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    Usar "evidenciar" en una oración

    evidenciar oraciones de ejemplo

    evidencia


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    evidenciando


    evidenciar


    evidencias


    1. , en que memanda exprese mi dictámen sobre los establecimientos de la CostaPatagónica, en vista de los documentos y oficios que se han producidodesde que se dió principio al importante objeto de estosdescubrimientos, siendo el de mayor consideracion el de evitar que otracualquier nacion se pueda establecer en aquella costa, en graveperjuicio del derecho incontestable que tiene el Rey Nuestro Señor áaquellos terrenos: de que igualmente podria resultar el grandeinconveniente de que se internasen por aquel continente, procurando lacomunicacion con nuestras poblaciones inmediatas á la cordillera deChile: y que siendo este el fin principal, no es de menor consecuenciael útil establecimiento de la pescaria de la ballena, formándose unafábrica en lugar á propósito para conseguirse; sin perder de vista laextraccion de la sal, ramo tan considerable para el abasto de estaprovincia, como para la salazon de carnes que se mandan conducir áEspaña: lo que todo consta con evidencia por el contesto de las realesórdenes expedidas á este superior gobierno


    2. También despunta la evidencia de que ha traficado con mujeres,


    3. petrolífero israelí (y quién sabe si en otras muchas partes), los cuales, con toda evidencia,


    4. que rendirnos a la evidencia de un hecho que ahora resulta insoslayable, la policía se interesa


    5. Opté por una solución que me dejara luego menos en evidencia


    6. reuniones, pues lo más urgente era, con toda evidencia, poner al día las cuentas de la empresa;


    7. Por ello ocultan cualquier evidencia de


    8. niegan cualquier evidencia de la existencia de la vida más allá de la muerte,


    9. Y como Jesús les puso en evidencia lo


    10. ampliarán el trabajo hecho en otras vidas, poniéndoles en evidencia, al igual que lo

    11. honrados ponen en evidencia a los que no lo son


    12. calumnias de aquellos que quedan en evidencia en la comparación, por no estar a la


    13. Estoy satisfecho de mi curiosidad que yo tenía en vano oculta, él nada hacer rápidamente una guía para aquellos restos, evidencia de algún tipo de civilización antigua


    14. Ante esta evidencia, el gobierno


    15. la evidencia factual de que se están produciendo estas


    16. ponerle en evidencia delante de todos,


    17. en evidencia sus goces, de los que habitualmente reniega


    18. reticencia a mencionarlo, lo deja en flagrante evidencia


    19. rías que otros colegas han puesto en evidencia con anterioridad


    20. Lo que se pone en evidencia al in-

    21. la trágica evidencia del suceso;


    22. La descripción anterior es lineal, carece de matices y oculta los altibajos del quehacer familiar, pero evidencia que el país donde les tocó crecer a mis padres era muy distinto del mío


    23. ñidas por la evidencia en que se basa y el utillaje que utiliza


    24. ACTUALIDAD: Estos tiempos de lucha en la historia constitucional parecen caracterizar la evidencia periodística hasta nuestros tiempos


    25. En estudios recientes se ha puesto en evidencia que hay tres mediadores entre la opinión pública y el poder, los cuales, de distinta manera, han ido modificándose para conservar cierta vigencia


    26. A lo largo de este trabajo ha quedado evidencia de que las investigaciones académicas plantean dudas acerca de dos puntos:


    27. ¿Por qué? Es una evidencia que permite iluminar, con alguna precisión, el vínculo comercial y financiero que existía entre Costa Rica y el exterior y determinar cómo estaba, internamente, controlado el crédito


    28. 9 Espacialmente, la investigación abarcó todo el Valle Central; pero la evidencia recogida procede, en su mayoría, de la Meseta


    29. El campesinado, ¿era un grupo homogéneo? La evidencia disponible señala que el acceso de los agricultores a la tierra, el equipo y el ganado no era, en absoluto, equitativo


    30. quiera que miremos hay suficiente evidencia circunstancial de la realidad del tiempo: la manzana que se

    31. evidencia de que es una de las causas principales de las enfermedades degenerativas como el cáncer y la


    32. De muy distinto modo lo veía su hija, que, aun sin lo advertido por losdoctores de Spá, tenía en su buen entendimiento la luz necesaria para noengañarse; y con esto, y con la evidencia de que el estado de su madreera gravísimo, también; con las tristes deducciones que le resultaban deestas innegables premisas; la relativa soledad en que se encontraba enMadrid, a donde los apuntados sucesos la habían obligado a volver antesde lo calculado, y, por consiguiente, hallándose todavía rodando fuerade la patria todos los amigos de «su mundo»; la negrura de los espaciosa que la condujeron sus cavilaciones pertinaces, y,


    33. Cierto que leconstaba con toda evidencia que su senaduría era una de las de lahornada que de un momento a otro lanzaría el Gobierno a los estantes dela Gaceta; y sobre este importante preliminar, por tantos añosperseguido, nada tenía ya que temer; pero no se trataba de eso, sino dealgo que debía seguir inmediatamente al acontecimiento, como elestampido a la expansión de la pólvora inflamada en un arma de fuego


    34. Yo atacaba valientemente lamedida de la expulsión, demostrando hasta la evidencia que fue injusta ycruel, aparte de antieconómica y antisocial


    35. Partiendo del concepto de sexo-género y de la división sexual del trabajo, los estudios de género han permitido poner en evidencia la naturaleza sexuada del trabajo y el concepto mismo de este que predomina en las ciencias sociales, así como ampliar la noción del mismo que permita incorporar como tal al trabajo no remunerado (Di Tella, Chumbita, Gamboa y Gajardo, 2004)


    36. Además, solo incorporando el ámbito doméstico en el análisis es posible poner claramente en evidencia la misma necesidad de mejorar las estadísticas disponibles


    37. La salida se evidencia Segunda parte • Hallazgos


    38. ¿Es o no útil el análisis de los mundos como insumo para repensar las arquitecturas transformadoras del régimen de bienestar? A partir de la evidencia presentada y con las limitaciones que tienen las encuestas de hogares para abordar el régimen en tanto tal, los hallazgos sugieren que sí


    39. La evidencia empírica sugiere que los regímenes de bienestar actuales en América Latina comparten un rasgo común: son en


    40. Asimismo, la evidencia sugiere que, pese a las limitaciones en las fuentes estadísticas, el análisis estadístico de conglomerados constituye una técnica adecuada para reconstruir las constelaciones de las variables entre las cuales se encuentre la política social

    41. En mi caso, se evidencia en mi hijo mayor Darío José, o para no ir tan lejos, con Daniel, el segundo de mis ciento treinta y siete nietos y el primer varón, porque sin duda, toda regla tiene su excepción que la comprueba


    42. 2 LA EVIDENCIA DEL EFECTO DE LA MÚSICA


    43. Comoel Almirante se sirvió de lanza para matar la monstruosa iguana cuyapiel mostró á la vuelta, en España, como cosa rara, hay evidencia, queno fuera necesaria, de que con lanzas y espadas muy cortantes[31]combatía la mayor parte de la gente


    44. Los últimos vienen á demostrar con evidencia que á principios del sigloVII de


    45. hasta la evidencia que todo el saberarábigo-judaico de España fue propio de los


    46. laseñora pusiese en evidencia el don poético de mi padre


    47. perversión acusada ydemostrada hasta la evidencia por el


    48. parecerocupados de inumerables indios, como se evidencia por el acasosiguiente; y es, que el dia 17 de


    49. evidencia por el contesto de las realesórdenes expedidas á este superior gobierno


    50. demás, y tengo también la evidencia de que comprendo y expongomejor lo que pasa














































    1. –¿El Gran Maestre? – El recién llegado no distinguía bien las facciones del soldado, pero su tono evidenciaba una considerable extrañeza-


    2. A la luz del día, el embrujo del Palacio de la Medianoche palidecía y su condición de caserón nostálgico de mejores tiempos se evidenciaba sin piedad


    3. —Quiere hablar contigo —dijo el doctor, con un tono de voz que evidenciaba que había tratado de disuadir a Carter de la idea y que desaprobaba su petición


    4. El propio Marcomer, como los demás cabezas de familia de aquella pequeña comunidad, estaba muy alarmado, porque lo que había sucedido en Ildiviasio evidenciaba que aquel territorio no era todavía seguro y que los romanos no habían renunciado del todo a la idea de reconquistarlo


    5. Y ahora se evidenciaba otro fallo de la disposición arquitectónica de Batiato, pues las altas murallas internas no dejaban propagarse el ruido


    6. Las escaleras que subían hasta la puerta estaban rebozadas de barro y la alfombra situada frente a ella no evidenciaba frecuencia de uso


    7. Parecía haber envejecido años, y el rictus de su boca evidenciaba las reflexiones amargas que ocupaban su mente


    8. El archivo evidenciaba que Dickstein era uno de los mejores agentes del Mosad


    9. Su contenido evidenciaba sin lugar a dudas la implicación directa de Zanum en el proceso que acabó con el arresto y posterior asesinato del doctor Gjorg


    10. –Hijo de mala madre… -le insultó entre dientes cuando descubrió en un cajón del armario la camiseta agujereada que evidenciaba su grosería

    11. Los hombres lo miraron con un gesto unánime que evidenciaba su capacidad para dirimir profesionalmente las sorpresas y las urgencias


    12. La inmensa fortuna que Haley había amasado se evidenciaba nada más entrar en su mansión


    13. Dos guerreros armados guardaban la entrada al Jardín Prohibido, lo que evidenciaba lo muy celosamente que se guardaban los sagrados recintos del lugar


    14. –¿Eliminar a la patrulla? – el tono del príncipe evidenciaba sorpresa


    15. Lo único que evidenciaba que se había producido una macabra orgía de sangre eran algunos mechones de pelo olvidados en el suelo


    16. En el resto de la prisión, el desgaste de miles de pasos diarios se evidenciaba en el cemento, pero el suelo de aquella ala no parecía soportar demasiado tránsito


    17. Dado que evidenciaba una técnica de excavación descuidada, ponía en tela de juicio cualquier otro hallazgo legítimo del equipo


    18. El salón estaba lleno de hombres, mineros en su mayoría, como lo evidenciaba el polvo grisáceo que les cubría la piel


    19. Le había gustado aquella entrada en materia que evidenciaba una fuerte personalidad y una determinación férrea


    20. Esto se evidenciaba en todas sus palabras

    21. En eL rostro de Gamaliel se evidenciaba que estaba disfrutando con el debate


    22. Garner y Anderson casi habían superado su parálisis, que sólo se evidenciaba aún en su falta de coordinación


    23. Por supuesto, los trabajadores más antiguos de los almacenes y transportes de la empresa eran lo bastante honrados para no dejar que nadie les metiera ideas alocadas en la cabeza; sin embargo, entre los jóvenes sí que se había dado algún que otro caso que evidenciaba cómo el nuevo espíritu rebelde había logrado abrirse camino vilmente


    24. Zap 210, si sentía algo más que melancolía y negros presentimientos, no lo evidenciaba, excepto por una cierta mejor disposición a hablar


    25. Jehan Addels estaba sentado en el extremo opuesto de la salita, y su postura evidenciaba un acusado nerviosismo; habría preferido hallarse en cualquier otro sitio


    26. Ante la dificultad de afeitarse él mismo el dorso, fue Vera quien lo hizo, con meticulosidad pero con una rapidez que evidenciaba antiguos conocimientos


    27. La guerra, en tanto, se evidenciaba en la calle: hombres de gestos rápidos con chaquetas de cuero; camiones cargados de soldados, en dirección al frente; carteles explosivos en las paredes; largas, inacabables colas en los colmados


    28. Incluso Cicerón, que siempre había estado regido por un excesivo respeto por las «familias nobles», se había dado cuenta y en un libro que publicara en esa época evidenciaba la necesidad de reorganización, de flexibilizar la política y la justicia


    29. El hombre debió haber estado en sus treinta, como se evidenciaba por la


    30. En cualquier caso, era un gesto que evidenciaba que el niño tenía la intención de quedarse donde estaba

    31. Su rostro, con la profunda cicatriz que le atravesaba la mejilla, evidenciaba un estado de consternación


    32. —Pero ¿por qué, Ingtar? —La mano de Moraine se evidenciaba con transparencia en dicha disposición, la suya y la de la Amyrlin, impeliéndolo a seguir la senda que ellas habían elegido, pero debía preguntarlo


    33. —El rostro de Verin había recobrado su placidez, pero su voz evidenciaba cierta tensión


    34. Juilin se movía con nerviosismo poniendo el peso ora en un pie ora en otro y su expresión evidenciaba que habría querido estar en cualquier otra parte


    35. Su voz evidenciaba la tensión que le causaba tener que hablar con corrección delante de una Aes Sedai


    36. La magnitud del Centro de animales de GenSys evidenciaba su éxito


    37. -Quiere hablar contigo -dijo el doctor, con un tono de voz que evidenciaba que había tratado de disuadir a Carter de la idea y que desaprobaba su petición


    38. Gerty tenía un refinamiento innato, una lánguida hauteur de reina que se evidenciaba inconfundiblemente en sus delicadas manos y en el elevado arco de su pie


    39. Sabía que esa necesidad de autocensurarse evidenciaba su incomodidad


    40. —Creb, yo no iré a la Reunión del Clan —su expresión evidenciaba la frustración que eso le producía—

    41. En ocasiones, la magnanimidad real devolvía el veinte por ciento del tesoro incautado a un resignado preso que poco más tendría que hacer o decir en el concierto político y social, pues su ceguera evidenciaba la fatalidad del destino


    42. Hacían bien el trabajo, pero el silencio evidenciaba la tensión que les provocaba realizar algo en lo que no tenían demasiada experiencia y la desacostumbrada cercanía con los cadáveres


    43. Además, con el divorcio o su planteamiento se evidenciaba que la mujer rompía sus relaciones con el marido y nada le impedía ya unirse a su amante


    44. El viejo, arrogante, de negra barba canosa y espesos cabellos de plata, permanecía inmóvil sosteniendo el pote de miel y mirando dulcemente a los señores desde la elevación de su estatura sin entender ni querer entender lo que trataban, según se evidenciaba en todo su aspecto


    45. Con una delicadeza impropia de un guerrero, Simón acarició la prieta entrada a su cuerpo y fue recompensado por la húmeda respuesta que evidenciaba el deseo de la joven


    46. Estaba a disgusto Cayetano con sus seis relojes a cuestas frente a las desnudez horaria de Curro y evidenciaba secretas vacilaciones


    1. evidenciaban la carencia de sujetador


    2. Esta importante parte se hacia notar por su ausencia, y las suaves ondulaciones de la hermosa virgen evidenciaban que para ella no era inconveniente que no estuviera a la vista


    3. Se dio cuenta de cómo los años habían marcado su venerable aspecto, cómo los hombros encorvados disminuían su dignidad y las arrugas de la cara evidenciaban una vida difícil


    4. Las condiciones precarias del papel evidenciaban, de un solo vistazo, que era un ejemplar antiguo


    5. Lo encontró muy delgado, la sotana parecía bailarle sobre el cuerpo; también lucía demacrado, con arrugas en el entrecejo y a los costados de la boca que evidenciaban las preocupaciones que lo abrumaban


    6. El siguiente año y el siguiente y el siguiente evidenciaban similares descensos, hasta que Beatrice, por vez primera, empezó a hacer uso de su propio dinero para el gasto de la casa


    7. La ubicación geográfica aislada del Japón del período Tokugawa, el desdeñable comercio exterior y la renuncia a la expansión en el extranjero evidenciaban que tenía que depender de sus propios recursos y que no satisfaría sus necesidades saqueando los recursos de otro país


    8. Sebastián tardó mucho en reconocer la ronquera que mezclaba la voz y los ahogos por las cañerías y la trepidación que acuciaba las paredes en el estertor final, cuando los grifos abiertos de la Borelana evidenciaban que la última gota ya no era posible


    9. No había intentado teñirse los cabellos grises; eso y las patas de gallo en torno a los ojos evidenciaban su despreocupación por mantener la apariencia joven


    10. Sucios, con los ojos salvajes y esperpénticos que evidenciaban que llevaban allí mucho tiempo

    11. Me veía reflejado en el hombre que Mani describía y acudían a mi mente los recuerdos de hechos de mi vida que evidenciaban aquella visión de la realidad


    12. La sala de diseño y los anexos evidenciaban una gran actividad, así como la sección de cálculos


    13. Sus modales evidenciaban una ligera irritación


    14. La casa seguía protagonizando el más alto Pedralbes, el jardín parque aún era uno de los mejores jardines parque que había visto en su vida, sólo el mayordomo multiuso había cambiado y varios criados asiáticos evidenciaban que la globalizacion servía para mantener bajos los sueldos del servicio doméstico


    15. Todas las habitaciones eran amplias: desde el salón hasta la cocina pasando por el comedor y la enorme habitación de matrimonio, que gracias a unas obras de reforma recién finalizadas comunicaba con un dormitorio algo más pequeño, con las paredes pintadas en tonos pastel y decorado con detalles precisos que evidenciaban la próxima llegada del bebé


    16. Las marcas de arañazos en la madera, detrás de sus botas, evidenciaban que había estado vivo cuando se había producido aquel acto, o cuando éste se había iniciado, en todo caso


    1. De todo lo anterior se desprende, que un problema como el evidenciado en el


    2. El sistema democrático se ha evidenciado como una de las formas de gobierno más justas para los pueblos


    3. Que estamos en un período de transición es evidenciado por el aparente malestar que esta por todas partes


    4. La verdad manifiesta en el carácter, y el carácter de un hombre, debería ser la interpretación de su religión, o lo que para el mismo es verdad, y esto será evidenciado en el carácter que posee


    5. Que Cuno tenía una concepción puramente económica se ha evidenciado de inmediato cuando se produjo la invasión del Rhur


    6. Conservé de su carácter la fea impresión que me hiciera concebir la bajeza demostrada por ese joven cuando me había necesitado, y luego, tan pronto realizado el favor, evidenciado un desdén que llegaba hasta simular que no me veía


    7. Pero no podía olvidar del todo aquella selección espontánea que Claire y Lebrun habían evidenciado cuando se encontraron con los dos hombres


    8. Walter comprendió que había evidenciado su voluntad de irse


    9. Desde hace aproximadamente un mes se ha evidenciado una extraña disociación


    1. (…) en El Salvador se observan aún situaciones que evidencian discriminación y,


    2. porque evidencian sus inclinaciones sexuales


    3. evidencian una atención dispersa y breve representan la problemática que este


    4. insinuados, y que con ellos se evidencian suficientesutilidades,


    5. – pero los resultados de los años de esta práctica antinatural – adecuada a los intereses de la comunidad en la descendencia, que se consideran superiores a los de la madre- se evidencian en esas frías y crueles criaturas y en sus sombrías existencias, tristes y sin amor


    6. Dormir sería, desde luego, una solución, ese vicio rutinario y seguro sería deseo postizo acariciado sin deleite ni alegría, en nombre solamente de objetivos secundarios, como podrían ser en este caso los de dejar de ver el techo y de imaginar el posible pintor que hará sacar todos los trastos al pasillo el día que por fin venga, o dejar de sentir también ese revoltijo acuciante de ropas a los pies de la cama que evidencian un año transcurrido y sugieren proyectos para otro


    7. Los nudos en la cuerda que rodea su vientre hinchado lo evidencian


    8. Las paredes están recubiertas de un amarillo tímido, con costras blancas que se están deshaciendo por algunos lados y que evidencian el poco cuidado que los inquilinos han prestado


    9. Tales expresiones de sorpresa algunas, tomadas palabra por palabra en las citadas entrevistas no denotan falta de inteligencia, sino que más bien evidencian un cambio significativo en el terreno de la incertidumbre ambiental, lo cual se correlaciones positivamente con las proporciones crecientes de novedad


    10. El incipiente sistema de valores y su interrogante implícito sobre el crecimiento económico se evidencian en manifestaciones como la del presidente Nixon:

    1. Ello incluso afecta a las campañas locales que están cada vez más en tren de convertirse en una puesta en escena de un rito electoral anónimo y centralizado que le asigna al electoral un papel entre bastidores, evidenciando un distanciamiento cada vez mayor en lugar de fortalecer la “cercanía con el ciudadano”


    2. El anciano le tendió la mano y lo ayudó a levantarse evidenciando que tenía fuerza en el brazo


    3. Los organizó con pericia y pulcritud extraordinarias, evidenciando su buen gusto por el orden y su talento para discriminar las cosas necesarias de las que no lo iban a ser, lo cual impresionó muy favorablemente al señor Orridge


    4. –¿Dónde está el gerente? – preguntó, evidenciando su enojo


    5. —No es lo mismo, Sephrenia —arguyó, evidenciando sólo una ligera decepción en la voz


    6. —¿Qué tiene que ver Lorenzo Rosas conmigo? —expresó Laura, evidenciando su alteración


    7. Su marido se paseaba una y otra vez delante de ella con la regularidad de un centinela, evidenciando lo mucho que pesaba la ociosidad a aquel hombre de acción


    8. –Supe lo de su lamentable encuentro con la mutawa en el zoco -aclaró el rey, evidenciando que nada que ocurriese en su reino le era ajeno


    9. Por las rendijas del techo del túnel se filtraba una luz, evidenciando que en aquel punto estaba cerca de la superficie


    10. La amplia extensión estaba surcada por cicatrices, evidenciando un pasado de azotes, que de algún modo no se habían curado con suavidad

    11. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    12. En la terraza vio a Gunter, despierto como siempre debido a su insomnio crónico, leyendo tranquilamente el periódico, evidenciando que funcionaba igual con energía solar que con lunar


    13. Horn dijo, evidenciando rendición:


    1. materna y se pudo evidenciar que los estudiantes aprendieron 30% más palabras


    2. Quiero agregar otra reflexión que me parece importante para evidenciar al máximo la transformación que se cumple en el corazón de Penélope


    3. Con una exhibición de agitación que nunca antes había visto evidenciar a un miembro de la raza dominante de Pellucidar, el mahar me llevó a empujones, fuertemente custodiado, por la principal avenida de la ciudad hasta uno de los edificios principales


    4. Henry fijó los ojos en el rostro de Tuppence con la devoción que hubiera podido evidenciar un perrito casero


    5. Deseando evidenciar la amplia gama de las aplicaciones «láser», Arthur L


    6. —Ah —exclamó, con un suspiro, un sonido que podía evidenciar tanto confusión como reconocimiento, pero en ambos casos le dio tiempo para considerar la respuesta


    7. Sirvió, en fin, para evidenciar los métodos a que recurren nuestros “jefes”, su total ausencia de escrúpulos y las alianzas a las que recurren para intentar aplastar y paralizar lo que ya es irreversible


    8. Lo que estaba en juego era evidenciar su honestidad, y ella era la primera interesada en lograrlo al precio que fuera


    9. Sin evidenciar la menor sorpresa ni vacilación, Umegat se inclinó de nuevo y abandonó la estancia


    10. Quemaron también Santa Inés y las estructuras visibles de las minas, y tomaron fotografías para evidenciar lo completa que había sido la pacificación que llevaron a cabo

    11. Éste, en cuanto accedió al trono del reino, comenzó en pocos años a evidenciar una probidad sin fisuras, a mostrar una fiereza leonina y a mantener con energía la justicia entre sus súbditos


    12. Todos los logros dentro del progreso técnico que caen dentro de ese pequeño ámbito iluminado por la consciencia al que llamamos historia mundial no pudieron evidenciar ningún aceleramiento notable del ritmo del movimiento


    13. Ahora me daba cuenta de que, probablemente, ella le había dado una patada a algo para evidenciar su frustración


    14. Aún hubo que forcejear, prometer, reconvenir, evidenciar la desproporción entre el esfuerzo y el resultado


    15. Qui-Gon intentó no evidenciar su frustración


    16. Uno estaba desocupado, con la cama deshecha, la puerta del armario entreabierta y los cajones, forrados de papel recién puesto, salidos todos como si quisieran evidenciar el esencial vacío de la pieza


    17. —Los ojos de Garriga, inyectados en sangre, comenzaban a evidenciar el consumo de alcohol


    1. en obtusos dogmas poco creíbles y no en las evidencias y los testimonios reales, y


    2. Para continuar: la ciencia y las evidencias


    3. Evidencias de la ciencia


    4. No las acreditasen de evidencias


    5. Le indiqué el sitio en que las evidencias del forcejeo eran más claras y donde el olor debía ser más fuerte para sus fosas nasales


    6. La testigo a la que acaban de escuchar ha añadido nuevas evidencias


    7. No cabe duda de la autoría comunista y anarquista de los asesinatos y de que éstos no fueron obra de incontrolados; tampoco de que sus inspiradores fueron los comunistas; tampoco de que Carrillo no dio la orden de cometerlos ni de que, hasta donde llegan las evidencias documentales, no tuvo una implicación directa en ellos


    8. Volvieron a hablar largamente, y en esas conversaciones el antiguo secretario real pudo acumular evidencias de que regresaba la privanza con el Rey que llevaba casi un lustro añorando; no eran evidencias ficticias: preocupado por el futuro de la monarquía, renuente a aceptar el papel de árbitro institucional sin poder auténtico que le asignaba la Constitución, el Rey buscaba recursos con que capear la crisis, y es absurdo imaginar que rechazase los que podía ofrecerle o los que pensaba que podía ofrecerle el hombre que tantos obstáculos le había ayudado a superar en su juventud


    9. Simpson quizá sea el análisis de evidencias forenses


    10. - Por un metódico examen de las evidencias, por un proceso de razonamiento

    11. que nos han dicho, pero, en realidad, hay evidencias de que no estuvo en la tienda todo


    12. ¡Siempre Duke, el elemento desconocido! Tuvo la impresión de que debía ser capaz de deducir quién era a partir de las evidencias, pero al parecer a todo el mundo le producía la misma impresión aquel caballero: un hombre normal y corriente, agradable


    13. Yo le dije que las evidencias apuntaban lo contrario


    14. ¿Quién no ha protegido a un inocente ante las evidencias refutatorias de semejante ontología? Pero, por el bien del argumento, y dado que no disponemos de toda nuestra vida para gastarla simplemente en crecer, cito aquí a Bertrand Russell: «Kant objeta que existencia no es un predicado


    15. He expuesto las evidencias refutatorias de Kant en orden inverso al que él lo hace para llamar la atención sobre el argumento, registrado por la Inquisición en Venecia en 1573, de un hombre llamado Matteo de Vincenti, que opinó sobre la doctrina de la «presencia real» de Cristo en la misa: «Es absurdo tener que creer en estas cosas; son paparruchas


    16. Había removido piedras en busca de su mujer, negándose al principio a aceptar lo que ya no era ningún secreto, pero cuando las evidencias del rapto fueron imposibles de ignorar, Lieberman pidió una audiencia con el Jefe del Estado y le exigió la devolución de su esposa


    17. Es una pelea perdida, mamá, la edad es inexorable y lo único que puedes lograr es retrasar un poco las evidencias


    18. Cuando tuvo todas las evidencias de la ilegitimidad del régimen, se movió en secreto entre sus compañeros de armas


    19. Su primer amante fue el médico que la atendió en el parto y muy pronto hubo varios más, mientras su marido, absorto en el trabajo, no tuvo ojos para ver las evidencias


    20. Ella obedeció sin pronunciar una sola palabra, ajena a la rabia de su abuelo y a la violencia de los hombres que recorrían la casa destrozando las puertas, vaciando a culatazos los armarios, tumbando los muebles, destripando los colchones, volteando el contenido de los armarios, pateando los muros y gritando órdenes, en busca de guerrilleros escondidos, de armas clandestinas y otras evidencias

    21. Se las arreglaron para ignorar las violaciones a los derechos humanos -o fingir que lo hacían- durante muchos años y, ante mi sorpresa, todavía suelo encontrar algunos que niegan lo ocurrido, a pesar de las evidencias


    22. Mi Chile es poético y pobretón, por eso descarto las evidencias de esa sociedad moderna y materialista, donde el valor de las personas se mide por la riqueza bien o mal adquirida, e insisto en ver por todos lados signos de mi país de antes


    23. Una tesis doctoral, o todo un libro, sin embargo, podían escribirse y premiarse, tanto si incluían las evidencias confirmadas como las evidencias no confirmadas o incluso absurdas


    24. Cuando volviera el director se sentiría descorazonado por el estado general de la investigación: esas escasas evidencias que apuntaban a Corea del Norte, pero ni el menor rastro de los que habían perpetrado el terrible atentado


    25. –Casa -dijo Kim-, acabo de recibir evidencias incontroverti bles de que una célula de soldados de Corea del Sur, y no, repito: NO, el gobierno y los militares de Seúl, está detrás de la explosión de hoy y el intento de gasear la base


    26. Todas las evidencias lo señalan


    27. ¡Pensar que he tenido todas esas evidencias en mis manos y no me he dado cuenta! Aunque, de todas maneras, tenía intención de recorrerme todas las ópticas de Londres


    28. Douglas y Barker conspiran para tapar algo; que ellos facilitaron el escape del asesino, o por lo menos que llegaron al cuarto antes de que escape, y que fabricaron evidencias de su fuga por la ventana, y que en toda probabilidad lo dejaron ir al descender el puente


    29. Uno de los examinadores de evidencias residuales apareció de pronto en el umbral, provocándome un sobresalto


    30. Sin embargo, es un hecho que a mis conocimientos anteriores sobre la vida y la época del Mulo, los cuales, lo reconozco, no eran escasos, he añadido los frutos de un minucioso trabajo entre evidencias de primera mano que no han estado al alcance de ninguna otra persona

    31. Contra las evidencias, había imaginado que usted no era el culpable


    32. – Pitt se daba cuenta de que las conjeturas que presentaba como evidencias hacían mella en Delfos-


    33. Langdon consideraba que los hombres habían desplegado esfuerzos cada vez mayores para evitar tales evidencias


    34. —Todas las evidencias señalan en esa dirección, Ilustrísima —repuso Tynian, echándose atrás la capa azul—


    35. Más tarde aparecieron nuevas evidencias que venían a respaldar sus tesis


    36. Es precisamente el hecho de que el DI no tiene evidencias propias; sino que vive como una mala hierba en los vacíos dejados por el conocimiento científico, lo que se sienta incómodamente junto a la necesidad de la ciencia de identificar y proclamar los mismos vacíos como preludio a su investigación de ellos


    37. Fue precisamente en el siglo diecinueve que los teólogos; especialmente en Alemania, pusieron en graves dudas esa supuesta historicidad, usando los métodos de la historia basados en evidencias, para hacerlo


    38. El resto de la conferencia de Layfield no es nada menor a un manual de propaganda; un recurso para los profesores religiosos de biología, química y física, que deseen; mientras se mantienen dentro de las guías del curriculum nacional, subvertir la educación en ciencias basada en evidencias y reemplazarla por la escritura bíblica


    39. Angelo, hundiéndose inexorablemente en las arenas movedizas de aquellas evidencias, se limitó a aferrarse a la gruesa cadena de oro que rodeaba su cuello de labrador


    40. Las evidencias en contra de ella son importantes, pero circunstanciales

    41. Las evidencias estrecharon el cerco en torno al refractario Rossi


    42. –Trabaja en las evidencias con ella en su laboratorio y luego envíala a Quántico para más pruebas


    43. ¿Y las evidencias que encontraron en la casa de Kevin?


    44. Milton está enfadado, la ATF quiere las evidencias de Quántico… es un desastre


    45. La intuición lleva a las evidencias, las cuales conducen a respuestas


    46. Vistas las evidencias de que en Pascua hubo agricultura prehistórica intensiva, las estimaciones “altas” de quince mil habitantes formuladas por Claudio y Edmundo no me parecen descabelladas


    47. Entre esas dos fechas, ¿podemos concretar con mayor precisión cuándo se produjo la deforestación? Hay cinco tipos de evidencias con las que guiarnos


    48. Pero en mi opinión hay evidencias convincentes contrarias a la idea de que el cambio climático produjera por sí solo la deforestación y la extinción de aves: los vaciados de troncos de palmera en los flujos de lava del monte Terevaka demuestran que la palmera gigante ya había sobrevivido en Pascua durante varios cientos de miles de años; y los depósitos de sedimento de Flenley contienen muestras de polen de palmeras, árbol del paraíso, toromiro y otra media docena de especies de árboles presentes en Pascua de hace entre 38


    49. En el curso de los estudios que realizó Weisler sobre la composición química del basalto aparecieron rotundas evidencias de la existencia de esta red comercial más amplia cuando tuvo la buena fortuna de identificar, entre las diecinueve azuelas recogidas en Mangareva, dos azuelas de basalto procedentes de una cantera de las islas Marquesas y otra de una cantera de las islas de la Sociedad


    50. Otras evidencias proceden de utensilios cuyo estilo difería de una isla a otra, como las azuelas, las hachas, los anzuelos, los cebos para pulpos, los arpones y las limas












































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    evidenciar in English

    evince <i>[formal]</i> make manifest

    Sinónimos para "evidenciar"

    traslucir mostrar enseñar exhibir probar manifestar testimoniar comprobar certificar confirmar