1.
El servilismo cortesano y el estilo pomposo propios de los tiempos enque escribían, hicieron a Pacheco y Palomino referir los favoresconcedidos por Felipe IV a Velázquez con tales colores que sus relatossirvieron de base a una tradición, según la cual, el monarca aparecíacomo verdadero y entusiasta protector del artista
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Con objeto de distraer al Monarca, se multiplicaban a su alrededor losbailes y los
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por el natalicio del hijo del monarca castellano; y aunqueson oscuras y escasísimas las
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un buen número de danzantes y cantoresque entonaban versos en loor del monarca, de
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Situaba el monarca tanimportante pensión «en las rentas e
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dejacion de su oficio, pero que era detenido por las lágrimas del Monarca: y que finalmente, con los
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pedirian perdon de la resistencia, y entonces se les concederia en nombre del Monarca: pero con estas
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habian caido de la gracia del Rey, de lo que era señal haber repudiado su confesor, y que el Monarca en
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delos tercios guipuzcoanos y se acordaban del monarca de las
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mujeres,muriendo su monarca y los principales dignatarios
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hallan monarca que valga más que ellos en toda laprolongación de la historia
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crónicas del gran mundo, hablaron de lapasión de un anciano rey, un monarca
13.
monarca y dueño de la tierra;» tenía en{264}abandono y sin defensa los puertos; flacas
14.
El interesado, en vista de la gracia y pensiónseñalada por el Monarca, sin pedirla él,hizo saber
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cortesía semantuvo firme Antonio Pérez en su resolución,é irritado el Monarca del desaire,
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deciudad y por disposición del mismo monarca fueron
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disposición del Monarca setrasladaron luego a la de Santa María
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soberana protección del monarca D
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y procurando competir con esta en lamagnificencia: el Monarca,
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edificios, y con respecto alos murales ordenó aquel monarca lo
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monarca sepultado en la cartuja deMiraflores
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Ni el mismo monarca quemandó escribir esta lei estaba cierto en que los que
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la ruina deeste monarca la causa i el modo de remediar todos los males que á
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gobiernan y regulan sus gastos por sí mismos, viendo sóloen el monarca un jefe militar
25.
El monarca y la Iglesia lo fueron todo para el
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grandes potencias militares había algo más que lasaficiones belicosas del monarca y el valor de
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El Monarca, cuando
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en sularga vida de pretendiente y mostrando hacia el Monarca una admiracióntan
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quientodos sospechaban un espía del Santo Oficio y del Monarca
30.
Las Cortes,corrompidas por el Monarca, habían exigido a las
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El monarca más poderoso de la tierra, el rey taciturno y papelero,estaba sentado en
32.
—Bien está, dijo el monarca, que siguió hablando en francés, puesaunque
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de reyes, él era el que sacabael pendón del monarca como
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del monarca que había reinado allí en tiempo del grandeAlbuquerque
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sus atribuciones, decidió consultar al monarca
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vez quecaía de su pedestal el busto del monarca, recibióse en
37.
Esto ocurría pocodespués del fallecimiento del Monarca y tres horas
38.
profundaveneracion á ese gran hombre, que ha dejado de ser pintor en el mundopara ser monarca de los
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Noticioso el monarca de la venida del buen Catelan, ó de los presentesque Catelan traia, ora fuese por
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favorito, magnificencia de monarca; griego en la fantasía; asiáticoen el gusto; sibarita en sus aficiones, en
41.
A la formacion del museo de Munich ha presidido el órden y el buen gusto: el ilustrado monarca que ha
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Portugal ha entrado de buena fe en la senda del gobierno constitucional: el ilustrado y jóven monarca que
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hubieran puesto á Magallanes en el caso de ofrecer sus serviciosal Monarca español, al cual cumplió como bueno, no sólo con eldescubrimiento del paso del Sur, Tierra del Fuego, Continente de losPatagones,
44.
El precio del petróleo había subido y Estados Unidos ayudaba al monarca a convertirse en el gendarme de la región
45.
Tras oír la noticia del desastre, el monarca abandonó de inmediato el Círculo Supremo y regresó a su residencia
46.
Hacia las siete y media u ocho de la tarde, mientras el Rey y Fernández Campo aún estaban sondeando a los capitanes generales y exigiéndoles que mantuvieran acuarteladas sus tropas, en la Zarzuela había empezado a discutirse la posibilidad de que el Rey compareciera en televisión con un mensaje que despejase cualquier equívoco sobre su rechazo al asalto del Congreso y reiterase la orden de defender la legalidad que ya les había hecho llegar por teléfono y por télex a Milans y a los demás capitanes generales; la idea se trocó en seguida en urgencia, pero antes de que en la Casa Real pudiesen plantearse la forma de satisfacerla hubo que afrontar un problema previo: de momento era imposible grabar y emitir la alocución del monarca porque los estudios de radio y televisión en Prado del Rey estaban ocupados por un destacamento de caballería de la Brunete; así que la Zarzuela se movilizó durante los minutos siguientes para desalojar de allí a los golpistas, hasta que por fin, después de averiguar que el destacamento ocupante pertenecía al Regimiento de Caballería Villaviciosa 14, mandado por el coronel Valencia Remón, el marqués de Mondéjar, jefe de la Casa del Rey y general de caballería, consiguió que su compañero de arma retirara a sus hombres, y poco más tarde la Zarzuela solicitaba a la televisión recién liberada un equipo móvil para que el Rey pudiera grabar con él su mensaje
47.
El cese no se hizo efectivo hasta el otoño, pero según una opinión compartida por quienes lo conocían el general encajó la noticia como una orden de destierro y atribuyó íntimamente su caída en desgracia al influjo creciente de Adolfo Suárez sobre el monarca
48.
El cargo de secretario había sido ocupado por Sabino Fernández Campo -un amigo personal de quien esperaba que facilitase su regreso a la corte, tal vez como jefe de la Casa del Rey- y, a través de él y de amigos que aún permanecían en palacio, se desvivió por mantener el contacto con la Zarzuela, haciendo llegar al Rey informes o recados, felicitando personalmente a los miembros de la familia real las Navidades, los cumpleaños y los santos y buscando un lugar en sus audiencias y recepciones públicas, convencido de que tarde o temprano el monarca comprendería su error y le llamaría de nuevo a su lado para restablecer una relación de la que el antiguo secretario continuaba pensando que pendía el futuro de la Corona en España
49.
Alardeaba de no haber engañado nunca a nadie y de no esconder jamás sus intenciones, y durante esos años -primero como jefe de la Acorazada Brunete y luego como capitán general de Valencia- esgrimió con frecuencia la amenaza del golpe: le gustaba hacerlo entre bromas («Majestad -le dijo al Rey mientras tomaban unas copas tras una visita del monarca a la Brunete-
50.
El general Gutiérrez Mellado dijo más de una vez que el golpe del 23 de febrero nació en noviembre de 1975, en el mismo momento en que, después de ser proclamado Rey ante las Cortes franquistas, el monarca declaró que su propósito consistía en ser el Rey de todos los españoles, lo que significaba que su propósito consistía en terminar con las dos Españas irreconciliables que perpetuó el franquismo
51.
No faltará quien elija situar el inicio de la trama en el mismo palacio de la Zarzuela, algunos meses después, el día en que Armada supo que debía abandonar la secretaría de la Casa del Rey, o, mejor aún, algunos años después, cuando el monarca empezó a favorecer con sus palabras y sus silencios las maniobras políticas contra Adolfo Suárez y cuando consideró o permitió creer que consideraba la posibilidad de sustituir el gobierno presidido por Suárez por un gobierno de coalición o concentración o unidad presidido por un militar
52.
Aprovechando sus frecuentes viajes desde Lérida a Madrid, donde conservaba el domicilio familiar, y aprovechando sobre todo las vacaciones veraniegas, Armada multiplicó su presencia en cenas y comidas de políticos, militares, empresarios y financieros; a pesar de que desde su salida de la Zarzuela sus encuentros con el monarca habían sido sólo esporádicos, en esas reuniones Armada se investía de su antigua autoridad de secretario real para presentarse como intérprete no sólo del pensamiento del Rey, sino también de sus deseos, de tal modo que, en un ir y venir de dobles sentidos, insinuaciones y medias palabras que décadas de astucias palaciegas le habían enseñado a manejar con destreza, quien hablaba con Armada terminaba convencido de que era el Rey quien hablaba por su boca y de que todo cuanto Armada decía lo decía también el Rey
53.
Hacia mediados o finales de septiembre, mientras el antiguo secretario del monarca regresaba a su destino en Lérida y su presencia escaseaba en Madrid y se reanudaba el curso político tras las vacaciones, la Operación Armada pareció perder fuelle en los mentideros de la capital, como si hubiera sido apenas una excusa para entretener el ocio sin noticias del sopor veraniego; pero lo que en realidad ocurrió fue otra cosa, y es que, aunque en los mentideros de la capital quedó enterrada por la descomposición del gobierno y el partido de Suárez y por el alud de operaciones contra el presidente que empezaba a modelar la placenta del golpe, la Operación Armada seguía vivísima en la mente de su protagonista y de quienes a su alrededor continuaban considerándola la forma idónea de dar el golpe de timón o bisturí que para tantos necesitaba el país
54.
Por su parte, Armada habló de su conversación con el Rey o inventó varias conversaciones con el Rey y una intimidad con el monarca que ya no existía o que no existía como antes -el Rey estaba angustiado, dijo; el Rey estaba harto de Suárez, dijo; el Rey pensaba que era necesario hacer algo, dijo-, y habló de sus sondeos políticos del verano y el otoño y del proyecto de formar un gobierno de unidad bajo su presidencia que lo nombraría a él, Milans, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor del ejército; también contó que el Rey aprobaba ese recurso de emergencia, y razonó que sus dos proyectos eran complementarios porque su proyecto político podía necesitar la ayuda de un empujón militar, y que en cualquier caso ambos perseguían objetivos comunes y que por el bien de España y de la Corona debían actuar de forma coordinada y mantenerse en contacto
55.
Este presentimiento le animó a estrechar el asedio al monarca
56.
Lomax arrugó la frente en su esfuerzo de recordar al supuesto monarca
57.
Lo que Armada le dijo aquel día a Milans es que el Rey compartía los puntos de vista de ambos acerca de la situación política y que su próximo regreso a Madrid como segundo jefe de Estado Mayor del ejército era la plataforma ideada por el monarca para convertirlo en presidente de un gobierno de unidad cuya formación sólo podía ser cuestión de semanas, el tiempo que tardase en cristalizar una moción de censura victoriosa contra Adolfo Suárez; por lo tanto, concluyó Armada, era el momento de detener las operaciones militares en curso, supeditándolas a la operación política: se trataba de aglutinar bajo un mando único y un único proyecto todas las tramas golpistas dispersas, para poder desactivarlas en cuanto triunfase la operación política o, si no quedaba otro remedio porque la operación política fracasaba, para poder reactivarlas con el fin de que triunfase
58.
Lo hizo en una cena a solas con el monarca, una semana después de la dimisión de Suárez
59.
En medio de aquellas jornadas convulsas Armada vio dos veces al Rey, una el día 11 y otra el día 13, ambas en la Zarzuela: en la primera, durante los funerales por Federica de Grecia, suegra del Rey, apenas pudo hablar con el monarca; en la segunda, durante su presentación preceptiva como segundo jefe de Estado Mayor del ejército, lo hizo durante una hora
60.
Milans le propone a Armada una solución al golpe que según él cuenta con el asentimiento de varios capitanes generales; es una solución tal vez inevitable para los golpistas, que probablemente Armada ya ha considerado en secreto y que viene a ser una casi obligada variante del plan original: puesto que éste ha fracasado y el Rey se resiste a aceptar el golpe y Armada no ha podido entrar en la Zarzuela y salir de allí con una autorización expresa del monarca para negociar con los parlamentarios secuestrados, el único modo de arreglar las cosas consiste en que Armada -cuyo comportamiento ya ha empezado a despertar los recelos de algunos pero cuya precisa relación con el golpe nadie puede imaginar todavía acuda al Congreso ocupado desde el Cuartel General del ejército, hable con los diputados y forme con ellos el previsto gobierno de unidad bajo su presidencia a cambio de que Tejero los libere, de que Milans revoque el estado de excepción y de que la normalidad regrese al país
61.
El general habla primero con el Rey; como la que acaba de mantener con Milans, la conversación tampoco es del todo privada: varias personas escuchan las palabras del monarca en la Zarzuela; varias personas escuchan las palabras de Armada en el Cuartel General del ejército
62.
Los dos amigos vuelven a hablar, sólo-que ahora son rivales antes que amigos, y los dos lo saben: Fernández Campo sospecha que Armada intenta sacar partido del golpe; Armada sabe que Fernández Campo teme su capacidad de influir sobre el Rey -por eso lo responsabiliza de que hace unas horas el monarca no le permitiera entrar en la Zarzuela- e intuye cómo reaccionará cuando le anuncie que la única salida practicable al golpe es un gobierno bajo su presidencia
63.
En lo verificable es falsa; está demostrado que el Rey no aguardó a conocer el resultado de la gestión de Armada para permitir que la televisión emitiera su mensaje: dejando de lado el unánime testimonio en contra de los directivos y técnicos de televisión, que aseguran haber puesto en pantalla el mensaje en cuanto llegó a sus manos, es un hecho que Armada salió del Congreso cinco minutos después de que se emitieran las palabras del Rey, que no pudo avisar a la Zarzuela de su fracaso desde el interior del Congreso -hubiese tenido que hacerlo en presencia de Tejero y éste hubiese sido el más interesado en airearlo durante el juicio- y que, cuando llegó al hotel Palace y supo por quienes dirigían el cerco a los asaltantes que el Rey acababa de hablar por televisión, el general mostró su sorpresa y su disgusto, en teoría porque la intervención del monarca podía dividir al ejército y provocar un conflicto armado, pero en la práctica porque no se resignaba a su fracaso (y sin duda también porque empezó a sentir que había calculado mal, que se había expuesto demasiado negociando con Tejero, que las sospechas que se cernían sobre él se volvían cada vez más densas y que, si los golpistas eran derrotados, no le iba a resultar tan sencillo como pensó en un principio esconder su auténtico papel en el golpe tras la fachada de mero negociador infructuoso de la libertad de los parlamentarios secuestrados)
64.
Estas palabras -pronunciadas por un monarca enfundado en su uniforme de capitán general y con el rostro transfigurado por las horas más difíciles de sus cuarenta y tres años de vida- son una palmaria declaración de lealtad constitucional, de apoyo a la democracia y de rechazo del asalto al Congreso, y así fueron interpretadas cuando el Rey las pronunció y han sido interpretadas desde entonces; la interpretación me parece correcta, pero las palabras tienen amo, y es evidente que, si Armada hubiese conseguido pactar con los líderes políticos el gobierno previsto por los golpistas y presentar como solución al golpe lo que era en realidad el triunfo del golpe, esas mismas palabras hubieran continuado significando desde luego una condena de los asaltantes del Congreso, pero hubieran podido pasar a significar un espaldarazo para quienes, como Armada y los líderes políticos que hubieran aceptado formar parte de su gobierno, habían conseguido terminar con el secuestro de los parlamentarios y restaurar así la legalidad y el orden constitucional quebrantados
65.
Luego el Rey se despidió y Suárez colgó el teléfono con la certeza de que el monarca se había acobardado y había nombrado a Silva o a López Bravo y no había tenido valor para darle la noticia
66.
Por las fechas en que presentó su dimisión como presidente del gobierno el Rey prometió concederle un ducado en premio a los servicios prestados al país; poca gente en el entorno de la Zarzuela era partidaria de ennoblecer a aquel advenedizo que para muchos se había rebelado contra el Rey y había puesto en peligro la Corona, así que la concesión se retrasó y, en un gesto más conmovedor que embarazoso -porque delata al plebeyo arribista de provincias peleando todavía por legitimarse y expiar su pasado-, Suárez reclamó lo prometido y apenas dos días después del 23 de febrero el monarca lo nombró por fin duque de Suárez a condición de que permaneciera una temporada alejado de la política
67.
Rudolf Rassendyll era su doble y se enamora de la princesa Flavia que era la prometida del monarca
68.
Era la una y media de la madrugada y, tras el discurso televisado en que el Rey condenó el asalto al Congreso y exigió respeto a la Constitución, mucha gente que en todo el país había permanecido hasta entonces en vilo, pegada a la radio y la televisión, se retiró a dormir, y casi todo el mundo sintió que la comparecencia del monarca señalaba el fin del golpe o el principio del fin del golpe
69.
Durante la vista oral los principales protagonistas del golpe se comportaron como lo que eran: Tejero, como un patán embrutecido de buena conciencia; Milans, como un filibustero uniformado y desafiante; Armada, como un cortesano millonario en dobleces: aislado, despreciado e insultado por casi todos sus compañeros de banquillo, que exigían que delatase al Rey o reconociera que había mentido, Armada por un lado rechazaba la implicación del monarca, pero por otro la insinuaba con sus proclamas de lealtad a la Corona y aún más con sus silencios, que sugerían que callaba para proteger al Rey; en cuanto al comandante Cortina, demostró ser con diferencia el más inteligente de los procesados: desmontó todas las acusaciones que pesaban sobre él, sorteó todas las trampas que le tendieron el fiscal y las defensas y, según escribió Martín Prieto -cronista de El País en las sesiones del juicio-, sometió a sus interrogadores a «un sufrimiento superior a la capacidad humana de resistencia»
70.
El poder del Rey provenía de Franco, y su legitimidad del hecho de haber renunciado a los poderes o a parte de los poderes de Franco para cedérselos a la soberanía popular y convertirse en monarca constitucional; pero ésa era una legitimidad precaria, que le restaba poder efectivo al Rey y lo dejaba expuesto al albur de los vaivenes de una historia que había expulsado del trono a muchos de los que lo precedieron en él
71.
Cuando acabaron las cortesías dijo el monarca:
72.
En tiempos históricos, este rito salvaje fue sustituido por ceremonias mágicas destinadas a rejuvenecer al monarca, como la Fiesta del Jubileo, o bien se obtenían sustitutos como animales, reproducciones de la imagen del rey, y probablemente personas que se habían ahogado accidentalmente en el Nilo
73.
Incluso en la corte de un monarca tan pacífico como Akhenaton, los guerreros se destacan sobre los simples ciudadanos
74.
—¡Todo en el mundo lo deberé a ese gran monarca! ¿Qué no haría yo por su servicio?
75.
«El general, que reía de la diversión, se dirigió hacia el monarca, diciéndole con voz jovial:
76.
Acababan de vestirse, cuando apareció un oficial del rajá encargado de conducirlos frente al monarca
77.
El monarca ordenó que trajeran cuatro caballos y prepararan una escolta de cincuenta guerreros
78.
La población entera estaba congregada en la plaza del mercado, aclamando al monarca y a sus amigos, pero el "Germania" avanzaba tan velozmente que al poco rato el poblado había desaparecido por completo y en su lugar se veían frondosos bosques
79.
-El rey y la reina conocen bien a sus hijos y por lo general lo adivinan, pero su decisión debe ser confirmada por el gran lama, quien estudia los signos astrales y somete al niño escogido a varias pruebas para determinar si es realmente la reencarnación de un monarca anterior
80.
Nadie conoce el código completo, fuera del monarca y su heredero
81.
Esa puerta era el límite que conducía a la parte sagrada del palacio, que nadie, salvo el monarca, podía cruzar
82.
-Anda de inmediato a la sala del Dragón de Oro en el palacio -ordenó con dificultad el monarca
83.
-Sólo el rey y su heredero pueden entrar allí,-murmuró el monarca
84.
Llevaba cartas para el monarca con varias peticiones, entre otras, que le otorgara un marquesado y la Orden de Santiago
85.
El monarca sabía que era mucha más la utilidad de «sus judíos» que su perjuicio, pero la presión exterior hacía que se anduviera con cuido en su proceder, ya que si bien le interesaba continuar usando en su beneficio a aquellos súbditos, no le convenía en modo alguno topar con la Iglesia ni encrespar al pueblo, y en aquel caminar al filo de dos abismos, en difícil equilibrio, consistía su acción de gobierno
86.
Los dos hombres recogieron en el antebrazo el manto que llevaban sujeto a sus hombros mediante una fíbula y retrocedieron lentamente dando siempre la cara al monarca
87.
La orden recibida por el herrero de Cuévanos de parte del obispo era clara y tajante, debía entregar, a los comisionados para recogerlas, todas las armas encargadas por los judíos a fin de tener argumentos contra ellos cuando se les requisaran durante el camino de regreso; luego, tras comunicar el incidente al canciller don Pedro López de Ayala, se les aplicaría sin duda una cuantiosa multa que vendrían a engrosar las arcas del rey, por haberse atrevido a transgredir las ordenanzas reales que prohibían a los hebreos tener cierto tipo de armas y predispondría al monarca a favorecer cualquier iniciativa que partiera de su obispo
88.
Abdón Mercado, Ismael Caballería y Rafael Antúnez, rabinos jefes de sus respectivas aljamas, habían acudido a palacio para presentar un pliego de agravios al canciller, en nombre de don Isaac Abranavel, para que a través suyo llegara hasta el monarca al tiempo que se excusaba, por no poder acudir en persona al Alcázar
89.
El canciller, apenas supo del grave incidente, se interesó al punto por el estado del rabino y tras atender a los visitantes, prometerles todo tipo de reparaciones y decirles que el rey sabría castigar aquella tropelía, les aseguró que, a lo más tardar un día, habría de acudir a la casa de los Abranavel para interesarse por la salud de tan dilecto y distinguido amigo del monarca
90.
La sala del trono era amplia y largo era el trayecto que iba desde la puerta hasta la tarima donde esperaba el rey; ambos personajes lo cubrieron sin acelerar el paso ni bajar la mirada, pausados y seguros de su rango, conscientes de que la Iglesia les otorgaba su protección y una jerarquía semejante a la del monarca
91.
El canciller don Pedro López de Ayala, aun a riesgo de que su opinión fuera impopular, guiado por su honestidad y su lealtad al monarca y sabiendo que en aquel preciso momento se ganaba un poderoso enemigo respondió:
92.
Al año siguiente de su partida, falleció la reina y el monarca se halló en una situación precaria al respecto de la nobleza debido a las diferencias con el reino de Portugal y a la incursión de la armada de Castilla en aguas del Támesis, lo que requirió una captación de ingresos en menoscabo de la popularidad de la corona que se sumó a su protectora actitud al respecto del problema judío
93.
El arcediano de Écija, Ferrán Martínez, pese a los buenos oficios del cardenal arzobispo de Sevilla Pedro Gómez Barroso, que con frecuencia lo reprendió por sus prédicas{172}, y las repetidas amonestaciones reales,{173} continuaba con sus soflamas incendiarias atribuyendo a los judíos todos los males que acosaban al reino y censuraba al monarca por no obedecer las directrices del pontífice que, desde el IV concilio de Letrán, imponía el confinamiento de los semitas en aljamas cerradas; ahora con horarios de entrada y salida fijos y la obligación —cosa que ya habían hecho los califas cordobeses— de llevar en sus ropajes un distintivo que los diferenciara claramente de los cristianos y, en su día, también de los islámicos{174}
94.
Otro argumento que esgrimió el arcediano y que le sirvió en sus escritos de plataforma legal y excusa para desobedecer al monarca y a la vez justificar sus acciones, fue que él se limitaba a sostener en sus prédicas lo mismo que el papa legitimaba, y que eran las actitudes que coadyuvaban a justificar los entusiasmos de aquellos que querían destruir el judaísmo
95.
Dicha bula fue promulgada por Gregorio XI el 28 de octubre de 1375 y en ella conminaba al entonces monarca reinante, Enrique II, a prestar apoyo al «converso» Juan de Valladolid en su activo proselitismo antisemita, a la vez que censuraba su protección a los hebreos y le ordenaba poner en marcha las leyes de segregación
96.
Vuestro hombre, y perdonadme si he obrado con ligereza emitiendo un juicio de valor que no correspondiera a la realidad, explicó que tiempo ha cumplió para vuesa paternidad un delicado y peligroso trabajo, que realizó con esmero, diligencia y pulcritud y que, habiendo sido castigado por el monarca por perturbar a «sus judíos», vuestra excelencia tuvo a bien guardarlo y protegerlo; de manera que salvó el pellejo por el canto de un maravedí y gracias a vuestra generosa ayuda vive en la actualidad decorosamente
97.
Su verbo cálido había inflamado el odio, ya de por sí al rojo vivo, que desde siempre habían profesado a cuanto oliera a judío, amén que atribuían su, para ellos injusto, castigo a la influencia que aquellos réprobos y detestados esbirros, representados por la familia de los Abranavel, habían alcanzado en la Corte de Toledo y cerca del anterior monarca
98.
{223} «Las simpáticas facciones del monarca, su trato amable y su elevada posición habían levantado un sinfín de esperanzas entre sus súbditos
99.
Y va a ser en ese tiempo cuando el monarca decida aliviar la prisión de la Éboli permitiéndole regresar a su casa de Pastrana, en la que deberá permanecer en calidad de prisionera
100.
Y lo hizo indudablemente por seguir las directrices marcadas por su confesor, pero también porque ella era consciente de que su relación con el monarca despertaba envidias y presentía que muchos grupos políticos podrían intentar a través de ella influir en la política de Felipe IV