1.
El pajaroid graznó y luego dio dos alazos lentos, sus enormes alas de color pardo volaron con elegancia por el firmamento y provocaba así la sensación de que se trataba de un fénix mítico
2.
—La administración del Pardo nada menos
3.
y en cuanto a laadministración del Pardo, no crea usted que digo que no
4.
El ciento de pintón, que estaba la semana pasada adiez reales, ahora me lo quieren cobrar a once y medio, y el pardo adiez y medio
5.
Pudiera agregarse que aun hoy en Sagayo y otros lugares de Castilla laVieja se mantiene con el nombre de anguarina el traje pardo delAlmirante con igual longitud y anchura; con las maneras, las mangaslargas y la capilla, con que sin serlo, parecen frailes de San Franciscolos campesinos
6.
que le faltaba cuando la vi en Córdoba y enel Pardo, el perfecto
7.
»Dormía el león pardo en la frida montaña,
8.
dichas minas portuguesas: cuya nacion, teniendo cubierta sunavegacion de los rios Pardo y
9.
el Pardo hasta el rio Camapoan, transportanembarcaciones y
10.
mirando con atención lo que elmozo hacía; el cual traía puesto un capotillo pardo de dos haldas,
11.
una de sus bellísimas manos—cazabael rey en El Pardo; entre los caballeros que
12.
capote pardo de los que usa el personalsubalterno de
13.
leyendo en voz altalas comunicaciones enviadas por el héroe de Cerro Pardo
14.
Total: que la esposa del héroe de Cerro Pardo poseía una colecciónenorme de alhajas, y los
15.
Son Emilio Pardo, tan culto,
16.
puerta de mi casa un birlocho pardo con varias capas de polvo detodos los días y
17.
del pardo ruiseñor enamorado,
18.
El coche emprendió la marcha carretera de El Pardo arriba, y
19.
pasar por el pardo caserón de la calle dePizarro, donde habitaba
20.
POR el puentecillo de El Pardo iba aquel rey galán cuya
21.
—¡El rey acaba de morir en el palacio de El Pardo!
22.
¡Puentecillo de El Pardo, por donde pasaba el príncipe de las
23.
—Acaba de llegar un amigo del Pardo, el cochero de los señores deMudela, y me ha dicho que el señorito
24.
un pantalón y una holgadachupa de sayal pardo, hechos al
25.
Los cerros del poniente recortaban escuetoy pardo
26.
eraAlejandro: el pícaro pardo había cumplido su promesa; un día de unaltercado
27.
—replicó el pardo con el acento deun hombre que
28.
pasadas con un profundo conocimiento de lo sucedido, porque elnegro y el pardo
29.
laadministración de El Pardo, y allí le guardaban empajado y con ojos devidrio, como
30.
de Madrid que vivían del huroneo en los bosques de El Pardo
31.
Pardo, por si algún conejo se sale del término
32.
pensaban vadear el Manzanares, cazandoaudazmente en la otra parte de El Pardo,
33.
El Pardo, que parecían correrhundiéndose en la sombra?
34.
El Mosco, que conocía todas las madrigueras de El Pardo, se detuvojunto a una
35.
Se pasa las noches en El Pardo, y algunas veces vade día
36.
pardo; cualquiera hubiera creído que era un ermitaño
37.
pardo delAlmirante con igual longitud y anchura; con las
38.
Rafaél Pardo deFigueroa,
39.
Un gato pardo iba y venía del mostrador a la mesa de donSantos, se
40.
delos tejados de un rojo sucio, casi pardo de la ciudad triste, sumida ensueño y en niebla, el alma
41.
miraba al cielo pardo yveía desaparecer entre la niebla una falange de cuervos por aqueldesierto
42.
Y don Fermín se despojó del chaquetón pardo, dejó el sombrero de anchasalas, desciñó el
43.
¡Ohdolor! Aquel castizo Pardo de la Lage, naciendo en el siglo XV, hubieradado en qué
44.
—La casta de los señores de Pardo es muy saludable, gracias a Dios
45.
inteligencia con los portugueses del Viamont y Río Pardo,
46.
por elcompromiso en que se veía de ir al Pardo en excursión de
47.
siguiente domingo la excursión al Pardo, en que se
48.
gris; venía a cuerpo con unchaquetón pardo, y los pantalones,
49.
cabeza, gorra depelo y un chaquetón de paño pardo que me ha prestado el leñador
50.
Luego, de un maletín de cuero pardo, muy raído, que siempre llevaba consigo, sacó los ornamentos y objetos litúrgicos -algunos muy mellados-, mordidos por negras herrumbres, a los que frotaba con el vuelo de las mangas antes de disponerlos sobre el altar
51.
El río va a la derecha del camino, su paso lo señalan la albura de los álamos y el verdor de la huerta que produce tomates, lechugas y otras legumbres; al lado contrario se enseña el erial, que es campo de color pardo y habitado por escuerzos y caza menor
52.
No encontraron ninguna de las dos cosas, pero sobre todo no las encontraron los cabecillas golpistas de la división (el general Torres Rojas, sustituto de Juste según los planes de los conjurados, el coronel San Martín, jefe del Estado Mayor, y el comandante Pardo Zancada, encargado por Milans de poner en marcha la operación), ni tampoco ninguno de los demás jefes y oficiales que se agitaban en medio de la zozobra del Cuartel General: como tantos otros militares durante los años anteriores al golpe, muchos habían prodigado amenazas al gobierno con bravatas de cuarto de banderas, pero cuando llegó el momento de ponerlas en práctica no fueron capaces de arrebatarle el mando al débil y dubitativo Juste y, aunque es verdad que durante las primeras horas del golpe Torres Rojas y San Martín intentaron todavía convencer a Juste de que anulara la contraorden de salida, lo cierto es que lo hicieron con escasa convicción, y que las presiones que ejercían sobre el jefe de la Brunete se esfumaron cuando poco después de las ocho de la tarde, obedeciendo dócilmente las órdenes de sus superiores, Torres Rojas se marchó del Cuartel General y regresó en avión regular a su destino en La Coruña
53.
En cuanto a Milans, durante esos cuatro días organiza con sus dos ayudantes la sublevación de Valencia, obtiene promesas de apoyo o neutralidad de otros capitanes generales, monta a toda prisa la rebelión en la Acorazada Brunete a través del comandante Pardo Zancada (a quien en la víspera del golpe hace acudir a Valencia para darle instrucciones al respecto) y habla por teléfono como mínimo en tres ocasiones con Armada
54.
La última conversación tiene lugar el 22 de febrero: desde el despacho del hijo del coronel Ibáñez Inglés, Milans habla con Armada en presencia de Ibáñez Inglés, del teniente coronel Mas Oliver y del comandante Pardo Zancada, y lo hace repitiendo en voz alta las palabras de su interlocutor para que sus acompañantes las escuchen, como si no acabara de fiarse del todo de Armada o como si necesitase que sus subordinados se fiasen del todo de él; los dos generales repasan: Tejero tomará el Congreso, Milans tomará Valencia, la Brunete tomará Madrid y Armada tomará la Zarzuela; lo fundamental: todo se hace a las órdenes del Rey
55.
La columna procedía del Cuartel General de la Acorazada Brunete en las afueras de la capital y estaba al mando de Ricardo Pardo Zancada, el mismo comandante de Estado Mayor que la víspera del golpe, durante un viaje de ida y vuelta a Valencia, recibió de Milans el encargo de sublevar su división con la ayuda del general Torres Rojas y el coronel San Martín
56.
A lo largo de toda la tarde y la noche Pardo Zancada había asistido entre perplejo, airado e impotente al fracaso de la rebelión en la Brunete una vez que Juste, el general en jefe, revocó la orden de salida cursada a todos los regimientos minutos antes del asalto al Congreso; avergonzado por la huida de Torres Rojas, que poco después de las ocho había partido de vuelta a su destino en La Coruña sin cumplir con su misión, y por la parálisis de San Martín y del resto de los jefes y oficiales de la unidad, tantas veces partidarios ardorosos del golpe, poco antes de la una de la madrugada Pardo Zancada cambió el uniforme de paseo por el de campaña, improvisó su columna de vehículos ligeros con la colaboración de varios jóvenes capitanes y con las dos únicas compañías acantonadas en el Cuartel General y, después de dejarla formada durante más de un cuarto de hora en las inmediaciones de la barrera de salida a modo de desafío o de invitación a sus compañeros, partió hacia el Congreso tras comprobar que nadie iba a engrosarla y amenazar con pegarle un tiro en la cabeza al soldado que desobedeciese sus órdenes
57.
Dado que Pardo Zancada se unió a Tejero cuando para muchos el golpe había sido ya prácticamente neutralizado, muchos pensaron que el suyo era un acto quijotesco o eso que suele denominarse un acto quijotesco: un noble ademán de lealtad a una causa perdida
58.
No lo fue: es verdad que, a diferencia de muchos de sus compañeros, Pardo Zancada demostró no ser un cobarde, igual que es verdad que era un idealista con la imaginación demasiado inflamada por los pundonores de la cacharrería del heroísmo franquista y un radical demasiado embebido en el mejunje ideológico de la ultraderecha para amilanarse en el último momento, pero no es verdad que su acto fuera un acto quijotesco
59.
Por ese motivo era peligroso el movimiento de Pardo Zancada; por ese motivo y quizá por otro
60.
Aunque el 23 de febrero actuó bajo las órdenes de Milans, es posible que Pardo Zancada se hallara relacionado más o menos de cerca con un grupo de coroneles relacionado a su vez con San Martín o capitaneado por San Martín, un grupo que, según explicaba en noviembre del año anterior el informe de Manuel Fernández-Monzón Altolaguirre titulado «Panorama de las operaciones en marcha», llevaba meses planeando un golpe duro cuyo propósito era el establecimiento de una república presidencialista o un directorio militar; San Martín y Pardo Zancada se habían subido en el último momento al golpe monárquico de Armada y Milans, pero, habiendo fracasado éste, el golpe de los coroneles era tal vez la única alternativa visible para los golpistas en medio del nerviosismo, el desconcierto y el caos reinantes, y la acción de Pardo Zancada
61.
A pesar de que a la una y media de la madrugada quizá pocas personas temían que aquel imprevisto supusiera un revulsivo suficiente para entregar el triunfo a los golpistas, los primeros momentos de Pardo Zancada en el Congreso parecieron confirmar estos negros pronósticos
62.
La llegada de su columna levantó el ánimo de los guardias civiles sublevados, que empezaban a ser víctimas de la fatiga y del desaliento, conscientes de que el fracaso de la negociación entre Armada y Tejero había impedido un desenlace favorable del secuestro y de que a cada momento que pasaba era más difícil que el ejército acudiera en su auxilio; pero, además de proporcionar una momentánea dosis de moral a los rebeldes -permitiéndoles creer que por fin la Brunete se había unido al golpe y que aquel destacamento era sólo la cabeza de puente del esperado movimiento general-, tan pronto como se puso a las órdenes de Tejero Pardo Zancada se concentró en la tarea de insubordinar otras unidades: provisto de un listín telefónico de la división que se había procurado en el Cuartel General y saltando de teléfono en teléfono a medida que quienes dirigían el asedio al Congreso le cortaban las comunicaciones con el exterior hasta dejar únicamente cuatro o cinco aparatos en funcionamiento de los ochenta de que disponía el edificio, Pardo Zancada habló (desde un despacho de la planta baja del edificio nuevo, desde la centralita, desde las cabinas de prensa) con numerosos jefes de la Brunete dotados de mando en tropa; tras dar novedades a San Martín llamándole al Cuartel General, habló con el coronel Centeno Estévez, de la Brigada Mecanizada II, con el teniente coronel Fernando Pardo de Santayana, del Grupo de Artillería Antiaérea, con el coronel Pontijas, de la Brigada Acorazada XII, con el teniente coronel Santa Pau Corzán, del Regimiento de Caballería Villaviciosa 14
63.
Con todos ellos la conversación fue parecida: Pardo Zancada les informaba de lo que había hecho y a continuación los conminaba a que siguieran su ejemplo, asegurándoles que muchos otros como ellos se disponían a imitar su gesto y que bastaba colocar un tanque en la Carrera de San Jerónimo para que el golpe fuera irreversible
64.
Las reacciones a sus soflamas telefónicas oscilaron entre el derrotismo de Pardo de Santayana y el entusiasmo de Santa Pau Corzán («¡Descuida, Ricardo, no te dejaremos con el culo al aire! ¡Iremos con vosotros!»), y hacia las tres y media de la madrugada sus esfuerzos parecieron fructificar cuando un ayudante de Milans llamó al Congreso para anunciar que los regimientos de caballería Villaviciosa y Pavía acababan de sublevarse y se dirigían a la Carrera de San Jerónimo
65.
No era verdad, pero -gracias al teniente coronel De Meer y al coronel Valencia Remón, que hasta bien avanzada la madrugada estuvieron a punto de sacar sus tanques de los cuarteles- faltó muy poco para que lo fuera; también faltó muy poco para que al menos otras dos o tres unidades de la Brunete imitasen a Pardo Zancada
66.
Poco después de recibir la noticia de ese doble revés Pardo Zancada llamó a Valencia y habló con Milans
67.
No hubo ninguna otra adhesión, nadie se atrevió a desobedecer al Rey, los coroneles liderados por San Martín o vinculados a San Martín decidieron permanecer agazapados a la espera de una ocasión más propicia y, tras convencerse de que tampoco podía hacer nada por Tejero y por Pardo Zancada (o de que lo mejor que podía hacer por ellos era precisamente abandonarlos, para provocar su rendición y terminar con el secuestro), Milans admitió su derrota
68.
Eso vino a ser lo que le dijo a Pardo Zancada la última vez que hablaron por teléfono aquella noche: que ninguna capitanía secundaba el golpe y que él había devuelto las tropas a los cuarteles y anulado el bando que proclamaba el estado de excepción; a esto sólo añadió que intentase persuadir a Tejero de que aceptara el acuerdo que horas atrás le había ofrecido Armada y que el teniente coronel había rechazado
69.
Mi general, dijo Pardo Zancada
70.
A sus órdenes, mi general, dijo Pardo Zancada
71.
¿Quiere alguna cosa más de mí? Nada, Pardo, dijo Milans
72.
Ambos intentos perseguían sacar del Congreso a Pardo Zancada (la teoría era que, si Pardo Zancada salía de allí, Tejero no podía tardar en seguirlo), pero, aunque San Martín parecía la persona ideal para conseguirlo, porque era amigo e inmediato superior jerárquico de Pardo Zancada y quizá porque muchos sospechaban que estaba de algún modo involucrado en el golpe, el primero de ellos fracasó; no así el segundo
73.
El teniente coronel Fuentes era un oficial destinado en la División de Inteligencia Exterior del Cuartel General del ejército a quien unía una antigua amistad con Pardo Zancada: ambos habían trabajado a las órdenes de San Martín en el servicio de inteligencia del almirante Carrero Blanco, ambos formaban parte del comité de redacción de la revista militar Reconquista y ambos compartían ideas radicales; aquella noche Pardo Zancada y él habían hablado por teléfono en varias ocasiones, arengándose mutuamente, pero hacia las ocho de la mañana Fuentes ya había aceptado que la permanencia de su amigo en el Congreso carecía de sentido y decidió solicitar el permiso de sus superiores para hablarle e intentar que desistiera
74.
Su idea fue bien acogida en el Cuartel General, se le concedió el permiso y, después de pasar por el puesto de mando del asedio en el hotel Palace -donde los generales Aramburu Topete y Sáenz de Santamaría le exigieron que sólo aceptara condiciones de rendición que juzgase absolutamente razonables-, poco después de las nueve se presentó a los guardias civiles que custodiaban la verja de acceso al Congreso y pidió hablar con Pardo Zancada
75.
Estos síntomas de estampida explican que, a diferencia del coronel San Martín unas horas antes, el teniente coronel Fuentes encontrara a un Pardo Zancada predispuesto a pactar un final
76.
Pardo Zancada pidió salir del Congreso al mismo tiempo que Tejero, pidió hacerlo al mando de su unidad y poder entregarla en el cuartel general de la Brunete, pidió que no se reclamase responsabilidades a ninguno de sus hombres salvo a él, pidió que no hubiera fotógrafos ni cámaras de televisión en el momento de la salida
77.
De acuerdo, contestó Pardo
78.
Tras reunirse con sus oficiales y sus guardias, Tejero suscribió las exigencias de Pardo Zancada, pero matizó algunas y añadió otras, entre ellas que fuese el general Armada quien garantizase con su presencia el acuerdo
79.
Hubo más conciliábulos, más idas y venidas entre el Congreso y el Palace, y hacia las once y media la rendición se había consumado: en el patio que separa el edificio nuevo y el edificio viejo, sobre el techo de uno de los Land Rover de Pardo Zancada, en presencia de éste; de Tejero, de Fuentes y de Aramburu Topete, el general Armada avaló el cumplimiento de los puntos del pacto firmando la hoja donde Fuentes los había anotado
80.
Se realizó de forma ordenada: el presidente de la Cámara levantó reglamentariamente la sesión y los parlamentarios empezaron a desfilar; una última humillación los aguardaba no obstante en el patio, donde Pardo Zancada había formado en línea de a tres su columna de soldados para obligarlos a pasar ante ella, estragados por las zozobras de la noche en vela y observados de lejos por la multitud que esperaba a las puertas del Palace, antes de salir en libertad a la Carrera de San Jerónimo
81.
Los primeros se limitaron a defenderse mejor o peor del delito de rebelión militar que se les imputaba y a tratar de desvincularse para ello del golpe y del resto de los procesados; en cambio los segundos -con la excepción del comandante Pardo Zancada, que asumió sin esconderse su responsabilidad en los hechos- trataron de vincularse a los primeros y, a través de ellos, al Rey, buscando convertir aquel consejo de guerra en un juicio político y presentándose como un grupo de hombres de honor que había actuado bajo las órdenes de Armada, que a su vez había actuado bajo las órdenes del Rey, con el fin de salvar a un país corrompido por un régimen político corrompido y una clase política corrompida, y en consecuencia con la eximente militar de obediencia debida y la eximente política de estado de necesidad
82.
Fue así como a base de contradicciones y disparates el juicio se envileció con un festival de mentiras en el que, salvo Pardo Zancada, ninguno de los procesados dijo lo que hubiera debido decir: que habían hecho lo que habían hecho porque creían que era lo que había que hacer, aprovechando que Milans decía que Armada decía que el Rey decía que era lo que había que hacer, y que en todo caso lo hubiesen hecho tarde o temprano, porque era lo que igual que tantos de sus compañeros estaban deseando hacer desde hacía mucho tiempo
83.
Por fin, el día 3 de junio, el tribunal emitió su fallo: Tejero y Milans fueron condenados a treinta años de cárcel -la pena máxima-, pero a Armada sólo le cayeron seis, como a Torres Rojas y Pardo Zancada, y todos los demás jefes y oficiales se libraron con penas de entre uno y cinco años; todos salvo Cortina, que fue absuelto, igual que lo fueron un capitán de la Brunete y un capitán y nueve tenientes que acompañaron a Tejero hasta el Congreso
84.
Menos de un año más tarde el último tribunal dictó la sentencia definitiva; la mayoría de los procesados vio por lo menos duplicada su condena: Armada pasó de seis años a treinta, Torres Rojas y Pardo Zancada de seis a doce, Ibáñez Inglés de cinco a diez, San Martín de tres a diez, y así sucesivamente, e incluso los tenientes que asaltaron el Congreso y habían sido declarados inocentes por el primer tribunal fueron también condenados
85.
Estaba el «muchacho bajito y simpático» con una cabeza de galán joven y hombros frágiles; el Oso pardo, un árabe alto y fuerte, de rasgos toscos, la mirada siempre fija; el amigo de los animales, un viejo italiano de rostro apagado y ojos claros, encorvado sobre su manivela y que debía su apodo al hecho de que casi había detenido el tranvía para esquivar a un perro distraído y otra vez a otro animal que sin miramientos hacía sus necesidades entre los rieles; y el Zorro, un gran papanatas que tenía la cara y el bigotito de Douglas Fairbanks
86.
Pero a quien admiraban locamente era al Oso pardo, que, imperturbable, plantado sobre los sólidos cimientos de sus piernas, conducía su ruidosa máquina a toda velocidad, sujetando con la mano izquierda, enorme, el puño de madera de la palanca y empujándolo apenas la circulación lo permitía hasta la tercera velocidad, la mano derecha vigilante en la gran rueda del freno, a la diestra de la caja de velocidades, pronta a dar varias vueltas vigorosas a la rueda mientras ponía la palanca en punto muerto y la motora patinaba entonces pesadamente en los rieles
87.
Cuando conducía el Oso pardo, la larga pértiga, sujeta por un gran muelle en espiral en lo alto de la motora, en los virajes y en los cambios solía despegarse del hilo eléctrico por el que se deslizaba merced a una ruedecita de llanta hueca, y a la que volvía con gran ruido de vibraciones y escupiendo chispas
88.
Pero el Oso pardo permanecía impávido; esperaba a que, aplicando el reglamento, el colector le diera la señal de partir y para ello tiraba de la cuerdecita que colgaba en la parte trasera de la motora con la que se accionaba una campanilla situada delante
89.
Iban a cenar gamo al Pardo
90.
Tenían unos buenos zapatos negros formales -los llevaba hoy-, un buen par de zapatillas que había adquirido cierto día que prefería no recordar y cuatro pares de botines de combate, dos negros y dos de! color pardo al que tendía el Cuerpo de Infantería de Marina, fuera de los desfiles y otros eventos oficiales, en los que los duros integrantes de la Fuerza de Reconocimiento rara vez participaban
91.
Su Alteza vivía en el Palacio de la Zarzuela, en El Pardo, al norte de la ciudad
92.
-Al Pardo -contesté con resolución
93.
Sin embargo testimonios como el del entonces capitán Pardo, que no duda en atribuir a los camaradas alemanes gran parte del mérito en detener el ataque enemigo, no son los más frecuentes y a menudo los autores españoles nos hablan de la Batalla de Krasny Bor como un asunto que afectó única y exclusivamente a los españoles
94.
El coronel Ricardo Pardo (de Castellón) tuvo la amabilidad de permitirme consultar las memorias de su padre, el capitán Serafín Pardo, combatiente en esta batalla
95.
-Su Majestad intrusa va al Pardo -dijo don Lino Paniagua en uno de los corrillos que se formaron al pasar los carruajes y la tropa
96.
-Una carta del Pardo en que se le dice que mañana, 7 de Julio, a la madrugada atacarán los Guardias a Madrid por tres puntos distintos, por la puerta del Conde-Duque, por
97.
-Lo más que se les puede exigir a esos cobardes es que se dejen atacar en el Pardo
98.
¡Irse al Pardo! Si hubieran atacado el día 1
99.
Su chaquetón pardo con vueltas encarnadas dejaba ver el pecho donde se cruzaban los curvos mangos de dos pistolas, cuyos cañones desaparecían entre la seda de una faja morada
100.
El siciliano servía de correo de gabinete entre Istúriz y la Reina, y todas las noches iba al Pardo secretamente, no siempre solo, pues el mismo Istúriz u otros le acompañaron más de una vez