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    Use "mostrar" in a sentence

    mostrar example sentences

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    mostrando


    mostrar


    mostro


    mostrábamos


    mostráis


    mostré


    1. Luego don Quijote y los que venían con él no aguantaron las ganas de verle la cara al muerto y se pusieron a mirar las andas, y en ellas el cuerpo de Grisóstomo, cubierto de flores, vestido como pastor, de unos treinta años de edad, y, aunque muerto, mostraba que había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda


    2. Del gobierno doméstico cuidaban las dos, peromás particularmente la suegra, que mostraba ciertas tendencias aldespotismo ilustrado


    3. Cogiendo por los bordes el delantal, que era de cretona azul, reciénplanchado y sin una mota, lo mostraba a la señorita


    4. Mostraba aquello para excitar lacompasión


    5. El marqués no estimaba tanto al espabilado Simónpor su destreza en el desempeño del cargo que ejercía, como por eltalento singular que mostraba para oírle y atenderle, para pescarle los detalles más finos de sus peroraciones a destajo, y hasta paramoverle a extenderlas y elevarlas


    6. Hacia 1970, Chile contaba con una asignación colectiva pública de los recursos que seguía patrones propios de la Europa continental y mostraba a la vez, una amplia cobertura y segmentación de los servicios (Tironi, 2003)


    7. mostraba Magdalena por oír elvals en cuestión


    8. mostraba en materia de ostentación con su primer esposo,acató servil y gustosa las órdenes del


    9. cosa convenida entre losdos: por eso se mostraba ella tan tranquila


    10. sorpresa mostraba, y nodistraía su atención del Congreso sino

    11. En el carro alegórico se mostraba también el antiguo pendón de lahermandad de los


    12. puertas y balcones delmanchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso


    13. Fernando, por parecerme que, en la leyde la mucha amistad que mostraba, no le debía encubrir


    14. En resolución, él mostraba en su apostura que


    15. Gran gusto recebían los duques del disgusto que mostraba tomar el buenreligioso de la dilación y


    16. noche hasta la mañana, en que se mostraba su buenacomplexión y pocos cuidados


    17. lamentablescomplicaciones a que tanto horror mostraba el gran


    18. aquella ocasión; pero con el gesto,con el ademán, con la expresión de toda su fisonomía, mostraba que


    19. Si algunapredilección mostraba,


    20. vez lohacía, se mostraba tan alterado y confuso, que las

    21. sólo eracapaz, mostraba la puerta a los preguntones importunos


    22. mostraba el cuello desahogado ylibre; el pelo húmedo hacia las


    23. que la Providencia le mostraba la mala yerba en su camino,


    24. mostraba el azul del cielo


    25. de lamadre, mostraba más inclinación por Sanabre, el ingeniero


    26. El ingeniero mostraba con orgullo la gran sala de los motores,


    27. El capitán mostraba prisa en irse


    28. ¡Hasta sobrelas aguas se mostraba la


    29. El conde, regocijado con la mejoría de la niña,se mostraba expansivo y más locuaz


    30. resolvió que en vista de que se mostraba tandesaplicado y con tan poco amor a las letras, lo

    31. operación se mostraba su carácterpaciente y sólido


    32. indiscreción de tal clase aumentaría lafrialdad que le mostraba Momaren después de lo ocurrido en la


    33. cordialidad que flotaba en el ambiente, mostraba, como unode


    34. porél y lo mostraba con preferencia a las visitas que recibíamos


    35. el salteñoporque todas las noches mostraba predilección en su borrachera porconversar con una


    36. mostraba tanrazonable y justo en sus apreciaciones como un fabricante de paños de lalocalidad


    37. El primer hombre mostraba una viva admiración por las transformacionescontinuas que iba


    38. Era la primera vez que Ruperto se mostraba


    39. mostraba en lo erguido de su cuello y en suactitud firme que poseía una complexión


    40. delicados donde se mostraba degolpe y en cualquier menudencia la elevación y

    41. asiento en la galería de las cámaras, me mostraba lospolíticos que iban pasando; pero


    42. gauchos lo rodeaban conrespeto y afición, y cuando un recién venido mostraba


    43. elinterés que quienquiera que fuese le mostraba, excepto el de


    44. Joaquín se mostraba siempre en perfecto acuerdocon Rafaela, gustando de lo que ella gustaba, y


    45. era el pie corto de las andaluzas,redondeado, lo mostraba tal como era y no cometía la


    46. mostraba dócil, aprovechaba laslecciones, los consejos, y ponía


    47. Desde elprincipio de la estación, Max Platel se mostraba muy


    48. Con ellos se mostraba


    49. Luis mostraba gran predilección por la vida en Marchamalo


    50. toda la piel de la boca, mostraba losdientes blancos, finos y














































    1. Don Quijote, ante esta solicitud, despacio e impasible, sin inmutarse por el afán que mostraban las dos mujeres, le respondió a la hija del ventero:


    2. su ejemplo, no mostraban piedad, ni afecto ni atención por las mujeres


    3. Es curiosa la versión que ofrece sobre los Chibchas y Pijaos, tribus que en sus mostraban figuras humanas con tres cabezas, de los cual infiere que hacían referencia a una divinidad trina, tal vez cristiana, tal vez de oscuro origen asiático


    4. Los humroides no mostraban señales de rebeldía, ni agresividad


    5. Un chico rubio, vestido de marinero, concara de desvergonzado, se quedó fijo delante de nuestrasniñas contemplándolas con insistencia, y no hallandoal parecer conveniente la gravedad que mostraban, sepuso á hacerles muecas en son de menosprecio


    6. Ambas activistas mostraban con orgullo el título de posesión de la propiedad


    7. que, ocultos en su gigantesco vientre,sólo mostraban los pies calzados con zapatos rojos; y


    8. Los únicos que mostraban alguna inquietuderan los Museos


    9. portaban amigablemente en los reales enemigos, y se mostraban blandos ó tratables, esto lo hacian con


    10. ojos a la honestidad y en los pies a la ligereza, se mostraban lasmejores bailadoras del mundo

    11. colorados los labios; los dientes,que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos,


    12. amigos y las murmuracionesde las jóvenes, que se mostraban


    13. Todos se mostraban sorprendidos deesta


    14. Las dos mujeres mostraban su admiración por Urquiola con


    15. Al aproximarse el día de la lucha, mostraban los contratistas


    16. lostrovadores éuscaros que se mostraban en todas las fiestas


    17. Todos mostraban prisa por llegar


    18. Los ojos deAmalia se mostraban en tanto fríos, indiferentes;pero en sus labios


    19. Algunos senadores rutinarios que veneraban el reglamento hablaron devotación, pero los más se opusieron, considerando que era inútil cuandotodas las opiniones se mostraban unánimes


    20. El despego que le mostraban las gentes había ido en

    21. vivienda, pero á la hora en que aparecieron dichas ediciones losmédicos mostraban esperanzas de salvarle la vida


    22. Algunos de los allegados á Castillejo se mostraban terribles en susofrecimientos


    23. los conquistadores españoles el arte decabalgar y mostraban aún cierta repugnancia ante el


    24. Los más notables se mostraban ofendidos por haber pasado toda latarde en el casino


    25. yreprendía a los que se mostraban afligidos


    26. llevabanpicas de las que tomaron en las galeras delos cristianos, y se mostraban encima de la


    27. esta campaña un espíritu de orden y unarapidez en sus marchas, que mostraban cuánto


    28. con sus cuerpos el lugar que defendieron en vida, i en quelos moribundos mostraban


    29. mostraban siempre amables,los jóvenes declaraban que las


    30. Sólo mostraban alguna vehemencia al apreciar el valor con

    31. mostraban tanta conformidad? ¿Por qué nohacían pronunciamientos y sublevaciones como en


    32. sonreía, sus dientes se mostraban ennegrecidos yrotos por la absorción del mercurio, entre unos


    33. mostraban deseo tanvivo, que bien parecía antojo


    34. que mostraban sobre el papel su gesto leonino,mirando a lo alto con ojos ardientes de


    35. mejores de la casa: estaban llenas dealgo; mientras las suyas mostraban un espantable


    36. Los ojos mostraban las pupilas dilatadas, con una


    37. Másallá, piernas que mostraban el cruzado almohadillamiento de los músculosrojos;


    38. Aquellos escritos sin terminar mostraban sufalta de voluntad


    39. venían haciaél: las primeras que se mostraban en el paseo


    40. Los empleados de la comisaría se mostraban más atareados

    41. Se mostraban alegres


    42. soldados se mostraban sucios ycansados


    43. mostraban en sus cilindrosvarios orificios de obús limpios y


    44. bronceados, riendo del asombrocon que les mostraban sus


    45. Mostraban los proyectiles los sirvientes de las piezas:


    46. mostraban en su gesto el nobledisgusto de los que temen


    47. que las dos mostraban y el poco oningún efecto que les causaba la alegría de los


    48. Mostraban el aire preocupado y


    49. Los últimos en despertar se mostraban incrédulos, y


    50. Las mujeres mostraban mayor desesperación














































    1. Sin embargo, los desórdenes no seextirparon del todo, á pesar del celo mostrado por los superioreseclesiásticos, y merecieron en el siglo siguiente la condenación mássevera


    2. Lemos me ha mostrado la documentación aferente y todo


    3. mostrado toda labondad y la abnegación de que su alma es


    4. en esta realidad no han mostrado localización de ningún


    5. peregrinasinvenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado


    6. Ella ha mostrado con claras y suficientes


    7. caballeros andantes reyes yemperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y


    8. voluntad pudiera servir la quehabéis mostrado tenerme en el buen acogimiento que me habéis


    9. muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que lasolicitud del negociante trae a buen fin


    10. los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizopasar el Rubicón a César? Y, con ejemplos

    11. mostrado la experiencia, no quiero detenerme agora en sacar a vuesamerced del error que con los


    12. mostrado la experiencia la verdad, de quien tan lejos estaba


    13. yla experiencia le hayan mostrado los inconvenientes[Pg 164]de que adolecen y las mejoras de


    14. Se había mostrado buen hijo: había besado las


    15. dientes que habían mostrado hastaentonces


    16. ¡Era tan leve y tantímido! Si hubiese mostrado enojo, el pobre Pedro


    17. escribirlas, por la gran disposición que ha mostrado enla ya escrita, y por el


    18. Aunque usted me hubiera mostrado la máquina judicialpronta á funcionar para la revisión del proceso, aunque me hubiera ustedasegurado la buena voluntad del ministro, hubiera yo renunciado


    19. Implacablese ha mostrado su Gobierno contra los cuereadores de la


    20. —¿Y qué?—insistió Salomé, amostazada por el juicio y discreción quehabía mostrado la examinada en las

    21. también le habían mostrado


    22. había mostrado jamás enningún tiempo, ni aun cuando fue su pretendiente, ni en los


    23. mostrado desde su mástierna edad una vocación decidida y


    24. Y con tanto vigor en la afección como había mostrado en el odio, saltó al cuello de Fortunato


    25. Ambos se habían mostrado encantados, en parte, al menos, porque a ninguno de los dos le agradaba la tristeza en que la sumía la falta de una ocupación inteligente


    26. Los clientes le pedían que fuese a sus casas, con un interés que nunca antes habían mostrado


    27. pues le habían mostrado el camino


    28. Esas disposiciones no son molestas para las religiones en el sentido común de la palabra; la población japonesa, en su gran mayoría, se ha mostrado favorable


    29. En las últimas semanas también se había mostrado nerviosa e inquieta… y autoritaria, en particular, con su madre


    30. En Jarkov, cuando todavía era un recluta, se había mostrado muy hábil e ingenioso en la identificación y reorientación de informantes potenciales entre el movimiento burgués disidente

    31. Y se ha mostrado de acuerdo conmigo


    32. El reloj indicaba la misma hora que había mostrado cuando lo había consultado al despertar


    33. —Desde luego, en el momento en que el perito viera la plata todo se descubriría y el coronel recordaría haber mostrado esos objetos al doctor Stone


    34. en Pedro, cuando el día se ha mostrado;


    35. ¿Quién piensas tú que arrojó a Horacio del puente abajo, armado de todas armas, en la profundidad del Tibre? ¿Quién abrasó el brazo y la mano a Mucio? ¿Quién impelió a Curcio a lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo? Todas estas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos, católicos y andantes caballeros más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo, que tiene su fin señalado


    36. Quiero inferir de lo dicho, que podría ser que yo tuviese alguna gracia déstas, no del no poder ser ferido, porque muchas veces la experiencia me ha mostrado que soy de carnes blandas y no nada impenetrables, ni la de no poder ser encantado, que ya me he visto metido en una jaula, donde todo el mundo no fuera poderoso a encerrarme, si no fuera a fuerzas de encantamentos; pero, pues de aquél me libré, quiero creer que no ha de haber otro alguno que me empezca; y así, viendo estos encantadores que con mi persona no pueden usar de sus malas mañas, vénganse en las cosas que más quiero, y quieren quitarme la vida maltratando la de Dulcinea, por quien yo vivo; y así, creo que, cuando mi escudero le llevó mi embajada, se la convirtieron en villana y ocupada en tan bajo ejercicio como es el de ahechar trigo; pero ya tengo yo dicho que aquel trigo ni era rubión ni trigo, sino granos de perlas orientales; y para prueba desta verdad quiero decir a vuestras magnitudes cómo, viniendo poco ha por el Toboso, jamás pude hallar los palacios de Dulcinea; y que otro día, habiéndola visto Sancho, mi escudero, en su mesma figura, que es la más bella del orbe, a mí me pareció una labradora tosca y fea, y no nada bien razonada, siendo la discreción del mundo; y, pues yo no estoy encantado, ni lo puedo estar, según buen discurso, ella es la encantada, la ofendida y la mudada, trocada y trastrocada, y en ella se han vengado de mí mis enemigos, y por ella viviré yo en perpetuas lágrimas, hasta verla en su prístino estado


    37. Valerio se dio cuenta de que se había dejado implicar en aquella conversación más allá de sus intenciones, hasta tal punto que no había mostrado nunca interés por los estudios filosóficos


    38. Siempre has mostrado un pudor instintivo ante la idea de descubrir tu naturaleza, tus sentimientos


    39. Al principio, su labor consistía en purgar a todos aquellos que se habían mostrado projaponeses, pero la vigilancia no tardó en incluir también a todos los estudiantes que mostraban simpatías procomunistas


    40. La presidenta repuso: «Pero tú tenías que haber mostrado una actitud correcta dando preferencia a la reunión

    41. Mao se había mostrado opuesto a dicha resolución, pero se hizo caso omiso de sus deseos


    42. Durante la mañana, había estado caviloso pensando en las horas irregulares en que volvía su hijo, pero entonces parecía haber recuperado su buen humor e incluso se había mostrado ocurrente al recibir a otras visitas, entre ellas a sus dos sobrinos venidos a pasar el día


    43. El coronel Monckton miró al artista con la misma curiosidad que hubiese mostrado en la contemplación de una rara variedad zoológica


    44. Les han mostrado la caja de miss Adams a los testigos y la han reconocido


    45. -Desde luego, en el momento en que el perito viera la plata todo se descubriría y el coronel recordaría haber mostrado esos objetos al doctor Stone


    46. Recordó cuan bondadoso se había mostrado Eduardo con ella al morírsele un conejo favorito de Ainswick, durante ciertas vacaciones de Pascua


    47. Entre los habitantes principalmente árabes, los musulmanes siguieron afirmando que el meritorio Abraham se había mostrado dispuesto a asesinar de verdad a su hijo, pero tan solo por su religión, y no por la de los judíos


    48. Recordó, entonces, la visión que le había mostrado el más anciano de los eldunarís, Valdr, de él y de Saphira, en el que los sueños de los estorninos eran igual de importantes que las preocupaciones de los reyes


    49. Le conté la misma historia que le había contado a Adolfo y las consideraciones de nuestro cuñado sobre los riesgos del medicamento, el interés que nuestro padre había mostrado por él seis años antes, su opinión sobre las condiciones en las que estaba cuando sufrió el infarto definitivo


    50. Rubén quedó tendido a su lado laxo y feliz, aquella iba a ser la primera mañana que amanecieran juntos, a las cinco todavía no se había dormido y volviendo la mirada observó a su esposo y sintió por él una especial ternura agradeciendo sus cuidados, su prudente actitud, su absoluta devoción y la paciencia infinita que había mostrado hacia su persona, se sintió vacía como mujer pero plena como esposa, ahora ya podría intervenir en las conversaciones de las casadas de más edad, y a la vez sintió un extraño afecto hacia aquel excelente hombre que ocuparía en su corazón, a partir de aquella noche, el hueco inmenso que había dejado en él su padre, el gran rabino













































    1. Es una declaración de que entramos con una orden judicial, que te mostramos muestras identificaciones, que todo está en regla, que hemos procedido con todo respeto y buena educación, que no tienes ninguna queja


    2. Y por lo que se refiere a los conceptos aislados, ya mostramos cómo, para el carácter masoquista, por ejemplo, el amor posee el significado de dependencia simbólica y no de afirmación mutua y de unión sobre una base de igualdad; el sacrificio entraña extrema subordinación del yo individual a una entidad superior, y no la afirmación del yo espiritual y moral; la diferencia entre individuos significa un desnivel de poder y no la realización del yo fundada sobre la igualdad; la justicia indica que cada uno debe recibir lo que merece y no que el individuo posee títulos incondicionales para el ejercicio de los inalienables derechos que le son inherentes en tanto hombre; el coraje es la disposición a someterse y a soportar el sufrimiento, y no la afirmación suprema de la individualidad en lucha contra el poder


    3. 9 mostramos un ejemplo de espacio de Calabi-Yau


    4. 7 mostramos una de las infinitas trayectorias posibles recorridas por partículas puntuales (Figura 6


    5. Mi vida, como la de todos los senadores que mostramos nuestra crítica a sus actuaciones, está en constante peligro


    6. Y en último término, en lo que respecta al conjunto de modales que el profesor Cottard dejaba ver a un hombre como mi padre, conviene observar que el carácter que mostramos en la segunda mitad de nuestra vida no es siempre, aunque muchas veces así ocurra, nuestro carácter primero, desarrollado o marchito, atenuado o abultado, sino que muchas veces es un carácter inverso, un verdadero traje vuelto del revés


    7. Y además la mujer con la que nos mostramos más indiferentes nota de todos modos, oscuramente, que la misma costumbre que nos hace cansarnos de ella nos une a ella cada vez más, y piensa que uno de los elementos esenciales para separarse a bien es marcharse advirtiendo al otro


    8. —Si les mostramos una foto, quizá puedan decirnos algo


    9. Paula ocupa una pieza individual llena de luz, con una ventana que da a un patio de geranios; hemos puesto fotografías de la familia en las paredes y música suave, tiene un televisor donde le mostramos plácidas imágenes de agua y bosque


    10. Si no mostramos energía al comienzo terminaremos cargando en el cuello un yugo más pesado todavía

    11. Cuando le mostramos la chapa de identificación del Kripo y nos presentamos, asintió como si esperase nuestra visita


    12. Pero es común en todas ellas practicar la copulación carnal con los demonios; por lo tanto, si mostramos el método que usa esta clase principal en su profesión de su sacrilegio, cualquiera puede entender con facilidad el método de las otras clases


    1. Sin embargo, quizás sea este el cuadro más discutido de Velázquez, hastaen lo que se refiere al color: pues al paso que unos críticos y pintoreslo consideran como afeado por agrios contrastes y desentonos entre losrojos amarantados casi vinosos, y los azules intensos, otros creen quees la obra donde logró ser más colorista, mostrando su predilección porlos maestros venecianos y su afición a la manera del Greco


    2. Mientras tanto habíaempuñado el cetro de la inmediata Castilla el joven Juan II (que reinóde 1406 á 1454), mostrando desde luego la más decidida afición, no sóloal lujo y á los espectáculos pomposos, sino también á los más noblessolaces del arte y de la poesía


    3. Es quizás una asesina que atrapa el cordero el lobo para sobrevivir o el tiburón que se come a los peces para poder hacer frente a sus necesidades? Es un ladrón que roba una paloma a sus compañeros de los insectos? Es un tal vez no adultero el caballo que se acopla con la misma pareja durante muchos potrillos pueden dar al mundo? Es inmoral que poner el mono mostrando su desnudez, sin la más mínima consideración para ocultarlas con trajes y otras prendas innecesarias? Y en la misma empresa, tal vez los hombres no se engañan unos a otros para ganar tanto como sea posible? Es malo eso? No, todo es una lucha por la supervivencia, donde el débil perece porque deben perecer y la fuerte victoria porque tienen que ganar


    4. Afilados colmillos sobresalen de la boca grande Mostrando su comportamiento carnívoro y Grailem empieza a construir una máscara realista de un residente antiguo


    5. Cada robot parece saber lo que está haciendo, mostrando Grailem que también son capaces de razonamiento y el pensamiento independiente


    6. Por último, la luz indicadora verde brilla mostrando las puertas de carga están cerrados y la nave es segura


    7. «En seguida voy al café—dijo el modelo, mostrando varios paquetes asu amigo, que los miraba con curiosidad—


    8. aulas, dejando de lado la presunción de heterosexualidad y mostrando a los


    9. los muslimes en lacivilización del mundo, floreciendo y mostrando tal actividad en


    10. bailoteaban con descoco dentro de una jaula, mostrando suspolonesas encarnadas

    11. espantables Medusas, mostrando laspiernas enflaquecidas y desnudas por debajo de los guiñapos


    12. de señales interiores y exteriores, mostrando la recepción


    13. mostrando todo recuerdo real del acusado de alta traición


    14. centre su atención en las imágenes que le estoy mostrando


    15. puede ver en esa pantalla que le estoy mostrando los


    16. Gobernador en la mano, y mostrando sulicencia, fué muerto de un pistoletazo que le dió en la


    17. Oyendo lo cual Altisidora, mostrando enojarse y alterarse, le dijo:


    18. mostrando de este modo sudesaprobación a todo lo que se había


    19. la riba, mostrando por encima de ella las chimeneas y


    20. Martín abre la puerta; y, mostrando con el puño de la fusta

    21. agrado, pero siempre mostrando reserva, apercibida aromper toda relación en cuanto


    22. Y el mismo Joselete, mostrando en una sonrisa mala los


    23. la másacariciadora de sus expresiones, y mostrando en una


    24. Con todo, el enemigo se mostrando


    25. apenaslos ojos, mostrando por entre los párpados inmóviles las


    26. mostrando tal ira contra el Gobierno, que sustrabajillos


    27. ángel de la puerta del Paraíso mostrando las llaves de él


    28. dentro,alzando el visillo y mostrando su cara preciosa tras


    29. mostrando hacia abajo las encorvadas y angulosasfalanjes de sus dedos, terminados con uñas de lechuza


    30. en sularga vida de pretendiente y mostrando hacia el Monarca una admiracióntan

    31. —Pues yo repito—replicó de mala manera el lectoral, mostrando losdientes y


    32. cuerpo como antiguosgladiadores ó mostrando su habilidad en el manejo del arco,


    33. mostrando una a una las milcombinaciones elegantes a que su airosa figura se


    34. representaba a Jesúsabriéndose el pecho con las manos y mostrando un corazón de


    35. mostrando inquietud en los ojos:


    36. y se abría por todos lados, mostrando, al travésde la urdimbre, en unas partes la


    37. padrastro, elseñor José, mostrando gran agitación


    38. cortadas descansando sobre su base,pero sin piel, mostrando el rojo de los músculos y


    39. Robledo y el comisario salieron á su encuentro, mostrando gran alegríaal reconocer á Celinda


    40. Y con el orgullo de un descubridor, fue mostrando las

    41. en la alfombrapara juguetear con el pequeñuelo, mostrando la


    42. mostrando el aire bonachón y la sedentaria obesidad delburgués


    43. abiertoel uniforme sobre el abdomen, mostrando entre los


    44. las dependencias que lesiba mostrando el jefe: piezas


    45. quedaban al descubierto, mostrando el vivo rojo de su panza


    46. todas horas, con lospies en el respaldo de una silla, mostrando la


    47. las emociones desu alma mostrando un semblante sereno y alegre


    48. «Me han dado tres—dijo mostrando las monedas—, una en


    49. Y cogió un libro, y después otro, y los fue mostrando a la


    50. Quejándome de ello una vez y mostrando recelos de que












































    1. Yo también he leído, imparcial, ya que son, algo sobre el fanatismo reaccionario, muy en boga hace cuarenta años; cómo diablos tiene que pagar un alto precio por el entusiasmo de la gente! Cuántos gastos militares, las escuelas pobres y los hospitales! Qué bestia espectacular camello! Es capaz de soportar la fatiga de millas en el desierto caliente, sin mostrar el menor signo de fatiga


    2. " Conocido por ser donde me encontré, hace un buen espectáculo para mostrar su cultura, como si quisiera que me pesa su superioridad


    3. Mediante esta acción se persigue mostrar el


    4. Todas teníamos las conchas depiladas y debíamos mantener las piernas separadas para mostrar nuestras conchas


    5. do descubrirse uno de el os sino al precio de mostrar la oquedad del


    6. • La formación política debe mostrar las diferentes alternativas políticas y abstenerse de todo avasallamiento, es decir, enfocar una sola alternativa


    7. Y sucondición de dama se probaba en que después de haber hecho todo loposible, en la primera parte de la visita, por mostrar cierta severidadde principios, juzgó en la segunda que venía bien caerse un poco dellado de la indulgencia


    8. Esta investigación ha intentado mostrar la utilidad de identificar en un nivel intermedio, entre la especificidad de cada país y el conjunto de la región, ciertos patrones del manejo de los riesgos de vivir en economías de mercado como las nuestras


    9. un chichón más omenos no querían mostrar miedo e insultaban a los de las rocas cuandose


    10. ello le pueden mostrar modelos de realidades diferenciales

    11. se pueden mostrar a las confederaciones de tribus como una


    12. mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunqueen sumo grado la posea; y el agradecimiento


    13. ánimos;destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados,les hacen ser


    14. —Tan acertado andáis en mostrar vuestra estimación,como en gobernar el reino


    15. Alas jóvenes, les gustaba mostrar el palmito y


    16. ocasión de mostrar cortesía, ingenio ygracia


    17. Los militares, deseosos de mostrar su heroísmo ante los muchachos enedad de casarse, corrieron hacia las ventanas, acribillando con susaceros las pantorrillas del gigante


    18. Pero la satisfacción de mostrar á sus acompañantes la inmensa influenciade que gozaba en


    19. imaginacióndel insinuante emigrado mostrar su reconocimientoy hacerse agradable á Isabel con


    20. mostrar que hay una organización del suelo tan central yunitaria en aquel país, que

    21. Como mi ánimo es sólo mostrar el nuevo orden de instituciones quesuplanta a las


    22. las cosas mismas, sin poder mostrar enqué caso su aplicacion y su objeto, y por consiguiente


    23. De aquí que yo, más bien que mostrar a Juan Maury toda la vehemencia yla elevación de mi


    24. mostrar a sus amigas en esteinvierno, el más hermoso ejemplar


    25. queriendosubstraerse a la tentación de mostrar a Juan la


    26. Partieron sin mostrar los escuadrones,


    27. Y èl propio ir á mostrar el puerto


    28. mostrar el señor Fermín,el antiguo capataz, a los Padres de la


    29. Perosólo en el seno de la confianza le gustaba mostrar esta habilidad


    30. en la butaca con gran cuidado para no mostrar laspiernas

    31. madre, con las miradas de la población fijas enella, debía mostrar más reserva y


    32. Y al abrirse de nuevo la puerta y mostrar la vieja el pañuelo, entrabala genio en


    33. mostrar con hechos, aunque traspasaran algo los límites de laprudencia, que había


    34. envez de mostrar turbación, avanzaba el rostro y abría la fresca


    35. Entró Primitivo, y sin mostrar alteración ni susto dijo «que subiese donMáximo, que al


    36. la existencia delas santas, en los cuales solía mostrar Dios que las tenía elegidas parasí


    37. voluntad con que loprestaba; que Dios se complace muchas veces en mostrar su


    38. --Pues véngase conmigo, recibirá el dineroy verá mi casa y la comodidadque hay en ella para mostrar ese Retablo


    39. presentarse Tristán y mostrar en los ojos su sorpresa ledijo


    40. Cuando la tertulia pareció mostrar interés fue al hablarse de lostrajes

    41. Un matador debe mostrar que le sobra el dinero en el ornato


    42. sayones que, impacientes por mostrar suguerrera disciplina, marcaban el paso sin


    43. la trazay mostrar con la manera que habian de poner las piedras


    44. suforma á costa de grandes sufrimientos, que las aristocráticas chinasconllevan con gran resignación, á trueque de mostrar al mundo unaejecutoria de nobleza adquirida á fuerza de apretones


    45. La intención de Nora es mostrar la tumba tal como estaba durante el saqueo


    46. Siempre están dispuestos a sacrificar, pero pocas veces a mostrar misericordia


    47. Ellos poseen también un ideal: el de mostrar mi ley de amor


    48. Tras diez minutos de entrevista, inclinó la cabeza para mostrar que estaba satisfecho


    49. Cuatro días antes, cuando se hallaba medio dormido en la enfermería del castillo mientras los criados se desvivían por atender a su yerno y los ingenieros se esforzaban por mostrar una untuosa sensatez, había habido algo…, algo…


    50. Para liberarse del samsara, el círculo vicioso de los renacimientos, y alcanzar la iluminación, es necesario contar con un maestro capaz de mostrar lo que conviene hacer para progresar en la Vía y evitar los obstáculos que se presentan














































    1. Morand se mostro muy interesado en conocer los detalles del asunto y Maurice se ofrecio a contar todo lo que sabia del caso, mientras Genevieve y el resto de los invitados prestaban la mayor atencion


    2. El cartel de Il Mostro que había clavado hacía


    3. por una declaración sobre el caso de Il Mostro en la que el FBI se lava las manos: Nuestro perl


    1. Y nosotros mostrábamos las órdenes, que eran por cierto las cuentas de la posada de Nápoles, bien dobladas y selladas


    1. Y, sin duda, Sicilia, por su situación geográfica crucial en todas las vías del Mediterráneo, por la probidad de vuestro gobierno, por el respeto que mostráis al Santo Padre y por la benevolencia que él os profesa, merece tal consideración


    1. A todo ello accedí de buen grado, y me mostré en el resto de laconferencia, que


    2. mostré elestado de la caja y de los libros: un pasivo de


    3. leguas de ellos para la mudanza elcual Mapa mostré y entregué


    4. Así, cuando Ramsey se puso en contacto conmigo y me dijo que tenía una propuesta, no vacilé y me mostré de acuerdo en encontrarme con él en privado


    5. Allí estaba, mudo, casi en la misma postura que tenía la mañana en que de lejos le mostré, engañándolo, las notas falsificadas de mis exámenes


    6. Le expliqué el funcionamiento del mando a distancia de la tele, le mostré mi pequeña colección de películas y le enseñé los libros que tenía en las estanterías de la sala de estar y de la habitación de invitados


    7. Me mostré comprensiva y ahora voy con cierta frecuencia


    8. »Recordarán ustedes que desde el principio mostré un particular interés por esas hojas


    9. Llegué al edificio del Ministerio, subí por una doble escalera de mármol, atravesé puertas de bronce custodiadas por guardias con penachos en los gorros y mostré mis documentos a un ujier


    10. Durante uno de los últimos de sus muchos viajes por el mundo, tuve el placer de llevarlos volando a él y a su esposa, Anne, por Sri Lanka, y les mostré algunos de los escenarios reales que aparecen en Las fuentes del paraíso

    11. Díjele que estaba solo con la muerta, y por la puerta de cristales que con la alcoba comunicaba le mostré el lecho, del cual se veía la parte de los pies, y el bulto de los de


    12. Me acerqué a la puerta, mostré el recibo de mi trabajo, porque eso sí exigí recibo, siempre lo he exigido, así como recomendaciones para futuros trabajos, y aquí me tienen ustedes, me acaban de llamar…


    13. Algún día, cuando yo no esté para tenderos la mano, el buen criterio, la educación y la intuición que os mostré, ocuparán mi lugar


    14. – Se los mostré


    15. "Por este libro", y le mostré el volumen de


    16. Mostré el pañuelo, que los labios muertos de La Sirena habían


    17. Mostré el pañuelo, besado por los labios muertos de La Sirena


    18. –Y ellos… – Mostré los bailarines


    19. Les mostré la tarjeta Visa Oro, pero me exigieron otra identificación


    20. Frené ante la puerta y mostré mi invitación al guardia más cercano; indicó a su compañero que bajara el arma, me saludó entrechocando los talones y dijo que continuara

    21. »Se las mostré e intentaron cerrarlas, pero las había atrancado tan bien que no pudieron hacerlo


    22. No obstante, su interés pareció despertar cuando le mostré cómo se podía grabar su nombre para siempre, para lo cual utilicé un hueso delgado de rana, dibujándolo en la dura tierra del piso


    23. Se ocupó toda su vida de preparar series lógicas, del tipo más elemental, como la que le mostré yo: dados tres símbolos en secuencia, escribir a continuación el cuarto


    24. Llegué a la noche de Pavarotti con diez horas de sueño divididas en tres días y ni una pizca de cansancio mostré en el largo peregrinar hacia su encuentro ni en el aun más largo regreso hasta la hacienda de Temozón


    25. Me explicó sin reservas todos sus movimientos, y luego le mostré el plano


    26. Se lo mostré


    27. Me mostré casi grosero con quienes querían hablar del incidente de los rehenes y sus consecuencias


    28. Le mostré las señas que me había dejado el coleccionista antes de pasar al mundo de los muertos


    29. La operación se efectúa con una vuelta de la válvula que le mostré en el cuarto de las macetas, mientras uno se dedica a otra cosa


    30. Le mostré muchas otras maravillas, pero él permanecía indiferente y pensativo

    31. Mostré mis credenciales


    32. —Le mostré un objeto al individuo examinado, analicé la reacción eléctrica que producía esta visión en su cerebro, la pasé a cifras y, luego, a puntos


    33. Cogí el atrapaflechas por el aro que había puesto en la parte superior y le mostré al maestro que podía rotar libremente


    34. Le mostré la revista, y la habitualmente tranquila Katrin se transformó


    35. «Esto es imposible —dijo entre risas pero con contundencia Rudolf Jaenish cuando tras la sesión le mostré la publicidad de la crema—


    36. — Exacto, señor —dije, y le mostré la portada de Der Stürmer—


    37. En el Departamento de Registro del Personal del segundo piso, mostré mis credenciales y les expliqué mi misión


    38. –¿Cómo? Ah, sí… ¿Se acuerda de las líneas de absorción que le mostré, las que emitía el centinela de mi laboratorio?


    39. «Les mostré la historia de los directores y productores que habían contado con un número determinado de éxitos seguidos para después fracasar


    40. Asistí a conferencias sobre filosofía en escuelas alejandrinas, visité los lugares notables y me mostré frecuentemente en público

    41. Le mostré un diagrama


    42. Se la mostré a mi tío, que a menudo es lo bastante generoso como para poner a mi servicio su buen juicio


    43. Mostré un puñado de alubias amarillas bastante largas


    44. Al desembarcar mostré a los oficiales de la aduana la carta del rey de Luggnagg para Su Majestad Imperial


    45. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    46. Pero al fin, siguiendo la indicación de personas mayores, mostré abiertos mis secretos para que fueran examinados en tribunal


    47. Entré en el edificio, mostré mis credenciales y subí a la oficina


    48. Yo le mostré el cielo invernal tan profundo y tan luminoso con su miríada de estrellas australes y su Cruz del Sur


    49. Entré en la habitación del hormiguero y les mostré a las hormigas mis zapatos nuevos


    50. —y le mostré la puerta del closet

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    mostrar in English

    demonstrate show reveal produce show around take around indicate

    Synonyms for "mostrar"

    indicar advertir guiar orientar aconsejar encaminar exponer exhibir presentar manifestar sacar exhumar