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    Usar "arrojar" en una oración

    arrojar oraciones de ejemplo

    arroja


    arrojaba


    arrojaban


    arrojabas


    arrojado


    arrojamos


    arrojan


    arrojando


    arrojar


    arrojas


    arrojo


    arrojé


    1. El viejo arroja media sortija á la mar, ydespués se arrepiente de su precipitación, pues ya anciano, tiene doshijos, á los cuales, al morir, sólo puede dejar media sortija


    2. lógica, la investigación arroja un


    3. La relación que arroja la investigación de Arterton es recíproca y se da con base en estas consideraciones:


    4. Regímenes de bienestar en américa latina: tipos que arroja el análisis de los conglomerados Fuente: Elaboración propia


    5. Por eso, tanto la línea de investigación como los resultados que esta arroja, al mirar la región en su conjunto, ofrece datos que son a la vez reveladores y provisorios


    6. Hannele llega al extremo de ladesesperación, y en horroroso delirio se arroja á un


    7. bendiciendo la mano de la Providencia que me arroja en el polvo de donde nunca debí intentar


    8. prisa arroja el ganado fueradel patio de honor, y viniendo en su ayuda lashadas,


    9. se arroja en el Mamoré hácia el norte de los 13grados


    10. don Gaiferos, el cual ya ven como arroja, impaciente dela cólera, lejos de sí el tablero y las

    11. divinidad, y ella esquien ahora se arroja al cuello de un hombre


    12. con una risa feroz, arroja lejos el vaso, que se rompeen medio


    13. de señal alos otros, se arroja a su vez por el tubo, le siguen los


    14. pintorescascostas de la Guadalupe y el vapor arroja el ancla en


    15. imponenteponderación de la masa, nos desequilibra y nos arroja


    16. la estopa, bien exprimida, arroja productosde oro


    17. cesar el repique de las campanas, y arroja a la calle todo elamueblado de la casa que


    18. tambien por el violentotorbellino que lo arroja todo á las tinieblas del caos; en vano seesfuerza por


    19. el león se arroja con mayor aturdimientosobre la trampa que el zorro


    20. Señor los arroja del Paraíso

    21. tenue que la aristocracia arroja sobre el pueblo


    22. Después se arroja todo en el líquido y se mezcla


    23. tierra, y el mar los arroja lejos


    24. descubrimiento, losmete en toneles y arroja éstos a las olas, sin


    25. preciosa que se arroja de la embarcación al mar en los apuros


    26. coge al alma y la arroja paraque se anegue en el río


    27. En cuanto a la Gaceta de aquellos tiempos, justo es reconocerque arroja


    28. menestrales y mujeres del pueblo se agolpan á coger lasmonedas; al verlos reunidos en un punto, arroja un


    29. Vanse luego, y salen dos muchachos huyendo, y el uno de ellos hade ser el que se arroja de la


    30. «Nuestro estudio arroja pruebas de que en un modelo animal relativamente sencillo, los cambios en la actividad de un solo gen pueden tener consecuencias profundas en el comportamiento social del animal en su especie

    31. El primero es que el comportamiento del jefe de la AOME fue en apariencia irreprochable; el segundo es que esa apariencia se resquebraja a la luz del comportamiento de ciertos miembros de la AOME (ya la luz que esa luz arroja sobre


    32. Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos: aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: ''Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negregura yacen?'' ¿Y que, apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y, cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando


    33. Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven como arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán, su primo, pide prestada su espada Durindana, y cómo don Roldán no se la quiere prestar, ofreciéndole su compañía en la difícil empresa en que se pone; pero el valeroso enojado no lo quiere aceptar; antes, dice que él solo es bastante para sacar a su esposa, si bien estuviese metida en el más hondo centro de la tierra; y, con esto, se entra a armar, para ponerse luego en camino


    34. –Lo que usted quiere decir es que, por muy consciente que esté, siempre surge algo desde dentro que lo arroja… en brazos de su destino, antes bien que en los de sus deseos


    35. Después de esto, lo hace desollar por su cocinera, y arroja los intestinos sobre un montón de estiércol


    36. En el momento en que lucha con las convulsiones de la agonía pasa por allí un buitre, que en el país de Adelmonte hay muchos, se arroja sobre el cadáver, lo conduce entre sus garras a una roca y se lo come


    37. Bello como la leyenda que la imaginación arroja sobre la arena


    38. En algún lugar un volcán despierta sobrecogido y arroja fuego


    39. - Ata la cuerda y, después arroja el cabo


    40. El robot desguazado se arroja al mar o se coloca bajo tierra

    41. El psicópata abre la puerta de su habitación, entra y arroja las armas al suelo


    42. Ante aquel espectáculo, las lágrimas corrieron por las mejillas del califa, y después, muy enfurecido, encarándose con Giafar, exclamó: "¡Oh perro visir! ¡Ya ves cómo, durante mi reinado, se asesina a las gentes y se arroja a las víctimas al agua! ¡Y su sangre caerá sobre mí el día del juicio, y pesará eternamente en mi conciencia! Pero ¡por Alah! que he de usar de represalias con el asesino, y no descansaré hasta que lo mate


    43. Ros cercena también el rabo y lo arroja a un lado, dejando un muñón sangriento


    44. Y el novio se arroja al fuego, y camina por él hasta el mar, donde toma un baño, para ir entonces en dirección a casa de su novia


    45. Vivió su alma soñadora en continuos aleteos tras un ideal a que jamás llegaba, y en continuas caídas de las nubes al fango; y si su bondad y abnegación en la vida pública le granjearon amigos, sobre sus flaquezas [62] privadas arroja su manto más tupido la indulgencia humana


    46. -¿Ah, sí? Esto arroja una nueva luz sobre el asunto


    47. Aquí y allá hay equipo roto y tirado por tierra, armones y cureñas del tren de batir que arden en piras donde se arroja cuanto podría aprovechar el enemigo


    48. No me da tiempo a contestar, echa a correr, se da cuenta de que todavía tiene el cordón en la mano y me lo arroja


    49. Cuando alguien muere en el bosque o se arroja allí su cadáver, lo más probable es que la persona que descubra los restos sea un cazador


    50. Arroja el papel arrugado del donut al cubo de la basura












































    1. intentar ganar la apuesta, recoger el guante que me arrojaba el destino


    2. arrojaba al suelo el clavel que ella habíatenido en la boca, por no


    3. Ignoraba que aquelhombre tan avariento en los gastos de la casa arrojaba el dinero


    4. ella arrojaba de sí


    5. cuando arrojaba un sospiro queparecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos


    6. Porque la maldita tartana cumplió tan bien sus instrucciones, que poco apoco el vapor fue velando a las tres embarcaciones que se hundieron enla bruma y desaparecieron cuando el sol no arrojaba ya más que unaclaridad sombría y rojiza, y las estrellas comenzaban a brillar


    7. briosos caballos y se arrojaba del coche, metiéndose en


    8. que la civilización arrojaba al paso, porencima de nuestras


    9. ebullición arrojaba por la boca superior de la campana


    10. arrojaba entre sus gracejos al mundo, que no lecomprendía,

    11. acreditar suvalor, se arrojaba ante los coches que pasaban por la


    12. la antorcha encendida en la proa del bote, que arrojaba sobre lasaguas una gran


    13. encontraba el camino hecho, arrojaba porla ventana todo el trabajo del padre con el


    14. agitaba mis recuerdos tristes,como si fuesen las hojas secas de un árbol, y los arrojaba en el


    15. honores de la guerra y pareció ceder a una inclinación irresistibleque la arrojaba en


    16. perder el polvo de los siglos, se agitaba en Franciaqueriendo remozarse, arrojaba a un lado las


    17. Y mientras arrojaba con desprecio las espigas en un arriate del jardín,Gabriel pensaba con


    18. tanto arrojaba laspreciosas botas en medio del gabinete, y


    19. reflejaba en sus carnes sudorosas resplandoresde infierno, arrojaba el puñado de arena


    20. mesa y cuyas cáscaras arrojaba entrelas llamas del hogar

    21. Parecía que los arrojaba de Vetusta, silbándoles


    22. Y aqueldiablo, aquel malhechor se arrojaba a los pies del


    23. animaba, los arrojaba ala alegría aldeana, a los juegos brutales de la lascivia


    24. admiradores arrojaba escalerasabajo las camisas y calzoncillos del conde, ordenándole como una


    25. Pálida, ojerosa y sin fuerzas para nada, se arrojaba sobre lassillas y en el


    26. extinguido; pero arrojaba los billetespródigamente en las


    27. jabón queel chico de la casa de enfrente les arrojaba, habían desaparecido, yaquél,


    28. arrojaba en su pechola mala semilla de los celos, el


    29. Arrojaba de sí con energía esas añoranzas y luchaba


    30. intento, arrojaba en el suelo la nieve en cascadaspolvorosas,

    31. sacarles a lasalgas, que el mar arrojaba a las costas de la provincia en tantaabundancia, un


    32. pero mientras másquerían ir ellos por el camino del juicio, con más ahínco se arrojaba D


    33. veneros de oro arrojaba el Nuevo Mundo, mundodel cual dice un célebre poeta invocando la gran


    34. Había estado reuniendo piedras cada vez más pesadas, que arrojaba contra los repelentes seres que corrían de un lado a otro


    35. –¡Ea! ¡Ahora puedes mecerlo un poco tú, si quieres! – dijo la Duquesa al concluir la canción, mientras le arrojaba el bebé por el aire-


    36. Pero el hombre [lo] arrastraba rápidamente hasta el vehículo, abría una de las puertas con barrotes y, levantando al perro que se estrangulaba cada vez más, lo arrojaba a la jaula con la precaución de hacer pasar el mango del lazo a través de los barrotes


    37. Los ojos humildes de Meg se encendieron de enojo, mientras sacaba de su bolsillo una carta estrujada y se la arrojaba a Jo diciendo:


    38. El señor Laurence y su nieto comieron con ellos; también el señor Brooke, al que Jo arrojaba miradas furibundas con infinita diversión de Laurie


    39. Durante este tiempo el platero hacía brillar la joya a la luz de la lámpara, y el diamante arrojaba resplandores que le hacían olvidar los que, precursores de la tempestad, comenzaban a inflamar las ventanas


    40. Pero dejó de hacerlo cuando vio que Luz se arrojaba a sus pies y le rogaba, por lo que más quisiera, que declarara al viejo Gutiérrez que si ella, Luz, era la hija de Gutiérrez, Manuel en cambio no lo era, porque el marqués le haría la buena obra de explicar a su amigo que Manuel era, en verdad, hijo de Escandón

    41. -Es un asunto extraordinario -observó mientras arrojaba el sombrero sobre una silla y abría la puerta del consultorio


    42. Su primer recuerdo fue el de una salida de domingo, con su padre casi calvo y acosado, lanzando una risa de día de fiesta escandalosa y artificial, mientras arrojaba piedras al agua resplandeciente del lago, una tras otra, ante el aplauso de su hija


    43. Ella llegó frente a su casa, en el momento justo en que arrojaba la bolsa al contenedor


    44. Cuando el pesquero estaba cargado, zarpaba y, una vez en mar abierto, arrojaba el material y volvía para hacer otro viaje


    45. El documento, que ya fue publicado con anterioridad este mes por el periódico Corriere della Sera, arrojaba otra vez una luz estridente sobre la postura de la Iglesia para con los judíos y su exterminio, y en especial sobre Pío XII


    46. Su voz insinuaba sarcasmo y frustración, mientras arrancaba la hoja y la arrojaba sobre el escritorio a su compañero


    47. Tenía una mirada de decepción mientras se quitaba los calzoncillos y los arrojaba a la pila de ropa ensangrentada del suelo


    48. La multitud subía y bajaba, abría alacenas, rompía tapices, volcaba sofás y sillones, creyendo encontrar tras alguno de estos muebles al objeto de su ira; violentaba las puertas a puñetazos; hacía trizas a puntapiés los biombos pintados; desahogaba su indignación en inocentes vasos de China; esparcía lujosos uniformes por el suelo, desgarraba ropas, miraba con estúpido asombro su espantosa faz en los espejos, y después los rompía; llevaba a la boca los restos de cena que existían aún calientes en la mesa del comedor; se arrojaba sobre los finos muebles para quebrarlos, escupía en los cuadros de Goya, golpeaba todo por el simple placer de descargar sus puños en alguna parte; tenía la voluptuosidad de la destrucción, el brutal instinto tan propio de los niños por la edad como de los que lo son por la ignorancia; rompía con fruición los objetos de arte, como rompe el rapaz en su despecho la cartilla que no entiende; y en esta tarea de exterminio la terrible fiera empleaba a la vez y en espantosa coalición todas sus herramientas, las manos, las patas, las garras, las uñas y los dientes, repartiendo puñetazos, patadas, coces, rasguños, dentelladas, testarazos y mordiscos


    49. Al paso que uno de los oficiales de artillería hacía uso de su sable con fuerte puño sin desatender el cañón cuya cureña servía de escudo a los paisanos más resueltos, el otro, acaudillando un pequeño grupo, se arrojaba sobre la avanzada francesa, destrozándola antes de que tuviera tiempo de reponerse


    50. En aquel momento arrojaba su corazón al perro











































    1. En fin, toleróque a los cuatro días de muerto el nuevo aposentador, nombradoinmediatamente para sucederle, se incautase de cuanto había en lashabitaciones de Velázquez so pretexto de que las cuentas de laaposentaduría arrojaban en su contra un alcance de varios miles demaravedises


    2. agotaban los proyectiles, hasta que aquéllos les arrojaban a lacabeza los cestones vacíos


    3. madres que arrojaban a ellasa sus hijos, me juzgarían digno del


    4. grande, que unas se arrojaban de las ventanas, otras de loscorredores y otras caían


    5. cariciafuese la flecha que arrojaban los partos al huir, se entró en


    6. exhibición de las carterasrepletas de billetes que arrojaban sobro


    7. de lasaceras, huyendo de los disparos, se arrojaban de cabeza


    8. tenido talento para hacerse inamovible en el puestoque ocupaba, se los arrojaban a


    9. o rompían las ligaduras y arrojaban al olvido losbuenos consejos y preceptos que Juanita le había


    10. ganadería con aquellas viñasfamosas en el mundo, que arrojaban

    11. y niños, que se arrojaban sobre ellos queriendo detenerles


    12. mientras que mujeres ychiquillos se arrojaban chillando al fondo


    13. horroroso déficit que arrojaban los libros


    14. le arrojaban jerez y manzanilla a la cara


    15. que se arrojaban a puñadosen los días de boda; pero el chocolate era lo mejor del


    16. sombra que arrojaban las rocas, ydespués volvía; los lobos, con los ojos brillantes y


    17. invasión de aquel azote nunca visto, arrojaban lasregaderas,


    18. 1]se arrojaban a ellos


    19. carbón que arrojaban en el mar lospurgadores de las calderas,


    20. Los ríos que se arrojaban en su seno para renovarlo eran pocos

    21. Los pilluelos, jugueteando en torno de la verja, arrojaban


    22. desesperación, se arrojaban al mar; latrágica espera aglomerados


    23. arrojaban flores al mar en memoria de las víctimas,con un dolor


    24. silencio de la alcoba y arrojaban trémulos yamarillos reflejos a las paredes


    25. Mis amosgustaron de que les llevase siempre el vademecum, lo quehice de muy buena voluntad; con lo cual tenía una vida derey, y aun mejor, porque era descansada, a causa que losestudiantes dieron en burlarse conmigo, y domestiquéme conellos de tal manera, que me metían la mano en la boca y losmás chiquillos subían sobre mí; arrojaban losbonetes o sombreros, y yo se los volvía a la manolimpiamente y con muestras de grande regocijo


    26. lachimenea, que arrojaban sobre los recogidos llares costras de


    27. bolsillo de oro enla mano, y en llegando arrojaban el bolsillo, al


    28. con obstinacion arrojaban con las hondas


    29. Habrían devorado incluso los asquerosos pedazos de pescado podrido que les arrojaban los coripis cuando se hallaban prisioneros


    30. Entonces los niños se arrojaban a la calle, corrían bajo la lluvia con sus ropas ligeras y chapaleaban dichosos en el agua que fluía a borbotones por la cuneta, formaban corros en los grandes charcos, cogiéndose de los hombros, las caras llenas de gritos y de risas, recibiendo la lluvia incesante, chapoteando rítmicamente en el agua sucia de la nueva vendimia, más embriagadora que el vino

    31. pilas arrojaban una luz maligna y sus manos se habían crispado sobre la mesa hasta el punto de que parecía estar arañándola


    32. Se arrojaban a las Involutas para aumentar su poder; al penetrar en los diseños, según decía el mentor, aumentaban su poder psíquico


    33. Algunos peregrinos, perturbados enteramente, se arrojaban por el agujero y se precipitaban en los abismos


    34. El Corsario hizo limpiar las toldillas y realizar las reparaciones urgentes, mientras se arrojaban los cadáveres al mar envueltos en sacos y una bala de cañón como lastre


    35. En el patio, kurdos y negros formaban una horrible algarabía y de cuando en cuando distinguíanse mechas encendidas que arrojaban resplandores rojizos en dirección al reducto


    36. Al ver al dirigible los árabes se habían detenido blandiendo sus fusiles, mientras los negros más supersticiosos se arrojaban al agua, abandonando sus cargas sobre el puente


    37. De cuantas casas entraban arrojaban a los habitantes, obligándolos con amenazas de muerte a dejar sus hogares y a abandonar la ciudad; así que las calles estaban llenas de fugitivos


    38. Los españoles arrojaban sobre ellos balas y piedras y hacían fuego con sus mosquetes, pues ya era inútil la artillería, y los acometieron con albardas y espadas


    39. Los «tiburones» gigantes fueron avistados algunas veces, pero nunca se acercaban a la nave, ni siquiera cuando se arrojaban desperdicios por la borda


    40. Si me escupían, insultaban y arrojaban piedras, me iba

    41. La silla de ruedas apareció al fondo del recibidor, contra las grandes cristaleras sobre las que los árboles del exterior arrojaban la sombra de la tarde


    42. Incluía cuadros, gráficas y cifras, además de sobrecogedoras ilustraciones que contrastaban con la frialdad científica del estudio, sobre el que arrojaban una especie de estudiado y macabro romanticismo


    43. Vieron todos aquel lugar como un santuario cuya conquista era el supremo galardón de la victoria, y se arrojaron sobre los defensores del agua escasa y corrompida que arrojaban unos cuantos arcaduces en un estanquillo


    44. Cuando la tropa francesa de línea retrocedió por tercera vez, extenuada de hambre, de sed y de cansancio; cuando los soldados que no habían sido heridos se arrojaban al suelo maldiciendo la guerra, negándose a batirse e insultando a los oficiales que les llevaran a tan terrible situación, el general en jefe reunió la plana mayor, y expuesto en breve consejo el estado de las cosas, [231] se decidió intentar un último ataque con los marinos de la guardia imperial, aún intactos, poniéndose a la cabeza todos los generales


    45. Mientras los morteros situados al Mediodía arrojaban bombas en el centro de la ciudad, los cañones de la línea oriental dispararon con bala rasa sobre la débil tapia de las Mónicas y las fortificaciones de tierra y ladrillo del Molino de aceite y de la batería de Palafox


    46. Los veinte tuvieron que resistir el vivísimo fuego que se les hacía desde el coro, y la explosión de las granadas de mano que los de las tribunas les arrojaban; pero, a pesar de sus grandes pérdidas, avanzaron resueltamente a la bayoneta sobre la escalera


    47. Inés le ponía las manos en los hombros para obligarle a estarse quieto y recogía la ropa de abrigo, que los movimientos del enfermo arrojaban a un lado y otro


    48. Aquellas cuatro manos trabajaban en el desnudar y en el vestir, cual si fueran cuarenta, y sin descansar arrojaban en tierra las prendas quitadas, sacando otras de los cofres para cubrir el transformado cuerpo; ataban las cintas, prendían los botones, abrían un hoyo en el suelo para sepultar las nefandas insignias, y lo cubrían con tierra


    49. El comentario hizo que el joven Mario contuviera la risa, aunque no le disuadió de su afición por aquel pez que se criaba entre los excrementos que arrojaban las cloacas de la ciudad


    50. Un agujero daba entrada al aire que arrojaban pulmones mecánicos, movidos por la turbina












































    1. Como, por ejemplo, cuando arrojabas del mostrador, de un manotazo, mercaderías que, no querías reconocer, habías confundido con otras, y el dependiente tenía que levantarlas (sólo la inconsciencia de tu ira hubiera podido ser una pequeña excusa)


    1. inspeccionaba los desperdicios que había arrojado a la


    2. «¡Bien, hombre, bien! exclamaba, así megusta; los hombres no deben llorar aunque se vean con las tripas en lamano; has faltado a la obediencia pero has sufrido el castigo conentereza; a tí no te hubieran arrojado en Esparta de la roca como aotras mujerzuelas que hay en la clase!» Y echaba miradas de soberanodesdén a ciertos individuos


    3. Todos saben que habiendo muerto durante lanavegacion su cadáver fué arrojado al mar


    4. Arrojado de todas partes, sin tener un pedazo de panque llevarse á la boca, ni ropa con que preservarse delfrío, comprendió el cuitado con terror que se acercabael instante de pedir limosna


    5. arrojado él al mar


    6. Fue arrojado el héroe lejos de la balsa,


    7. 315 Fue arrojado el héroe lejos de la balsa,


    8. de lapasión, habría cogido a lord Gray y le habría arrojado al


    9. loha arrojado en los abismos del silencio


    10. enferma, quepor vos muere! ¡una mujer que por vos se ha arrojado á lasplantas del

    11. fué arrojado de la tiendaa puntapiés por el patrón, que no quería


    12. El buen cura había arrojado un puñado


    13. La razón, que le habían arrojado


    14. Se han arrojado a mis pies y me lamen las manos


    15. Por encima de las cabezas sólo se veíanpasar piedras, y los que las habían arrojado se lamentaban de que éstasno pudiesen llegar hasta el ser á quien iban dedicadas


    16. Mientras tanto, Adela se había arrojado a las rodillas de la


    17. lo infinito, yqueriendo subir, subir muy alto, han arrojado el


    18. interés por unextraño que el acaso había arrojado en su camino


    19. y arrojado su cuerpo desde el balconaje a la plazadel Mercado


    20. el infortunio la ha arrojado, hatenido en mis determinaciones

    21. en dos pesetas al rendir cuentas:le habría arrojado el tintero á la cabeza


    22. Su existencia fue cruel: siempre fugitivo a través de las naciones deEuropa, arrojado de una a


    23. arrojado a lavía por los que despertaban sobresaltados con su


    24. , precisamente en la noche fatal en que Lázaro fué arrojado delclub


    25. hermana de la caridad y arrojado como un héroe; y el amor erael


    26. Vencida por el dolor, María se había arrojado en una silla


    27. arrojado llorando en losbrazos de la abuela


    28. El guardián sólo les había arrojado cuerpos


    29. marina dilatación hasta había arrojado el cuerpo de unniño de


    30. mayor devoción hubiera sido arrojado del altar yhubiera caído a sus pies, y se hubiera hecho cien

    31. desmoronaba, el lujo arrojado a escobazos por la ruina,la


    32. engaña á todo el mundo, fué arrojado en tierra,y sus ángeles fueron arrojados con él


    33. cual engaña á todo el mundo: y fué arrojado entierra, y sus ángeles fueron derribados con él


    34. explicaciones, sin embargo, Herminia se hubiera arrojado á su cuello y á los primeros cargos el


    35. El reflejo de la luna fue arrojado fuera de las olas,


    36. ¿Paco Luna?, preguntó Marita, ¿qué tiene que ver ahora Paco Luna en todo esto?, y Felipe le preguntó si no había leído su reportaje en La Voz del Sur, y ella le contestó que no, que dónde estaba, que se le habría pasado, que volvería a mirar el periódico de pe a pa, y Felipe le aclaró que ocupaba una doble página entera y le advirtió que estaba escrito como el manto de una Virgen de Jueves Santo, como decía Carmeli cuando se refería a algo muy retorcido y con mucha filigrana y mucho desatino, que a ella, por cierto, también le daban ardores de estómago las saetas y las bandas de las procesiones de Semana Santa, así que lo suyo tenía que ser nervios del oído, que lo de los ardores por haber votado una vez al PP sería la excepción que confirma la regla, pero que, dijo Felipe, si se leía entre líneas y separando el grano de la paja, el reportaje de Paco Luna tenía dinamita enterrada, porque Paco Luna escribía que las completamente fiables fuentes policiales antedichas, administrando con cuentagotas la información suministrada a este modesto pero honrado cronista local, daban a entender que las ramificaciones de la fraudulenta operación podrían alcanzar a las más altas esferas financieras, empresariales y sociales, incluidas las más altas esferas aristocráticas, del Estado español, Cataluña y el País Vasco también incluidos, y que, en otro orden de cosas, la actual mujer del presunto imputado, Pilar Ordóñez, y el hijo de su primera esposa, Borja Meneses Rodenas, de los y las Rodenas propietarios de una importante y prestigiada firma de embutidos selectos, habían sido objeto de un cuidadoso y discretísimo seguimiento que había arrojado decisiva luz sobre el caso


    37. Por último, un análisis de proximidad final ha arrojado las escalas métricas de la capacidad de amar


    38. De los ramazones llovía sobre nosotros un intolerable hollín vegetal, impalpable a veces, como un plancton errante en el espacio -pesado, por momentos, como puñados de limalla que alguien hubiera arrojado de lo alto-


    39. En el tiempo que llevo viajando por este mundo virgen, he visto muy pocas serpientes -una coral, una terciopelo, otra que tal vez fuera un crótalo -, y sólo he sabido de las fieras por el rugido, si bien he arrojado piedras, más de una vez, al caimán artero, disfrazado de tronco podrido en la traidora paz de un remanso


    40. Ahora que el latín ha sido arrojado de las escuelas por inútil, esto que aquí veo es la representación, el teatro, de un creciente malentendido

    41. Al parecer, el primer día que pasó France en la funeraria, Lucente trajo a un individuo que se había arrojado de lo alto de un edificio y al que habían recogido raspándolo del suelo con una pala y metido luego en una caja


    42. "Apenas salido de la infancia y antes de alcanzar la edad viril, fui arrojado en


    43. Salió y vio que alguien había arrojado un reguero de sal alrededor de la casa


    44. Si no, díganme: ¿quién más honesto y más valiente que el famoso Amadís de Gaula?; ¿quién más discreto que Palmerín de Inglaterra?; ¿quién más acomodado y manual que Tirante el Blanco?; ¿quién más galán que Lisuarte de Grecia?; ¿quién más acuchillado ni acuchillador que don Belianís?; ¿quién más intrépido que Perión de Gaula, o quién más acometedor de peligros que Felixmarte de Hircania, o quién más sincero que Esplandián?; ¿quién mas arrojado que don Cirongilio de Tracia?; ¿quién más bravo que Rodamonte?; ¿quién más prudente que el rey Sobrino?; ¿quién más atrevido que Reinaldos?; ¿quién más invencible que Roldán?; y ¿quién más gallardo y más cortés que Rugero, de quien decienden hoy los duques de Ferrara, según Turpín en su Cosmografía? Todos estos caballeros, y otros muchos que pudiera decir, señor cura, fueron caballeros andantes, luz y gloria de la caballería


    45. ¡Cada uno de ellos había sido instruido especialmente, todos poseían un talento desvelado de manera artificial y luego forjado con minuciosidad! No, no habían arrojado a Jean Intrepide en la ruta de aquella fragata francesa por causalidad, sino porque era obvio que el adolescente poseía un don fuera de lo común para las artes marineras


    46. Junto a él había un pequeño perrito tendido en el suelo, cerca de un plato de cobre en el que hasta el momento habían arrojado tan sólo unas pocas monedas


    47. Y ese movimiento ciego que nunca había cesado, que experimentaba aún ahora, fuego negro enterrado en él como uno de esos fuegos apagados en la superficie pero que en el interior siguen ardiendo, desplazando las fisuras y las torpes agitaciones vegetales, de suerte que la superficie fangosa tiene los mismos movimientos que la turba de los pantanos, y de esas ondulaciones espesas e insensibles seguían naciendo en él, día tras día, los más violentos y terribles de sus deseos, así como sus angustias desérticas, sus nostalgias más fecundas, sus bruscas exigencias de desnudez y sobriedad, su aspiración a no ser nada, sí, ese movimiento oscuro a lo largo de todos estos años estaba de acuerdo con aquel inmenso país que lo rodeaba, cuyo peso, siendo niño, había sentido, con el inmenso mar delante, y detrás ese espacio interminable de montañas, mesetas y desierto que llamaban el interior, y, entre ambos, el peligro permanente del que nadie hablaba porque parecía natural, pero que Jacques percibía cuando, en la pequeña finca de Birmandreis, con sus habitaciones abovedadas y sus paredes encaladas, la tía recorría los cuartos en el momento de acostarse para ver si estaban bien corridos los cerrojos de los postigos de gruesa madera maciza, país donde se sentía como si allí lo hubieran arrojado, como si fuera el primer habitante o el primer conquistador, desembarcando allí donde todavía reinaba la ley de la fuerza y la justicia estaba hecha para castigar implacablemente lo que las costumbres no habían podido evitar, y alrededor aquellos hombres atrayentes e inquietantes, cercanos y alejados, con los que uno se codeaba a lo largo del día, y a veces nacía la amistad o la camaradería, pero al caer la noche se retiraban a sus casas desconocidas, donde no se entraba nunca, parapetados con sus mujeres, a las que jamás se veía, o si se las veía en la calle, no se sabía quiénes eran, con el velo cubriendo la mitad del rostro y los hermosos ojos sensuales y dulces por encima de la tela blanca, y eran tan numerosos en los barrios donde estaban concentrados, tan numerosos, que simplemente por su cantidad, aunque resignados y cansados, hacían planear una amenaza invisible que se husmeaba en el aire de las calles ciertas noches en que estallaba una pelea entre un francés y un árabe, de la misma manera que hubiera estallado entre dos franceses o entre dos árabes, pero no era recibida de la misma manera, y los árabes del barrio, con sus monos de un azul desteñido o sus chilabas miserables, se acercaban lentamente, desde todas partes, con un movimiento continuo, hasta que la masa poco a poco aglutinada expulsaba de su espesor, sin violencia, por el movimiento mismo que lo reunía, a los pocos franceses atraídos por algunos testigos de la pelea, y el francés que luchaba, retrocediendo, se encontraba de pronto frente a su adversario y a una multitud de rostros sombríos y cerrados que le hubieran despojado de todo su coraje si justamente no se hubiese criado en ese país y no supiera que sólo el coraje permitía vivir en él, y entonces hacía frente a esa multitud amenazadora y que, no obstante, no amenazaba a nadie salvo con su presencia, y el movimiento que no podía evitar, y la mayor parte del tiempo eran ellos los que sujetaban al árabe que luchaba con furia y embriaguez, para que se marchase antes de que llegaran los guardias, que se presentaban al poco de llamarlos, y se llevaban sin discusión a los adversarios, que pasaban maltrechos bajo las ventanas de Jacques, rumbo a la comisaría


    48. Como una manzana lanzada en giro al aire, así giraba el mundo por sobre la mano que lo había arrojado al espacio


    49. Había matado en primer lugar al comisario de su compañía, al que consideraba responsable de haber obstaculizado su promoción, y a continuación había abierto fuego indiscriminadamente contra la multitud y había arrojado una granada de mano


    50. Dos de ellos lo castigaron fuerte, ¿no es así? Le saltaron encima y le rompieron casi todos los huesos de la cara, ¿verdad? Las muchachas trataron de impedirlo, pero usted fue arrojado al canal














































    1. nos arrojamos voluptuosamente en elagua helada


    2. De las tres Lloretas sólo Palmira, mi abuela, tuvo hijos, dos: Eva, mi madre, y Blai, su hermano menor, que falleció muy joven por culpa de la tuberculosis, una muerte muy usual en los tiempos de posguerra -tanto que los niños se tomaban a chufla la desgracia y cantaban una canción que decía: Somos los tuberculosos / los que más nos divertimos / y en todas nuestras reuniones / arrojamos y escupimos / es el Bacilo de Koch / el que más nos interesa / y estamos llenos de taras / de los pies a la cabeza / pasando por los… cordones, y que más de una vez le he escuchado cantar a mi tía Eugenia cuando estaba más que achispada-, aunque probablemente lo que de verdad le mató fue el hambre y la ínfima atención médica


    3. Sin otra opción, arrojamos apresuradamente los otros sacos sin abrir en el camión que transportaba nuestros baúles y nuestros decorados y conseguimos llegar a la estación y subir al tren en el preciso momento en que arrancaba


    4. Pese a los gritos de los conductores, los arrojamos a la cuneta


    5. Un vehículo entraba en ese momento en el descampado y nos vimos obligados a arrojamos al suelo y a quedamos completamente petrificados temiendo que fuésemos descubiertos


    6. En cuestión de un momento, dejaron los huesos limpios y Rim y yo los arrojamos al mar


    7. —¿Por qué no vamos con algunos hombres y arrojamos a los canteros del prior?


    8. —¿Qué hacemos con el cuerpo, teniente? ¿Lo arrojamos por la borda?


    1. La reina madre, vencida por el dolor, caemuerta en tierra, y las demás se arrojan sollozando sobre ella


    2. - Véanse en el capitulo III, las conclusiones que arrojan las dos investigaciones de Heinrich Oberrauter sobre los procesos de socialización y fijación de valores, por parte de los medios, así como de las consecuencias de desligitimación social que pueden provocar, según se desprende de sus reflexiones


    3. Los avances de resultados arrojan información importante, como que casi el


    4. enviar besos a los extranjeros, como las floristas deFlorencia les arrojan ramos en sus


    5. exhortaciones y arrojan en seguidaen el camino esta pesada


    6. Los de Lorío y Condado á su vista se arrojan con másbrío


    7. Y cuando los brazos se debilitan o el cuerpojuvenil pierde sus encantos, se arrojan a un lado


    8. campo y se arrojan, comopresa, a la jauría de acreedores


    9. 35 Ni para la tierra, ni para el muladar es buena; fuera la arrojan


    10. se arrojan los cuerpos en lamovible inmensidad, y parece que dejan de existir en el

    11. Usan también como ofensivas la lanza,que arrojan con gran acierto, y las


    12. Un lobo como yo rescata la poesía y la música que todos arrojan con risas estridentes y


    13. Los «números uno» en las profesiones más diversas rara vez arrojan cúmulos de horas de trabajo y esfuerzo dispares


    14. Y por lo tanto las arrojan al mar


    15. —El castillo de If no tiene cementerio, sino que sencillamente arrojan los muertos al mar, atándoles a los pies una bala de a treinta y seis


    16. -¿No arrojan los volcanes grandes cantidades de ella?


    17. Los galeotes, con desprecio de sus vidas, se arrojan contra los sectarios de la Media Luna que no querían abandonar la galera y, secundados por la tripulación, provocan entre sus filas numerosísimas bajas


    18. -¿Y si se construyese una almadía con los restos que las olas arrojan a las playas, y fuésemos en busca de El Rayo? -preguntó Van Stiller-


    19. Me limité a asentir con la cabeza, ella descolgó el teléfono, pidió dos cafés con leche, ¿toma azúcar, verdad?, sí, gracias, y agua mineral para los dos, y empezó a hablar, ya sé que resulta muy duro prestar atención a los aspectos materiales después de la desaparición de un ser querido, dijo, pero su padre era cliente de este banco y nuestro compromiso, nuestra obligación, es velar por sus intereses tanto ahora como antes, era guapa, mucho más guapa de lo que me había parecido cuando la vi en el cementerio, mi sobrino Guille se había dado cuenta, yo no, por eso nos hemos puesto en contacto con ustedes, para informarles en primer lugar de la situación de los fondos que su padre suscribió a través de nuestra entidad y cuyos intereses arrojan en la actualidad un saldo digno de que sus herederos lo tengan en cuenta, había que mirarla de cerca y mirarla dos veces antes de descubrirla, era mucho más guapa de lo que parecía, una belleza secreta, enigmática en su modestia, porque no había nada específicamente hermoso en su rostro salvo su propio rostro, la sorprendente armonía que integraba unos ojos dulces, pero corrientes, una nariz pequeña, pero corriente, una boca bien dibujada, pero corriente, una barbilla regular, pero corriente, y una piel sonrosada y tersa, aterciopelada como la de un melocotón poco común, en un conjunto admirable, tan bello que se escondía de las miradas accidentales, de los ojos que no lo merecían, supongo que ustedes, es decir, su madre, sus hermanos y usted mismo, son los herederos de su padre, y en ese caso, es a ustedes a quienes corresponde decidir el destino de los fondos, ahora bien, antes debo informarle de que la inversión a la que nos estamos refiriendo goza de un estatuto fiscal privilegiado, cuyas ventajas cesarían en el instante en que ustedes optaran por recuperar el capital, ella controlaba la situación, yo no, y su ventaja crecía por segundos a caballo de aquel discurso elaborado con sabiduría y perfeccionado ante muchos otros herederos que, a juzgar por la creciente confianza que transmitía su voz, habrían capitulado antes que yo, ella no sabía que yo era el hijo equivocado, el hermano que nunca tomaría la decisión definitiva, pero se comportaba como si tampoco quisiera tener en cuenta que era además su único testigo, el único que la había visto, que podría recordarla después, entonces llamaron a la puerta y entró un camarero con los cafés y el agua, dejó la bandeja sobre la mesa, se marchó, y me encontré haciendo un chiste en voz alta, menos mal que no los ha traído Mariví, ella sonrió, tenía los dientes de arriba separados en el centro, igual que mi madre, ya estaba muerto de miedo, añadí, y se echó a reír, y estaba aún más guapa cuando se reía, y me sentí satisfecho, casi orgulloso de haber provocado su risa, antes de preguntarme a qué estaba jugando, qué me estaba pasando, era todo tan raro, ¿quién eres?, recordé, ¿por qué me has llamado?, ¿por qué viniste al entierro de mi padre?, ¿qué hago yo aquí?, en fin, ella prosiguió en el tono dulce y preciso de una mujer de negocios que está acostumbrada a que sus clientes intenten ligar con ella y a quitárselos de encima con eficacia, ésa es la razón de que me haya puesto en contacto con ustedes, comprendo por supuesto que es un asunto delicado y que en estos momentos quizás no se encuentren con el mejor ánimo para tomar una decisión de esta naturaleza, pero no se apuren, no corre tanta prisa, sólo les pediría, por su propio interés, que lo tengan en cuenta


    20. Sólo oí comentarios procaces procedentes de la oscuridad, esas torpes y grotescas maldiciones que arrojan los hombres sobre las mujeres que desean, entre amenazantes y despectivas

    21. se arrojan los cuerpos en la movible inmensidad, y parece que dejan de existir en el momento de caer; la imaginación no puede seguirlos en su viaje al profundo abismo, y es difícil suponer que estén en alguna parte estando en el fondo del Océano


    22. No se me vaya a quedar en el tintero mi épico lance con Alberique, más interesante, a mi juicio, que aquella cáfila de hombres que iban y venían, y aquellas menudencias del vivir nacional, que el Tiempo y la Tía Clío arrojan en el polvoriento rincón de la trastienda, donde toda antigüedad inútil tiene su sepulcro


    23. Arrojan benceno en el Pawtomack


    24. Desde arriba arrojan papelillos de colores, trompetean matasuegras y vejigas, y una orquesta de cuerda toca alegre música bajo los arcos del fondo


    25. Los hindúes arrojan sus muertos al río, en la creencia de que así irán directamente al paraíso


    26. Porque arrojan luz sobre algunos movimientos espirituales del tiempo de Jesús: los esenios, quizá inspiradores de las predicaciones del Bautista (o el Inmersor) y, por ende, del propio Jesús


    27. Sin embargo, las aves depredadoras, cuando persiguen a su presa y se arrojan contra ella, añadiendo la fuerza de la gravedad a la velocidad, pueden superar a la pelota vasca


    28. Los volcanes de Io arrojan azufre, con lo que toda la superficie del satélite se ha vuelto amarilla y anaranjada, y se han llenado casi todos los cráteres que existían


    29. De repente noté que aquel valor tan deseado entraba en mí, pero un valor tremendo, como el de los soldados cuando se arrojan sobre los cañones enemigos


    30. Con todo, las frecuentes erupciones volcánicas de Islandia arrojan al aire grandes nubes de finas cenizas

    31. Este tipo de estudios de los sedimentos lacustres arrojan la siguiente fotografía de la historia vegetal en torno a las granjas noruegas


    32. ¡Que no les quepan dudas, compañeros! ¡Fueron los jesuitas y el prelado quienes promovieron la insurrección y el derramamiento de sangre en Santa Rosa! Ahora, los serviles arrojan ceniza sobre sus cabezas porque les hemos vencido, pero yo les digo a la cara: ¿no confiaban en que la Providencia se pusiera de su lado? ¿No querían un juicio de Dios? ¡Pues ya lo tienen! Dios ha juzgado y dispuesto que los jesuitas se vayan de Guatemala


    33. En primer lugar, los nutrientes pueden renovarse mediante las erupciones volcánicas que arrojan sobre la superficie de la Tierra nuevos materiales procedentes del interior de esta


    34. A fin de cuentas hay suficientes criaturas, y muy cerca de aquí, que se arrojan sobre cada mendrugo que yo rechazo


    35. Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, herma­no mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!


    36. A un recluta lo encierran en una taquilla y lo arrojan a una piscina


    37. —No las tenemos — repuso —; pero disponemos de máquinas que arrojan piedras y antorchas encendidas a cientos de pies de altura


    38. Hay un pozo profundo, algunos dicen que sin fondo, debajo de las mazmorras del palacio; de él salen perpetuamente ruidos horribles: gemidos y quejidos y a este pozo arrojan a quienes tienen que afrontar La Muerte, pero lo hacen de forma que la caída no les mate


    39. "A una seña de Jehú, los eunucos (que así vengaron en la belleza trágica y luminosa de Jezabel la trágica y sombría ruindad propia) arrojan a la reina por el balcón, para que los caballos de los guerreros la destrocen"


    40. Los dos cadáveres se han convertido en lodo que unos arrojan sobre otros: la oposición acusa al gobierno de encubrir un escándalo; la prensa escrita acusa a la televisión de chantaje

    41. En todas las ciudades de China, cada mañana se encuentra una increíble cantidad de niños abandonados en las calles; una carreta los recoge al despuntar el día, y los arrojan a una fosa; a menudo las comadronas mismas liberan a las madres, ahogando nada más nacer sus frutos en cubos de agua hirviendo o arrojándolos al río


    42. A saber lo que arrojan por las ventanas a estas horas de la noche


    43. Con un gran apoyo artillero, un total de ochenta piezas de todos los calibres, cuatro batallones se arrojan sobre la XV brigada mixta, que ocupa las cotas 471 y 463


    44. —Son aplicaciones de la realidad virtual que arrojan un sentido


    45. O bien Hanna y consorte contestan a las preguntas y arrojan un poco de claridad al asunto, o informamos a la base y evacuamos el hotel


    46. ¡Tu padre es como el mismo diablo, eso es! ¡Es lo que se respira en cada rincón de su casa! ¡El espíritu del mal! Y cuando un cristiano intenta pronunciar la palabra de Dios en ese lugar, lo arrojan a la nieve


    47. Esos ojos de los que tanto he adorado la floración de sus pestañas no arrojan ahora más que lloviznas y nieblas vacías


    48. Siempre hay sobras de comida, que arrojan fuera para las criaturas silvestres


    49. Se arrojan colchones, toda la calle está llena de ellos, los hombres saltan después y se los llevan heridos


    50. Timadores que arrojan tres monedas sobre las baldosas y luego que aplastan una con el zapato piden que se apueste dónde está


























    1. Fue arrojando los pedazos hacia el suelo, donde se apoltronaban en un abandono


    2. el desorden, incluso como excepción? Arrojando la homosexualidad al


    3. blanco,estaba en la puerta sentada ante un fogón, con el barreño de la masa allado, arrojando en


    4. más interesantes de una obra, el sol, arrojando apuñados su luz, matizaba el panorama, haciendo


    5. azahar que exhalaban los paseos y ahora leenloquecía, enardeciendo su sangre y arrojando su


    6. y se desplegaron, arrojando un diluvio de balas sobre el frente del ala derecha


    7. enteros cayeron prisioneros en manosde los patriotas, en tanto que otros, arrojando las armas,


    8. lista por la tarde,a la cual se llega arrojando el bofe!


    9. veían al paso, haciendo detenerse los coches y arrojando deellos á los que los


    10. hacia ellos venía un desmesurado jabalí,crujiendo dientes y colmillos y arrojando espuma por la

    11. EL PUEBLO ( arrojando el dinero)


    12. ¡Toda, la culpa la tiene esebribón de las gafas!—añadió arrojando


    13. Negreaban las altas montañas que lo cercan arrojando sobre él capas desombra


    14. arrojando en su impaciencia la corazacuyos broches no ajustan,


    15. y unode los niños se hundió en el río arrojando un grito


    16. los ojos ella y miró, arrojando un suspiro tan grande


    17. Haciendo un esfuerzo supremopor contenerse, desahogó su furor arrojando contra el suelo el sombrero,de


    18. voces y la lengua en quehablaban, enfureciósele el rostro y arrojando con fuerza al


    19. puestos en cuclillas sobre la hierba, hurgando loshormigueros y arrojando pedradas a


    20. aculándosesobre los corvejones y arrojando espuma y sangre por la boca, pues

    21. Sacó ágilmente sus pies de losestribos y se echó al suelo, al mismo tiempo que rodaba la pobrebestia, arrojando por el pecho un caño de sangre


    22. Y arrojando su sombrero en un diván, iniciaba un paso de


    23. Arrojando elcadáver por


    24. riquezas y hacían hogueras con losmuebles, arrojando a las


    25. —Es una crueldad—dijo Teodoro con desesperación, arrojando la mostazay los excitantes—


    26. arrojando agua por narices y boca; en estaagradable ocupación había pasado toda su


    27. 5 Y arrojando [las piezas] de plata en el templo, partióse; y fué, y se


    28. bullir la tierra y álevantarse, arrojando fuera una espesa y


    29. iban entre barreras, arrojando con pasmosahabilidad los artículos que les pedían


    30. «¡Olé los niños con suerte!» Dio media vuelta, arrojando la

    31. Los peones, arrojando sus capas al toro, emprendieron carrera parallevarlo al lado


    32. Cayó eltoro, arrojando por la boca


    33. Después de muerto fué arrastrado hasta la playa, arrojando sucuerpo en los arrecifes de la costa del Pico de los Amantes


    34. arrojando algo hacia afuera


    35. Las partes seccionadas culebrearon en el agua, arrojando sangre


    36. —Aquí hay otro —dijo el coripi que había llevado a Tanar hasta la caverna, arrojando sin contemplaciones al sari sobre el suelo de piedra, a los pies de los coripis que hacían guardia ante la entrada


    37. «Pues, señor -dice el Adelantado, arrojando una rama al fuego-, me llamo Pablo, y mi apellido es tan corriente como llamarse Pablo, y si a grandes hechos suena el título de Adelantado, les diré que sólo se trata de un mote que me dieron unos mineros, al ver que siempre me adelantaba a los demás en lo de hacer pasar por mi batea las arenas de un río…»


    38. » Con mudo estupor me doy a contemplar lo que en otras partes es fósil, se pinta en hueso o duerme, petrificado, en las vetas de la hulla, pero sigue viviendo aquí, en una primavera sin fecha, anterior a los tiempos humanos, cuyos ritmos no son acaso los del año solar, arrojando semillas que germinan en horas, o, por el contrario, demoran medio siglo en parar un árbol


    39. El cazador había divisado una de sus miserables presas escarbando febrilmente en un cubo de basuras, arrojando de vez en cuando miradas enloquecidas hacia atrás, o bien trotando velozmente a lo largo de una pared con ese aire apresurado e inquieto de los perros mal alimentados


    40. Imagínese, el viejo seco zangoloteándose en su tractor, empujando la palanca para acelerar cuando el arado no acababa con una cepa más gruesa que las otras, sin detenerse siquiera para comer, mi madre le llevaba pan, queso y [sobrasada], que engullía pausadamente, como hacía todo, arrojando el último mendrugo para acelerar, y todo eso desde la salida hasta la puesta del sol, y sin una mirada al horizonte de montañas, ni siquiera a los árabes enterados de inmediato y que se mantenían a distancia observándole, sin decir nada tampoco

    41. Pues la única compensación para esos seres sacrificados a la miseria de la mentira la había encontrado el día de su primera paga, cuando, al entrar en el comedor donde estaban su abuela mondando patatas que iba arrojando en un barreño con agua, el tío Ernest, sentado, con el paciente Brillant sujeto entre las piernas y espulgándolo, y su madre, que acababa de llegar y deshacía en una punta del aparador un pequeño lío de ropa sucia que le habían dado para lavar, Jacques se acercó a la mesa y depositó, sin decir nada, el billete de cien francos y las monedas que había llevado en la mano durante todo el trayecto


    42. Minutos más tarde, cuando el ex gobernador de Túmbez aún estaba tratando de reagrupar sus fuerzas y buscar una fórmula que le permitiera acabar con el solitario arquero que pretendía matarle, tuvo de pronto la impresión de que había llegado el fin del mundo, porque una terrible explosión ensordeció a sus hombres, el fuego los aterrorizó, el humo acabó de confundirlos, y los alaridos de dolor de los heridos consiguieron que todo aquel que conservaba las suficientes fuerzas como para mantenerse en pie iniciara una loca desbandada arrojando sus armas y perdiéndose inmediatamente de vista entre la rocas


    43. —O de sobrado juicio, señor barón —dijo Luis XVIII riendo—; arrojando piedrecitas a la mar se solazaban los grandes capitanes del tiempo antiguo


    44. Y arrojando sus guantes con rabia salió de la habitación


    45. —Me refiero al sitio en que han ido arrojando las cosas desechadas, algunas de ellas, al menos, los sucesivos habitantes de esta casa


    46. Acababa de caer a tierra, y si bien estaba algo aturdido por el golpe, se reincorporó de un salto, carabina en mano, arrojando una mirada en derredor y saltando para ponerse entre sus compañeros y el tigre


    47. Dos soldados subieron a la torre y cortaron la soga que sostenía el gancho metálico, arrojando al suelo el cadáver


    48. Arrojando una rupia sobre la mesa, los tres indios salieron de la miserable taberna, volvieron a atravesar los jardines que a aquella hora comenzaban a despoblarse a causa del excesivo calor, y se pusieron a seguir la orilla del Ganges, manteniéndose a la sombra de los grandes árboles que se alineaban por el largo río


    49. Se apoyó en la pared, dejando caer el acero, abrió mucho los ojos, murmuró algunas palabras y cayó al suelo arrojando sangre a borbotones


    50. ¿Y si las fuera arrojando por la ventanilla una por una? «Cabía» la posibilidad de que uno de los Pesquisidores las recogiera














































    1. Los disparates que aquelhombre dijo acerca del Pronunciamiento de Francia, hicieron reír muchoa todos, particularmente al portero de la Academia de la Historia, queechaba al concurso miradas desdeñosas, no queriendo aventurar unaopinión, que habría sido lo mismo que arrojar margaritas a cerdos


    2. Por el contrario decidir arrojar a los Pretendientes de su casa y con ellos todo lo que representan, es una decisión de los hombres


    3. de arrojar bala rasa, protegiendo la formación de las poderosas columnas que bien pronto debían


    4. atolladero, sinsacar de él más que el lodo; pero con arrojar en Nápoles lasbotas,


    5. Sus ojos estaban encarnados, parecían arrojar el fuego deuna calentura horrible, y


    6. tentación de arrojar contra la pared losgruesos tomos de las sesiones, y acababa


    7. ante los juecespara que el debate público acabara de arrojar la


    8. el momento enque su marido atravesaba el patio, para arrojar


    9. La antigua fe intentaba renacer en Luna, pugnando por arrojar lejos lasnuevas convicciones


    10. Saciado el deseo, sabría arrojar bien lejos

    11. embargo, la turbación, que no pude arrojar demí en todo el día, debió de hacerle


    12. a arrojar en el cesto los pedacitos blancos ynegros, y el piso parecía nevado; y sobre aquellas


    13. piso nuevo, se habían contentado con arrojar algunas tablassueltas sobre los pontones y las vigas,


    14. Tienen una habilidad especial para arrojar las flechas y la lanza desde la altura de sus parapetos, atravesando distanciasgrandes con certera puntería


    15. muerte, para zamparse una buena ración demis pedazos y arrojar


    16. arrojar el que traía contra un lastrón del suelo, y deentregar a


    17. hicieron arrojar por laboca gran copia de sangre; y por más que


    18. aquella gentuza, que le habían comido el pan de suhijo, y que estaba dispuesto a arrojar de su


    19. debíamos partirla! Pero por la mitad, y arrojar los


    20. Mauricio acababa de arrojar un

    21. una explicación, cuenta con arrojar la cizaña entre vosotros, apoderarse de Herminia y


    22. Sí, señor novelista; creo que es másfácil purgar el desierto de beduinos, arrojar los


    23. Que arrojar á las puertas del


    24. Tal vez los trabajos del profesor Van Kraagen puedan arrojar una luz sobre este misterio… y si se lo llevaron de su finca del Ártico es de suponer que en su laboratorio encuentre algo que me indique lo que hizo en Nekya y quizá halle un indicio que me permita saber por qué se ha salvado de la muerte, rompiéndose en él la cadena de aniquilaciones


    25. Mientras los atacantes se aproximaban, se detenían ocasionalmente en cualquier sitio que les ofreciera un asidero suficiente para ponerse en pie y arrojar lanzas y flechas a los defensores que estaban situados por encima de ellos


    26. Este tipo de investigación podría arrojar luz sobre la comprensión de preferencias poco frecuentes, como los fetiches humanos, que se desarrollan pronto y son casi imposibles de cambiar


    27. Durante unos minutos reinó gran confusión en la sala, para arrojar de ella al Lirón, y, cuando todos volvieron a ocupar sus puestos, la cocinera había desaparecido


    28. Y con eso entró en la casa, probablemente para arrojar un rayo de sol en la lúgubre atmósfera que parece reinar en ese hogar desde el trágico momento en el teatro


    29. Es posible que algo hubiera trascendido de esa visita, que pudiera arrojar alguna luz sobre el misterio de su muerte


    30. Golpeó con fuerza la puerta de la zona reservada a las mujeres y, después de arrojar una moneda a una vigilante que protestaba en la penumbra, le

    31. Algo sobre los inescrutables planes del cielo, sobre arrojar el pan al agua, sobre que se recoge lo que se siembra o que las cosas vuelven tan pronto como se van


    32. Al arrojar a un lado el bloc, la última palabra escrita atrajo su atención


    33. Sabían esto tan bien en la casa, que los maestros y los discípulos de más edad saltaban muchas veces por la ventana para arrojar a los mendigos antes de que el doctor pudiera percatarse de su presencia, y muchas veces hasta se había hecho esto a unos pasos de él sin que se diera cuenta


    34. —¿Y tiene alguna información que pudiera arrojar luz sobre este desafortunado asunto?


    35. Parecía evidente que amenazaba con arrojar a la niña por el acantilado


    36. -Cuando arreció la tormenta me sentí elevar en el aire y arrojar no sé donde


    37. La tripulación, aterrorizada, era testigo de la furia de los elementos, que parecían dispuestos a arrojar la nave a los profundos abismos


    38. Supuse que el asesino debió arrojar enseguida el cuchillo por la ventanilla y por ello me dediqué a recorrer la vía; en efecto, allí estaba


    39. Cortaron después las escalas de cuerda de los dos mástiles, que anudaron sólidamente y que Laos, después de llegar a la cumbre de la montaña debía arrojar para que pudieran subir las dos mujeres


    40. Rodeándose en torno de la cintura las cuerdas que debía arrojar después para levantar la escala de cuerda, comenzó a subir, aferrándose a las hendiduras de las rocas, que eran muchísimas, y a las raíces que crecían la abundante cantidad

    41. Sobre el puente se situaron en lugares estratégicos, barriles de pólvora, pirámides de balas y ringleras de granadas para arrojar a mano


    42. Y el pirata, volviendo a arrojar hasta el fondo de su corazón el recuerdo de Marianna, involuntariamente evocado por el malayo, subió las escaleras, elevándose entre las tinieblas


    43. Eso tenías que haberlo intentado antes de arrojar por la ventana ciento cincuenta cequíes por el capricho de abrir un par de veces fuego con las culebrinas


    44. La duquesa y sus amigos se precipitaron en aquella dirección igual que tigres, no ya blandiendo las espadas, sino los pistolones, y se hallaron frente a Haradja y su capitán de armas, que intentaban arrojar al niño al agua, acaso aprovechando la ausencia del bajá


    45. Apenas pudo arrojar a un lado la pistola y la funda entre los pies apurados de la multitud, cuando vio al sorprendido Atio acercarse en su dirección


    46. –¡Eh! – exclamó, para llamar la atención de la mujer que estaba a punto de arrojar el puñal


    47. Siempre que el trabajo se hiciera, Herbert no sería el primero en arrojar la piedra


    48. Se decidió arrojar los explosivos al mar y se confió la labor a los soldados negros


    49. Y Goon tuvo que arrojar al fuego la magnífica «confesión» y ver cómo se quemaba


    50. Sin embargo, la concesión de esa condecoración había sido controvertida, y su pertinaz silencio tampoco había contribuido en modo alguno a arrojar más luz sobre la verdad














































    1. –Y tienes que insistir en perfeccionar tu directo de derecha -prosiguió Sullivan- Lo arrojas muy abierto, muy anunciado, muy… -mientras braceaba en el aire buscó el adjetivo adecuado-…Pierce te meterá diez zurdazos antes de que puedas tan sólo tocarlo con un golpe de esos


    2. Aquello no les gustó a los sacerdotes y a través de la alta portada llegó una voz procedente del interior: «¡Grandísimo sacrilegio! ¿Cómo te atreves a hacer eso? ¿A mis suplicantes arrojas del templo?»


    3. Es como el jiu-jitsu: arrojas a tu adversario por encima del hombro con más fuerza que la que él llevaba al arrojarse sobre ti


    1. Desu arrojo siempre han


    2. marcha, y á las cinco de la tarde llegamos áun arrojo bien grande y barrancoso, pero el agua es salobre


    3. — Ante estos pies y piernas me arrojo, ¡oh caballero invicto!, por ser losque son basas y colunas


    4. Córdoba, célebre en la sierra y en la ciudad por susnumerosas muertes, por su arrojo


    5. bravo y patriota, y lo sacrifica todo, enfavorables momentos, al bien de la Patria: tiene el arrojo y


    6. traba amojicones por la cosa más insignificante, para lucir en presencia suyael arrojo


    7. pocos dela vanguardia que peleaban con intrepidez y arrojo: pero á pesar de lacelosa actividad con que


    8. no solo consiguió sorprenderlos, sino tambiendejándolos admirados de tanto arrojo, tuvieron los sitiados un


    9. constancia, los descalabros,el miedo y el arrojo, el caballo y el libro mayor, la sierra


    10. Todos se hicieron lenguas del arrojo de doña Feliciana, y en

    11. menos que en el mismo fondo de la bodega, y otros decierto delirante arrojo en que me


    12. entonces el Marqués del arrojo y la inteligenciade Campal,


    13. Una buena sincronización, flexibilidad de movimientos y arrojo constituían los requisitos principales para aterrizar en el punto exacto


    14. Durante un momento creí que las enseñanzas de la Medida sobre las que tanto había reflexionado y discutido, resultaban acertadas al fin… Y que un adversario, cualesquiera que fuesen su tamaño y su maldad, se retiraba cuando tenía que enfrentarse al arrojo, a la energía y, sobre todo, a la rectitud


    15. Y uno de ellos arrojo su antorcha en un cobertizo repleto de gavillas y de plantas secas


    16. Hay algo remoto, lunar, no destinado al hombre, en esta terraza que conduce a las nubes, y que surca un arrojo de agua helada, que no es agua de manantiales, sino agua de nieblas


    17. Cuando bailábamos juntas en el escenario, hace cosa de un millón de años, ¡ella era la que ponía el arrojo, no yo! Yo me meaba del miedo


    18. Era él un apuesto y altivo guerrero, de unos treinta años, más bien alto, de tez blanca, robusto y musculoso, con la barba castaña y el cabello de idéntico color, ojos vivos, ardientes, que denotaban el ardor y el arrojo del turco asiático, y facciones correctas y enérgicas


    19. Arrojo el plato de ensalada contra la pared y me voy


    20. Apretando los dientes, arrojo las cartas sobre la mesa del vestíbulo junto con los otros sobres que no he abierto, incluso los de Jack

    21. Esto pasó una vez, y cuando lo vi pareciome que todo iba a concluir por el sencillo procedimiento de destrozarse simultáneamente unos a otros; pero nuestro valiente paisanaje, sublimado por su propio arrojo y el ejemplo, y la pericia, y la inverosímil constancia de los dos oficiales de artillería, rechazaba las bayonetas enemigas, mientras sus navajas, hacían estragos, rematando la obra de los fusiles


    22. Sabido es que impacientes por vencernos, los [30] franceses comenzaron sus operaciones el 21 desde muy temprano, embistiendo con gran furor y simultáneamente el monte Torrero y el arrabal de la izquierda del Ebro, puntos sin cuya posesión era excusado pensar en someter la valerosa ciudad; pero si bien tuvimos que abandonar a Torrero, por ser peligrosa su defensa, en el arrabal desplegó Zaragoza tanto y tan temerario arrojo, que es aquel día uno de los más brillantes de su brillantísima historia


    23. Su arrojo personal era tal, que alguno de los supervivientes de la acción lo ha calificado como suicida


    24. Por tanto la anulación de los carros de combate soviéticos empleados esa jornada recayó, en algunos casos, en sencillos combatientes "de a pie" que debieron compensar con su valor y arrojo la ventaja absoluta en blindaje y armamento de que gozaban los tanques


    25. Allí donde veo un orgulloso, le humillo; allí donde veo un ladrón, le mato; allí donde veo un intruso, le arrojo fuera


    26. Todo cedía ante ella, fuerza, previsión, pericia, valor, arrojo, porque era una potencia admirable, una unidad abrumadora, compuesta de miles de piezas que obraban armónicamente sin que una sola discrepara


    27. Pocos ejemplos de arrojo personal que al de aquella noche puedan compararse ofrecerá seguramente la Historia militar del mundo; y por mucho que el narrador apure los resortes del lenguaje para describirlo, siempre ha de resultar como un combate fabuloso entre fingidos héroes de la Mitología o la Leyenda


    28. A su serenidad y arrojo debió la salvación


    29. El arrojo de los dos legados menores de Lucio César se hizo pronto evidente


    30. Si poco temía del arrojo de Sabas, no podía desechar la idea de que el bilbaíno pagaba a la muerte el tributo que su desmedida ambición de gloria le debía

    31. Debía Cabrera su renombre, más que a sus cualidades de astucia y arrojo, a la incuria de nuestros gobernantes, que no habían sabido poner en manos de los defensores de la Reina armas eficaces para combatirle


    32. -Porque en una nueva guerra podría perecer Piquero, víctima de su arrojo


    33. el silencio les envalentonó para un hecho que exigía sin duda más arrojo que el desplegado en los combates


    34. Yo encuentro la clave en la inocencia angelical de los hijos del pueblo, y en la ceguera de los pobres nacionales, que saben batirse sin que se les ocurra ahondar en los motivos y fines de su arrojo


    35. Bravo hasta la insolencia, su corazón atesoraba, junto al arrojo indomable, la jactancia andaluza de que ningún otro mortal podría medirse con él


    36. Se contaban maravillas del arrojo y constancia de los patriotas en las barricadas de la calle de la Montera, en la confluencia de las calles de San Miguel y Caballero de Gracia, en las Cuatro Calles, plaza de las Cortes


    37. «La exaltación de dignidad y el acto de arrojo temerario que me llevaron al percance de los Mostenses, han determinado en mí esta dirección conservadora que quiero tomar


    38. Ciego y espoleado por el arrojo siguió don Juan su camino, y en Chinchilla el Coronel Escoda le hizo frente con un corto número de soldados, distribuidos por la carretera


    39. El maestro, demostrando un arrojo sorprendente, levantó una pierna y luego la otra y puso un pie en cada una de las dos losas contiguas que no habían hecho saltar las bolas metálicas de las bocas de los dragones


    40. Vacío el cáliz y lo arrojo al suelo

    41. A pesar de su evidente suspicacia, los guardias permitieron la entrada a los caballeros de la Iglesia, que, ataviados con sus armaduras de ceremonia, lucían expresiones de inexorable arrojo en los rostros


    42. a División escocesa, cuyo arrojo era incuestionable


    43. – Levantó un puñado de recortes y después los arrojo de nuevo sobre la mesa


    44. En el mundo de los Melquizedek se puede leer hoy una significativa leyenda, depositada en un humilde templo, en la que se relata la ejemplar vida de este desconocido Hijo Melquizedek y su arrojo y valentía en un total de veinticuatro misiones de urgencia y socorro por el universo


    45. Si no os calláis, os arrojo a todas por la escalera


    46. Antes me arrojo allá abajo


    47. Lo intento después en noches turbulentas, arrojo rápidamente la caza al interior, me parece lograrlo, pero el resultado sólo estará a la vista cuando yo mismo haya descendido, estaría a la vista, pero no para mí, o tal vez también para mí, pero demasiado tarde


    48. Y deponiendo toda vacilación, corro directamente, a plena luz del día, hacia la puerta, para levantarla ahora con seguridad, pero sin embargo no soy capaz, sigo de largo y me arrojo en las espinas para castigarme, para castigarme por una culpa que desconozco


    49. Cuando entraron, arrojo sobre ellos una mirada furibunda


    50. Con arrojo de suicida, declaró a la prensa unos meses atrás que con la OPEP plantarán cara a Occidente hasta el fin







































    1. Los recogí de la acera con sumo cuidado, procurando no alterar su forma original, y los arrojé al jardín del colegio por entre los barrotes de la verja


    2. Desprovista casi de la energía necesaria para cerrar la puerta, me arrojé sobre la cama y me quedé dormida sin desnudarme


    3. Comprendiendo que no tardaría en volver en sí, le arrojé a la cara los restos del vino para reanimarlo, y una vez, más trepé las escaleras que llevaban al laboratorio


    4. La agarré por el cuello y la arrojé de bruces al suelo


    5. Me arrojé al interior de una zanja e inmediatamente fui alcanzado con gran fuerza en la espalda por un objeto que, al principio, creí que era una piedra de gran tamaño arrojada por la explosión de una bomba


    6. –Eres todo un hombre -dijo-, todo un hombre… Arrojé el vaso a los arbustos y regresé al coche


    7. Cuando lo arrojé, todos los que estaban a mi alrededor hicieron lo propio


    8. Yo me arrojé al convento huyendo de mi madrastra, como me habría tirado a un pozo; llegué a la vida religiosa enteramente ayuna de amores, sin haber tenido novio, pues los que algo me dijeron no me interesaron nada, ni nunca les hice caso


    9. Arrojé la invitación a la papelera


    10. Tambaleándome desde la cama me arrojé contra él con una astilla de la cama con las cual lo atravesé"

    11. Subí las escaleras volando, entré en el cuarto de mi abuela como un ciclón y me arrojé en sus brazos


    12. Yo también me arrojé, en una fracción de segundo, contra la cara del guerrero; en el último instante me dejé caer para chocar contra él por debajo de las rodillas


    13. Así que, sin querer, hoy lo levanté en vilo y lo arrojé contra el espino


    14. Arrojé la americana sobre una silla y me senté a un lado de la cama y respiré hondo aquel aire rancio y deshabitado, y tuve la impresión de haber estado viajando durante mucho tiempo, quizá años, y haber llegado por fin al destino al que, sin saberlo, había estado destinado desde el principio, y donde debía quedarme, siendo, por el momento, el único lugar posible, el único refugio posible para mí


    15. Me arrojé a su lado, le golpeé las mejillas y lo llamé por su nombre


    16. Más tarde, cuando la delegación de Siluria hubo partido, registré ese mismo punto del suelo, encontré un pequeño oso tallado en hueso y lo arrojé al fuego


    17. Doblé la moneda con dos dedos y se la arrojé a Sansum


    18. Le arrojé el dinero a puñados y empecé a gritar:


    19. Cogí una tea de la hoguera y se la arrojé al intruso


    20. Subí raudo hasta la segunda planta y me arrojé al suelo del dormitorio

    21. –Le arrojé al mar en un acceso de cólera -repuso el interpelado- cuando intentó robarme mi reliquia


    22. Me arrojé agua fría a la cara y traté de peinarme con los dedos


    23. El oso se sacudió de encima a la loba que tenía en la espalda y se volvió hacia la otra, y en ese momento le arrojé el palo, hincándoselo en la oreja izquierda


    24. Me quité la gabardina y la arrojé sobre los cables


    25. Me arrojé, con el abrigo en las manos, sobre la figura incandescente y el cuerpo de LeNormand rodó conmigo por el suelo


    26. Me saqué una moneda de diez yenes del bolsillo, la arrojé al aire y la recogí con el dorso de la mano


    27. Lo arrojé al cubo de la basura y me marché en el acto a la cama


    28. Arrojé el balón de la conversación entre él, Shakir y los demás jeques presentes, entre los que se hallaba el ardoroso Ferhan el Aida, hijo de Motlog el de Doughty; y me vi recompensado por la claridad con que Abdulla se expresó


    29. Arrojé los papeles al rincón y me uní a la conversación


    30. Entonces me volví y arrojé el arma al Patrón, el cual la recogió en el aire

    31. Hice una limpieza general y arrojé los resultados a las brasas todavía vivas de la fogata


    32. Me senté junto a una puerta, Y donde una suave lluvia cayó en un desagüe Arrojé todo cuanto llevaba:


    33. Arrojé mi cigarrillo al agua inmóvil, subí al coche y arranqué en dirección al lago del Corzo


    34. Al cabo de un rato, cuando supuse que debía estar mareado como una sopa, lo arrojé con todas mis fuerzas por encima de las cuerdas y aterrizó sobre la quinta fila, en la falda de una señora que estaba haciendo punto


    35. – Arrojé la rama por encima de las moharras y empleé la cuerda para escalar el muro


    36. Cuando al fin dejó de debatirse entre mis manos, estrangulado, lo arrastré hasta el muro y arrojé su cuerpo a las rocas


    37. Las retiré y las arrojé al agua en otro punto


    38. Tomé los harapos que vestía y los arrojé a un eliminador de residuos


    39. Arrojé la túnica de plástico rojo que había usado hasta ese momento, en el primer gabinete de residuos que encontré; de allí iría a parar hasta los distantes incineradores que funcionaban en algún lugar bajo el Nido


    40. Arrojé tierra y hojas con el pie, sobre las manchas de sangre que habían quedado en el suelo

    41. La arrojé sobre la arena con las otras muchachas y volví a atarla a ellas por el cuello


    42. Cogí la llave que abría los grilletes y la arrojé a uno de los esclavos


    43. Arrojé al suelo un tarn de oro, para pagar por mi hospedaje en Kassau, y la manutención del ave


    44. Con el sexo y las bolas en la mano, como si fueran un gorrioncillo herido recogido en un campo, vacié un vaso tras otro y fumé con rabia; cuando ya no quedó nada en la botella, la cogí por el cuello y la arrojé lejos, en dirección al parque, sin pensar en los posibles paseantes


    45. La arrojé encima del secreter y esbocé unos cuantos movimientos por la habitación, quise irme, regresé, titubeaba, bloqueado por una catarata de impulsos divergentes; bebí por fin un poco de coñac y eso me calmó un tanto; cogí la botella para seguir bebiendo en el salón


    46. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    47. Comprendí que el móvil era indistintamente un falo o un clítoris, pero cuando me di cuenta de que estaba entrando en esas dimensiones infernales del sexo de las que hacía tiempo que había logrado escapar, arrojé el aparato a la basura y volví a mi sexualidad habitual, que era una sexualidad, por entendernos, escéptica, descreída, una sexualidad para ir tirando


    48. Arrojé el arma al suelo y le miré


    49. Arranqué el lomo, un montón de páginas, y las arrojé con el libro a través de la habitación, hacia el rincón donde estaban los discos destrozados


    50. Palpé el suelo, me hice con lo primero que encontré a mano -una caja de lejía- y se la arrojé a Jim



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    arrojar in English

    heave fling hurl cast catapult throw chuck <i>[informal]</i> toss pitch sling pelt strike slam down wash up spew throw out eject <i>[formal]</i> expel

    Sinónimos para "arrojar"

    devolver lanzar echar expulsar impulsar tirar expeler