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    Usar "callar" en una oración

    callar oraciones de ejemplo

    calla


    callaba


    callaban


    callabas


    callado


    callamos


    callan


    callando


    callar


    callas


    callo


    calláis


    callé


    1. Azorín calla; todo reposa en el limpio zaguán


    2. Para suplir lo que calla, necesario es acudir á los primeros tratadosmilitares del siglo XVI, por las noticias que recogieron de losanteriores


    3. El Arcipreste se calla,


    4. — Calla, niña —dijo la ventera—, que parece que sabes mucho destas cosas, yno está bien a las


    5. ( La Sombra calla


    6. No bien asomamos las narices á la puerta, calla el discordante yatronador coro que forman los granujas


    7. Es quando una voz acaba en vocal, y la que se sigue es tambien vocal, y se calla la


    8. Si uno no se calla, los atropelladores, parajustificar el atropello, vuelven a


    9. esasensiblería que se calla cuando la víctima es uno de su raza y


    10. ¡Ladrón, calla, que me estás asustando! ¡Si se me han puesto los pelosde punta! ¡Callarás, ladrón!

    11. y cuando lo ve y calla, poralgo será


    12. Que en lo que mas ignora, menos calla


    13. Hasta la Voz calla, ante el poder de la vida y la muerte


    14. Se adentraron en una muerta región de arenas, rocas y gravillas negras, guiados ahora por el activo Calla Huasi, que así dijo llamarse el eficiente oficial inca, y que a instancias de Chabcha Pusí había tornado la decisión de enviar a la mayor parte de su gente y los peor parados de los porteadores al Cuzco, y quedarse en compañía de tres soldados par servir de escolta al «Viracocha»


    15. Pese a ello, extremó las precauciones manteniendo el arcabuz listo para entrar en acción a la menor señal de peligro, y enviando a menudo a Calla Huasi en misión de avanzadilla, ya que había aprendido a confiar ciegamente en la fidelidad a toda prueba del joven oficial inca


    16. Su horizonte se limitaba a un gran patio de altos muros, un pedazo de cielo gris durante el día y miríadas de estrellas en la noche, y en las escasas ocasiones en que había tenido ocasión de hablar con Calla Huasi éste no pudo o no quiso proporcionarle ninguna información sobre la ciudad


    17. ! —protestó Calla Huasi—


    18. Alí, también calla do y atento, les dio tabaco, sirvió el café y desapareció


    19. Todo el mundo calla


    20. - Calla, marinero, La semilla de bambú común la comen como el arroz en muchos pueblos de Indochina

    21. Más se calla


    22. -Siempre que le hablo de esto, calla como un cartujo -repuso con descorazonamiento Collado


    23. -Hereje, empedernido hereje, calla, calla


    24. Medita y calla»


    25. -La Iglesia -replicó Hillo, sentándose en un cofre-, oye y calla, mas no otorga


    26. y pues no calla el bribón


    27. Hay uno que sale de Alstead todos los sábados a las seis y treinta y cinco…Pero, calla


    28. Se calla y mira alrededor: la puerta de la iglesia bajo la estatua del santo, el suelo de tierra de la plaza donde picotean palomas, las tiendas abiertas, la vitrina y los cajones de la librería de Salcedo y las cercanas de Hortal, Murguía y Navarro, con sus libros expuestos


    29. —Y quien las relaciona, se calla


    30. Cuenta eso brevemente, un poco a disgusto, y se calla el resto: mujeres y niños asustados, sin comida ni abrigo, temblando de frío bajo la lluvia y el viento, durmiendo al raso entre las piedras de la isla o en las cubiertas de los barcos

    31. Se calla unos instantes mientras coge una pizca de tabaco molido y lo lleva a la nariz, aspirando fuerte


    32. Se calla un momento el policía, mientras levanta el faldón de su levita


    33. —Es decir, aquí hay alguien que tiene secretos y se los calla —dijo Anna-Maria, que aún tenía la cabeza en la conversación con Mauri Kallis—


    34. Se calla súbitamente porque los dos oímos voces y pasos fuera


    35. Y calla su tercer enemigo, pues lo ha nombrado antes: el miedo, el terrible miedo, que no le hizo flaquear en sus protestas, sino en las consecuencias que traían esas protestas


    36. –¡Calla, calla! ¡Todo eso es política, y los actores…!


    37. Son piedras sin nombre a las que ha ido despojando de sentido por medio de conjuros poéticos, y ahora sólo recuerda la Roca Que Calla, en la que está sentado


    38. Volvió la cabeza hacia la calla lluviosa para no tener que mirarla a ella, pero Caxton dio dos pasos y se colocó de nuevo frente a él


    39. Mi sobrino, por una serie de fatalidades, que son otras tantas pruebas de los males pasajeros que a veces permite Dios para nuestro castigo, equivale a un ejército, equivale a la autoridad del gobierno, equivale al alcalde, equivale al juez; mi sobrino no es mi sobrino, es la nación oficial, Remedios; es esa segunda nación, com-puesta de los perdidos que gobiernan en Madrid, y que se ha hecho dueña de la fuerza material; de esa nación aparente, porque la real es la que calla, paga y sufre; de esa nación ficticia que firma al pie de los decretos y pronuncia discursos y hace una farsa de gobierno y una farsa de autoridad y una farsa de todo


    40. ¿Pero no se calla esa salvaje?

    41. Guatemala está dividido en dos tribus irreconciliables y, si una de ellas calla, es porque la otra no la deja hablar


    42. Entonces nadie se atreve a esgrimir una excusa y menos aún una mentira; se calla, se bajan los ojos, apenas si se soporta la presión de la orden que se ha desacatado en esta casa, pero la muda presencia del noble inmoviliza sin embargo a todos en sus puestos


    43. —E! subinspector calla unos segundos, poniendo en orden ideas que son imágenes—


    44. Maudie, al advertir lo que está sucediendo, se calla, y permanece en silencio, excepto para decir sí y no, durante la comida


    45. El señor Samu se fija en su cara y se calla


    46. Posidionos calla, con los ojos clavados en el horizonte rojizo


    47. ¡Todos callan, todo calla…! Lo mismo las bandas unidas que los privilegiados de los balcones y que los miembros del rebaño


    48. Pero cuando la gente se calla -por miedo o por prejuicio- hay que entrar a los servicios sanitarios para saber lo que piensa


    49. La Filo se calla y Martín entrevé en su cabeza una de esas soluciones que nunca cuajan


    50. Pero ¿duda todavía de la realidad de una aparición tan agradable? ¿Teme que una palabra, que un gesto la ponga en fuga?… Calla














































    1. Y yo callaba


    2. La chulita callaba mirándole


    3. La huérfana callaba, baja la frente, mientras abría con la punta de losdedos el apretado seno de


    4. pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho


    5. Lotario, redundó más en daño de los dos, porque sila lengua callaba, el pensamiento discurría y


    6. La hija callaba, y de cuando en cuando sesonreía


    7. Atento estuvo don Quijote a las razones de aquel venerable varón, y, viendoque ya callaba, sin


    8. callaba, se ponía encendida y buscabaen la conversación general una defensa contra


    9. postrerefecto, callaba, haciéndose el interesante


    10. pretendida víctima huía y se burlaba de la justicia y dela inocencia y se regocijaba con su cómplice por haber llegado á tandichoso desenlace… Yo, con la cabeza llena de tinieblas, sometido áunos jueces que me tomaban por un malvado endurecido, á unos abogadosque me encontraban estúpido porque callaba cuando

    11. La austera señora callaba amontonando en silencio su indignación,lamentándose


    12. La nación callaba, permanecía inmóvil;luego estaba


    13. Merlín,como casi todos los decidores del mundo, tenía todo su chiste en aquelloque callaba, y lo que


    14. callaba era lo más importante


    15. Sagrario callaba, no comprendiendo muchas de las afirmaciones de su tío,pero las acogía


    16. Ana callaba, meditando las palabras del confesor, recogida, seria,abismada en sus reflexiones


    17. Pero él comprendió lo que decía y lo que callaba y declaró que elprincipal deber por entonces


    18. París callaba durante el día con el enfurruñamiento de


    19. Pero el comandante callaba y seguía caminando


    20. todo callaba en el industrioso Socartes, quedandosólo en actividad los bullidores hornos, el buen

    21. Nela erguía su cuello, elevaba las manos con ademán de desesperación;pero callaba


    22. Y ella entonces enrojecía y callaba


    23. nada; alcontrario, pondría las cosas en peor estado, y se callaba tragando biliso


    24. Rodriguín oía esto y callaba, admirando la elocuencia del buen señor;pero como las


    25. Tenía la sensación de que si callaba, las risas, y sobre todo las voces de la plaza, acabarían por ahogar el efecto de las mías


    26. En el silencio que apretaba de pronto a la plaza cuando callaba, en el hueco de sus palabras, se oía, excitada, la respiración de algunas mujeres


    27. Durante la vista oral los principales protagonistas del golpe se comportaron como lo que eran: Tejero, como un patán embrutecido de buena conciencia; Milans, como un filibustero uniformado y desafiante; Armada, como un cortesano millonario en dobleces: aislado, despreciado e insultado por casi todos sus compañeros de banquillo, que exigían que delatase al Rey o reconociera que había mentido, Armada por un lado rechazaba la implicación del monarca, pero por otro la insinuaba con sus proclamas de lealtad a la Corona y aún más con sus silencios, que sugerían que callaba para proteger al Rey; en cuanto al comandante Cortina, demostró ser con diferencia el más inteligente de los procesados: desmontó todas las acusaciones que pesaban sobre él, sorteó todas las trampas que le tendieron el fiscal y las defensas y, según escribió Martín Prieto -cronista de El País en las sesiones del juicio-, sometió a sus interrogadores a «un sufrimiento superior a la capacidad humana de resistencia»


    28. A todo esto callaba la lastimada señora; y, aunque Dorotea tornó con mayores ofrecimientos, todavía se estaba en su silencio, hasta que llegó el caballero embozado que dijo el mozo que los demás obedecían, y dijo a Dorotea:


    29. Gunthram callaba y no tocaba nada; sólo parecía estar interesado en la dimensión y el número de las estancias


    30. De vez en cuando, cuando la gran voz de los rayos callaba, cuando cesaba el centellear de las nubes, cruzaban las tinieblas surcos de luz sucedían disparos al rugido del huracán

    31. De mayo a septiembre la tierra entraba en reposo, todo callaba, sólo el agua torrentosa de los ríos, el golpeteo de la lluvia y las tormentas de truenos y relámpagos interrumpían el sueño del invierno


    32. En la Edad Media, durante los banquetes imperiales, todo el mundo callaba y estaba muy bien así


    33. Ciri callaba, sumida en la contemplación de aquella mirada tan hermosa y muerta


    34. Precisamente por la razón de que yo sufría y callaba, debieron aplacarse en ellos la feroz intolerancia y salvajismo; pero no fue así, sino que mi humildad les hacía más bravos cada vez; y alegando conspiraciones que sólo en su obtusa mente existían, me atacaron de nuevo


    35. Salvador callaba, fijando la vista en el suelo


    36. El desgraciado general se recostó en su lecho de sacos, y callaba, aunque harto claramente imploraban compasión sus ojos


    37. me cambié de camisa, me lustré los zapatos, me perfumé, me pasé un peine con brillantina por el bigote y salí a la calle en el momento en que el vals se callaba, exhausto de reiterar sus compases, y la aguja raspaba la etiqueta del disco como un cuchillo raspa un plato o la tiza un pedazo de pizarra, alborotándonos, a contrapelo, toda la sangre de las venas


    38. Callaba Ibero, y como pudiese, llevaba la conversación a terreno muy distinto del de los dogmas y la Orden sacerdotal, diciendo con seriedad y viveza: «Creo que con diez hombres nos bastará, con tal que sean de superior arranque, como los hay por estas tierras


    39. Defendía gallardamente a los que en su presencia recibían daño de las malas lenguas, y cuando la defensa era imposible, callaba


    40. Dijéronle los caminantes que iban al mercado de Almazán a vender una partida de lana, y el pobre joven callaba, tiritando de frío y de hambre, pues el corto desayuno que le dieron, antes le aumentaba que le disminuía el bárbaro apetito que traía de las cumbres

    41. Ella rompió en sollozos, Rodolfo creyó que era la explosión de su amor; como ella se callaba, él interpretó este silencio como un último pudor y entonces exclamó:


    42. Y como todo el mundo se callaba:


    43. Que, por fin, callaba, sollozando apenas


    44. Lavinia callaba temerosa de decir algo indebido, algo que pudiera poner en peligro la "compartimentación"


    45. Callaba Benina, tapándose la boca con la sábana, y esta humildad y moderación encen-dieron más el rencorcillo de la viuda de Zapata, que prosiguió molestando a su compañera:


    46. Y el Nini callaba porque aquel hombre gigantesco, enfundado de negro, con aquel vozarrón de trueno, le aterraba


    47. Se callaba este ardiente deseo por no aumentar la pena de la otra; mas atendía con ansia a todo lo que pudiera ser síntoma de esperanzas de sucesión


    48. Callaba tenazmente por entre las ocasionales caídas del sistema y los errores de acceso


    49. May callaba también, y permanecía inmóvil, dirigiendo los ojos al suelo con aspecto de indiferencia


    50. Y la niña, que iba conociendo la importancia de que papá no supiera nada en determinados casos, callaba, y se prometía ser más vigilante










































    1. de quienes creían y sabían que don Francisco era el Delfín, y callaban, y el de los que no creían y apenas murmuraban”


    2. callaban losvientos, y sólo se oirían en las vertientes, en los barrancos, en losdesfiladeros, el


    3. Callaban porque en aquella vía, invadida por la moderna


    4. Callaban los dos, estrechamente abrazados, formando un solo cuerpo,trastornados


    5. mientras el Bobo y el borracho callaban, anonadados por elaccidente


    6. Los emigrantes callaban, con los ojos dilatados por la


    7. prusiano? Callaban ó prorrumpían en adulaciones alungido de


    8. Los tres callaban, con el silencio


    9. 4 Y les dice: )Es lícito hacer bien en sábados, ó hacer mal? )salvar lavida, ó matar? Mas ellos callaban


    10. 4 Y les dice: ¿Es lícito hacer bien en Sábados, ó hacer mal? ¿Salvar lavida, ó quitarla? Mas ellos callaban

    11. todas callaban en lo alto de las ramas, entreteniendo el espíritu en abstractas meditaciones


    12. Callaban las aves, adormecidas por el calor, y


    13. Cuando el mensaje comenzaba de nuevo, puntual como un reloj de cesio, todos callaban, deleitándose en aquella voz grave y queda


    14. Le pintaba un ser sin asidero para nuestras leyes, que sería inútil tratar de alcanzar por los caminos comunes; un arcano hecho persona, cuyos prestigios me habían marcado, luego de pruebas que debían callarse, como se callaban los secretos de una orden de caballería


    15. Callaban todos y mirábanse todos: Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio


    16. Atravesaban una parte del Sahel y ya en los primeros campos, curiosamente, aquellos hombres fornidos y ruidosos callaban y miraban nacer el día sobre las tierras cuidadosamente cultivadas donde la bruma de la mañana se arrastraba en jirones por empalizadas de altas cañas secas que separaban los solares


    17. La pinaza empezaba a alejarse de la orilla, París se deslizaba, se volvía fluido, iba a desaparecer, que Dios bendiga vuestra empresa, y hasta los espíritus escépticos, los duros de las barricadas callaban, con el alma en un puño, sus mujeres asustadas apoyadas en la fuerza de ellos, y en la cala había que dormir sobre esteras con su ruido sedoso y el agua sucia a la altura de la cabeza, pero primero las mujeres se desnudaban detrás de las sábanas que entre ellas mismas sostenían


    18. Al escuchar esta proposición, silencio sepulcral reinó en la sala, y todos callaban asustados del enorme alcance de la aspiración de Martín


    19. Y los tres hombres callaban


    20. —Brom dijo una vez que lo que los elfos callaban era más importante que lo que decían

    21. ¿Por qué callaban esos desgraciados? ¿Por que no hablaban al primer interrogatorio y se ahorraban tanto sufrimiento inútil? Al final todos confesaban o morían, como ése que iban a fusilar


    22. Los simios y los volátiles callaban, y, en cambio, zumbaban los zanzares, que por batallones se destacaban de los manglares


    23. Agregó que el vaso de leche y las galletas que antes recibían diariamente todos los escolares, se habían suprimido y que las madres callaban el hambre de sus hijos con agua de té


    24. En cuanto a los licitadores, aunque el asunto era vox populi, callaban, pues aunque suponían que la mercancía que no subía al tablado debía ser de primerísima calidad, al no llegar a verla no se dolían en demasía y se conformaban pensando que iría a parar a palacio, lugar donde el común de los mortales no tenía acceso ni cabida


    25. Mil recados atravesaban la bahía en un bote; callaban los cañones para que hablaran los parlamentarios


    26. Callaban todos; pero con las lágrimas del cavador creyérase que se exteriorizaba su pensamiento, y que éstos decían lo que la boca no sabía ni podía decir


    27. Callaban sus campanas; pero todo en ella era rostro y muda expresión, que decía: yo vivo, yo pienso, yo padezco


    28. Rieron y bromearon hasta que Philips amenazó con anular el trato si no se callaban


    29. Porque estando silenciosas hablaban más que antes, que de tanto hablar ya sólo expresaban silencio, ya sólo callaban


    30. Más allá del riel, los montarredes aparecieron otra vez, y alguien, reparando en la inspiración del muchacho, dijo: -Ohhhh, ya sé lo que está… -y calló porque todos los demás también callaban

    31. Apliqué el oído a mi cerradura, pero me pareció que se callaban al pasar y que andaban de puntillas


    32. No hablaban ni cantaban, más bien callaban obstinadamente; pero como por arte de magia, extraían su música del espacio vacío


    33. Pero recuerdo que Barnabás y yo, durante los fatigosos viajes que también fueron humillantes, pues con frecuencia nos encontrábamos con carros que venían de cosechar y cuyos tripulantes callaban ante nosotros y desviaban la mirada, ni siquiera podíamos dejar de hablar de nuestras preocupaciones y de nuestros planes, a veces quedábamos tan sumidos en nuestra conversación que nos deteníamos y mi padre se veía obligado a llamarnos la atención para recordarnos nuestro deber


    34. Estaban sentados y callaban


    35. Y en el revuelto raudal de la charla, Miguel oía decir lo ya sabido, que era horrible, y adivinaba lo que todos callaban, que era peor…


    36. Cuando los animales hubieron dicho estas palabras callaron y aguardaron a que Zaratustra les dijese algo: mas Zaratustra no oyó que ellos callaban


    37. Los hombres callaban, también, en hora tan grave, y recorrieron la carretera hacia el Sur, llegando a la puerta de la ciudad, que no estaba abierta aún, pues todavía era muy temprano


    38. Todos callaban, horrorizados, diciéndose que en el interior de aquella inmensa pira estaba su Dios, que quizá había muerto ya… Esto les causaba un terror inmenso, sobrecogiéndoles


    39. En cuanto se aproximaba un uniforme del Partido o caían cerca de una telepantalla, se callaban inmediatamente


    40. Los hijos y la esposa del general callaban

    41. Los senadores callaban y escuchaban, sorprendidos, pero aún recelosos


    42. Publio sabía que eso era lo que se comentaba a su alrededor, de momento sólo en voz baja, en cuchicheos que callaban cuando el procónsul aparecía, pues en cuanto salía del praetorium y caminaba entre sus legionarios las conversaciones se interrumpían y, aunque eso pasaba con frecuencia, ahora, en lugar de mirarle con admiración, como ocurría en Hispania, se le saludaba por la inercia que el respeto a la figura del procónsul despertaba entre ellos


    43. Los guerreros maessyli callaban para no interrumpir el silencio de su señor


    44. Maris se sentó y miró a su alrededor mientras los asistentes callaban


    45. Cuando callaban los cantos, se oía crujir las mieses bajo las cálidas ráfagas de viento, y daban ganas de echarse a dormir una siesta entre las altas espigas


    46. Sólo con que algunos de los que callaban votaran por ella, Poto perdería el ala y pTo se quedaría solo entre los Antiguos


    47. Oyó que se abría la puerta del fondo, y que todos se callaban


    48. La calle estaba silenciosa y, cuando callaban los jugadores, no se oía más que el tic tac del reloj


    49. En cualquier caso, todo el mundo estaba al tanto; prueba de ello era que callaban de pronto cuando entraba él


    50. £1 este y el oeste callaban

























    1. Porque cualquiera, en situaciones así, habría empezado a hablar, a intentar explicarse con vergüenza o entusiasmo, haciendo bromas o defendiéndose; cualquier cazador habría intentado argumentar a su favor, despreciar a la presa, exagerar la distancia, disminuir las posibilidades de un disparo acertado… Pero tú callabas


    1. El enfermo no iba ya a la botica, ni mostrabadeseos de ir a parte alguna, pareciendo caer en profunda apatía yreconcentrar toda su existencia en el hervidero callado y recóndito desus propias ideas


    2. Una noche estabael pobre chico tomándose su café, muy callado, en la misma mesa deRefugio, cuando se fijó en dos hombres que en la próxima estaban, uno delos cuales no le era desconocido


    3. Mi familia, Ballester y todaslas personas a quienes conozco fuera de casa, bordaban admirablementesu papel; y yo callado


    4. Han callado un instante


    5. —Pues creo que aprendiste muy bien las lecciones del sargento abuelo, porque la abuela se reía y decía que eras el bandido mejor malhablado que había escuchado, que quien tu hubiera imaginado tan serio y callado aquel día cuando se conocieron


    6. Se han callado muy bien, ópor mala


    7. callado? ¿con quepor una obcecación mutua hemos estado a


    8. El barbero, que a todo había estadosuspenso y callado,


    9. ¿Por qué se muestra callado el paciente?


    10. El populacho, callado, esperaba aún

    11. La campiña estaba dormida: el aire callado


    12. En tal caso se lo tiene muy callado y ni él ni yo


    13. el Príncipe, quese había callado en la esperanza de poder


    14. veces, en los largos paseos que daban, ibaJuan Bou callado


    15. En lo más callado de la noche, cuando en parajes solitariosse entregaba á sus meditaciones, se oía, se estaba oyendo


    16. —Miren el niño, y qué callado lo tenía, comentó el arquero


    17. entonces permaneció callado, tomóparte en la conversación


    18. había apagado, las flores se habían marchitado, las canciones sehabían callado y la


    19. vaciándose los jarros ydesocupándose las fuentes, nadie quiso estar callado y empezaron


    20. corrían lashoras sin sentir en el callado recinto, que olía a pintura fresca y aespadaña traída por

    21. 13 Y despues que hubieron callado, Jacobo respondió diciendo: Varones


    22. 13 Y despues que hubieron callado, Jacobo respondió, diciendo: Varones


    23. y se está usted tan callado? ( Todos se levantan


    24. Kidder se quedó callado, con cara de preocupación


    25. Con la espalda encorvada, el aire ausente, la boca cerrada, las mandíbulas apretadas, las cejas enmarañadas, Samy Perlman no hablaba; Samy Perlman permanecía callado hasta la desesperación


    26. Al aproximarse, el templo de Paladine se le antojó muy callado y lóbrego


    27. El asesino rió sin estridencias mientras afinaba el ángulo de su arremetida, y su callado


    28. "Elizabeth y Nesko me dijeron que volverían rápido, pues harían las compras para el almuerzo; estaban muy preocupados con las noticias de lo que sucedía… No llegaron más…, el niño casi no lloró, se quedó mirando el cielo, callado


    29. Me quedé callado, ansioso por escuchar las innumerables ventajas que deberían existir en mudarme a vivir y trabajar en la loma del peludo


    30. Señor Simpson: Rosie, llevo un cuarto de hora callado

    31. Y por alguna razón, seguía igual de callado, y sólo hablaba cuando no había ningún qulun alrededor


    32. Después se había callado y había respondido evasivamente a las preguntas de Grand


    33. ¿Qué lugar podía existir más callado que aquel gran panteón en que se había convertido el viejo fortín de los confines del Sáhara en un día sin viento?


    34. Hablaba cuando su nuevo marido estaba callado, cantaba canciones a los niños por la noche


    35. estuvo un rato callado escribiendo en un papel, luego, alzó los ojos


    36. Estaba en un rincón del cementerio, a unos pasos del pequeño sendero, y yo podía leer los nombres en la piedra mientras escuchaba sonar las horas en el reloj de la iglesia, recordándome una voz que ya había callado


    37. Es terriblemente callado


    38. Finalmente reinó el silencio: incluso los tc'a se habían callado


    39. El ruido de las reparaciones se había callado, y ésa era la razón de que hubiera despertado


    40. Después me quedé callado, creyendo escuchar el ruido de las olas estrellándose contra las rocas y viendo el castillo de St

    41. El coloso se quedó callado y paseaba los ojos de Hossein a la linterna


    42. Se quedó callado durante unos instantes, fijándose en el enemigo, y luego dijo:


    43. Los últimos gemidos se habían callado cuando Dulce Rosa pudo ponerse de pie y caminar hacia la fuente del jardín, que el día anterior estaba rodeada de magnolias y ahora era sólo un charco tumultuoso en medio de los escombros


    44. Al ver que Roran seguía callado, Horst suspiró, le dio una palmada en el hombro bueno y abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí


    45. Pasó por los ritos de iniciación y las sucesivas etapas de la ruta hacia la virilidad, se formó solo, con callado aguante, a golpes y porrazos, fiel al mito nacional del individuo independiente, orgulloso y libre


    46. Cuando terminó, el dragón permaneció callado un rato, reflexionando sobre toda esa información


    47. Se quedó callado un momento para empezar a hablar en el idioma de los elfos y de la magia


    48. A su vez Burgel se enteró de que él conocía una infidelidad cometida por ella en su juventud, pero había callado para convivir en paz


    49. A Rodrigo de Quiroga, quien al principio parecía callado y más bien tímido, se le soltó el ánimo y se reveló como inspirado cuentista


    50. Este joven capitán era, a mi parecer, el mejor hombre de nuestra pequeña colonia, después de Pedro, por supuesto, era valiente como ninguno, experimentado en la guerra, callado en el sufrimiento, leal y desinteresado; además, tenía la rara virtud de inspirar confianza en todo el mundo














































    1. El presidente Mao dice: “¡La clemencia con el enemigo equivale a la crueldad con el pueblo! ¡Si os da miedo la sangre no seáis guardias rojos!”» El fanatismo descomponía sus facciones en una horrible mueca, y todos nos callamos


    2. Agustín y yo callamos, meditando en las monstruosas contradicciones de aquella casa


    3. Callamos mientras lo encarga


    4. Nos callamos cuando un grupo de hombres con palas pasa a nuestro lado en dirección a la Aldea de los Vencedores


    5. Cupón que callamos después de que hayas recitado


    6. Nos lo decimos y, como lo callamos, parece que lo escribimos en nosotros mismos, que queda impreso en el cerebro y que el cerebro acabará por estar, como una pared en la que alguien se ha entretenido en escribotear, enteramente cubierto por el nombre mil veces escrito de la amada


    7. Abusan de nosotros porque callamos


    1. Los venezolanos que hoy tributan una veneración que linda con el fanatismo a Simón Bolívar, y hasta en sus mensajes oficiales siempre dicen: “Venezuela, Patria del Libertador”, tal vez intencionalmente, o quizás por ignorancia, callan la publicidad del mensaje a que se ha aludido, y del cual citamos los siguientes apartes:


    2. Losque llegan á desembarazarse del enredo, y á verclaro en el negocio, ó callan, ó se


    3. callan, profundamente admirados,como siempre, de la audacia y penetracióndel


    4. que callan con trágico silencio, é inclinándose sobrelos muertos les toman el fusil y la


    5. Pero la linda rubia no era de las que se callan por largo tiempo,


    6. Este acontecimiento hace en los personajes de la cocina un efectoagradabilísimo; callan todos como


    7. Callan todos á una señal que hizo en el cadalso, y sus


    8. al trabajo y que lainacción es mortal; pero se callan lo que la ciencia añade, o sea que eltrabajo


    9. tienen confianza en el porvenir; callan ómienten, pero en todos


    10. Se oyen pasos en el corredor, y los mendigos callan

    11. Los otros callan contemplándole,y cuando se les junta, otra vez comienza el cálido


    12. callan este, lo cual yo no haré, pues al fin, maló bien, con vicios


    13. Ahora callan el padre y el hijo; pero detrás de aquel silencio adivino que ambos aceptan sin reticencias una dura posibilidad creada por la Razón de Estado: la del Buscador, empeñado en regresar al Valle de las Mesetas, y que jamás volverá del segundo viaje -«por haberse extraviado en la selva», creerán luego quienes puedan interesarse por su destino-


    14. Hace cinco días que los perros de Puerto Anunciación aullan lo mismo, de idéntico modo, respondiendo a una determinada orden, y callan a una señal inconfundible


    15. Pero se callan de inmediato en cuanto les pones un poco de dinero en sus manos pedigüeñas


    16. En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que repercutían hasta el pie de la terraza, a medida que los ramilletes multicolores se elevaban en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio


    17. -Pero el rey gobierna, y las Cortes, según el uso antiguo, votan y callan


    18. Los presentes callan y escuchan, se mi ran y se formulan calladas preguntas


    19. Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la harina, todos callan y hasta de noche, en el campo, cuando despierto me parece que también se callan las ramas de los árboles


    20. Los demás se callan

    21. Pero ¿no callan todos por igual? Nada me impide creer que todos son camaradas, no solamente que he tenido un ocasional camarada investigador, Hundido y olvidado con sus insignificantes éxitos, al que no puedo llegar por impedírmelo la bruma de los tiempos pasados y la conglomeración del presente, sino que desde siempre he tenido y tengo compañeros en todos, todos afanosos a su manera, a su manera infructuosos, callados o astutamente charlatanes, como consecuencia de la investigación desesperanzada


    22. Muchos soles giran en el espacio desierto: a todo lo que es oscuro háblanle con su luz, para mí callan


    23. ¡Todos callan, todo calla…! Lo mismo las bandas unidas que los privilegiados de los balcones y que los miembros del rebaño


    24. Les hombres callan


    25. Los legionarios de la V y la VI, al fin, ceden en sus carcajadas y callan


    26. –Hay muchas cosas que los hombres y las mujeres callan, porque decirlas sólo traería desgracias


    27. Las mujeres callan de improviso y se ponen de pie


    28. los adioses y los audaces callan su jactancia


    29. Y todos callan, mirándolo fijamente sentado en un rincón de la mesa, donde menos da la luz


    30. Callan todos: los dos oficiales de la batería, el tambor con las baquetas apoyadas en el parche esperando la orden de redoblar a cornbate, los infantes de marina de guardia en las escotillas o dispuestos en grupos para tirar por las portas, los pajes y grumetes encargados de la cartuchería junto a la escotilla del pañol de la pólvora

    31. Si los de las otras mesas se percatan, callan también para escuchar a mi hermano


    32. Nadie habla, todos callan


    33. Sus fuentes callan para siempre, y ha enmudecido el murmullo del agua


    34. Los cadetes cantan 'ay, ay, ay' y se menean como rumberas, pellizcan a Vallano en los cachetes y en las nalgas, el Jaguar se lanza como un endemoniado sobre el Esclavo, lo alza en peso, todos se callan y miran, y lo lanza contra Vallano


    35. »Los Halcones, los Gatos Salvajes y los Tortugas callan cuando Valerio habla


    36. Entre la desbordada hilaridad general de la asamblea, resonó una campana y mientras todos conjeturaban cuál podría ser la causa, entró la señorita Callan y, habiendo dicho unas pocas palabras en voz baja al joven señor Dixon, se retiró con una profunda reverencia a toda la compañía


    37. ¿Qué? ¿Malignan a una así, la amable señorita Callan, que es el lustre de su sexo y el asombro del nuestro y en el instante más decisivo que le puede sobrevenir a una mísera criatura de barro? ¡Lejos de nosotros tal pensamiento! Me estremece pensar en el futuro de una raza en que se hayan sembrado las semillas de tal malicia y en que no se rinda la debida reverencia a la madre y la doncella en la casa de Horne


    38. (Las vírgenes, Hermana Callan y Hermana Quigley, se abren paso precipitadamente por entre las cuerdas y los segundos del ring y le abruman cayendo sobre él con los brazos abiertos


    39. Ya sabes que en Narak sólo se callan los muertos, y eso si se les entierra con la boca llena de arena


    40. Delante de Dalüge se callan, pero se quejan a Pannwitz de haber precisado una escolta para poder regresar a su hotel sanos y salvos

    41. Los obreros callan y le saludan con el mismo respeto que si fuera un médico


    1. bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, con quepensaba resistir callando a todo aquello


    2. Callando estuvo por un buen


    3. callando hasta ver lo que él decía, el cual, conmucha gravedad y reposo, puestos los ojos en la


    4. callando y dándoles a entender con señales a los dos queasimismo callasen; pero, sin que se lo


    5. Eterna fidelidad lejuró callando, en el beso largo, intenso con que pagó los del marido


    6. extendió aún más en elterreno de las confidencias, no callando las agonías que pasaba


    7. hora de la muerte;lagrimeaban callando muchos de los que


    8. callando, miren elsanturrón y el gatito muerto, exclaman las gentes, con lo que ha venidoa


    9. Allá ellos, se decía, y seguía callando


    10. Dijeron que te ibas despabilando, y que eres delos que las matan callando

    11. Doña Mencía y la mamá de Adelita la poetisa son dos descaradas que las matan callando, estas golfas de oficina pública son las peores, además doña Mencía tiene amores sacrílegos, todo el mundo lo sabe


    12. El cual duque de Arión, a quien llamo así porque se me antoja, callando su verdadero título que es de los más conocidos entre los de España, era un joven de veintidós a veintitrés años, delgado, de regular estatura, semblante frío y sin expresión, de modales elegantes y comedidos, como de persona habituada a la alta etiqueta, y sin otra cosa notable en su persona que la atildada perfección del vestir


    13. De sobremesa, se me antojó romper el silencio que mi mujer y yo guardábamos, convencido de que callando no íbamos a ninguna parte, y de que las explicaciones razonables disiparían aquella nube


    14. Varios padres celosos de su honra hubieran dado casi cualquier cosa por esos informes, pero César se sentía mejor callando los secretos más oscuros y guardados


    15. Él se puso los brazos a la espalda y poco a poco los obreros se fueron callando


    16. Mi tito Claudio fue siempre muy entendido en féminas y muy partidario de sus velados encantos y sus turgentes y salutíferas redondeces; lo que pasa es que las mataba callando porque se desahogaba con la poesía, sobre todo con las espinelas


    17. Acuérdate de cómo salió sin uñas el pobre Luciano, y peor los que no salieron, ¡pobrecillos! El Petrone, callando por salvarme a mí y a la partida, asesinado en la celda junto a la mía


    18. Estaba disgustado porque ella hubiera dicho tales cosas de él, y sabía que Brenner probablemente se estaba callando la mayor parte


    19. Uno tras otro, todos los vagones iban callando y el convoy se inmovilizó por completo, entregado a los golpes certeros del enemigo


    20. Si creyese que podía hacerlo a la chita callando y sin levantar la liebre, lo intentaría

    21. Guardaban un silencio tan profundo que también el director se fue callando poco a poco; y si al otro lado de las puertas blancas, en el comedor, el tiempo pasaba volando para el pequeño Hanno, en el salón de los paisajes se hizo un silencio angustioso que pesaba como una losa sobre los presentes y que aún se mantenía cuando, a las ocho y media, regresó Christian del Club de la fiesta navideña de solteros y suitiers


    22. Que a la chita callando, entre Cruz y el usurero habían desvalijado a varias familias nobles, un poco apuradas, prestándoles dinero a doscientos cuarenta por ciento


    23. Los magos se fueron callando a medida que Rincewind los conducía hacia las profundidades de la caverna


    24. “-Nada, eso no te concierne; no es para mujeres”, contestó guiñando el ojo el médico, con una satisfacción majestuosa de sí mimo, que participaba de la expresión de matarlas callando que conservaba frente a sus alumnos y enfermos y la inquietud que acompañaba sus rasgos de ingenio, antaño en casa de los Verdurin, y siguió hablando en voz baja


    25. Necesitaban a una Emocional, y Odeen seguía callando


    26. Caris intuyó la objeción que se estaba callando


    27. –«En su primera época en el seminario, un amigo del padre…» -Se fue callando mientras iba leyendo las palabras de la página


    28. No se trata ya de confiar esa tarea a la chita callando (porque no se puede matar a millones de personas a la chita callando) a unas cuantas unidades de asesinos, sino de poner todas las infraestructuras políticas y económicas del régimen a disposición del genocidio


    29. Cuando creían conocerse uno a otro hasta el último rincón del alma, estaba pensando cada cual en la mala acción que cometía callando lo que callaba


    30. Por supuesto, ella estaba convencida de que yo me estaba callando algo

    31. ¿Sigues callando?… ¿No quieres saber nada de mí?… ¿No puedo consolarte?… Eso sería terrible, Giacomo


    1. Con callar está alabado,


    2. mandar callar a alguien cuando interrumpe el serial de las


    3. Por eso, vale más ser educado y servicial, callar lo desagradable, jamás alzar la voz, adular a los que mandan, defender sus bienes y libertades, adosar sus mentiras, creer en sus promesas y brindar con su vino


    4. Fortunata, implacable, no se quería callar, y entre los que rodeaban ala víctima se dividieron los pareceres respecto a lo que se debía hacercon la agresora


    5. tan útiles al linaje humano se hubieron de callar losprotegidos por no incurrir en el


    6. El olvido son las voces que se intentan callar


    7. pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho


    8. Quiero callar, que se suele decir que las paredes


    9. mepromete callar el motivo de la donación que le hago, y la mismadonación, hasta donde sea posible


    10. de Pepe en callar fue inútil: Paz puso tantoempeño en saber los

    11. pálida, pero tranquila en apariencia, le mandó callar


    12. de puntapiés para hacerle callar


    13. aprecia, y callar después


    14. costumbres y menudos oficiosacaso son los más picantes los que es forzoso callar: los


    15. Esto con respecto a daruna idea de lo mucho que se puede callar en


    16. cinco o en diez años; ahorabien, con respecto a lo que se puede callar en un solo día,


    17. Pero don Antolín nopodía callar fácilmente


    18. El revolucionario quería callar y escuchabadistraídamente las murmuraciones


    19. quepudieran hacerle callar! Según opinión de los más, quería


    20. ¡Vaya un modo de entrar en materia! Él quería callar,

    21. valerse de sofismas para callar en la confesiónaquella flaqueza: «ella no quería» en cuanto


    22. El dueño la hizo callar


    23. tenían interés en callar y todos decían laverdad


    24. callar, advirtiéndoles que el de Tunes y el dela Merced eran un mismo Señor, aunque


    25. Callar cuando esté enojado, y mientras dure elenfado


    26. veneracion que un pueblo profesa á ungran cadáver, debo callar


    27. El Comendador hizo callar a los presentes con un signo


    28. —¿No quiere que las haga callar?


    29. Zá la verdad de aquellas impresiones; pero eso era lo que yo experimentaba, amigo, y aquellos nuevos sentimientos hacáan callar los cons jos que me Baba el recuerdo de los días felices pasados con usted


    30. Volvió a callar y volviendo la cabeza, miró hacia el camino que habían recorrido

    31. Alicia había hablado con energía, pero el Sombrerero y la Liebre de Marzo la hicieron callar con sus «¡Chst! ¡Chst!», mientras el Lirón rezongaba indignado:


    32. el que hizo callar los Belianises,


    33. Un tropezón del coche en un bache lo hizo callar


    34. Eso quizá pudiera hacer callar a los enemigos de Chanur; y humillar a Rhif Ehrran


    35. Cuando hubiera sido mejor callar una verdad


    36. Señor Inglethorp, sabiendo lo que acabo de decirle, ¿insiste usted en callar dónde estuvo a las seis de la tarde del pasado lunes?


    37. —¿Y si se las quieren callar?


    38. —También sabe Esa callar cuando le conviene


    39. —Éstas no son cosas que se puedan callar —repuso el abogado—


    40. El brujo ordenó callar a los tocadores de flauta y gritó, en un pésimo español:

    41. Mugían de un modo tan espantoso, que hicieron callar a los simios rojos y a los llorones, y trataban de triturarse mutuamente las mandíbulas


    42. El capitán hizo seña de callar y acercándose más a los declarantes les dijo en tono conminatorio:


    43. Hay pocas visiones más impresionantes que la de un escocés en acción -dijo, pero el inspector le lanzó una mirada de desaprobación que le hizo callar


    44. Y cuando los elfos volvieron a callar y el mundo volvió a la normalidad, Nasuada sintió la tristeza de un sueño que acaba


    45. Cada vez que se cometía una fechoría en la región, los guardias salían con perros a cazar a Nicolás Vidal para callar la protesta de los ciudadanos, pero después de unas vueltas por los cerros regresaban con las manos vacías


    46. En cierta ocasión, escuchando a Plácido Domingo en el Metropolitan Opera House una matrona respetable, sentada a mi lado, emitía arrullos de paloma y se retorcía de tal manera, que otro amante del bel canto la hizo callar


    47. Iba a empezar a protestar, pero Saphira lo hizo callar y le dijo con amabilidad:


    48. Acudieron visitantes de otros pueblos y cuando alguien con una radio de pilas interrumpió gritando que el General había huido y la muchedumbre estaba echando abajo las prisiones y descuartizando a los agentes, lo hicieron callar, no fuera a distraer a los gallos


    49. Dos guardias entraron a callar al enfermo y lo encontraron con una granada en cada mano y tal determinación en los ojos, que no se atrevieron a respirar


    50. Orik golpeó el martillo contra el escudo, haciendo callar a la multitud













































    1. que soy tuconfesor y que si callas ante los otros, es porque haces


    2. ) Estopor lo que callas


    3. ¿Por qué callas?,


    4. —¡Tú te callas, mocosa! —y por el tono que empleó, repentinamente vivo, autoritario, Ignacio y Raquel comprendieron a la vez que aquel hombre era su padre


    5. y también el deseo que me callas


    6. –¡Eres encantador, y callas! Mi corazón, que todo irrita,


    7. Al Nini, su madre, la Marcela, le asustaba con él: «Si no callas -le decía-, te llevo donde el Curón, a que le veas roncar»


    8. – ¿Por qué no te callas y continúas con lo nuestro, César? – Porque quiero decirte una verdad


    9. Cuenta lo que sabes y tenazmente callas


    10. Callas se quedó con la boca abierta y la barbilla en alto; era evidente que se quedaba con ganas de decir algo devastador, pero no se le ocurría

    11. El estómago le pedía darle la razón a Callas y buscar el amparo de la tierra firme


    12. Los demás siguieron su ejemplo, pero el secretario de Callas levantó los brazos en cruz


    13. Antes de acostarse se pasó un largo rato escuchando a María Callas


    14. –¿Por qué no te callas y escuchas, Maury? Todavía estamos muy lejos de los documentos


    15. ¿Por qué no callas en el sitio exacto


    16. –Y estos pueblos… estos Callas… ¿se extienden a lo largo de todo el arco?


    17. Son las señoras de Calla Sen Chre las que los hacen y los envían a los Callas de los alrededores


    18. En los Callas de la Media Luna de las tierras fronterizas, entre el Mundo Medio y Tronido, la palma de múltiples acepciones se la lleva «commala»


    19. “Las Callas aún quedan en esa dirección,” dijo Rolando, y señaló con el dedo


    20. Sin duda las yentes de las Callas sabrán quiénes son y lo que han estado haciendo si mienten, pues ellos tienen a los Manni entre ellos y los Manni ven mucho

    21. Se sentó en su coche, puso la casete de Maria Callas y cerró los ojos


    22. Tenía la voz de Maria Callas en la cabeza


    23. ¡Escucha el tintineo de las campanillas del trineo que se aleja, y disfruta de tu victoria! ¿Estás contento? ¿Cruzas los brazos sobre el pecho? ¿Te gustaría inclinarte unas cuantas veces y lanzar besos al público para agradecer la admiración de la multitud invisible que está aplaudiéndote? ¿Por qué callas?… ¿Tienes un sabor avinagrado en la boca, como si hubieses comido y bebido demasiado y deseases el ayuno, el pescado hervido y la penitencia?… ¡Déjalo ya, necio! ¡Mata todo dentro de ti, mata todos los recuerdos, ahoga todo sentimiento y toda debilidad, todo lazo humano y toda compasión, como si fueran gatitos recién nacidos! ¿Ya ha volado la juventud?… No del todo


    24. Ahora estoy aquí y tú callas


    25. Callas sin rechistar, sin musitar nada, como debes hacer según tu papel, al que yo me adapto perfectamente, como determina el contrato


    1. obligues a burlas,que callo sólo por consideración a tí


    2. iniquidades comprobadas, y de todos sabidas, callo! Pero hagola historia del gobierno


    3. Yo sí, pero me lo callo


    4. Me dio en el callo cuando se abrió de golpe


    5. Se callo de improviso


    6. —¡Me callo, pero a la vista está que se han largado!


    7. En fin, señora, me callo, porque si sigo hablando de mis lástimas ha de llorar hasta el tintero


    8. Pero me callo, positivamente me callo, porque si siguiera hablando


    9. El tal (me callo su nombre) estaba en el ajo: su misión, de prevalecer el convenio, era franquear la entrada a la facción, y su recompensa, ser nombrado Ministro de la Guerra por el Rey absolutísimo


    10. Por lo expuesto, y algo más [6] que callo, pedida la licencia, o tomada si no me la dieren, voy a referir hechos particulares o comunes que llevaron en sus entrañas el mismo embrión de los hechos colectivos

    11. Tiene que tener una perseverancia inhumana y callo para enfrentarse a las decepciones y frustraciones


    12. y el Cardenal, y de los otros callo


    13. para que tú lo encuentres, me lo callo


    14. Entorpecimientos graves, la maldad de un hombre, la pasión indudable de la niña y otras cosas que callo, han vuelto las cosas del revés


    15. Hasta entonces había tenido en un pobre concepto a los hombres de letras y a los intelectuales, que, con demasiada frecuencia, se pasaban el día perorando en la retaguardia, mientras los soldados, sin tantos remilgos, daban el callo en las trincheras


    16. – Callo, mirando a Philen-


    17. Esto que declaro, y que es lo que pensamos ¿a qué negarlo? todos los hombres del día, es de esas cosas que pocas veces se dicen, y yo las callo siempre porque la sociedad actual se sostiene, no por el fervor, sino por el respeto a las creencias generales


    18. Se apoyaban en el empeine, sobre un grueso callo longitudinal que inspiró veneración a todos los zapatos, y presentaban escaras en la parte superior, donde la piel había adquirido un color rosa tendente al rojo


    19. En el fondo de mi corazón deseaba un anillo de tamaño planetario, pero ese no es el tipo de cosas que una debe admitir, así que me lo callo


    20. La mujer callo mientras alguna profunda comprensión interior ocupaba de repente su expresión

    21. Durante un largo minuto contempló aquellos hongos obscenos que sobresalían del callo maloliente y destrozado


    22. –¡Me callo, pero a la vista está que se han largado!


    23. pasión indudable de la niña y otras cosas que callo, han vuelto las cosas del revés


    24. (De callo y alto)


    25. (De callo y -cida)


    26. Tumor que padecen las caballerías en el codillo, por la compresión del callo interno de la herradura


    27. Dicho de la carne: Criar callos o endurecerse a manera de callo


    28. No crean que me lo callo por no estropearles la película


    29. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    30. Un callo en el corazón

    31. –No había visto al chaval de Ben dar tanto el callo en toda mi vida -comentó Cookie mientras ponía las chuletas fritas en la mesa y los chicos las atacaban con entusiasmo-


    32. –Descuide, señora, lo del callo queda entre usted y yo


    33. Callo, rabiosa por estar haciendo lo que siempre hago: justificarme delante de ella


    34. Pensé en todas las otras manos que habían estrechado con fervor y con esperanza, y me dije que ahora no tenían nada, más que el rastro de la tinta, el callo de la pluma en el mayor de la derecha, alguna magulladura, alguna pequeña cicatriz y el laberinto de cruces epidérmicas, que componen la creación más delicada de formas, proporciones; entrecruzamientos y dibujos


    1. Si no os calláis, os arrojo a todas por la escalera


    2. Ahora calláis, ahora parece que os faltan las palabras


    3. Contadme algo; ¿por qué calláis? —y en cuanto empezaban a hablar cerraba los ojos y expresaba cansancio, indiferencia y repugnancia


    1. Oí tales palabras con indignación, pero callé


    2. por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro deque no tardarían mucho los


    3. Cuando callé, empezó a charlar de esto y de lo otro, como si buscara una vía de entrada


    4. Callé y permanecí en el estrado de los testigos, temblorosa


    5. ¿Quién habría podido enfrentarse con las palabras de alguien que afirmaba pronunciarlas bajo una inspiración divina? ¿Quién osaría oponer al oráculo de un dios la simple opinión de su corazón? Entendí, callé y obedecí


    6. Callé porque tenía razón y continuamos el viaje en medio del mayor silencio


    7. Como yo no creía que las funciones de los reyes fueran semejantes a las de un perro de presa, no pensé lo mismo que mi amigo, aunque me callé sobre el particular


    8. –¿Has visto a mi…? – Callé


    9. Ya habíamos llegado a la escalera y me callé


    10. El borracho había entrecerrado los ojos cuando callé

    11. Penetración… hummm, ¿penetrar el pecho para llegar al corazón? Y Restricción…, bueno, la tuvieron atada, ¿no? Las marcas en los tobillos y en las muñecas… Y seguro que sufrió privaciones… -Me callé y la miré


    12. Pero ella apretó tan fuertemente mis manos con las suyas, que comprendí que estaba diciendo algo inconveniente, y me callé


    13. Pero por primera vez me callé a tiempo y, como una suerte de recompensa por mi silencio, me volvió a besar


    14. El único muerto era un pastor alemán, guardián del colegio, que, antes de recibir un balazo, mordió a un callé


    15. –Vuelvo enseguida -indicó a sus dos acompañantes y se adentró en la ciudad por la callé de San Jerónimo, en dirección a la Plaza Nueva


    16. Callé un instante oprimido por el dolor de su vivo recuerdo, y en el silencio reinante me pareció percibir los apenados suspiros de varios integrantes de la vetusta asamblea


    17. De camino a casa me dieron ganas de preguntarle a Jake cuántas veces metía el dinero de los clientes en el bote y no en la caja, pero al final me callé, pensando que seguramente los barman jamás hablaban de esas cosas


    18. Yo me callé, y empecé a levantar uno de los lados del vendaje, mientras mis manos temblaban de rabia


    19. Callé al observar que ya podían oírme desde el despacho


    20. —Pues sí, Thomas, me lo callé, porque sentía que era mi obligación cumplir esa última voluntad de mi hija en su lecho de muerte

    21. Pero me callé, no felicité a monsieur d'Argencourt por ofrecer un espectáculo que parecía hacer retroceder los límites entre los que se pueden mover las transformaciones del cuerpo humano


    22. ¡Buen trasteo les dimos! Yo, aunque me citaban sus mercedes sobre corto y sobre largo y a la derecha y a la izquierda, no quise embestir a la palabra y me callé como un cabestro


    23. Por eso me callé


    24. Me callé de golpe, con la sensación de que me estaba aplastando una apisonadora


    25. Después de hablar con el sheriff Doyle, Sue bajó por la callé y se sentó en los escalones de la lavandería automática


    26. Durante aquellas tres o cuatro horas que pasé en Finsbury Road descubrí que aquella damita indefinida y seguramente otoñal era mucho más inteligente de lo que había supuesto en un principio, y fue tal vez esta nueva apreciación lo que hizo que mi interés por La travesía del horizonte, primero pasivo y más tarde indolente, se hiciera -más que nada, me temo, como un tributo a la simpatía y a la admiración que poco a poco me fueron provocando las opiniones de la señorita Bunnage- muy agudo y tentador; tanto que, al despedirme de ella hasta la mañana siguiente, estuve a punto de recordarle la promesa que me había hecho: me pareció indelicado y callé, quedando así a merced de sus deseos, de su capricho, de sus sentimientos, de su voluntad y del azar


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    callar in English

    hush make quiet hush up conceal be silent be quiet

    Sinónimos para "callar"

    tapar reservar omitir disimular acallar silenciar guardarse para sí