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    Usar "devolver" en una oración

    devolver oraciones de ejemplo

    devolvemos


    devolver


    devolviendo


    devolvéis


    devolví


    devolvía


    devolvían


    devuelto


    devuelve


    devuelven


    devuelves


    devuelvo


    1. Nada de términos medios: o lo devolvemos o nos envilece


    2. –Le devolvemos la libertad


    3. En nuestra opinión, y en conformidad con la opinión de nuestros superiores, hay que intentar que uno de los dos pague por todos, demostrando que devolvemos golpe por golpe


    1. Es triste cuando la obligó a comer! Recuerdo el último día en que, con la boca oliendo a ajo quería demostrar su amor, que yo era un libertino, un golpe en la cara! Por cierto, todavía tengo que devolver los cascos …


    2. procomún social, otras pretenden devolver a los autores las


    3. sobrino, hizo devolver a su hermana unaparte de los bienes que le fueron confiscados


    4. su casita, 80 pesos, de los cuales lamitad ha de quedar á su favor, y el resto lo podrá devolver en


    5. a quien sepudiese luego echar o devolver a la circulación como


    6. quien su marido,escudado en la legalidad, no quiere devolver su


    7. Empleó casi todo el día siguiente en devolver visitas y se


    8. intensos,helados, profundos, que recogían la luz del espacio sin devolver el másleve


    9. La idea devolver a ser lo que era y de reanudar el curso


    10. con propósito de devolver

    11. En el primer momento, la de Ribert quería devolver la carta y


    12. quedaba la venganza,la dura tarea de devolver el mal á los que


    13. ya con elcompromiso y la obligación que contrajeron, los dejó en libertad devolver a Goa,


    14. de la trampa, y quiere devolver a los herederos deusted el dinero que, en rigor, no es suyo,


    15. encontrado y averiguado de quién era,se lo iban á devolver, no sin antes pagar el hallazgo con la


    16. Sentado solo en el bar de La Peluca y la Pluma por la tarde, antes de su clase, leía las «historias» que tenía que devolver


    17. Me lo puede devolver cuando tenga el suyo


    18. –Es siempre excelente, pues el rey toma el dinero de los súbditos con una mano y se lo devuelve con la otra, dándole un uso de utilidad pública y fundando establecimientos necesarios, protegiendo las ciencias y las artes que contribuyen a devolver el numerario al cuerpo social; en fin, el rey aumenta el bienestar general por medio de los reglamentos que le dicta su saber, para dirigir el empleo de este impuesto de la manera más provechosa para las masas


    19. Los miembros del Grupo de Acción Rápida estaban agazapados y decididos a devolver el duro golpe en cuanto consiguieran averiguar dónde diablos se encontraba su peligroso enemigo


    20. Mi entrada diciendo lo que deseaba le hizo volver en sí y también cambió el curso de las ideas del doctor, pues cuando volví a entrar a devolver la luz, que había cogido de la mesa, le acariciaba la cabeza con ternura paternal, diciéndole que era un egoísta, que abusaba de su bondad leyéndole aquello y que debía marcharse a la cama

    21. En efecto, el conde de Montecristo era quien acababa de entrar en casa del señor de Villefort, con el objeto de devolver al procurador del rey la visita que éste le había hecho, y como es de suponer, toda la casa se puso en movimiento al escuchar su nombre


    22. Pensó devolver este hombre a la ventura, mirando tal restitución como un peso echado en la balanza para compensación del mal que pudiera haber derramado


    23. Al devolver la señal apareció Albert en la puerta con una tarjeta en la mano


    24. Era una mujercita de aspecto inofensivo, de corta estatura, facciones y gestos finos, toda mansedumbre y suavidad, pero las veces que algún chulo intentó ponerle la mano encima se encontró con una fiera babeante, puras garras y colmillos, dispuesta a devolver cada golpe, así se le fuera la vida


    25. Hacía años que no se alejaba de la capital, salvo breves viajes en una avioneta a las provincias donde su presencia era requerida para sofocar algún brote de insurrección y devolver al pueblo la certeza de que su autoridad era incuestionable


    26. Este plato, capaz de reconciliar enemigos y devolver la pasión a las almas más cansadas, es el favorito de Carmen Balcells


    27. El primer deber de un soldado es velar por la seguridad, por eso tomaron el poder, para devolver su fortaleza a la patria, barriendo de paso con sus adversarios internos


    28. Esperó su turno, aterrorizado; sin embargo lo trataron bien, se limitaron a registrar sus datos, darle una reprimenda y obligarlo a devolver lo que ocultaba en su casa


    29. Cuando fueron a devolver las bandejas al cocinero, pasaron junto a un enano por el pasillo


    30. Le tocó la tarea de organizar a los trabajadores, devolver la calma y reconstruir la ruina en que se había convertido la propiedad

    31. El mundo que llegó a conocer fue el que le enseñaron los libros, sobre todo los que pudo hurtar y posteriormente devolver a la biblioteca, y todos sus conocimientos se capitalizaban a través de lo que en ellos aprendió


    32. Cuando eso ocurriera, Raquel descubriría que la capacidad para traicionar de Julio Carrión era infinita, pero el amor que obraba el milagro de devolver a la vida a una mujer muerta tanto tiempo atrás, la afectaría mucho más


    33. Por las noches, en el dormitorio que compartía con los que iban a ser sus compañeros de aventura, una extraña laxitud le invadía e imaginaba que su acción iba a devolver el honor de Alemania ante el mundo y vengar a la vez todas las atrocidades cometidas contra el pueblo de su amada


    34. A alguien le tocaba devolver los golpes, y ésa era su tarea ahora


    35. Yo jamás le podré devolver la juventud que le robaron, los afectos perdidos, las alegrías y tristezas no vividas o vividas a través del filtro de los barrotes


    36. En tres meses se comprometía a devolver la totalidad, más el importe de las pérdidas sufridas con las ventas precipitadas


    37. Antes de devolver la tarjeta ya había tomado una decisión


    38. En realidad, diferentes grupos islamistas de todo el mundo llevaban tiempo intentando integrarse en la organización de Ben Laden, el único hombre que había sido capaz de devolver a Occidente parte del dolor y sufrimiento que Occidente había infligido a Oriente durante toda su historia


    39. No se quedó corta la de la Torre en devolver la picazón a sus enemigas, y como estas tenían su conciliábulo [171] de murmuraciones en un palacio de la Carrera de San Jerónimo, fueron así llamadas: las señoras de la Carrera


    40. Recuerde que trabajé allí y la mitad del trabajo consistía en devolver a la realidad a los polis

    41. A poco reaccionaron y empezaron a devolver el fuego con arcabuces y mosquetes, tanto ellos como algunos que aparecieron en la cubierta de la saetía; aunque estos tiros llegaban sin fuerza, y por suerte los cañones estaban trincados en la cubierta escorada, de modo que no podían usarse ni contra la gente de tierra ni por la banda del mar


    42. Su guarnición vive enterrada bajo continuo cañoneo francés, pero no deja de devolver, implacable, bomba por bomba


    43. Tizón saca del bolsillo su propia libreta de notas y copia los dos párrafos antes de devolver el libro a su sitio


    44. –Mi cliente, el señor Gephardt, está dispuesto a devolver esos fondos que aparecieron misteriosamente en su cuenta bancaria junto con los intereses


    45. También se pregunta si, cuando vuelva Fernando VII, aceptará éste con resignación el nuevo estado de cosas, o coincidirá con quienes afirman que el pueblo no pelea por una quimérica soberanía nacional, sino por su religión y por su rey, para devolver España a su estado anterior; y que atribuirse y atribuirle tal autoridad no es sino usurpación y atrevimiento


    46. En el mejor de los casos, quizá cedió a la tentación de darse una vueltecita antes de devolver el coche a la jefa


    47. Transcurrieron muchos años antes de que las grandes familias romanas acertaran a resolver sus endémicas rencillas y se pusieran de acuerdo en devolver a Roma el esplendor de antaño


    48. Sólo poniendo en juego toda su voluntad consiguió devolver el pie al agua, pero permaneció así unos minutos, antes de decidirse a dar otro paso


    49. —Mi intención es la de devolver la Tabla del Destino a las Esferas —dijo


    50. El deber de un policía es devolver a sus dueños el género robado












































    1. El movimiento ylos ruidos iban devolviendo animación a la casa


    2. y entrególos dos billetes, devolviendo muy aligerado el portamonedas


    3. devolviendo ásu vez, equilibra la evaporación, la precipitación


    4. trabajando en subordado con gran calma aparente, devolviendo


    5. devolviendo la vitalidad y los jugos nutritivos, cura lasfisuras superficiales, secas,


    6. Con el tiempo puede que se decidan a contestar: ya sea devolviendo un mensaje de radio o bien honrándonos con una visita


    7. Estoy segura de que se encontrarán algo confusos y acabarán devolviendo al tc'a… Reverenciado mahe, en esos momentos fue necesario hacerlo


    8. Para evitar esto debiera existir (no reírse) una policía de las naciones, corporación en verdad algo difícil de montar; pero entre tanto tenemos a la Providencia, que al fin y al cabo sabe poner a la sombra a los merodeadores en grande escala, devolviendo [248] a sus dueños los objetos perdidos, y restableciendo el imperio moral, que nunca está por tierra largo tiempo


    9. metáfora política, y rescindió el contrato, devolviendo la cantidad entregada ya como primer plazo del flete


    10. Se dice que combatió contra gobernantes avarientos, devolviendo el producto de su botín a los robados; pero éste no es el significado de la leyenda que ha llegado a nosotros

    11. El animal parece más interesado en recoger los restos del aroma a comida que en recibir caricias, pues rehúye escurridizo la palma que intenta posarse sobre su cabeza, para después buscarla con la humedad de su hocico, devolviendo en cosquillas lo que ha rechazado en caricias


    12. Al meter la cabeza bajo el agua e investigar estaba devolviendo algo que había recibido en abundancia: amor y conocimientos


    13. Partículas que surgen momentáneamente del vacío; existen gracias a una energía prestada, coherente con el principio de incertidumbre, y se extinguen rápidamente, devolviendo así la energía prestada


    14. Se miraron el uno al otro, aquella última vez, y Gordon se dio cuenta entonces de que Powhatan estaba devolviendo con intereses al cartero la responsabilidad que le había sido entregada sin que él la hubiera solicitado


    15. -Está bien -dijo, devolviendo la licencia al chófer-


    16. Sólo pudieron dar unos pasos, sus cuerpos traspasados pronto quedaron sepultados bajo los de los esclavos que se encarnizaban con ellos, devolviendo sus despojos al terreno


    17. Vio a los shiftas sobre la banqueta devolviendo el fuego con sus anticuados mosquetes


    18. – Se detuvo y fue devolviendo de una en una las miradas incómodas que le dirigían sus amigos-


    19. Has conseguido someter a los judíos, reduciendo su rebelión general a tan sólo ya las ciudades de Jerusalén y Masada, reconquistando toda Judea y devolviendo el control de Siria y todo el Oriente a Roma


    20. Lo fue preparando lentamente para recibirlas de nuevo y, poco a poco, con una delicadeza infinita, se las fue devolviendo, en la forma y el orden menos traumático posible

    21. La vez siguiente en que Briony se acordó de mirar, la carta estaba en las manos de Marshall y se la estaba devolviendo al inspector, que la introdujo, desdoblada, en una carpeta que el policía más joven le tendía abierta


    22. Un divino de postín del Hermano se paseó a continuación por el escenario devolviendo milagrosamente la vida a los bandidos merced a un pellejo de vino, y la compañía al completo se acomodó sobre manteles tendidos en el suelo para disfrutar del banquete y la bebida


    23. En este mismo momento están devolviendo el dinero mediante transferencia


    24. —Pero ¿no se puede obtener el perdón en todos los casos devolviendo lo robado?


    25. Y lo peor es que España, incapaz de mantener por más tiempo su desfasado imperio colonial, terminó devolviendo el Rif a sus pobladores


    26. –Algo así -dijo Chloe, devolviendo a Carol a la realidad-


    27. Por todas partes hay gente, porque todo el mundo está devolviendo los regalos de Navidad


    28. "Miss Stackhouse," dijo, devolviendo su atención a los papeles delante de él


    29. Devolviendo el libro, comentó:


    30. Empezó a ir y venir por la habitación, poniendo tapones a las botellas y guardándolas en armarios, enderezando montones de papeles y devolviendo libros a los estantes

    31. Volvió a alinear los paquetes cuidadosamente, devolviendo a la pila su simetría original


    32. ¿Envilecedoras, las notas? Ciertamente cuando se parecen a esa ceremonia, vista hace poco tiempo por televisión, de un profesor devolviendo sus exámenes a los alumnos, soltando cada papel ante cada criminal como un veredicto anunciado, con el rostro del profesor irradiando furor y unos comentarios que condenaban a todos aquellos inútiles a la ignorancia definitiva y al paro perpetuo


    33. Tomó un poco de café y cruzó las piernas, devolviendo la mirada al hombre entrado en años que lo observaba desde la otra punta del establecimiento


    34. Al rato se levantó, devolviendo el pincel a Faulques


    35. –El nombre me causó la misma impresión que la detonación de un disparo de revólver hecho contra mí; pero instintivamente, para no quedar en mala postura, saludé; allí delante de mí, como uno de esos prestidigitadores que aparecen intactos y enlevitados entre el humo de un tiro de donde surge una paloma blanca, me estaba devolviendo el saludo un hombre joven, tostado, menudo, fornido y miope, de nariz encarnada en forma de caracol y perilla negra


    36. —Se detuvo y fue devolviendo de una en una las miradas incómodas que le dirigían sus amigos—


    37. Que sirve para combatir las obstrucciones, devolviendo su natural permeabilidad a los tejidos y abriendo las vías que recorren los líquidos en el estado normal


    38. –Humm -dije devolviendo el cuenco al patriarca y relamiéndome-


    39. Compramos las cuatro botellas y luego dimos un largo paseo por la polvorienta calle mayor, sorteando el ganado que nos observaba curioso y devolviendo los corteses saludos de los lugareños, quienes, con el acostumbrado tacto de los mongoles, acogían la aparición de nuestra desaseada banda en su polvorienta calle mayor como si no tuviera nada de particular


    40. Pero Tommy ya me lo estaba devolviendo

    41. —¿Estás bien? ¿Seguro? He ido a tu casa y cuando he visto la puerta abierta y las muestras de la tarta esparcidas por el suelo del salón y a Aleksandar devolviendo en el baño, me he temido lo peor


    42. Por primera vez desde el encuentro con el vaporcito holandés, todos los marineros se emborracharon bestialmente hasta quedar tumbados por cubierta y devolviendo por los imbornales


    43. Cuando volvió a centrar su atención en Barrett, vio que le estaba devolviendo el anillo con una sonrisa forzada en los labios


    44. Isis parió a Horus, cuya misión consistió en vengar a su padre devolviendo el orden al mundo a pesar de las malversaciones de Seth


    45. Los mongoles, aunque aún se alejaban del foso, se habían volteado en sus sillas de montar y estaban devolviendo los disparos a los samuráis


    46. En el peñasco de la catarata, el general canturreaba una canción que había oído en las calles de Elefantina: el viento norteño daba un soplo de vida y frescura devolviendo al río su fertilidad; el viento sureño abría el sendero a la inundación que nacía en la cueva del océano alimentando el país y llenando de víveres los altares; el viento del este elevaba el alma hacia las estrellas; el del oeste creaba el agua en el cielo para que resplandecieran los frutos de la tierra y crecieran sus flores


    47. —Bien dicho —la felicitó el doctor Wo devolviendo a Jack la hoja de Sobczyk con el ECG


    48. En las conversaciones se repetía que los Aifolu venían a sacar a la gente para irlos devolviendo a sus hogares


    49. Su voz pareció cortar el aire de la habitación, haciendo añicos ese breve lapso de tranquilidad y devolviendo la tensión a la situación


    50. Encontró a Boy devolviendo en uno de ellos





    1. Si hervís los huesos para limpiarlos y los devolvéis a sus parientes, alabarán vuestra bondad


    1. Devolví su saludo y entré apresuradamente


    2. Le devolví el abrazo a Sam


    3. Me di cuenta de que todos los presentes nos miraban y que luego, en cuanto les devolví la mirada, apartaron los ojos a toda prisa


    4. Lo cogí para examinarlo con curiosidad y se lo devolví a continuación


    5. Y yo se la devolví


    6. Se estaba haciendo tarde, pero le devolví la llamada


    7. Lo que explica por qué devolví la llamada a Mary inmediatamente después de escuchar su mensaje


    8. Lo encontré y nunca lo devolví


    9. Nunca devolví los beneficios


    10. inclinación de cabeza, que le devolví, algo exagerada

    11. —El poncho se lo devolví al padre Erasmo y la carta


    12. Devolví el microscopio a su lugar y eché el envoltorio en


    13. Lo recogí con una inclinación cansada y se lo devolví, sujetándolo por una esquina, por la punta, y alargando el brazo, para dejar claro que mi gesto no escondía segundas intenciones, pero todos los que estaban cerca, incluida la mujer, sospecharon de mí lo mismo


    14. Le devolví la llamada y dejé un mensaje en su contestador


    15. Le devolví el TrasAm a Mac, y a mí me devolvieron el Escarabajo azul


    16. Clamhead me gruñó cuando entré por la puerta, y yo le devolví el gruñido


    17. En seguida pareció tan asombrado que me eché a reír y le devolví el beso


    18. Pero no pude y se lo devolví todo


    19. Le devolví la mirada y busqué alguna explicación


    20. Firmé la fórmula de injusta benevolencia respecto al de Jaén, culpable contra mi familia y contra mí, lo cual me impulsaba a extremar la delicadeza, pero devolví los otros cuatro decretos, relativos a las provincias de Cádiz, Granada, Murcia y Logroño, aconsejando al gobierno que llegara siquiera a la mínima sanción de destituirlos si no se atrevía al procesamiento

    21. –Pues bien, lo pensé mejor y no la devolví


    22. Se las devolví


    23. Le devolví la sonrisa


    24. No se la devolví


    25. Lo doblé con cuidado y lo devolví a su sitio en el orden pertinente


    26. –¿Tus libros? No eran tuyos y los devolví a sus propietarios


    27. –No se las devolví voluntariamente -dijo Kitiara-


    28. -¡Te equivocas! Me dio la dignidad y el mando, y le devolví lo que tenía que devolverle: fidelidad y victorias


    29. Me dirigí hacia San Diego, devolví el coche alquilado y desayuné en una cafetería situada enfrente de la estación


    30. Me quité el cigarrillo, di un par de caladas y se lo devolví

    31. Guardé las fotos en el sobre y se lo devolví a Charbonneau en silencio


    32. -Pues no he tenido un fusil en la mano desde que devolví el mío al gobierno


    33. Sin ninguna explicación le devolví la fotocopia mientras la profunda sensación de alivio era reemplazada por otra de culpabilidad


    34. Samantha me sonrió tensa y yo le devolví la sonrisa con toda la simpatía que permitía la situación, preguntándome si debería decir «me alegro de verte» o algo así


    35. ¿Puedo responder a su preocupación por la continuidad de la prueba, señor? Si hubiera revisado los informes, algo a lo que tiene derecho, y mirado el envoltorio, habría visto que en la etiqueta figuran mi firma y las fechas correspondientes a los días en que la cogí y la devolví


    36. Negué con la cabeza en un gesto de desesperación y se la devolví


    37. Se los devolví, y ella se los puso lenta, deliberadamente, sin dejar de mirarme


    38. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    39. Abrí la cerradura con la llave de Stormy, se la devolví y empujé la pesada puerta con cierta turbación


    40. –Pues bien, se lo devolví a la primera oportunidad

    1. vistazo, lo devolvía a su sitio y regresaba a mi punto de observación, apoyado en la pared


    2. luego las devolvía y no se las quedaba


    3. deMaurescamp devolvía, habiendo puesto después de las


    4. hubiese recordado algoque le devolvía a su glacial serenidad


    5. miembro siempre unido a su cuerpo, le devolvía sugravedad


    6. Y ella le devolvía la mirada o dejaba caer su mano tiernamente en sus muslos, rozándolos apenas, antes de retirarla de nuevo


    7. Tanto si mi narración le devolvía la vida… No, no, no es verdad


    8. Había olvidado su juramento de matarle si no le devolvía a su familia, pero ahora, cuando el edificio de la estación aparecía ya ante sus ojos y cien metros le separaban de él y del regreso a su desierto y su mundo, el destino parecía querer burlarse de sus buenas intenciones, el "gri-gri" de la muerte le gastaba una trágica broma, y el hombre que era el origen y el fin de todos sus males y desgracias, se cruzaba en su camino


    9. Siempre un rostro desconocido, que me devolvía a la aridez, al desierto de la separación


    10. Y observó que los tendones del cuello de Helen se le marcaban mientras le devolvía la reverencia:

    11. Así, si un galán se presentaba con un ramo de tulipanes con un lazo a la izquierda, que significan declaración de amor, y ella lo devolvía con las flores hacia abajo, no había ni la menor esperanza para el pretendiente: el rechazo era inapelable


    12. A pesar de la conmoción, Roran sólo pensaba en la mujer que tenía entre sus brazos y que le devolvía el abrazo


    13. Oyendo tronar los cañones de a bordo y viendo flotar el pabellón español, toda la población, compuesta de dos o tres centenares de almas y de dos compañías de soldados, se precipitó a la playa, mientras el fuerte devolvía el saludo


    14. Salía del teatro reconciliado con la vida, pletórico de amables intenciones que le duraban un par de minutos, cuando el impacto de la calle le devolvía el sentido de la realidad


    15. Cuando acabó conmigo eran las cinco de la tarde y yo estaba transformada en otro ser, largamente me busqué en el espejo, pero no pude hallarme, el cristal me devolvía la imagen de un ratón desorientado


    16. En algunos momentos, cuando se encontraba hundido hasta las rodillas en un lodazal del Vietnam o esperando durante días en una trinchera del desierto, medio desmayado de sed, con la cámara al hombro y la muerte a la espalda, el recuerdo de la Colonia le devolvía la sonrisa


    17. Contempló al Emperador, que estaba de pie sereno y le devolvía la mirada


    18. Era un cuarto que recogía el rechinar de la puerta y lo llevaba a apagadas lejanías y lo devolvía como un grito


    19. A ratos, el chasquido de los remos sobre el agua indicaba el paso de una góndola que devolvía a algunos huéspedes al hotel


    20. Dio Santiuste gracias a Dios y a Pulpis por la reparación de su cuerpo, que le devolvía gradualmente las luces y el vigor del alma

    21. Un fenómeno extraño pudo notar Ibero en la persona del fantástico Nonell, y era que si la sed le hacía desvariar, la copiosa ingestión de pale-ale le devolvía el discreto y normal uso de sus facultades mentales


    22. Úrsula eligió uno de ellos, y lo desplegó con una veneración que la devolvía a la infancia


    23. –Es un trozo de carbón -aventuró al tiempo que se la devolvía y se limpiaba la mano en el pantalón


    24. —Gracias —dijo Taiba a Relg, mientras se quitaba el velo de los ojos y se lo devolvía


    25. Luego, con la llave que le devolvía su hija después de la operación y que metía en el chaleco donde no dejaba de palparla de vez en cuando, regresaba a su puesto


    26. Cuando no actuaba como propietario, Jean-Baptiste Molineux parecía bueno y servicial; jugaba al boston[41] sin quejarse de su mala suerte; se reía de todo lo que hace reír a un burgués; hablaba de lo que los burgueses hablan: de las arbitrariedades de los panaderos, que robaban en el peso; de sus connivencias con la policía; de los heroicos diecisiete diputados de la izquierda… Leía la obra Buen sentido, del cura Meslier, e iba a misa, sin decidirse entre el deísmo[42] y el cristianismo, pero no devolvía jamás el pan bendito y protestaba para defenderse de las pretensiones invasoras del clero


    27. Pero en sus oídos resonaba la risa triunfante de su hermano que le devolvía el eco de los muros del valle


    28. Todos los domingos por la tarde Sonja visitaba al maestro, y una vez por semana Weierstrass devolvía su visita


    29. El amor les devolvía la pasión de la juventud


    30. El lobo le devolvía los aullidos

    31. El hombre los leyó, los revisó, los firmó y, al tiempo que los devolvía, dijo:


    32. El guerrillero había echado mano de su carabina y devolvía el fuego a los salteadores, si bien con escaso acierto, pues el pulso le temblaba a causa de los escalofríos


    33. Esas negociaciones duraban mucho tiempo, a veces llegaban a un acuerdo, el señor cedía una parte de los expedientes o recibía otra como indemnización, ya que sólo se había producido una confusión, pero también sucedía que alguien tuviera que renunciar sin más a todos los expedientes requeridos, ya fuese porque el sirviente le acorralase con sus pruebas, ya porque se cansase de tanto negociar, pero entonces no le devolvía los expedientes al sirviente, sino que los arrojaba en una pronta decisión por el corredor, lo que provocaba que se soltasen las cintas, las hojas volasen y los sirvientes tuvieran que esforzarse en ordenarlo todo otra vez


    34. –Otro rumor disparatado -replicó mientras devolvía los papeles


    35. Había sacado el vértice para examinar cada uno de los lados y ahora lo devolvía a la caja con sumo cuidado


    36. –Buenos días -dijo ella, al ver que el cazador le devolvía la sonrisa


    37. Si suplicaban perdón por su traición y prometían servir con lealtad en adelante, Joffrey les daba la bienvenida a la paz del rey, y les devolvía todas sus tierras y derechos


    38. Después de los elefantes, el alambre de los funambulistas cruzó la pista sujeto por los tensores, que probaron los mozos de pista y comprobaron el hombre y la mujer que iban a utilizarlos en su arriesgado ejercicio; mientras tanto, los payasos anónimos cumplieron su misión de cubrir el espacio de número a número, jugando con el público, que les devolvía la pelota de colores chillones


    39. —Me fío de usted —le dijo sonriendo mientras firmaba los papeles y se los devolvía


    40. De tanto en tanto, venía un médico del SIM a auscultarle el corazón y a ponerle una inyección que le devolvía las fuerzas

    41. –Lo siento -se disculpó, mientras Brisa ponía los ojos en blanco y devolvía el libro a la mesa


    42. El destino lo devolvía a un lugar en el que se había sentido querido


    43. Era Jürgen quien le devolvía la mirada en el reflejo


    44. Las fue moviendo con el mayor cuidado posible, pero cuando las conseguía colocar en el lugar adecuado, el potro las devolvía a su anterior posición


    45. a veces sarah le devolvía el saludo


    46. –De eso se trataba -repuso Grin mientras devolvía la imagen a su tamaño original y reanudaba el visionado del vídeo


    47. Lo cual no devolvía las estatuas y las pinturas al lugar que les correspondía


    48. Por eso había empezado el estudio sobre la depredación, un nuevo trabajo que le absorbía y le devolvía el vigor


    49. Un cabo primero envejecido por el miedo y desdentado por el hambre le devolvía un sobre abierto con una dirección escrita a lápiz


    50. Con el receptor y el equipo que acababa de instalar en el Cherokee, Karch podría seguir los movimientos de Renfro gracias a un sistema de localización global que captaba una señal transmitida por el coche a un conjunto de tres satélites situado kilómetros más arriba y la devolvía a la tierra












































    1. dieron cuenta de que estas ideas les devolvían el poder que


    2. endisiparse, mientras las cavidades de los montes devolvían en


    3. estrellas a medianoche, cuando salían ellos de los cafés, les devolvían la alegría


    4. devolvían bienazotado y con la cabeza al rape


    5. Las estrellas jóvenes, calientes y de gran masa evolucionaron rápidamente, derrochando sin cuidado su capital de hidrógeno combustible, y acabaron pronto sus vidas en explosiones brillantes de supernova, que devolvían la ceniza termonuclear helio, carbono, oxígeno y elementos más pesados al gas interestelar para generaciones subsiguientes de formación de estrellas


    6. Las vacaciones también devolvían a Jacques a su familia, por lo menos los primeros años


    7. Los kif se derrumbaban y devolvían el fuego al mismo tiempo que emitían su parloteo en medio del tumulto


    8. Y el eco de su voz se lo devolvían las rocas


    9. Cada vez que se encontraba con un enano, saludaba con un gesto de cabeza y ellos siempre le devolvían un enérgico:


    10. Durante casi todo el viaje el monorriel siguió los pilones que subían sus cargados cubos de Hyginus y devolvían los vacíos

    11. Así, en medio de tumbas abiertas, los lagrimosos invitados volvieron a gritar el «¡que vivan los novios!», mientras los devolvían a la tierra


    12. Las paredes no devolvían la resonancia


    13. Con todo, lo que más me impresionó fue que las mujeres se volvían sonrientes hacia sus compañeros en los momentos de mayor placer y éstos les devolvían la sonrisa en un gesto de amor, de deseo de compartir y de mutua incomprensión


    14. ¿Era ilusión lo que veían? ¿Y aquellos botes y cayucos que rodeaban a la fragata, cargados de pan, de frutas, de tabaco, eran reales, o fantástica hechura de los cerebros enfermos? La hermosura del cielo, la tibieza de ambiente, la juvenil alegría que de todas partes emanaba, las voces de los indígenas ofreciendo alimentos tan apetitosos, habían trastornado a los sanos, y a los enfermos devolvían la razón, la confianza, el amor a la vida


    15. Cada vez que reconstruyeron la casa, lo que sucedió con frecuencia hasta esta monstruosidad, los papeles se reubicaban y luego se devolvían a su lugar


    16. Las paredes azulejadas devolvían los ecos de sus voces y chapoteos con el sonido de las cuevas


    17. Sin conservar copias, prestaba sus manuscritos inéditos a los discípulos, que no siempre los devolvían


    18. Mirarse a los espejos que siempre le devolvían distintos padres y distintos Andreus, a cual más deforme


    19. Mientras los soldados devolvían los bastones y se retiraban lentamente del campo de entrenamiento, uno de los médicos se arrodilló ante la víctima, procediendo a tomar su pulso


    20. Pero yo anoté el número de su tarjeta de identificación, por si lo devolvían por falta de fondos

    21. Se lo devolvían; lo estrechaba entre sus brazos, lo besaba por todas partes y añadía después: «Estos son sus ojos, su boca; ¿cuándo la volveré a ver? Sor Ágata, dígale que la quiero; píntele bien mi estado; dígale que muero


    22. Llegó al mercado, un cuadrado vasto, sin techo, cerrado en los cuatro lados por soportales encalados cuyos innumerables arcos, dondequiera que volviese la cabeza, le devolvían un dibujo monótono


    23. El tiempo diría si lo devolvían a la calle para encargarse de las reparaciones


    24. El anciano desapareció dejando a Aníbal a solas en el atrio, rodeado de decenas de plantas que devolvían con frescor y fragancias el cariño recibido por las manos suaves de quien las regaba y podaba con frecuencia


    25. Había incinerado en enormes piras funerarias los cuerpos de Cayo Flaminio, Emilio Paulo y hasta al propio Claudio Marcelo y, sin embargo, los romanos le devolvían aquellos gestos de nobleza y respeto por sus generales decapitando a su hermano y arrojando su cabeza desde una catapulta


    26. El emperador vio cómo los muchachos devolvían las armas a los gladiadores y se alejaban de regreso a la esquina en la que se encontraban en un principio


    27. La mayoría comió en silencio, cambiando unas pocas palabras, oprimidos por la angustia de los recuerdos; sin embargo, con el paso de las horas, el calor del fuego y de la comida tomada juntos, la sensación de estar animados por los mismos sentimientos y por la misma determinación, la reverberación de las llamas en las fachadas de los templos desiertos les devolvían una sensación de renovado orgullo, de territorio reconquistado, de suelo consagrado de nuevo


    28. El hombre se encogió de hombros y su compañero meneó la cabeza mientras ambos devolvían las tazas


    29. Y no se contentaban con tener la figura propia de la mediana edad; se mataban de hambre con regularidad para mantenerse delgadas como palos, y vestían vaporosas túnicas transparentes, que a ellas les parecía que les devolvían la juventud mucho tiempo atrás perdida


    30. Por eso sé que era difícil verla, distinguir su cuerpo del cuerpo de la butaca que ocupaba, percibir su calor, su aliento, su condición de ser vivo, en la imagen que devolvían los espejos que la reflejaban

    31. Ahora se la devolvían abierta y tachada


    32. Pero en todas las obras la regla era que por las mañanas se recibían las herramientas y por la noche se devolvían


    33. El recuerdo de mis sueños me reanimó, y creí que me devolvían la confianza en mí


    34. Las Cortes, desde que comenzaron a funcionar, asfixiaban al gobierno y actuaban de caja de resonancia de la guerra civil, pues devolvían a la nación, centuplicada, su propia turbulencia


    35. Eso entendió y temió al llegar a la entrada del sanatorio, cuando vio las luces del vestíbulo y los automóviles alineados frente a él: no había estado recordando una caminata por San Sebastián junto a las laderas del monte Urgull, no era ése el olor ni la sensación de niebla y humedad que le devolvían la pesadumbre de haber perdido a Lucrecia en otra edad de su vida y del mundo


    36. En el proceso, la devolvían intermitentemente a otras partes de Los Angeles


    37. Atravesaron largos corredores y subieron sinuosas escaleras mientras los muros devolvían el eco de sus pisadas sobre la piedra gastada del suelo


    38. La encarnizada batalla prosiguió, retrocediendo entre los edificios mientras abatían a los que devolvían el ataque


    39. La tristeza respetuosa y callada de Consolación o la explosión de palabras y de rabia de Ernestina le devolvían a una realidad concreta que nacía más allá del templo, una realidad de las calles y los hombres que en ningún momento -envanecido con su tarea de maestro, que imparte doctrina y método- se había molestado en conocer


    40. Ellos le devolvían la mirada

    41. Todos los espejos de la sala devolvían una imagen difusa para que parecieran hologramas y así reforzar la ilusión


    42. Si no le devolvían el dinero el día mismo, se quedaba con la prenda, por más que le suplicaran


    43. se rió mucho por la ocurrencia y trató de saber con quién se jugaba la conversación y los pasos que le devolvían a la normalidad


    44. Dos de ellos habían franqueado hacía tiempo la barrera de los cuarenta, mientras que los cuatro más jóvenes parecían ser descendientes de uno de ellos con la mujer gorda, y los hijos más pequeños de esos jóvenes entraron en el salón junto con los criados y se pusieron a probar de inmediato si las paredes del castillo les devolvían el eco de sus gritos


    45. Ese hombre estaba allí, en algún punto de la imagen mental que le devolvían los lobos, pero en ésta tenía la fuerza de un toro salvaje con curvados cuernos de reluciente metal, corriendo en la noche con la velocidad y exuberancia de la juventud, con el rizado cabello resplandeciendo bajo la luna, arrojándose entre Capas Blancas a caballo, en el aire seco, frío y lóbrego, y la sangre tan roja en los cuernos y


    46. Salió trastabillando de su tienda cuando los primeros rayos de sol devolvían sus colores al mundo


    47. Todos devolvían la información en la secuencia que querían ellos


    48. Ésa era mi casa la noche en que Susan y Jennifer murieron, la casa que ahora me devolvían a la vez que las sentía regresar a ellas, a la vez que todos se acercaban, los muertos y los vivos


    49. —Aceptabas verbalmente los términos de la compra, volvías a colocarte la máscara y te devolvían al aeropuerto


    50. Ahora bien, resultaba que las condiciones de los puntos de concentración, en donde los judíos tenían que esperar a veces días o semanas, casi sin comer, antes de que se los llevaran amontonados en vagones de ganado abarrotados, sin agua, sin comida, con un cubo higiénico por vagón, esas condiciones los dejaban agotados y sin fuerzas, las enfermedades proliferaban, muchas personas morían por el camino y las que llegaban tenían un aspecto deplorable, pocas de ellas pasaban la selección, y ni siquiera a ésas las querían en las empresas y las obras, o las devolvían enseguida, sobre todo los del Jagerstab, que chillaban porque les mandaban a chiquillas que no podían ni levantar un pico





    1. la prisión y que le ha devuelto la libertad, él mismo loha traído, porque no ha cesado


    2. devuelto la serenidad, extrañábase de estas exclamaciones


    3. Aunque Joseph Altman hubiera querido olvidar lo que vivió, el número grabado en su brazo con tinta indeleble le habría devuelto al deber de la memoria


    4. El encantador, fiel a su promesa, le había devuelto las armas, incluida el hacha guerrera


    5. Me vestí de nuevo, devuelto a una cordura que no deseaba, y, acordándome de Víctor y de la misión que me había encomendado, bajé los escalones en dirección al patio


    6. Dijeron que me enviarían con una escolta de sagoths a buscar el precioso documento a su escondite, reteniendo a Dian en Phutra como rehén y liberándonos a los dos en el momento en que el documento le fuera devuelto a salvo a su reina


    7. Esta calle me ha devuelto al mundo del Apocalipsis, en que todos parecen esperar la apertura del Sexto Sello -el momento en que la luna se vuelva de color de sangre, las estrellas caigan como higos y las islas se muevan de sus lugares-


    8. Eso vino a ser lo que le dijo a Pardo Zancada la última vez que hablaron por teléfono aquella noche: que ninguna capitanía secundaba el golpe y que él había devuelto las tropas a los cuarteles y anulado el bando que proclamaba el estado de excepción; a esto sólo añadió que intentase persuadir a Tejero de que aceptara el acuerdo que horas atrás le había ofrecido Armada y que el teniente coronel había rechazado


    9. ¡Sí, qué muertos estaban! ¡Cómo seguían muriendo! Silenciosos y apartados de todo, como muriera su padre en una incomprensible tragedia, lejos de su patria carnal, después de una vida enteramente involuntaria, desde el orfanato hasta el hospital, pasando por el casamiento inevitable, una vida que se había construido a su alrededor, a pesar suyo, hasta que la guerra lo mató y lo enterró, en adelante y para siempre desconocido para su familia y para su hijo, devuelto él también al vasto olvido que era la patria definitiva de los hombres de su raza, el lugar final de una vida que había empezado sin raíces, y tantos informes en las bibliotecas de la época sobre la manera de emplear en la colonización de ese país a los niños abandonados, sí, aquí todos eran niños abandonados y perdidos que edificaban ciudades fugaces para morir definitivamente en sí mismos y en los demás


    10. En realidad, Mao había devuelto a China a los días del Imperio Medio y, ayudado por los Estados Unidos, la había aislado del mundo

    11. Al saber que la señorita Bowers había devuelto las perlas y que éstas habían resultado falsas, expresó el mayor asombro


    12. A veces tenía la ilusión de haberlo logrado, pero la visita de esa mujer extranjera le había devuelto sus dudas


    13. Por su parte, cuando se recuperó, Pepè Rizzo dijo que en aquellos terribles momentos la ira le había impedido fijarse en los rasgos del hombre que le había devuelto el maletín


    14. Había devuelto al mar lo que del mar era


    15. Marius estaba recorriendo algún camino hacia mi alma que le permitiría vagar por ella para siempre, junto a los espectros encapuchados que habían devuelto las pinturas al caos


    16. –Te he devuelto tu… tu cuerpo -dijo, eligiendo con deliberación la palabra y todo cuanto implicaba-


    17. Forzoso era que este partiese al cumplimiento de obligaciones que se había impuesto, y en las cuales hubo de confirmarse, previo el asentimiento de su buena madre, que una y otra vez le repitió estas memorables expresiones: «Hijo mío, yo te privé de la voluntad en una época de revolución; pero te la he devuelto


    18. –Depositará el diez por ciento, cinco millones de dólares, en el bufete de los abogados de lady Arabella en Londres, que le será devuelto si no desea comprar el cuadro


    19. Después de un período de malestar, que había seguido a la muerte de Hoover, Kelley y Halt Tyson habían devuelto al FBI el prestigio del que había disfrutado en los años treinta y cuarenta


    20. Ha debido de registrar el escritorio y también consultado la agenda y en algún momento se lo han devuelto todo a Braunsfeld, y éste simplemente la ha guardado en el cajón desocupado

    21. Hace tres semanas, después de mover hilos difíciles y convencer con el dinero oportuno a la gente adecuada, el comisario consiguió que el taxidermista Fumagal fuese devuelto al otro lado de la bahía, camuflado en un canje de prisioneros


    22. O, para ser exactos, devuelto lo que queda de él —un fantasma demacrado y tambaleante— tras una larga estancia en el sótano sin ventanas de la calle del Mirador


    23. De acuerdo con las condiciones de paz, todo territorio perdido fue devuelto a los bizantinos


    24. Bestia sabía muy bien que las pruebas eran una pérdida de tiempo, pero seguía aprovechando al máximo sus últimos días en este mundo después de ser devuelto a la Unidad Polunsky


    25. Recordó, con una punzada de incomodidad, que el detective le había devuelto la llave de Ralph el viernes


    26. Jondalar sintió de pronto una alegría desbordante al mirarlo, así como por el amor que le profesaba, y en silencio agradeció de nuevo a la Madre que le hubiera devuelto a esta mujer


    27. ¡Los poderes de la Madre la han devuelto al estado anterior!


    28. Se preguntaba por qué había creído a Auster cuando le dijo que le habían devuelto el cheque


    29. Un crujido muy fuerte sonó por todo el lago y fue devuelto por el eco del


    30. —Y yo te las he devuelto —intervino Cyric, con una mirada de desafío

    31. Lo habían devuelto allí tras su actuación, como cada noche


    32. Horatio le había devuelto las copias a Sean y él las había escondido en distintos lugares seguros


    33. Esa complicidad de lo venidero le había devuelto sus alegrías vividas


    34. Los vehículos -que uno de sus oficiales calificaba de «cochecitos de bebé acorazados»- ya estaban en un estado deplorable cuando fueron embarcados en Alejandría: constituían una selección apresurada de los que se habían devuelto del desierto para su recomposición en los talleres de los cuarteles generales en torno al Cairo


    35. Pero el corazón de Owain, su corazón mortal, le había sido devuelto


    36. Ella era la mujer que su corazón había elegido, la que le había devuelto la ilusión de vivir


    37. Además, como ministro de Guerra y Marina había incorporado cambios en el ejercito para promoverlo y mejorarlo; le había devuelto el prestigio que, como institución, había ido perdiendo a lo largo de los revoltosos años de la guerra entre unitarios y federales


    38. Después de rondar la pinaza, el recipiente del grog fue devuelto a la bodega


    39. Mientras tanto el uranio será devuelto a sus legítimos dueños y los israelíes quedarán cubiertos de oprobio


    40. Higgins había sucumbido al fin a la marea y estaba sentado con la cabeza gacha sobre un cubo en el que había devuelto los bocadillos que había tomado para el almuerzo y dos latas de cerveza

    41. Sin embargo, también me ha devuelto a Max y el amor que siento por él me ayuda a seguir adelante


    42. Para empezar, el general anda como la gran patria, ¿por qué razón?, porque cuando llegamos aquí, la gente que había reclutado el Rufián ya no estaba, no es Rujian, es Rujino, a saber, ¿tú le conoces?, sólo de quince días a esta parte, pero has dormido con él, déjate de bromas, Basilio, ¿qué es lo segundo?, lo segundo es que el Pantaleón no quiere devolver los rifles, ¿que qué?, dice que la orden de Benito Juárez no es clara, ¿a pesar de las firmas y los sellos?, a pesar, pero si nos dijeron que Pantaleón y García Granados eran amigos, ya no, ¿y cómo está eso de que la gente de Rujino se ha marchado, el Rufus tenía apalabrado un gential, pero se fueron a trabajar en la construcción de una carretera, ¿y eso?, se cansaron de esperar y no tenían para comer, no me extraña, por eso el general está para los balazos, tiene razón, corre el rumor de que no se entienden, ¿quiénes?, adivina, me doy, el general y el rufián, ¿lo sabías?, no, Basilio, y no vuelvas a llamar a Rufino rufián, está bien, pero, como yo digo, ¿qué pueden tener en común esos dos hombres?, un ideal, qué otra cosa, pues sería más fácil pesar el humo que coincidieran en algo, no hay que ser fatalistas, pero, dime, ¿cuántos somos?, unos veinte, déjate de bromas, hablo en serio, ése es el tamaño del glorioso ejército libertador, eres un cínico, veinte hombres y cuarenta rifles que nos ha devuelto el Pantaleón, ¿de los trescientos que traíamos?, justamente, dice el Panta que ya le tienen hasta el gorro de que la frontera sur de México sea como la casa de la Juana, que todo el mundo entra y sale por donde le da la gana, hijo de su madre, y que cómo puede saber él si somos libertadores, contrabandistas o un ejército de ocupación, no termino de entenderlo, siendo liberal y juarista, ninguna pandilla de hijos de la chingada, le dijo al GG, puede cruzar este país, dejando cadáveres por donde pasa, tiene razón, pero no tiene pruebas, no las necesita, para eso es el gobernador, ése lo que quiere es plata, ¿y con qué crees que el general les liberó a ustedes de la cárcel?, no lo sé, pero, ¿cuál es la situación ahora?, el Panta dice que no entregará los rifles hasta que García Granados no demuestre que sus fuerzas son algo más que una gavilla de salteadores, qué cabrón, antes no eras tan mal hablado, ni tú tan metido, bueno, sí, es un cabrón, ¿supiste que hace año y medio se sublevaron aquí en Chiapas los indios?, algo oí, y que mataron a miles de blancos, no sé si fueron miles, pero sigue, pues a los chiapanecos aún les tiemblan las canillas y el Panta quiere protegerse con nuestros rifles, yes, sir, eso quiere el son of a bitch, ¿cuándo aprendiste inglés?, en mi tiempo libre, mentiroso, no me interrumpas que aún tengo algo importante que decir, ¿bueno o malo?, no lo sé, dispara, el general quiere que vayas a una hacienda cerca de Comi-tán que se llama Los Puentes, muy cerca de la frontera con Guatemala, para que entrenes allí a los hombres en el uso de los rifles, a los veinte, eso es, Rufino cruzará con ellos la frontera para hacer en San Marcos una leva en rancherías y pueblos, ¿quieres agua?, no, yo sí, por cierto, ¿supiste lo de Cerna?, no, ¿qué cosa?, lo del atentado, primera noticia, un soldado de su guardia lo intentó asesinar, ¿de veras?, se salvó de milagro, ¿y detuvieron al cuque?, lo fusilaron allí mismo, caray, dicen que hay gente de plata, liberales, claro está, que se está moviendo en el país contra Cerna, ¿has oído algo?, no, lindo revólver, sí, es lindo, pero, tú no usabas armas, eso era antes, ¿dónde lo compraste?, en Nueva York, y no lo compré, me lo regalaron, quién, no seas curioso, háblame de lo que hiciste en Nueva York, otro día, Basilio, ahorita no tengo ganas, le dejas a uno exhausto


    43. Se los habían devuelto, pues no poseían valor alguno en la nueva fase procesal, eran desperdicios


    44. –Quiero ser devuelto a la jurisdicción del FBI


    45. No le habían dado explicaciones; le habían devuelto simplemente el atado de ropas, la cartera, el reloj, los anteojos, y habían pasado al caso siguiente, un viejo borracho traído de la calle


    46. La primera acepción parece, «según las ordenanzas», consecuente con la tradición: un giro neto, una modulación esencialmente castellana, son castizos; un pastel o un poema pueden ser castizos si siguen la tradición; o un cumplido finamente devuelto, o una capa de conveniente vuelo con vueltas de terciopelo rojo graciosamente embozada al salir del café


    47. Y bien, pensó Ibrahim con frialdad, les había devuelto la inversión con creces millonarias


    48. La luz de la mañana había devuelto las cosas a su sitio


    49. –Ya he devuelto el dinero -susurró Alessandra-


    50. Y lo he devuelto







































    1. Dicen que la vida siempre devuelve lo


    2. El olor peculiar de este apartamento me devuelve a una vida que no quiero vivir por segunda vez… Al entrar, Ruth se había inclinado para recoger un recorte de periódico que alguien -un vecino, sin duda- hubiera deslizado por debajo de la puerta


    3. No se hallaban cansados nuestros sentidos, pero necesitaban esa tranquilidad que los repone y les devuelve esa suerte de elasticidad que la acción necesita


    4. –Es siempre excelente, pues el rey toma el dinero de los súbditos con una mano y se lo devuelve con la otra, dándole un uso de utilidad pública y fundando establecimientos necesarios, protegiendo las ciencias y las artes que contribuyen a devolver el numerario al cuerpo social; en fin, el rey aumenta el bienestar general por medio de los reglamentos que le dicta su saber, para dirigir el empleo de este impuesto de la manera más provechosa para las masas


    5. Sin embargo, tenía tal torbellino de pensa­mientos en la cabeza, Dora querida, que finalmente acepté que no dormiría hasta que lo hubiera puesto todo por escrito, pues hacerlo durante estas largas y terribles semanas se ha convertido en tal costumbre que ya no puedo pasarme sin ella y a veces alivia mi angustia y, por unos momentos, me devuelve la esperanza


    6. A continuación los dos hombres pasan casi una hora encerrados allí, discutiendo, pero Bonell y Abad (y los oficiales y guardias civiles que contemplan junto a ellos la escena desde el patio) sólo pueden intentar deducir sus palabras de sus gestos, como si estuvieran asistiendo a una película muda: nadie distingue claramente la expresión de sus caras pero todos los ven hablar, primero con naturalidad y más tarde con énfasis, todos los ven acalorarse y manotear, todos los ven pasear arriba y abajo, en determinado momento algunos creen ver a Armada sacando de su guerrera unas gafas de leer y más tarde otros creen verle descolgando un teléfono y hablando por él durante unos minutos antes de entregárselo a Tejero, que habla también por el aparato y luego se lo devuelve a Armada, por lo menos un guardia civil recuerda que hacia el final vio a los dos hombres inmóviles, de pie y en silencio, apenas separados por unos metros, mirando a través de las ventanas como si de repente hubieran advertido que estaban siendo observados aunque en realidad con la mirada vuelta hacia dentro, sin ver nada excepto su propia furia y su propia perplejidad, como dos peces boqueando en el interior de una pecera sin agua


    7. Pero al fin el único misterio era el de la pobreza, que hace de los hombres seres sin nombre y sin pasado, que los devuelve al inmenso tropel de los muertos anónimos que han construido el mundo, desapareciendo para siempre


    8. Devuelve el recorte a Leo, quien lo arruga y lo echa al fuego


    9. En estos balcones, trescientos mil espectadores romanos, italianos, extranjeros venidos de las cuatro partes del mundo; reunidas todas las aristocracias de nacimiento, de dinero, de talento; mujeres encantadoras, que sufriendo la influencia de aquel espectáculo se inclinan sobre los balcones y fuera de las ventanas, hacen llover sobre los carruajes que pasan una granizada de confites, que se les devuelve con ramilletes; el aire se vuelve enrarecido por los dulces que descienden y las flores que suben; y sobre el pavimento de las calles una turba gozosa, incesante, loca, con trajes variados, gigantescas coliflores que se pasean, cabezas de búfalo que mugen sobre cuerpos de hombres, perros que parecen andar con las patas delanteras, en medio de todo esto una máscara que se levanta; y en esa tentación de San Antonio soñada por Cattot, algún Asfarteo que ve un rostro encantador a quien quiere seguir, y del cual se ve separado por especies de demonios semejantes a los que se ven en sueños, y tendrá una débil idea de lo que es el Carnaval en Roma


    10. Hay personas así, y sin duda Dios les recompensará en el cielo su resignación en la tierra; pero el que se siente con voluntad de luchar, no pierde un tiempo precioso, y devuelve inmediatamente a la suerte el golpe que ella le ha dado

    11. Se hace con carbonato de sodio y mango deshidratado molido; cura las papilas gustativas, devuelve el amor a la vida


    12. —Pero insiste en que no lo denunciarán si devuelve el dinero


    13. –El perdón aparta los pecados del alma y devuelve al pecador a un estado de gracia santificada -dijo Norberto-


    14. No tienen número y es la costumbre entregar a la encargada lo que quieras guardar seguro, firmas con tu nombre en el libro que ella marca con sus iniciales y te devuelve lo que sea cuando se lo pidas…, pero sólo a la interesada


    15. Se lamenta amargamente de haber traído el libro; se lo lleva a casa, lo devuelve al cajón y nunca más lo mira


    16. Montes de Oca tira de pluma y devuelve a la invicta villa en un decreto el derecho de Bandera y otros privilegios abolidos; en Miranda toma partido por Cristina el Provincial de Burgos, que a Vitoria se dirige para dar su apoyo al movimiento; Portugalete y Orduña se pronuncian también; el cura de Dallo y el escribano Muñagorri reúnen al instante sus partidas y se lanzan por collados y montes a matar liberales


    17. Sábelo, Isabel; hazte cargo de que este sentimiento lo tienes por ti sola, no por tu padre, que se pasó la vida haciendo todo lo posible para que le aborreciéramos, ni por tu madre, más admirada que amada; acoge en tu corazón este sentimiento y devuélvelo, como un fiel espejo devuelve la imagen que recibe


    18. Además, se devuelve en salud y amor


    19. Oyen en palabras los pensamientos que ellos mismos tuvieron hacia los demás y naturalmente, como todo se devuelve, los oyen clamando contra ellos mismos


    20. Cuando ella le devuelve la mirada, comprueba que los ojos del marino muestran todavía rastros de asombro

    21. Desfosseux dobla la carta y la devuelve al bolsillo


    22. Al cabo se levanta, devuelve el volumen a su estante y baja del todo la persiana de la ventana abierta por la que entraba la luz de la calle


    23. Bertoldi devuelve el catalejo y se aleja camino de los cañones de 24 libras


    24. Éste la lee en silencio y se la devuelve


    25. La batería de 8 libras sigue disparando contra Puntales, y el fuerte español devuelve el fuego


    26. Las dos llamadas son de su informático; le devuelve la llamada


    27. La principal dificultad que plantea el acero es su vulnerabilidad y la corrosión, proceso que devuelve el hierro al estado primitivo de mena del que proviene


    28. ¿Por qué escondieron lo que inspiraba miedo? ¡El miedo devuelve a las personas a Dios!


    29. Un poco de lengua y, qué coño, devuelve el lametazo


    30. Si pasamos de las importaciones de China a sus exportaciones en sentido amplio, la elevada biodiversidad autóctona de China supone que este país devuelve a otros países muchas especies invasivas que ya estaban bien adaptadas para competir en el medio ambiente chino, muy rico en especies

    31. Por la mañana le da las gracias varias veces y se despide de ella y de los dos hombres que llegaron a dormir a la habitación a última hora y aunque Alice le devuelve el agradecimiento por pura educación, Jabavu nota en sus ojos que le gustaría que ocupara el lugar del hombre de Johannesburgo


    32. –Los dioses te han elegido -le murmura-, eres el que devuelve la libertad


    33. Encuentra al Zurdo en un matorral con el halconcillo al hombro y todas sus cosas, y lo devuelve a la barraca de un puntapié, para que recupere la marmita


    34. Lo malo es que nada le queda dentro del cuerpo; todo lo devuelve


    35. ) Devuelve la mancuerna al piso e inmediatamente empuja hacia arriba para la próxima repetición


    36. (Estragón se lo devuelve


    37. Lo estrecha en sus brazos y le devuelve el beso, los ojos fijos todavía en el piloto


    38. » Y devuelve el


    39. Puedes derrotarle en infinidad de ocasiones, pero si no le destruyes, esperará, y esperará con una paciencia letal, y cuando menos lo imaginas devuelve todos los golpes con una frialdad y una crudeza que te hielan el espíritu


    40. Modesto lo lee, sonríe y se lo devuelve

    41. Se mira en el espejo y la imagen que éste le devuelve es completamente humana


    42. Según ella, hay cinco milagros que suceden dos veces en los evangelios sinópticos, sin cambio alguno: la multiplicación de los panes y de los peces, la caminata sobre el mar después de haber calmado una tempestad, y tres curaciones inexplicables: la del ciego cuyos ojos son untados con saliva, la del hijo del funcionario o criado de un centurión al que se le devuelve la salud sin mirarlo ni tocarlo, y la del poseído cuyos demonios se refugian en el cuerpo de unos cerdos


    43. El momento más delicado en el arte de un pintor ceramista como soy yo es justamente este: cuando se trazan las figuras en la superficie, pero no está todavía el fondo que las delimita y poco menos que les devuelve sus proporciones


    44. Devuelve los cuarenta millones de sestercios de inmediato


    45. –Sobre todo en una noche como la de hoy, cuando los intérpretes se entregan al máximo, y un público receptivo les devuelve esa emoción, con lo que ésta no para de aumentar


    46. Si no me ves saludar desde el balcón, gira a la derecha y devuelve el material y diles que querías el otro, el… um…


    47. –Puede escuchar atentamente mientras el juez pronuncia la sentencia que le devuelve a la esclavitud


    48. –Oye, ¿sabes? De todos los espejos de la escalera, éste es el que mejor te devuelve la imagen


    49. Ella le devuelve el saludo


    50. Avi se da una vuelta y recoge los acuerdos de confidencialidad firmados, los repasa, devuelve la copia a cada uno y archiva el resto en el bolsillo exterior de una de las bolsas de portátiles














































    1. que devuelven al canto de los pájaros su armonía


    2. Nos devuelven a


    3. devuelven a susconsideraciones políticas


    4. de losrehenes, devuelven los objetos sustraídos y toman la cosa


    5. devuelven y seretiran los amigos, después de un consumo


    6. –Nunca devuelven a los que se llevan -dijo


    7. Los dedos de Tibor no devuelven el gesto


    8. A veces, los japoneses confiscan cosas con una mano y las devuelven con la otra, o dicen que nunca dieron la orden


    9. ¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!


    10. El resto de reflexiones decide dejarlo Desfosseux para más tarde, pues una sucesión de fogonazos en las troneras del fuerte de Puntales indica que los artilleros españoles devuelven el saludo nocturno con fuego de contrabatería sobre el Trocadero

    11. En los grandes crímenes que, poniendo las cosas en su sitio, devuelven al hombre a la realidad fría del Universo


    12. Ese reloj y las drogas de Inés me devuelven un cierto optimismo


    13. devuelven a la realidad


    14. DEVUELVEN LOS RESTOS DE UN CACIQUE RANQUEL


    15. ¡Estas historias de médiums! El cielo por encima de la cabeza, ¡querida mía! Te devuelven el aliento, ¡y luego viene el puñal! Entre los omóplatos


    16. –¿Qué procedimiento se sigue cuando devuelven un coche? ¿Vacían el interior? ¿Limpian las alfombrillas…?


    17. Las olas arrastran y devuelven algunos de ellos


    18. De modo que dejé a los fascistas sin informadores en el Vaticano, y ahora me devuelven el golpe robando el Mapa del Creador delante de mis narices


    19. –Que se les pagará lo acordado y que recibirán una gratificación de quinientos dólares por barba si devuelven el explosivo al campamento y luego olvidan todo lo que han visto


    20. Estaba en el sótano del palacio de Justicia, en la cabina protegida por una sucia cortinilla en la que los detenidos recién liberados comprueban que se les devuelven todos sus efectos personales

    21. Le devuelven, en fin, las babuchas


    22. Si enviamos pensamientos de amor y de salud, se nos devuelven multiplicados; pero si enviamos pensamientos de miedo, preocupación, celos, cólera, odio, etc


    23. Que solo los ponen en condiciones y los devuelven a la línea de fuego


    24. Me devuelven siete francos y medio por cada uno, lo que es una cantidad apreciable


    25. Mujeres que arengan a las tropas, que devuelven a los guerreros el valor y


    26. Cuando piden una mascada, por lo general no la cortan con una navaja, sino que se meten la tableta entre los dientes y la van royendo y tirando de ella con las manos hasta que la parten en dos; entonces, a veces, el que ha prestado el tabaco lo mira melancólico cuando se lo devuelven y dice sarcástico:


    27. Los muros del templo devuelven el eco de su canto, y ello me recordó espontáneamente un pasaje de Heródoto, en el que éste habla de un cierto Aristódico, de la ciudad de Cime, en Asia Menor, al que en este lugar dieron una respuesta oracular negativa: «Ante ello —escribe Heródoto (I, 159)—, Aristódico, según tenía pensado, hizo lo siguiente: se puso a pasear alrededor del templo y a espantar a todos los gorriones y demás especies de pájaros que habían anidado en el templo»


    28. A él, las bellas durmientes, a las que contempla con minucia, arrobo y, sobre todo, desesperación, le reavivan los recuerdos, le devuelven los rostros y las voces de viejas amantes, momentos cruciales de su existencia en los que, desdichado o feliz, vivió la vida con plenitud cabal, o, como le sucede con el recuerdo de su hija menor, violada por un pretendiente y casada con otro, sintió vértigo ante la insondable complejidad del alma humana


    29. –Mis espinillas magulladas me devuelven a la realidad


    30. Algunas mujeres luchan por sus hombres, ¿no es así? Si tienen una rival alzan los puños, sacan las uñas y devuelven el golpe con todas sus fuerzas

    31. Alejan la muerte, devuelven el aliento al oprimido, renuevan la vida, alargan los años, extinguen el fuego, curan a quien es víctima del veneno, salvan al hombre de un destino funesto


    32. Lo mismo ocurre con otros lugares privilegiados por la ficción como espacios para el miedo, y que trasladamos a nuestra cotidianeidad con la misma carga de riesgo, pero también muchos gestos cotidianos que, en el momento de ser protagonizados, nos devuelven el recuerdo a ellos prendido


    33. —¿Todas las cuevas sagradas devuelven el canto? —preguntó Ayla


    34. y me devuelven la perdida oración,


    35. –Ellos siempre los devuelven -intervino un peón llamado Farren Posella con timidez


    36. No obstante, los aromas lo devuelven a la noche que acaba de terminar


    37. –¡Claro que los globos no es preciso que hagan blanco directo! ¡Esperamos! Si multiplican el campo de gravedad que les llegue y lo devuelven con bastante fuerza, eso bastará para quemar los generadores de gravitación de las espacionaves


    1. —No te vayas, Susana, por favor; lo leo en un minuto y se lo devuelves


    2. —Vendes todo lo que has comprado y devuelves el dinero a la cuenta del banco


    3. —¿Cuál es su reacción cuando les devuelves los billetes?


    4. Tú, una estatua de bronce cuyas sensuales curvas transcienden el tiempo y el espacio, una mujer tierna y redondeada, a punto como la carne dulce y jugosa de un higo exótico, le devuelves las caricias explorando la topografía de su cuerpo vigoroso con tu suave y ágil lengua, dejándolo jadeante de fervor, implorante


    1. siendo el último del añopresente, los demas del anterior: y todos los devuelvo


    2. lástima; pero que el amor y el mundo se han acabado paramí: que le devuelvo su


    3. ¡Oh!, comprended bien mi idea: y que podía ofrecer millones a esa mujer, y sólo le devuelvo el pedazo de pan negro, olvidado bajo mi pobre techo, desde el día en que me separé de ella para siempre


    4. ¡Hija de príncipe, lo devuelvo las riquezas y el nombre de tu padre!


    5. Ahora delante de la clase de ella, con las manos todas negras, devuelvo las tenazas al fuego, y luego hago una señal con dos dedos negros a los niños, lo cual en el lenguaje internacional de signos quiere decir acercaos


    6. cuanto yo les confisqué, hoy se lo devuelvo yo;


    7. Si no devuelvo los doce millones de euros a El Profeta, su matón acabará conmigo, y puede que también con otras personas


    8. Luego devuelvo el oro a aquellos a quienes fueron robados los géneros; a usted, míster Rearden, y a otros como usted


    9. Por un segundo devuelvo la atención a la comida pero es imposible no seguir pensando en lo que me acaba de contar Liz


    10. Cuando quiera, le devuelvo el favor

    11. Yo se lo devuelvo y se lo lleno


    12. —Yo sólo puedo decirles que los rifles han subido de precio y que la fábrica me ofrece ciento cincuenta dólares por cada uno, si les devuelvo el pedido


    13. Y les devuelvo mi vida sin el menor pesar


    14. –No será preciso -digo, y se lo devuelvo


    15. ¡Admirable triunfo y conquista preciosa! Será necesaria una superchería; ¿pero qué importa? ¿qué vale esto en comparación del bien que resulta? La salvo de su familia, del convento, del ascetismo que es la tisis del espíritu; le devuelvo la salud del cuerpo, la arranco de este horrible país, la hago mi esposa, la salvo de la idolatría del Nazareno y de ese fetichismo vacío, indigno de la elevación y pureza de su alma


    16. –Te devuelvo el cumplido, por supuesto


    17. –Tú también -le devuelvo el cumplido-


    18. –Y los detesto -le devuelvo el susurro-


    19. Devuelvo la atención a los archivadores de acordeón apilados en el suelo junto a la mesa


    20. Yo le devuelvo el resto del dinero que me entregó usted para los gastos, y quedamos en paz, ¿qué le parece?

    21. Le devuelvo las llaves de su coche y le acompaño hasta el garaje


    22. Se lo devuelvo


    23. Le devuelvo la mirada llena de un pánico atenazador


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    devolver in English

    repaid repay with repay by pay back with return with requite with <i>[formal]</i> return repay pay back come back retort send back give back restore <i>[formal]</i> bring back carry back refund vomit throw up <i>[informal]</i> be sick disgorge chuck up <i>[informal]</i> puke <i>[slang]</i> spew <i>[slang]</i>

    Sinónimos para "devolver"

    arrojar reintegrar restituir reembolsar restablecer reponer