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    Usa "deslizar" in una frase

    deslizar frasi di esempio

    deslicé


    desliza


    deslizaba


    deslizaban


    deslizabas


    deslizado


    deslizamos


    deslizan


    deslizando


    deslizar


    deslizas


    deslizo


    deslizábamos


    1. Me deslicé escaleras abajo, y por


    2. Deslicé la mano hasta el cinto y


    3. donde tantohabía amado! y me deslicé en el castillo por una


    4. Sigilosamente me deslicé hacia las escaleras


    5. Me deslicé hasta la boca de las alcantarillas y me asomé


    6. Apoyé el pulgar en su nuca y lo deslicé pausadamente a lo largo de las prominencias de su espina dorsal


    7. Me deslicé en silencio por el camino de losas desiguales y, tras sortear un acceso en la cerca, desemboqué en una zona pavimentada


    8. Deslicé la llave en la cerradura y entré en mi habitación


    9. Aprovechando la emoción suscitada por el encuentro del cadáver me deslicé en el cuarto de Lombard y le sustraje el revólver


    10. Lentamente, con el atenuante del adormecimiento, deslicé mi mano hacia su pantalón

    11. En eso vi que la puerta lateral de la iglesia estaba entreabierta y sin vacilar me deslicé adentro


    12. Hice girar con cuidado la llave en la cerradura, abrí la puerta y me deslicé a través de ella


    13. Me deslicé por el corredor lo más silenciosamente que pude hasta asomarme apenas por la puerta abierta


    14. Deslicé la foto por la superficie de la mesa y examiné sus ojos en busca de algo que lo delatara


    15. Lo abracé con manos y piernas y me deslicé hasta el suelo


    16. Enganché de nuevo el garfio en sentido contrario y me deslicé suavemente por la cuerda hasta la esponjosa hierba del antiguo y magnífico patio de armas


    17. No reaccionó a mi mano, pero siguió asomándose para ver lo que estuviera mirando -toda aquella agua, quizá, esa lenta e inexorable inundación-, y cautelosamente deslicé la mano hacia arriba hasta que mis manos tocaron el tenso dobladillo de su bañador


    18. Me deslicé de nuevo dentro de la trinchera y me puse a correr, sin más dilación, por donde había visto correr a los dos soldados


    19. Me deslicé por el suelo en busca de la navaja


    20. Rossoff, que mantenía la puerta de su lado abierta, bajó, y yo me deslicé sobre el asiento para seguirlo

    21. Deslicé la mano en torno a las suyas y descendimos despacio la escalinata entre una multitud cada vez mayor


    22. Me deslicé hasta el camino y comuniqué al módulo mi intención de iniciar la marcha en dirección Este; es decir, en sentido opuesto a Jerusalén


    23. Sin poder remediarlo me incorporé y, ante el desconcierto de Lázaro, me deslicé por detrás de la mesa, hasta situarme en una de las «esquinas» de la U, a pocos metros de los invitados de honor


    24. Me di la vuelta, me deslicé por la superficie de cuero y puse la cabeza sobre su regazo a la vez que estiraba las piernas


    25. Deslicé mi mano en la suya, esperando que él me confortara con un abrazo


    26. Pero, aun así, haciendo oídos sordos a los sensatos consejos de mi mujer y del taxista que nos acompañaba, me deslicé entre la maleza, recorriendo, palmo a palmo, varios de los sectores colindantes con el punto donde, supuestamente, volcó el autocar


    27. ¿Diferente? – Deslicé un pulgar por el filo del machete y tapé los agujeros con los dedos de los pies


    28. Con una espátula deslicé el queso en mi plato, con cuidado de que cayera sobre el jamón, y me encogí de hombros


    29. Me acerqué y deslicé un dedo por el contorno


    30. Después me deslicé hacia los muros de la fortaleza, buscando el medio de penetrar en ella

    31. Me marché entonces y volví a entrar en la habitación, me dirigí a la ventana y por un momento observé el interior del patio y, como comprobé que las condiciones no habían cambiado, me deslicé a hurtadillas por la ventana y me dirigí lentamente a la puerta


    32. Me deslicé por encima de la torre este; podía imaginarme, allá abajo, a Tavia arrebujada en la seda y pieles de dormir


    33. Me deslicé furtivamente hacia adelante, y al fin alcancé la puerta


    34. Una vez atendidas estas cuestiones, agarré la cuerda y me deslicé por el alero del tejado, llevando la cuerda delgada en una mano


    35. Me deslicé a la izquierda, miré detrás de la puerta y pegué los hombros a la pared, sin perder de vista la habitación


    36. Me deslicé hacia el fondo de la tienda, usando los estantes vacíos para esconderme


    37. Lo encontré casi de inmediato, un hueco curvado hacia dentro en la base de un árbol grande, y me deslicé dentro, acurrucándome en el abrazo del bosque


    38. Deslicé la mano una y otra vez bajo la cama, pero no encontré nada


    39. Giré el asiento, me deslicé rápidamente hacia el teclado y lancé una búsqueda general en internet sobre tukapus


    40. Me deslicé por el asiento de cuero hacia la puerta y me eché la mochila sobre mi cansado hombro derecho

    41. Asustado por la suma general de impresiones que me bombardeaban tanto si me encontraba en un lado o en otro de la existencia, me deslicé fuera de la cama y recorrí con cautela el pasillo hasta alcanzar la puerta del salón


    42. Discretamente puse al corriente al abate de esa novedad con una nota que deslicé por debajo de su puerta, tras lo cual volví a la cocina, pues temía que Cristofano (que a la sazón iba de cuarto en cuarto para visitar a los pacientes) pudiese sorprenderme hablando con el abate


    43. No volvió a la conciencia hasta el mediodía; cuando observé que comenzaba a moverse en su cama y se quejaba sosteniendo entre las manos su cabeza, me deslicé hacia la puerta


    44. Cuando aquellas personas estaban tratando de explicarse este último hecho, me deslicé fuera de la habitación y bajé las escaleras con mucho cuidado


    45. De modo que me deslicé hacia la izquierda de la carretera, y experimenté la sensación, y la sensación era buena


    46. Deslicé el dedo por la hoja de acero de medio pie de larga y acabada en una punta muy fina


    47. Para la cuarta clase, me deslicé en mi asiento de siempre detrás de Rachel


    48. Me deslicé sigilosamente hacía la esquina del edificio, pegándome a la pared


    49. No parecía correcto golpear en una puerta de una empresa, así que me deslicé dentro


    50. Fui lentamente hasta mi habitación, me lavé los dientes, me desnudé y me deslicé entre las sábanas de mi cama, donde el sueño me venció en cuestión de segundos




























    1. Abrazo y beso entonces la mujer con el placer, como mi mano se desliza sobre su pecho


    2. Y un coche se desliza ligero,con alegre tintineo, sobre el asfalto


    3. La barra cede y se desliza por lapuerta


    4. levantan á derecha é izquierda del arroyo, seaproximan unas á otras, y sólo están separadas por una estrecha fisura,por la cual se desliza el agua rugiendo


    5. discerniríamos, si lamano se desliza sobre el cuerpo, ó el cuerpo debajo la mano


    6. rayo deluz se desliza aún por entre el sombrío follaje de los


    7. lamurmurante corriente que se desliza bajo el puente


    8. Un pestillo se desliza


    9. Está en todas partes; se desliza detrás de las columnas, desaparece para resurgir en otro lugar, ubicua, inasible; entona el gesto cuando un fotógrafo la acecha; alivia una jaqueca importante, hallando la oblea oportuna en su cartera; regresa a mí con una golosina o una copa en la mano, me contempla con emoción por espacio de un segundo, me roza con su cuerpo con gesto íntimo, que cada cual cree ser el único en haber sorprendido; va, viene, coloca unr palabra ingeniosa donde alguien citó a Shakespeare, da una breve declaración a la prensa, afirma que me acompañará la próxima vez que yo vaya a la selva; se yergue, esbelta, ante el camarógrafo, de las actualidades, y es su actuación tan matizada, diversa, insinuante, dándose sin dejar de guardar las distancias, haciéndose admirar de cerca aunque siempre atenta a mí, usando de mil artimañas inteligentes para ofrecerse a todos como la estampa de la dicha conyugal, que dan ganas de aplaudir


    10. En la cocina reina doña Burgel, la esposa de don Rupert, una matrona formidable a quienes pocos conocen, porque su existencia se desliza entre ollas y pilas de verduras, concentrada en preparar platos extranjeros con ingredientes criollos

    11. Al momento siguiente, un objeto sale volando del público, una masa oscura emerge de las candilejas escénicas, pata-paf, impacta en los tablones escénicos y se desliza hasta llegar junto a los pies de este agente


    12. Aquella tarde, mientras miraba a Raquel, la imaginaba, la pensaba, la recordaba en actitudes, y posiciones, y situaciones que para cualquiera que no fuera yo resultarían mucho más impúdicas, más perversas y obscenas que la silueta de una mujer joven que se desliza en un jacuzzi rodeado de velas encendidas donde la espera un anciano con la edad suficiente para ser su abuelo


    13. Es famosa porque filmó la Olimpiada y revolucionó la técnica del rodaje de escenas móviles usando por vez primera lo que en la actualidad se llama travelling que consiste en instalar junto a los elementos móviles que se quieran filmar un raíl por el que se desliza la cámara junto a los corredores


    14. Carnicero, a quien el peso de los años no estorba para seguir trabajando; allí toma su chocolate macho con bollo maimón; allí come su cocidito con más de vaca que de carnero, algo de oreja cerdosa y algunas hilachas de jamón que el vacilante tenedor busca entre los garbanzos azafranados; allí duerme la siesta, echando la cabeza sobre las orejeras del sillón; allí se le sirve la cena que empieza invariablemente en migas esponjosas y acaba en guisado de ternera, todo muy especioso y aromático; [170] allí cuenta el dinero que es, según dicen, el más constante de sus visitadores, y se desliza sin hacer ruido por entre sus dedos alcornoqueños, cual si por virtud rara también el oro se sometiese a tomar las apariencias del corcho o del pergamino en aquel imperio del silencio; allí recibe a los que van a ocuparle, y son por lo general clérigos o frailes, y allí está cuando entran Jenara, Pipaón y Micaelita


    15. a diferencia de la aldea de mi madre en la que la noche principia en el cielo y en los sauces junto a las pilas de lavar la ropa apartadas de la plaza, y se desliza hasta nosotros por el cementerio y por la casa del regidor, una noche que estrangula a los insectos, las voces y los esquilones del ganado por debajo de los pies, y mi abuela inclinada ante el fogón con un vasito de moscatel, y mi tío


    16. Aquí hay un hombre que se desliza hasta dentro de la mansión con la deliberada intención de matar


    17. Scarpetta espera mientras una sombra se desliza por detrás de la cortina del salón


    18. Aunque las unidades tienen un sistema de regulación de la temperatura, no disponen de iluminación, y Sykes desliza el estrecho haz de su pequeña linterna por encima de las cajas de cartón blanco mientras Missy comprueba su inventario para decirle lo que contienen


    19. El televisor se desliza un poco más, pero lo frena el cordón del enchufe


    20. se desliza por el cielo

    21. Una ráfaga de aire gélido que viene de la Patagonia se cuela por la chimenea y se desliza aviesamente hasta llegar a mi cama


    22. Las desliza hacia adelante hasta que cuelgan por el borde y mantienen cerrado el cajón


    23. El coche se desliza hacia el borde de la carretera


    24. Cuando sale, se desliza por la puerta trasera, y se encamina hacia los camiones


    25. Hablo entre dientes, y la caja de la escalera se desliza junto a los vidrios opacos como un río torrentoso


    26. Sea porque el silencio dura ya demasiado, sea que el escribiente culpable no puede dominar sus ansias de barrer, lo cierto es que se inclina, muy prudentemente por supuesto, como si fuese a coger un animal y no una escoba, la toma, la desliza por el suelo, pero la arroja en seguida lejos de sí, asustado, cuando Blumfeld se levanta de un salto y sale del cobertizo


    27. Sabe que con ese martillo no sacará ni una astilla de la pared, tampoco quiere hacerlo, sólo lo desliza a veces por las paredes, como si pudiera con ello dar la señal que pondría en movimiento la gran maquinaria de salvación


    28. Casi a tientas encuentra las puertas metálicas que le han descrito y rápidamente desliza por debajo de ellas el anónimo arrugado como un animal muerto


    29. Con ojos de ladrón mira ése egoísmo todo lo que brilla; con la avidez del hambre mira hacia quien tiene de comer en abundancia; y siempre se desliza a hurtadillas en torno a la mesa de quienes hacen regalos


    30. Justo entonces Bernadette se desliza de la silla, quedando a gatas en el suelo, con la cabeza, apoyada en el regazo de su madre, resollando

    31. Aquí la filosofía que he tratado de extrapolar se desliza de lo universal a lo particular, y aun a lo privado, porque aquí se pone en marcha la lógica del coleccionismo que restituye unidad y sentido de conjunto homogéneo a la dispersión de las cosas


    32. Cierta aprensión se desliza entre los hombres:


    33. Pronto descubrió que los semanarios no le interesaban nada, meras huellas de la inmediatez, de la vida que se desliza en la superficie


    34. Su mano derecha retocando el nudo de la corbata se desliza de pronto hasta la axila y saca el revólver, dispara a quemarropa y se aparta para dejar caer el cuerpo


    35. El hombre desliza el dedo sobre el libro de contabilidad


    36. Alguien hablaba en el seminario del experimento de la habitación china y mientras yo releía las frases de Lorna que parecían escritas en un arrebato del que no había querido arrepentirse, pensaba que el problema más lacerante de la traducción es saber qué dice, qué quiere decir realmente la otra persona cuando desliza bajo la puerta una hoja con la terrible palabra


    37. El gato dio unos pasos hacia delante con la misma suavidad con que se desliza la mantequilla sobre una tostada, la boca abierta y los afilados dientes al descubierto


    38. El piso se desliza con elegancia y acaba chocando contra la sección inferior, hasta que la tarta al completo empieza a desmoronarse


    39. Se desliza en la mesa, con toda la población masculina del bar mirándole el culo


    40. Se desliza en el dormitorio

    41. Con cautela, desliza el haz de luz sobre el rostro


    42. Me gusta esa idea: una mujer teje pacientemente un cuadro viril, lleno de motivos guerreros; pero, en alguna parte, en el borde o en una franja, desliza un símbolo maternal


    43. Él desliza su mano en la pequeña espalda de ella por lo que permanecen juntos, mientras hablan


    44. Ella se desliza hacia los asientos traseros de la orquesta y sigue a los otros de regreso al autobús


    45. Janie espera a la campana y se desliza en la escuela


    46. El libro se desliza entre los dedos


    47. Él se desliza en un asiento en la mesa de Janie


    48. Se deslizan en la puerta de la clase de gobierno, el desliza un PowerBar* en la mano de Janie


    49. Y la única clave está, sola y exclusivamente, en que se tome conciencia en el sueño de la forma del propio «Yo», de la piel, por decirlo así, en que se encuentre la estrecha rendija por la que se desliza la conciencia entre el sueño profundo y la vigilia


    50. (Fritz toma la carta, la desliza en el bolsillo y se dirige hacia la puerta






































    1. Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río, por el cualsosegadamente se deslizaba


    2. la villa se deslizaba tranquila y serena enmedio del trabajo


    3. Me deslizaba en la sombra de los follajes y me decía:


    4. automática de una compañíaextranjera deslizaba en un espacio


    5. donde entraba en el hueco del muro, se deslizaba untenue rayo


    6. subida! El Confianzase deslizaba como una exhalación por la


    7. La gente de los cafés se deslizaba por las calles al abrigo de losgrandes aleros,


    8. mejillas se deslizaba unalágrima, pero en sus ojos altivos se leía una firme resolución


    9. escurría y deslizaba ensilencio de hueco en hueco, hasta


    10. deslizaba de un buque aotro

    11. incomodabala perenne sinfonía de la lluvia que se deslizaba por los canalonesabajo o retiñía en


    12. deslizaba, con el desembarazo dela costumbre, por los


    13. Se deslizaba por el mar ligera


    14. trató de sonar animada mientras se deslizaba en uno de los grandes cojines del


    15. Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río, por el cual sosegadamente se deslizaba el barco por mitad de la corriente, sin que le moviese alguna inteligencia secreta, ni algún encantador escondido, sino el mismo curso del agua, blando entonces y suave


    16. Aquí le tenían por discreto, y allí se les deslizaba por mentecato, sin saber determinarse qué grado le darían entre la discreción y la locura


    17. Pero unos pasos después, el niño deslizaba su mano pequeña en la mano dura y callosa de su tío, que la apretaba muy fuerte, y volvían así, en silencio


    18. Gallofa cogía entonces de lo alto del carro un vergajo terminado en una cadena de hierro que se deslizaba por un aro a lo largo del mango


    19. La pinaza empezaba a alejarse de la orilla, París se deslizaba, se volvía fluido, iba a desaparecer, que Dios bendiga vuestra empresa, y hasta los espíritus escépticos, los duros de las barricadas callaban, con el alma en un puño, sus mujeres asustadas apoyadas en la fuerza de ellos, y en la cala había que dormir sobre esteras con su ruido sedoso y el agua sucia a la altura de la cabeza, pero primero las mujeres se desnudaban detrás de las sábanas que entre ellas mismas sostenían


    20. Cuando conducía el Oso pardo, la larga pértiga, sujeta por un gran muelle en espiral en lo alto de la motora, en los virajes y en los cambios solía despegarse del hilo eléctrico por el que se deslizaba merced a una ruedecita de llanta hueca, y a la que volvía con gran ruido de vibraciones y escupiendo chispas

    21. En pocos segundos alcanzaron un torrente que se deslizaba por el fondo de la pendiente y comenzaron a remontarla, mientras los oficiales gritaban confusamente en un intento por detener y reordenar las divisiones


    22. Cuando un buñuelo estaba a punto, es decir, dorado por los bordes y con la masa sumamente fina en el centro, a la vez translúcida y crujiente (como una patata frita transparente), deslizaba la espumadera por debajo y lo sacaba rápidamente del aceite, lo escurría después sobre el barreño, sacudiendo tres o cuatro veces la espumadera, y lo colocaba en un escaparate protegido por un vidrio, con estantes perforados en los que se alineaban, de un lado los buñuelos de miel en forma de bastoncillos, y del otro, chatos y redondos, los buñuelos al aceite


    23. Y por el silencio de las aguas se deslizaba una canoa bronceada por la luz del sol, enjoyada por las gotas saladas que la cubrían de un lado al otro, con una estela de algas con diamantino esplendor, y en la proa un hombre bañado de sudor


    24. Una hora más tarde, Morrie se deslizaba por la ventana con una lista de lo que querían los manifestantes


    25. Al final del período ramésida, cuando el país se deslizaba ya hacia la anarquía, los oficiales Penhasi y Herihor fueron los únicos que procuraron restablecer el orden; de ahora en adelante, los militares proporcionaban una fuerza tal que ningún faraón podía gobernar sin su apoyo, hasta que se emplearon mercenarios griegos para neutralizarlos


    26. Y el tc'a se deslizaba junto a ellas


    27. ¿Quién se deslizaba tan furtivamente por el pasillo? Alguno que tenía intenciones criminales


    28. En aquel momento el resto del pelotón de reptiles se deslizaba en el interior de la sala, mientras la música continuaba implacablemente, azuzando a aquellos terribles animales


    29. Me deslizaba en aquellos instantes por el pasillo


    30. En efecto, el orangután se había lanzado, dando un salto colosal, sobre los bambúes exteriores, y se deslizaba por ellos con la rapidez del rayo

    31. Vio que Arya se levantaba, abandonaba la compañía de su madre y se abría camino entre los elfos reunidos y luego, como un espíritu del bosque, se deslizaba bajo los árboles


    32. La oscuridad no le pareció muy acogedora mientras se deslizaba debajo de las mantas


    33. De noche se metía por un hueco a través de la cerca de la escuela, se trepaba al techo del quiosco de golosinas, levantaba una plancha de zinc y se deslizaba adentro para sacar helados; se tomaba dos o tres y le llevaba otro a Carmen


    34. A causa de las ratas, Esteban Trueba ordenó que pusieran una tranca a la puerta, pero Alba se deslizaba de cabeza por una claraboya y aterrizaba sin ruido en aquel paraíso de los objetos olvidados


    35. Una noche de invierno, recordaba que hacía mucho frío, su cámara estaba totalmente oscura pues el fuego de la chimenea se había apagado y en el duermevela le pareció oír que alguien abría la puerta de la habitación; ni tiempo tuvo de despertar cuando sintió que un cuerpo joven y tibio se deslizaba entre las sábanas de su lecho


    36. Se deslizaba con las bandejas entre los comensales, siempre suave y simpática, a pesar del tumulto de clientes apretujados en el local y esperando en la puerta


    37. Maggie entrecerró los párpados mientras se deslizaba hacia abajo hasta que las bombonas de aire chocaron con el fondo del cilindro


    38. Un oasis brillante en la oscuridad del ambiente se deslizaba con lentitud hacia la planicie curva, todavía cinco kilómetros más abajo; y en su centro se movía un trío de figuras semejantes a insectos, que proyectaban largas sombras debajo de ellos


    39. La rampa que tenían delante terminaba abruptamente en un pavimento que se deslizaba con lentitud


    40. de laton que se deslizaba dentro de otro

    41. su anhelante respiración provocaba que las gotas de aceite resbalaran por sus curvas, formando charcos por los cuales el cuerpo de Martín deslizaba adjetivos sin prisa, mezclando agitaciones con escritos


    42. Sobre ella, Istrati se deslizaba por la escalera


    43. Durante el día, de vez en cuando cerraba los ojos y me deslizaba peligrosamente hasta el borde del sueño, como si mi mente fuera una trampa dispuesta a engullir mi conciencia


    44. Por aquellos días estaba en todo su auge el establecimiento de recreo y dulce sociedad fundado por Córdoba, Salamanca y otros en la calle del Príncipe: a él concurrían lo más granado de la oficialidad de nuestro ejército y los personajes más simpáticos de la situación, sin que faltasen liberales blandos de buena sombra; allí la vida se deslizaba plácidamente en la conversación, en los comentarios de toda noticia social o política, en el murmurar malicioso, en el referir ameno, en la lectura de la prensa, en el billar, en el juego, etc


    45. Cuando llegó a la zona de comprobación de pasajeros, una azafata de la Turkish Airlines deslizaba sobre un tablero el cartel para el vuelo 014, Nueva York- Londres-Estambul, cuya hora de partida aproximada era las 10


    46. Una oscura cortina se deslizaba lentamente a través del cielo, y una o dos estrellas brillaban débilmente entre las rendijas de las nubes


    47. Un nuevo examen reveló que una de las bandas de caucho que rodeaban la cabeza de un eje se había encogido y no llenaba del todo el tubo por el que se deslizaba


    48. Ella le sonrió al tiempo que le deslizaba los billetes en la mano


    49. Una larga sombra negra se deslizaba por el corredor, producida por un hombre que avanzaba en silencio con una vela en la mano


    50. Marc vio cómo la mano del agente del Servicio Secreto se deslizaba debajo del escritorio, y oyó un chasquido metálico












































    1. Para Doña Pía los domingos se deslizaban deliciosamente y se volvían el


    2. deslizaban; parecían volar en alas de aquel compásfebril que


    3. deslizaban con paso lento álo largo de las paredes esquivando el


    4. Enesto y en ir de casa en casa tomando y soltandonoticias se le deslizaban


    5. Abajo, en la obscuridaddel mar, se deslizaban igualmente otras estrellas con todos los fulgoresdel iris


    6. vivir sedentario, la uniformidadde los días que se deslizaban


    7. dentro; los vaporescondensados se deslizaban a manera de lágrimas a lo largo del


    8. Por el claustro se deslizaban a lolargo de las paredes, con la melancolía


    9. Varias veces tomó unlibro, pero sus ojos se deslizaban sobre las páginas sin comprender elsentido de una sola línea


    10. Cuando aún se deslizaban en las

    11. mamando del pezón de lasvacas, otras que se deslizaban en la cuna de los niños para beberles


    12. levantaban en el alma nubes melancólicas de recuerdosque se deslizaban delante de una luna de


    13. De vez en cuando unos grupos de árboles se deslizaban por el vidrio, con la alquería encalada a la que protegían y en la que todo dormía


    14. Un día, mientras se deslizaban al interior de los cañaverales para echar amarras y pasar el día, fueron sorprendidos por un nutrido tiroteo y algunas tropas del Kuomintang intentaron abordar el barco


    15. Mientras me arrastraba por la cavernosa cocina y abría la puerta de atrás, mis pies se deslizaban sobre las chanclas elásticas que Bernard había incluido en el montón de ropa que me trajo a la habitación


    16. Los cingaleses habían descubierto aquellas numerosas sombras que se deslizaban entre los árboles, y poniéndose en pie empuñaron las armas


    17. Por el agua se deslizaban graciosamente barcas de todas formas, de las que se elevaban las monótonas cantinelas de los remeros


    18. Y entonces enganchó los dedos, que también se deslizaban, que se abrían gradualmente, a regañadientes, como los dedos de alguien que se ahoga y abandona la última tabla de salvación


    19. Fue él quien les guió, marcha atrás, pasando por Margaritha, cuando tuvieron que desandar lo andado; quien les había hecho detenerse al otro lado del poblado, mientras él y Panayis se deslizaban, protegidos por el crepúsculo, en busca de ropas de campo para ellos; y de regreso, habían entrado en el garaje Abteilung, y arrancado las bobinas de la ignición del coche y del camión del mando alemán —el único medio de transporte de Margaritha—


    20. Bajo las sombras de las palmeras, sobre las márgenes de estanques de agua transparente, en los cuales se deslizaban blancos cisnes, recostadas indolentemente sobre ricos tapices, reían y jugueteaban una infinidad de muchachas de rostro encantador y brazos redondos y torneados, con graciosos tocados llenos de perlas y trajes espléndidos

    21. Las palabras eran muy suaves, tan suaves como si se tratara de una superficie de cristal, y parecía que se deslizaban serpenteando por el aire, con un extraño siseo que le puso los pelos de punta


    22. El valle era estéril, pero las colinas a su alrededor parecían vivas, con criaturas que se deslizaban y nadaban entre el coral


    23. Con todo, los susurros se deslizaban a mi alrededor


    24. Aún oigo las olas de Peniche en Tavira, Margarida, las olas de ese invierno, aún oigo la sirena de la fábrica de conservas que llama a los obreros y la espuma bajo las losas, y me acuerdo de la forma en que los presos me quitaban las energías mezclándome barbitúricos en la sopa, y me llamaban, cuando yo estaba solo, imitando la voz del director de Santo Tirso, la voz de Alice, la voz de mi padre, que me obligaban a regresar al pasado a fin de interrumpirme el presente, y no sólo los presos sino el que mandaba, y los guardianes, y el abogado que desparramaba hojas sobre la mesa de la sala de consultas, Hoy lo encuentro de mejor aspecto, señor mayor, tal vez podamos trabajar en el sumario, y no sólo el abogado sino mi familia, y tú, Margarida, que te escuchaba conversar con ellos, y yo, que me negaba a dormir por miedo a que me vaciasen un cargador en el corazón, yo que asentía Realmente tengo un aspecto estupendo, doctor, ustedes no han conseguido abatirme, y él Antes de comenzar con las tonterías, señor mayor, quería preguntarle si aceptaría entrevistarse con el coronel Gomes y su abogado, y yo ¿El coronel Gomes?, y él Entró ayer en la cárcel, el señor teniente ha permitido que nos entrevistemos para hablar, y yo, juntando los fragmentos del puzzle, ¿El coronel Gomes es quien dirige la trama, doctor?, y el barco salvavidas callado, y la sirena callada, y hasta las olas calladas contra los muros del fuerte, y el coronel Gomes que extendía la palma hacia mí, con pantalones de sarga, tiritando bajo un abrigo viejo, Buenos días, Valadas, ¿ya no se saluda a los amigos?, y yo A los amigos sí, mi coronel, el problema es que usted no es un amigo, y su abogado Por el amor de Dios, señor mayor, el señor coronel Gomes tiene gran estima por usted, y el coronel Gomes Fui yo quien le avisó de que la Policía lo buscaba, y yo La mandó a mi casa, diga mejor que la llamó por teléfono y la mandó a mi casa, y el coronel Gomes No estoy aquí para escuchar insinuaciones groseras, no estoy aquí para escuchar insultos, y mi abogado Le pido disculpas, señor coronel, el señor mayor no ha querido ofenderlo, casi un año de cárcel deja los nervios destrozados, y el coronel Gomes, más sereno, Que se retracte y olvidaré este episodio, y su abogado a mí Lo que nos interesa es establecer una estrategia común, decidir lo que puede decirse y lo que no, que el Delegado del Ministerio Público es duro de roer, y yo, En el juicio no diré ni pío, y no dije nada, condenaron al coronel Gomes a once años y lo expulsaron del Ejército, el comodoro Capelo, promovido a almirante, dio testimonio, me pareció ver a Alice entre el público, en una de las filas traseras, entre su madre y su marido, pero cuando miré con atención eran otros los espectadores y no ellos o los lugares estaban vacíos, el juez postergó mi sentencia por consejo de los médicos, regresamos a Peniche en una furgoneta blindada, y el coronel Gomes, a mí, Once años, Valadas, yo no duro once años, cuando salimos del Tribunal reparé en su mujer, una señora que lloraba, y yo Espero que no dure, mi coronel, que ya tengo adversarios de sobra, y al llegar a Peniche tronaba, el cielo se hendía con heridas de relámpagos que recortaban la villa, que recortaban el mar, tomando las sombras fosforescentes antes de esconderse en sus pliegues de tinieblas, un barco, casi en la línea del horizonte, flotaba sobre nubes que supuraban lágrimas rojas, las casas se desmoronaban, los almacenes de los pescadores y las traineras ancladas se deslizaban hacia la plaza, el farallón, amputado, mostraba sus visceras de pizarra, liberaba enjambres de aves aterradas, y a la mañana siguiente el coronel Gomes se ahorcó en la celda, y cuando lo vi, antes de que lo cubriesen con el abrigo y un saco de arpillera, no me pareció verlo morado ni con la lengua fuera, sino con las pupilas apagadas en una expresión amable, de modo que pensé Se ha dormido, no se ha ahorcado ni nada, se ha dormido, a pesar del verdugón en el cuello y de los hombros crispados, pensé Se ha dormido, ha fingido que se ahorcaba para intentar engañarme, y entonces me acerqué a él, le puse el pulgar en la frente y estaba fría y con manchas color de vino en la raíz del pelo, y las botas en el extremo de las piernas, Margarida, se me figuraron vacías como los zapatos de los mendigos


    25. Tocó al caballo con el látigo y salimos disparados a través de la interminable sucesión de calles sombrías y desiertas, que poco a poco se fueron ensanchando hasta que cruzamos a toda velocidad un amplio puente con balaustrada, mientras las turbias aguas del río se deslizaban perezosamente por debajo


    26. El agua se coló por los resquicios, primero como un menudo goteo o golpeteo palpitante que resonaba contra las piedras en los ecos de la inmensa bóveda celeste, luego con la furia de pequeñas cataratas que se deslizaban por los bordes y dejaban a su paso un olor a humedad permanente


    27. La muchacha tenía un cardenal debajo del ojo derecho y en el labio inferior un pequeño corte del que manaban unas gotas de sangre que se deslizaban por el mentón y descendían hacia el escote


    28. Comió sumido en un trance de satisfacción, ajeno a todo menos a los alimentos que le venían a la boca y se le deslizaban por la garganta


    29. Pero siempre ocurría lo mismo: sus blancos rostros se deslizaban a cámara lenta ante nuestros ojos, mientras nosotros hacíamos como que no las buscábamos, como que ni siquiera sabíamos de su existencia


    30. Los estandartes azules y blancos de Riva, con la imagen de la espada, resaltaban sobre el fondo de nubes grises que se deslizaban sobre el cielo invernal

    31. Michael se sentó en los escalones y miró alrededor del patio, comprobando con rapidez que la barrera siguiera en buen estado; después miró hacia arriba, espiando los árboles de los alrededores, escuchando cómo las gotas de agua de la lluvia de la mañana se deslizaban de hoja en hoja antes de caer al suelo


    32. La comida y el agua se la deslizaban por debajo de la puerta cuando dormía


    33. Esa noche, los sirvientes agregaron una dosis muy potente de valeriana en el brandy del patrón y, mientras Sebastiana y su nana se deslizaban por los pasillos oscuros de la casona, Augusto roncaba como un marinero


    34. Según se deslizaban, silenciosos, senda adelante, de los matorrales emergió un hombrón descomunal que les cerró el paso


    35. Martin los observó mientras se deslizaban por el muro lejano


    36. Una vez que la base había llegado a la plataforma, hacían palanca en la cabeza de la estatua con troncos hasta levantarla unos pocos centímetros, deslizaban piedras bajo la cabeza para sustentarla en esa nueva posición, y continuaban haciendo palanca en la cabeza hasta, de ese modo, inclinar la estatua cada vez más hacia la vertical


    37. Sus dedos abandonaban la pulsera de Lía y la mano de ella sostenía la caricia mientras se deslizaban


    38. Llegaron a un conglomerado globular: diez mil estrellas viejas, la mayoría rojas, que se deslizaban hacia el crepúsculo por la parte inferior derecha del diagrama Hertzspung-Russell conforme envejecían


    39. Los surcos de hielo, que se deslizaban con lentitud por la ventana, ocultaban la vista


    40. Golpeó el tocón, pero mientras se deslizaban a través de la entrada, oyó a alguien bajando las escaleras del puente

    41. –¡Y que encima haya gente que diga que la electricidad es una bendición! – musitó Dedo Polvoriento mientras se deslizaban por el borde de la plaza


    42. Largos venablos sobresalían de las embarcaciones mientras éstas se deslizaban silenciosamente por la superficie, impulsadas por músculos poderosos que el esfuerzo henchía bajo la piel de ébano


    43. Pero poco después comprendió que podía estar comprometiendo inútilmente la seguridad de ella, por lo que derribó a otro ante él, y volviéndose, subió rápidamente la escalera, mientras los primeros kaldanes se deslizaban por el suelo cubierto de cerebros y se escurrían al salir en su persecución


    44. Esta fue la primera pistola de esta célebre fábrica que tuvo un cierre de tipo geométrico (es decir, estable) que, en este caso, estaba formado por dos bloques situados en los flancos del cañón, los cuales se deslizaban verticalmente de forma que bloqueaban y desbloqueaban el cañón del fuste


    45. Tras él se arremolinaban apagados susurros; los pies se deslizaban sobre la nieve abriendo un espacio para que los dos chamanes pudieran enfrentarse


    46. Mientras se deslizaban a través del agujero de retrato, Cedric preguntó:


    47. Se imaginaba con él, sentados en un jardín, los dos con cachorrillos en el regazo, o escuchando a un bardo que rasgueaba su laúd mientras se deslizaban por las aguas del Mander en una barcaza


    48. Miró alrededor, siguiendo las inestables sombras que se deslizaban por la cavernosa oscuridad del vestíbulo


    49. El niño asintió con una cabezada, se apartó un poco y señaló con un dedo sucio las lágrimas que se deslizaban por las mejillas curtidas de su madre


    50. Las lágrimas se deslizaban por la cara de María










































    1. Las corrientes eléctricas producían sorprendentes juegos de luz sobre las nubes más elevadas: se dibujaban vivas sombras en sus bóvedas inferiores, y, a menudo, entre dos masas separadas, se deslizabas hasta nosotros un rayo de luz de notable intensidad


    1. Sebastián losabusos, que se habían deslizado ya en la procesión del Corpus de esaciudad, apareciendo de él que se elegían anualmente cinco ó seisdoncellas de las más hermosas, hijas de menestrales, para representar áSanta Catalina, Santa Clara y otras Santas, y que no siempre guardabanel decoro que convenía á sus papeles


    2. palabrasintencionadas que había deslizado en la conversación martilleábanledespués los oídos, y


    3. deslizado una de sus manos entre lapared y el cuerpo de ella, de


    4. de correos, y la señora Lormier, laalcaldesa, se habían deslizado en el castillo,


    5. Habían comido con la señora de Freneuse y María yel tiempo se había deslizado tan dichoso en la dulce


    6. deslizado en la cocina lomismo que un soldado amante de una


    7. Elorza se habían deslizado en la concurrencia y contemplaban congrandes ojos


    8. quedaba del día se había deslizado por la noche y había comenzado a rodar en la


    9. La parte superior del top de Julianne se había deslizado en torno a sus costillas, y


    10. El olor peculiar de este apartamento me devuelve a una vida que no quiero vivir por segunda vez… Al entrar, Ruth se había inclinado para recoger un recorte de periódico que alguien -un vecino, sin duda- hubiera deslizado por debajo de la puerta

    11. La fiesta de Rhoda se había deslizado como todas las fiestas


    12. –Madre tuvo la idea de las hierbas -dijo Día en voz baja y se felicitó por haber deslizado el comentario


    13. Pero Blanca, como todas las noches, había cerrado con llave su puerta y se había deslizado por la ventana en dirección al río


    14. Hizo unos cálculos mentales y cuando estuvo seguro de que las anclas no se habían deslizado y de que el mar era seguro dijo:


    15. El conductor ya se había deslizado por la parte lateral de la casa, entrando en ella por la puerta de atrás en el momento en que el médico comprobó los pulsos de sus tres pacientes


    16. La ha deslizado por debajo de la puerta y se ha largado


    17. La herramienta se ha deslizado y ha caído al suelo


    18. Cuando los respectivos tamaños se hallan en su extremo, el Sol tarda hasta 7,5 minutos -tras haberse deslizado por detrás de la Luna-, en avanzar lo suficiente como para empezar a salir por el otro lado


    19. El marinero subió la manta de la Compañía de la Bahía de Hudson que se había deslizado de la cara del teniente durante el rudo día y medio de recorrido por el hielo y las crestas de presión


    20. Ha relatado la dolorosa historia de un polaco cuya única ropa era una camisa, y que, queriendo cubrirse lo más posible, había deslizado las piernas en las mangas y anudado los faldones en torno del cuello

    21. Sentía la inmodestia de un intruso, cual si se hubiera deslizado al interior dé un ser viviente bajo su piel plateada y observara su vida latiendo en los grises cilindros de metal, en los retorcidos tubos conductores, en los orificios sellados y en el convulso torbellino de las piezas encerradas en sus jaulas de alambre


    22. Cuando King había abierto la puerta se había deslizado por la abertura


    23. Soledad El Ruso acababa de llegar a la estación de Atocha en un tren de mercancías y se había deslizado entre los vagones hasta alcanzar la calle


    24. Había corrido hacia Tintagel y se había deslizado hasta la cámara de Isolda


    25. Llevaba gafas que se le habían deslizado hasta la punta de la nariz


    26. El gran hastío del hombre él era el que me estrangulaba y el que se me había deslizado en la garganta: y lo que el adivi­no había profetizado: «Todo es igual, nada merece la pena, el saber estrangula»


    27. Tan silenciosamente como si fuera un gato, se había deslizado de nuevo fuera de la cocina


    28. Tim había entendido lo que le había dicho Julián y se había deslizado en el segundo carro


    29. Ella hubiera llevado sus manos hasta las solapas de su chaqueta, le hubiera tanteado la cara, hubiera deslizado lentamente sus sensibles dedos por sus labios


    30. Si a pesar de ello se han deslizado algunos errores en mis descripciones, éstos corren sólo de mi cuenta

    31. Podía afirmarse que Tisana se había deslizado por la vida sin sufrir heridas, intacta, en línea recta


    32. Cuando el estilo de sus sismógrafos se estremecía, indicando que algo se había deslizado en algún sitio, él alertaba a unas sesenta estaciones de todo el Pacífico, advirtiéndoles que podía haber un tsunami en marcha


    33. Los apaches habían penetrado en el campamento, habían llegado hasta la remuda, vigilada por tres centinelas, y se habían deslizado por el espacio existente entre los dormidos vaqueros y el carromato cocina, llevando sigilosamente consigo, de reata, tres espléndidos corceles


    34. Moviéndose con la flexible desenvoltura de quien se ha deslizado por las marismas y los caminos del bosque, echó a andar en dirección al establecimiento de Steed, seguido por tres de sus marineros, pero al llegar a la tienda dijo a sus hombres que le esperasen fuera mientras él entraba


    35. Desde el pasillo vio una punta del sobre amarillo que habían deslizado debajo de su puerta


    36. Pero el cuerpo del primer oficial ya se había deslizado hasta la barandilla de estribor, pasando la cabeza y uno de los hombros a través de ella


    37. Dritton recogió las gafas que se habían deslizado nariz abajo, se las puso en su lugar con fuerza y dijo:


    38. Hubo momentos en que cualquiera de ellos pudo haberse deslizado hasta el comedor para llevarse la botella, pero ninguno tuvo bastante tiempo como para irse muy lejos con ella


    39. El punto alejado del diagrama se había deslizado un poco


    40. La arena y la grava se habían deslizado por el declive rocoso, y se habían amontonado en la boca del refugio

    41. De nuevo la irritación se había deslizado en el tono de su voz


    42. Muchos profesionales juraban haber tenido relaciones con el señor de Charlus y eran de buena fe, creyendo que el supuesto Charlus era el verdadero y el falso, que quizás favorecía, mitad por ostentación de nobleza, mitad por disimulación de vicio, una confusión que para el verdadero (el barón que conocemos) fue durante mucho tiempo perjudicial, y luego, cuando se hubo deslizado por la pendiente, se le hizo cómoda, porque a él también le permitió decir: “No soy yo”


    43. Aquellos seres animados, ¿se habían deslizado, mediante una conmoción del suelo, hasta las playas del mar de Lidenbrock cuando ya estaban convertidos en polvo, o vivieron allí, en aquel mundo subterráneo, bajo aquel cielo fantástico, naciendo y muriendo como los habitantes de la superficie de la tierra? Hasta entonces, sólo se nos habían presentado vivos los peces y los monstruos marinos; ¿erraría aún por aquellas playas desiertas algún hombre del abismo?


    44. Pero, en cualquier caso, la suerte me favoreciÓ en el sorteo de asignación de internos y, a pesar de que aquel día ni el mas mínimo pensamiento turbador se había deslizado en mi mente, reconocí al instante -y con toda objetividad- el innegable encanto de mi discípula


    45. ¿Regresará alguna vez? Puede que se haya deslizado en el pasado y caído entre los salvajes y cabelludos bebedores de sangre de la Edad de Piedra sin pulimentar; en los abismos del mar cretáceo;


    46. Más aún, su poder seguirá incólume después de que el mío se me haya deslizado de las manos


    47. Si se hubiera combado o desprendido, me habría deslizado y luego habría caído a la calle, cinco pisos más abajo


    48. Él se había deslizado por ella


    49. Mientras escudriñaba la superficie de la mesa pensando en revisar los historiales por si el disco se había deslizado entre ellos, vio por el rabillo del ojo una pequeña luz amarilla en el marco de la pantalla del ordenador


    50. A las diez en punto el recipiente metálico con sus dos largas manijas laterales había sido deslizado desde el muelle hasta la cubierta de la lancha de la policía con tan poca ceremonia como si contuviese un perro











    1. Nos deslizamos a un lado del mismo


    2. »Dirigidos por Al Dale, y yo mismo, noventa "criaturas", sesenta varones y treinta hembras, nos deslizamos fuera de la foresta la noche de Navidad de 1623, y nos dirigimos a Cheshire


    3. —Sí, es un buen momento para deslizamos hasta el túnel —dijo Julián—


    4. A continuación, deslizamos las lazadas por el extremo de las cuerdas sujetas al fondo de la bolsa junto con la cuerda que rodeaba la torre por debajo del alero, hasta que conseguimos situar la abertura de la bolsa directamente encima de la chimenea que llevaba al horno de la muerte en las mazmorras de Ghasta


    5. Tras los pasos del Oberleutnant, nos deslizamos por el campo, rodeados de balas trazadoras y de granadas que hacían volar la tierra


    6. Porta y Pluton atacaron la pesada puerta blindada con mazas cogidas del cajón de herramientas del vagón, y conseguimos apartarla lo suficiente para deslizamos hasta el aire libre


    7. Nos deslizamos a lo largo del edificio, paralelamente a la verja


    8. Estaban muy mal pavimentadas en aquel momento, pero, nada más entrar en ellas, me liberó de mis pensamientos esa sensación de suma dulzura que se experimenta cuando, de pronto, el coche empieza a rodar más fácilmente, más suavemente, sin ruido, como cuando, al abrirse las verjas de un parque, nos deslizamos por unas avenidas cubiertas de una arena fina o de hojas muertas; materialmente no ocurría nada de esto, pero sentí de pronto la supresión de los obstáculos exteriores porque ya no había para mí el esfuerzo de adaptación o de atención que hacemos, incluso sin darnos cuenta, ante las cosas nuevas: las calles por las que pasaba en aquel momento eran las calles, olvidadas desde hacía tanto tiempo, que antaño seguía yo con Francisca para ir a los Champs-Elysées


    9. Nos deslizamos alrededor del castillo hasta el punto que está justo debajo del cuarto de la señorita Stangerson


    1. ellos, todavía se deslizan algunas de las figuras más opacas de la política internacional


    2. los días que se deslizan uno trasotro, las alteraciones que


    3. Todos los oficiales que quierentrasnochar se deslizan en él


    4. losque se deslizan á traición por debajo de su vientre, los usurerossubterráneos, las bestias de


    5. vals en que los cuerpos se deslizan con lamúsica, nos unían involuntariamente, y yo


    6. el ciervo á campo llano; como los huronesque se deslizan por las


    7. La división de estas provincias la deciden la dirección delas corrientes que se deslizan por las pendientes del Sungay


    8. por el que se deslizan cisnes, cisnes


    9. "Porque quien no sabe extraer un sentido alegórico del chirrido agrio de la puerta, del ronroneo de la mosca y del movimiento de los insectos que se deslizan por el polvo;


    10. (En la fase líquida, los iones ya no tienen lugar fijo y se deslizan libremente

    11. Entonces Dios dice: «Pululen las aguas con un pulular de seres vivientes… Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todos los animales vivos que se deslizan…» (Génesis, 1, 20-21


    12. Sus dedos se deslizan por el vaso y levanta los ojos para mirar directamente a Jarrod, que tiene una expresión ceñuda


    13. Gruesas gotas le surcan la frente y se deslizan por la cara, los ofidios siguen aferrados a él, y uno de ellos incluso se retuerce y lo mira directamente a los ojos, con las mandíbulas muy abiertas y enseñando los colmillos amenazadoramente


    14. Se deslizan silenciosamente hacia la oscuridad, en el laberinto de hielo que tienen ante ellos


    15. La mirada se pierde en panoramas espléndidos y abarca toda una serie de maravillosos palacios donde se deslizan seres de una naturaleza superior


    16. Veo muchas bestias que corren bajo los árboles del bosque y que se deslizan por las ramas más altas; y todos vienen hacia aquí


    17. En las civilizaciones sedientas los recorridos artificiales del agua se deslizan bajo tierra o en la superficie, o sea no se diferencian mucho de los recorridos naturales, mientras que el gran lujo de las civilizaciones pródigas de linfa vital consiste en hacer que el agua venza la fuerza de gravedad suba para caer después: y entonces se multiplican las fuentes con juegos de agua y surtidores, los acueductos de altas pilastras


    18. Se deslizan en la puerta de la clase de gobierno, el desliza un PowerBar* en la mano de Janie


    19. Cabel y Janie se deslizan en el interior


    20. –Sí, ¿lo has visto, Dick? Hay un palo muy largo en el compartimiento inferior, y mientras el piloto de mando mantiene la nave recta y a velocidad subsónica, los tripulantes trepan y se deslizan hacia afuera como truchas en una caña de pescar

    21. Paxmore: Los hombres sin carácter se deslizan de una posición a la siguiente


    22. En su espalda todavía mojada, algunas pequeñas gotas de agua se deslizan entre los nervios y musculos sobresalientes y bien delineados


    23. La nieve se adhiere a los trineos, que ya no se deslizan, sino que tienen que ser arrastrados a viva fuerza


    24. Dentro de un zapato lleva tres monedas, que se deslizan adelante y atrás entre el calcetín y el interior de la suela


    25. Cuando el hombre se retira, ellas se bajan el camisón, se deslizan fuera de la cama y se refugian con alivio en el cuarto de baño


    26. Entran, deslizan la puerta a lo largo de la pared, efectúan dos rápidos pasitos que las llevan al pie del espacio sobreelevado en que consisten las habitaciones, se quitan sin inclinarse unos zapatos sin cordones y, en un movimiento de piernas fluido y grácil, giran sobre sí mismas una vez escalada la plataforma que abordan de espaldas


    27. Los botones, disfrazados de pasteles de boda, se deslizan de un lado a otro como si estuviesen montados sobre posavasos


    28. y los demonios de la matanza se deslizan por la


    29. Los pantalones se deslizan por mis piernas y desaparecen


    30. Sus pies sobre el suelo Se mueven suavemente con un flip-flap, Mientras se deslizan hacia la puerta

    31. Y cuando se deslizan una cerca de la otra, chocan así, ¿lo ves, mammy?, y entonces se libera energía, que se transmite hasta la superficie y hace que la tierra tiemble


    32. Se deslizan por allí, poniendo porquerías en la comida de un hombre


    33. Pues numerosas molestias y turbaciones de las que ella se da cuenta, y muchas más no perceptibles, se apoderan de su cuerpo y se deslizan en su alma; y cuando está repleta de éstas es mejor que no vaya allí ni se entregue al dios, no estando completamente pura —como un instrumento bien ajustado y bien afinado—, sino en un estado de emoción y de inestabilidad


    34. Se esconden, se deslizan entre el somier y el colchón, llenan el cubo de la basura, se introducen entre las tablas del parqué


    35. Llegado el día, se sueltan los conejos, pero en vez de correr para librarse de las escopetas, los animales se dirigen hacia los invitados, les aguan la fiesta, se deslizan entre las botas, en absoluto asilvestrados, y poco les falta para hacer tropezar a Su Majestad


    36. Mis pantalones y calzones se deslizan muslo abajo y el aire caliente de la calefacción del coche da una fuerza extra a los acres gases que proceden de ellos


    37. Hojas que se deslizan a través del suelo


    38. Sus cascos están hundidos en el agua, y se deslizan contra el viento


    39. El hombre debe tratar de ser como el cerrojo que funciona, como el paso ininterrumpido de la corriente eléctrica, como el convaleciente cuyos ojos, tras pasar largo tiempo en el fondo de sus cuencas, transidos de neuralgia y de fiebre, casi sin poder moverse por el dolor, ahora pasan rápidamente de un lado a otro con la misma facilidad con que los gráciles peces se deslizan por el agua clara


    40. Ésta es la hora de la noche en que las tumbas se abren del todo para dejar salir los espectros, que se deslizan por los senderos del cementerio y de la iglesia; y nosotros, duendes y hadas, huímos de la presencia del sol, siguiendo las sombras como un sueño

    41. La fotografía en color de la página 17 muestra una porción de la falla de San Andrés, en California, que es donde los bordes de la placa del Pacífico y la placa de América del Norte se deslizan uno sobre otro


    42. perdido está el orgullo y adorno del viejo mundo, Mu es un mito del mar occidental, por los salones de la Atlántida se deslizan los tiburones


    43. Siente los dedos de Carlitos que se deslizan entre los suyos


    44. Alguien que ha visto caer generaciones de hombres como las hojas siente con más angustia cómo se deslizan las arenas del tiempo, y necesita atarse a la tierra y a sus hijos perennes


    45. Unas veces se deslizan grácilmente, otras despejan los espacios como palas de una excavadora y los criados que traen las bandejas se ven obligados a ponerse a salvo; si son honrados y diligentes tienen asegurado su puesto en esta casa


    46. Por la noche deslizan el cuerpo de la víctima por ese agujero secreto, lo meten en una barca que está a la espera y lo llevan a la Sepoltúra Pública


    47. Unos dedos se engarrian en el borde de la tapa del ataúd, la alzan, y la deslizan hacia un lado


    48. Durante nueve días las balsas se deslizan ceñidas a las riberas, en dirección poniente, hasta la gran curva donde el río aborda su descenso hacia el norte


    49. —¿Y con eso qué? Si las hijas y las esposas de los burgueses también se deslizan bajo las sábanas de cualquier hombre que pueda pagarles por ello


    50. –¡Padre y Señor: ven a socorrernos! ¡Unos dioses extranjeros se acercan! ¡Los toros los obedecen dóciles! ¡Sus casas se deslizan por la tierra como las nubes por el cielo cuando el viento las mueve! ¡Son dioses, Señor, llevan el sol en el pecho!

    1. fui deslizando por las calles con una conciencia más ligera, vaciada de todo, excepto de lo


    2. Abandonada a sus pensamientos y deslizando


    3. deslizando por el piso de madera, con harapos atados en las rodillas y los pies,


    4. Los premios son tan sustanciosos, y los grupos de presión militares de países hostiles mantienen un abrazo mutuo tan siniestro, que al final el mundo descubre que se está deslizando hacia la destrucción definitiva de la empresa humana


    5. Me deben la locura y la muerte —se fue deslizando hasta el linde del bosque—


    6. El faquir puso en su sitio la tabla, deslizando encima las esterillas


    7. Lamiendo y succionando, deslizando con lentos y deliciosos movimientos la piel que rodeaba el rojo y sensible lomo de la tremenda yerga, Bella estaba provocando unos resultados que ella sabía no iban a dilatar mucho en producirse


    8. Por el ruido de pasos que resonaban a nuestra espalda, supimos que los reclutas se iban deslizando uno tras otro por la puerta, y nos venían a la zaga


    9. Da la casualidad de que ese bolsillo tiene un gran agujero, y por ahí se le caen las llaves, que se van deslizando por su pierna hasta aterrizar a sus pies


    10. Josh jugaba con la vela encendida, deslizando los dedos por el borde, acercándolos y alejándolos del calor

    11. El señor Johnson consultó un libro sobre su escritorio, deslizando sus dedos sobre líneas y líneas escritas por generaciones de supervisores de la sala de lectura


    12. Una por una, el armero fue deslizando las piezas del fusil en el interior de los tubos


    13. Deslizando los pies, tambaleante sobre el asiento, se alejó un poco de los dos oficiales


    14. Ten cuidado con lo que dices dijo ella, y deslizando una de sus manos por el cuello de él, comenzó a estrangularlo con tanta fuerza que Karl se sintió totalmente incapaz de hacer otra cosa que jadear


    15. —La mujer sigue deslizando los dedos por su tatuaje— el Pantáculo, los cinco capítulos del Manuscrito de Dios, simboliza los Cinco Trances por los que tiene que atravesar la Sustancia Pura que se submultiplica descendiendo a las cloacas de la Materia hasta encontrar la fuerza redentora de la Voluntad


    16. Dejó caer una mano sobre su pecho derecho y lo acarició suavemente, deslizando su pulgar en el interior de uno de los óvalos recortados


    17. Llegaron hasta donde pensaban que debía estar la madriguera por la que Dick había abierto el agujero, pero en lugar de eso no había más que una gran masa de tierra de la que una parte se iba deslizando dentro del túnel


    18. –Te quiero -le dijo Kit, deslizando un dedo por los labios de Amar, pero sabía que se le escaparía siempre


    19. Pero aquel momento de clarividencia pasó enseguida y, arropada en un silencio impenetrable, se fue deslizando poco a poco hacia el más profundo de los sueños


    20. Los días se fueron deslizando perezosamente y cada uno iba dejando detrás, un poco aligerado, el peso de esas preocupaciones

    21. Tocó a Kim en la cara deslizando los dedos por la suave curva de su mejilla


    22. Y, en efecto, caminaba sobre el agua, sin hundirse, deslizando sus pies ligeros por encima de la lisa superficie del mar


    23. Pasó el día inquieto a la espera del milagro, deslizando trampas inocentes en la conversación con los guardianes para ver si se les escapaba alguna indiscreción, pero no consiguió nada


    24. Notó que su cuerpo golpeaba una superficie lisa y se dio cuenta de que se estaba deslizando por una especie de rampa pulida, mientras desde arriba le llegaba el tono burlón de una risa y la voz de Ludon gritando detrás de él:


    25. Después, deslizando el cheque en un bolsillo interior:


    26. Marlena cruza la habitación, deslizando una mano sobre la superficie de la mesita al pasar


    27. La trocha de jabalíes era un túnel oscuro, pues el sol se iba deslizando rápidamente hacia el borde del mundo y en el bosque siempre acechaban las sombras


    28. Ambos, el Mossad y la OSE, estaban obsesionados por la creencia de que África se iba deslizando hacia la izquierda, camino de una revolución que afectaría a los dos países


    29. Todavía les quedaba algún tiempo para estar juntos, y ella lo amó a través de su piel, deslizando los dedos en un lento masaje sobre el abdomen


    30. La Guerrera luchaba en silencio absoluto, moviéndose con dificultad entre el puño del monstruo, arrastrándose hacia un lado y otro, deslizando los tacones de aguja sobre el suelo resbaladizo

    31. La noche había caído y unas criaturas invisibles deambulaban por las calles desiertas, chasqueando las garras en el suelo, deslizando sus cuerpos y rozándose


    32. «Y alegrías», pensó, deslizando suavemente la punta de los dedos por la mejilla de Linda cuando ésta le sonrió


    33. –Te han puesto un tubo en la garganta -le explicó Sara, deslizando el hielo en la boca de Tessa-


    34. Deslizando sus pies por el suelo de piedra, dio con sus zapatillas, propias de una bailarina de ballet, que se calzó enseguida


    35. Hawkmoon se apoyó contra el muro y luego, poco a poco, su cuerpo se fue deslizando hacia el suelo


    36. Había gente de todas las edades, pero sobre todo mujeres maduras, encaramadas a sillas altas, hipnotizadas, silenciosas, deslizando con un movimiento mecánico monedas en las ranuras


    37. Kierkegaard ya lo empleó de modo deliberado, añadiéndole su propia denuncia: "Pero pese a tantas idas y venidas, así como la mermelada siempre va a parar a la despensa, siempre terminas deslizando algún dicho que no te pertenece y que inquieta por el recuerdo que despierta" (Migajas filosóficas)


    38. Los primeros rayos de sol ya desentumecían las piernas de Lorencito, que procuraba irse deslizando hacia el interior de la iglesia, en busca de refugio, pero un individuo con las dos piernas cortadas y un cartel sobre el pecho con una fotocopia del libro de familia le cortó el paso por detrás, esgrimiendo un tubo de plomo, y el supuesto tullido, que se movía tan ágilmente como si hubiera obtenido una curación milagrosa, le hundió en el pecho la punta de su muleta


    39. –¡Muy bien, como quiera! ¡Se convencerá de que Höpfner es un cantamañanas! – resolvió Ferdinand deslizando cuidadosamente la jugada a lo largo de la mesa-


    40. Ni siquiera parecería consciente de que un ser humano estaba deslizando un enorme trozo de material contra ella

    41. empapada, se levantó de un salto y se lanzó escaleras abajo, deslizando los dedos sobre la baranda


    42. Él empujó con las caderas, deslizando el pene dentro de ella


    43. Fui deslizando el haz de luz de la linterna por la superficie de la pared rocosa


    44. Mientras atacáis a través de la puerta y atraéis su atención, yo me estaré deslizando por encima del muro


    45. La mujer le acarició el mentón, el cuello, el pecho, deslizando sus húmedos dedos sobre los símbolos pintados, resiguiéndolos, sintiendo sus colinas y valles


    46. –Correcto -aceptó Erickson, deslizando su gruesa corpulencia en un bajo y mullido sillón-


    47. Mientras enumeraba esas cosas, fui deslizando monedas de un lado de la mesa al otro


    48. —No lo harán —aseguró John deslizando un dedo por la espiral del nautilo que hacía las veces de pisapapeles—


    49. –¡No lo coja! – gritó Angie con la mano levantada, deslizando el cuchillo por la piel, haciéndose un corte que no dejaba de sangrar


    50. Liska respiraba con cierta dificultad mientras esperaba y observaba, deslizando la mano en el interior del abrigo para asir la culata de la pistola que llevaba a la cintura
















    1. Así que por esto, ahí de paso le echó el cuento de la quema de los libros de don Quijote y de su escrutinio, de lo cual le dio mucho golpe al canónigo, quien continuó diciendo que, con todo, hallaba en ellos algo bueno, y era que daban pie para que el autor pudiera mostrarse lírico, trágico, cómico o épico, lo cual lo podía escribir tanto en verso como en prosa, y que daban espacio para deslizar la pluma sin empachos narrando naufragios, tormentas y batallas en donde se podían enseñar las astucias de Ulises, la piedad de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, la traición de Sinón al meter el caballo en Troya, la generosidad de Alejandro, el valor de César, la fidelidad mostrada por Zopiro a Darío, rey de Persia y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden hacer perfecto a un ilustre varón


    2. las zapatillas dispuestasde manera de poder deslizar en ellas los


    3. el sudor que cubría lafrente de Marta, e hizo deslizar los


    4. deslizar hacia lasmayores profundidades del recuerdo, y


    5. Dos de ellos soltaron las correas que les sujetaban a los asientos acolchados y se dejaron deslizar fuera de las cabinas


    6. Jacques abría la puertecita al ras del suelo, se agachaba para deslizar por ella la mano y el brazo, tocaba con asco la tierra o un palo sucio y retiraba rápidamente la mano, lleno de miedo apenas estallaba la algarabía de alas y de patas de los animales, que revoloteaban o corrían por todas partes


    7. Algunas veces, dominado por el miedo, se limitaba a deslizar la carta bajo la puerta


    8. Sacó las piernas de la barca y se dejó deslizar en el agua, que le llegó hasta la cintura


    9. Los tres valientes volvieron a abrir el boquete, y apoyando uno de los largueros de la escalera, se dejaron deslizar al piso inferior, decididos a hacerse matar antes que rendirse


    10. Dejando deslizar la cuerda en el interior de la pagoda, el cazador hizo ademán de descender, pero Permati lo detuvo

    11. El montañés se dejó deslizar suavemente por la tensa cuerda, llevando el puñal entre los dientes y desapareciendo en las tinieblas


    12. Se dispusieron en una larga columna, llevando entre los dientes el tarwar de hoja larga y curva, armaron las carabinas y se dejaron deslizar silenciosamente más allá de la barricada que obstruía la puerta


    13. No era ágil, pero logró contorsionarse como una mangosta para introducir las piernas y luego deslizar el resto del cuerpo al interior


    14. Ahora y únicamente protegidos sus pies y piernas por las gruesas medias, volvió a salir y se colocó a caballo sobre el ancho pasamanos de la barandilla de la escalera principal, dejándose deslizar hasta el vestíbulo a fin de que su peso no hiciera crujir exageradamente algún escalón


    15. El propio Gable se había encargado de deslizar los documentos genuinos en los archivos del presidente después de sus “confusiones” públicas


    16. Por ejemplo: insertar lengua, quitar dedo de la oreja; retirar lengua, acariciar cuello, deslizar meñique izquierdo por la delgada tira de piel que asoma entre jersey y falda (evitando, cortésmente, el ombligo); besar y semilametear garganta y cuello, «trabajar» oreja, y depositar mano sobre rodilla; dejar de «trabajar» la oreja y acariciar pelo, acercar labios a los de ella y subir con la mano pierna arriba, todo a la misma velocidad; cuando los labios ya se tocan casi con los de ella, mantener su mirada durante un segundo mientras la mano despega como un avión por la pista de su muslo, para aterrizar


    17. Mientras escuchaban el repiqueteo de la lluvia en los cristales, él empezó a deslizar la mano bajo su falda


    18. balcón, sintieron el deslizar del papel y corrieron de puntillas a recoger el sobre


    19. La hermana Matilde le hizo una demostración de cómo deslizar una lámina debajo de la otra, mientras decía:


    20. –No, creo que es un duende -y volvió a deslizar con cuidado la cabeza dentro del agujero

    21. Al parecer, no podía esperar al momento de la prueba sino que quería saberlo enseguida; y cuando la atrapé intentando deslizar un cuchillo en mi costado la interrogué y me explicó todo el asunto con la mayor ingenuidad


    22. El mismo Java decía que era una fulana de fábula, aseguraba que un estraperlista de los gordos se enamoró de ella cuando la vio y tuvo la idea de deslizar en su escote un talón bancario en blanco con la firma, y que ella había escrito un nueve y detrás 69 ceros, todos los que cabían


    23. Tal vez fuera la manera en que Amber había intentado consolarlo después de que él se hubo desahogado todo cuanto quiso sobre la ignorancia de Julian, o que el consuelo de ella animara también al Tim físico con sus besos, sus abrazos, la suave elasticidad de sus brazos, cultivada en el gimnasio; tal vez se debiera a que las fantasías de Tim, tras tantos años de rutina matrimonial, siguieran girando exclusivamente en torno a ella, hasta el punto de que no le interesaba acariciar otro trasero ni deslizar su mano en otro delta que no fuera el de Amber, lo que lo calificaba para deslices amorosos como una locomotora de vapor para salir de un andén; o porque él, en los momentos de soledad, de autosatisfacción, no quería imaginarse a nadie más que no fuera Amber; tal vez porque el corte dorado de su figura no había sufrido ninguna merma a pesar de los años que se le habían añadido, y porque sus pechos —¡vivan los genes!—, desafiando la fuerza de la gravedad, siempre encontraban aquella posición legendaria que le había hecho creer, al principio de la relación, que abrazaba dos melones maduros: tal vez, también, se tratara de que, al intentar abrir los cierres del albornoz de Amber, se había visto arrastrado hasta el extremo opuesto del módulo, lo que no hizo sino excitarlo aún más, ya que su mujer quedó entre el aleteo de la bata abierta, como un ángel dispuesto al pecado


    24. Los dos se dejaban deslizar hacia una intimidad de la que nunca habían de liberarse


    25. Ponderé, pues, cómo podía haber ido a parar aquella cosa a tal lugar y llegué a la conclusión de que dos días antes, o quizá más, había dejado la gabardina en el guardarropa del restaurante chino y que sin duda quien lo atendía debió de deslizar en el bolsillo de aquélla una caja de cerillas de recuerdo o propaganda, donde de fijo constaría el nombre del establecimiento, su dirección, y algún loor con que tentar al cliente


    26. Y así, se dedicaron a empujar y deslizar la máquina metálica hasta que la dejaron entre los árboles, bien cubierta con ramajes que cortaron


    27. Con una curiosa punzada recordé la frecuencia con que la pobre Charlotte solía deslizar en su conversación pormenores tan elegantes como: «El año pasado, cuando mi hija partió en excursión con la hija de los Talbot


    28. Fue interrumpido por el deslizar de la puerta abriéndose


    29. Al principio, no me respondió; se limitó a inclinar su rostro sobre el mío y deslizar sus labios lentamente a lo largo de mi mandíbula, desde la oreja al mentón, de un lado a otro


    30. Bajo la tenue luz, la Hermana miró el libro con ojos entrecerrados durante un rato, moviendo los labios en silencio mientras llevaba a cabo la traducción antes de deslizar finalmente el libro de vuelta a su lugar

    31. Serena observó al oficial deslizar las chapas por un lector de códigos de tarjetas mientras otros cuatro soldados rodeaban el todoterreno y pasaban espejos por debajo en busca de explosivos


    32. Es verdad que en dos oportunidades el amor había estado a punto de hacer lo que ya no podían hacer los trabajos, es decir, deslizar a Brichot del pequeño clan


    33. Oyeron el deslizar de las correas de una bolsa


    34. Acción y efecto de deslizar o deslizarse


    35. Hasta los periodiquillos se atreven a deslizar malévolas alusiones a esta casa


    36. El largo y lento deslizar de labios y lengua, el suspiro de una respiración que encuentra otra respiración, el latido de un corazón que se une al latido de otro corazón, eso era la paz


    37. El humo se elevó en espiral mientras el aceite calentaba el metal, pero, antes de que éste enrojeciera, apartó los mapas de la mesa y alisó el pergamino sobre ella, haciendo deslizar lentamente el acero candente bajo el sello de cera


    38. Lo que creó oportunidades para deslizar una cuarta, una quinta y demás


    39. Incongruentemente, Loial se hallaba en medio de ellos, con el hacha recostada en el hombro; una de sus grandes manos sostenía un tintero y un libro abierto, apoyado contra el pecho, en tanto que la otra garabateaba tan deprisa como el Ogier era capaz de deslizar una pluma gruesa como el pulgar de Perrin


    40. Porque prefería verla muerta antes que libre de él, su intención había sido deslizar el cuchillo por su garganta antes que perder lo que consideraba de su propiedad

    41. Cuatro semanas más tarde, Hatef, el jefe de la guardia real, era asesinado mientras dormía por dos hombres del gran maestre que, con infinitas precauciones, habían conseguido llegar hasta la habitación de Sanyar Shah y deslizar un puñal de oro debajo de su almohada con el siguiente mensaje:


    42. Tenía los labios tibios, pero los entreabrió y dejó deslizar su lengua entre ellos


    43. La vi deslizar los dedos bajo la mesa y tensar el brazo al pulsar el botón de alarma


    44. Penetrar en la habitación del viajero para deslizar en su bolsillo los billetes de la víctima, robando de paso los que indudablemente llevaría Nicolef


    45. Me puse delante del ordenador e hice deslizar el lápiz sobre el panel de dibujo


    46. Los bomberos consiguen deslizar su manguera por el orificio del respiradero


    47. Con vivacidad propia de un animal, Oya se dejó deslizar agarrada a las lianas y las asperezas, y saltó a la canoa en el momento en que Okawho tiraba de la cuerdecilla del arranque


    48. Entre todas, llegado el momento, tiran del tapón de la pileta y se dejan deslizar por el desagüe


    49. Con la mano izquierda dirigía a los cien profesores de una orquesta imaginaria, mientras la derecha ayudaba a deslizar por los labios el instrumento que tan sabiamente manejaba


    50. Carmela, con cierta lentitud, inquieta por esta forma de cerrar la charla, le acarició los cabellos, la espalda y accedió a deslizar sus ágiles dedos por los botones de la camisa que desprendió con habilidad de cirujana

    1. Mientras, recoges tus cosas y te deslizas hasta la puerta


    1. deslizo hasta el final abriéndose y Remi apareció en su línea de visión


    2. Morgan deslizo la tarjeta de identidad del banquero en la ranura correspondiente a la memoria de su comunicador y verificó que apareciera el aviso de «confirmación de entrada» en la pantalla visual


    3. Todavía hoy se presenta a menudo en mis sueños la fortaleza de Cabeza de Víbora, a veces estoy encerrado en una de sus mazmorras, otras me deslizo por la puerta con Dedo Polvoriento, alzo la vista hacia las cabezas de los juglares que Cabeza de Víbora ha hecho ensartar en un palo por haber cantado la canción equivocada… ¡Por todas las letras del mundo! Cuando Mortola me dijo su nombre, pensé que había enloquecido


    4. Indicadores que me informan sobre la presión interior y exterior, las reservas de oxígeno del Deepflight, el ángulo de inclinación con que me deslizo hacia abajo, las reservas de combustible, la velocidad


    5. ¿Por qué entro a ciegas en un edificio, sin leer la inscripción sobre el pórtico, y me deslizo inmediatamente en los pasillos tan obstinadamente, que el recordar que alguna vez estuve afuera, ante el pórtico, se vuelve imposible? Ya ni siquiera recuerdo haber subido las escaleras


    6. Deslizo el culo hasta el borde de la silla de ruedas y me inclino para coger el andador


    7. Me levanto y me deslizo hasta el cuarto de baño en calcetines


    8. A veces, cuando quiero estar solo, me meto en el armario del tendedero que hay al lado del cuarto de baño y me deslizo junto al calentador y cierro la puerta detrás de mí y me paso horas allí sentado, pensando, y eso me hace sentir muy tranquilo


    9. "¡Tu te cayas!" Le dijé con un tono disque furioso mientras le pasaba la ropa, "date prisa antes de que se den cuenta de que en realidad no moje mis pantalones, tu me debes una, muy grande" el me sonrió y deslizo la ropa debajo de la sábana de hospital peleando con ella, después se quitó los vendajes de su cuello y el indicador de presión arterial de su brazo


    10. Deslizo la mano a lo largo de su erección, y cuando doblo la muñeca mientras mi palma pasa por encima de la punta, Joe suelta un gemido ahogado y muy sexy

    11. Deslizo el cuerpo al otro lado de la escala y paso a gatas al tablón


    12. Tras ello, me deslizo suavemente hacia una puerta lateral sin llamar siquiera la atención de Théo


    13. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    14. Deslizo las manos por el cuerpo de el


    15. El indicador se deslizo de un lado para otro, moviendose despues rapidamente y deteniendose de letra en letra


    1. Pero ésta era también una imagen esquemática, como si tuviéramos que habérnoslas con un sólido de paredes lisas, una compenetración de poliedros, un agregado de cristales; en realidad el espacio en el que nos movíamos estaba todo almenado y perforado, con agujas y pináculos que irradiaban de todas partes, con cúpulas y balaustres y peristilos, con ajimeces y triforios y rosetones, y mientras creíamos desplomarnos en línea recta en realidad nos deslizábamos por el borde de molduras y frisos invisibles, como hormigas que para atravesar una ciudad siguen recorridos trazados no sobre el pavimento de las calles sino a lo largo de las paredes y los cielos rasos y las cornisas y las lámparas


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