1.
Cásase después con el duque de laRosa, noble francés; cae enferma, y promete, si se cura, hacer unaperegrinación á Santiago de Compostela
2.
Pródigo, mientras tanto, disfruta de su bella, hasta que una noche, albajar por la ventana, se resbala de la escalera y cae de bastantealtura, lastimándose y yaciendo en el suelo sin poderse valer,circunstancia, que aprovechan la alcahueta y sus amigos, para despojarlede sus vestidos y del poco dinero con que cuenta
3.
Esta aparece ante el trono con sus hijos, pide justicia ycompasión, y cae en tierra desmayada, después que acaba sus súplicas
4.
Para solazar al pueblo, quema vivos alcapitán y á la tripulación de un buque enemigo, que cae en poder de lossuyos; descuartiza á tres jóvenes que lo aborrecen; ata al gobernador deRegensburgo á la flecha de una torre; corta la naríz y las orejas á unembajador romano porque no le teme bastante; entrega á las fieras, paraque lo despedacen, á un rey vencido de Eslavonia, etc
5.
Asesina delirante á sunueva esposa, grita como un endemoniado, recita un monólogo de 350versos, lleno de extrañas hipérboles y de incomparable ampulosidad;ahoga á Flaminia, y cae en tierra muerto
6.
es el tronco del árbol y el de la derecha el rayo de luz que desciende desde el cielo y cae justo
7.
más altas esferas, veremos qué cae en ellas
8.
Del otro lado, cae en cascada un caudaloso silencio de telarañas y de salas vacías
9.
complace, y es la gran trampa en la que cae mucha gente bienintencionada
10.
Tal vez de ese fracaso surge su misión en la tierra, que cae inexorable
11.
frase planea en el aire, cae entre los dos y nos enlaza
12.
cuadrada que cae -chac chac- en sucesión regular, desmenuzando la pasta en
13.
desabrocha el brassier, este cae y los
14.
adueñado del cuerpo de Robert, y cae
15.
Cuando el pueblo cae en combate, lo hace sencillamente, cae sin poses, no espera convertirse en estatua
16.
En ocasiones debe reconocerse que el comunicador cae en ese juego y se deja manipular para obtener, a su vez, una retribución: una exclusiva, renombre, un dividendo político
17.
A medida que los robots descargar el Grailem carga cae al suelo y poco a poco los bordes de su manera de salir de debajo del camión
18.
observación de que el rayo cae antes de oírse el trueno permitiría comprobar ese hecho
19.
—Sí; y no puedes figurarte lo bien que le cae
20.
Sólo en la edad pueril,cuando a la sociedad se le cae la baba y vive bajo la férula del dómine,se comprende que exista y tenga prosélitos la institución llamadamatrimonio, unión perpetua de los sexos, contraviniendo la ley deNaturaleza
21.
—Pero ese es su oficio; aquí cae y allí se levanta: de eso vive; alpaso que Vuecencia
22.
años, y en lo demás procure ustedno caer en el pesimismo, y si cae en él, témplele y
23.
Si gran parte del público candoroso no cae en la cuenta de tamañacrueldad, y si el
24.
traviesos; adquieren una gravedad que les cae muybien; y todo el fuego y lozanía de
25.
Euforion se lanza en el aire y cae despeñado, cual nuevo Ícaro
26.
fosa recién abierta; elrumor de la tierra que cae sobre el ataúd,
27.
esos cambios de escena tan frecuentes en la guerra, y cuyo artificio, si cae en buenas manos,
28.
A mi padre le cae una teja en elcogote, por ejemplo
29.
cae la tarde», palabras de los discípulos en Emaus áJesús (LUC
30.
Respecto a la gracia, siendo ella don divino, cae fuera de la acciónpedagógica del
31.
real cae, de hecho, en manos de la reina
32.
(Proclo cae desmayado en la silla-larga
33.
rocioque cae en las regiones calurosas sobre las orillas de los rios
34.
escritura y composición cae debajo de aquel delas fábulas que llaman milesias, que son cuentos
35.
a nadie, cuando cae debajo del entendimiento dealabarle
36.
tropieza en hablador y en gracioso, al primerpuntapié cae y da en truhán desgraciado
37.
que hoy cae puede levantarsemañana, si no es que se quiere estar en la cama; quiero decir que se
38.
como la piedra, desprendida de lo alto de la torre, cae sindetenerse hasta dar en el suelo; como la
39.
Busca don Quintín a una mujer y cae en las redes de otra
40.
La lluviaque cae sobre el monte y penetra en las fisuras de la piedra, se cargaconstantemente de moléculas calcáreas
41.
Antes de precipitarse, la superficie del arroyo es completamente lisa ypura; ni una roca saliente, ni una hierba en su fondo interrumpen sucurso rápido y silencioso; el agua cae en un
42.
Allí, el agua que cae de
43.
elcoloso cae con estrépito, rompiendo las ramas de los árboles de la otraorilla; el árbol que cae, rompiendo sus ramas pequeñas, llega ádescansar en la margen opuesta, convirtiéndose en un gracioso puente,sobre el
44.
Por fin, el pino cae pesadamente sobre el suelo, rompiendo en su caídalas ramas de los árboles vecinos
45.
de la barricada que contiene lasaguas del lago, y sobre la cual cae el agua sobrante en débil cascada
46.
Se estrechan, se enlazan; el uno resbala y se cae; se oye el crujido deun hueso que se rompe, y las imprecaciones reemplazan a la risa
47.
El agua que mana de entre las peñas cae con grato estruendo en unestanque natural, cuyo suelo está
48.
» Cuando uno llega á estaexpresion, el libro se cae de las manos, y elasombro se
49.
denecesidad, y aquí se comprenden todas las artes;ó sobre lo que cae bajo el libre albedrío, y
50.
explosion, el tirosale, mas el proyectil cae á poca distancia; en laenergía hay explosion tambien,
51.
Un mísero ser cae, se levanta, vuelveá caer, y las tres cuartas
52.
—¡Juan!—exclama, y la fusta que tiene en la mano cae al
53.
Entonces a éste se le escapa el hacha, vacila y cae
54.
—Eso cae mal—dije;—toda la posesión está gravada con
55.
cae en haces de luzsobre el misterio de la llanura, prestando a
56.
alto de lasmontañas, cae con el ruido del trueno, se lanza furioso
57.
miradas cae sobre mí o se encuentracon las mías, siento, como
58.
eleva o de un trono que cae
59.
Una faisana, ligeramente herida por un cazador, cae en el
60.
olvidan las fatigas del viaje, se olvidan loscaimanes y se cae
61.
Y elmatador, poco después, cae en una
62.
respetabilísimas inspiraciones de suconciencia; pero cae bajo el
63.
Uninfeliz que cae tan bajo, es un apestado del que todos se apartan conhorror
64.
que cae al suelo, rompiendo,
65.
cae en la desgracia de extraviarse en una encrucijada,
66.
cuestión: sin duda no es la llavecon que encerraba Lope de Vega los preceptos; y cae
67.
guante, se cae un pañuelo,se deja olvidado algo en el coche o en la posada, cuántas
68.
Cae una palabra delos labios de un
69.
Bien como cuando cae una gota de agua en el aceite hirviendo de unasartén puesta a
70.
: la relacion de los cuerpos entre síestaria necesariamente sujeta á las mismas leyes fenomenales: todo loque fuera apartarse de este órden seria una contradiccion, que no cae nibajo el poder de la
71.
necesaria,porque destruyéndola se cae en contradiccion
72.
simplicidad cae de la eternidad en eltiempo
73.
Si es compuesta, hay en ella la multiplicidad, y portanto cae
74.
que cae en fértil suelo, al empezar laprimavera, y rompe y destroza las yemas y los brotes de los
75.
su zarpa clava en ella y cae vencida
76.
—Pero están seguros de que no les cae encima la montaña y los entierracomo
77.
de sus manos, se cierne en el aire y cae á larga distanciade sus pies con admiración del
78.
La nave cae, el un lado recostando
79.
Agüero es: que si cae bien derecha,
80.
por meterla en el navío se le cae al mar, y defiende el
81.
campos de Marios, se mete en lo másfuerte del combate y cae muerto por la morisma, que le
82.
Tu cólera sólo cae sobre la
83.
Sol, a cuyo alrededor giramos, cae ycae en el vacío, llevando pegados por la atracción a sus
84.
! El sacerdote que logradominar la carne cae en la avaricia,
85.
pierde el cimiento cae según su naturalcondición
86.
cristales decolor entre la luz y el agua, que cae en raudales del
87.
de cadaagujero cae a un cesto debajo: y ése es la cuchara, ése es
88.
de las balleneras se les cae la baba cuando canta usted
89.
; la nieve todavía blanda, que cae de la copa de los altosabetos
90.
cuando cae la lluvia en los campos con másfrecuencia y en lugar de evaporarse emprende el camino hacia
1.
Cuando caemos en las garras de una forma de pensar como la de la
2.
—¡Alabado sea Dios! Al fin caemos en la cantidad
3.
Caemos en lasridiculeces de esas madres que
4.
¿eh Miguel?Al llegar a cierta edad, todos caemos
5.
La Vache y yo caemos en las garras de ciertos muchachos
6.
Descendemos durante un buen rato y caemos en una sala de la Ciudadela, la misma sala a la que fui a parar cuando huía tras el secuestro de Arkarian
7.
Todos caemos en cubierta
8.
-¡Alabado sea Dios! Al fin caemos en la cantidad
9.
Repentinamente, algo se suelta, y la jaula, controlada, cae al vacío, caemos, caigo, yo temerosa de que este avión me despoje de mi ser femenino dejándolo arriba, colgado como una enagua que no se prendió a mi cuerpo
10.
¡Eh, nos vamos a ahogar si caemos en el agua!
11.
Dos: reducimos las raciones y continuamos resistiendo cuanto podamos y después nos rendimos o caemos luchando
12.
Los espejos y yo no nos caemos bien
13.
Pero nos caemos estupendamente, y el talento de Bel para tratar con planetarios difíciles tiene su compensación
14.
¿Por qué si no hay dos personas iguales queremos que todas las relaciones sean idénticas? Es un error en el que caemos frecuentemente, sobre todo las mujeres
15.
—¿No les caemos bien?
16.
–Todos caemos en la misma trampa -dijo serenamente John Spada-
17.
Todos caemos en este mismo error
18.
Pero si caemos sobre él en el valle, a este lado del río, lo aplastaremos
19.
y caemos en el funesto error de elegir,
20.
por ella se me representaba como uno de esos estímulos de nuestro amor propio, que nos llevan a situaciones y actitudes enfáticas, de las cuales nos arrepentimos en cuanto caemos en la cuenta de que no arrancan del fondo afectivo de nuestro ser
1.
que se caen de la torre por el espejismo de una mujer
2.
caen en desgracia y no pueden permitirse tales dispendios, lo hacen ellos mismos
3.
limpian el bolsillo a los incautos que caen en sus manos
4.
disparo, caen los dos al suelo, la aguja
5.
mogeneizando al son de sus caprichos los espacios que caen bajo
6.
Algunas personas famosas caen en el mismo error y se identifican con la ficción
7.
Y a las seis horas de remar, bajo un cielo negroy tenebroso, arrullado por olas alborotadas, caen sigilosos sobre lacosta de Cuba, llenos de una dicha superior al peligro que habíancorrido y que habían de correr
8.
¿Ni quién se niega, silos quiere bien, a que sus hijos brillantes e inteligentes, aprendanesas cosas de arte, el dibujar, el pintar, el tocar piano, que alegrantanto la casa, y elevan, si son bien comprendidas y caen en buenatierra, el carácter de quien las posee, esas cosas de arte que apenashace un siglo eran todavía propiedad casi exclusiva de reinas yprincesas? ¿Quién que ve a sus pequeñines finos y delicados, en virtudde esa aristocracia del espíritu que en estos tiempos nuevos hansustituido a la aristocracia degenerada de la sangre, no gusta devestirlos de linda manera, en acuerdo con el propio buen gustocultivado, que no se contenta con falsificaciones y bellaquerías, y demodo que el vestir complete y revele la distinción del alma de losqueridos niños? Uno, padrazo ya, con el corazón estremecido y la frentearrugada, se contenta con un traje negro bien cepillado y sin manchas,con el cual, y una cara honrada, se está bien y se es bien recibido entodas partes; pero, ¡para la mujer, a quien hemos hecho sufrir tanto!¡para los hijos, que nos vuelven locos y ambiciosos, y nos ponen en elcorazón la embriaguez del vino, y en las manos el arma de losconquistadores! ¡para ellos, oh, para ellos, todo nos parece poco!
9.
siempre con losclaveles que se caen de la boca
10.
Cosas que caen en mi boca y desangran,
11.
Aquí Homero dice claramente que los males caen sobre los hombres no por la malignidad de los dioses sino porque se“comportan en contra de lo debido”
12.
Ella lo pescaría; los hombres que las echan delistos caen cuando menos lo
13.
—Las paredes del convento se me caen encima, y anhelo salir
14.
Ruge la selva; uno tras otro caen los viejosárboles gigantescos y ruedan al
15.
deExcomunión mayor, y estar ligado de ella y en todas las otras penas enque caen é
16.
actual convento de la Encarnación, que caen á la callejallamada de Santa Marta, y en
17.
sanopor consiguiente, á pesar de las lluvias que caen allí con frecuencia
18.
Cuando las lluvias que caen en las fuentes del Mamoré son algun tantocopiosas, se acrecen
19.
muy pocos bosques, algunas matas y muy sugeta áinundaciones, por las grandes lluvias que caen
20.
parte occidental de laCordillera; comprendiendo todas las que caen desde el grado 55 hasta el44
21.
hijos detras, caen en las manos de los enemigosinhumanos, que los deguellan, sin perdonar aun
22.
porparages cubiertos de las cañas que caen de los árboles, y por
23.
que caen de aquellos peñascos, movieron las lanchas con intencion dañada, ó las arrastraron por el suelo
24.
de unos esterales donde terminan varios arroyos que caen de lassierras
25.
sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o losdefectos que se procura,
26.
leyes caen debajo de lo que son letras y letrados
27.
tales gracias caen sobre quien tiene buendinero, tal sea mi vida como ellas parecen
28.
recia, y más si caen los azotes sobre uncuerpo mal sustentado y peor comido: tenga paciencia mi
29.
columnatasse levantan sobre la verdura, chorros de agua caen por encima de losmacizos de flores, y alegres
30.
corriente, y, de un salto vigoroso,alcanzan la opuesta orilla; á veces se quedan cortos y caen sobre
31.
Generalmente, los árboles caen así, sin detenerse, pero á veces laextremidad saliente de una roca
32.
Nunca se te caen de los labios la
33.
que caen debajo de su imperio, y de menguados los cambia en
34.
todo el mundo, caen sobre lastumbas de los muertos
35.
prodigiosafuerza de ascensión, se lanzan, y caen con una
36.
y,lanzando un grito furioso, caen en brazos uno del otro
37.
gobiernos se suceden y caen en el olvido,mientras que nuestra amistad llenará capítulos enteros de la historiafutura
38.
sentidos caen enun sopor; ella murmura a sus oídos un largo
39.
negros ensortijados, que caen en profusión sobre el cuello y lafrente
40.
que caen, losgritos de los que suben y el choque de las bayonetas, aunque
41.
cohetes, bombas que estallan en lasalturas y caen en lluvias
42.
Las aguasdel Salto caen a lo lejos,
43.
migajas que caen de la mesa del rico
44.
las penas en el interior del hombre; así caen gota a gota laslágrimas sobre el corazón
45.
están ya más duchos en el uso delparacaídas: todos caen blandamente, y no lejos: los
46.
ylas palabras; y los que le defienden, caen en una exageracionincompatible con la experiencia
47.
ellos se ha de seguir y señalar, es el que estáseñalado à las tierras y chácras que caen al
48.
laurelcerezo nos caen sobre la cabeza, cuando los pinos sacudidos por elviento suenan
49.
tengo miedo! Los árboles más altos son los que caen conmás facilidad cuando sopla el
50.
Con las propinas que le caen está mejor que yo
51.
manos, como las joyas que caen en poder de losusureros
52.
Así caen destrozados entre la indiferencia los bravos paladines
53.
visitan alos presos que caen enfermos
54.
Hacia el río, por donde caen dos de lospies, el suelo era
55.
línea, como si se fueran a clavar en el papel, y las eses caen al
56.
de la acción como caen los héroes
57.
las flechas que les caen del cielo
58.
plantar árboles en generaly edificar casas, que al cabo de los años mil se caen? Pues
59.
una muchacha se casa y al primer hijose le caen los dientes, parece que se le alarga la nariz
60.
bendiciones, caen éstas casi siempresobre los brutos con suerte o
61.
Los portadores de literas al ladoizquierda caen a una
62.
democracia, y lasciudades, hasta ahora libres, caen bajo la hegemonía de
63.
Las ciudades de Jonia caen bajo la Las ciudades de Jonia caen bajo la
64.
sobrioscuando caen en la embriaguez
65.
Los afectos mueren, como loscabellos caen, no encuentran
66.
Viven de los otarios, como llaman a las víctimas que caen
67.
después de él han caído y caen
68.
canallada; pero los cuerpos abandonados en el aire, caen porsu
69.
decangrejo, a reculones, van perdiendo terreno y caen, las alas
70.
27 Y ella dijo: Así es, Señor; pero los perros comen de las migajas que caen
71.
27 Y ella dijo: Sí, Señor: mas los perrillos comen de las migajas que caen
72.
9 Porque los que quieren enriquecerse, caen en tentacion y lazo, y en muchascodicias locas y dañosas, que
73.
27 Y ella dixo, Si Señor: porque los perrillos comen de las migajas que caen de
74.
9 Porque los que quieren enriquecerse, caen en tentacion y en lazo, y enmuchas codicias locas y dañosas,
75.
Abrazados caen entre las llamas del hogar
76.
losYauyos[160] , sus vecinos, con otras naciones que caen en aquella parte
77.
«Cada vez que entro en mi casa, se me caen las alas del corazón
78.
más galanterías que aquellas que, por lo comunes, caen detodos los labios y no son
79.
hiciese con reglaspositivas, pues los datos tradicionales caen en el olvido
80.
caen los pantalones, y no me he atrevido á
81.
se me caen los pantalones, see note 90, 12
82.
por la calle, y de repente ¡plaf! se caen al suelo y semueren
83.
Pirámidesde Egipto; como caen los milagros del hombre
84.
crucifican en Jesus, perotrescientos millones de hombres caen de rodillas ante el Evangelio;
85.
río,formando caprichosos surtidores cuyas aguas en ebullición caen entrenubes de espeso humo en las
86.
Las hojas que constantemente caen de los árboles forman al mezclarsecon la arcilla y la greda el
87.
Caen las hojas en los canales amarillos;
88.
Sobre ellos caen salpicaduras de la sangre y la carne de los hijos descarriados, de quienes han escrito libros y de quienes los han leído antes de ser quemados
89.
Es la ilusión lo que uno persigue: el momento en que el juglar y el narrador se desvanecen de la vista de quienes lo miran y todo cuanto ve el público son los objetos que se elevan y caen, acompañados de la historia que se completa por sí sola
90.
Ahora, cuando sufren y caen en la cuenta de que erraron el rumbo, ha llegado el momento de infundirles ánimo, de mostrarles la absoluta necesidad del valor, de avivar el suyo propio exhibiéndoles el precioso fruto que van a cosechar: la felicidad
91.
Entre las explicaciones propuestas están: l) los quásares son versiones monstruo de los pulsar, con un núcleo de masa enorme en rotación muy rápida asociado a un fuerte campo magnético; 2) los quásares se deben a colisiones múltiples de millones de estrellas densamente empaquetadas en el núcleo galáctico, explosiones que arrancan las capas exteriores y exponen a plena vista las temperaturas de mil millones de grados del interior de las estrellas de gran masa; 3) idea relacionada con la anterior, los quásares son galaxias en las que las estrellas están empaquetadas tan densamente que una explosión de supernova en una estrella arranca las capas exteriores de otra y la convierte también en supernova produciendo una reacción estelar en cadena; 4) los quasars reciben su energía de la aniquilación mutua y violenta de materia y de antimateria que de algún modo se ha conservado en el quásar hasta el presente; 5) un quásar es la energía liberada cuando gas, polvo y estrellas caen en un inmenso agujero negro en el núcleo de estas galaxias, agujero que quizás es a su vez el resultado de eras de colisión y coalescencia de agujeros negros más pequeños; y 6) los quásar son agujeros blancos, la otra cara de los agujeros negros, la caída en embudo y eventual emergencia ante nuestros ojos de la materia que se pierde en una multitud de agujeros negros de otras partes del universo, o incluso de otros universos
92.
Lo que me ocurre esta noche, aquí, en la oscuridad, rodeado del ruido de las goteras que caen en todas partes, es muy semejante a lo que inició, para mí, aquella delirante lucubración; pero esta vez la euforia se nutre de conciencia; las ideas mismas buscan un orden, y hay ya, en mi cerebro, una mano que tacha, enmienda, delimita, subraya
93.
Me caen bien
94.
Le dije a Leland que siempre había creído que una buena historia es mejor que un buen momento, pues la historia se puede contar una y otra vez mientras que los buenos momentos caen en el olvido
95.
Cada una de las bombas que caen nos acercan a su fin, a nuestro rescate»
96.
Pero estas manifestaciones caen ya fuera del propósito de este limitado esquema
97.
ahora que caen sobre los oídos últimos
98.
En el Japón se piensa que algunas de sus hojas, al desprenderse, caen a la Tierra
99.
Porque en aquel paraje flotaba, en efecto, una de esas nubes de orgullo y locura y misteriosa aflicción que caen con mayor pesadumbre sobre las casas escocesas que sobre ninguna otra morada de los hijos del hombre
100.
En el momento en que llegaba a la puerta oí un alarido espantoso y luego un ruido como de muebles que caen y piezas de loza que se rompen
1.
¡Pan, nada más que pan!»—Y dejando caer la cabezasobre el asiento de una silla que tenía delante, permaneció en oraciónlargo rato, hasta que el marido la llamó desde el jergón que les servíade cama, diciendo:
2.
Hubo fiesta, convite, amigos, parientes, enhorabuenas, besos y abrazos,hasta lágrimas, y al caer la tarde, la recién casada se mudó de vestidopara emprender el inexcusable viaje de novios
3.
Elcuervo viene por el aire dejándose ya caer con las alas plegadas,trayendo el pan en el pico y destacando su negro plumaje sobre el tonogrisaseo de las rocas: San Antonio contempla admirado al aveprodigiosa, y San Pablo, con las manos juntas y levantadas, mira alcielo en acción de gracias
4.
La fama de este hombre célebre y distinguido, como le llama Cervantes,fué tan grande entre sus contemporáneos, y creció de tal modo después desu muerte, que poco á poco hizo caer en olvido las obras de suspredecesores
5.
Lo que pasaba era que como en ese año había azotado a la región el fenómeno del niño y no había vuelto a caer una gota de agua desde hacía ya varios meses, por todos los lugares de esa comarca se estaban haciendo procesiones, rogativas y disciplinas pidiendo a la Virgen de Torcoroma que les mandara un aguacerito, por lo cual las gentes de una aldea cercana al lugar llamada Villanueva venían en procesión a una ermita que en una faldita de aquel valle había
6.
Acatar: Caer en la cuenta, percatarse de algo
7.
para caer en ella
8.
caer clara y definitivamente en el lado de la ilegalidad, como consecuencia de esa sed de
9.
tiempo lo dieron todo por bien empleado, pues al fin alguien les dejaba caer entre las manos
10.
caer los velos y se desataran, en serio, las hostilidades
11.
¡Chupa! Y diciendo esto se dejó caer en el sofá
12.
casualidad había en el hecho de que hubiera llegado a caer justamente en la datcha de
13.
último no, tampoco hay que caer en la exageración, para eso estaba el brazo secular
14.
Tardé una eternidad en caer
15.
¿Y un orgulloso no puede caer en “el culto al cuerpo”, es decir, no puede
16.
Al caer la tarde el sol se ocultaba tras los árboles y
17.
caer sobre nosotros su desaprobación, a través de un silencio obcecado
18.
Sostuvo la avanzada sin caer en la tentación de
19.
con un gesto de desesperación levanta los brazos y deja caer las manos sobre
20.
con pelusilla blanca- y la deja caer
21.
Al caer la noche los últimos hilos de su vínculo se rompieron por completo
22.
Reina, losprelados en procesion llevándola los infantes como la trugeron,llevándole las infantas (Doña Maria y Doña Leonor) la corona é lamanzana é cetro é dejáronla en la capilla dó habia salido[99] é losobispos tornaron á decir su misa, é el Rey quedó en su silla; á poco dehora tornaron los infantes, é los prelados en procesion, é trugeron á laReina ante el altar, é estuvo un poco, é llevaronla ante el Rey, queestaba en su silla, é fincó de hinojos ante él, é púsole la corona, laque la Reina de Castilla envió al Rey, que era mui fermosa é rica depiedras preciosas con aljófar mui grueso, é púsole el cetro en la manoderecha é la manzana en la izquierda, é sacó el Rey una sortija de sumano, é púsole en el su dedo de la Reina, é quísole dar paz en la boca,é queriéndola dar paz, oviérale de caer la corona al Rey de la cabeza, éeso mismo á la Reina é ovieron de tener cada uno su corona, é confermoso continente embermejados de vergüenza se ajuntaron á besar, é lasgentes mucho mirando, porque era cirimonia natural muy apacible á todosde lo mirar, cuanto mas á los catalanes que lo han por costumbre, é grandeleite en ella
23.
Cierto día en que se celebraba el santodel director, un criado, azorado en demasía, dejó caer sobre nuestroprofesor una bandeja de vasos llenos de vino tinto
24.
desde la reflexión empírico analítica, de caer en una generalización
25.
tigre y el león, que suelen caer sobre su presa con decisión y astucia
26.
nuestras fuerzas y no caer en el embeleso del exterminio
27.
Esto sucedió cuando sobre el pueblo empezaba a caer de nuevo la miseria de la sequía y cuando los funcionarios debían salir a la calle y a los campos a vigilar el consumo del agua
28.
Y al caer en el abismo de la muerte
29.
Es una creencia popular en el Oriente que las lágrimas de los niños seconvierten en perlas al caer en el mar
30.
accidente o caer en una situación de intenso conflicto o drama como consecuencia del deseo del cuerpo del
31.
Al caer en la cuenta de lo tarde que era, púsoseprecipitadamente el manto, y se despidió del Pituso, a quien diomuchos besos
32.
El enfermo no iba ya a la botica, ni mostrabadeseos de ir a parte alguna, pareciendo caer en profunda apatía yreconcentrar toda su existencia en el hervidero callado y recóndito desus propias ideas
33.
Los afortunados, cuando los hay, seguardan muy bien de decirlo; porque si los hubiera, lo publicaran,serían unos majaderos; y la marquesa tiene sobrado buen gusto para que,resuelta a perderse, se dejara caer en tales manos
34.
Pero la sombra, más ágil aun, ya había montadosobre la balaustrada de ladrillo y antes que pudiesen traer una luz seprecipitaba al río, dejando oir unruido quebrado al caer en el agua
35.
El clérigo, aturdido, se dejó caer sobre elreclinatorio, oró á los piés del Cristo ocultandola cara en las manos y despues se levantó serio y grave como sihubiese recibido de su Dios toda la energía, toda la dignidad,toda la autoridad del Juez de las conciencias
36.
Del lado de la oferta, si bien en los años noventa hubo una recuperación de la inversión social por habitante, enseguida volvió a caer (ver gráfico
37.
años, y en lo demás procure ustedno caer en el pesimismo, y si cae en él, témplele y
38.
efímero,volviendo á caer España en su anterior abatimiento, del cual, salvo elglorioso
39.
Al caer la tarde, un break las llevó a la estación del
40.
Dejó caer los brazos
41.
Al caer la tarde se respiraba allí, por las magnolias y los
42.
fluctuando entrelas dos categorías, con síntomas de caer en la
43.
desde lugar tanclaro suelen caer los economistas en un mar sin fondo o en el
44.
Y en mi precipitación por poco dejo caer al Marqués de Oreve,
45.
bóvedas dela gran Catedral de Amberes, al caer la tarde, me
46.
caer en lainmovilidad un poco triste y altanera que había
47.
suingenio y dejando caer con desdén sus fallos de salón en la
48.
estanque en el cualpodría caer corriendo y sin pensar más que en
49.
lejos deledificio, se dejó caer de nuevo en la cama lanzando un
50.
milímetros me habíanfaltado para caer en el bote y evitarme el
51.
Ella se dejó caer en un asiento y rompió a llorar
52.
Cuando las hojas empezaban a caer era víctima de su recuerdo
53.
iluminar mi entendimientomientras yo oía caer la tierra sobre el
54.
hacia él, y alvolver a caer en su sillón, agobiado por el pesar y
55.
adoptar para con un cliente suyo; pero él, lejosde caer en la red
56.
Y se separó de mí, se dejó caer en un sillón, se cubrió el rostro
57.
flojo y llena depliegues en el pecho de la joven dejaba caer hacia atrás, sobre loshombros, las
58.
inclinaban al borde del rico tazón de Sévres, y cuando el viento lasmovía dejaban caer, uno a
59.
rústicos conciertos sus ocios; platicabanal caer la tarde los
60.
de la casa, y expulsado por la escobade los rincones iba a caer un poco más allá
61.
Ante todo, el decoro de la familia y no caer en elridículo
62.
Porque si usted laviera, se asombraría de que los hombres puedan caer en tal tentación
63.
de Serranos, sus piernas flaqueaban, y sintió lanecesidad de dejarse caer en uno de los bancos
64.
el Tajo, viéndose los franceses atacados por un lado y otro, por fuerza tendrán que caer al río,
65.
tiempos! Cuando entrábamos en esta villa al caer de la tarde, distinguimos a lo lejos una gran
66.
Antes había dejado caer la carta alllegar a lo de la herencia
67.
echosehacia adelante, agarrose a la mesa, hizo caer los vasos, y,
68.
A pesar de suprotesta, no tardaron en caer en mayor o
69.
Inés, desfallecida, dejose caer en un sillón
70.
y dexáron caer los remos
71.
mezclándose con el ruidode las pesadas tapaderas al caer sobre la bocade los
72.
Preso ya aquel pájaro, no tardó el monedero Juan Ruíz en caer en lasgarras de la
73.
caballo a todocorrer, haciendo caer al Príncipe y
74.
sólo le ha faltado laocasión para caer en ellos, o cuando, si
75.
Unos 335 años después delnacimiento de la imprenta, cuya misión se suponía era abrir a todoslas puertas del saber, el mundo del libro deja de estar bajo el controlde los autores para caer en manos de los editores
76.
Lastrampas en las que uno puede caer con un relato en 2 D ya
77.
menudeo de loshachazos y con el ruido que hacen los árboles al caer á los forzudosgolpes
78.
él, y ya á la vista, al caer de la tarde, los PP
79.
Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía
80.
Un mozoque iba a pie, viendo caer al encamisado,
81.
mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura,tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que
82.
hombro, y luego se dejó caer en el suelo, comodesmayada
83.
más de sus joyas, y con esto acabó de caer en la cuentade su desgracia, y en que no era Leonela
84.
llegando yo, la dejaron caer
85.
Sancho no viniese a caer del todo en la cuenta de suinvención, a quien andaba ya muy en los
86.
las vejigas enel aire y caer sobre las ancas de su rucio eran para él tártagos y sustosde muerte, y
87.
mirando las estrellas un cuarto de hora, y, enacabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y,
88.
Llegó, en fin, ya vuelto en su acuerdo, y alllegar, se dejó caer del rucio a los pies de Rocinante,
89.
caer, y Dios delante
90.
pero queél se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello selos volvía a pedir
91.
combinado con el miedo ycon una compasión tremenda que tal vez la hubieran hecho caer
92.
Al encerrarse don Juan en su habitación se dejó caer sobre una
93.
Arrebata el viento el polen de una flor, lo deja caer en otra de
94.
sinoque se dejaba caer estupefacto en un sillón desvencijado:
95.
Consentía de mala gana en lassalidas al caer la tarde, que él
96.
Al caer el telón
97.
conjeturasen que ahora le hacían caer las frases del estanquero;
98.
y delcielo comienzan a caer las estrellas, metamorfoseadas en
1.
mohíndelicioso—es cuando caes en la cuenta
2.
¿Le gusta el juego? ¿Se ha dado cuenta de que cuando está en un Casino y va ganando acaba teniendo la impresión de que las fichas carecen de valor? Pues algo semejante ocurre cuando se trabaja en el negocio del vicio, pues llega un momento en que no caes en la cuenta de que lo que tienes en la mano vale millones, y sólo con eso podrías vivir feliz el resto de tus días
3.
Claro que él había estado en las caEs, pero aún más en bibliotecas y Bancos, hurgando entre información tan árida que hace que el polvo parezca húmedo, encontrando cada tanto alguna yeta de diamante
4.
¿No caes en la cuenta de que la razón o pretexto de los revolucionarios es el tratado de paces con España, que firmaron Pareja y el Presidente Pezet, arreglo que la gente levantisca considera como la mayor ignominia del Perú? Este patriotismo gordo y populachero es excelente cosa para ornamentar las banderas revolucionarias en los países de sangre española
5.
–¿Y si caes en el abismo y mueres?
6.
Profundizando en su suposición, el sindonólogo se atreve a interpretar esa inscripción IBIBER como residuo del nombre de TIBERIUS CAES; es decir, el emperador Tiberio
7.
Entonces te caes muerto
8.
–Esa es una de las razones por las que me caes bien, Austin
9.
–Y tú les caes bien a ellos
10.
Te lanzas a volar en ellos durante un tiempo, arrastrado por cierta sensación de poderío personal, como un Superman surcando como el rayo el cielo azul y la capa ondeando al viento, pero entonces, sin previo aviso, te caes y te estrellas contra el suelo
11.
cuando nevadamente caes en losvellones…
12.
Caes en un pozo estrecho y largo y oscuro
13.
Con una simple mirada suya caes enfermo de muerte
14.
–Ian ¿por qué es que cada vez que quiero tratar las cosas contigo racionalmente caes en estos estados de histeria?
15.
Si caes en la trampa y crees en la realidad de tus ilusiones, estás perdido
16.
–Si caes en la trampa de creer…
17.
—Claro que me caes bien —dijo Julian alegremente mientras seguían a Lynn hacia los ascensores—
18.
En realidad, le caes muy bien, y seguramente prefiere que yo me líe con reinas extranjeras, y no con rivales romanas
19.
—Pero ¿y si caes enfermo en la carretera? Imagínate que el tumor empeora
20.
—Tú también le caes bien —a Carla le brillaron los ojos al decirlo
21.
–Parece que le caes bien al asesino
22.
Es porque les caes en gracia
23.
Además, si caes de nuevo, él tiene el conocimiento necesario para convocarte una vez más y la atadura le da una razón para hacerlo sin miedo
24.
—Cuando caes en manos del Santo Oficio, nunca estás seguro
25.
– ¿Cómo te encuentras? ¿No te caes de sueño? – pregunta Takahashi
26.
Y del sentimiento de culpa y de la melancolía en la que caes cuando el sol desaparece durante días
27.
¡CHAFF! Caes justo en un estanque
28.
Me caes bien, Obi-Wan
29.
–Sí, pero le caes bien -dijo Ron-
30.
Lo único que tienes que hacer es presentarte ante los miembros de la junta parroquial y, si les caes bien, el cargo es tuyo
31.
—Creo que les caes bien —dijo la mujer a Amy—
32.
Alguien a quien no le caes muy bien
33.
Me caes tan bien que no puedo evitarlo
34.
Pierdes un pulgar y caes en una extraña y problemática situación
35.
–Me caes bien, Del
36.
–En el lugar del que vengo, cuando caes estás muerto -dijo, enfadado
37.
Levantarte siempre de inmediato cuando te caes
1.
Casi caigo de bruces al abismo, NO caí en esa profundidad porque estaba sentado en la cama
2.
[Footnote 3: #Ya caigo (en la cuenta):#
3.
expreso de mi padre y caigo porculpa mía, en la mar me quedo
4.
caigo en la cuenta de lo queson, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el
5.
de los castellanos viejos! ¡Quiero que, si caigo denuevo en tentaciones semejantes, me
6.
—Ya caigo en la cuenta—dijo—; en efecto, el capitán general
7.
impresión me hicieron que por poco me caigo al mar
8.
—Muy bonito; pero ahora caigo en la cuenta de que tú y yo
9.
Entro en su casa, a pesar mío, como evocado por un conjuro; y, no bienentro en su casa, caigo
10.
Pero caigo encuenta que estoy hablando
11.
Al pronto le desconocí; peroahora recuerdo muy bien de su fisonomía, y caigo
12.
anduvo a tropezones el juicio delpúblico, y allí caigo, y aquí me levanto, acabó por extraviarse
13.
«Es posible», le respondo, sabiendo que ahí no hay señal alguna «Posible no es palabra de tribunal», comenta el otro, sentencioso, y al punto caigo sobre una borda de la barca, que ha ido a meterse, de proa, en una red de lianas
14.
Perdí el equilibrio y casi caigo al suelo, pero conseguí sujetarme a tiempo a la jamba de la puerta para mantenerme en pie
15.
Caigo, me hundo, y en mi desolación me agarro a lo único que encuentro: a las piedras, a vosotros
16.
Vaya, aquel día en Melbourne casi me caigo redondo de la impresión
17.
¡Ingeniosa comedia! ¡Y yo caigo! ¡Y yo creo en el peligro que la amenaza! ¡Y ella tiene ya de su parte un testimonio autorizado!
18.
Y entonces caigo en que puede que ésta sea la lección que yo tenía que aprender
19.
A mi jefe le caigo bien, y tenía muy buenos hombres a mis órdenes
20.
ahora caigo en que no debo seguir adelante sin dar a conocer el papel que, por mi desgracia, desempeñé en el ruidoso estreno de El sí de las niñas, siendo causa de que la tirantez de relaciones entre mi ama y Moratín se aumentara hasta llegar a una solemne ruptura
21.
-Pues ahora caigo en que me dijeron que el Príncipe era algo literato, y se pasaba las noches traduciendo del francés o del latín, que esto no lo recuerdo bien
22.
-Cierto es -dijo el ministril-, que la señora condesa te protege, pues ahora caigo en la cuenta de que algunas veces se lo he oído decir; pero no me explico que tu ama se cartee con el alférez
23.
Ahora caigo en que lo mejor es hacerles pelear por separado para que unos se estimulen con el ejemplo de los otros, si hay diferencia en el modo de combatir
24.
Fernando- y un buen sacerdote, piadoso, instruido, aunque ahora caigo en que no cuadraba muy bien a su estado tener tan buena puntería; pero sea lo que quiera, Vd
25.
-Sí que lo pensé y lo escribí; pero ya caigo en que fue mala comparación
26.
-Dices bien, y ahora caigo en que más que a Dios se parece al Buen Ladrón
27.
¿No debería llegar mañana? Pero mañana, antes de despertarme, ya tendría en la cama, en una bandeja de desayuno especial para este tipo de momentos (Philippe Starck, desde luego), una copa de champán, perdón, espumoso californiano, que el FMN me sirve cada mañana, así que nunca me llega la resaca porque nunca le doy ocasión a presentarse, nunca corto el suministro de alcohol el tiempo suficiente para que se manifieste la abstinencia, y de pronto caigo en la cuenta de que si ahora empiezo a vomitar y vienen los temblores y el dolor de cabeza me voy a tener que comer la tragedia yo solita, porque ahora no hay rumano que me traiga paracetamoles ni sopitas, porque ahora éste debe de estar en la casa de su novia, esa de la que nada conozco pero que seguro que no bebe ni se viste de puta de lujo
28.
Caigo a su lado en un camino, junto a un muro de piedra con unas puertas de madera altas
29.
Caigo en lo que me está diciendo
30.
La sensación de alivio que me invade hace que sienta las piernas líquidas como el agua de la corriente, pero entonces caigo en la cuenta: se supone que Isabel se dirige hacia un puente, y ahora estamos siguiendo un río
31.
– Sonríe y caigo en la cuenta de que el antiguo propietario era él-
32.
–No les caigo bien a tus padres -le dijo a Aiden en el camino de vuelta a su casa
33.
Ahora caigo en la cuenta de que le he prometido a Emmanuel que lo llamaría
34.
de aquel pecado en el que caigo ahora,
35.
también yo caigo en la trampa sin fondo de un placer fuerte y desconocido
36.
Tropiezo y caigo de rodillas en el barro, al lado de los pies de Patrick
37.
Y que, los ojos hacia el cielo, caigo en los agujeros
38.
–Bien -dijo-, no puedo hacer nada si no les caigo bien
39.
-Si se han enterado, ¡me caigo en la mar!,
40.
¡me caigo en el puente de Toledo!, cuanto se quiera»
41.
Repentinamente, algo se suelta, y la jaula, controlada, cae al vacío, caemos, caigo, yo temerosa de que este avión me despoje de mi ser femenino dejándolo arriba, colgado como una enagua que no se prendió a mi cuerpo
42.
Soy yo la que no le caigo bien a ella
43.
A Durzo le caigo bien
44.
Cree que soy un bobo, pero le caigo bien
45.
Ahora caigo en que el interruptor de la luz está a la entrada de la bodega
46.
No puede, no puede cuando yo puedo, cuando estoy en orden, pero cuando me desbordo y caigo y enfermo de nuevo, él se crece, reconstruye y domina
47.
Sólo ahora que lo escribo caigo en la cuenta de que nunca supe cómo se llamaba en realidad, porque en Barcelona sólo lo conocíamos con su nombre profesional: Saturno el Mago
48.
Casi me caigo con ella
49.
Acariciando esas ideas un pensamiento ensombrece de pronto mi mente: caigo en la cuenta de que durante la compra me quité el collarín de cuero en el probador y allí ha quedado olvidado
50.
Ahora que lo dice, caigo en la cuenta
51.
Sé que me encuentro encajado entre dos mujeres, pero creo que me caigo por la puerta del vagón
52.
Me tumbo en mi manta y caigo en un sueño sobre Marlena que seguramente me cueste el alma
53.
Caigo en la tentación
54.
–¡Será maricón! – caigo en la cuenta de que no es la exclamación más oportuna para hablar de un amigo gay-
55.
–¿Y bien? – caigo en la cuenta de que estoy jugueteando con mi anillo de compromiso y me detengo en seco-
56.
El cojín no es un buen sustituto, aunque eso no impide que lo abrace y me quede ahí, enroscada en el sofá, pensando en un hombre que existe, aunque podría no existir igualmente, hasta que empiezan a pesarme los ojos y caigo dormida
57.
– ¿Te caigo bien? – le preguntó César a Servilia el día antes de que los nuevos tribunos de la plebe asumieran el cargo
58.
La recepción que por su parte nos dispensan las autoridades de la Estación Espacial es realmente impresionante y sólo al verla caigo en la cuenta de que la Estación Espacial Derrida, de conformidad con lo dispuesto en el armisticio y el Tratado de Siam que dio fin al interregno monárquico, todavía se rige por los reglamentos promulgados durante aquel breve régimen
59.
Si no me agarro, me caigo
60.
– Y le cojo la mano y se la beso mientras él sigue hablando, y, antes de que me dé cuenta, caigo dormida
61.
Vuelvo al probador y sin poder resistirme, cuando me quito el vestido caigo en la tentación de echar una ojeada al precio
62.
Hay una cama de roble inmensa con cuatro columnas y por un momento estoy tan ensimismada con ese impresionante mueble que no caigo en la cuenta
63.
Así pues, no me cae bien la abuelita y yo tampoco le caigo muy bien a ella
64.
Caigo entonces en la cuenta de que ni siquiera le he dado las gracias a Manuela
65.
Llevo en una bandeja las obras de Manuela envueltas en seda azul marino y caigo entonces en la cuenta de que todo ello disimula mi vestido, de modo que lo que suscita la condena de la señora no son en absoluto mis pretensiones indumentarias sino la supuesta gula de algún muerto de hambre
66.
Sonrío para mis adentros pensando en la gran mole obesa que me ha hecho las veces de acompañante durante estos diez últimos años de viudedad y de soledad, una sonrisa algo triste y tierna porque, vista desde la muerte, la proximidad con nuestros animales de compañía ya no parece esa evidencia menor que el día a día vuelve banal; en León se han cristalizado diez años de vida, y caigo en la cuenta de hasta qué punto esos gatos ridículos y superfluos que atraviesan nuestras vidas con la placidez y la indiferencia de los imbéciles son los depositarios de los momentos buenos y alegres y de la trama feliz de éstas, incluso bajo el tendal de la desgracia
67.
Este aparato es propiedad del pueblo, y a los mandamases no les caigo muy bien
68.
—Te sostendría la puerta y diría «después de ti», pero supón que me caigo… acabarías en el sótano de la torre Broad Arrow aplastado por mi cuerpo… y yo me quedaría como una rosa
69.
Me… maldición, doctora Danning, me parece que le caigo bien
70.
Un día caigo del carro y me quedo aferrado a la oruga
71.
Y vuelo lentamente por la puerta hacia la noche con las estrellas allá en lo alto y el aire frío, y caigo sobre el hormigón del aparcamiento
72.
Cuando la flama surge, ruedo hasta la zanja y caigo apenas a tiempo de que el autobús se vea rodeado por las llamas
73.
–¡Ah, sí! ¡Ahora caigo! Es el dueño de todos esos casinos, y el promotor de una gran urbanización a orillas del Támesis
74.
Antes de que el público pueda estar seguro, me suelto y caigo al suelo
75.
Les caigo bien cuando necesitan algo
76.
–En el 81, pero caigo en la tentación de vez en cuando
77.
Suena un golpe sordo contra la puerta y caigo, caigo…
78.
Siempre caigo en el lazo y me parece que estoy oyendo una orquesta, más completo
79.
“-No caigo en quién quiere decir usted”
80.
Pero me caigo de sueño”
81.
Mis párpados se entornan, se cierran, y caigo en una postración que va a sumergirme en un pesado e irresistible sueño
82.
Pero caigo una vez más en la digresión
83.
No sabía que a Toal le interesara el fútbol y a punto estoy de criticar la actuación de Stronach, cuando caigo en que está hablando del tío al que intenté salvar
84.
Al pronto no me acordé de ti; pero ahora caigo en la cuenta de que te ha venido Dios a ver con esta proporción
85.
»No te repetiré lo que fue, salvo que me excitó del mismo modo que antes, como siempre hace el matar, sólo que más; se me doblaron las rodillas y casi caigo en la cama, mientras la desangraba, y aquel corazón latía como si jamás cesara de hacerlo
86.
Una o dos barras se me rompieron en las manos, y casi me caigo al suelo de rocas que me esperaba abajo
87.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
88.
Caigo en redondo
89.
Y siempre caigo en la trampa
90.
—Además, les caigo bien por lo de las piedras calientes
91.
En ese sentido, supongo que caigo del lado de las masas en el sentido de que, sea como sea, ha sido un proceso colectivo
92.
Ahora que caigo, no creo que Gabčík dispare por encima del hombro, por así decir, para darle a su adversario, sino más bien para advertirle del riesgo que corre si se le acerca demasiado
93.
No les caigo bien a los animales, lo cual demuestra que son más listos de lo que pensamos
94.
Siempre les caigo bien
95.
¿Estoy bien así, sentado con las piernas cruzadas? ¿Es así como se sienta una mujer, con el abanico en la mano, para escuchar las palabras de amor de su galán? Ahora caigo en que no sé casi nada de cómo se mueven las mujeres, desconozco la forma de sus movimientos
96.
Porque, si yo no caigo muerto en algún camino, víctima de un asesino a sueldo o de algún accidente de la vida (porque la vida es para mí un accidente, como su excelencia tan bien lo ha expresado, y yo deseo mantenerme en mi puesto con uñas y dientes en medio de tal accidente), viviré más tiempo que su excelencia, y cada día de mi vida será un peligro para el alma de Francesca
1.
cansancio se apodero de el, cayendo en
2.
Cuando decimos que disfrutamos haciendo esto o aquello realmente estamos cayendo en una percepción
3.
«Pero ¿y si no mequiere?—pensaba desanimándose y cayendo a tierra con las alas rotas—
4.
Es lo que yo le decíaanoche a Relimpio, que también se va cayendo de ese lado
5.
Entre creerse unmonstruo de maldad o un ser inocente y desgraciado, mediaban a veces ellapso de tiempo más breve o el accidente más sencillo; que sedesprendiese una hoja del tallo ya marchito de una planta cayendo sinruido sobre la alfombra; que cantase el canario del vecino o que pasaraun coche cualquiera por la calle, haciendo mucho ruido
6.
—Eso sí que no lo entiendo—dijo Feijoo cayendo en un mar demeditaciones—
7.
—Porque se le estaban cayendo a usted del pecho cuando la
8.
diablo, cayendo los que talhacían en el molinosismo, o se la maltrataba y castigaba
9.
suplicio, viendo elabismo abierto y cayendo en él sin flaqueza
10.
manzana y el peloestirado cruelmente hacia la nuca, cayendo en gruesa trenza por laespalda
11.
ojos, se desmayaban sus enérgicos brazos, cayendo con desaliento sobre los del sillón
12.
cuya operacion tuvo que atravesar elcaudaloso Zulia con una miserable canoa, y cayendo sobre las
13.
fin, cayendo de rodillas a los pies del lecho de Juanita,exclamó:
14.
—¡Es la voz de los ángeles!—dijo; y escuchaba atentamente, cayendo derodillas y
15.
Cuestalada dice S, por la cuesta ayuso de G,costalada, golpe cayendo como un costal
16.
protestante, cayendo el tribunal entoncesrápidamente sobre el asunto, y en poco
17.
que en vez dealzarlos, se dejaría ella arrastrar cayendo en el lodo también
18.
inclinado cayendo sobre un grupo encorvado ante el trabajo,que
19.
yen las cuales iban cayendo los vinos más diversos, desde el
20.
cayendo de nuevo en el pecado?
21.
demonio, sino que, cayendo en la tentación y olvidándose de
22.
Subieron á lasuperficie densas burbujas de gases, que estallaron con un estrépitohediondo, y todos los cables se soltaron á la vez, cayendo inertes, comolos segmentos de una serpiente partida, como los tentáculos de un pulpodesgarrado
23.
La mano del gigante volvió á repelerle, mientras dos lágrimas sedesplomaban de los ojos de Gillespie, cayendo en el interior de lacajita
24.
despeinados, cayendo en un granmechón sobre los ojos,
25.
prendas de la indumentariapuebluna iban cayendo: primero, la
26.
Pero él y Morales, con su agilidad de hijos de la selva, saltaron en elvacío negro, cayendo
27.
con una vil imprecación, arrojola de espaldas porsobre la muralla, cayendo
28.
comprender, el tiempo suficiente para que los techos, cayendo
29.
cabellosrubios cayendo en ondas a los lados, la boca graciosa e
30.
cayendo a la profundidad de un llano quese extiende a lo lejos, a
31.
maravillas delmundo, que lo hace el río Funza cayendo de la
32.
Ya tocaba en el ocaso del sol el fúlgido disco, y sobre el campo cayendo leves gotas de
33.
siempre labarba completa, cayendo muchas veces hasta el pecho; un pueblo deaspecto
34.
de los puebloslibres, ya cayendo en la de los despotizados; ya impía, ya fanática;
35.
abundancia: haces de mies cayendo sobre la tierra cansada
36.
» Sinada puede sostenerse en cayendo al principio de contradiccion, y estese funda en el mio, el mio es el cimiento de todo
37.
deellas, pero lo hacemos con mucha dificultad, cayendo con frecuencia enun círculo vicioso
38.
evoluciones; hénos aquí pues cayendo denuevo en la imposibilidad de conciliar la infinidad de la
39.
cayendo en la cuenta de que el sonrosado encantadorsemblante
40.
Iba cayendo el dia,
41.
cayendo en el abismonegro de la inconsciencia
42.
los claustroscantaba un chorro de agua, cayendo en profundo
43.
las lluvias, cayendo por las gárgolas ycanalones de los tejados, dormía en dos profundas albercas
44.
Después sonó el ruido de su cuerpo cayendo sobre
45.
tripulantes,rasgaba el silencio el ruido de los palos cayendo
46.
El viento fue cayendo poco a poco; el mar se levantaba por
47.
bailándoles porla espalda: y se les iban cayendo los sombreros
48.
frases ingeniosas y sutiles, cayendo aojos vistas en el amaneramiento
49.
madre, cayendo en lo interior del tiesto, en el quequedó hundida
50.
incrustaciones, en el galón de lascolgaduras, cayendo sobre el tapiz como una lluvia
51.
las abejastemibles cayendo en enjambre sobre una fruta entreabierta
52.
exceso de los tributos, van cayendo en lafraude y el encubrimiento, y que unos le
53.
piratas éstos atacaron en gran número el centro del Galeón, cayendo con furia por
54.
denieve continuaban cayendo del cielo, depositándose en el borde de lasventanas, y a
55.
Sobre la mesa van cayendo fichas de un duro y de cuatro duros, y placasde 50, de
56.
iban cayendo en el ánimo delMagistral como un riego de agua perfumada; la sequedad
57.
«¡Qué perturbación una hembra como ésta cayendo entre hombres queviven solos y trabajan!… Y aún
58.
cayendo los pueblosmusulmanes del presente
59.
cubierta, y todo comenzó a pasar sobre la borda, cayendo enel
60.
poblaciones del Norteindicaban cómo iban cayendo éstas, una
61.
con los brazos en alto, cayendo deespaldas ó de bruces, en una
62.
losmuertos, cayendo sobre el junker que le había abofeteado
63.
del parque, filtrándoseentre los árboles, cayendo en mitad de su
64.
seescapaba de los brazos de su esposa, cayendo en un sofá,
65.
cayendo de rodillas ante una cruz
66.
cayendo en un sopor, sinensueños, sin delirio, en la
67.
fuerza, que se rompió, cayendo en el fondo el pulpocon su presa
68.
que habíavisto siempre, con los cabellos opulentos cayendo en
69.
levantarse, cayendo sobre elrecién llegado
70.
Suslágrimas fueron cayendo en el brebaje
71.
Otros proyectiles fueron cayendo en torno del Mare
72.
cayendo sobre las espaldas delos forzados, acrecentó su fuerza locomotora, y el corsario
73.
encima de la cómoda, cayendo en airosospabellones por los
74.
41 Y, he aquí, un varon llamado Jairo, el cual tambien era príncipe de lasinagoga, vino, y cayendo á los
75.
4 Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decia: Saulo, Saulo, ¿por qué me
76.
41 Y hé aquí, un varon llamado Jairo, el cual tambien era príncipe de lasinagoga vino, y cayendo á los piés
77.
de la infidelidad, y cayendo ahora en lacuenta y reconociendo
78.
delespíritu, se puso en camino cayendo y levantando á cada
79.
La noche iba cayendo; los carruajes ya dejaban elPrado, y la muchedumbre
80.
Las lágrimas seguían cayendo en abundancia de los ojos de la generala
81.
cayendo sobre los valles[22]
82.
cayendo de lo alto, dió en la casa y la paró tal como laveis
83.
duran un momento y se deshojan cayendo en chispas: son los cohetes
84.
Un rayo cayendo sobre la casa; las palabras proféticas del festín de Baltasar apareciendo en la
85.
descomponerse en piezas, cayendo cada fracción por su lado
86.
chalet, y escuchando el rumor de las gotas delluvia, cayendo aprisa, aprisa, con menudo ruido de
87.
Alir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la
88.
ella, cuando le atravesaron losindios con las lanzas, cayendo al
89.
o Sítianle los indios, y cayendo en una trampa de ellos,
90.
cayendo en los hoyos que habian hecho, mueren
91.
estómago estuvieran cayendo el uno sobre el otro y subiendo a su garganta
92.
Ella perdió el equilibrio y fue cayendo en la bañera, el cemento del agitador se
93.
Así pues, están a pique de trabarse en riña cuando por fin se les ocurre cambiar de collado, Y helos aquí cayendo en la cuenta de que ambos tienen razón y de que hubieran podido ahorrarse sus injurias, porque desde uno de los collados se divisa un campanario, y un pino desde el otro…
94.
La cosa salió bien: aterrizaron en el suelo de la terraza, pasando por entre los geranios y cayendo de rodillas, derribando dos viejos maceteros
95.
Para los periódicos de difusión nacional era un caso menor -Marita, siempre tan Judy Garland en El mago de Oz, no terminaba de estar de acuerdo-, apenas una anécdota, con la que ha caído y sigue cayendo en la economía mundial y española, de consecuencias fastidiosas para un puñado de incautos o de adinerados, ajenos a su círculo y que, por lo que cabía deducir, le habían confiado a Meneses cantidades no excesivamente abultadas que él había manejado con el rigor de un prestamista de tercera
96.
Ante su corona de oro retrocedieron los diablos despavoridos, como atacados de convulsiones, tropezando unos con otros, cayendo, rodando en tierra
97.
En el zaguán, en el recibidor, los hombres, de pie, hablaban gravemente, mientras las mujeres rezaban en antífona en los dormitorios, con la obsesionante repetición por todas de un Dios te salve María, llena eres de gracia; el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, cuyo rumor se levantaba en los rincones oscuros, entre imágenes de santos y rosarios colgados de ménsulas, hinchándose y cayendo, con el tiempo invariable de olas apacibles que hicieran rodar las gravas de un arrecife
98.
La tarde está cayendo a espalda del viajero allá por Trijueque -donde las mosqueras hacen las mejores magdalenas de toda España- y por Hita -con su memoria del Arcipreste-, y el viajero gira sobre sus talones con parsimonia y comedimiento y vuelve la cabeza para despedirse del sol
99.
Torronteras también es de Icona, está completamente arruinado y no queda en pie más que la iglesia, que el peor día se acabará cayendo; en Torronteras viven ahora unos ecologistas, dicen que son austriacos, que cultivan cebollas y tomates biológicos, crían gallinas que ponen huevos ontogénicos y velan por que se cumplan las honestas leyes de la macrobiótica
1.
– ¿Sabéis a lo que os exponéis si caéis en desgracia?
2.
–Os lo contaré porque me caéis bien, compañero
3.
En un crescendo solemne, el mundo se abre y os traga a los dos, que caéis en la nada, hechos los dos uno
1.
Casi caigo de bruces al abismo, NO caí en esa profundidad porque estaba sentado en la cama
2.
Entonces caí en la
3.
Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí
4.
creí queel corazón de Luciana se apartaba de mí, y caí en el
5.
enfermo y caí con lafiebre amarilla, cual otros tantos que en
6.
En las mil alternativas y vicisitudes de mi vida, bajé, subí, caí
7.
puedo vivir lejos de ti;y si desde mucho antes no caí en el lazo,
8.
pasos, caí, con elsobresalto, y entonces llegó el ministro de la justicia que me trujo antevuestras
9.
el momento en que caí derodillas, sollozando, junto a la cama, y
10.
—Dialgunos pasos hacia el caballo, tambaleándome, y caí
11.
y caí dentro de una cueva de ratones
12.
laesquina del ministerio de la Guerra, caí en las manos del conde deSotolargo, y ése ya sabe usted que es pesado con un cincuenta por cientode recargo
13.
ello el otro día, cuando me caí en el estanque delparque
14.
porque las sábanas eran demasiado cortas y caí de una
15.
Apenas dueño de esta secreta revelación, caí en una
16.
escondidadetrás de un laurel y que caí en un acceso de júbilo sin
17.
dejara de su mano, perdí losbríos, y me caí en el suelo desolada
18.
vocación, pero luego caí en lacuenta de que era un vano espíritu poético; el misticismo fue la
19.
7 Y caí en el suelo, y oí una voz que me decia: Saulo, Saulo, ¿por qué me
20.
7 y caí en el suelo, y oí una voz que me decia: Saulo, Saulo, ¿por qué me
21.
Sólo aquel día caí en la cuenta
22.
Yo misma caí en la trampa cuando era estudiante: un amigo psicólogo que preparaba la tesis me pidió que participara en algunos experimentos
23.
En el preciso instante en que el monstruo sintió que la lanza se desprendía de las manos de Ja, debió abrir la boca para recibirme, pues cuando caí, aun asido al cabo de la lanza, la punta descansaba todavía dentro de su boca
24.
Entonces caí en la cuenta de que André, en renegrido, es cabezón y paticorto como Betty Grable, porque Betty era delgada, sí, que nunca he entendido muy bien el mérito y el encanto que tiene eso, pero también cabezona y paticorta, se ponga la Paramount como se ponga
25.
Comencé a trabajar como secretaria en el Colegio de Periodistas en 1981 y en 1986, cuando mataron a Pepe Carrasco, caí enferma
26.
Desde la calle, Mercedes tiró de la manta para borrar toda traza del escalo, y al hacerlo sucedió una cosa imprevista: una segunda manta, de cuya existencia no nos habíamos percatado hasta entonces, se desprendió de los repliegues de la primera y me cayó encima, cubriéndome de la guisa que se cubren los fantasmas y haciéndome tropezar con una raíz que del suelo sobresalía, con lo que caí de bruces hecho un paquete
27.
Caí en la cuenta: el dinero para la viuda de Sandoval
28.
También se encargó de mi valija, y yo me desnudé y caí rendida en la cama
29.
Un ruido extraño, como una oleada, surgió del fondo de la tribuna del público y se extendió por la sala, y sólo al cabo de un rato que me pareció interminable caí en la cuenta de que eran aplausos
30.
«¡Oh!», exclamé, y caí postrada en un sofá
31.
Rosie: ¿Recuerdas que el día en que cumplí los dieciséis me caí y me di un golpe en la cabeza?
32.
Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo; salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro
33.
Caí al suelo desmadejada, pensando que podía haber muerto si el destornillador llega a resbalar un instante antes
34.
Caí profundamente dormida
35.
Caí en el maletero, encima de Bill
36.
Sentado en una silla delante de una de las chimeneas del café, para pensar en ellos más a gusto, caí gradualmente desde las consideraciones de su felicidad en la contemplación del rastro que iban dejando los carbones ardientes, y pensado, al verlos despedazarse y cambiar, en las principales vicisitudes y separaciones que habían sucedido desde que yo había dejado Inglaterra, hacía tres años, y pensaba también en los muchos fuegos de leña que había percibido y que, al consumirse en ardientes cenizas y confundirse en plumado montón sobre la tierra, me parecían la imagen de mis esperanzas muertas
37.
Muchos viajeros se desplomaron, heridos, en el corredor central del vagón, y yo mismo caí al suelo alcanzado por una bala en la sien, que me hizo el efecto de un bastonazo
38.
Caí en la cuenta de que cada día se parecía más a Diane
39.
Entonces, caí en la cuenta
40.
Pasados unos minutos, se hizo el silencio alrededor de la mesa, y caí en la cuenta de que todo el mundo me miraba con una sonrisa alentadora
41.
Me recosté en la cama y caí en la cuenta de lo cansada que estaba
42.
Me dio un rodillazo en los huevos y caí hacia atrás
43.
Caí sobre una mezcla de lodo y hierba
44.
Fue al cruzar la puerta principal cuando caí en la cuenta: el motivo de mi ansiedad era el chasquido de una ramita
45.
Entonces caí en la cuenta de lo sencillo que le habría sido a cualquiera de la casa, o a cualquiera de fuera, subir y entrar sin ser visto en el cuarto de baño
46.
¡Oh!, exclamé, y caí postrada en un sofá
47.
Por suerte, se me enganchó la falda en un clavo y al abrir la puerta caí hacia atrás
48.
-Me caí -confesó, mostrando arañazos y machucones en una pierna
49.
Abrí la boca desesperado, tratando de meter aire en los pulmones, y conseguí ponerme en pie, pero empecé a temblar, di un par de pasos y caí sentado sobre un montón de tablas, mareado, sin poder recuperar el ritmo de la respiración
50.
No supe como paso la noche, caí en un sueño de muer-te y no desperté hasta el amanecer, cuando empezaba la faena de avi-var los tizones para hacer café y dar el bajo a los restos de las cabras
51.
Una vez que estuve en mi cuarto, caí a los pies de mi cama acometido de un acceso de desesperación
52.
Caí sobre ellos saliendo de la niebla y la lluvia;
53.
Cuando se creían seguros, caí sobre ellos con un grito que rasgó
54.
Las piernas no me sostenían, caí dos o tres veces mientras a mis espaldas disminuía el rugido de los aviones y se oían con más claridad los gritos, los quejidos, las plegarias y las órdenes entre los camiones en llamas
55.
Después caí en la cuenta
56.
Me acerqué a Lucas y caí de rodillas delante de él
57.
Y cuando caí en la cuenta de que, una vez más, todos los hombres de la familia venían con nosotros colina arriba, me entró miedo
58.
De pronto caí en la cuenta de una cosa
59.
Al pronto no le conocí; mas cuando cambiamos algunas palabras, caí en la cuenta de que era un señor pinche de las reales cocinas, con quien yo había trabado conocimiento cinco meses antes en el palacio del Escorial
60.
Entonces caí en la cuenta de algo
61.
No saqué nada en claro, pero caí rendida por el simple esfuerzo de intentarlo
62.
-Pero los franceses se retiraban cuando yo caí
63.
Caí como un conejo en la trampa de un zorro, pensé, Estaba decidido a continuar con el juego cuando de repente el barco dio una fuerte sacudida
64.
Creo que todavía estaba cantando cuando me caí en la cama y luego, bien arropado, entré en el más profundo de los sueños
65.
Al ver aquello, en el límite ya de la desesperación, di un grito agudo y caí desmayado bajo el árbol
66.
–No tengo queja -dijo el hombre de la caja, caí en la trampa de un mundo en el que las personas hablaban alto, pero aparentemente no hacían daño alguno
67.
Justo antes de que empezasen a cocinar, caí en un sueño profundo
68.
Pero al entrar en mi dirección e-mail, el mundo se hundió bajo mis pies y caí por un profundo agujero negro
69.
Luego caí en una repentina oscuridad, en las tinieblas en que viven los ciegos, la misericordia divina por fin, la misericordia del olvido absoluto
70.
Pues como te digo, caí de mi burro a poco de tomar el hábito y cuando ya mi locura no tenía remedio
71.
Interrogado acerca de su condición, nos reveló su origen cristiano, y yo caí en la cuenta de que él fue quien, al iniciarse la retirada, blasfemó al lado mío, haciéndome blasfemar a mí
72.
Y en ese momento caí preso en sus manos
73.
En la semiinconsciencia en la que caí, pude saber del ulular de la sirena, de la luz diurna que entraba filtrada por la mitigada opacidad de los cristales de la ambulancia, apenas translúcidos; de las palabras que, de manera totalmente inconexa, pero nítida, iban llegando a mis oídos para que mi cerebro las clasificase y atendiese y, luego, fuera hilándolas, con posterioridad y a fin de dotarlas de una interpretación, ciertamente interesada, acorde con el estado en que me hallo
74.
Caí de bruces en el asiento de atrás
75.
De repente caí en la cuenta de que había alguien más en la cámara, alguien de pie en un rincón y que me miraba atentamente
76.
Caí en la cuenta de que allí debía estar la explicación de su estado de ánimo
77.
Me encontré a solas en el recinto de llegada de ambulancias, silencioso y vacío, y caí en la cuenta de que probablemente todo el personal se habría marchado a casa debido al mal tiempo
78.
Entonces caí en la cuenta
79.
Una vez me caí con fuerza contra un poste y juré como todo un marinero, una habilidad de la que estaba orgulloso
80.
No había hecho avances dignos de tal nombre, pero caí en la cuenta de que podía mejorar un poco la situación de Bowen sin tocar la idea central de la narración
81.
Yo observaba, absorto como un picaflor hundido en la flor: caí en el silencio
82.
Fue al borde del agua, de todos modos, donde perdí pie, caí y me golpeé la sien con una piedra
83.
En ese momento caí en la cuenta de que Daniel Kohn aparecía en mis pensamientos con una frecuencia superior al promedio y que mi marido lo hacía con una frecuencia inferior al promedio
84.
Caí como el maná de los dioses, para ocupar el lugar vacío en los entretenimientos que siguen a la cena
85.
Por unos segundos hice esfuerzos por no perder pie, luego caí hacia delante y me aferré al alféizar de la ventana
86.
–El World… -murmuré, ensayando su pronunciación, y entonces caí en la cuenta de su significado
87.
Caí de rodillas junto a la silla mientras ella pugnaba por levantarse y la rodeé con mis brazos
88.
Me recosté en una puerta de retrete y caí hacia atrás al abrirse ésta
89.
Y al beber el agua de la segunda fuente caí en un profundo sueño
90.
Y entonces comprendí y caí de rodillas, entonando la gloria de mi Señor
91.
Y bebí y caí como muerto
92.
Tras una larga conexión con el módulo, caí rendido sobre el catre
93.
Me puse en pie y busqué con ansiedad a la madre del Maestro, pero pronto caí en la cuenta que aquel intento de identificación era ridículo
94.
Pendiente de aquellas maniobras no caí en la cuenta de que la minúscula representación del Sanedrín se había visto incrementada por otro grupo de sacerdotes, recién llegados a la base del Gólgota
95.
Caí al suelo, medio inconsciente y, cuando pensaba que mi cabeza iba a estallar, todo cesó
96.
Con un grito ahogado caí de rodillas
97.
Y caí en la cuenta
98.
Y hecho un lío… caí en la trampa
99.
Y caí en la trampa
1.
pan del cielo, caía todos los días, por la mañana y cada uno
2.
causa de la precipitación no pudieron afirmarla y si se les caía delataría su presencia
3.
Mas cuando caía en
4.
a mi se me caía el alma a los pies
5.
Cualquiera caía en la trampa de creer que su silencio otorgaba
6.
que caía sobre la acera, con las piernas dobladas y la frente rasguñada
7.
Todo el tiempo caía sobre él en cada uno de sus respiros, intervalos de sueño, pasos,
8.
Creyó que se le caía encima el techo deldespacho y todo el Ministerio de la Gobernación
9.
caía hacia el lado de siempre
10.
Recuérdese que el salón caía al jardín
11.
El aguaretozaba en el surtidor y caía desbordante en el pilón
12.
Mas no por eso caía en
13.
La música de los campanarios caía sobre la ciudad en frescas oleadas yse difundía por el valle,
14.
brutalidad: rompíanse los cántaros al choque de veinte manos que los querían coger, caía el agua
15.
caía de lo alto
16.
El Seminario, por la parte de losdormitorios, caía sobre un profundo barranco, ya en las afueras de laciudad
17.
y suelto según el gusto de laépoca, le caía en bucles sobre el
18.
Al expirar el plazo, cuyo término caía en lunes, don Juan
19.
Jamás caía en su anzuelo una trucha ni una tenca; sus
20.
Las salmodias de los capuchinos comenzaron con un nuevo vigor, y elhombre de la casaca roja continuó la obra de su purificación, mientrasque el gitano caía de nuevo en sus meditaciones, porque la joven que lellamara la atención había desaparecido
21.
que no se le caía de loslabios desde que leyera la gacetilla del
22.
caía, le enfriaron hasta los huesos
23.
dejaba ir hacia atrás, y cada vez meimaginaba que caía en los
24.
de agua lentamente con elhilito que caía de la canal, los jóvenes
25.
Cada vezque el lego veíase ante el altar, caía de rodillas,
26.
Por suparte Fernanda caía en
27.
cual caía muy en gracia almaestrante
28.
cual caía en claras cintas el agua, causando undulce ruido, que al
29.
El sol se había puesto, caía la tarde; paseaban por
30.
Entonces caía anonadado, sudoroso, sobre una poltrona y murmuraba en elsilencio del cuarto,
31.
caía á torrentes ychirriaba el duro cabrestante, y la cuerda gemía
32.
Seguía lloviendo, y bajo el velo de agua que implacable caía
33.
sefiltraba y caía en sonoras gotas
34.
Estaba ya manejando la lima con destreza y la limadura de hierro caía enpolvo sin producir el menor ruido
35.
espumeantes caía al suelo yse revolvía furiosa, volcando los muebles, hiriéndose con
36.
mientras que Facundo caía por elSur
37.
El recogimiento que caía entonces
38.
amarilleaban, caía en torno deellas hojas y flores maduras y se
39.
en cuando, a través de la atmósfera caía lalluvia fina y caliente,
40.
codos en la balaustrada que caía sobre losfosos y allí permanecí
41.
los caballos piafaban yrelinchaban al sentir que el forraje caía en
42.
Caía la tarde y las dos amigas se despidieron
43.
En el centro del patio, o refrescaba el ambiente un surtidor que caía enroja taza de bruñido
44.
caía y caía por debajo de suchaquetón, goteando en el suelo
45.
gentesdesconocidas: ellos sólo la comían cuando caía alguna
46.
María de la Luz caía y caía en el agujero negro de la
47.
detrás de ella? Y la barreracreada por la imaginación caía repentinamente, y otra vez volaban por
48.
El laúd, panzudo y pesado, caía tras cada ola con un solemne
49.
inflamadaparecía liquidarse con la transpiración, y el sudor caía
50.
Y sir Evandale, inundada en sudor la frente, caía en una
51.
No se les caía de la boca
52.
Salomé ostentaba en su muñeca el ridículo, que caía sobre el
53.
que caía y el rechinar de la puerta
54.
todo el oroy el alfójar de la gualdrapa color de amatista que caía hasta los cascosdel
55.
cuesta; y la canción caía yse alejaba con ella graciosamente
56.
caía en su diestra mano laextremidad del cinto de Gualtero, al que había anudado éste
57.
La verdad es que me caía muy en gracia aquella chiquilla, con suentonación
58.
educandasinternas, a quienes reconocí por el chal blanco que les caía por laespalda
59.
A Villay al duque les caía en más gracia que a mí
60.
Lo inservible caía en el suelo, pegándose a las piedras como
61.
su gorro dealgodón le caía en medio de la espalda
62.
cofia de tafetán negro y vistiendo untraje azul que le caía en largos pliegues hasta los
63.
Después de estos momentos de exaltación, el doctor caía desmayado en elmuro de
64.
señora echó a correr, mientras la niña,vacilante, caía de rodillas, suplicando:
65.
caía encima Vetusta y sólo pasaba en su recintolos días en que le reclamaban sus árboles y sus
66.
degeneraba y caía en los pleitos, torcía el gesto y dejabade atender, para abismarse en la
67.
Después de la absolución enjugó una lágrima que caía por su mejilla, selevantó y salió al
68.
La casa se le caía encima
69.
lederretía las alas al pensamiento y caía en la tierra, que ardía, enconcepto de Ana
70.
Si caía en los lazos
71.
«¡Ironías de la suerte! El fruto que seofrecía, que le caía en la boca, allí
72.
Caía el agua a torrentes
73.
la misma Regenta que caía, caía,gracias a ella, en un agujero sin fondo, que estaba, sin saberlo
74.
—Que a Rosalía se le caía la baba con esta adulación, no hay para quédecirlo
75.
algo, y ella caía en la tentación, unas veces porquese le presentaban verdaderas
76.
hombre se caía al aguacon su traje de etiqueta y su flor en el ojal; pero no, se mantuvo firmey
77.
evidente que, esa multiplicación indicaba que elmatrimonio caía
78.
farsas; caía Granada y se embarcabaColón
79.
tiraban de él losnegros, y caía de espaldas en la piscina con un
80.
» Y el cajón caía al mar
81.
heridos parameterlos en el edificio, á pesar de que éste caía en
82.
¿saliódoña Rosa de su error? Difícil es la comprobación en tales casos, y porlo mismo nos limitamos a decir que, aclarados ciertos particularesoscuros sobre la mujer enferma y las relaciones que con ella y con lahija tenía su marido, lo demás se caía de su peso, se infería sinesfuerzo, y no era digno de una señora el informar a una persona extrañade secretos de familia que quizás realmente ignoraba
83.
caía alguien de ciertonombre
84.
direccionesmiradas de pavor, hasta que caía muerto de cansancio en la cama
85.
La nieve caía tras los cristales; pero en el gran edificio del tribunalhacía calor
86.
procuraba simular que se le caía la baba,combatiendo con gran trabajo la tentación de
87.
Y él caía y caía,durante
88.
inmemorial en el suelo, caía a veces la mitad de los documentoshecha añicos por el diente
89.
de pana azul,en actitud de cansancio, dejando desinflarse la gaita, cuyo punteiro caía sobre los
90.
A todo esto la tarde caía, y en
91.
No había mas que tirar de los sedales y una nueva presa caía
92.
lecho,flotaba unos minutos y caía pesadamente en el fondo,
93.
espesa y blancacomo la albúmina, que caía sobre los buques,
94.
El vino fuerte y alcohólico de las costas de Levante caía en los
95.
Caía la tarde
96.
Torcíalo en seguida contodas sus fuerzas y caía el
97.
les caía en pliegues rígidos sobre el pantalón de lana,y
98.
muy volado,la mitad del cual caía sobre el patio de las cuadras,
99.
caía en sus manos!Fisgoneaba en los pasillos y acudía a la
1.
Pero de un peligro caíamos en otro, y cuanto más
2.
Hemos tenido que quitarnos los galones por si caíamos en manos de los bolcheviques»
1.
demasiado arriesgado para él, al talonario ligado a los fondos del Ayuntamiento se le caían las
2.
se caían de bruces en la arena uno encima del otro, y se ponían a
3.
para ella, ya que su enfermedad, declarada, le aliviaba las distancias, que caían sobre
4.
caían a medida que la pasión
5.
Los partícipes iban llegando a la casa atraídos por el olor de lanoticia, que se extendió rápidamente; y la cocinera, las pinchas y otraspersonas de la servidumbre se atrevían a quebrantar la etiqueta,llegándose a la puerta del comedor y asomando sus caras regocijadas paraoír cantar al señor la cifra de aquellos dineros que les caían
6.
siempredispuesto a hacer el mal, complaciéndose en atormentar a los animalesque caían en sus
7.
se entretenía en atormentar los insectos que caían en susmanos, y de ellas no escapaban con vida
8.
Amenazábanos la lluvia, caían gruesas gotas, y en el bosque cercanoresonaban las arboledas
9.
Eran las de López las que llamaban; unas «perchas », según Amparito, alas que caían
10.
fijaban en la lluvia de perdigones fríos que caían en tornode ellos; y si «por casualidad» se
11.
ruidosa metralla, cubriendo el aire deobjetos; los cristales caían rotos, y hasta las persianas
12.
cuya frente caían las lágrimas del viejo,mezclándose con el agónico sudor
13.
los tableros y en los cortinajes, roídos ya,se arrastraban, caían, volaban,
14.
grande, que unas se arrojaban de las ventanas, otras de loscorredores y otras caían
15.
Los cabellos caían por su espalda;
16.
»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas dela casa de un moro
17.
mismaadmiración en que caían todos aquellos que la vez primera veían a donQuijote, y morían
18.
por verle, admirados con la admiraciónacostumbrada en que caían todos aquellos que la vez
19.
Unos tropezaban en él, otros caían, y tal hubo que se puso encima un buenespacio, y desde allí,
20.
las redes, caían en el peligro de que ibanhuyendo
21.
entornada lapuerta del palco, cuyas cortinas caían rectas,
22.
desorden, sedesparramaban por el espacio o bien caían en
23.
Sobre lacama caían cortinas de
24.
excesivamentepequeñas, y a lo largo del cuerpo caían los
25.
deseosas de humillarse, caían casi hasta elsuelo de ladrillos
26.
rotos yastillados los troncos, en torno de los cuales caían
27.
y alsalir de ellos caían en el tren de laminar, una serie de
28.
volar las piedras por encimade la negra masa: caían con
29.
vacíos; caían muchos con lacara cubierta de sangre, tropezando
30.
santos! Y caían de cabeza en laría las vírgenes y los
31.
cuerposmuertos que a la mar caían, y sangre que en la mar se
32.
Fuera, entre hilos de lluvia que caían con
33.
caían concierto desorden sobre la frente; porque inclinaba la cabeza dejando verel
34.
por uno de los rizos que caían en desordensobre su frente, alborotándose más y más
35.
y a pesarde que la noche estaba lejos, las sombras caían
36.
Las primeras lluvias del invierno caían con insistencia sobre lacomarca
37.
y encanecidas greñas que le caían sobrelos ojos
38.
habían sido muertos,pendían de las horcas que caían en los
39.
tirabancon las flechas y caían dentro del fuerte, y éstosno osaban venirse á él, dudando de la falta
40.
laspersonas ordinarias no caían en la cuenta de su aristocrática y naturaldistinción, y sólo las
41.
Sus manos transparentes caían a lo largo delcuerpo y se
42.
Sus cabellos caían, desatados, sobre la seda tornasolada de su
43.
Caían las flores delos árboles y caían sin tristeza, porque en su
44.
mejillas caían en elvino
45.
Las puertas de los edificios caían a culatazos
46.
los representantes del rey; lospueblos quedaban desiertos y caían en ruinas
47.
Y lloraba, repitiendo tenazmente la semejanza entre su hijo y lospájaros que caían en invierno
48.
Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los
49.
un día en el cerrado dormitorio, caían en losrincones o se
50.
caían piedras de todos tamaños,y una de ellas pasó rasando la
51.
lengua, muchos inocentes caían en ellazo, y las miraban
52.
caían también debajo del fuero de lacursilería, porque esta
53.
Suschistes brutales, lo mismo caían sobre los hombres que sobre lasseñoras
54.
ansiedad cuandoalgún ruido se sentía en la escalera; y al cerciorarse de que no era loque aguardaban, caían la una en su abatimiento indiferente, la otra ensu calmosa, melancólica y disimulada agitación
55.
Cuando caían al suelo desgajándose en agua, veíase lasegunda
56.
Los que caían se quejaban apenas conel
57.
guardas caían despavoridos entorno del sepulcro
58.
caían de las vertientes
59.
cerrado por la ira militar, caían los enemigos deshechos por lasmetrallas y por las
60.
alto, incluso la gran escalera de encina tallada, lashojas perezosas caían sobre sus
61.
blancos también los desmesurados bigotesque caían laciamente hacia el cuello,
62.
pájaros, mustiábanselas flores, caían al suelo los seres animados, se hacía el silencio
63.
chinches caían del techo, las pulgas saltabansobre los baldosines
64.
durce en lasCambroneras como si lloviese del cielo: los manrelaos caían
65.
Pero a medida que trepaban se les rechazaba a culatazos y caían en suspropias filas
66.
desconchaba, las tejas caían a tierra, y frente porfrente, en dirección de las barricadas,
67.
que caían al azarsobre sus sienes descarnadas y sobre los pómulos de sus
68.
dispuestos a devorarse;pero luego caían de nuevo en el abatimiento y la languidez
69.
descarnados, las facciones rígidas y duras, los cabellos sueltos,que caían sobre sus
70.
lastimaba su corazón, y la gloria del valle yla canción del río, caían sin encantos en la sombra de su espíritu
71.
blancas yrosadas de los frutales caían muertas sobre el fango: el granizo lasdespedazaba; todo
72.
estrecha galería, huyendo dellátigo, caían al suelo en confuso montón, mientras el zurriago les
73.
y mesetas del Corfín, caían sobre la sierra, searrastraban por sus cumbres, resbalaban hacia
74.
«Sí, aquel tiro era el de Álvaro, los tordos, inocentes, caían a pares,y el ladrón de su honra
75.
Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogíanlos hombres
76.
agua que caían de loscanalones a chocar en las aceras
77.
las velas, desinfladas, caían a lo largo de los palos;el mar, como un cristal fundido, reverberaba
78.
Pero la bujía temblaba en su mano y lasgotas de cera caían a su
79.
¿A qué parte delmundo caían las
80.
el hombre de acero con el trueno al hombro, losindígenas caían
81.
y mujeres, jóvenes y ancianos, se empujaban y caían al suelo
82.
muebles frágiles, de los que caían objetos
83.
Caían por todos lados
84.
Sus ostentosas y cómodas viviendas no caían en las anchas calles ocalzadas que separaban entre sí los diferentes predios
85.
Para mayor abrigo, llevaba don Liborio atado a la cabeza un pañuelo dealgodón, dos puntas de la lazada del cual le caían por detrás, y encimase había encasquetado el sombrero de paja
86.
Los sillares caían
87.
perforaban el follaje; caían conblando chapoteo, de tarde en
88.
cuando caían gruesas gotas, pero antes de quelas nubes
89.
ojos caían escamas, como de los delapóstol hebreo en el
90.
Hombres y peces carnívoros caían sobre ellos abriendo anchos
91.
instante en la escoba, y después de echar haciaatrás algunos rizos que le caían por la
92.
del cual caían dichoscabellos en rizadas ondas de oro, casi hubieran dado al gentilextranjero la
93.
pues, solamente caían losdesdenes y vejámenes del empleado
94.
Sus cabellos mal peinados caían
95.
sedesprendían de las ramillas y caían al suelo como
96.
chupadolas brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían,
97.
el color y las figuras y los sonidos deltriste cuadro caían a
98.
apoyándose en el pasamano, y laslágrimas le caían gota a gota,
99.
yespantosas, á cuya vista caían desmayados en tierra los
100.
con el sudor, las mejillas se inflamaban y losnegros y mal peinados cabellos caían en
1.
Tan pronto te llamaba Nikolai e incluso te tuteaba, igual que si fueras su favorito, como luego, por cualquier bagatela, caías en desgracia
2.
–¿Sabes? Al principio me caías bien -dijo el chico-, pero eres una auténtica perra engañosa
3.
¡Están listos si creen que voy a dejarme! Veo claro: en cuanto me sacaran en camilla caías tú en sus manos
4.
Si calculabas mal los saltos y te la pegabas, por lo general caías de cabeza
1.
El cuarto estaba casi a oscuras; por las rendijasde la madera penetraban dos o tres rayos de sol, agitando millares deátomos inquietos que bullían como polvo de luz; las galas estabanesparcidas sobre un sofá de raso, y el corsé de seda azul con trencillasblancas, caído al pié de una butaca
2.
Las sábanas habían quedado por unmovimiento tirantes y presas bajo el peso del cuerpo, modelando a trozosla forma que cubrían; el embozo caído dejaba al descubierto algo más queel nacimiento del pecho
3.
Esta acción espor sí sola muy interesante, y á pesar de la manera poco artística conque se desarrolla en la comedia, no deja de hacer impresión; pero seechan de menos en ella otras bellezas, que indudablemente la hubieranrealzado, si hubiese caído en las manos de un verdadero poeta
4.
Viéndole caído en el suelo, y que los pastores ya se habían ido, bajó de la cuesta hasta él y, al hallarlo en tal mal estado, le dijo:
5.
De lo contrario, habrías caído antes entre nuestras garras
6.
caído en la red
7.
colosales, para los cuales habían caído todos los límites
8.
para apartarse a un lado el mechón que le había caído sobre la cara
9.
el mismo efecto que un plato vacío caído boca abajo en las losas de un mausoleo
10.
bosque, a unos pasos tan sólo de los muros de la casa, había un tronco, enorme, caído
11.
precipitación caído sobre ella misma; por el contrario, de haberse desbordado el río, dado el
12.
Muchos espíritus que han caído en la trampa de la belleza
13.
Maldita la hora en que había caído
14.
fijas en el culo caído y la carne
15.
Cada vez que notan que han caído en un estado disfuncional, pueden
16.
Por fin una mujer agitanada y con faldas depercal rameado, el talle muy bajo, un pañuelo caído por los hombros, elpelo lacio y la tez crasa y de color de terra-cotta, se pareció porallí de repente, y quiso dar una lección a las vecinas delante de lasseñoras, diciendo que ella tenía agua de sobra para despercudir y chovelar a aquel ángel
17.
Laseñorita Jacinta fue quien primero llevó los parabienes a la cocina, yla pincha perdió el conocimiento por figurarse que con los tristes cincoreales le habían caído lo menos tres millones
18.
Inclinose para coger los libros que se habían caído al suelo
19.
Excelentes personas han caído en la110perdición; santos hay que fueron perversos
20.
¿Si te habrá caído en gracia?
21.
—Y ¿para qué?—exclamaba el pobre don Santiago, devorándose laslágrimas y paseando maquinalmente alrededor de su cuarto, con las manosen los bolsillos del pantalón, y el gorro de panilla azul caído sobre elentrecejo
22.
Un chal de listado tenía siempre puesto y caído sobreun hombro; y no había quien, cuando remataba una frase que le parecíaintencionada, se echase por la espalda con más brío el chal de listado
23.
Entre 1978 y 1982 el PIB había caído en un 16%; el crecimiento económico pasaba del 6
24.
Considerando como año base 1980, el nivel del salario real había caído a 29,2 en 1988, a 6,5 en junio de 1989 y a 1 en diciembre de ese mismo año
25.
entre las naciones vivas, y añade Draper: «sieste justo castigo no hubiera caído sobre
26.
energías para considerar el doloroso sucesoque había caído
27.
ese el tiempo corridodesde que ella había caído en la cuenta de
28.
que se había caído era la mía
29.
remordimientos de haber caído en lasaprensiones que le tenían
30.
parecieron siglos, estuvocomo muerto, caído en su butaca, inerte
31.
También cuando sus compañeros abren el odre de los vientos Ulises cuenta que ha caído en un sueño profundo
32.
complacía en atacar al caído Imperio; Sarmiento ledefendía acalorado y lleno de brío
33.
caído cuatro años antes, cuando sufrió una pulmonía que puso enconmoción a toda su familia?
34.
había arruinado, había caído hasta en la deshonra porhacer su papel en la comedia del mundo, y
35.
ha caído una granada en el techo de esa casa
36.
—Has caído en contradicción
37.
había caído en una expresión de extemporánea eimbécil
38.
baches enque habían caído, obstruían el paso, y los tiros de
39.
Inclusoparecía que el pueblo le había caído en
40.
comprendí el abismoen que había caído
41.
la vida que porsalvar el alma, y por ello haber caído é incurrido en la Sentencia
42.
consignar que apenas los alguaciles vieron caído alalcalde y que los soldados llevaban
43.
en ellos no ha caído, se lodebe a su ignorancia, mal gusto y
44.
cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes quela sangre se yele, la
45.
vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de laprofesión caballeresca; y, de aquí adelante, yo
46.
Viéndole, pues, caído en elsuelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y
47.
Y así era la verdad; porque, habiendo caído el Diablo con el rucio, porimitar a don Quijote y a
48.
tierra de mi seco ingenio ha caído; la cultivación, el tiempo queha que le sirvo y comunico; y con
49.
Calló Sancho y diole un paño, y dio con él gracias a Dios de que su señorno hubiese caído en el
50.
atormenten los malignos espíritus; y de haber caído unavez en el fuego, tiene el rostro arrugado
51.
que da altravés en la arena; y no por verle caído aquella gente burladora letuvieron compasión
52.
puestas, y he caído en eldescuido del que yendo sobre el asno, le buscaba
53.
ninguna cosa hesido culpante de la culpa en que los de mi nación han caído
54.
el error en que yo he caído, de que hubo y haycaballeros andantes en el mundo
55.
El diputado, contra quien iba a sublevarse don Acisclo, estaba caído enaquel momento; pero
56.
parecía ser ángel caído sin redención posible
57.
Entonces vio caído en el suelo un papel
58.
medio borradaspor las lágrimas que habían caído sobre el papel,
59.
Antes que la inexorable hacha del leñador haya cortado en viguetas,palos y ramajes el árbol caído,
60.
Este árbol medio caído, es también
61.
chocarcontra la madera donde él flota, ó un palo caído en la corriente saltahacia los leñadores, y algunos de ellos, lívidos y sangrientos, flotarántambién en compañía de los muertos pinos, por el río abajo; los que
62.
temo; como haya caído el unocaerán los otros; pero sigo la relación de mi
63.
—¡Qué brutalidad!—dijo el tropezado recogiendo un pesadotalego que había caído
64.
Por último,habiendo caído en sus manos un libro sobre
65.
también en sus ojos y en la copa de la vida aún nohabía caído
66.
Robertoquien, desde ese día de espanto, había caído en un
67.
casa en unadral; se había caído del caballo y sufría de graves
68.
yeso había caído y dejabaaparecer las piedras negruzcas de las
69.
caído el cuello y el cochero tumbado enel pescante deletreando
70.
conocedor de los antecedentes de Pateta, le había caído engracia
71.
manaban sangre: elsable estaba caído a pocos pasos, y él, con la
72.
parecía caído entre los escombros de un reducto, sinosacrificado
73.
que fuea buscar en silencio el sombrero que se le había caído,
74.
A los tres meses de su regreso había caído ya en la misma vida
75.
por el esfuerzo; yrecordaba á otros que habían caído en aquellas
76.
Aresti, con los pies inmovilizados por el cuerpo del caído,
77.
bronce con el ropaje caído, que produjerongrave escándalo a su erección,
78.
Han caído fuertes chubascosque
79.
Disipada la lástima, adivinando que la chiquitahabía caído en desgracia, las criadas
80.
siempre el amor, en él por vos haya caído en breves horas, yde
81.
El grupo de enviados del gobierno avanzaba hacia el caído, y Flimnap loincrepó
82.
¿Por qué permanecer al lado del caído sin hacer nada? Elgobierno tenía enemigos y el Padre de los Maestros también
83.
Lebrune,la lectora, esperaba, el libro caído en el regazo, la orden
84.
Diciendo esto ha caído desmayado, y cuando, gracias a
85.
Esta disposición de espíritu en que he caído desde hace
86.
Tres de aquellos miserables siguieron golpeando al caído para rematarlo,mientras el otro
87.
Juan de qué modose había caído de un caballo, al llegar al punto de
88.
un caracol á otro, en otraparte levantaba un rodrigón que se había caído, etc
89.
AÚN no ha caído la última hoja de los árboles y ya arde el fuego en lachimenea
90.
oye! Se ha caído en el caz, y casi
91.
valores han caído en poder de los malvados
92.
A pesar del abatimiento en que hemos caído, y a pesarde la admiración
93.
cartas de juego, más bien sucias, que había caído de labolsita, y el cual
94.
Percival, había caído el golpe terrible sobreellas, y comprendí en el acto que era
95.
Ha caído en un misticismoextraordinario, hasta el punto de edificar con su piedad al capellán
96.
En pie en medio del salón alumbrado por dos lámparas de encima de lachimenea, caído el abrigo hasta
97.
Y eso que el buen hombre, gracias á su amigo, no había caído en lamayor ratonera de Madrid; no había