día sin hace otra cosa que entretener en fuego a los carlistas mientras hacía sus preparativos el grueso del Ejército liberal


    48. En realidad apenas saqué nada en limpio de ello; pero sirvió, al menos, para entretener mi desazón por el papel que Angélica de Alquézar había jugado en el episodio de la Alameda


    49. Mientras los capitanes Wentworth y Harville hablaban en un extremo del cuarto y, recordando viejos tiempos, narraban abundantes anécdotas para entretener al auditorio, sucedió que Ana se sentó más bien lejos, con el capitán Benwick, y un impulso muy bueno de su naturaleza la forzó a entablar relación con él


    50. Siempre estaba disponible para ellos, ya fuera para ayudarles a hacer los deberes de matemáticas o jugar a baloncesto con ellos en el jardín, para llevarlos en coche a clase de violin o a un partido, o disfrazarse de Drácula para entretener a veinte niños en Halloween












































    1. Ahora vengan aquítodos los fisiólogos de la tierra, y hasta esos otros señores que handado de poco acá en la flor de empeñarse en convencernos de que los quematan y los que roban, todos los criminales, en fin, son unos pobreslocos irresponsables ante las leyes divinas y humanas, porque loco esigualmente el vate que crea y canta, y hasta, por la regla, lo soy yotambién mientras me entretengo en emborronar estas hojas; vengan aquí,repito, los unos y los otros señores, y díganme, en presencia del ejemplar exhibido, cómo pueden en una sola pieza una mujer de sutemple y una madre como la que a ver vamos


    2. ¿Las ha visto usted? Me entretengo con ellas, con la menor principalmente, que es graciosísima


    3. –Normalmente me salen en el momento, y aunque a veces me entretengo en meditar y preparar estos pequeños y elegantes cumplidos para poder adaptarlos en las ocasiones que se me presenten, siempre procuro darles un tono lo menos estudiado posible


    4. prodigios entretengo mi ocio


    5. No os entretengo más, pues


    6. –¡Trepa hacia arriba, por las cornisas esas, mientras yo entretengo al enemigo! ¡Y luego bajas hacia la parte sur del valle!


    7. No lo entretengo más


    8. —Mientras lo entretengo esta noche, llévese su coche y regístrelo a fondo


    9. —Gracias, no la entretengo más


    1. de las compañías errantes de El viaje entretenido de


    2. [279] Viaje entretenido, edición de 1793, pág


    3. atención, entretenido como estaba jugando con la chiquillería


    4. ¡Andar así,llevados en las alas del tren, que algo tiene siempre, para las almasjóvenes, de dragón de fábula, era tan dulce, tan entretenido


    5. Quería venirantes, pero en la feria le habían entretenido


    6. hicieron que se olvidase de las palabras con que me habíaengañado, entretenido y sustentado en


    7. entretenido; pero en cuanto a tomarme a lo serio


    8. Estoy muy entretenido conlos trabajos del campo, el molino, los


    9. en que el género humanose había entretenido puerilmente hasta ahora; las ideas de lo


    10. Eraun entretenido, capaz únicamente de explotar a las mujeres

    11. y trabajos sehaya entretenido tanto el enemigo, y así lo hallarántodos los que sin pasión lo


    12. Entretanto corría yo por el campo entretenido en tender lazosa


    13. Él parecía entretenido por la historia


    14. a Rosalía en lo más entretenido de su trabajo, funcionando enel Camón, como si este


    15. algo entretenido los que sepan cuentoso romances


    16. trotar monótono, entretenido el conductor en regalar el oídode


    17. Desde la sala en que esperaba entretenido encontemplar las estampas de santos y toreros


    18. A lo mejor la han entretenido


    19. Un hombre que ha vivido recluido durante veinte años aparece muerto en las alcantarillas, donde alguien se ha entretenido en quitarle las dos manos, de propina, antes de abandonar el cuerpo


    20. Comieron, y después de alzado los manteles, y después de haberse entretenido un buen espacio con la sabrosa conversación de Sancho, a deshora se oyó el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco y destemplado tambor

    21. Ya sé que ha estado usted entretenido con las locuras del pobre Zarza


    22. —¿No le parece que sería entretenido estudiar el caso juntos?


    23. Las barcas se movían en confusión, y el «Bangalore», ya no entretenido, huía hacia la laguna, disparando siempre sus espingardas


    24. Los afanes de armar aquella gigantesca salchicha inflable, estudiar los mecanismos secretos, las corrientes de los vientos, los presagios de los naipes y las leyes de la aerodinámica, lo mantuvieron entretenido por mucho tiempo


    25. Juliette soportaba de buen grado las manías de Manoli -un marido nada fácil- porque era el hombre más entretenido y apasionado que había conocido


    26. Este pueblo también cree tener derecho a estar siempre entretenido y si cualquiera de estos derechos le falla, se siente frustrado


    27. —Sí, es verdad, Jacobo tiene que estar entretenido, es un hombre de acción


    28. Me han entretenido con unas llamadas


    29. Los recuerdos no absorbían a George; estaba muy ocupado con sus planes para el futuro, y muy entretenido con su trabajo y sus hijos


    30. Parece que Termo controla la provincia de Asia, una vez que a mí me ha asignado el asedio de Mitilene para tenerme entretenido y que no le estorbe

    31. Me ha entretenido toda la tarde con estos donaires, y riéndome como un tonto he olvidado mis penas


    32. Probablemente se han entretenido en el trayecto


    33. Horas dulcísimas pasaba la celtíbera en el entretenido enredo de prestar el primer socorro a los que salían del cascarón, y en alimentar a los que ya sabían comer, ya echaban sus traguitos de agua elevando al cielo los tiernos picos, y habían aprendido el lindo juego de escarbar la tierra para buscar comida


    34. Estaba claro que no se había entretenido lo suficiente durante el día, puesto que se había encomendado la tarea de reorganizarme el estudio


    35. La princesa Yamile le había aleccionado sobre cómo negocian los árabes y era entretenido observar a Hércules y al jeque discutir mientras tomaban un té sentados en la alfombra de la casa en la que se alojaban


    36. ¡Cuántas veces había jugado de niña en aquella puerta! ¡Cuántas otras, en tanto su papá y su tío Juan conversaban de sus asuntos, ya para despedirse, ella se había entretenido en mirar desde allí los aleros de las casas vecinas, recortados como lomos escamosos sobre el azul del cielo!


    37. Llámelo usted chismes, si así le parece, pero cuando la enfermera Rooke viene a pasar una hora conmigo siempre tiene algo útil y entretenido que contarme; algo que hace pensar mejor de la gente


    38. —Ningún deporte resulta entretenido sin un cierto elemento de riesgo —replicó Barak, encogiéndose de hombros mientras sopesaba una de las lanzas


    39. a División también fue entretenido por unas «mademoiselles francesas locas de entusiasmo» que insistían en besar a los conductores


    40. Contemplar a los dos pesos pesados del funcionariado mientras hacían exhibición de su rivalidad podía resultar entretenido, incluso

    41. Parecía al mismo tiempo un crío entretenido con su juguete favorito y un hombre hecho y derecho comprometido por entero en una tarea extremadamente dura, misteriosa y precisa en la que acaso le iba la vida


    42. Es muy entretenido


    43. ¡Pero si apenas se les veía! Se habían adelantado, se los había saludado ya con anterioridad como a perros a pesar de la confusión creada por el estruendo que los acompañaba; sí, eran perros, perros como tú y yo, uno quería acercárseles, intercambiar saludos, estaban muy próximos, eran perros ciertamente mucho más viejos que yo y no de mi especie lanuda, pero tampoco muy distintos en tamaño y aspecto; al contrario, resultaban muy familiares; yo conocía a muchos de esa especie o de otra parecida, pero mientras estaba entretenido en tales reflexiones, la música comenzaba a predominar; lo cogía materialmente a uno, lo apartaba de estos pequeños perros reales, y a pesar de resistirse con todas las fuerzas, aullando como si le causaran daño, no podía ya ocuparse de otra cosa que de la música procedente de todas partes, de arriba, de abajo, arrastrando al oyente, sepultándolo y aplastándolo; que al aniquilarlo a uno estaba tan próxima que de inmediato parecía lejanísima, soplando trompetas apenas audibles


    44. Era muy entretenido enterarse de los diferentes secretos que la gente quería saber


    45. Apenas si era más de la una y media cuando ya se encontraban en casa de regreso, pues, dado que habían almorzado tan temprano y no se habían entretenido en la isla, el tiempo les había cundido bastante


    46. Inició el movimiento pensando que el jorobado se hallaba demasiado entretenido con un montón de zapatos sucios


    47. Regresaron al campo y disfrutaron de un día muy entretenido, porque los feriantes, deseosos de corregir el hostil comportamiento anterior, los recibían con los brazos abiertos


    48. Doyle, entretenido con el guía veinte metros más allá, no se fija en la conversación


    49. En Creswell, entre las reuniones y celebraciones -la elección del nuevo Jefe de Correos y los excitantes proyectos para extender la nueva red postal al este y al oeste- los ciudadanos habían entretenido a Gordon con historias de la valiente lucha de Eugene


    50. La crítica había calificado la obra como "un teatro académico sorprendentemente imaginativo y entretenido" a pesar de las controvertidas técnicas muggle de producción implementadas por la directora, la profesora de Estudios Muggle Tina Grenadine Curry










































    1. Estaban las dos mujeres en Nápoles, entreteniendo su inútil


    2. aumentan las necesidades, entreteniendo la vida yhaciéndola más placentera


    3. todas callaban en lo alto de las ramas, entreteniendo el espíritu en abstractas meditaciones


    4. La primera diligencia fue tomar lenguas del paradero de Uhagón, también del inglés amigo, y sin grandes molestias dieron con él en la casa de Zárate, donde estaba en gran parola, inter pocula, con Ibero y otros oficiales, entreteniendo los ocios con historias picantes y libaciones de chacolí


    5. El señor Markovic estaba comiendo, por lo que Dexter buscó una cafetería y se estuvo entreteniendo con un almuerzo ligero y una copa del tinto local hasta que aquel estuvo de regreso


    6. Noche Antigua los iba entreteniendo mientras comían, explicándoles historias de antiguos héroes y hablándoles de los acontecimientos que habían convertido a los Reinos en lo que actualmente eran


    7. Se iba entreteniendo con esas y otras tareas, pero llegó un momento en que se le hicieron demasiado rutinarias


    8. Puede que no fuera una mala persona, aquel próspero empresario joven, si estaba dispuesto a pasar el tiempo entreteniendo a unos niños


    9. Está aquí por cuestiones de trabajo, y le estoy entreteniendo innecesariamente


    10. Y estaba en ésas, entreteniendo la depresión con las mentirillas de mi vida, cuando un día de bochorno insoportable bajé al bar de enfrente a desayunar

    11. Después de que Jack se negara a ello, con educación a la par que firmeza, Cholmondeley se dedicó por entero a dar rienda suelta a su capacidad para moverse en sociedad, capacidad nada desdeñable en él, con alegría, entreteniendo a todos y charlando distendidamente sin caer en tópicos


    12. Pero veo que lo estamos entreteniendo, y sé que debe de tener usted mucho que hacer


    13. Te estoy entreteniendo


    14. Poco a poco, entreteniendo aún la boca en las tetillas puntiagudas, fui presionando con el costado del índice para desplazar 1os labios y empecé a notar una humedad más cálida, una deliciosa tumefacción


    15. Pero ¿por qué había salido con la linterna? ¿Por qué no había encendido la luz? Me estaba entreteniendo en lo que había ocurrido ayer para no pensar en la realidad de hoy


    16. Repítala, por supuesto, pero recuerde que los está entreteniendo con la música del entreacto hasta que se alce el telón del acto final, la elección de un nuevo Papa


    17. Un adulto entreteniendo a tres mapaches, tratándolos como a auténticas damas


    18. Ella misma confirmó este punto, entreteniendo a Martin Beck con diferentes cotilleos mientras devoraba con buen apetito una enorme ración de albóndigas y puré de patata


    1. –Sí, pero os entretenéis en pensar en cien cosas: que hay que tener en cuenta esto y lo otro; ¡parecéis burgueses!


    1. Mientras Cata se entretenía rezando algunas oraciones en


    2. entretenía con una cosa u otra, para


    3. Fortunata hacía que le ayudase a estirar la ropa o adevanar madejas, y él se prestaba a todo con sumisión; doña Lupe solíaencargarle que le arreglase alguna cuenta, y con esto se entretenía, ynadie le tuviera por dañado en la parte más fina de la máquina humana


    4. Jaime entróen Valencia a caballo, y que Hernán-Cortés era un endivido muytemplado que se entretenía en quemar barcos


    5. Ocurría, además, que Ramona tenía una afición desesperada a hacer media,y sólo haciendo media se entretenía, en cuanto no quedaba en la casa unsuelo que bruñir, ni un átomo de polvo sobre un mueble, ni un trastofuera de su sitio, ni un descosido sin coser, ni cosa alguna quetrajinar, para los cuales menesteres era una pólvora por la actividad yun asombro por la limpieza


    6. En eso se entretenía y casi del mismo modo pensaba la mañana siguienteal día en que ocurrió lo que se refiere en el capítulo anterior


    7. Dos hijaslloraban abrazadas en un rincón: la mayor, más valiente, le acariciabacon la mano los cabellos, o lo entretenía con frases zalameras, mientrasle preparaba una bebida; de pronto, desasiéndose bruscamente de lasmanos de doña Andrea, abrió don Manuel los brazos y los labios comobuscando aire; los cerró violentamente alrededor de la cabeza de doñaAndrea, a quien besó en la frente con un beso frenético; se irguió comosi quisiera levantarse, con los brazos al cielo; cayó sobre el respaldodel asiento, estremeciéndosele el cuerpo horrendamente, como cuando entormenta furiosa un barco arrebatado sacude la cadena que lo sujeta almuelle; se le llenó de sangre todo el rostro, como si en lo interior delcuerpo se le hubiese roto el vaso que la guarda y distribuye; y blanco,y sonriendo, con la mano casualmente caída sobre el mango de suguitarra, quedó muerto


    8. las hilachas del bordado enque se entretenía:


    9. se entretenía en atormentar los insectos que caían en susmanos, y de ellas no escapaban con vida


    10. entretenía por un lado con sus donaires y chuscadas, por el otro era de tanto interés un diálogo

    11. Yasí, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y


    12. a los mayorales, a capataces y aotros jornaleros, los entretenía en ejercicios que son a las


    13. »Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que losturcos llaman baño, donde


    14. entretenía y la honestidad quele acreditaba?


    15. — Y, en tanto que el buen Sancho se entretenía con las cabras —preguntó elduque—, ¿en qué se


    16. entretenía un rato en la esquinainmediata


    17. diván, cerca de la ventana, y mientrascharlaba, se entretenía en reparar el


    18. entretenía en manotear contra las prendas ya retorcidas queella


    19. entretenía ante la puertacerrada


    20. Sólo la entretenía dedicándose a temporadasal cultivo de ciertos oficios manuales, y

    21. entretenía en hilary en otros quehaceres


    22. lo ordenan con imperio, ni se entretenía en buscar un pañuelocuando se lo ocultaban


    23. se entretenía en menear el rabo al cerdo para que sedesangrase mejor, y el


    24. achaques y las oraciones noexigían, entretenía el espíritu ejercitando lapluma siempre activa


    25. a falta deotros, causábanle una turbación que la entretenía; la


    26. que tenía;pero con más frecuencia se entretenía comiendo ora piñones, oraalmendras y garbanzos


    27. Y como la impresionable joven, cuando se entretenía en


    28. En su casa se entretenía conel hijo,


    29. Eratan aficionado á las muchachas, que el galantearlas entretenía lamayor parte de su vida, robando tal vez á la patria grandes servicios


    30. se entretenía en blandir la pesada lanza de suseñor, amenazando con ella á los árboles

    31. imitación, ejercitando el espírituy los músculos, se entretenía horas enteras en dar a su


    32. Cuando los nietos se marchaban de la estancia, entretenía su


    33. maestro entretenía el aburrimiento de las vacaciones


    34. propios asuntos, por insignificantes quefuesen; y mientras hablaba, entretenía las manos ciñendo


    35. Caviloso y cejijunto, había cogido Julián un palito que andaba por elsuelo, y se entretenía en


    36. notario,subiéndose los vidrios á la frente, entretenía á la reunión


    37. Con frecuencia se entretenía


    38. Y mientras ella llegaba, el capitán se entretenía, lo mismo que


    39. Silvita, colorado hasta las orejas, se entretenía en mascar unas


    40. descortés atrevimiento, cada cual entretenía el tiempo

    41. ya, de acompañarle, me entretenía, y con ello, todo cuanto


    42. rosario se entretenía en comer castañas y meterlas cortezas en los bolsillos de los


    43. del dinero, se entretenía a narrar todos los incidentesinsignificantes del día, las


    44. Mientras esto pensaba ella, Centeno se entretenía en contemplar a susabor la


    45. lograba escaparse y subir a las boardillas, se entretenía en tirarcáscaras de nueces a los balcones


    46. Me entretenía escribiendo y aprendiendo a vivir como ellos, en pleno desierto de Judea


    47. Por aquel entonces, Manuel Godoy se entretenía una vez más conspirando para situar en el trono de Francia a un Borbón español, y dicha idea era apoyada vivamente por mi padre


    48. Un día, mi madre divisó a uno de aquellos visitantes cuando éste salía de un banquete rodeado por una aduladora multitud a quien se entretenía en mostrar fotografías de sus automóviles y de su lujosa mansión taiwanesa


    49. Cuando Susana estaba en su tocador, el paje se cansaba menos de estar en pie y con los brazos cruzados, porque entretenía sus ojos fijándolos en el espejo, donde aparecían reflejados el rostro y el cuello de la hermosa tirana


    50. Ya visteis el año pasado a un niño de la calle de Richelieu que se entretenía en matar a sus hermanos, introduciéndoles mientras dormían un alfiler en los oídos













































    1. íbamos charlando y nos entreteníamos mirando las flores


    2. Ésa era una obligación muy aburrida, así es que generalmente nos entreteníamos jugando patoli con los frijoles saltarines


    3. Sin embargo, algunos rincones de la tierra a ras de las casas se alumbraban, y le dije a Saint-Loup que, si hubiera estado en casa la víspera, habría podido, a la vez que contemplaba el apocalipsis en el cielo, ver en la tierra (como en el Entierro del conde de Orgaz, del Greco, donde esos diferentes planos son paralelos) un verdadero vaudeville representado por personajes en camisón, que por sus nombres célebres merecerían ser enviados a algún sucesor de aquel Ferrari cuyas crónicas de sociedad tantas veces nos divirtieron, a Saint-Loup y a mí, que nos entreteníamos en inventarlas para nosotros mismos


    1. niños que se entretenían enmeter la cabeza por el enrejado del


    2. Con estas palabras y otras tales entretenían alBajá, que en ninguna manera se quería


    3. se entretenían unasveces en tallar mangos para los aperos de labranza ó los enseres


    4. Por las noches, rendidos de fatiga, entretenían la espera del


    5. instrumentos groseros de aire y de cuerda que entretenían a losartesanos en las ciudades y a los


    6. entretenían la espera plantándose en mediodel arroyo para «torear» a los tranvías,


    7. entretenían en este graciosísimo simulacro de la vidadoméstica, vistiendo y


    8. Gómez y suscompatriotas se entretenían saltando los


    9. Pues en esemalecón, en la mañana del día que vamos refiriendo, el segundo o tercerode la novena de San Rafael, varios negros carpinteros se entretenían enlevantar con tablas de pino, pintadas de color de cantos de piedra, algoque se asemejaba a las almenas de un castillejo, habiendo ya plantado elasta bandera y casi concluido la obra principal


    10. la alegre charla con que entretenían su espera en

    11. que andabanen no sé qué gestión ministerial, y se entretenían en


    12. devorabanel pienso de salvado, los racionales se entretenían en


    13. entretenían en los cosos; pero niexistía el torero de profesión, ni a los animales se les


    14. el orgullo de su virilidad, entretenían alegremente alespada con el relato de sus


    15. lospicadores entretenían la espera haciendo evolucionar sus caballos


    16. Con las patas flexionadas bajo sus ágiles y potentes cuerpos, las bellas cabalgaduras se entretenían mordisqueando las hierbas que crecían en abundancia a su alrededor


    17. Su conductor metió la marcha, aceleró y el vehículo comenzó a alejarse entre una nube de polvo seguido por las risas de quienes se entretenían en lanzarles gruesas piedras


    18. «El maharajá, terminada la comida, excitado por el alcohol, había continuado bromeando, y por un inexplicable capricho se entretenían en hacer saltar su sombrero sobre la contera de un bastoncito


    19. Cerca de donde se encontraba, al lado del barril que le servía de asiento, Albriech y Baldor permanecían de cuclillas y se entretenían arrancando las maltrechas hojas de hierba que tenían entre los pies


    20. Para pasar el tiempo, se entretenían en juegos caballerescos y la multitud se había agolpado para verlos

    21. Los chicos de un campamento se entretenían buscando renacuajos en la laguna, y en el Instituto de Auxilio a Náufragos un ahogado fermentaba en una mesa


    22. No siempre reinaba la paz entre ellas, y a las veces se entretenían en guerras crueles por un quítame allá esas pajas


    23. Tampoco había silencio, pues a diez minutos del lanzamiento, varios miembros de la tripulación se entretenían con una partida de ping-pong enervante


    24. Unos cuantos guardias holgazaneaban en el muelle; se entretenían mirando el trabajo de los demás


    25. Mientras estas devoraban el pienso de salvado, los racionales se entretenían en hacer cálculos de probabilidades, y en aqui-latar las razones en que se podía fundar la certidumbre de que saliese premiado al día siguiente el 5


    26. Los hombres peleaban a su alrededor, Galladon y Karata entretenían a los soldados


    27. "Las dueñas, mientras tanto, se entretenían con sus lujuriosas ratas blancas o con sus piadosas y especiales devociones y se oxidaban, lentas e imperturbables, prisioneras de su cinturón de castidad (la propiedad privada, en los tiempos antiguos, no conocía suerte alguna de limitación)"


    28. Sólo estaban interesados en el regreso de la pantera y entretenían la espera con comentarios referentes al terror de los enanos cuando se encontraran ante la bestia


    29. Barrion y otros bardos los entretenían por las noches, y de día jugaban y echaban carreras en el aire


    30. Había llegado a la ciudad a una edad en la que otros muchachos se entretenían jugando a los bolos dispuesto a labrarse un futuro y sin más posesiones que lo que llevaba encima

    31. Los esbirros, era evidente, se entretenían en hurgar rincones por amor al arte: al arte de desbarajustar el orden de una casa, de entremeterse en todo


    32. Morton huía todo lo posible de las conversaciones con el ama de la casa, cuyo afán de tertulia crecía de hora en hora, y cuando ella y su esposo no podían hallar pretexto para introducirse [161] en la habitación del forastero, se entretenían oyendo chapurrear nuestra lengua a Sansón, que había hecho buenas migas con el filósofo


    33. La mayoría de ellos, defraudados en su intento de acercarse al puesto de mando de la Policía, situado en el aparcamiento del rincón sudoccidental, cerca de la entrada del Metro, se entretenían entrevistando al «hombre de la calle»


    34. No entendía por qué aquellas mujeres se entretenían tanto si no la estaban utilizando


    35. Las bolsas de deporte y las mochilas se habían agrupado en montones desiguales mientras los crios se entretenían gastándose una variada gama de bromas pesadas y ruidosas


    36. Los jóvenes universitarios se entretenían lanzando los envases desde los pisos más altos a través del aparcamiento, por encima de los coches, apuntando más o menos al contenedor


    37. Todos estos miles de moscovitas vivían en cuchitriles, habitaciones de hotel, residencias, y seguían con sus actividades habituales: los secretarios de Estado, los jefes del gabinete, los directores administrativos daban órdenes a sus subordinados y dirigían la economía del país; los embajadores extraordinarios y plenipotenciarios se desplazaban en coches lujosos a las recepciones con los altos cargos de la política exterior soviética; Ulánova, Lémeshev, Mijáilov entretenían al público del ballet y la ópera; el señor Shapiro, el representante de la agencia United Press, formulaba preguntas insidiosas a Solomón Abrámovich Lozovski, el responsable de la Oficina de Información Soviética, durante las conferencias de prensa; los escritores escribían noticias para radios y periódicos soviéticos y extranjeros; los periodistas se desplazaban a los hospitales para obtener nuevas con las que escribir reportajes sobre la guerra


    38. Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en afilar el hierro de su lanza contra una piedra


    39. Aquí descansaban algunos señores de las fatigas del combate sentados en escaños de alerce a la puerta de sus tiendas y jugando a las tablas, en tanto que sus pajes les escanciaban el vino en copas de metal; allí algunos peones aprovechaban un momento de ocio para aderezar y componer sus armas, rotas en la última refriega; más allá cubrían de saetas un blanco los más expertos ballesteros de la hueste entre las aclamaciones de la multitud, pasmada de su destreza; y el rumor de los atambores, el clamor de las trompetas, las voces de los mercaderes ambulantes, el golpear del hierro contra el hierro, los cánticos de los juglares que entretenían a sus oyentes con la relación de hazañas portentosas, y los gritos de los farautes que publicaban las ordenanzas de los maestres de campo, llenando los aires de mil y mil ruidos discordes, prestaban a aquel cuadro de costumbres guerreras una vida y una animación imposibles de pintar con palabras


    40. Algunos miembros de la multitud de Puerto Marqués se entretenían enlazando mustangos salvajes de la playa y cabalgándolos por la arena, obligándoles contra su voluntad a cabalgar contra las olas

    41. Durante unos instantes, ella contuvo el aliento mientras los dedos de Odín recorrían su cara desde las mejillas hasta la barbilla y se entretenían en su frente, seguían el trazado de las líneas de pena y de determinación que rodeaban su boca y acariciaban la leve humedad bajo sus ojos


    42. Garner y Anderson se entretenían en un torneo que jugaban sobre la pantalla: una serie de puntos colocados de forma rectangular que había que unir con líneas


    43. Vio que dos suboficiales se entretenían jugando a los dardos en la garita de guardia


    44. Supuso que, pese a todo, los cuadros entretenían a Dickie, impidiéndole meterse en líos, justamente como sucedía con miles y miles de pintores aficionados que pintaban sus abominables cuadros en todo el territorio de los Estados Unidos


    45. Creía notar que su hermana Cruz, al ocuparse de él, lo hacía más por obligación que por cariño; que algunos días le servían la comida de prisa y corriendo, mientras que se entretenían horas y más horas dándole papillas al mocoso


    46. Se veían los habituales rostros felices, junto con el de algún padre que parecía harto de todo o el de algún chico impaciente, Los actores vestidos con trajes espaciales entretenían a los que aguardaban en las colas o se fotografiaban con los visitantes


    47. Aquil y Musa, sin embargo, se entretenían jugando a la guerra


    48. El se­ñor Flushing y Hirst se entretenían en conversar sobre el futuro del país bajo el aspecto político y en deducir hasta qué grado había sido explorado


    49. Había interminables períodos de tiempo ocioso durante los cuales las damas de compañía se entretenían unas a otras con juegos como go y backgammon y participando en concursos de poesía, decoración con flores o comparaciones de incienso


    50. Tenían abundantes provisiones almacenadas y se entretenían con las habituales ocupaciones de invierno, cómodos y protegidos en su vivienda semisubterránea





    1. Mientras tú te entretenías en charlar con una sílfide cubierta de hollín, yo he estado haciendo mis propias y diligentes averiguaciones


    1. entretiene con un cuchillito y un tarugo demadera en llenar el suelo de virutas, no es


    2. Acompaña también y entretiene a los niños, ysabe una multitud de cuentos, que relata


    3. entretiene los oídos el dulce y noaprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos


    4. El daño está en quela dicha ínsula se entretiene, no sé


    5. ¿acaso para la aventurera conquien entretiene al príncipe el duque de Uceda?


    6. las imágenes, y en el secreto de su habitaciónse entretiene a veces puerilmente


    7. esperanzas que entretiene su permanencia aquí


    8. chanza que ha podido inspirar el desprecio, y no obstante tiene una alegria audaz que entretiene


    9. uncigarro, les entretiene un rato charlando y ya los tiene usted


    10. Ese forestal entretiene a todos

    11. aficion de los franceses hácia todo lo que distrae y entretiene, siquiera sea lo mas fútil y ligero, hay en los teatros muy buenos actores, y en la capital un considerable número de extranjeros que sin cesar se


    12. Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos: aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: ''Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negregura yacen?'' ¿Y que, apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y, cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando


    13. -No es usted quien me entretiene; me acuesto siempre tarde


    14. Supone que alguien se entretiene en empujar la mesa


    15. Esta coquetería de los mil folios le entretiene por un instante: porque le cuesta fijar la atención en lo que ocurrió en la Matilda de entonces, sofocada por la Matilda inconvocable de ahora, la fantasmal Matilda omnipresente que rehúsa toda presentación emocional, toda presencia salvo la instantánea presencia cruel de sus lacerantes apariciones y desapariciones


    16. En esto te admiro, y quisiera imitarte, porque yo sé muy bien que en las inclinaciones que hasta ahora se te han conocido, has jugado con el amor, tomándolo como un pasatiempo divertido, que entretiene a uno mismo y hace rabiar a los demás; pero hasta ahora, y Dios te libre de ello, no conoces el amor que ocasiona las mortificaciones propias, mientras los demás se ríen a costa nuestra


    17. ¡Cómo se entretiene uno con la conversación!


    18. Y como el diablo, cuando no tiene que hacer, se entretiene en coger moscas, D


    19. ¡Oh, qué pensaría Fernanda si supiera que su prometido se entretiene en abrasar y derretir con amores, que a mí me parecen impuros, a esta dislocada mística rubia, a esta diablesa con ojos y cabello de serafines, blanca, modosa, tan pronto sentimental y llorona, como avispada y picaresca!


    20. Tan ilusa es la voluntad del hombre que se entretiene con una mirada ajena, por muy dulce que ésta sea, y sospecha que la fe mueve montañas

    21. Coge el pedúnculo de una cereza al marrasquino y se entretiene haciendo un nudo con el mismo


    22. y nada en la vida te entretiene,


    23. El pavimento de caminos y la construcción de muros y castillos entretiene a mi gente y los previene de incurrir en la furia guerrera de otros


    24. Tras la puerta entornada del bajo, una gorda con las piernas abiertas se entretiene mirando un pequeño televisor en blanco y negro, atenta a la entrada de algún posible cliente mañanero


    25. Cuando me parece que algo lo he dejado limpio, ella se entretiene un rato más y compruebo prácticamente lo que significaba un punto de vista difuso


    26. Cuando me requiere por razones estrictamente profesionales me hace ir a su despacho y a ser posible me entretiene un rato en su antesala antes de que consiga hablar con él


    27. Piensa vagamente que los niños estarán merendando, que lo de las mechas entretiene, y que no van a encontrarla en casa a la vuelta, pero es una idea neutra, sin carga alguna de remordimiento ni de inquietud


    28. Si no, dígame: ¿Hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: «Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negrura yacen»? ;Y que apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar en más cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intrincados ramos van cruzando


    29. Ésta noche te unirás a la fiesta mientras el capitán Valharik nos entretiene con su muerte


    30. y se entretiene con ellos

    31. llora, el muchacho no se entretiene y


    32. Vaya, la chica se entretiene, y cuento contigo para buscarle distracciones a esa muchacha”


    33. Es probable que los ojos del señor de Chambremer conservasen algo de ese cielo del Cotentin, tan dulce durante los días de sol en que el paseante se entretiene al ver detenidos junto al camino y contándolas por centenares las sombras de los álamos; pero esos párpados pesados y legañosos y mal plegados hasta le hubiesen impedido el paso a la misma inteligencia


    34. » Y mientras madame Verdurin esperaba con impaciencia las emociones que pronto iba a saborear hablando con el virtuoso, y después, cuando éste se marchara, escuchando de su marido un detallado informe del diálogo sostenido entre éste y el violinista, sin dejar de repetir entre tanto: «Pero ¿qué diablos estarán haciendo?; espero que Gustavo, ya que le entretiene tanto tiempo, sabrá por lo menos prepararle», monsieur Verdurin volvió a bajar con Morel, que parecía muy impresionado


    35. —Mi Nini nunca se aburre, se entretiene protestando contra el gobierno y hablando con los muertos —les comenté


    36. Se entretiene con sus dos ocupaciones preferidas: el gobierno y la religión


    37. Aunque a menudo utiliza frases y expresiones muy directas, prefiere las conversaciones en las que la gente se entretiene en describir las minucias, los detalles insignificantes


    38. Su aspecto es tan siniestro que bastaría para mantener alejados a los curiosos aunque no se contaran historias del mago que pasea de cuando en cuando tras sus almenas y se entretiene arrojando bolas de fuego a las barcas que osan acercarse demasiado


    39. Procuró no distraerse, no estropear la impresión de la obra mirando los movimientos del director de orquesta, solemne con su corbata blanca, lo que entretiene tanto la atención en los conciertos


    40. «Menos contemplación y más devociones, obras piadosas y culto externo, que entretiene la imaginación»

    41. Se entretiene con una pelota, husmea por todos lados


    42. De modo que se entretiene con la muchacha de las hamburguesas


    43. Es domingo, pero ¡aun así! En una de las calles laterales del edificio, un hombre pequeño y regordete, vestido con un mono azul de obrero, entretiene a unoschicos haciendo una especie de malabarismos increíbles con una pelota de fútbol


    44. -Debemos considerar -dijo Hjalmar- que se trata de un miembro de alto rango del KGB, experto en cuestiones estadounidenses, que se entretiene con un oficial de caso de rango inferior en un país de impacto geopolítico pequeño o insignificante


    1. entretienen a su población cosmopolita, de las blancas y rectilíneas piedras de los templos y


    2. una cañada, y tienenbuenos manantiales y filtraciones que entretienen el agua en ellas, y ápoco


    3. compusieron para el efeto que vos decís deentretener el tiempo, como lo entretienen leyéndolos


    4. Los de más allá, en el último grado del embrutecimiento y de laembriaguez, se entretienen en machacar entre dos balas la mano de unmarinero a quien la borrachera ha matado


    5. entretienen aprendiendo dememoria algunas de las fábulas de La


    6. en el pueblo de Hollywood, donde se fabricanla mayor parte de los films que entretienen á la


    7. se entretienen en desgustosen absencia de lo q


    8. los merinos que producen millones y entretienen atoda hora del día a millares de


    9. aún se entretienen con frivolidades


    10. partida del capellán,el asesinato del mayordomo, se comentan, se adornan, entretienen alpueblo

    11. entretienen, si bien con la majestad, el entono yel sereno juicio que importan en la edad madura


    12. archivoltas que entretienen lavista y la imaginación por su


    13. embellecen el interior de la ciudad: las plazas, en general grandes y hermosas, entretienen agradablemente


    14. En 860 se presentan los primeros rusos ante la ciudad y pretenden entrar en la misma, pero ante su fracaso se entretienen con incendiar sus alrededores extramuros, en época de Miguel III


    15. Bien parece un gallardo caballero, a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero, armado de resplandecientes armas, pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, o que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera


    16. ¡Qué absurdo! ¿Es ésta acaso un capricho del carácter humano? ¿Hay cierta complacencia en recordar los sufrimientos? Ya había yo observado que los que han tenido una larga y penosa enfermedad se entretienen en referir a todo el mundo las terribles peripecias de ella; que los que han pasado largos años de prisión o han experimentado las negras angustias del destierro, se deleitan en referir a otros, o a sí mismos en sus horas de soledad, toda la historia de sus infortunios, de sus dolores físicos


    17. Los sobresaltos le entretienen ahora, siempre y cuando aparezcan y desaparezcan con una periodicidad razonable


    18. Los del régimen se entretienen en tirarse coces unos a otros y no se acuerdan de perseguirnos


    19. Mira ese par de angelones con qué juego tan primitivo se entretienen: así caen luego en la cama, como piedras


    20. Novela era, viva, de estas que entretienen y no asustan

    21. Sus manos se entretienen ahora con los cordones de la bota


    22. En horas de aburrimiento los socios se entretienen saqueando los corrales del viejo


    23. Los asediantes también se entretienen con reevaluaciones parecidas, pero de carácter contrario, como el águila que siente con placer la fuerza de sus propias alas y planea sobre la presa paralizada e impotente


    24. No sé por qué se entretienen tanto


    25. Con eso se entretienen las pobres


    26. Ya sabes como se entretienen las mujeres en el templo de Venus


    27. Montones de imbéciles prohiben a sus mujeres que se acerquen a los fogones y se entretienen cocinando oro


    28. Además, tiene personas que lo entretienen cuando a él se le antoja: en fiestas, bailes y celebraciones


    29. ¿Y si, mañana temprano, mientras las demás entretienen a los del hotel,


    30. –¿Despistado? Los despistados no se entretienen, si acaso se pierden…

    31. Están preparadas las mesas para los juegos de whist y de la macedonia, con los que se entretienen después de la comida


    32. juguete (|| objeto con que se entretienen los niños)


    33. Vara pequeña que usan los titiriteros y prestidigitadores atribuyéndole las operaciones con que sorprenden y entretienen a los espectadores


    34. «Unos pordioseros entretienen a los viandantes en un parque público», decía el titular


    35. Los anestesistas nunca se entretienen mucho con un Código Rojo


    36. Los japoneses reconocen que durante los años de la niñez —desde el tiempo en que se forman las pandillas de juego hasta el tercer año de la escuela elemental, en que el niño tiene nueve años— se entretienen continuamente con estas manifestaciones individualistas


    37. Antes de que la cosecha llegue a madurez, los labriegos y sus mujeres se entretienen hilando el lino


    1. romántica y hablas por lofino diciendo unas cosas muy superfirolíticas, te entretienes


    2. tiene una baraja? ¿No? En ese caso, ¿por qué no nos entretienes con alguno de tus


    3. –Verás -dijo Josif, sabiendo que iba a escucharle-, mientras te entretienes rechazándome, puedes tener la satisfacción de saber que eres parte de la mayoría de los que hay aquí


    4. – Pues te metes un dedo en el culo y te entretienes en inspeccionar eso –respondió el tercero


    5. –¿Sueles llegar al orgasmo con los hombres a los que… entretienes?


    6. Veo que te entretienes en cantar y dejas el trabajo


    7. ¿Por qué te entretienes? ¿Qué significa este palpitar de tu corazón? ¿Qué sentimientos lo invaden y lo oprimen? ¿Por qué no te decides ya? Llevas el puñal sobre el corazón, llevas la máscara, llevas el abanico en la mano… ¿Qué te sucede, Giacomo? El malabarista suele marearse así cuando mira a la multitud desde las alturas, encaramado sobre los hombros del último hombre de la torre humana, buscando unos ojos familiares en el desconocido mundo del público… ¿Qué te preocupa? ¿Qué recuerdos te invaden? Cálmate, corazón, deja de palpitar de forma tan salvaje


    1. Cómo me entretuve para asistir a la actuación de los monos hacer discípulos, premio, a los muchos estudios de Darwin


    2. Me entretuve un poco antes de quitarme la ropa


    3. Yo me retiré y entretuve la espera charlando con dos ayudantes de campo que los acompañaban


    4. Cuando regresábamos entretuve a Rachel y mantuve el tono de nuestra relación contándole la historia de mi propia vida sexual


    5. Me sentí a gusto y me entretuve unos momentos para disfrutar de aquel calor


    6. En esto, y en escribir a la condesa lo que el lector supone, entretuve gran parte de las últimas horas del día


    7. Me entretuve en suponer a la muchacha rubia hermana de mis vecinos de la Calçada do Tojal, la mudé a casa del empleado de la Vacuum y del oficial preso, y cuando mi sobrino volvió a enderezar cuadros y a cambiar los cacharros de sitio dejé de reparar en él porque la encargada de la pensión cayó presa de un ataque, el cuervo graznaba tirando de su delantal con las patas, la lluvia le empapaba la falda y el pelo, mi sobrino me informó sonriendo La tía ha de durar eternamente, y yo asentí para no perturbarlo, le encajé un sombrero tirolés en la coronilla, lo puse en la Quinta do Jacinto, en Alcántara, casado con la hija de la modista de mis padres, una diabética nacida en Mozambique o en Guinea o en Ciudad del Cabo, pudriéndose por dentro, como yo, de un mal sin remedio que la devoraba, y entonces volví a oír el mar de octubre y los albatros que piaban en la bodega de las calderas, me dormí frente al televisor apagado y desperté paseando por mi habitación como por los castaños de Mortágua, donde el padre de mi cuñada, con chaqueta de lino, resolvía los crucigramas del periódico en el mirador hacia la sierra, rodeado de avispas, de grillos y del silencio de sol de los olivos


    8. Sospechando que el camarín de Nuestra Señora tendría comunicación con la rectoral por patios profundos interiores, y que era inútil esperar más, salí despacio de la iglesia, y me entretuve hablando con unas viejas que en la puerta pedían limosna


    9. Tras anotar la información que me interesaba, me entretuve en buscar varios libros de Beryl y en echarles un vistazo


    10. Por pura desesperación me entretuve escribiendo una quintilla descarada a la mujer que estaba sentada a mi izquierda, y que sí me conocía

    11. Y durante algunos minutos me entretuve en la contemplación de las magníficas pieles exhibidas por la mencionada firma, la Festival Fur Ltd


    12. Apagué la radio y me entretuve recordando la celebración anual de la historia de Perdido/Olvidado; había un desfile sosísimo, se instalaban muchas casetas de comida y todos los lugareños salían a pasear sin más objeto que comer perritos calientes y mancharse de tomate y mostaza la camiseta estampada con el emblema de P/O


    13. Yo me entretuve mientras tanto en el rincón de las revistas y hojeé los últimos números de diversas publicaciones


    14. Mientras esperaba la salida de la góndola en una estación húmeda y oscura, me entretuve colocando a todos los participantes de aquella guerra en sus respectivos equipos


    15. Me entretuve un rato tratando de pensar palabras en inglés que pudieran formarse todavía sobre el tablero con esas últimas letras


    16. – Me entretuve un momento para limpiarlas en el barreño de abajo –explicó Harold – Estaban algo polvorientas


    17. Entretuve la espera comiendo algunos bocadillos y finalmente pude subir en el avión de las 8


    18. Miré el laúd, avergonzado, y me entretuve pasando el alambre por el agujero que había dejado la hebilla y enroscando bien los extremos


    19. Al día siguiente me entretuve escribiendo hasta que el sol estuvo alto y luego vagué por las calles considerando de nuevo las ideas de la noche anterior, que ahora, en el bullicio y la claridad del día, me resultaron descoloridas e inconsistentes


    20. Ahí me entretuve un rato en la delicia de gelatina, incluso más allá de cuando empecé a notar 1os pezones tiesos y la piel erizada alrededor de las aréolas

    21. Eso sí, se lo cobraban y yo debía de hacer un poco de tiempo antes de que abrieran los almacenes donde María trabajaba, así que me entretuve tocando un poco los cojones al camarero del bar


    22. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    23. Fray Bugeo encendió las luces del salón y, mientras iba a la cocina en busca de la preciosa botella, me entretuve en fisgonear los volúmenes de la biblioteca encuadernados en pasta y alineados con esmero


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    entretener in English

    keep amused entertain put off amuse divert

    Synonyms for "entretener"

    retardar demorar dilatar diferir postergar engañar distraer recrear solazar complacer alegrar amenizar animar conservar preservar cuidar