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    Use "tocar" em uma frase

    tocar frases de exemplo

    toca


    tocaba


    tocaban


    tocabas


    tocado


    tocamos


    tocan


    tocando


    tocar


    tocas


    toco


    tocábamos


    tocáis


    toqué


    1. Difícilmente se hallara en la historia tan elocuente prueba de que elarte dignifica lo que toca, y hasta con la fealdad rayana en lorepugnante, causa impresiones gratas, como esta serie de mamarrachosdespreciables eternizados por el genio de un hombre


    2. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer vestida totalmente a la morisca, cubierto el rostro con una toca, un bonetillo de brocado en la cabeza, y vestida con un manto grande que desde los hombros a los pies la cubría, todo lo cual fue la admiración de las mujeres presentes, quienes, debido a que por esos lares no veían todos los días una extranjera con esa vestimenta, la rodearon con la curiosidad más grande del mundo tan pronto como su acompañante la apeó en sus brazos


    3. lo visto, le toca el turno a la loma de las torcaces


    4. toca fondo en las heces de su propia depravación; entonces suele intervenir la ley del péndulo


    5. Eso porque el hombre es un rey Midas al revés, todo lo que toca lo convierte en


    6. ¿Y por qué las pruebas del carbono 14 no la fechan cuando toca?


    7. White toca la puerta,


    8. toca la puerta y entra, Jhon estaba con


    9. noviazgo, sentirá ansiedad y culpa, creyendo que la relación toca a su


    10. Y si un día les toca dar la vida, lo harán con la sencillez de quien cumple una tarea más, y sin gestos melodramáticos

    11. Una desestabilización del sistema informativo, por supuesto, que afecta a un orden valorativo en su esencia misma: la desintegración del consenso en estos temas, lo que toca a la cultura política en sus raíces mismas


    12. Antes de que él es un complemento completo de personal militar, vestidos con sus mejores uniformes y todos vienen a la atención y Grailem saludo como una banda de música toca una melodía horrible


    13. de bueno o malo cualquier acontecimiento, toca el anillo y lee la inscripción


    14. —Aquíen los pueblos, señorita, se toca por todo:cuando uno va á morir, cuando muere, cuando es elfuneral y


    15. —¿A la jovencita rubia, la que toca muy bien el piano?


    16. Ella toca sin expresión, sin compás


    17. cuando es el Moisés de un arte delicado quien la toca


    18. A vuestra generación toca impedirlo; a la juventud que se


    19. que la del cencerro que toca el presiente y el romromde los


    20. firme en eltambor, toca haciendo un remolino con los brazos

    21. japonés su oración,se inclina y toca con este cordón un timbreque brilla junto al


    22. la clase delos salterios, que se toca con plectro ó con los dedos, menciónase porprimera vez en 868 y


    23. mano izquierda, mientras que la derecha toca las teclas delinstrumento, que están en la tabla que sirve de


    24. Es el atabal una media esfera,cubierta por cima de la circunferencia con pergamino, y se toca


    25. Y como cosa que toca tanto al bien, y pro comun de la republica destaciudad,


    26. Las afiliadas de lasecta vestían de beatas con toca


    27. Toca uno de los angulos de la pantalla del


    28. fulgorde relámpago estriba precisamente el peligro por lo que toca a laduración, pues


    29. || El que toca los ágomes


    30. hubiese engañado en lo que toca a la mutación de la señoraprincesa Micomicona; pero, en lo que

    31. toca a la cabeza del gigante, o, a lomenos, a la horadación de los cueros y a lo de ser vino tinto la


    32. suelo: bien así como los que están en eltormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos


    33. quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo,a quien por la mayor parte toca leer


    34. razón aborrecido de hombres cuerdos; y en la correción de viciosque generalmente toca,


    35. malos que sean, como se quieren las almas que nos danvida; a los padres toca el encaminarlos


    36. ocultar, sobretodo en lo que toca a las relaciones de sexo a sexo,


    37. Pero en lo que toca al


    38. El reloj toca las diez, todo está solitario en los alrededores, la


    39. Pasó por una avenida del parque, casisaltando, con la toca


    40. habiendotomado ustedes la iniciativa en este encuentro, les toca

    41. los años, y un día, día feliz para mí,me toca en suerte ir a decir a


    42. —Pos á mí—añade el comprador,—lo que toca al particular, también megusta la planta y el aquel de la


    43. con el palo,—lo que toca á mí, nome gusta meterme en la hacienda del vecino, que cada uno puede


    44. Y aun por lo que toca a laauctoridad de Su Mag


    45. promesasde Príncipes, es de consideracion grande, fuera delo que toca a su honrra escusar el


    46. rangoelevado que le toca entre las naciones del Nuevo Mundo


    47. la introducción en ella, harecibido una educación esmerada; dibuja con primor y toca


    48. , sino en cuanto lo toca con suactividad: y así segun que esta pueda extenderse á uno ó muchos


    49. identidad, en lo que toca á su esencia propia; conintuicion de causalidad, en lo relativo á lo que


    50. estadistincion es en lo que toca á los fenómenos denuestra conciencia














































    1. Los productos líquidos, que sacaban los hospitales de cadarepresentación, deducida la parte que tocaba á los actores, ascendían á140 ó 200


    2. Todo cuanto tocaba, lo corrompía


    3. Incluso a mí me tocaba una


    4. Uno de ellos tocaba la guitarra con


    5. La extensión que tocaba a cada comprador, acorde con la suma que aportó, fluctuaba entre un máximo de 62 manzanas y un mínimo de una


    6. Santa Cruz llevó la lista al comedor, y la iba leyendomientras comía, haciendo la cuenta de lo que a cada cual tocaba


    7. A mí me tocaba entonces irallá, para traer el resultado final de la votación


    8. —Eso te tocaba a ti


    9. Creyó el Capitán general que era él a quien le tocaba remachar el clavocon que el ministro de la Gobernación había fijado en la picota de susironías al insidioso partido


    10. También me encerré en mitocador en cuanto me levanté de la mesa: igual que el día antes; peroesta vez no fue para estudiar en el espejo afeites ni aliños que meembellecieran, sino para afirmarme en mis ya bien firmes propósitos,dando un repaso mental a lo que me tocaba hacer y decir paracumplimiento de la más delicada e interesante cláusula de mis planes

    11. y no se tocaba todavía la grancuestion que tanta curiosidad despertaba, la peticion de losestudiantes solicitando permiso para la creacion de una Academia decastellano


    12. Y precisamente en el momento en que la orquesta tocaba para empezarel segundo acto, nuestros jóvenes se levantaron abandonando elteatro con escándalo de toda la sala


    13. Tocaba más — tres instrumentos de


    14. complicidad que tocaba a ella,redimida también por la sangre


    15. «Cuando la acostaban, tocaba yo en el salón una melodía de


    16. tocaba el angelus, llamando a la oración a los fieles


    17. La larga estación de las lluvias tocaba ya a su término


    18. En cuanto lo que tocaba a la estancia de su habitación, dijo que no teníaotra que aquella


    19. dejarpor loco; a lo que respondió el del mandamiento que a él no tocaba juzgarde la locura de


    20. jáquimas;y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura, a socapa y sin quedon Quijote

    21. Dolfos había cometido la traición de matar a su rey; y así,retó a todos, y a todos tocaba la


    22. estar encantado, pues tocaba con la mano dostan contrarios don Quijotes


    23. que le tocaba en aquel instante


    24. —Pues bien: la noche que me tocaba de guardia en larecámara de la reina, cuando


    25. Fáltameañadir, para que sea completo el retrato, que era alto y seco; que veíay oía bien; que tuteaba á todo el género humano, y que se preciaba de notener pelillos en la lengua, esto es, de decir cuanto se le ocurría, conuna franqueza que tocaba y hasta pasaba á menudo sus límites,


    26. cambio, Cecilia apenas si tocaba en los manjares


    27. Si a unole tocaba la


    28. arriba con alcoba, tan bajas detecho que el conde con sombrero tocaba en elcielo raso


    29. herencia habíaaceptado, y a ella tocaba procurarla los últimos


    30. letra de los nocturnos y canzonetas que tocaba

    31. aquella casa los domingos varios poetas ypoetisas, alguna de las cuales tocaba


    32. Hablaba de todo conbastante lucidez menos cuando se tocaba el punto de la


    33. individuos del Consejo lo presidía durante un mes, cediendo susillón al compañero á quien tocaba el turno


    34. Tocaba el piano, cantaba en inglés y tenía la


    35. tocaba la guitarra y prescindía desentarse en los sillones y en todo mueble que tuviese brazos,


    36. Dió tres pasos hacia el salón y ya tocaba con la mano á la puerta cuandoesta se abrió por sí sola y


    37. Ya tocaba en el ocaso del sol el fúlgido disco, y sobre el campo cayendo leves gotas de


    38. interrumpieran la ejecución del Largo de Bach,que tocaba, la


    39. bandade Poniente, hacia el campo de los turcos, estabaotra compañía; á ésta le tocaba la guardia


    40. 000 hombresde guerra en el reino de Sicilia y sin dinerospara pagallos, de que tocaba

    41. Pero el fin de la civilización deEuropa tocaba ya a su término


    42. orquesta tocaba el God savethe Queen


    43. que tocaba á las traslaciones de la Bibliaque los rabines torcian á su propósito


    44. que tocaba á la expansión de los sentimientosmostraba una libertad censurable, una


    45. de que estaban bien cerradas, tocaba laspuertas de la capilla Mozárabe y de los Reyes, echaba un


    46. Erala música que tocaba en el paseo, frente al Casino


    47. tocaba el violín; pero, según se decía,le expulsaban de todos los


    48. gigante, que tocaba con la cabeza el balcón donde estaba


    49. trece años elniño tocaba en público y había compuesto tres


    50. ella: y le tocaba en el ladodel corazón: «¡Pero, muñeca,













































    1. cuales esperaban expectantes mientras tocaban con las palmas


    2. Su misión y su compromiso tocaban a su


    3. ¿Qué era aquello? Que losgranujas de la vecindad habían pegado fuego a un montón de paja que enmitad del patio había, y después robaron al maestro Curtis todas laseneas que pudieron, y encendiéndolas por un cabo empezaron a jugar alViático, el cual juego consistía en formarse de dos en dos, llevandolos juncos a guisa de velas, y en marchar lentamente echando latines al son de la campanilla que uno de ellos imitaba y de la marcha real decornetas que tocaban todos


    4. inclinaba a una banda, los lanzamientos tocaban en el agua


    5. piezas que tocaban siempre allí y en el salón delayuntamiento; y


    6. que me tocaban en el hombro, y que me decíanquedito, muy quedito:


    7. que los bebés tocaban en sus instrumentos una mudasinfonía, que causaba gran algazara en el


    8. Entre una y otra representación tocaban las músicas alegres polcas, y lagranujería de siempre,


    9. tocaban con los dedos, además de un adorno gracioso yrico: y a lo uno y lo otro


    10. sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando lasmanos, topó con dos pies de persona, con

    11. lasencilla historia de su muerte con mil pormenores que tocaban en lomaravilloso


    12. Al día siguiente, a las cinco y media de la mañana, tocaban botasilla enel


    13. Cuando entró en palacio por la puerta de las Meninas,sintió que le tocaban en un


    14. altos tocaban casi las nubes rojasque acompañaban al sol en su


    15. directa, otras indirectamente,siempre que tocaban tal punto aludíana las opiniones


    16. tocaban en cadagalera los instrumentos militares a la oración de


    17. ordenanza, y lascampanas tocaban a muerto


    18. viento de tierra lestrajo un redoble de tambores que tocaban generala y un rumor confuso devoces


    19. Puestos de pie tocaban los hierros delantepecho, y el


    20. ni aun sus pies tocaban la cubierta delvapor

    21. menestrales ojornaleros de los más listos; no tocaban mal, y siempre el Municipio lespagaba un


    22. suerte, que tocaban los atabales a compás y con muylindo orden, y luego venía la


    23. la cañada y oir las cornetas yatabales que allí tocaban furiosamente los veinte arqueros


    24. paseo ybailando con ella todos los valses y rigodones que se tocaban en lossaraos del


    25. personificación delpecado, se tocaban con el codo al pasar ante


    26. Losmúsicos tocaban con más fuerza, pero las parejas se


    27. Al fin tocaban el trapoviviente del fondo, la carne


    28. Sus manos tocaban las rodillas


    29. Los Golfines paseaban en los días buenos; en los malos tocaban el pianoo cantaban, pues


    30. muebles, y cuando tocaban a retirarse se metía otra vez en lajaula tranquilo como un

    31. averiguado el caso, se halló que los que tocaban lascornetas, eran dos negros de D


    32. vacantes y aun de las queiban a vacar, las que tocaban a turno de oposición o a


    33. en él, rebajó el pupilaje a cuatro pesetascada uno; de las cuatro pesetas que le tocaban,


    34. que tocaban en la alucinación; se sentía desfallecer, y comodisuelto, en una especie de plano


    35. trajes, y un sin fin de músicos tocaban armoniosas sonatas en lo alto de una gran tribuna


    36. aderezado con una escoba;las puntas del sombrero les tocaban los hombros; las casacas,


    37. pues, desagradable, cuando sintió que le tocaban en el hombro y vió á su lado la fisonomía


    38. Se había sentado en una silla baja y sus brazos tocaban las venerablesrodillas del héroe


    39. Mi compañera tomó manteca y una fruta del tiempo; yo tomé tres porcionesde fruta, dos que tocaban á mi


    40. Los vascongados que trabajan en el ferrocarril, tocaban la

    41. Nora notó que le tocaban el codo


    42. Según nos íbamos acercando a ellos en el Land-Rover, aumentaban la velo-cidad, bajando el cuello hacia el suelo y levantando tanto las patas a cada paso que casi se tocaban con ellas lo que en el ñandú equivale a la barbilla


    43. Los árboles trepaban a lo largo de los paredones, hincando garfios en las hendeduras de la mampostería, y de una iglesia quemada quedaban algunos contrafuertes y archivoltas y un arco monumental, presto a desplomarse, en cuyo tímpano divisábanse aún, en borroso relieve, las figuras de un concierto celestial, con ángeles que tocaban el bajón, la tiorba, el órgano de tecla, la viola y las maracas


    44. Y el coche siguió circulando, cada una de sus piezas moviéndose en una dirección mientras tocaban la peor sinfonía de la historia de la Humanidad


    45. Al llegar al gallinero, que se tambaleaba apenas lo tocaban, en cuclillas y con los dedos metidos en las gruesas mallas de la alambrada, por encima de su cabeza empezaba a oírse un cacareo sordo y a percibirse el olor tibio y repugnante de las deyecciones


    46. ) ¿Qué extraño! La misma melodía… La tocaban todo el día en el apartamento de al lado…


    47. Sus jueces estaban sentados y sus cabezas se cubrían con sombreros adornados de plumas, pero todos los demás se tocaban con el gorro rojo, en el cual llevaban la escarapela tricolor


    48. Mi hermano, gozoso del crecimiento de la familia, se extremó tanto en dar propinas y en hacer regalos, que yo estaba asustado y le aconsejé que se refrenara, porque los excesos de su liberalidad tocaban ya en el mal gusto


    49. De modo que se quedaban todo el día sentados sobre los hormigueros y tocaban el arpa judía, y si las hormigas los mordían se levantaban y se iban al siguiente hormiguero hasta que las hormigas los volvían a morder


    50. Algunos tocaban las tare, otros golpeaban pequeños tambores que hacían un ruido infernal, mientras los restantes entonaban loas al muerto














































    1. Y escupías y tocabas hierro


    2. Tocabas un hilo y, en el extremo opuesto, otro se movía


    1. él no jugara con dinero B, pero si hubiera ganado, los pies le habrían tocado el culo para


    2. tocado su fin, todos ellos


    3. considera los responsables de la circunstancia difícil que le ha tocado vivir


    4. le han tocado vivir en esa encarnación, o porque se ha reprimido el interior


    5. No he tocado o limpiar cualquier cosa: Me encanta el olor de la vieja! Sólo traje una pequeña mesa, una lámpara de gas, una pequeña cocina y un sofá para mis meditaciones


    6. relatar el veredicto que le había tocado en suerte


    7. tocado esa vía, claro el perfil iba hacia


    8. —Cierto; pero a Vuecencia siempre le han tocado las duras


    9. regla tiene excepciones; y una de ellas me ha tocado a míhoy,


    10. iræ, cuandoresonó bajo las bóvedas del templo, tocado por el

    11. El rabel siguió usándose enEspaña, idos los moros, y todavía lo hemos visto tocado por las


    12. tocado en el círculo de suscreaciones


    13. encarnado yblanco, y en las vislumbres que las piedras y joyas del tocado y de todo elvestido


    14. que aquel que fuere tocado dela enfermedad que pretende curar, en lo dulce y sabroso de sus


    15. Pepita presenciaba desde un rincón el tocado de su madre


    16. los hombres de guerra, de las cualesalguna habría tocado al


    17. —Pues entonces prefiero el lote que le ha tocado a ésta ensuerte—declaró de una


    18. Bien puedes decir que te ha tocado el lote de


    19. Sin embargo, si alguien hubiera tocado el cuello deSorege, hubiera


    20. del Gobierno, ni la tenacidad prolija deincubarla quince años, ni que haya tocado

    21. tocado en un momentodado, en puntos tan sensibles y delicados,


    22. delrevoloteo y el cobijo iba siempre acompañada de un precipitado redoblede tambor, tocado por


    23. tocado y en que la impiedadatea había estado de acuerdo con el más fervoroso catolicismo


    24. Lehabían tocado el punto vulnerable de su


    25. vendrían ya? ¿Leshabría tocado Dios en el corazón?


    26. Eres un gran hombre; pero no has tocado enel


    27. La patrona, dejando las ociosas lanas,dió principio á su tocado, que era algo complicado, porque consistía enuna restauración concienzuda de todos los deterioros que en su personahacían lentamente los años


    28. Desaparecían los cabellos bajo un tocado detristísimo


    29. Otro de los quehaceres que más tiempo la exigía era el tocado; casoraro, porque


    30. presumen, alobservar el tocado del gigante, la fiesta que se les prepara

    31. locos de alegría, ylas flores que hacían su tocado lavándose con rocío, volvió a leeraquellos


    32. no había tocado en ella»


    33. Tocado con esto a lo vivo el corazón amoroso de doña Agueda, preguntócon intención:


    34. Nucha, aquien el recibimiento del juez y el tocado de su señora habían puesto debuen


    35. oíanfrecuentes exclamaciones de las que no tomaban parte en el tocado


    36. Cuando el tocado estaba a punto de terminarse, penetró en la sala unjoven con la


    37. hubiera tocado ser sumarido, la hubiese puesto a asar en el


    38. eshambre—dijo Benina, que habiéndola tocado en la frente y


    39. —No, hijo: no me ha tocado más que una china en el cogote,


    40. tocado y el vestido,después de alegrar un poco los sombríos

    41. 45 Entonces Jesus dijo: ¿Quién [es] el que me ha tocado? Y negando todos,dijo Pedro y los que estaban con


    42. acabar; parecía que todo el infierno había tocado alarma y salido


    43. Marta creyó que en el papel de niña inocente que la había tocado enaquella comedia, había


    44. Los oficiales hacían su tocado, no menos difícil abordo que en tierra, y cuando yo veía a los


    45. tocado en todos los fondosde la corrupción y del vicio, ahitos de


    46. alentado, la hubiera tocado el corazon,¿estaria ahora esa jóven en Paris llamando á la muerte,


    47. transformada casi con el tocado de viaje y laanimación que encendía sus mejillas y arrebolaba su


    48. Dentro, era una exhibición decuantos objetos componen el tocado íntimo del niño y la mujer


    49. La nave se encontraba tan próxima que los dos compañeros podrían haberla tocado con sólo extender los brazos, de no tenerlos atados


    50. Explicó a continuación que los rollos del mar Muerto ofrecían, de un modo inesperado, la prueba de las alteraciones fraudulentas que a lo largo de los siglos habían sufrido los textos sagrados, pues, a diferencia de éstos, no los había tocado la censura













































    1. ¿Qué es lo que apellidamos dureza de un cuerpo?Esa resistencia que sentimos cuando lo tocamos


    2. Tocamos el reflejo de tu raza que conjuran los elfos durante la celebración


    3. Subimos las escaleras y tocamos el timbre


    4. Tocamos aquí un núcleo decisivo de la poesía de Leopardi: la relación entre un espacio restringido tranquilizador y el exterior desmesurado e inhumano


    5. –Y si lo tocamos, existe la posibilidad de que caigamos muertos en el acto


    6. La noche que empecé a creerle fue la noche que tocamos en Cristóbal, el último puerto de Valencia


    7. Ni tocamos ningún tema personal


    8. Tampoco nos tocamos


    9. Unas diminutas rayitas que tenemos en las yemas de los dedos que quedan impresas con bellos dibujos en cuanto tocamos


    10. Tocamos a la puerta y entramos tras oír que nos invitaba a ello

    11. Estamos cogidas de las manos, con los dedos entrelazados y de vez en cuando nos tocamos el pelo, la cara, nos abrazamos


    12. Hablamos amigablemente de tiempos pasados, comimos muy bien y tocamos música; por cierto que su primo es uno de los mejores flautistas que he oído


    13. No sólo sabía que los países no eran como su nombre me los pintaba, y sólo apenas, en mis sueños, durmiendo, se extendía ante mí un lugar hecho de pura materia enteramente distinta de las cosas corrientes que vemos, que tocamos, y que había sido su materia cuando yo me los representaba; sino que, también en lo referente a estas imágenes de otro género, las del recuerdo, sabía yo que la belleza de Balbec no la había encontrado cuando estaba allí y que la misma belleza que me había dejado no era ya la que encontré en mi segunda estancia


    14. Tocamos el timbre de una casa vieja en una calle del centro, nos abrió un hombre vestido con bluyines y comprobamos con profundo alivio que llevaba un collarín de sacerdote


    15. Cuando tocamos tierra, las visiones se disolvieron en la acritud del smog; el polvo de estrellas se convirtió en polvo de tierra, arenoso en los dedos, seco en la boca


    16. No supimos qué decir, pero de momento no tocamos el pan


    1. un eufemismo, diciendo por ejemplo que se tocan en el muslo para


    2. Tocan los mosaicos el sabor de un vino tinto,


    3. tocan el piano las señoritas que lo entienden


    4. qué retozón está hoy elcondenado! En cuanto se le tocan las


    5. tienen acentosmás penetrantes y tocan y hieren mejor el alma humana


    6. —Son las campanas de Nochebuena, que tocan a la misa del


    7. como la siringa, quetoca el dios Pan y aún tocan anunciándose por las calles loscapadores


    8. negocios que tocan al comun de toda laclerecía puede presidir


    9. observación que tocan en lo fabuloso


    10. señor, ¿qué hacenesos veedores? ahora tocan las empanadas de liebre, losplatillos á la

    11. A la ciencia, á la ley, tocan detener tamaña decadencia


    12. los dedosde los pies tocan el respaldo de la cama; trae uno las


    13. época; una de esas mujeres que acuanto tocan, imprimen el sello


    14. tormentos tocan a sufin


    15. que tocan a la delicadeza, he preferidoomitir los hechos antes


    16. mientras del otro pende el heredero cuyospies tocan en el suela


    17. llegue á encontrar lo que se busca,se obtiene un resultado muy provechoso, pues se tocan los


    18. alguna maneraentienden tocan en sus cosas fuera de su gusto


    19. Cuando tocan en las casas de


    20. Tocan arma; en un punto peleando

    21. gobiernos tocan los intereses eclesiásticos


    22. tocarsenunca, y sin embargo se tocan en la región inmensa,


    23. tocan las desastrosas consecuenciasde la desgraciada


    24. Cuando dos pastores tocan el cuerno


    25. tocan en la orilla del río, el cual seguía su curso majestuosohasta unos dos kilómetros


    26. nunca tocan el agua


    27. —Hay bromas de bromas, y a mí me parecen delicadas para un sacerdote lasque tocan a la


    28. ocurren las mejores tretashasta que tocan a romper el fuego


    29. señoras que cantan, y se lasaplaude; las hay que tocan el arpa, y


    30. hacen una gran rueda y en medio ponen á dosque tocan las

    31. laelegancia, que tan fácilmente tocan en lo cursi


    32. —Pues se han concluido mis vacilaciones y a casarse tocan


    33. no son la sociedad francesa; losgenios no tocan al pueblo en donde nacen; un don del cielo no tiene


    34. Que en los terminos tocan de divinas


    35. Y tocan de las nubes los confines


    36. ¡Y qué alegrías! ¡Qué triunfos! Entrar en las aldeas a caballo, la boinasobre los ojos, el sable al cinto, mientras las campanas tocan en laiglesia


    37. En el comedor, una noche, otra en el hall, las piernas se tocan


    38. Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni mezclar a propósito lo útil con lo dulce, han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues no pudiendo imitar a Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida, por no decir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cínico, entregándose a maldicientes, inventando casos que no pasaron, para hacer capaz al vicio que tocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren caminos para seguirle, hasta entonces ignorados, con que vienen a quedar, si no reprehensores, a lo menos maestros dél


    39. ''Esas alabanzas y encarecimiento -respondió el de la traza-, mejor os atañen y tocan a vos que a mí, compadre; que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo; porque el sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y apresurados, y, en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y doy la bandera desta rara habilidad''


    40. Nunca tocan el juguete hasta que digo “cógelo”

    41. nacida en el rincón donde las palabras no se tocan,


    42. Encantado de oírle, el CONDE se inclina hacia el PRIOR para elogiar el instrumento y las hábiles manos que lo tocan


    43. Los cingaleses tocan bien


    44. Se dice que las circasianas la tocan Admirablemente


    45. Sin embargo, lo consideraba uno de esos hombres fatales, poseídos de un idealismo peligroso y una pureza intransigente, que todo lo que tocan lo tiñen de desgracia, especialmente a las mujeres que tienen la mala suerte de amarlos


    46. Por ejemplo: insertar lengua, quitar dedo de la oreja; retirar lengua, acariciar cuello, deslizar meñique izquierdo por la delgada tira de piel que asoma entre jersey y falda (evitando, cortésmente, el ombligo); besar y semilametear garganta y cuello, «trabajar» oreja, y depositar mano sobre rodilla; dejar de «trabajar» la oreja y acariciar pelo, acercar labios a los de ella y subir con la mano pierna arriba, todo a la misma velocidad; cuando los labios ya se tocan casi con los de ella, mantener su mirada durante un segundo mientras la mano despega como un avión por la pista de su muslo, para aterrizar


    47. tan sólo lo que tocan los ojos del que vuelve


    48. Si tocan tu canción, puedes pasar


    49. Ya tocan llamada


    50. -Es que las tuyas echan fuego y cuanto tocan lo encuentran helado














































    1. Desde el asiento, un resorte apuntó, despertado por los baches de la carretera, píos dolorosamente me tocando, dejan de mi machismo


    2. Sonaron las campanas de varias iglesias tocando a rebato


    3. Tocando a Antonio en el pecho con la mano


    4. Déjase ir porla calle Imperial, y se detiene frente al portal del Fiel Contraste aoír un pianito que está tocando una música muy preciosa


    5. Y el pianito sigue tocando aires populares, que parecen encender con susacentos de pelea la sangre de toda aquella chusma


    6. Una vez, acaso no lo recuerde usted,estaba yo tocando, pasó usted y se detuvo en la ventana


    7. atravesaba la estancia, en medio dediscreta penumbra, y tocando


    8. Las campanas tocando a misa me hablaban de él


    9. tocando flautas,crótalos y salterios, que era cosa de gusto el


    10. tocando con el pie el agua de las fuentes?

    11. tocando enel muslo a su compañera


    12. el portero tocando otracampana en el portal


    13. su música tocando alegres aires


    14. mientrasla mujer se queda en su salón tocando el piano y recibiendo visitas


    15. los arcángeles tocando llamada, y losrubios soldados de la escolta divina descendieron de los


    16. cariñoso, tocando las manosde uno y otra


    17. Empezada la misa, no cesaron los tiros en el portal de la iglesia, y lagaita siguió tocando en el coro,


    18. del edificio tocando a unade las torrecillas


    19. me escondí en aquel recinto ruinoso, los pies tocando la


    20. Y tocando con sus manos en los hombros de cuantos había en el corro, sinexcluir al cura, que

    21. En tocando la hoja ella se cierra,


    22. inventando el acompañamiento según lo van tocando, de


    23. en punto, venía un hermano a la puerta y, tocando


    24. A las cuatro de la tarde ¿sabe? los hombres astán santadosa la puerta de casa tocando


    25. El trapero levantó la luz hasta el techo, tocando con cierto cuidado,como objetos


    26. con Robin a la cabeza, tocando la trompa, ydetrás los guerrilleros, que empujaban las


    27. Esto lo cantó bajito Joaquín Orgaz, tocando el tambor en la cabeza deGuimarán


    28. que tal vez loestaba tocando, y comprendían que el pudor, la vergüenza, mejor dicho,exigía un


    29. cantando unas cosas muy preciosas, y tocando la gaita


    30. estén tocando entre tanto los otros trabajan, y se conoce

    31. Porquegustaba en extremo de que le exaltasen y animasen en el combate cantandoy tocando


    32. casi tocando el suelocon el vientre


    33. el excesivo número queandaba por las calles, divididos en tropas, tocando sus cornetas, ydespidiendo


    34. todo lo que podia dejarle: pero esteesforzado y valeroso comandante, tocando en su guarnicion los


    35. melancolía filosófica y taciturna; seguía tocando con el esmero desiempre, aunque ya en vano


    36. Hasta que por fin Reyes notóque el organista estaba tocando variaciones sobre la Traviata,


    37. —¡Cómo! ¿Doña Inés y Pablo están tocando el clavicuerno?


    38. —Sí, tocando la trompeta con el del petróleo


    39. «Me parece—decía tocando el tambor con los dedos sobre la mesa—, quede golpe


    40. están tocando el arpa en las gradasdel trono del Criador

    41. Perico el ciego tocando la guitarra en un corrillo donde curiosean los pastores que han vuelto del


    42. iglesia de losDesamparados, tocando en ella el órgano, y


    43. en manolas mujeres y los hombres tocando instrumentos


    44. él que se gobierna una nación tocando la guitarra!


    45. ciudad medio despierta, tocando a misa, con esa algazaracharlatana de las campanas de un gran


    46. tocando al término de su carrera en el momentode nuestra rendición, iluminó nuestra bandera


    47. mientrasque sus labios amoratados estaban tocando la frente de uno de los niños,porque sin duda alguna


    48. La Santa Capilla, tocando con el Palacio de Justicia, es un prodigio de arte: de formas airosas y orientales, de pureza de líneas, de severidad arquitectural


    49. de la Luna está tocando, me encontré de improviso en la plaza de


    50. Tocando tambien con el puente de Rialto, el palacio bellísimo de














































    1. concepción de la justicia y persiguiera un cierto reajuste social, sin pretender tocar a las leyes


    2. tocar con los dedos algo grande, comparado con lo cual cuanto había logrado hasta el


    3. Entró, cerró la puerta y comenzó a tocar las notas de los Beatles


    4. También afirma lo mismo del inglés William Wills, el cual solía tocar el violín en las gratas veladas


    5. Él las rebotó y las lanzó hacia el recinto, al mismo tiempo procuró tocar los centros cerebrales de los vigilantes y establecer con ellos la conexión


    6. ¿Ni quién se niega, silos quiere bien, a que sus hijos brillantes e inteligentes, aprendanesas cosas de arte, el dibujar, el pintar, el tocar piano, que alegrantanto la casa, y elevan, si son bien comprendidas y caen en buenatierra, el carácter de quien las posee, esas cosas de arte que apenashace un siglo eran todavía propiedad casi exclusiva de reinas yprincesas? ¿Quién que ve a sus pequeñines finos y delicados, en virtudde esa aristocracia del espíritu que en estos tiempos nuevos hansustituido a la aristocracia degenerada de la sangre, no gusta devestirlos de linda manera, en acuerdo con el propio buen gustocultivado, que no se contenta con falsificaciones y bellaquerías, y demodo que el vestir complete y revele la distinción del alma de losqueridos niños? Uno, padrazo ya, con el corazón estremecido y la frentearrugada, se contenta con un traje negro bien cepillado y sin manchas,con el cual, y una cara honrada, se está bien y se es bien recibido entodas partes; pero, ¡para la mujer, a quien hemos hecho sufrir tanto!¡para los hijos, que nos vuelven locos y ambiciosos, y nos ponen en elcorazón la embriaguez del vino, y en las manos el arma de losconquistadores! ¡para ellos, oh, para ellos, todo nos parece poco!


    7. En aquel momento la orquesta empezó á tocar unvals


    8. Al hallar el navegante, en quien esa gloria está sintetizada, las Indiasoccidentales, regía una escuadrilla de tres naves tripuladas por nautasque con él se arrojaron á rasgar el velo del Océano, acompañándole enlos riesgos, en los trabajos y en las privaciones; á todos debía tocar ytocó parte proporcional en el resultado de la empresa homérica; á todosalcanza en la consideración aquella solidaridad que el poéticosentimiento del pueblo estableció en el adagio


    9. La segunda, cuando en la isla de Trinacia, traicionan el juramento de no tocar los bueyes sagrados del dios sol; los matan y se los comen, desencadenando la ira de Zeus que los hará morir a todos


    10. ¿Acaso es necesario para un actor tocar los polos de las máscaras?

    11. »De rodillas, con la cabeza inclinada casi hasta tocar en tierra,


    12. Sebastián a tocar en losoficios de la Semana Santa


    13. yDerecho, y en torno de la enhiesta bandera amarilla o roja, las músicasrompieron a tocar


    14. en sufalda, y arrancó de ella la promesa de no tocar flores de


    15. lamen elcielo y llegan a tocar el mar con sus afiladas puntas;


    16. melancólico a los bosques a tocar eltambor, soñando con el cuartel del


    17. Tañer el caramillo, tocar la


    18. Para tocar las castañuelas no hay másque traducir el propio


    19. Enseñáronles la músicay á tocar todos los


    20. hasta tocar en el agua: ycuando van pasando los portugueses, los

    21. de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio,el cual mandó luego tocar al arma; y miren


    22. nunca es mayor que cuando estamospróximos á tocar un objeto ansiado, y entró en la


    23. á tocar á ella, á llamar levementela atención de la persona que suponía al otro lado


    24. creen poder tocar el cielocon la mano, en subiendo á una colina, ora tomanpor estrellas que


    25. don Rosendo tocar el punto del matadero, pidiópor favor a la


    26. Antes que se hubiese apagado por completo, oyó tocar en la


    27. Tan tupidas y pesadas que parecía que se las pudiera tocar con


    28. hasta tocar en el suelo


    29. cosas en el terreno serio, no se dejaría tocar la punta delos


    30. pendienteshasta tocar con las puntas en el suelo, formaban una

    31. Amor, celos y rendimiento, hasta tocar en los límites de la


    32. tocar para suhijo el colmo de cuanto podía desear? La misión de


    33. enterramiento, al bajar el campanero de tocar el Angelus, le


    34. lanzando un grito, saltó él en la sillasin tocar el estribo y salió


    35. oscurecer á la iglesia á tocar la oración, disfrazándosecon una sábana á modo de


    36. las márgenes del lago y subían por los flancosde la roca hasta tocar en la cima


    37. tocar un punto en que ambas obras coinciden: la adulteraciónde la ortografía


    38. sutarea ennoblecida por el peligro y zozobrando al tocar la


    39. hojas que quisieran tocar el cielocayendo después con lánguido desmayo; villas azules


    40. los cuerpos que la afectan, elalma recibe las impresiones de ver ó tocar, y con ellas la de laextension

    41. Me ven tocios los días tocar el piano con mano firme, y


    42. Acababa de tocar la Campana Gorda, ensordeciendo a los que estaban juntoa


    43. La música de laAcademia había cesado de tocar un pasodoble en la misma puerta


    44. dejando de tocar y haciendoun gesto de desesperación—


    45. cálculos queal tocar el papel se condensaba en números,


    46. cara el ideal, de tocar el cielo, se le ha presentado


    47. Al empezar el servicio del primerplato, la orquesta, que estaba oculta en una de las galerías contiguas,empezó a tocar un precioso vals, cuyos sones, amortiguados por


    48. deencargo por el infierno para cantar y tocar toda la noche en aquellacasa y no dejar dormir á las dos


    49. Las iglesias habíanconcluido de tocar las oraciones, y la próxima campana de la


    50. campanas de la ciudadrompieron a tocar las oraciones














































    1. Allí gozaban decierta libertad, y estaban sin tocas y en traje de mecánica como lascriadas de cualquier casa


    2. un prendedero de oropel en la cabeza encima delas tocas


    3. tocas de religiosa, el perfilde una perfección asombrosa tenía,


    4. se ahuecaban con la ampulosidad de un miriñaque, ysobre las tocas lucía una corona enorme


    5. El Caballero levanta la tapa del féretro y en la oscuridad de lacueva albean las tocas del sudario y


    6. aun el día en que estrena sus tocas deluto y en que está su


    7. Al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra


    8. Ya se llevaba las manos a la cabeza para quitarse las tocas, primera de las operaciones precursoras del acostarse, cuando sintió ruido en la puerta


    9. La madre se llevó las manos a su preciosa cabeza cubierta con las blancas tocas


    10. No siempre va este en perfecto acuerdo con las tocas

    11. No era Tavira, y el hecho de que los maniquíes me hubiesen seguido (pero ¿cómo?, pero ¿utilizando qué medio?, pero ¿obedeciendo a quién?) hasta la frontera con China, me hizo entrar a la tienda de vestidos de novia en busca de pistas que me aclarasen acerca de las intenciones de las criaturas del escaparate, que permanecían vueltas a la calle con una indiferencia simulada, ofreciendo las tocas de encaje al despacho de notario de la travesía, visitado por multitud de rollos de papel en busca de una bendición de sellos, y di con decenas de mejillas lustrosas que me contemplaban con una simpatía engañosa, provistas de nardos de fieltro que saturaban la habitación con corolas postizas


    12. –Tienes demasiada imaginación, cariño, y a veces no tocas con los pies en el suelo -dijo en voz baja


    13. De hecho, había repetido no tanto por su expediente académico, que era tan malo como el de otras muchas niñas que sí habían superado octavo de EGB, como por la necesidad de separar a la líder del grupo oficial de rebeldes de octavo (rebeldes: ése era el término con el que las monjas definían a las descastadas) de aquella cuadrilla de acolitas que la seguían a ciegas, la banda que se internaba en las clausuras a la hora de misa para ver las tocas de las monjas y organizaba excursiones a los comedores para robar donuts de chocolate y quedaba con chicos de los Jesuítas a la salida del colegio


    14. Los tres pilotos, de blancas tocas, eran apenas mayores que Jim, con narices poco huesudas y mejillas infantiles


    15. Allí gozaban de cierta libertad, y estaban sin tocas y en traje de mecánica como las criadas de cualquier casa


    16. Estaban en traje de mecánica, sin tocas, sintiendo con gusto el picor del sol y el fresco del aire sobre sus cuellos robustos


    17. Pero ahora tiene la na- riz toda hinchada y cuando lo tocas, se queja


    18. –Si tuviera corazón se me rompería cuando tocas eso


    19. cuando la luz del desengaño tocas


    20. Las prostitutas quedaban recluidas en los burdeles y cuando salían de ellos, según se señalaba en el decreto imperial, tenían que llevar puestas unas tocas de color azafranado que permitiese identificarlas fácilmente

    21. –Ya veo que no tocas mucho el mercado


    22. –Esto… ¿tú tocas el trombón?


    23. Si los tocas, los pezones se pondrán tiesos


    24. Al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas, tan tendidas y largas que besaban la tierra


    25. –Pero tocas muy bien


    26. Y si la tocas ciñéndote fielmente a ella, acabas convirtiéndola en algo frío, insípido, en una simple antigualla


    27. Pero si tocas sus plumas ya puedes estar bien segura de ti misma, porque los viejos cuentos dicen que arden en presencia del mal


    28. Me encanta el modo en el que me tocas, pero ahora me toca a mí acariciarte…


    29. Con un movimiento inesperado, Marfisa se arrancó las tocas: sacudió la cabeza, y se le cayó por los hombros la cabellera dorada


    30. -No tocas hielo -susurró-

    31. No tocas cuerpos


    32. No tocas hielo


    33. Desde el momento en que el dinero ingresaba en el sistema de procesamiento monetario de Utopía, ya fuese desde las cajas del casino de Luz de Gas, un bar de Paseo o un vendedor de tocas en Camelot, ya no lo volvían a tocar manos humanas


    34. –Si le haces algo, si le tocas un dedo -lo desafió la muchacha


    35. Cabeza de madera en que se solían aderezar las tocas y moños de las mujeres


    36. Conjunto de tocas


    37. Calcula tú, tocas un resorte y sale la mesa puesta; tocas otro y salen el altar y el cura que dice la misa a la Reina


    38. Cuando tocas su piel, siempre está fría


    39. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    40. En ese momento ya parecía que yo le hubiera dicho: «Si me lo tocas te lo toco»

    41. Hojas de material un tanto pegajoso, en las que la tinta tiene tendencia a correrse en cuanto la tocas, pero que ella había utilizado hasta que su padre le dijo que “tirase aquella basura y empleara papel decente”


    42. «Piensa la buena señora que por haber sabido conservar con decoro las tocas de la viudez y por levantar edificios para obras pías es una santa y poco menos que el Metropolitano»


    43. Pero ten cuidado con lo que tocas y dónde pisas


    1. Entre realmente en pánico, mi respiración era descontrolada, y ME PREGUNTABA, que hago, toco el timbre, ¿timbro?, ¿y qué hago cuando me abran la puerta decía ?


    2. y FUE ASI, que un día, le toco su turno, el Gerente le envío un memorando gigantesco de llamado de atención, que parecía una pastoral; y portaba todos los protocolos administrativos; era memorando con copia a presidencia, con sello de radicado, hora y fecha, firma de recibido del archivador, firma de recibido del discípulo, motivación, argumentación y sustentación del memorando, copia para la hoja de vida


    3. comprendía por el camino que le toco


    4. Subió las escaleras de entrada de un hotel a su izquierda, un establecimiento llamado Goya, y toco el timbre


    5. Yo tengo también uno y no lo toco


    6. en todo cuanto toco y cuanto veo


    7. Toco el papel de la pared mientras camino


    8. ¿Pero Salvador, qué es [93] esto que toco? Un botón de metal, y otro, y otro


    9. -¿Y si no, no lo cree? Pues no toco -dijo Aura-


    10. Espera abajo, y sube para acompañarlos hasta la salida cuando yo toco el timbre del consultorio

    11. –La toco con las manos


    12. Los miro, los toco, paso mi lengua sobre su piel


    13. Hay períodos en que estoy tan provisto que, indiferente a la comida en general, ni siquiera toco la caza menor que se agita aquí, lo que, por otros motivos, tal vez sea temerario


    14. Charlie tenía las dos manos extendidas, con un peón en cada una de ellas, y cuando toco la mano izquierda de Charlie, palideció


    15. De pronto, toco en el lugar exacto y encontró una pequeña clavija de hierro


    16. Siempre toco las emociones de los que me rodean


    17. Yo el alcohol ni lo toco —dice mirándome por encima de su hombro


    18. Me conocen; toco con ellos de vez en cuando


    19. Me detengo ante la puerta de casa de Lucy, me pongo una mano en el corazón para calmarme un poco y toco el timbre


    20. Tras entrar en un callejón vacío, me pongo la capucha del Casco de Hades y toco el medallón TC

    21. –Lo toco por afición


    22. ¿Eran entonces como los recuerdo? Ahora los recuerdo sabiendo algo de lo que pasó después, mientras se quitan los abrigos comprados en Milán y los guantes comprados en unos grandes almacenes del Paseo de la Virgen de Granada (veo las etiquetas, toco el interior de un guante, la parte que todavía está


    23. –No puedo cantarlo bien y se oye mejor cuando lo toco con el violoncelo -dijo Stephen


    24. Le toco un lado del cuello para verificar si hay pulso


    25. “-Me gustada mucho hacerle música -le dijo la señora de Cambremer-; pero, ¿sabe usted?, no toco sino esas cosas que ya no interesan a su generación


    26. "Basta de bromas", dijo el teniente, "vengan aquí los capitanes, alíniense, comiencen a jalar al silbato, apenas uno atraviese la línea enemiga toco el pito y paran


    27. Me dio pena y la cargué y quise sobarle la pata y dio un chillido, así que dije tiene algo quebrado, mejor ni la toco


    28. En esta calidad, que los masones escoceses no parecen poner en duda, funda el Supremo Consejo del Rito el 22 de septiembre y dirige una circular al conjunto de los masones franceses: «Este toco de luces solo podrá derramarse sobre toda la Orden, puesto que tiene por único objetivo concentrar las luces dispersas para distribuirlas en una sabia proporción y asentar sobre inquebrantables bases la administración mas justa y mas ilustrada»


    29. –Gracias a ti puedo meditar en este templo y toco música para los dioses


    30. Le toco la frente

    31. Y entonces lo consigo: me toco el peroné


    32. En ese momento ya parecía que yo le hubiera dicho: «Si me lo tocas te lo toco»


    33. El toco su hombro


    34. 440 de Ocean Hill Lane pero cuando Holtzman toco la campana, nadie respondio


    35. Después me meto en la cama rogando que sea de nuevo miércoles lo antes posible y me toco tan despacio que ni siquiera espero que se duerman todas las chicas


    1. Salíamos a la calle y veíamos la púrpura; íbamos a los teatros, a las conferencias, a los conciertos: veíamos la púrpura; conocíamos, en este mundo, a muchos hombres, a muchas mujeres y tocábamos la púrpura


    1. Si todo lo que tocáis lo hacéis con el esmero con el que este licor está tratado, será sin duda una delicia hacer negocios con vos


    2. —Si no tocáis las armas, el tigre no atacará —susurró Koja—


    3. –Mi querido Altamont –respondió el doctor–, tocáis una gran cuestión que los sabios dilucidaron por espacio de mucho tiempo, a consecuencia de un singular descubrimiento


    1. y pronto toqué fondo en el intento


    2. Cuando toqué el timbre éste fue inmediatamente atendido por los criados con los que él había equipado la propiedad


    3. Nada de esto toqué, porque el tiempo no había madurado aún bastante mis proyectos para asignar un destino especial a cada objeto


    4. Entonces, sin la menor esperanza, pero con el valor de la desesperación, me acerqué con suavidad a ella y la toqué con la punta de un dedo


    5. –Cielos, Ella, ¿qué te ha pasado en la cara? Me toqué la contusión de la frente


    6. Di de comer a las ocas, reñí con mi esposa, toqué el Largo, de Heandel en la flauta, y saqué a pasear al perro


    7. Toqué el Buda con la yema de los dedos pero dejé que siguiera en su sitio


    8. Toqué el timbre y después de un rato, sentí unas alpargatas que se aproximaban y una empleada desconocida me abrió la puerta


    9. Recordé la fuerza saliendo de mí cuando lo toqué con la mano mientras él cantaba en el río, sin darse cuenta de nada


    10. Toqué a la puerta, ¡ay!, este fue el crítico momento en que se apareció doña Restituta

    11. Toqué el timbre, pues, para que viniera


    12. – Toqué con un dedo el archivo de revelación de pruebas mientras hablaba-


    13. Una impresión que capté cuando toqué sus fotografías


    14. No toqué ni un solo papel ni pegué una sola etiqueta en un tubo de ensayo


    15. Quizá toqué el sobre en la oficina o en la morgue y luego Susan se lo llevó a casa


    16. Cuando Román se acercaba, me dirigí a él y le toqué el brazo


    17. Toqué la herida y Peterson dijo:


    18. —Entra —dije, y toqué el botón para abrir la puerta del lado del pasajero


    19. Le toqué suavemente el brazo con el pie y abrió los ojos


    20. Toqué a Leslie, señalando el bloque con un gesto de perplejidad

    21. Toqué el acelerador y cruzamos el lago, susurrantes, rumbo al otro hidroavión


    22. De manera que me acerqué a la mayor y le toqué el pelo


    23. ¡Con qué ilusión llegué a su edificio y toqué el timbre! ¡Y con qué paciencia esperé! Extenuado y al borde del colapso, tuve que esperar toda la mañana sentado en una banca de la calle, porque nadie se dignaba a contestar en su apartamento


    24. Después de cambiarme, me dirigí a las habitaciones privadas del director y toqué el timbre


    25. —El seguro del gastado y conocido cerrojo de la puerta se soltó cuando lo toqué


    26. Toqué con el látigo a un dragón que parecía estar pensando en irse


    27. Luego bajé un poco más y toqué su polla, grande y fría como una pitón


    28. Toqué a la puerta prescindiendo de la aldaba y del timbre y asomó su torso sin camisa por la ventana y con un ahogo que le venía de la sorpresa y de la prisa por abrir


    29. El segundo despertó cuando le toqué, y aunque conseguí arrojarlo de la cubierta del crucero su salvaje grito de alarma puso en pie a los restantes piratas


    30. Como precaución extra, me toqué los labios con un dedo, indicando silencio

    31. Cuando toqué el suelo de la cámara, Dejah Thoris lanzó una exclamación de alegría:


    32. Las toqué hasta que encontré una que estaba floja


    33. Toqué el concierto estupendamente porque me encanta; creo que es una de las mejores piezas del repertorio


    34. –Honro la oreja, que fue lo primero que toqué de ti -susurró él, tras soltarla-


    35. Toqué dos o tres de los botones, pero no conseguía que emergiera la voz


    36. Fui a toda prisa hasta la casa y toqué el timbre cuatro veces, que era el código secreto que tenía con Steve


    37. Toqué con suavidad, enviando repetidamente un mensaje mental a las arañas


    38. Le toqué con la mano el antebrazo, otrora férreo, ya piel y hueso, y quise decirle: «no llore usted, mi general, que no es traición; siempre estuvimos a su lado y lo seguiremos estando mientras el mundo ruede; pero los tiempos cambian, mi general, y hay cosas que no se pueden pedir; nuestra adhesión sigue incólume, pero hay cosas que ni siquiera usted puede controlar; grandes mudanzas se avecinan; para conservar las esencias, a veces, hay que alterar las formas; pero no dude de nosotros, mi general; pídanos cualquier sacrificio y nos encontrará alerta, alegres y dispuestos; pídanos la vida, mi general, con gusto se la ofrendamos; pídanos el honor, pídanos que renunciemos a nuestros títulos de grandeza, a nuestras medallas, a la familia, al hogar, que empuñemos las armas, que acudamos, con nuestros años a cuestas, a las trincheras, a las barricadas, al monte agreste, a la mar bravia, que padezcamos hambre, sed, frío, penurias, enfermedades y peligros, que nos apliquemos corrientes eléctricas en el escroto, que nos comamos nuestras heces fecales; pero no nos pida que cedamos el poder; eso no, mi general, usted nos lo enseñó, usted nos dio su ejemplo inmarcesible, no nos haga claudicar ahora; no es miedo, no es codicia; es el orden de las cosas lo que está en juego; pase la antorcha, mi general, no se lleve a la tumba la autoridad»


    39. Cuando llegué a su casa y toqué el timbre me sentía en el estado de ánimo de un enemigo, o de un detective, vigilando sus palabras como Parkis y su chico vigilaron sus idas y venidas pocos años más tarde; pero en cuanto se abrió la puerta se restableció la confianza


    40. Cuando toqué la puerta, Jamie respondió de la manera que siempre lo hizo, alegremente y sin, parecía, una preocupación en el mundo entero

    41. Paré el motor de gas, toqué al gato, que estaba todavía inconsciente, y lo desaté


    42. Toqué el timbre


    43. La toqué en el codo


    44. Allí estiré la mano y toqué con cuidado las hojas oscuras


    45. Extendí los dedos con gesto inseguro y las toqué


    46. Primero me toqué la garganta, deshice el nudo, luego me puse a llorar en silencio, como deben llorar los mudos, sin sollozos, sólo gruesos lagrimones que me caían por la cara sin que yo, el otro yo, el nuevo, el superviviente, hiciera nada por detenerlos


    47. Sonreí, mientras alargaba levemente la mano, y le toqué el lóbulo con la punta de los dedos


    48. Toqué con motivo de un discurso en casa de Adolph


    49. Toqué para el rey Carol


    50. En 1938, fui yo quien toqué para Chamberlain cuando se dejó timar por Adolph




















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    tocar in English

    knock toll touch handle strike feel ring bring up mention broach touch on touch upon play play on toot perform execute

    Sinônimos para "tocar"

    tañer rasguear rozar acariciar tentar sobar manipular manosear restregar sonar doblar voltear atañer referirse relacionarse competer corresponder depender chocar pegar tropezar dar llegar alcanzar