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    Usar "depositar" en una oración

    depositar oraciones de ejemplo

    deposita


    depositaba


    depositaban


    depositado


    depositamos


    depositan


    depositando


    depositar


    deposito


    deposité


    1. todo el quepasa deposita su tributo de admiración? ¿Qué es su corazón muchas


    2. , murmurase una súplica al oído de Augusto, deposita en elcéfiro que acaricia la lona de su ligero


    3. La agarra con determinación y la deposita en su carretilla, junto a la anterior


    4. Cuando la sangre ya no circula, se deposita por efecto de la gravedad y produce una coloración violácea y palidez en las zonas del cuerpo apoyadas contra algo


    5. Su madre lo acompaña, y los observo desde el suelo, donde estoy llenando una estantería baja; mientras, ella deposita en el mostrador un montón de prendas curiosamente decoradas con pedrería


    6. Al final, las cosas me resultan más fáciles porque uno de los escoltas me deposita en la silla alzándome por la cintura sin esfuerzo aparente


    7. Me acurruco cuando me deposita en la cama y se aparta, pero veo que regresa y se inclina sobre mí


    8. La silla tiene un aspecto sólido, pero en cuanto deposita su peso en ella se rompe en mil pedazos


    9. La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales


    10. La deposita en el piso de cemento y retrocede

    11. Los moluscos y crustáceos que viven en el lago toman oxígeno que se deposita en sus conchas, el cual se conserva en los sedimentos del lago a la espera de que los climatólogos analicen dichos isótopos de oxígeno mucho después de que esos pequeños animales hayan muerto


    12. Zisis entra en la habitación con una vieja bandeja metálica de café de barrio y deposita encima de la mesa la taza de café y un platillo con bizcochos


    13. Deposita la plancha sobre la tabla y me fulmina con una de esas miradas altaneras que suelen acompañar sus comentarios mordaces


    14. La coge en volandas y viendo que no reacciona entra con ella en casa, cierra la puerta con el pie, rodea la mesa del recibidor-comedor y la deposita suavemente en uno de los sillones de mimbre junto a la mesa camilla


    15. En lugar de transferir los ingresos provenientes del petróleo a cuentas privadas, Ndongo los deposita en fondos fiduciarios, con lo que pone el dinero fuera del alcance de la corrupción


    16. Una militante, De-nise Ginollin, deposita el expediente en la sección de prensa de la Kommandantur


    17. Justo en ese momento, James entra de nuevo y Lucy lo deposita en la mesa con cara de culpabilidad


    18. Proctor (bebe un largo trago; luego, mientras deposita el vaso): ¡Deberías traer algunas flores a la casa!


    19. Mientras las fichas se mezclan y ronronean, el canti- nero deposita una segunda botella de habanero en la mesa


    20. Se toma su tiempo, bebe de la copa, y cuando la deposita encima de la mesa se pone a jugar con el palito que hay dentro del vaso

    21. Deposita las cartas sobre el cándido pliegue de las sábanas, a su derecha, se quita las gafas


    22. Thérése toma la estatuilla sin dar las gracias y la deposita en la estantería donde guarda todas las divinidades de su colección


    23. Delmarr retira con delicadeza el cigarrillo de los labios de Irene y lo deposita en un cenicero


    24. – Deposita el bolso de fiesta en una silla y se deja caer sobre mi cama


    25. Se niega a ver que el hombre de gobierno en quien deposita ahora sus esperanzas no está en su sano juicio


    26. Sólido blanco, en forma de escamas nacaradas solubles en el agua, que se deposita en aguas de origen volcánico y tiene usos industriales y antisépticos


    27. Servicio de la oficina de correos por el que se alquila al usuario una caja o sección con un número, en donde se deposita su correspondencia


    28. En sustantivos femeninos señala el sitio u objeto en que hay, está, abunda, se cría, se deposita, se produce o se guarda lo designado por el primitivo


    29. Significa lugar donde abunda o se deposita algo


    30. Agua procedente de la atmósfera, y que en forma sólida o líquida se deposita sobre la superficie de la tierra

    31. y me consuelo del mal trato, viendo que en él se deposita la confianza que a mí se me niega


    32. Sarcophagidae deposita larvas


    33. Por otra parte, el que deposita sus huevos primero corre el riesgo de que su compañero en perspectiva pueda posteriormente fallar en hacer lo mismo


    34. Se ataca a los comerciantes babilónicos, y su soberano deposita en vano quejas ante el faraón


    35. Sonia se crispa mientras su cuñada se acerca al samadhi y deposita una ofrenda floral sobre el mármol pulido


    36. Cuando se ingiere se deposita, pasando por el estómago, en la zona esplácnica, donde provoca sus efectos beneficiosos y somete a los yinni de la kala-azar


    37. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    38. Prueba la llave en la cerradura; la puerta se abre… ¡Papeles! Sin duda esos papeles son preciosos para que los hayan guardado en un mueble tan particular…, para que le den tanto valor a la llave que abre ese mueble… ¡Ajá! ¡Ajá!, eso siempre puede servir… Un pequeño chantaje…, eso lo ayudará tal vez en sus designios amorosos… Rápido, hace un paquete con esos papelotes y los deposita en el lavabo del vestíbulo


    39. La sirvienta acaba de entrar y deposita sobre la alfombra algunas escudillas


    40. Te deposita gentilmente sobre el lecho, que está iluminado por la luna, como a una delicada guirnalda de flores de invernadero y, contemplando los rizos sedosos que coronan tu cabeza, te besa suavemente cada centímetro del cuerpo, desnudándote de paso, como si desenvolviese la antigüedad más singular y delicada

    41. Levanta en seguida un rincón de la cubierta interna de la colmena huérfana, y deposita la reina extraña en lo alto de uno de los panales


    1. siguiente lo depositaba en el lugar indicado y recogía la respuesta a la misiva del día anterior


    2. metiendo el brazo por entre los barrotesde la verja, depositaba la


    3. que depositaba elmaestro sus esperanzas de bienestar


    4. del anciano, en el largo beso que depositaba enla frente de su hija cuando ésta se iba


    5. cuando la resaca depositaba en la costa muchoscuerpos de


    6. montera la depositaba entre suscuernos


    7. Y susurró implorando al patrón de los imposibles mientras depositaba una moneda de diez céntimos en el cepillo:


    8. Y la tía Marguerite, la hermana de su madre, había muerto, la abuela lo arrastraba a casa de la tía el domingo por la tarde y él se aburría soberanamente, salvo cuando el tío Michel, que era carretero y también se aburría escuchando aquellas conversaciones en el comedor oscuro, en torno a los tazones de café negro sobre el hule de la mesa, lo llevaba al establo, que estaba muy cerca, y allí, en la semipenumbra, cuando el sol de la tarde calentaba fuera las calles, sentía ante todo el buen olor del pelo, la paja y el estiércol, escuchaba las cadenas de los ronzales raspando la artesa del pienso, los caballos volvían hacia ellos sus ojos de largas pestañas, y el tío Michel, alto, seco, con sus largos bigotes y oliendo él también a paja, lo alzaba y lo depositaba sobre uno de los caballos, que volvía, plácido, a hundirse en la artesa y a triturar la avena mientras el tío le daba algarrobas que el niño masticaba y chupaba con deleite, lleno de amistad hacia ese hombre siempre unido en su cabeza a los caballos, y los lunes de Pascua partían con él y toda la familia para celebrar la mouna en el bosque de Sidi-Ferruch, y Michel alquilaba uno de esos tranvías de caballos que hacían entonces el trayecto entre el barrio donde vivían y el centro de Argel, una especie de gran jaula con claraboya provista de bancos adosados, a la que se uncían los caballos, uno de ellos de reata, escogido por Michel en su caballeriza, y por la mañana temprano cargaban las grandes cestas de la ropa repletas de esos rústicos bollos llamados mounas y de unos pasteles ligeros y friables, las orejitas, que dos días antes de la partida todas las mujeres de la familia hacían en casa de la tía Marguerite sobre el hule cubierto de harina, donde la masa se extendía con el rodillo hasta cubrir casi todo el mantel y con una ruedecilla de boj cortaban los pasteles, que los niños llevaban en grandes bandejas para arrojarlos en barreños de aceite hirviente y alinearlos después con precaución en los cestos, de los que subía entonces el exquisito olor de vainilla que los acompañaba durante todo el recorrido hasta Sidi-Ferruch, mezclado con el olor del mar que llegaba hasta la carretera del litoral, vigorosamente tragado por los cuatro caballos sobre los cuales Michel{84} hacía restallar el látigo, que pasaba de vez en cuando a Jacques, sentado a su lado, fascinado por las cuatro grupas enormes que con gran ruido de cascabeles se contoneaban bajo sus ojos y se abrían mientras la cola se alzaba, y él veía moldearse y caer al suelo la bosta apetitosa, las herraduras centelleaban y los cencerros precipitaban sus sones cuando los caballos se engallaban


    9. Cada año, la inundación depositaba un rico limo sobre los viejos campos, en los cuales sólo se necesitaba ya esparcir el grano y enterrarlo con un arado ligero tirado por un par de vacas


    10. Nos pasaba, además, una pensión que depositaba en el Banco a nuestro nombre cada tres meses

    11. —¿Y no podría hacer el esfuerzo de recordar? —dijo mientras depositaba unas monedas sobre el mostrador


    12. La forma de operar del Especialista era siempre la misma: el cliente depositaba en una cuenta cierta cifra de seis dígitos -no reembolsable- y aguardaba con paciencia mientras sus datos eran rigurosamente verificados por la organización criminal


    13. Se recogía aquí, se depositaba allá, y lo único que debía evitar era que se cayera


    14. Las cajas eran ataúdes en cuyo interior Ettore Ferro depositaba amorosamente los residuos de una vida que diariamente se deshacía


    15. Entonces empezó a flotar en dirección a Kathy y sintió que lentamente su cuerpo se depositaba en la cama, al lado del de ella


    16. Permaneció inmóvil mientras Canuleio, que era un hombre alto, alzaba con las dos manos la corona de hierba y la depositaba en aquella cabellera rojo-dorada


    17. —Hay alguien esperando en la puerta que desea verle —informó el sirviente de pelo blanco mientras depositaba en la mesa un plato con una abundante ración de cerdo asado


    18. Pasha Ivanov se depositaba en el suelo mientras las puertas del auto de custodia se abrían de golpe y, en cámara lenta, los guardaespaldas se apiñaban alrededor del cuerpo


    19. –Con todo esto, ojalá haya espacio -se preocupó Ayla, mientras depositaba la tienda en el bote, con el propósito de usarla como asiento


    20. –Os he dejado dentro un poco de comida -dijo Tholie, mientras depositaba en el suelo las pieles que servían como toallas

    21. —Una oportunidad para perdonar —dijo a Su Santidad, al tiempo que depositaba la urna al lado del Papa—


    22. Cada noche, cuando el señor Hedlie se marchaba cubierto por una película blanca que hacía que pareciese treinta años mayor, íbamos a revisar toda aquella mezcolanza de tesoros y basura que depositaba junto al bordillo


    23. Francisco, luchando en la movediza niebla de una realidad contrahecha, con su vida convertida en un fraude, del que serían protagonistas las dos personas más queridas por él y en quienes depositaba mayor confianza; forcejeando para comprender qué era lo que escapaba a su felicidad; fundiendo el quebradizo andamiaje de una mentira en el abismo de descubrir que no era él el hombre a quien amaba, sino sólo un substituto, aceptado a desgana, un paciente sometido a caridad, una muleta para sostener sus achaques, con la percepción convertida en peligro y sólo la rendición a una estupidez letárgica, para proteger la endeble estructura de su alegría; esforzándose, cediendo y aceptando la terrible rutina de convencerse de que la plenitud es imposible para el hombre


    24. La mujer, que no depositaba monedas en las ranuras, levantaba el teléfono del gancho de sujeción, vociferaba y lo dejaba descolgado


    25. El tercero de estos «cepillos» estaba al cargo de un tal Petajia, responsable de los sacrificios de las aves y que controlaba el dinero que se depositaba en dicho tercer «cepillo»


    26. –Cuerpo de Cristo -entonó el padre Jimmy, mientras depositaba la hostia consagrada en su lengua


    27. Antes de regresar a su destino, Getúlico sólo habló de su plan con Emilio Lépido, el viejo amigo en quien depositaba toda su confianza


    28. Pino se había limpiado las manos en el delantal y las depositaba otra vez en la mesa, sobre el hule


    29. El pálpito de su cuerpo se había acercado al suyo en un movimiento instantáneo que depositaba el roce efímero de los cabellos


    30. Sebastián presintió la risa de Valdivia en la barra y distinguió el brazo de la mujer que aceptaba algo parecido a la caricia de un saludo mientras su mano depositaba el vaso y el camarero se disponía a cumplimentar la invitación del recién llegado

    31. Lanzó una tímida mirada en derredor mientras, sin ceremonias de ninguna clase, Hamilton la depositaba en el suelo


    32. Blix cayó de espaldas mientras que el macho arrancaba el árbol de raíz, lo depositaba en el suelo a unas pulgadas del cuerpo de Blix y se marchaba como la tempestad, con el ciego convencimiento de que su insignificante enemigo estaba muerto


    33. —Un gran sapo la estaba examinando con gran interés —dijo mientras depositaba las cosas—


    34. Fe apartó la mirada mientras depositaba sobré el pan de su nieto otra lonja de queso


    35. Tampoco lo vio nadie cuando depositaba el cuerpo en el suelo y se inclinaba, desapareciendo entre las hierbas


    36. Ella se acercó, y vio que lo que cogía era una piedra, y cuando la depositaba era sólo una piedra entre otras piedras


    37. Un tubo le extraía líquido de un costado del pecho y lo depositaba en un recipiente que burbujeaba cuando Richard se esforzaba por respirar


    38. El la observó con cautela mientras ella depositaba su instrumental


    39. Fuera, en el vacío, un remolcador pequeño depositaba la última de las secciones de la cubierta de la nueva cápsula de hidroponía en su constelación adecuada


    40. –La corriente los depositaba en alguna orilla lejana, donde los devoraban los animales y las aves de presa

    41. –Incluso a veces depositaba flores en el altar de la iglesia de Santo Domingo que no eran peruanas, sino japonesas…


    42. –Las cosas parecen estar bien -comentó el capitán Jake, mientras depositaba su equipo y subía a cubierta


    43. Temía las pulcras hileras de mensajes telefónicos que Polly depositaba sobre mi escritorio, los memorandos de los jefes convocando reuniones para interesarse por mi bienestar, los ruidosos murmullos de los chismosos y el inevitable «¿Qué tal estás?» de los amigos sinceramente preocupados y de aquellos a quienes yo les importaba un bledo


    44. A quien depositaba su capital en sus institutos, ellos daban, como rédito, el dos o tres por ciento


    45. Tres viajes había hecho a Besançon, sin contar con las innumerables cartas que a diario depositaba en el buzón público, amén de otras más importantes que enviaba a su destino por medio de emisarios secretos que pasaban por su casa al cerrar la noche


    46. ¿Por qué la imagen de aquella rechoncha institutriz francesa, con sus tres botones a un lado de la falda, que quedaban juntos cada vez que depositaba su enorme trasero en un sillón, una imagen que tanto le irritaba entonces, evocaba ahora en su pecho un sentimiento de tierna contricción? Recordaba que en la casa de San Petersburgo su obesidad asmática prefería a las escaleras el anticuado ascensor hidráulico que el portero ponía en marcha mediante una palanca que se encontraba en el vestíbulo


    47. Mientras Rolando la depositaba con delicadeza sobre la herbosa rodera, Eddie siguió mirando el bosque


    48. En el momento en que él depositaba la tarjeta en la mesa, la polilla echó a volar


    49. Mientras yo depositaba la pesada bandeja sobre una de las grandes mesas, uno de los hombres me miró con atención mientras masticaba un bocado


    50. Jesús Pietro esperó mientras el empleado de laboratorio depositaba su bandeja sobre el «ataúd» y emprendía el viaje de regreso


























    1. Mientras depositaban el cajón en la bóveda de la familia, yo me perdí enlas calles


    2. puerto donde amarraban suembarcación fatigada del largo viaje; el almacén donde depositaban


    3. Habia observado que cada noche, a las nueve, Richard o su mujer depositaban en la puerta un cesto de provisiones


    4. Esa parte del negocio correspondía a la Señora y ella la llevaba a cabo con honestidad, pero al llegar a los puertos de destino, les confiscaban los documentos y las depositaban en lupanares de ínfima categoría, donde se encontraban atrapadas en una telaraña de amenazas y deudas


    5. Fue avanzando en medio de la corriente humana que en el mismo sentido se iba desplazando lentamente, como la lava de un volcán, y que la conducía inexorablemente hacia la cola formada frente a una garita verde en la que de lejos podía observar a dos uniformados policías de ferrocarriles pidiendo, tras los cristales, las respectivas documentaciones que los pasajeros iban depositando sucesivamente en una bandeja de latón acanalado ubicada bajo la ventanilla y que ellos a su vez, una vez inspeccionadas someramente en tanto hablaban y sonreían, depositaban de nuevo


    6. Estaban ambos hermanos reunidos con Karl Knut en el estrecho escondrijo, rodeados de estanterías y de cajas, sentados en sendos taburetes y tomando unas jarras de cerveza que depositaban en un baúl que hacía las veces de mesa


    7. Había deshonrado a su padre empeñando su sepultura, había robado a la Iglesia hurtando de los cepillos donde los fieles depositaban sus limosnas y a su madre los útiles necesarios para ejercer su trabajo de partera; se había dado al vicio y a la fornicación, y lo más grave, había aceptado colaborar para acabar con la vida de su superior, que siempre se había mostrado con él solícito y cariñoso, y al que sólo un milagro había salvado de una muerte cierta


    8. Las cestas en que se depositaban las tablillas de cera inscritas con el voto estaban en un estrado debajo del muro de los rostra, al que sólo tenían acceso los tribunos de la plebe salientes, los candidatos y el cónsul encargado del escrutinio


    9. Los electores llegaban a la rampa, recibían su tablilla de cera de los custodes, se detenían a inscribir su elección con el stylus, ascendían por el puente de tablas y la depositaban en la cesta de su tribu correspondiente


    10. He dicho que salga -insistió el bombero mientras dos ayudantes lo levantaban de la silla y lo depositaban en la escalera

    11. El capital se guardaba en la cámara del tesoro, en unas arcas de madera y de hierro; allí, en una especie de huchas, se depositaban también otros bienes en dinero o enjoyas que se les entregaban para su custodia


    12. La tripulación y el capitán del San Gabriel contemplaron con estupor la escena mientras los restos diseminados del Lillie Marlene se depositaban sobre la superficie del océano para luego desaparecer bajo el agua, arrastrando consigo a la patrulla de reconocimiento


    13. —Es muy obstinado —comentó Koja, mientras entre los dos depositaban el cuerpo inconsciente sobre la cama


    14. –Señora Philips -preguntó mientras depositaban en la tumba al señor Radik-, ¿cuándo se aparta el alma del cuerpo? ¿Antes de que lo entierren?


    15. Ahora, en cambio, me tranquilizaba, sostenía mi rostro entre sus manos y sus labios depositaban unos besos ligeros y breves en mis párpados, calmándome y dándome la bienvenida


    16. Esta circunstancia me impediría estar presente en el conocido suceso de la viuda que, en aquellos momentos, debió acudir hasta uno de los «cepillos» donde los judíos depositaban su contribución para el sostenimiento del templo


    17. En el centro de la habitación había una urna de acero donde se depositaban las papeletas


    18. En los cementerios europeos continentales de toda la Edad Media los cuerpos se depositaban boca arriba, con la cabeza hacia el oeste y los pies hacia el este (de modo que el difunto pudiera “mirar” al este), pero la posición de los brazos fue cambiando con el tiempo: hasta el año 1250 los brazos se disponían de forma que quedaran extendidos paralelamente al cuerpo para después, a partir del año 1250, quedar ligeramente curvados sobre la pelvis y, con posterioridad, más curvados sobre el estómago, hasta que a finales de la Edad Media se plegaban por completo sobre el pecho


    19. Cuando el petróleo subía, lo limpiaban de sal y de agua, lo separaban del gas y lo depositaban en los tanques que rodeaban los cimientos de la plataforma


    20. y se trata de un busto de piedra caliza cuya función parecía ser la de urna funeraria, ya que tiene un orificio posterior donde se depositaban

    21. Esta vez los asistentes prorrumpieron en atronadores aplausos, de nuevo enardecidos ante lo que se avecinaba, mientras aquellos hombres, depositaban a la mujer con suavidad en el suelo


    22. Los depositaban sobre la cuchara de cada catapulta, apuntaban y disparaban hacia el enemigo


    23. Soldados del batallón encargado de enterrarlos revisaban sus bolsillos y morrales en busca de identificaciones, cartas u objetos personales para enviar a las familias, los despojaban de los talabartes, armas, cinturones, insignias y ropas reutilizables y luego los depositaban en el interior de las fosas, unos encima de otros


    24. En una tierra sin casi precipitaciones ni otras fuentes de agua, la inundación del Nilo, durante la cual sus aguas depositaban grandes cantidades de limo sobre la tierra, regaba y fertilizaba los campos de Egipto


    25. En aquella época, la mayor parte de los cadáveres se depositaban en cuevas o en sepulcros abiertos en la roca


    26. En un pueblo aragonés, el interventor del PSOE fue contando las papeletas que depositaban los electores desde la apertura de la mesa electoral


    27. Ian, mientras lo depositaban en el suelo, dijo:


    28. Excalibur, la espada y emblema de su poder, colgaba de su cincho en una vaina de piel blanca también; en aquel momento no era un arma sino un símbolo de todo lo que el monarca suponía y de las esperanzas que los hombres de aquellas tierras depositaban en él


    29. Hasta las palabras que me decían depositaban tan bien su significación inalterable en mi sensible espíritu, que ya no creía posible que una persona que me hubiese dicho que me quería no me quisiese, ni más ni menos que la propia Francisca no hubiera podido dudar, después de haberlo leído en un periódico, de que un sacerdote o un señor cualquiera fuese capaz de enviarnos gratuitamente, en respuesta a una petición dirigida por correo, un remedio infalible contra todas las enfermedades o un medio de centuplicar nuestras rentas


    30. Y el vasto comedor que atravesé el primer día, antes de llegar a la reducida habitación en que me esperaba mi amigo, también hacía pensar en una comida del evangelio, figurada con la ingenuidad del tiempo antiguo y la exageración de Flandes, el número de pescados, de pollos cebados, de gallos silvestres, ti; chochas, de pichones que llegaban emperifollados y humeando, traídos por mozos jadeantes que se deslizaban por el suelo encerado para ir más deprisa y los depositaban en la inmensa consola en que eran trinchados inmediatamente, pero en la que -muchos almuerzos tocaban a su fin cuando yo llegaba- se amontonaban sin utilizar, como si su profusión y la precipitación de quienes los traían respondiesen, mucho más que a los pedidos de los comensales, al respeto al texto sagrado, escrupulosamente seguido en lo que se refería a la letra, pero ingenuamente ilustrado con detalles tomados de la vida social, y al cuidado estético y religioso de mostrar ajos ojos la magnificencia de la fiesta mediante la profusión de las vituallas y la solicitud de los sirvientes

    31. Concluido el trabajo, las obras se depositaban en una plancha de madera


    32. Los tres Estanyol se quedaron en el salón, mientras los esclavos depositaban en él las pertenencias de Elionor


    33. Los escombros y el polvo se depositaban poco a poco, dejó la linterna e intentó ver a través de la masa gris


    34. , que se depositaban en arcas


    35. tercia (|| casa en que se depositaban los diezmos)


    36. » Por ello, acaso Pericles, teniendo presente a figuras como Cleón, hubiera preferido librar una guerra, suponiendo que ésta fuese inevitable, en un momento en que él y quienes depositaban confianza en él estuviesen en condiciones de dirigirla


    37. Casa en que se depositaban los diezmos


    38. Las visceras se empaquetaban por separado y se depositaban junto con el cuerpo


    39. A sus espaldas, dos ayudantes depositaban los restos de Gabby en una camilla que condujeron hacia la furgoneta del juez de primera instancia


    40. Otras justas se desarrollarían dentro del cónclave mismo, cuando los grandes electores y los extranjeros se reunieran en la sala y en el bar, o en el salón de fumar de la Casa de Santa Marta, o mientras caminaran en procesión a la capilla donde se depositaban los votos, cuatro veces al día, hasta que se nombraba al nuevo Papa

    41. Esa tarde de invierno, mientras las primeras nieves se depositaban en los cerros y en los pinos negros, se hallaba, pues, en su estudio, cavilando sobre la forma más diplomática de acercarse a la Fuerza de Ocupación


    42. Varios comandantes estuvieron a favor de llevar inmediatamente a la acción a las tropas descansadas, lo cual, a la vista de los contingentes persas, habla bien de la confianza que depositaban en Alejandro


    43. Como sabía toda Florencia, Cosme había invertido una fortuna en San Marcos, acaso para compensar todo el dinero que había ganado con la usura, pues como banquero cobraba intereses a sus clientes y por tanto era un usurero, aunque también lo eran quienes depositaban dinero en su banco


    44. Unos flecheros confeccionaban saetas que depositaban en cestos que, una vez llenos, eran sustituidos por otros vacíos


    45. El recaudador en jefe vigilaba permanentemente la entrada de los almacenes, donde los campesinos depositaban frutos y legumbres


    46. Estas estelas se depositaban tanto en templos como en casas


    47. Los artesanos tenían un aire sombrío, y todos depositaban sus esperanzas en la prudencia de los demás


    48. Mientras los mantenedores depositaban las últimas copas, Setaú apareció al fondo del almacén, donde se había ocultado para presenciar la escena


    49. Estas se depositaban en una cámara central


    50. ¿Qué querían de él? ¿Qué significaban aquellos heridos y muertos que depositaban sobre el suelo de la explanada dispuesta ante su vivienda? ¿De qué drama eran víctimas? ¿A qué se debía la agitación de aquella multitud?





    1. Durante toda mi vida había sido un paquete depositado en el vagón de un


    2. Pero el caballo de Troya debe ser depositado en el lugar mismo en


    3. en el era depositado


    4. Nerón, al germen del histrionismo monstruoso depositado en el


    5. Un vez depositado el cuerpo en lacaja, el socio de


    6. En un rincón, en elfondo del cual los remolinos han depositado una capa de barro,


    7. depositado en el fondo del lago, le servirá además para renovarel vigor de sus cultivos, y si quiere,


    8. La entrada del local, donde estaba depositado el dinero de don Carlos,se encontraba bajo la estera que cubría el piso


    9. depositado en el Jesu de Roma


    10. débiles gérmenes de alegríaque la naturaleza había depositado en su corazón

    11. Los dos héroes habían depositado los sablessobre el pretil


    12. A la manera que el grano depositado en la tierra germina bajo la accióncombinada


    13. cargadas, mientras las que habían depositado su carga


    14. amantes, mojando la cara de la artistacon el rocío depositado en sus hojas


    15. depositado en ella cariño, me había oídohablar de ella tan


    16. fue depositado en su capilla, llamadavulgarmente el Diario


    17. a la edad de78 años, y fue depositado en la Iglesia del Colegio


    18. papel, exigía al afianzado un seis por cientodel capital depositado, y se encargaba además de cortar y cobrar loscupones


    19. flores de piedras preciosas, que lavanidad humana había depositado a los pies de


    20. Con los diez ducados de plata que el buen abad había depositado

    21. Todo el respeto depositado en el alma del payés durante


    22. depositado en aquel ataúd pobre, quemás bien parecía una caja


    23. gobierno, depositado a la sazón en manos delos liberales más extremados y más


    24. tiernos en ambos, elcariño que tenían depositado en sus hijas, la profunda estimación


    25. lostesoros de poesía que la Providencia ha depositado en él!


    26. depositado á gran altura, en un nichoú hornacina de la


    27. Fué, pues, depositado el cadáver del César dentro de las


    28. Depositado en la tumba antes del velatorio


    29. Algunos llegaban incluso a decir que Hitler había percibido la cuestión judía en «un contexto visionario», en términos de propaganda, y que no había depositado ningún interés personal en el desarrollo de las distintas etapas de la política antijudía


    30. –Si -dijo el ciudadano Morand-, pero es preciso destacar que, hasta el presente, la conducta de los municipales ha justificado la confianza que la nacion ha depositado en ellos, y la historia dira que solo el ciudadano Robespierre merece el nombre de incorruptible

    31. Pero no por intoxicada dejó de descubrir el cadáver allí depositado y creyó, tal vez impulsada por secretos rencores, que Isabel lo había matado


    32. Si un cóndor se hubiera negado a volar, un pez a nadar, o la luna a hacer su aparición tras las montañas, tal vez existiera una explicación que su cerebro fuese capaz de asimilar, pero que una descendiente directa del dios Sol renunciara a la inmortalidad traicionando la confianza que en ella habían depositado generaciones de antepasados que habían construido el mayor de los imperios conocidos, no tenía a su modo de ver explicación alguna


    33. Cuando los extranjeros comenzaron a llegar a China en gran número, durante la década de los setenta, muchos se marcharon impresionados por la «limpieza moral» de nuestra sociedad: un calcetín abandonado podía seguir los pasos de su dueño a lo largo de mil quinientos kilómetros, desde Pekín hasta Guangzhou, tras lo cual era lavado, plegado y depositado en su habitación de hotel


    34. Por lo tanto, ese vapor debió de estar en estado líquido hasta hace poco tiempo, depositado en las depresiones


    35. El conserje le entregó las tiras de tela en donde el abate Faria había depositado todos los tesoros de su ciencia


    36. El veneno había sido depositado en el tarro de ungüento que consideraban imprescindible las mujeres egipcias


    37. A una señal del superintendente se descorrió el lienzo que cubría el cuerpo depositado sobre una losa de mármol y Rosaleen se encontró mirando al hombre que en vida se había designado a sí mismo con el nombre de Enoch Arden


    38. Voilà! «Le aconsejo retire cualquier dinero depositado en la firma en cuestión


    39. -¡Quién sabe!Acaso en cualquier mina puede haber ocurrido algún desprendimiento, y el gas que estaría depositado entre las capas carboníferas ha salido y se habrá acumulado en estas galerías


    40. Los dos negros habían depositado en el suelo la litera, y el barón descendió de ella

    41. Por indicación de Willie, la abuela decidió invertir la mitad en instalar un pequeño almacén y el resto fue depositado en una cuenta a nombre de los hijos de Jovito en Estados Unidos, lejos de embaucadores y parientes pedigüeños


    42. Tras este razonamiento, Rubén permaneció en silencio un buen rato en tanto que la mente de Esther evocaba momentos y frases que formaban el acervo de recuerdos que los cortos instantes vividos junto a su amor habían depositado en su corazón cual rescoldo de hoguera inextinguible


    43. El obispo Tenorio, en el silencio recogido de su despacho, leía con deleite la carta que, momentos antes, su coadjutor fray Martín del Encinar había depositado sobre su mesa


    44. Apenas la garrida moza colocó ante ellos sus respectivos cuartillos cuando repararon en un joven que parecía tener problemas con tres coimas{234} que discutían con él la propiedad de unos maravedíes que había depositado sobre el mostrador en pago de su consumición


    45. Y traicionaron la fe que yo había depositado en ustedes


    46. En la entrevista que le habían hecho, Cardamone se había mostrado emocionado, pero decidido; había declarado que se esforzaría al máximo para no desmerecer la confianza que habían depositado en él ni la sagrada memoria de su predecesor, y había terminado diciendo que entregaría al renovado partido «su diligente trabajo y su ciencia»


    47. Pippo Ragonese proclamó en Televigata que, habiendo sido el ingeniero una víctima más de la magistratura roja, un hombre que había conseguido rehacer su fortuna gracias al impulso dado por el nuevo Gobierno a la empresa privada, tenía el deber moral de demostrar que la confianza que la banca y las instituciones habían depositado en él era merecida


    48. —¿Él había depositado el dinero en una maleta?


    49. Abierta la sotana desde la cintura dejaba ver sus fornidas piernas, cubiertas de un calzón de ante en muy mal uso y los pies calzados con botas monumentales, de cuyo estado no podía formarse idea mientras no desapareciesen las sucesivas capas de fango terciario y cuaternario que en ellas habían depositado el tiempo y el país


    50. El testamento fue modificado y volvió a quedar depositado en su casillero de las vestales














































    1. Antes de partir, depositamos el pidion, la retribución del consejo, en la cajita prevista al efecto


    2. Cuidadosamente lo depositamos en el suelo


    3. Vamos a mi agencia bancaria en Miami, depositamos todo su dinero en mi cuenta, al día siguiente me acojo a un programa de la CIA y cambio de identidad y, si quiere volver a verme, se hace una regresión hipnótica a ver si nos encontramos en alguna de nuestras vidas pasadas


    4. 40 Stephen Spender, «World within world»: «O quizá somos nosotros los muertos e irreales / nosotros en un mundo que gira, se disuelve y revienta / Mientras depositamos el inmutable muerto / Bajo el suelo, justo bajo el combate de la tierra


    5. Metimos nuestras cosas en un par de maletas y, en cuanto las depositamos a los pies de la cama, la habitación adquirió de pronto un aire frío y ajeno


    6. —Parte lo depositamos en el fondo del río, usándolo para construir el camino por el que llegamos


    7. El perrazo estaba como muerto en nuestros brazos cuando lo depositamos en la superficie pulida de la mesa, pero, al cabo de unos segundos, miró tímidamente en torno y se incorporó con un movimiento cuidadoso


    1. y expeditiva justicia, de talmanera, que los habitantes depositan en los jueces toda suconfianza


    2. Educados desde la más tierna edad dentro de convicciones religiosas, tales creyentes depositan toda su esperanza en la protección divina en este mundo y en las promesas de una vida futura


    3. Y sin embargo, yerran: los instructores siempre depositan su semilla sobre las glándulas mamarias o las mejillas faciales o el ano de sus compañeras de reproducción, esos machos americanos idiotas jamás consiguen generar descendencia con éxito


    4. Las moscas atacan el cuerpo muerto casi de inmediato y depositan sus huevos


    5. Por regla general, los dos últimos tipos de residuos se dejan, respectivamente, en los depósitos o plataformas de escoria, mientras que los escombros y los desechos de roca se depositan en vertederos


    6. En la urdimbre de las alfombras es donde los nómadas depositan su sabiduría: objetos abigarrados y livianos que extienden en el suelo dondequiera que se detengan a pasar la noche y enrollan por la mañana para llevarlos consigo junto con todas sus pertenenecias sobre la giba de los camellos


    7. Es una imprudencia, pero… -Mi rey y señor -repliqué-, el Dios de los Ejércitos protege a los simples de corazón que depositan su confianza en El y humilla al poderoso que confía sólo en su propia fuerza


    8. Esos barrayareses de clase alta lo depositan todo en sus hijos


    9. Los candados se los llevan con pompa y los depositan en un banco de piedra donde hombres importantes se dedican a vigilarlos


    10. Luego lo transportan a Petrogrado y lo depositan en un rincón de las antiguas caballerizas imperiales

    11. Cuando la procesión llega al cementerio, los ataúdes se depositan con gran solemnidad en tierra, mientras las mujeres dan rienda suelta a sus lamentaciones y profieren sus plegarias


    12. Arrancar y arrojar por la boca las flemas y secreciones que se depositan en la faringe, la laringe, la tráquea o los bronquios


    13. –Concedido, si todas las armas, sin excepción alguna, se depositan en la plaza mayor


    14. Tronco en el que al fin de cada tenida, los masones depositan sus óbolos para las obras de beneficencia de la logia


    15. [254] Para paliar cualquier riesgo cuentan incluso con “cabezas de sustitución” que se depositan en las tumbas


    1. El joven se confióa ella enteramente, depositando en sus hermosas manos el manuscrito,cual si fuese un niño recién nacido, y ella lo recogió como madrecariñosa y lo tomó bajo su amparo, prometiendo velar por su preciosaexistencia y presentarlo en el mundo


    2. que se beneficia, para que losjornaleros dispersos puedan ir depositando en estos sotechados


    3. depositando la albarda en el suelo, que la tuviese demanifiesto hasta que la verdad se aclarase,


    4. la crecida, se clarifican poco ápoco, depositando el aluvión


    5. De lejanas ciudades llegaban por el espacioflotillas de aparatos voladores, depositando en el lugar sagrado


    6. inclinación decabeza, depositando en las hermosas manos de su


    7. Y depositando en tierra el puchero, sentose con toda su familia


    8. mayoría delos transeúntes iban depositando algunas monedas


    9. otro fueron depositando su hostiaen el copón, retirándose luego,


    10. Los tertulios fueron depositando un beso en la frente de la criatura,procurando no

    11. seguida demuchos ayudantes, fue depositando en la mesa las


    12. Ella ascendió lenta y penosamente, depositando la bolsa en los escalones, colgándose de la barandilla, consciente de cada hueso de las rodillas, los tobillos y las muñecas, y también de la paradoja del dolor en el vientre y el extraño adormecimiento en la superficie de la piel


    13. Los sirvientes sacaron al instante unos cuchillitos curvos y cortaron porciones del Nagra que fueron depositando en todos los platos menos en el de Arya, incluida una pesada ración para Saphira


    14. Fue avanzando en medio de la corriente humana que en el mismo sentido se iba desplazando lentamente, como la lava de un volcán, y que la conducía inexorablemente hacia la cola formada frente a una garita verde en la que de lejos podía observar a dos uniformados policías de ferrocarriles pidiendo, tras los cristales, las respectivas documentaciones que los pasajeros iban depositando sucesivamente en una bandeja de latón acanalado ubicada bajo la ventanilla y que ellos a su vez, una vez inspeccionadas someramente en tanto hablaban y sonreían, depositaban de nuevo


    15. —Habló Glassen, en la penumbra, depositando los auriculares encima de la mesa


    16. Tomó la correspondencia y bajó prudentemente a la portería, depositando ambas cartas en el buzón general de la escalera a fin de que, al día siguiente, el portero, como de costumbre, las echara al correo


    17. Fiamma le sonrió al tiempo que extraía de su bolso un billete, que terminó depositando en la sacudida gorra que reclamaba, con su tintineo de monedas, más dinerito


    18. Encontraron una pequeña casa en Avon Place, cuya entrada se pagó con los cheques de la paga del ejército que Maggie había ido depositando en la cuenta de Connor mientras estuvo prisionero, negándose a creer que había muerto


    19. –Te gustará mucho -dije, depositando hábilmente la masa en el recipiente-


    20. (Los jueces se levantan y van depositando sus votos en las urnas)

    21. (Entre tanto todos los jueces van depositando su voto


    22. Norman fue a la portilla y miró hacia fuera: el Deepstar III se hallaba apoyado sobre el fondo del mar, depositando más cajas con sus tenazas


    23. El hijo de Aenea y Raul Endymion apoyó su mano contra el monstruo de pie entre ellos, depositando su palma plana al lado de un curvado cuerno de quince centímetro


    24. Así que, depositando la caja de acero sobre el piso, esperó instrucciones


    25. Esto hace probable que quienquiera que atacara el emplazamiento, matara a sus habitantes, rompiera sus huesos, cociera su carne en pucheros, esparciera los huesos y se aliviara el vientre depositando heces en aquella chimenea había consumido efectivamente la carne de sus víctimas


    26. —Conoce unas historias muy interesantes —comentó Julián, depositando el dinero sobre el mostrador


    27. –¿Ya estás más tranquila? Puedes creerme, ha sido una bobada -dijo el comisario, depositando los paquetes y paquetitos sobre la mesa


    28. Al hacer los sacrificios en el exterior del templo evitó también que sus oficiales y cuantos le acompañaban aquella mañana vieran en detalle las riquezas que los ciudadanos de Locri habían ido depositando a lo largo del tiempo en aquel lugar


    29. Todos los días, Miel-Otxin y Zaldiko se situaban en medio de la plaza, los herreros ponían herraduras nuevas en las patas del centauro y los habitantes del lugar, atemorizados, desfilaban uno por uno delante del gigante y su ayudante, depositando a sus pies todo cuanto poseían


    30. Se dio cuenta de que, depositando su confianza en aquel individuo extraño e inestable, se había puesto en una situación muy delicada

    31. Hale (depositando sus libros): Así deben ser: tienen todo el peso de la autoridad


    32. –A esta hora, nada vale lo que la blandura de un buen lecho -dijo Bill, depositando su vaso-


    33. –No, gracias -replicó Wolfe, depositando en la mesa el vaso vacío-


    34. El aire ambiente era un puro torbellino de polvo blanco mientras ellos sacudían el velo polvoriento para examinar mejor algunos objetos, velo que los siglos habían ido depositando capa a capa sobre las vitrinas de plástico


    35. El polvo que levantaba el convoy se iba depositando en el solitario camino


    36. ordenó con suavidad atrayéndola hacia su pecho y depositando un cálido beso en su boca


    37. Entró en la cabaña depositando el cántaro con gesto desabrido


    38. Después toda la comitiva desfiló, depositando, uno por uno, una piedra sobre la sepultura hasta formar un pequeño montículo


    39. Te haré pagar que hayas traicionado la confianza que estoy depositando en ti, obligada por mi situación, y te haré pagar al contado la mendacidad y la insidia respecto a la memoria de mi marido


    40. El coronel se afeitaba ahora los pelos de las piernas, ayudado por la luna llena, depositando el engrudo de la pasta jabonosa y los pelillos en las aristas de las rocas de la escollera

    41. –Porque -dijo él depositando un ligero beso en el dorso-, eres mía


    42. El Viejo Cazador me lo comentó —explicó Fan, depositando sus palillos sobre la mesa—


    43. –Gracias, Noria –dijo depositando la taza encima de la mesa


    44. –Parece sano -dijo Bread depositando a Ari en la mesa de acero inoxidable que se hallaba en el centro de la sala de exploraciones


    45. El hombre alto, tambaleándose tras dar un rápido paso atrás, lo miró a través de la polvareda que se iba depositando


    46. Agresión a un policía -dijo ella, depositando uno de los papeles delante de Brunetti, en lugar de dejarlo caer, como dando a entender que habían terminado las fruslerías-


    1. depositar en alguna habitación interior, luego se lavaron con agua de pozo que extrajeron con


    2. las firmas de los convenios? Su misión consistirá únicamente en depositar el caballo de Troya,


    3. permiso para depositar en un rincón de la barra unas octavillas publicitarias


    4. Y en aquella ciudad ¿quién no sabíaque cuando había una libertad en peligro, un periódico en amenaza, unaurna de sufragio en riesgo, los estudiantes se reunían, vestidos comopara fiesta, y descubiertas las cabezas y cogidos del brazo, se iban porlas calles pidiendo justicia; o daban tinta a las prensas en un sótano,e imprimían lo que no podían decir; se reunían en la antigua Alameda,cuando en las cátedras querían quebrarles los maestros el decoro, y deun tronco hacían silla para el mejor de entre ellos, que nombrabancatedrático, y al amor de los árboles, por entre cuyas ramas parecía elcielo como un sutil bordado, sentado sobre los libros decía con granentusiasmo sus lecciones; o en silencio, y desafiando la muerte, pálidoscomo ángeles, juntos como hermanos, entraban por la calle que iba a lacasa pública en que habían de depositar sus votos, una vez que elGobierno no quería que votaran más que sus secuaces, y fueron cayendouno a uno, sin echarse atrás, los unos sobre los otros, atravesadospechos y cabezas por las balas, que en descargas nutridas desatabansobre ellos los soldados? Aquel día quedó en salvo por maravilla JuanJerez, porque un tío de Pedro Real desvió el fusil de un soldado que leapuntaba


    5. depositar en casa de unalguacil de corte muy honrado


    6. depositar en losúltimos retretes del secreto


    7. quienes larevenden por todo el país á cuantos quieren depositar


    8. público desinteresado tiene la bondad de depositar, en cambio depapel, en los arcones


    9. Cuando sellegaba la hora de comer iba á depositar el venerado mamotreto en


    10. publicar su afecto, el depositar tan honestay delicada confidencia en el conocimiento de un intruso, sí,

    11. depositar el tesoro en los hondosbolsillos de Andrés, prometiéndole:


    12. cadencioso de las olas, las canciones delas lavanderas al depositar la ropa en las rocas,


    13. maligno al depositar los residuos digestivos sobre las


    14. extendían la mantilla porambos lados de la cara para depositar con un cuchicheo


    15. depositar en el suelo esas armas yestrecharos la mano como lo


    16. Enlos casos de postracion profunda, se puede depositar la


    17. depositar la preciosa carga en un sofá de la estanciamortuoria


    18. sacó haciafuera, con objeto de depositar detrás de él el


    19. —¿No las podría depositar en los pueblos en casa del notario?


    20. En cuanto divisaban a los pájaros, subían al tejado para depositar allí cuencos de agua caliente y restos de comida

    21. Tras depositar delicadamente sobre una roca la cabeza del exánime encantador, Huma se alzó haciendo acopio de voluntad y sin más incidente que el imparable castañetear de sus dientes mientras duró la operación


    22. Entra dentro de nuestras posibilidades depositar un vehículo de exploración en Marte capaz de echar un vistazo a su entorno, descubrir el lugar más interesante de su campo de visión, y estar allí a la mañana siguiente


    23. Mi padre era y sigue siendo recaudador general en G… Goza allí de una gran reputación de lealtad, gracias a la cual encontró la fianza que tenía que depositar para entrar en funciones


    24. Extendiendo el pañuelo que cubría la cabeza de Bulf sobre el suelo, Tanar empezó a depositar en él el pelo que iba cortando de la cara del hombre


    25. Hiciéronse las diligencias, vio el vicario la cédula, tomó el tal vicario la confesión a la señora, confesó de plano, mandóla depositar en casa de un alguacil de corte muy honrado


    26. Es una prodigalidad que me recuerda los tiempos en que vivía en el celibato y cuando mistress Micawber no había sido solicitada todavía para depositar su fe en el altar de Himeneo


    27. También añadí que quizá no era razonable que los registradores, que percibían al año sueldos que ascendían a ocho o nueve mil libras, sin hablar de los pagos extraordinarios, no estuvieran obligados a gastarse parte de este dinero en procurarse un lugar seguro donde depositar aquellos documentos preciosos que todo el mundo, en todas las clases de la sociedad, estaba obligado, quieras que no, a confiarles


    28. Cogió el brazo de Chateau-Renaud y le arrastró consigo rápidamente hacia el panteón, delante del cual los empleados de las pompas fúnebres acababan de depositar dos ataúdes


    29. Eran conmovedores aquellos jóvenes, al depositar su fe en quien les apreciaba


    30. Y tras depositar un beso en la mano de Molly, salió por la puerta

    31. Los estratos de las nubes, que sugieren un lúgubre vientre, un abdomen negro listo para depositar sus precipitaciones heladas


    32. Los carabineros habían estrechado filas y le ordenaron, con un altoparlante, detenerse, depositar la bandera en el suelo y avanzar con las manos en la nuca


    33. Por más que hubiera decidido que mi última intervención en aquel asunto se reduciría a depositar dos bolsas de basura en el recibidor, seguía estando harto, nervioso, y cada vez más cansado de llevar a mi padre a cuestas


    34. Quiero dejar constancia del hecho y depositar en la caja fuerte de la Legación tan importante presente


    35. Incineración y depositar luego las cenizas en un nicho común, se decide por fin


    36. Por ejemplo: insertar lengua, quitar dedo de la oreja; retirar lengua, acariciar cuello, deslizar meñique izquierdo por la delgada tira de piel que asoma entre jersey y falda (evitando, cortésmente, el ombligo); besar y semilametear garganta y cuello, «trabajar» oreja, y depositar mano sobre rodilla; dejar de «trabajar» la oreja y acariciar pelo, acercar labios a los de ella y subir con la mano pierna arriba, todo a la misma velocidad; cuando los labios ya se tocan casi con los de ella, mantener su mirada durante un segundo mientras la mano despega como un avión por la pista de su muslo, para aterrizar


    37. Porque las posibilidades eran dos, no había vuelta de hoja: o habían abierto la bolsa allí mismo y, a pesar de advertir el engaño, habían decidido soltar a la chica, o habían caído en la trampa, es decir, habían visto al ingeniero depositar la bolsa en el interior del pozo, no habían tenido ocasión de comprobar de inmediato el contenido y habían dado la orden de liberar a Susanna


    38. Al depositar sus materiales químicos en una intrincada masa de tubos y chimeneas, a veces daban origen a parodias naturales de castillos o catedrales góticas en ruinas, desde donde negros y abrasadores líquidos latían según un ritmo lento, como si los impulsara el latido de algún poderoso corazón


    39. Volvió a depositar las radiografías en su sitio, se puso en pie y cogió uno de los libros que había sobre la mesa


    40. Entraron en él y fueron atravesando tumbas, hasta llegar a aquella en que iban a depositar el cadáver

    41. Y al tribunal de Varrón Lúculo se dirigió César con sus clientes a depositar una sponsio de dos mil talentos, la suma que reclamaban a Hibrida por daños y perjuicios


    42. Los soldados trabajaban en distintas partes de la estancia, plantando explosivos, colocando cables y abriendo agujeros con martillos perforadores para depositar las cargas


    43. Pensé en todo esto y cuando recordé que a tal hombre debía yo confesar el infame matrimonio que había contraído en secreto, toda esperanza de que prevaleciera su afecto paternal me abandonó de inmediato; toda idea de apelar a su caballerosa generosidad se reveló engaño en el que hubiera sido mera locura depositar siquiera una confianza efímera


    44. Aún quedaba otra oreja receptora en la que necesitaba depositar la historia, y eso era algo que tenía que hacer antes de que Zerimski abandonara el estrado


    45. –No obstante, estoy dispuesto a depositar cinco millones en el bufete de mis abogados de Londres, y la cantidad total será abonada en el momento de firmar la venta


    46. Le exigió cierta fuerza de voluntad el depositar sus pistolas en el suelo, pero obedeciendo a una súbita ocurrencia, el general D'Hubert lo hizo muy suavemente, dejando una a cada lado


    47. Jonathan subió al vehículo, no sin antes depositar el ordenador portátil en el asiento de atrás


    48. Una vez que el negocio ha sido concretado, el comprador debe depositar el dinero en una cuenta del Banco de Crédito de Zurich


    49. Tú, médico Yao, dirígete a Nanking[13], la Capital del Sur, donde están las tumbas de aquellos primeros antepasados míos que gobernaron China desde allí, y busca en la Puerta Jubao la marca del artesano Wei de la región de Xin'an, provincia de Chekiang[14], para depositar allí tu fragmento


    50. El vietnamita había empezado a descargar el portaequipajes y a depositar mis cosas en el asfalto













































    1. Cuando volvemos al apartamento Grayer desfila hacia dentro para establecer un plan de ataque mientras yo deposito escrupulosamente la caja de adornos en el suelo del vestíbulo


    2. Llevo el resto de la comida al salón y la deposito con cuidado en la mesa de caballetes, cubierta con un mantel blanco de damasco, que han colocado en un extremo de la habitación


    3. Le llevo las cuentas, deposito el dinero en el banco, hago los pedidos, me ocupo de los clientes… Y los clientes vuelven


    4. Llámelo como quiera, traigo dinero a Francia y lo deposito casi todo en los cofres del rey, de acuerdo con ciertas reglas y procedimientos establecidos, o eso me dicen, para controlar mi métier, a saber, corsario


    5. -Quiero decir-es como si tú fueras un paquete que ellos acaban de meter en un almacén de deposito, siendo yo el almacén


    6. – Quiero decir-es como si tú fueras un paquete que ellos acaban de meter en un almacén de deposito, siendo yo el almacén


    7. Cuando deposito los cadáveres en el patio trasero, me gustaría salir volando de aquí, como un cisne, hasta llegar a América


    8. El cielo de diciembre semejaba los colores del deposito de cadaveres – todo en tonos cenicientos


    9. Y deposito a las dos chicas en los brazos


    1. lo deposité enel suelo, recordando, que necesitábamos azadones


    2. Deposité el macuto en el suelo y me presenté


    3. En el momento en que entré en el círculo de luz de la gran hoguera, Shardos extendió la mano, sonrió cuando deposité la plata en ella y se puso a narrar mi parte de la historia ante la entusiasmada atención de todas las tribus: los que-shu, los que-kiri y los que-nara


    4. – Extraje los bocadillos de la sartén en el momento preciso y los deposité sobre un trozo de papel de cocina para absorber el aceite sobrante


    5. Deposité la copa junto con una servilleta en la mesa del señor Carmichael y regresé luego con un pequeño recipiente en el que había una mezcla de frutos secos


    6. —No, André, deposité todo el vómito en los canales adecuados


    7. La deposité en el buzón de la casa con las otras cartas


    8. Deposité el oro sobre la mesa, sin reparar en la efigie de las monedas, calculando tan sólo su valor


    9. Tras su observación, saqué el arma y la deposité amenazante sobre la mesa


    10. Sacando el grueso volumen del Manual de medicina, lo abrí por la página correspondiente y lo deposité delante de ellos

    11. Encontré el baño de Ivanov y dejé un grano, para que lo pisara y lo llevara en la suela por toda la casa, y deposité el regalo en el asiento del inodoro con una tarjeta en que lo invitaba a Chernobil a expiar sus pecados


    12. Me adentré en la estancia y deposité en el suelo la cesta que contenía el regalo del emperador


    13. De acuerdo con el plan trazado la tarde anterior en la sede de la agencia de noticias Efe, a las diez en punto de la mañana del viernes deposité la llave de mi habitación en la conserjería, dirigiéndome seguidamente a uno de los taxis que aguardaban a las puertas del hotel


    14. quinientos pandares y los deposité en sus manos, suprimiendo así el riesgo que pudiera asesinarme


    15. Con gran alivio deposité a mi cautivo en tierra e hice un gesto cansado de presentación diciendo con lo último que me quedaba de aliento: «Mi señor, éste


    16. Desde que lo deposité en el lar, lo llamé mi genio feliz y me regocijé pensando que alguna presencia invisible y benéfica vendría a poseerlo para serme propicia


    17. A continuación lo deposité en la caja fuerte de este Despacho


    18. Lo cogí mientras caía y lo deposité suavemente en el suelo


    19. Y hoy mi único pesar es que no deposité tranquilamente la llave «342» en el escritorio para marcharme de la ciudad, del país, del continente, del hemisferio


    20. Deposité la cesta en el suelo y me dediqué a investigar

    21. y los deposité junto al coche y otras pertenencias que el señor Raspail guardaba en este almacén


    22. Abrí el refrigerador y saque tres botellas de TrueBlood, las calenté en el microondas, les di una buena sacudida, y las deposité con fuerza sobre la mesa delante de mis invitados


    23. Deposité los suministros y el equipo que llevaba en mi campamento y reuní madera rápidamente


    24. Me desprendí con suavidad de las manos que me aferraban el brazo derecho, alargué la mano hacia el cráneo, lo alcé en silencio y lo deposité sobre mis rodillas


    25. Esto es lo que hizo Vázquez Deslizándose por entre las rocas, con el inanimado cuerpo a la espalda, Vázquez llegó a la gruta, al cabo de un cuarto de hora y deposité su carga sobre una manta, apoyándole la cabeza en un paquete de ropa


    26. Y deposité sobre la mesa el dinero que tenía ya dispuesto


    27. Ante el sonido de su voz, deposité en tierra el cesto, y penetré en silencio


    28. Lo deposité en la mano floja del bufón, que estaba tendido de lado, escuchando en silencio


    29. Me miró algo sorprendido cuando deposité el montón sobre una mesa que había a un lado, porque era un conjunto poco impresionante de papeles garabateados, arrugados y enmohecidos de todos los tamaños


    30. Apenas llegué, deposité a Vika en el suelo

    31. Lo deposité en el suelo


    32. Los deposité allí


    33. Deposité el cuerpo de Book en el fondo y, al lado, el plato de la comida y la pelota de trapo


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    depositar in English

    deposit hand over deliver

    Sinónimos para "depositar"

    posar colocar guardar almacenar amontonar