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    Usa "mover" in una frase

    mover frasi di esempio

    movemos


    mover


    movido


    moviendo


    moví


    movía


    movíamos


    movían


    movías


    mueve


    mueven


    mueves


    muevo


    1. piensa Azorín—vivimos,nos movemos, nos angustiamos, y tampoco tenemos finalidad alguna


    2. –Nos movemos -dijo Pyanfar a modo de aviso por el comunicador, soltando las abrazaderas de la Orgullo, eliminando con ello la sujeción que la nave ejercía sobre el muelle, al igual que éste la había soltado durante los minutos anteriores


    3. El tiempo es la duración de todas las cosas, las cuales, aunque no son infinitas, son muchísimas e incesantemente vuelven a retornar a sí mismas, pues todo lo que existe vuelve a sí mismo; y alrededor de su centro de gravedad, común a todas ellas, se agrupan como una esfera, de suerte que, en cierto modo, vivimos y nos movemos como en un segundo globo terrestre, y nos parece pasar de unas cosas a otras, pues no nos damos cuenta de que marchamos en un círculo


    4. Los momentos que vive la ciudad son en extremo delicados y nos movemos al filo del abismo


    5. En Europa también es normal que los empleados de una empresa mantengamos la tarjeta de identificación a la vista mientras nos movemos por nuestro puesto de trabajo, pero en Venezuela esa identificación se mantenía incluso cuando los empleados circulaban por la calle


    6. Os lo explicaré mientras nos movemos


    7. Por tanto, si movemos el lápiz a lo largo de una línea determinada desde A a C, y tenemos que pasar por el punto B de la línea antes de que la figura sea deformada, tendremos que pasar por B al pasar de A a C después de la deformación


    8. El relato de esa llamada telefónica me trajo a colación hasta qué punto nosotros los humanos, la única especie racional, nos movemos todavía en la irracional esclavitud de los programas de comportamiento de tipo animal


    9. »Ahora supongamos que nos movemos en el tiempo artificialmente, nuestras acciones crean presentes alternativos


    10. Nos dicen que "en Él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser," y nos dicen que "Él" es Espíritu, y también que "Él" es Amor, de modo que cada vez que respiramos, respiramos esta vida, este amor, y este espíritu

    11. Para realizar su ejercicio esta semana, entre al Silencio y concéntrese en el hecho de que "en Él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser" ¡es literalmente y científicamente exacto! Que usted ES porque Él ES, que si Él es Omnipresente Él debe estar en usted


    12. Aquí, apenas sabemos nada las unas de las otras; sin embargo, se ha creado un mundo aparte, rico y confortable donde todas, sean cuales sean nuestros orígenes, nuestro pasado o nuestro presente, nos movemos con tanta naturalidad y con tanta confianza que no hay barreras


    13. Cuando capturamos una escena, movemos la fóvea sobre diferentes partes, mirando a cada una de ellas con el máximo detalle y precisión, y las herramientas del Photoshop del cerebro nos engañan para hacernos pensar que estamos viendo toda la escena con la misma precisión


    14. Jurídicamente, nos movemos en el marco de una rebelión que debe ser dominada, sin relación alguna con un enfrentamiento entre Estados


    15. Cuando nuestras palabras encuentran empleo, la parte más viva de nuestro ánimo recobra su disponibilidad, se mueve y nos anima, se pone a recrear, y nosotros mismos nos movemos y recreamos


    1. Palito: Mover los ~s: Mover, hacer funcionar las influencias


    2. La sensación que tengo al principio es muy malo: me parece estar atravesado por una espada, que me retuerzo y se detiene en el pecho; el punto directamente ofendido por el láser que puede sentir que se queme, pero resistir y evitar recurrir a mover a toda mi fuerza de voluntad


    3. Dejo todas las respuestas a los hechos y que se acerca a la mujer, abrazo y suavemente, cerrando los ojos, mis labios en su colina, mover la lengua para palpar los dientes y para fusionarla con su propia; envolver mis brazos alrededor de ese cuerpo con curvas y una emoción de placer a través de mi espalda


    4. «Si pues su existencia es necesaria á nuestrafelicidad, si do quiera que llevemos la nariz nos hemos de encontrarcon la fina mano, hambrienta de besos, que aplana cada díamásel maltrecho apéndice que en el rostro ostentamos ¿porqué no mimarlos y engordarlos y por qué pedir suantipolítica expulsion? ¡Considerad un momento el inmensovacío que en nuestra sociedad dejaría su ausencia!¡Obreros incansables, mejoran y multiplican las razas; desunidoscomo estamos merced á celos y susceptibilidades, los frailes nosunen en una suerte comun, en un apretado haz, tan apretado que muchosno pueden mover los codos! ¡Quitad al fraile, señores, yvereis cómo el edificio filipino tambaleará, falto derobustos hombros y velludas piernas, la vida filipina se volverámonótona sin la nota alegre del fraile jugueton y zandunguero,sin los libritos y sermones que [200]hacen desternillar de risa,sin el gracioso contraste de grandes pretensiones en insignificantescráneos, sin la representacion viva, cuotidiana, de los cuentosde Boccacio y Lafontaine! Sin las correas y escapularios,¿qué quereis que en adelante hagan nuestras mujeres sinoeconomizar ese dinero y volverse acaso avaras y codiciosas? Sin lasmisas, novenarios y procesiones, ¿dónde encontrareis panguinguis para entretener sus ocios? tendrán quereducirse á las faenas de la casa y en vez de leer divertidoscuentos de milagros, ¡tendremos que procurarles las obras que noexisten! Quitad al fraile, y se desvanecerá el heroismo,serán del dominio del vulgo las virtudes políticas;quitadle y el indio dejará de existir; el fraile es el Padre, elindio el Verbo; aquel el artista, éste la estatua, ¡porquetodo lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos, al fraile se lodebemos, á su paciencia, á sus trabajos, á suconstancia de tres siglos para modificar la forma que nos dióNaturaleza! Y Filipinas sin fraile y sin indio, ¿qué lepasará al pobre gobierno en manos con los chinos?»


    5. comúnmente con los animales que pueden mover las orejas en dirección del


    6. en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra deun


    7. Andresito seguía tieso en su puesto, sin mover los pies, con las piernasentumecidas y el cuello


    8. Al mover la mano me lastimé un


    9. mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura,tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que


    10. encargado de mover el telón, animadosde los mejores deseos,

    11. recomiendan la ocultación delmaquinista al mover en el teatro los hilos demutación de las


    12. hay movimiento sin espacio; yen el primer instante de ser criados los cuerpos, se pudieron mover y


    13. Quereis mover el espacio; pero en vano; lo que haceis es moveros en él,recorrer sus diferentes


    14. y mover a los muñecos en la escena


    15. nariz a lapunta, y son para mover la trompa adonde el elefante


    16. trencomenzó a mover sus anillos metálicos y a arrastrarse lentamentealejándose de la estación


    17. sabios de su ley, pudo su ejemplo mover a todos los demása su imitación, y así a la


    18. mal? Todo el dinero que ganan los gallegos en América viene luegoaquí, a mover


    19. al ver el modo quetiene la Melanval de mover las plumas del


    20. mostróal mover los brazos unas vendas y algodones en el

    21. Accionaba la viejecilla de una manera gráfica, expresando tan bien, con el mover de las manos y


    22. civilización moderna, porque había recibido de la Providencia la alta misión de mover el


    23. Pienso mover en la real presencia,


    24. Ninguno se encontraba en condiciones de mover un solo miembro de su cuerpo


    25. Kit alzó la espada con gesto amenazador, pero se preguntó si sería capaz de mover las piernas si llegaba el caso


    26. El corazón, esclavo condenado a dar sus latidos regulares todos los días y noches de una vida, pudiera mover a piedad, pero por lo menos él no siente, ya que, al modo del animal doméstico, no tiene conciencia de su miseria


    27. Si somos demasiado rápidos en lo que se refiere al desarrollo de tecnologías para mover mundos a voluntad, podemos autodestruirnos; si somos demasiado lentos, nos destruiremos con seguridad


    28. Con la ayuda de Sneed trató de mover la piedra del hogar, fracasando en su intento


    29. Era posible que lo que alarmara a la señora Leidner fuera el ruido que hizo el padre Lavigny al mover las cajas de los estantes para comprobar que todo estaba en orden


    30. Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban y las bobas que los creen; y si yo fuera la buena dueña que debía, no me habían de mover sus trasnochados conceptos, ni había de creer ser verdad aquel decir: "Vivo muriendo, ardo en el yelo, tiemblo en el fuego, espero sin esperanza, pártome y quédome", con otros imposibles desta ralea, de que están sus escritos llenos

    31. Enseñar al perro, mediante el adiestramiento por recompensa, a ofrecer una conducta sociable y atractiva para las personas, como acercarse a la puerta de la perrera, mover la cola, mirar a los ojos sin agresividad, sentarse correctamente, saludar agachando la cabeza, ofrecer la pata con suavidad levantándola hacia la verja, todo eso reduce el estrés del perro —un perro de refugio no necesita más estrés ni presión en su vida— y hace que aumente la probabilidad de que atraiga la atención del visitante»


    32. Después de todos aquellos meses allí acostado, incapaz de mover una pierna o un pie, ¿cómo podía encontrar la perfección en un día tan corriente?


    33. Él aprendió a hablar sin apenas mover los labios


    34. Era un momento de esos en que sentía crujir todo lo que me rodeaba, la respiración de mis hermanos me hacía sospechar, el ligero viento que hacía mover algún árbol o algún coche que rompía de vez en cuando el silencio


    35. Había exploraciones de que en otro lugar se espantaría el recato, curioso de durezas para distinguir lo muscular de lo adiposo, y, como en el mercado de caballos, se decía veamos los dientes, y se observaba el aire, la andadura, el alzar y mover las patas


    36. Con este atavío te puedes mover dignamente por el hospital


    37. Aquello era imponente; por otro lado, un gran Santo Cristo de marfil parecía mover sus brazos blancos y resbaladizos como un reptil de mármol escurriéndose a lo largo de la pared; y las grandes cornucopias doradas se le representaban como extraños seres, también animados, oscilantes y fosforescentes


    38. Aun así no le quedaba otra opción que mover al grupo con tanta rapidez como pudiese hacia el norte


    39. Al aterrizar pisó con la bota un trozo de roca suelta y, durante unos segundos de infarto se tambaleó, buscando un lugar estable donde poner el pie pero sin poder mirar hacia abajo, ya que sólo con mover la cabeza podía provocar que cayeran 75 hacia delante


    40. Podía mover los muslos y el tronco, pero más allá de eso era como si lo hubieran envuelto en mortero

    41. Ella se arrodilló también y al mover la cabeza bailaron los oscuros mechones sobre sus hombros, perdidos en el color de la noche


    42. Ya lo había experimentado antes, un frenesí enloquecido que le permitía superar prácticamente cualquier obstáculo, mover objetos que normalmente se le resistirían, enfrentarse al enemigo en combate sin sentir miedo


    43. Los dos hombres que se encontraban en el rompiente de abajo, aunque veían que la avalancha de agua se cernía sobre ellos, no dejaban de mover los troncos que calzaban la última compuerta


    44. Arregló la casa en blanco, con muebles modernos y un par de detalles antiguos, tan diferente a lo que habíamos visto, que durante semanas nos dimos vueltas en los cuartos, extraviadas, temerosas de mover algún objeto y no recordar después su lugar exacto o de sentarnos en una poltrona oriental y aplastarle el soplido a las plumas; pero, tal como él nos aseguró desde el principio, el buen gusto crea adicción y finalmente nos habituamos y acabamos burlándonos de algunas chabacanerías del pasado


    45. Le vinieron a la memoria todos los buenos momentos que habían compartido, las veces que se echaron en el suelo fumando la misma pipa para marearse un poco juntos, riéndose de esa yerba que sabía a bosta seca y tenía muy poco efecto alucinógeno, pero hacía funcionar el poder de la sugestión; de los ejercicios yoga y la meditación en pareja, sentados frente a frente, en completa relajación, mirándose a los ojos y murmurando palabras en sánscrito que pudieran transportarlo al Nirvana, pero que generalmente tenían el efecto contrario y terminaban escabulléndose de las miradas ajenas, agazapados entre los matorrales del jardín, amándose como desesperados; de los libros leídos a la luz de una vela ahogados de pasión y de humo; de las tertulias eternas discutiendo a los filósofos pesimistas de la posguerra, o concentrándose en mover la mesa de tres patas, dos golpes para sí, tres para no, mientras Clara se burlaba de ellos


    46. Hablaban ambas en el rincón sin levantar sus cabezas de la tarea e intentando no mover los labios


    47. La edad y la práctica acentuaron la capacidad de Clara para adivinar lo oculto y mover las cosas a la distancia


    48. El ejército quiso hacerse cargo del problema, porque las hortalizas se estaban pudriendo en los campos y en los mercados no había nada que vender a las amas de casa, pero se encontró con que los chóferes habían destripado los motores y era imposible mover los millares de camiones que ocupaban las carreteras como carcasas fosilizadas


    49. Procuró evocar los momentos felices con Miguel, buscando ayuda para engañar al tiempo y encontrar fuerzas para lo que iba a pasar, diciéndose que debía soportar unas cuantas horas sin que la traicionaran los nervios, hasta que su abuelo pudiera mover la pesada maquinaria de su poder y sus influencias, para sacarla de allí


    50. El problema subsiguiente fue que no había manera de introducir, bajo el volcado carromato, el brazo de palanca necesario para hacer una fuerza capaz de mover la plataforma y que, así mismo, parecía tarea de titanes soltar los arreos de las caballerías para que éstas, libres de sus cinchas y colleras, pudieran ser apartadas a fin de que no entorpecieran la operación














































    1. Cuando alguien trabaja movido por el amor se hace digno de recibir la influencia de


    2. cuando invocamos las clases, trabajamos con o contra un conjunto de definiciones que, en el caso del marxismo, implican una idea de causalidad económica y una visión del camino a lo largo del cual se ha movido dialécticamente la historia


    3. Me has movido el ánimo en el pecho


    4. —Tía: yo no lo haré nunca movido por el interés y la codicia


    5. carrera alguna, de ilustración escasísima, pero de almabuena y sensible, movido de un


    6. tal furiaque parecía movido por todo el carbón que emplea ahora la escuadrainglesa en


    7. ocasión le había movido para vestirse en aquel hábito


    8. laintención que le había movido a hacer aquellas transformaciones, por sercosa de lástima que un


    9. movido de compasión,acercose a la puerta y miró por el ojo dela cerradura


    10. El árbol,al ser movido, dejó caer

    11. objetivosy reales, por donde y en el cual el objeto movido se mueva


    12. moda, movido el que imita por admiraciónciega y sin elegir los buenos


    13. Bochica,después, movido a piedad de la situación de los


    14. En la estática todo lo que se refiere á otras sensacionesdesaparece; al resolver los problemas de la composicion y descomposicionde las fuerzas, se prescinde absolutamente del color, olor y demáscalidades sensibles del cuerpo movido


    15. ] Ocurre aquí una dificultad: con la idea del espacio y la deltiempo, parece combinarse otra distinta de ellas, y esencial paracompletar la idea del movimiento: la del cuerpo movido


    16. movido además por el deseo, por el cariño y hastapor la obligación en que se creía de ofrecer


    17. El boyero, que era piadoso, movido a compasión por la lamentable voz dedon Paco, salió de


    18. hubieran movido en elespacio una distancia mayor que el tamaño de una uña


    19. En sus raras apariciones por Candore, el conde, movido por una especiede respeto


    20. Y movido por

    21. El caso fue, repito, que di principio a la investigación, movido


    22. movido de compasión, quiso componerle unas yerbas queeran


    23. Movido por la curiosidad, eché un vistazo a su interior


    24. Tal vez no se había movido de aquella habitación y había soñado el episodio completo


    25. La insistencia del marxismo-leninismo en la responsabilidad de unos pocos para explicar la injusticia social se acompañaba de un sentimiento de desprendimiento y generosidad individual, movido por la vocación irreductible de unos cuantos para transformar el mundo


    26. Y también decía: «Te ordeno que retires todas las unidades que hayas movido»


    27. ¡Oh memoria, enemiga mortal de mi descanso! ¿De qué sirve representarme ahora la incomparable belleza de aquella adorada enemiga mía? ¿No será mejor, cruel memoria, que me acuerdes y representes lo que entonces hizo, para que, movido de tan manifiesto agravio, procure, ya que no la venganza, a lo menos perder la vida?» No os canséis, señores, de oír estas digresiones que hago; que no es mi pena de aquellas que puedan ni deban contarse sucintamente y de paso, pues cada circunstancia suya me parece a mí que es digna de un largo discurso


    28. Volvióse por el castillo del duque y contóselo todo, con las condiciones de la batalla, y que ya don Quijote volvía a cumplir, como buen caballero andante, la palabra de retirarse un año en su aldea, en el cual tiempo podía ser, dijo el bachiller, que sanase de su locura; que ésta era la intención que le había movido a hacer aquellas transformaciones, por ser cosa de lástima que un hidalgo tan bien entendido como don Quijote fuese loco


    29. Ésta me refirió que en más de una ocasión los atónitos ojos de sus amigas vieron atravesar por la puerta del fondo de la sala un biombo, extraña y moderna tentación de Jerónimo Bosch, como movido por arte del diablo


    30. Aunque había diversos miembros del grupo de la señora Shau en el patio, nadie había movido un dedo para ayudarle

    31. Movido por la curiosidad, sigues a varias personas bien vestidas que entran en el lugar de reunión de los cuáqueros


    32. Sus vastas crujías subterráneas ostentaban en fúnebre museo los aparatos de mortificación y tormento, quietos y mohosos desde largo tiempo, como si ellos mismos tuvieran vergüenza de haberse movido alguna vez


    33. En circunstancias normales alguno de los mercantes se habría movido, pero la brusca partida de la Hasatso en su misión de socorro parecía haberlo congelado todo


    34. De momento los kif no se han movido y no han dicho ni palabra


    35. Ni un solo kif se había movido


    36. Creo que hubiera sido un alivio para usted descubrir que el capitán Patón no se había movido de la posada en toda la noche


    37. Los elefantes, que tienen un olfato muy sutil, debieron haber husmeado a los dos cazadores, porque se habían movido, meneando las orejas y dejando oír sordos mugidos


    38. Los recorría con el índice y el pulgar y después comprobaba que no se hubieran movido de su sitio


    39. Nieve de Fuego ni se había movido, pues el nudo que lo sujetaba estaba perfectamente bien


    40. Se habían movido un poco hacia la izquierda del pabellón, y ahora giraban el uno delante del otro arrasando con las tiendas que encontraban a su paso

    41. El ingeniero ni se había movido, sintiendo pesadas las piernas, empapadas en sudor la frente y las manos


    42. El tronco medía más de quince metros y lo más probable era que, aunque no hubiese estado atrapado, no pudiera haberlo movido sólo con la fuerza de sus músculos


    43. Como el mar estaba un poco movido, a lo mejor el vigilante había pensado que era una ola fuerte que había roto contra las rocas


    44. Entretanto, la columna romana se había movido con rapidez, y, cuando los cimbros formaron para el ataque, la legión más alejada del puente ya estaba cruzándolo en doble fila


    45. No comprendiendo esta trastienda política el aturdido Fago, al ver el bárbaro tratamiento que el General daba a las pobres mujeres, la indignación hizo vibrar todos sus nervios, y apretó los dientes, y se clavó los dedos de una mano en otra, movido de su natural corajudo, que se sobreponía en ocasiones como aquélla, sin poder remediarlo, a la mansedumbre propia del estado eclesiástico


    46. Más desinteresado que estos, movido de su loco idealismo, como poeta, y de un sentimiento popular sano y hermoso, Espronceda escribía con un rayo, pidiendo, no ya la libertad, sino la República


    47. Me prueba más este clima que el de Inglaterra; de otro modo no me hubiera movido de casa


    48. ¡Si se hubiera movido! ¡Si hubiese mirado al suelo medio segundo!


    49. Menguados son los políticos, y no muy grandes los militares que han movido este zipizape


    50. Reiteró El Nasiry a Santiuste la recomendación de guardar secreto sobre cuanto le dijese, movido del irresistible impulso de abrir su pecho, en tan grave ocasión, a un individuo de su raza y de su tierra














































    1. Nado con delfines estilo, moviendo las piernas, se convirtió en una enorme aleta en contacto con el agua, gracias a mi nuevo órgano que se encuentra en mi punto G, y los brazos juntas


    2. de humil aciones, y saliera deslumbrante, moviendo las caderas descaradamente


    3. producía como un eco con la boca, moviendo la quijada en grandes círculos), recordó:


    4. Moviendo la cabeza en una y otra dirección


    5. Moviendo la cabeza en señal de desaprobación, el Rey dijo “no, no Príncipe Thomas, no es una buena idea, guarda tu furia para el campo de batalla


    6. Pero mientras Paca estuvo en la alcoba haciendo queordenaba las cosas, moviendo los trastos y revisando las medicinas, D


    7. beneficiar a toda América Latina, es el espacio que el moviendo GLBTT ha abierto para


    8. Por esto a todos los argumentos de Juanito contestaba moviendo la


    9. moviendo los dedos sobre una flauta imaginaria,desistió de


    10. desgraciado se deshizo en lágrimas, dando sollozos,gemidos y hasta gritos, moviendo á gran compasión el

    11. Vaciló un instante, moviendo un poco los labios


    12. moviendo guerra en elcampo


    13. moviendo el columpiocon parsimonia, el aire consigue levantar,al poco tiempo, las


    14. mundo, moviendo susacharolados pies con altos tacones, su talle encorsetado por el


    15. Madero, un hombrebueno, que gobernaba moviendo veladores y


    16. debilitado por laenfermedad, moviendo de un lado a otro sus


    17. brazos, que se trasparentaban dentro de la bata sutil que loscubría, se iban moviendo


    18. con orgullo su falta moviendo a Ignacioa castigarla brutalmente en un acceso


    19. Muy bien; así, así,—le decían los compañeros de comisión, moviendo suscabezas


    20. Los caballoscocearon y relincharon, moviendo las

    21. lebrillos de bazofia caliente, hablaban yreían moviendo las


    22. seguían moviendo losremos en el aire con interminable lloro:


    23. del sable, moviendo sutalle esbelto y los anchos pantalones a la turca


    24. mal está el pobreRufete—afirmó el Director, moviendo la


    25. Se cogió entre los dedos el labio inferior, y moviendo la


    26. unacotorra de cobre esmaltado, a la que se le iban moviendo el


    27. sostenía, como en elbarandal de un balcón, moviendo sin cesar


    28. —Gran día fué aquel, dijo Reno moviendo la cabeza y entornando losojos; como no


    29. —Muy bien expresado está todo eso, dijo el barón, moviendo satisfechosu calva


    30. El buen Federal escuchaba con los ojos bajos, moviendo la cabeza comosi aprobase

    31. rallado y la sal necesaria; cuando está hecho sebaten los huevos; se echan a la sartén moviendo sin cesar


    32. Se acerca la cacerola al fuego, moviendo sin cesar los macarrones; perosin romperlos, y cuando han


    33. maría, moviendo algo, y cuando van espesandolos huevos, se separan del fuego y se baten bien para que


    34. permanecensentados en sillas fétidas, moviendo á un lado y á otro el cuerpo y lacabeza, cayéndoles la


    35. colocándolo en el planovertical del astro y moviendo con la otra


    36. Elena le escuchó frunciendo su entrecejo y moviendo la cabeza


    37. casarse leturba el entendimiento—dijo moviendo la cabeza con


    38. agolpábanse en laborda, con el torso desnudo, moviendo en alto


    39. queimitaba el pellejo coriáceo de un elefante, moviendo entre


    40. de ejemplos encontrados porun observador moviendo hacia norte del centro de

    41. rodante contestaban á la aclamación moviendo los brazos


    42. edad,erguidos, graves, moviendo los labios, fijando en el altar


    43. Aceptaba las explicaciones moviendo la cabeza con gesto de


    44. moviendo los pies con dificultad, hundiendo subastón en los


    45. labios delseñor, pero su recuerdo se estaba moviendo desde


    46. moviendo los párpados paraesconder tras el enrejado de las


    47. fijamente con sus pupilas sinexpresión, moviendo los


    48. De pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, mapamundi deremiendos, y moviendo con


    49. encontraba pegados á lasrocas ó moviendo antenas y brazos


    50. dentro de él, moviendo los muebles y trasladandolos objetos de un sitio a otro, tan














































    1. Me moví hacia un lado mientras él caminaba hacia la cama


    2. renglones; leí el título, tosí, moví la silla, y, con franqueza lo declaro, habría deseado en aquel


    3. Ni siquiera moví un músculo cuando la canción, que ya terminaba, continuó sonando


    4. Moví afirmativamente la cabeza


    5. Moví la cabeza con desesperación


    6. ¿qué cree usted que ve? Moví negativamente la cabeza


    7. Moví afirmativamente la cabeza, mirándola con denodado interés


    8. No me moví


    9. Esto —y moví todos los dedos a la vez—


    10. Cuando me moví, la habitación lo hizo conmigo

    11. Moví la cabeza como para expresar que la idea era increíble


    12. Moví las llaves de modo que sobresalieran por entre los nudillos de la mano


    13. En aquel momento subyugado por el tono fúnebre de las palabras de Agrippa, moví la cabeza preguntándome qué poderes eran los que poseía


    14. Me moví un poco y me tumbé en otra postura


    15. Elegí hacerlo con suavidad; moví el timón y el anfibio se inclinó graciosamente en el giro


    16. Moví los pies del sitio en donde estaba,


    17. Moví la cabeza tratando de pensarlo, de recordar lo que me chiflaba en sexto curso, o en séptimo, con el bolígrafo atravesando con nitidez el recuerdo de otra persona y con la absoluta convicción de dar con las respuestas acertadas


    18. No moví la cabeza, seguía teniendo la vista clavada en el recinto, mirando a todo aquel que me mirara a mí


    19. La moví despacio hasta apuntar con pulso vacilante a algo colocado entre los proyectores


    20. Cuando la puerta se abrió y un hombre entró, tiré del cordón y moví la pistola en un gesto de advertencia

    21. Me moví hacia adelante con los demás


    22. Yo me moví con celeridad también y la corrí por los pasillos a escasa distancia


    23. Moví la cabeza con un gesto de desesperación


    24. Cuando ya estaba lo bastante inflada para mantenerse en posición erecta, con lo que, dejando que Nur An la situara en posición, moví los lazos hasta que estuvieron a igual distancia uno de otro, con lo que anclé la bolsa justo en el centro de la chimenea


    25. Moví la cabeza de un lado a otro al pensar el enredo que los terrícolas habían hecho del gobierno y de la civilización por no aplicar al desarrollo de la humanidad las simples reglas que empleaban para mejorar las razas de perros, vacas y cerdos


    26. Abrí mi vehículo, me senté ante el volante y me moví durante un rato sin hacer nada en realidad


    27. Moví la cabeza en un gesto de incomprensión


    28. Me llevé un dedo a los labios y moví la cabeza en un gesto de negación


    29. Perplejo, moví la cabeza en un gesto de desesperación


    30. Me levanté y me moví a través del laberinto de hombres dormidos hacia una franja de luz que delataba la puerta

    31. Mi mente se centraba en mis investigaciones, y no moví un solo dedo para salvar su reputación


    32. Dejé caer la mano en la mesa y moví la mano izquierda para juntar ambas


    33. Me moví con rapidez y escalé la muralla con la agilidad de un mono


    34. Moví la cabeza en su dirección


    35. Cuando no pude más y decidí concederme el premio prometido le separé un poco más el muslo con la mano y me moví presionando con la punta del nabo, sin guía, hasta notar que acertaba


    36. Moví la brújula y la examiné con todo detenimiento, cerciorándome de que no había sufrido el menor desperfecto


    37. Saqué las manos y las moví por el aire, trazando lentamente las letras c-a-s-a


    38. Moví de a poco mis huesos entumecidos, me puse de pie con torpeza de anciana, me fui trastabillando al baño y cerré la puerta


    39. Yo, que nunca había tenido un arma en mis manos y me había criado con el dicho del Tata que a las armas de fuego las carga el Diablo, agarré el fusil como si fuera un paraguas, lo moví torpemente y sin fijarme lo apunté a su cabeza, de inmediato se materializó en el aire uno de esos guardias, me saltó encima y rodamos por el suelo


    40. Moví otra vez el borde de la cortina para mirar al exterior, en esta ocasión con más audacia que la anterior

    41. Moví lentamente la mano dentro del bolsillo


    42. Moví mis labios hacia los suyos y sonreí cuando su boca se elevó


    43. No queriendo llegar hasta fra Jad y molestarle, me moví alrededor de la hierba húmeda del campo de tiro del centro hasta poder verle a una distancia de un par de cientos de pies


    44. Al crecer mi confianza en que la evacuación básicamente funcionaba, me moví más rápido y atravesé la gigantesca plantación de árboles de páginas, cargados de hojas que nadie cosecharía jamás, para pasar por un hueco desigual que habían abierto en el antiguo muro


    45. Moví la lengua contra los dientes y los sentí


    46. Moví una pierna para tomar impulso, intenté levantarme despacio, pero al hacerlo empezaron a moverse piedras a mi alrededor


    47. Moví la mano derecha


    48. No intenté hacer ninguna exhibición ni nada porque me revientan esos tíos que se ponen a hacer fiorituras en la pista, pero me moví todo lo que quise y la rubia me seguía perfectamente


    49. » No le presté atención; moví el picaporte de la puerta pintada de colores chillones y entré


    50. Yo tampoco me moví de mi mesa





    1. Tenía el l avín entre las manos y lo movía con nerviosismo, en uno de los cambios de


    2. Era un deporte que movía bil ones de


    3. Cuando el estallido de las armas por fin se detuvo, nadie se movía


    4. El Otro se movía hacia él, pero sin dirección


    5. El disco no se movía


    6. Por las noches no se movía de la cama, y si bienes verdad que hablaba solo, hacíalo en voz baja, en el tono de loschicos que se aprenden la lección


    7. Procedimos a su abordaje por medio de un largo tablón de madera, el cual se extendía desde el barco hasta el muelle y se movía junto con cada ola


    8. cosas que movía a un tiempo: la lengua, lacabeza, los ojos, el


    9. Y el viejo, con el bigote un tanto erizado y los mongólicos ojos echandochispas, se movía y


    10. todavía suspendido junto al cuerpo de la sagrada estatua, a impulsos del viento se movía

    11. después de laaparición de un gran bólido que se movía del


    12. la ocasión que le movía a andar armado de aquellamanera por tierra tan pacífica


    13. y él movía laplática, aunque la trujese por los cabellos; cosa que despertaba en mí unno sé qué de


    14. Venía pisandoquedito, y movía los


    15. apodabanTanganada, el cual se movía de un lado a otro, con la


    16. se movía y saltó a losprados, temiendo tropezarse con alguien


    17. movía lascortinas, resplandecía en el aire una ráfaga luminosa,


    18. Era elprisionero de su buena suerte: se movía


    19. movía losmoldes, volteándolos cuando el acero se solidificaba;


    20. de más de cincuenta años, obesa, con unvientre colosal, que se movía con trabajo, la

    21. Golbasto movía la cabeza aprobando estas protestas, y los admiradoresinsistían en sus lamentos, como si fuera á llegar el fin del mundoaquella misma tarde


    22. nadie se movía sin lavoluntad de don Ramón, al que los suyos llamaban con respeto el


    23. corta indecisión, movía bondadosamente lacola y se limitaba a husmear los


    24. En la pesadilla la criatura era translúcida y se movía con nosotros mientras


    25. decolegio a quienes la envidia movía, y habían formado un amargo conjuntoque menoscababa el


    26. interrupción de unamasa enorme que se movía pesadamente en el jardín interrumpió


    27. cubierta deterciopelo y azabache, se movía entre crujidos de


    28. éste descuidadamente los movía, se arrojabasobre ellos y le hincaba los dientes


    29. Pero don Fernando movía la cabeza


    30. El capataz, asombrado de que hablase así, movía la cabeza

    31. cuerdas de las campanas; una, más delgadaque las otras, movía


    32. Aixa no se movía


    33. no movía las hojas de los árboles, y que él, con todas sus fuerzas,no hubiera podido


    34. viejo, que movía los brazos ylas piernas cual si retase a invisibles enemigos


    35. matar a los fugitivos, una churí afilada paracortarles el cuello, y no se movía del sitio,


    36. El cuervo, posado en el árbol seco, no se movía


    37. Estaba el clérigo pálido, le temblaba un poco la voz, y se movía sincesar en la mecedora en


    38. trágica, profunda, y sonriendo, mientras movía lacabeza dando a entender que estaba perdido el


    39. contra los infames adúlteros y contra sí mismo, encuanto notó que el tren se movía y le alejaba


    40. Sí, don Fermín, que cerró la puerta del despacho con llave en cuanto sequedó solo, se movía

    41. Y movía su cabeza con enérgicas negativas


    42. Y movía el látigo corto con su terrible tira de cuero


    43. se movía un niñode nueve años, voluntarioso y algo desobediente, que buscaba laprotección de


    44. viento, que movía lasflorecillas de la entrada; en otras se oía claramente el estrépito delas olas


    45. movía los brazos con tanta elegancia, era el autor desu


    46. se movía el buque y enesta última cubierta había una obscuridad


    47. Lavegetación tropical movía las anchas manos de sus hojas


    48. nerviosidad;una vegetación de acero que movía sus ramas,


    49. se movía envuelto en la sordina de lagrasa


    50. la Internacional mientras movía la sierra ó elmartillo














































    1. A veces Matilda entraba, bueno, todas las tardes durante muchos años, dieciocho años fueron, Matilda entraba en mi despacho, que era el cuarto de estar del piso de Madrid, más o menos, recordarás que allí, en aquel piso, la sala de estar y mi despacho, que eran aproximadamente del mismo tamaño, estaban separadas por una puerta de cristal que casi nunca cerrábamos, una puerta de hoja doble, y nos movíamos de un lado a otro durante todas las largas tardes de Madrid durante el invierno


    2. Caminamos sin detenernos durante una media hora larga; nos movíamos por galerías secundarias que terminaban en amplias explanadas que, a su vez, daban paso a otras galerías y a otras explanadas


    3. Pero ésta era también una imagen esquemática, como si tuviéramos que habérnoslas con un sólido de paredes lisas, una compenetración de poliedros, un agregado de cristales; en realidad el espacio en el que nos movíamos estaba todo almenado y perforado, con agujas y pináculos que irradiaban de todas partes, con cúpulas y balaustres y peristilos, con ajimeces y triforios y rosetones, y mientras creíamos desplomarnos en línea recta en realidad nos deslizábamos por el borde de molduras y frisos invisibles, como hormigas que para atravesar una ciudad siguen recorridos trazados no sobre el pavimento de las calles sino a lo largo de las paredes y los cielos rasos y las cornisas y las lámparas


    4. Lo que habíamos visto hasta entonces era una selva casi civilizada, casi domesticada en comparación con este mundo salvaje y delirante en el que nos movíamos ahora


    5. En los extremos de los dedos, cuando los movíamos en el aire, se oía el silbido eléctrico»


    6. Aparecieron esas visiones como fotografías desordenadas y sobrepuestas en un tiempo muy lento e inexorable en el cual todos nos movíamos pesadamente, como si estuviéramos en el fondo del mar, incapaces de dar un salto de tigre para detener en seco la rueda del destino que giraba rápida hacia la fatalidad


    7. Debienne, había terminado sin duda alguna por turbar mis facultades imaginativas, y me parece que también las visuales, porque (¿acaso era el escenario ideal en el que nos movíamos en medio de un increíble silencio lo que nos impresionó hasta aquel punto?… ¡Fuimos acaso juguetes de una especie de alucinación hecha posible por la semioscuridad de la sala y la que inundaba el palco n° 5?), porque que vi, y también Richard vio, al mismo tiempo, una silueta en el palco n° 5


    1. Benincasa se sentó bruscamente en la cama, alucinado por la luz de lostres faroles de viento que se movían de un lado a otro en la pieza


    2. Las condiciones de entendimiento y de carácter movían a esto al P


    3. Los criados alverlos movían la cabeza sonriendo


    4. resolución de irse; pero sus pies no se movían


    5. losgrandes cañones y todos los que se movían en torno á ellos


    6. que se movían sus labios y que se inclinaba hacia mí comopara


    7. En uno de los ángulos del prado se hallaba el grupo de los bailadoresque movían las


    8. Mientras las máquinas se movían, el vientorugía y el agitado mar se


    9. Y las cabezas de la comisión se movían para murmurar el optimismo


    10. El señorito celebraba la voracidad con que se movían

    11. ante losempleados, que movían afirmativamente la cabeza aun


    12. Los servidores de la catedral movían la cabeza con muestras deasentimiento oyendo a su


    13. Los oyentes movían la cabeza en señal de asentimiento


    14. paraba un instante: tanto la movían losmúsculos de su cara


    15. indiscernibles que se movían en su corazón


    16. movían con cierto ritmomajestuoso, sin tocar el barro, en torno de los pies


    17. en que la satisfacción de un capricho o lasapreturas de un compromiso movían en su


    18. Deseaban estar solas, y movían en este aislamiento su


    19. Los hijos de Karl, que ya eran cuatro, y se movían en torno del


    20. Todos se movían en la Historia por algo que consideraban

    21. Si se movían, erapara amoldarse mejor en la


    22. Los cocineros se movían en torno de las ollashumeantes


    23. Se movían á un lado y á


    24. movían lascabezas exhalando aullidos lúgubres


    25. movían en losotros estanques


    26. sabría de las pasiones quelos movían y de las esperanzas que los


    27. movían y seafanaban como en el momento que precede a un largo viaje


    28. que oseaban las moscas y movían yrefrescaban el aire que circundaba a la persona regia,


    29. los cuales se movían o se renovaban muchos delos congregados,


    30. nipor el ruido que movían sus espelurciadas cabalgaduras en las

    31. del caballo, movían elrecio castoreño entre sus rodillas; los banderilleros, presos en


    32. Eran tan juiciosas, que jamás se movían del sitio en que las colocaban


    33. Los más nítidos de todos —casi visibles— eran los enormes danzantes, formas encorvadas que salían de la tierra y las rocas, se movían a gran velocidad pisando con fuerza, y hacían señas agitando sus poderosos brazos y chasqueando los dedos


    34. Todos los compañeros, los kiris y las mujeres se habían levantado ya y contemplaban la extraña horda de animales: el bulette, los horax y, detrás, unas extrañas formaciones rocosas que se movían


    35. Pero también ahí ignoraba hasta qué punto estaba predispuesto a llegar hasta ese último refugio, esa inexpugnable ciudadela, ese mundo en el que soñadores ancianos, tocados con el shtreimel, luciendo largas barbas y vistiendo oscuras levitas, arrastraban de la mano una caterva de hijos, hermanos y hermanas nacidos con nueve meses de diferencia; un pueblo hierático, de paso apresurado y rostros similares, pálidos y enmarcados por largos bucles en espiral; un palacio insólito en el que brillaban la seda y el terciopelo, un lugar anticuado en el que se movían, al mismo compás de los personajes del siglo xviii, muchachas con pañoleta y mujeres que llevaban peluca y sombrero, con los hombros cubiertos por chales, las piernas ocultas bajo largas faldas y los tobillos aprisionados por medias de lana


    36. Los labios de Firebrand se movían al compás del canto, pero su memoria se desvió hacia el canto de sus propios años…


    37. No podía ver las sombras que se movían ante la puerta, ni oír el rumor de conversaciones


    38. Las sombras se movían, se oía fluir el agua en los meandros del río


    39. Los hombres, con una complacencia infinita, se movían ajetreados por este globo en pos de sus insignificantes negocios, tranquilos y seguros de dominar la materia


    40. Los veíamos tanto de día como de noche, pero más frecuentemente hacia el atardecer, a los rayos del sol poniente, trotando de un lado a otro por la superficie de la carretera, husmeando vigorosamente y con aspecto de extraños juguetes mecánicos, ya que sus patitas se movían tan deprisa que eran un simple borrón bajo el ca-parazón

    41. A medida que se movían a lo largo de la mesa, las observaciones de Jack eran cada vez menos abundantes


    42. De un lado a otro, a través del claro, se movían los contendientes pisoteando la frondosa vegetación, que a veces era tan tupida que dificultaba sus movimientos


    43. Además de chismes e historias entre bambalinas, deberían desentrañar hacia dónde se movían las preferencias y si el Festival dejaría alguna huella en la sociedad chilena


    44. Respiraba trabajosamente y los brazos se movían con rapidez a mis costados impulsándome hacia adelante


    45. Se cantaron las unas a las otras, mientras se movían, se dividían y crecían juntas


    46. Me he mantenido atento a las personas que se movían por las cercanías de mi establecimiento, sin resultado positivo


    47. Había un par de personas que se movían por las sombras detrás del médico


    48. Los centinelas, que movían los pies para calentarse delante del portón, eran el blanco ideal y algunas veces, cuando perdían la paciencia, los perseguían lanzando numerosas imprecaciones


    49. Durante semanas el verano y sus súbditos se arrastraban bajo el cielo pesado, húmedo y tórrido, hasta olvidar incluso el recuerdo de la frescura y el agua del invierno,(168) como si el mundo nunca hubiera conocido ni el viento, ni la nieve, ni el agua ligera, y como si desde la creación hasta ese día de septiembre no hubiera sido más que ese enorme mineral seco y perforado de galerías recalentadas donde se movían lentamente, un poco extraviados, la mirada fija, unos seres cubiertos de polvo y de sudor


    50. El corazón se desfallecía a la vista de los pañuelos y de los sombreros que se movían en señal de adiós, y entonces fue cuando la vi














































    1. “Movías tus activos delante de cada varón en el cuarto,” él dijo


    1. El protagonista es un verdadero monstruo, abortode la perversión humana, que sólo inspira repugnancia cuando no mueve árisa con sus frases ampulosas


    2. " Y mientras yo recojo estas palabras, me doy cuenta de que el barco se mueve otra vez, y de nuevo desciende al abismo


    3. El cuerpo se mueve por encima de sus huellas,


    4. mujer en la cama, no se mueve, no


    5. En el que un imperio se mueve,


    6. La puerta está bien cerrada por alguien ajeno y sin el ruido del motor y las vibraciones del vehículo se mueve lentamente hacia adelante


    7. —«Vea usted, veausted, el zócalo se mueve


    8. —Y ese señor ¿que tiene aire feroz y miraá todo el mundo por encima de sus hombros? pregunta el novatoseñalando á un hombre que mueve la cabeza conaltanería


    9. Cañon Germán (2003 febrero) MOVILH: “El gobierno chileno se mueve con la velocidad de una


    10. ese vicio inveterado del separatismo, es quien los mueve

    11. trivialidad que los mueve, la insignificancia de loque sienten


    12. Nhara Rhuen se mueve por toda la cubierta cinco y en


    13. Nhara se mueve en la superficie de una Tierra paralela


    14. ayudan los buenos y los malos ángeles; y si esta consideración nole mueve a estarse quedo,


    15. Se le ve agitar sus patas y antenas á la desesperada, se mueve


    16. que se mueve por impulsos sucesivos,deja tras sí dos estelas oblicuas en las que se encierran


    17. compañíade mosqueteros que hacen salva en cuanto abre loslabios ó se mueve la


    18. más que un buey ¡por la Virgen! unexcelente buey que se mueve


    19. caña; le mueve hacia un lado el másligero vientecillo, y otro vientecillo no mayor, le


    20. vivir que los mueve, lleguen a producir la vida; y que,una vez la vida creada, se

    21. El debermío se mueve por una conciencia tan fuerte y dura


    22. Toda estamáquina se mueve por


    23. Verdad es que no le será posiblediscernir si es él quien se mueve, ó si es el objeto; pero esto no quitala formacion de la idea compuesta de las tres dimensiones


    24. losdemás en la misma posicion, lo que se mueve no es el ojo, sino losobjetos que la toman diferente


    25. ; estos reflejando, vienen á parar á la retina, es decir á otrasuperficie, que está en comunicacion con el cerebro: hasta aquí todo vabien; todo se comprende; hay un flúido que se mueve, que va de


    26. absoluto, en el que todose mueve, todo se transforma, sin que él sufra transformacion


    27. Plasencia, le mueve a atribuir lo mejor de su libro a las contribuciones del Padre Clain y del


    28. rasga el arado latierra, se enciende el horno, mueve la bomba su pistón, suena el hachaen el


    29. ruedas de andar, y en cuanto se mueve la ruedade andar en cada


    30. del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendocuanto allí brilla y se mueve,

    31. cuando sienten la tela quese mueve, salen en seguida a devorar la presa


    32. onda de presión fuerte mueve hacia afueradel centro de la explosión y es la causa


    33. Mientras yo esté en el Ministerio, no se mueve ustedde la


    34. del hábito, esa tiranía dela costumbre que se impone en la edad madura, y que mueve a tener


    35. Al reflexionar, reconocemos que no existe un presente para lo que se mueve y, por ende, para lo que vive


    36. lo se mueve en una órbita tan cercana a Júpiter que se abre paso en medio de esta radiación intensa creando cascadas de partículas cargadas, que a su vez generan violentas descargas de energía de radio


    37. altímetro, el indicador del flujo de combustible, el botón para el encendido, y esto de aquí mueve una bomba que inicia la corriente de combustible que va a los motores


    38. Se oye la voz de Suárez, ininteligible, en medio de un rumor de algarada; se oyen ásperas voces militares tratando de imponer silencio (una dice: «Tranquilos, señores»; otra dice: «Al próximo movimiento de manos se mueve esto, ¿eh?»; otra dice: «Las manitas tranquilas


    39. Apuesto a que en la torre, o en alguna parte entre los árboles, hay uno de sus esclavos que nos tiene el ojo echado y mueve los pies por el frío


    40. Algo se mueve en el suelo debajo de él

    41. Lloyd se mueve hacia él


    42. —¿Sacrificio? —se alarmó, consciente de que los sacrificios que solía exigir «Aquel que mueve la tierra» nunca resultaban incruentos—


    43. Se considera más inteligente y más noble que cuantos te rodean, y es únicamente el rencor lo que lo mueve en este caso


    44. Mil peregrinos deberían acompañarla; hombres y mujeres, soldados y porteadores, músicos y sacerdotes, y entre todos conformarían una larga procesión que recorrería una buena parte del país para que los habitantes de todos aquellos lugares por los que atravesaban pudieran alabar a la princesa, uniendo sus plegarias para que «Aquel que mueve la tierra» tuviera a bien aceptar la ofrenda que se le hacía y consintiera en mantenerse inactivo durante mucho, mucho tiempo


    45. Para que lo entienda mejor, le aclararé que hay quien dice, y yo le creo, que casi la mitad del dinero que se mueve en Florida es dinero con más mierda que papel, y eso hace que abunde todo tipo de gente con buena nariz para esa clase de mierda


    46. Y ahora apenas mueve los ojos cuando le hablan


    47. Se le apareció la imagen de un cangrejo, el cangrejo convencido de que todo el mundo se mueve de lado excepto él


    48. Después de oír los cargos presentados contra ti y tus explicaciones, mueve su cabeza con expresión de enfado


    49. Don Alejandro mueve la cabeza


    50. –La escolta se mueve -dijo Chur-












































    1. mueven con este tipo de intenciones acaban siendo víctimas propiciatorias de


    2. Me gustaría subir a los árboles y ver desde las ramas más altas, descanso y refresco de los pequeños amigos emplumados, cutre y rápido paso del tiempo; cuidado con suficiente aire quien, sol porque se mueven en dos patas, que todo el universo con su propiedad; y actuar como un apoyo para aquellos que como yo buscan desesperadamente un pequeño alivio para carga pesada diariamente, implacable cruzada para llevar sobre sus hombros


    3. los bienes que se mueven en este comercio son casi en su


    4. mueven un gran capital, la venta estaba


    5. Para ir á Arcos se deja á la izquierda el muerto castillo,en cuyo recinto se mueven, como en un esqueletohormigas, los trabajadores, con los aperos de un pacíficocortijo


    6. divino, que crean, mueven ycambian los mundos y cuanto en ellos hay


    7. Estas se mueven con mucha rápidez por


    8. se mueven una vez recuperadas para interceptar a todas las


    9. otros, se mueven débilmente por lapresión del agua


    10. vulgar, se dirigen por elpensamiento, y se mueven por la voluntad y laspasiones

    11. por Newton, gracias a la cual, losplanetas se mueven alrededor


    12. persecución y la desgracia, quese mueven como autómatas y á los que hay que arrear á golpes;


    13. y las creencias que mueven lamente del autor y la mente de los otros hombres


    14. ciernen en las alturas de laelocuencia y allí se mueven con la


    15. Si el objeto ó el ojo se mueven, haysucesion de impresiones en la retina, hay pues idea de movimiento


    16. reflexion, excitada é ilustrada por larepeticion de los fenómenos, se llegaria á inferir que cuando hay unaalteracion total y constante de todos los objetos, no son estos los quese mueven sino el ojo; y que por el contrario, si el variar de posicionse verifica únicamente en alguno ó algunos objetos, permaneciendo


    17. mueven; y el conjunto de susmovimientos, así como de los puntos que están entreellos, forma el


    18. quese mueven por los espacios; colosal es la órbita quedescriben; colosal la velocidad con que la


    19. Sus excentricidades mueven a risa, sus chistes,sus exageraciones y sus embustes


    20. gracia mueven susagujas una sola vez

    21. que los ángeles mueven yaderezan todo lo que ella pone bajo su intento


    22. comparada con los colosos quehoy flotan y se mueven á


    23. conocer lasfuerzas recientes que los mueven; han de transcurrir


    24. Esos mamarrachos quehay pintados en el biombo se mueven; y


    25. mueven las esferas celestes y guían a los astros en sucurso, y el propio Indra, cabalgando en el


    26. —Tales son las consideraciones que me mueven a desechar primero elengreimiento personal y


    27. Sobre todo cuando se llevan lamano al corazón y mueven la


    28. Pero ellas no se mueven, y el oro, de


    29. suyos, mueven ádevoción y á lágrimas á los Padres


    30. En sus enfermedades no se mueven á compasión, antes los

    31. pájaros mueven las alas yabren el pico


    32. Tras la creación del mundo, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, para que sometiera los peces del mar, los pájaros del cielo, los animales, toda la tierra y todas las bestezuelas que se mueven en la tierra y, contemplando lo que había hecho, estuvo contento y consideró que estaba bien


    33. El magno y jubiloso acontecimiento de la exaltación al Pontificado Supremo de Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Juan Bautista Montini, y la santa memoria de Juan XXIII, mueven al jefe del Estado, fiel intérprete de los sentimientos de adhesión inquebrantable y fiel devoción que al sucesor de San Pedro profesa el pueblo español, a decretar un indulto general, como homenaje a la persona augusta y sagrada del Papa y a la magnanimidad de la Santa Iglesia Católica


    34. Anteriores actividades espaciales civiles y militares han diseminado escombros que se mueven con rapidez por el nivel inferior de la órbita terrestre y que, tarde o temprano, colisionarían con una estación espacial (si bien hasta el momento la estación Mir no ha tenido fallos atribuibles a dicho peligro)


    35. Los escombros resultantes —eyectados de la luna, pero que no se mueven con la rapidez suficiente como para escapar de la gravedad del planeta— pueden crear, temporalmente, un nuevo anillo


    36. Pues en tal caso -siguió su razonamiento el Gato-, ya sabes que los perros gruñen cuando están enfadados, y mueven la cola cuando están contentos


    37. Hay, evidentemente, unos bultos oscuros que se mueven con cierta regularidad


    38. Mire usted, Manso, cómo se le mueven los cuernecitos del pelo


    39. Los jóvenes se mueven con agilidad, le cortan el paso


    40. Mis manos se mueven por voluntad propia, por su anhelo de posarse en las suyas

    41. Pero el propio destino no es menos inexorable que dos escaleras mecánicas cuando se mueven en opuesta dirección


    42. Allá abajo hay algunas que se mueven entre los matorrales que rodean la roca


    43. Para soltarla del todo, los expertos mueven la sartén con un vaivén sincopado de buen bailarín y luego, de un brusco golpe de muñeca, la lanzan por los aires y la recogen volteada, así se dora bien por ambos lados, pero cada vez que lo he intentado me cae en la cabeza


    44. -¿Ve cómo se mueven los arbustos al pie de la colina?


    45. Cuando la contrataron era todavía un mujerón legendario, una de esas negras quebradas en la cintura que se mueven como si nadaran bajo el agua


    46. La estima y consideración que mi hijo profesa al vuestro me mueven a escribir esta misiva con el fin de proponeros una cuestión que puede rendir, a ambos, mutuos beneficios


    47. Los indios invisibles existen, son tribus que viven en la Edad de Piedra y que para mimetizarse en su ambiente se pintan el cuerpo imitando la vegetación que los rodea y se mueven tan sigilosamente que pueden hallarse a tres metros


    48. -Por supuesto que si el Emperador se decide a tratar a España como país conquistado, le mueven a ello las intrigas de Inglaterra


    49. Ya sabe usted que hay unas máquinas que llaman de vapor, porque se mueven por medio de cierto humo blanquecino que va enredando de tubo en tubo


    50. El cuarto aspecto parapsicológico en la llamada psicokinesis, que estudia el movimiento de objetos que, al parecer, se mueven por sí solos














































    1. - Quien todavía corre peligro eres tú - gritó -, pues si no te mueves con más rapidez el sítico te alcanzará antes que llegues a la mitad de la lanza


    2. Mira bien cómo te mueves


    3. Ejercicios de mayor rango de movimiento como levantamiento muerto de mancuerna unimanual y enviones en los cuales mueves un peso desde el piso hasta una posición por encima de la cabeza, obviamente te fuerzan a ejecutar la mayor cantidad de trabajo de todos los ejercicios en existencia debido a las grandes distancias recorridas


    4. También puedes hacer tijeras dinámicas caminando, donde te mueves directamente desde la posición de abajo de la primera pierna a la posición de abajo de la segunda pierna, esencialmente caminando una distancia que sea retadora para ti


    5. Te mueves con una gracia que la mayoría de las mujeres sólo pueden envidiar


    6. —Y aún así te mueves con libertad, sin acusaciones


    7. Para el resto del mundo, «bailar» significaba «saltar o brincar artísticamente», pero para estos esquimales representaba prácticamente lo contrario: «Mantén quietos los pies, mientras mueves con gracia el resto del cuerpo»


    8. Hay un soldado justo fuera que te atravesará con una espada si te mueves


    9. Quieto serrano, la navaja se te va a meter al cráneo si te mueves


    10. Ernesto asegura que lo reconoces; se sienta a tu lado, te busca los ojos, te habla en voz baja y veo cómo te cambia la expresión, te tranquilizas y a veces pareces emocionada, te caen lágrimas y mueves los labios como para decirle algo, o alzas levemente una mano, como si quisieras acariciarlo

    11. Eso ocurre cuando te mueves en el negocio, o en uno de los negocios que sirve a este negocio


    12. – Tú te mueves con mucha gracia


    1. Pues bien, yo gruño cuando estoy contento, y muevo la cola cuando estoy enfadado


    2. Muevo los dedos y las manos, en la medida en que todavía puedo moverlos, y deploro lo que he perdido


    3. Muevo el dial de un número a otro y escucho


    4. {353} Muevo a los personajes de la novela en el escenario de la entrada de los aliados en la Ciudad Eterna según la descripción de Paolo Monelli basada en el libro Roma 1943


    5. Cuando releo las páginas precedentes, me doy cuenta de que me muevo entre las palabras como un animal acosado que huye a toda velocidad, zigzaguea y trata de despistar a los perros y cazadores que van en su persecución


    6. De aquí no me muevo hasta que lo supriman todo


    7. oye que muevo el papel,


    8. Cada vez que me muevo, me siento la presión detrás de los ojos y en las sienes


    9. Echo a correr, abro puertas, me muevo en distintas direcciones


    10. Obedezco y muevo los pies con nerviosismo mientras espero su explicación

    11. Mas por esta virtud por la cual muevo


    12. y el pie ligero muevo sobre lashierbas claras


    13. Hasta el punto de que por un instante me olvido de mi moneda, pero luego enseguida me acuerdo de ella, Por un instante me olvido de que estoy buscando mi moneda, pero luego enseguida me acuerdo de ella muy bien, Me acuerdo muy bien de que estoy buscando mi moneda en el bolsillo izquierdo de los pantalones, Con la mano estoy buscando mi moneda en el bolsillo izquierdo de los pantalones, pero no la encuentro, Muevo los dedos en el bolsillo izquierdo de los pantalones, pero no encuentro mi moneda mientras el avión del capitán Skodel se aleja en el cielo rosado


    14. Pero el avión es cada vez más pequeño y yo no la encuentro, El avión del capitán Skodel es cada vez más pequeño en el horizonte y yo todavía no he encontrado mi moneda, Ahora ya es un pequeño insecto negro en el horizonte que está a punto de desaparecer y yo todavía no he encontrado mi moneda en el bolsillo de los pantalones, Es un zumbido de pequeño insecto negro en el horizonte y yo oigo cómo desaparece mientras muevo los dedos en el bolsillo de los pantalones sin conseguir encontrar mi moneda, Oigo cómo desaparece inexorablemente en el horizonte, sin conseguir encontrar mi moneda


    15. —No me muevo en esos círculos


    16. Idas decía: -Eh, Ratón, ¿qué pasa si muevo esta perilla…?


    17. «No me muevo de aquí -pensé, mirando la mesa-


    18. No me muevo


    19. Muevo la cabeza; todavía no las tengo


    20. —Bien, ya las muevo constantemente aquí

    21. MUEVO LA PLUMA CON LA SENSACIóN de que lo hago con un esfuerzo prestado, como si careciera de capacidad para dirigir mis propias energías escasas, y en medio de una modorra de la que fuera imposible salir


    22. Separo las piernas, doblo las rodillas, muevo los brazos para afuera, como el funámbulo


    23. Me muevo bien en ciertos ambientes


    24. –Esto… gracias de muevo, Majestad


    25. –Si lo muevo, todo lo que llevo encima estallará


    26. – Muevo la cabeza mientras intento reprimir el vehemente deseo que me entra de mandarla al cuerno


    27. Me muevo encima de él por espacio de un minuto, pero entonces él se pone a menear la cabeza y me aparta


    28. Muevo el caballo y lo coloco en F-8


    29. —Sí, claro, por eso muevo los dedos


    30. Así era mi barrio entonces, como un patio interior, un patio interior por el que me muevo como un ratón ciego por un laberinto, buscando refugio en los portales

    31. Miro a Purnia y muevo la boca para formar en silencio la palabra gracias antes de que se vaya


    32. Me muevo con sigilo entre los árboles y descubro encantada que el suelo ayuda a amortiguar el ruido de las pisadas


    33. Me inclino, cojo unas pocas y las muevo entre los dedos


    34. El encaje está mojado, tiene que estarlo, y se aprieta contra mí cuando me muevo un poco


    35. muevo la tibia y el peroné / muevo la cabeza / muevo el esternón / muevo la cadera siempre que tengo ocasión


    36. Si me muevo, mejoraré


    37. Pruebo con la primera hoja de la papelería adornada y la muevo en diferentes direcciones, y distingo unas marcas profundas y visibles: la fecha del 27 de junio y el saludo «Querida hija»


    38. —Yo siempre me muevo con cuidado —dijo sonriendo


    39. La grandeza de mi psique, la complejidad de mi visión del mundo, la decencia y el buen gusto que revela mi porte, la gracia con que me muevo y actúo en el cenagal del mundo de hoy… todo esto confunde y asombra al mismo tiempo a Clyde


    40. Con la diferencia de que yo me muevo en dirección contraria

    41. –Usted comprenderá que cuando yo muevo un alfil pongo a cubierto al rey y a la reina


    42. —Me duele menos cuando me muevo —explicó, saliendo de la habitación


    43. Aunque sé muy bien que toda mi música y mis presentaciones tienen un componente "sexualizado" en el sentido en que bailo con mujeres, muevo las caderas y gozo del ritmo, eso no quiere decir que sea una expresión de mi sexualidad, independiente de si siento atracción por las mujeres o por los hombres


    44. Cualquier operario o buhonero puede señalar mi nave y saber que me muevo inadvertido


    45. -Yo sí me muevo -repuso Theodora, avanzando en círculos hacia ellos


    46. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    47. Muevo aletas y cola


    48. –Ahora muevo el botón de ajuste de la placa hasta alcanzar la desviación mínima… ¡Vea! Estoy a cien con el botón sobre dos, ¿ve usted? Ahora utilice el botón ARE sobre E (E para emitir, Fred) y esté dispuesto para regular la antena


    49. –¡En el mundo en que me muevo se aprende cada cosa! ¡Si tú supieras!


    50. Entre nosotros, no fue una reunión sin ton ni son, y yo en estos momentos muevo los hilos de una operación económica que será muy rentable para España: instalar en un lugar cercano de aquí una fábrica de estucados sintéticos para revestimiento de techos


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    mover in English

    flap flutter budge move shift <i>[informal]</i>

    Sinonimi per "mover"

    bullir sacudir agitar accionar manejar impulsar cambiar correr deslizar descentrar trasladar desalojar