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    Use "fingir" em uma frase

    fingir frases de exemplo

    finge


    fingen


    finges


    fingido


    fingiendo


    fingimos


    fingir


    fingí


    fingía


    fingíamos


    fingían


    finjo


    1. Tan despreciable es amis ojos el incrédulo que finge devoción, cuanto es infame el creyenteque blasfema de lo que tiene por santo


    2. las losas, el joven oía a Tónica con la falsaatención del cómico en la escena, que finge escuchar


    3. eludir laconversacion sobre el punto principal, y finge ocupacionesapremiadoras que le obligan á


    4. porque la poesía es sueño quedevora el alma y la finge lo que no


    5. ardiente pasión y finge desdeñar a quien la adora y dequien ella está prendada


    6. ] Si se finge que en los estados primitivos a, b, c, d, sepodria tal vez implicar la accion


    7. diversificar las esenciasde los cuerpos se finge algo que no se encierra en la extension encuanto


    8. (Finge que llora


    9. De manera que Armada acepta la proposición de Milans, pero, para no delatar su complicidad con el general sublevado ante los generales que lo rodean en el Cuartel General del ejército -a quienes ha ido repitiendo frases escogidas de su interlocutor-, públicamente la desecha de entrada: como si jamás hubiese pasado por su cabeza la ambición de ser presidente del gobierno y jamás hubiese hablado de ello con Milans, muestra su sorpresa ante la idea y la rechaza con escándalo, gesticulando mucho, formulando objeciones y escrúpulos casi insuperables; luego, lentamente, sinuosamente, finge ceder a la presión de Milans, finge dejarse convencer por sus argumentos, finge entender que no hay otra salida aceptable para Milans y para los capitanes generales de Milans o que ésa es la mejor salida o la única salida, y al final acaba declarándose dispuesto a realizar el sacrificio por el Rey y por España que se exige de él en aquella hora trascendental para la patria


    10. Parece emocionado; parece a punto de llorar; no hay ningún motivo para pensar que finge o que, como el actor consumado que es, si finge no siente lo que finge sentir

    11. ¡Pues finge que hablas con un cliente, Rosie! Hablo en serio, ponte al teléfono


    12. Sólo sabe hablar de ir de compras, así que no entiendo por qué finge que le interesa el fútbol


    13. Finge que lo hace en broma, pero se le ve muy enfadado cuando se lo dice


    14. Soy el brillo de los peces que sobre el agua finge una red de deseos,


    15. El novio siempre acaba por vencer y se lleva a la muchacha pese a la resistencia que ésta finge oponer


    16. Mientras ignoran, la felicidad se acerca a ellos o se aleja, como los mirajes que finge en el desierto la imaginación calenturienta


    17. Y lo explicó, ejerciendo, al hacerlo, un efecto secante en la familia: ironizar —explicó Juan Campos— es el gran recurso socrático para alcanzar la verdad: Sócrates finge irónicamente que lo único que sabe es que no sabe nada, para así hacer perder pie a los sofistas que decían saberlo todo


    18. Juan Campos está estos días sorprendido porque a la vez que se siente muy alerta (está convencido de que nada de cuanto ocurre en la casa se le escapa), finge a la perfección seguir ensimismado, y de ese modo da a entender que es aún el doliente viudo que sobrellevaba un largo duelo por Matilda


    19. Pítale, hazle luces, pégate a él, finge embestirlo


    20. El médico finge un suicidio, pero en realidad, con la complicidad de un amigo cura, se esfuma hacia un destino que ignoramos

    21. Mientras finge escuchar, Avery fantasea con la posibilidad de conocer a un bomboncito como ése, una jovencita a la que pueda ofrecer una casa a un alquiler mínimo a cambio de un polvo de vez en cuando


    22. Allí la hija parecía más que una hija una tierna madre, que se finge enojada con el precioso niño porque no quiere tomar las medicinas


    23. ¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?


    24. Pero un grupo de hombres que habían salido al encuentro de los carros, una gavilla mitad armada, mitad desnuda, desarrapada, borracha, tan llena de rabia y cieno que parecía creación espantosa del lodo de los caminos, de la hez de las tinajas y de la nauseabunda atmósfera de los presidios, un pedazo de populacho, de esos que desgarrándose se separan [22] del cuerpo de la Nación soberana para correr solo manchando y envileciendo cuanto toca, empezó a gritar con el gruñido de la cobardía que se finge valiente fiando en la impunidad:


    25. Descubre el secreto de su padre un día que no va al colegio porque está enfermo o finge estarlo


    26. El rostro de la pequeña estaba tan tranquilo e inexpresivo que a todos les pareció el de una persona culpable que finge


    27. Creo que el aroma es igual en la memoria al que era en realidad y tiene, perennemente presente, si se levantase de donde finge que duerme, el mismo poso decadente, la misma nota almibarada, pues todo tenía un aire tan civilizado, tan elegante, que una esperaba ver aparecer en cualquier momento a camareros paseando entre los invitados con una bandeja de Ferrero Rocher


    28. Sólo finge ser estúpido


    29. Mientras conduce, Jo levanta la mirada hacia el cielo, y Bill hace lo mismo, pero al advertir que ella ha notado su interés, se retrepa en el asiento y finge indiferencia


    30. Finge sorpresa y se queda boquiabierto

    31. Cuando llega su padre, Sedna finge gran alegría hasta que están a solas en la oscuridad de la tienda que apesta a pescado, y entonces se echa a llorar y le cuenta a su padre que su marido la maltrata y que lo ha perdido todo (juventud, belleza, felicidad) casándose con el ave, en lugar de casarse con uno de los jóvenes de la gente real


    32. pues que finge derecho el mal camino,


    33. Como Ánneo, se finge escandalizado ante la insinuación de que algún comerciante cordobés pudiera ser tan codicioso como para urdir un cártel


    34. Tal vez usted, que finge leerme, esté reemplazando a alguien que no se atreve a confesar que los mitos de Flores lo tienen harto


    35. Pavu finge que no se da cuenta y trabaja en silencio junto a su padre


    36. 637 trabajos que se podían confiar a obreros con una sola pierna (finge ejecutar operaciones mecánicas como si tuviera una sola pierna), 670 a los que les faltaban las dos piernas (procede como antes), 715 a los que tenían un solo brazo (procede como antes), 2 a los que no tenían ningún brazo (procede como antes) y 10 tareas que podían ejecutar los ciegos


    37. Es una hipocresía decir que las termas mixtas tienen su fundamento en la naturalidad y en la simplificación de las costumbres, cuando el fondo del asunto es la sinuosa exhibición de los linos mojados, pegados a la piel de unos y otros, dejando traslucir las formas de los cuerpos en un excitante juego en el que cada uno finge que se encuentra indiferente ante los demás


    38. Es una voz que finge estar hablando en nombre de mi madre


    39. Estoy seguro de que el viejo Duncan solo finge la sordera para evitar tener que oírlas


    40. Maugras le da las gracias con la mirada y finge contemplar el patio, que apenas ve

    41. En las artes marciales individuales se finge y se grita para hacer mover al adversario, y después golpear tras el grito


    42. Finge haber encontrado una irregularidad en la solicitud de ingreso de Incardona, o busca algún detalle burocrático que le impida la entrada


    43. Naturalmente, finge que sólo le interesa la vista


    44. Finge interés, pero le divierte más darle de comer a los patos


    45. Agacha la cabeza y finge no comprender que el gobernador espera una expresión de asentimiento


    46. —Ese que lleva el pelo corto y finge que es contable —aclaró Vlad


    47. Les ofreció una pasable representación de un carrito que finge que alguien lo ha dejado ahí por casualidad


    48. – ¡Hum! Pero tendrá que hacerlo mientras finge ante los del Consejo que está haciendo todo lo necesario para sacarnos el «secreto»


    49. –Uno en lo de Sainclaír, examinando las cuentas, uno por planta jugando a la sombra, y el nuestro, que finge saber jugar al ajedrez


    50. Embarazado por la importancia de los actores del embrollo, el general finge estar satisfecho con esa explicación y se retira



































    1. falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y malentendidas, atribuyendo a un santo los


    2. esas figuras que fingen las nubes ydeshace el viento, como esas


    3. nadie les ha ofrecido, fingen una altivezirreductible con empresarios y compositores,


    4. Católica (que en talesempresas fingen estos malvados la


    5. Tinimaacas que saliendo delinfierno fingen que bajan del cielo y


    6. los hijos fingen una educación


    7. Al viajero, de haber sido cura, le hubiera gustado ensayar la caridad de la más absoluta indulgencia con las penitentes quinceañeras en cuya voz se adivina que ni tienen atrición, ni enseñan dolor de corazón, ni fingen el menor propósito de la enmienda


    8. Recordaría más tarde esta historia cuando comprendió (verdaderamente) que los hombres fingen respetar el derecho y sólo se inclinan ante la fuerza


    9. —gracias, es por esa peluca blanca que llevas, soy un chiflado: me gustan las jóvenes que se fingen viejas, y las viejas que se fingen jóvenes, me gustan los ligueros, los tacones altos, las braguitas rosa, todo ese rollo picante


    10. Me parece que sólo fingen trabajar por si el jefe pasa por la planta

    11. En el avión, ambos fingen no conocerse


    12. Pero la idea de salir de vez en cuando por las calles de París es suya: decía que los únicos que no fingían estar contentos eran los mendigos; al contrario, fingen estar tristes


    13. Frenéticos cobardes que se fingen defensores de los industriales, definen ahora el propósito de la economía como «un ajuste» entre los deseos ilimitados del hombre y los géneros aportados en cantidad limitada


    14. Los vagabundos intelectuales que se fingen profesores, desprecian a los pensadores del pasado, declarando que sus teorías sociales estaban basadas en la poco práctica suposición de que el hombre era un ser racional, pero como los hombres no son racionales, declaran, debería establecerse un sistema que les hiciera posible existir siendo irracionales, lo que significa: mientras desafíen la realidad, ¿quién lo hará posible? Nada


    15. La mayoría de vagabundos inútiles que fingen ser vigilantes se sienten obligados a contarle a uno con detalle lo despreciable que es el jefe y lo draconiano de las condiciones de empleo


    16. Es político, es social, pero fingen que es un requerimiento médico


    17. Esas que bajan los ojos y fingen modestia cuando todo en ellas rezuma placidez y satisfacción de la buena


    18. fingen que son chinas, eso está claro


    19. Siguen reinando largos silencios, durante los cuales Lina aplasta el cigarrillo en el cenicero para encender otro, y, por hacer algo, contemplan el patio o fingen interesarse por lo que ocurre en el pasillo


    20. Pues ¿qué si venimos a las comedias divinas? ¡Qué de milagros falsos fingen en ellas, qué de cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo a un santo los milagros de otro! Y aun en las humanas se atreven a hacer milagros, sin más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal milagro y apariencia, como ellos llaman, para que la gente ignorante se admire y venga a la comedia; que todo esto es en perjuicio de la verdad y en menoscabo de las historias, y aun en oprobio de los ingenios españoles; porque los extranjeros, que con mucha puntualidad guardan las leyes de la comedia, nos tienen por bárbaros e ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que hacemos

    21. –En las revistas dicen que las mujeres fingen


    22. Y puesto que la víctima no tiene el vocabulario necesario para comprender la violencia de su contexto, sus ingenuas e igualmente vulnerables amigas, mirando atrás como las personas adultas y enteradas que fingen ser al principio, tendrían que hacerlo por ella, y deberían llenar aquellos silencios con las imágenes que reflejaban sus vidas


    23. En realidad no se trata más que de una leve conmoción, aunque sus compañeros de rancho fingen sentirse infinitamente preocupados y juran que si resulta mortal pasarán por la quilla al León del Atlas, que así llaman a nuestro campeón, y lo harán después de destriparlo


    24. Fingen ayudarnos, pero lo único que quieren es someternos a la terrible tiranía que gobierna China


    25. Pronto todo danzará en torno de la propia hoguera del mundo, y como los leños al consumirse fingen graciosas actitudes, habrá pasajeras acciones, bellas y grandes, pero todas efímeras, tal el resplandor de las brasas que se hunden


    26. Los que fingen dormir y oyen que se habla de ellos, suelen traicionarse por medio de una exagerada inocencia


    27. Mientras trataba de entrevistarse con Rostov, ha descubierto considerable información, de gran variedad de fuentes, que indican que la Unión Soviética y la China Roja por una parte fingen querer participar en una comunidad de naciones -en la Cumbre- y, por otra parte, sus verdaderas intenciones son menos honorables


    28. Ceremonia del carnaval durante la cual varios hombres y mujeres que fingen encontrarse y hacerse recriminaciones se consagran públicamente como compadres


    29. Fingen que han tomado veneno y que solo se salvarán de morir si las mujeres se entregan


    30. Marina y Germán fingen comer

    31. Llaman a la gente y fingen ser del banco, dicen que están haciendo un control de seguridad


    32. Los niños no conocían apenas a Levin y no le recordaban cuando le velan, pero no experimentaban ante él el sentimiento de timidez y aversión que suelen experimentar los niños ante los adultos que fingen y que frecuentemente les hace sufrir mucho


    1. Entonces Aladino, a quien se había tenido cuidado de quitar la venda de los ojos y a quien habían soltado las ligaduras que le ataban las manos a la espalda, se levantó del cuero de las ejecuciones en don­de estaba arrodillado y alzó la cabeza hacia el sultán, y con los ojos llenos de lágrimas le preguntó: "¡Oh rey del tiempo! ¡ suplico a tu alteza que me diga solamente el crimen que he podido cometer para ocasionar tu cólera y esta desgracia!" Y con el color muy amarillo y la voz llena de cólera reconcentrada, el sultán le dijo: "¿Qué te diga tu crimen, miserable? ¿Es que finges ignorarlo? ¡Pero no fingirás más cuando yo te haya hecho ver con tus propios ojos!" Y le gritó: "¡Sígueme!" Y echó a andar delante de él y le condujo al otro extremo del palacio, hacia la parte que daba al segundo meidán, donde se erguía an­tes el palacio de Badrú'l-Budur rodeado de sus jardines, y le dijo: "¡Mira por esta ventana y dime, ya que debes saberlo, qué ha sido del palacio que guardaba a mi hija!" Y Aladino sacó la cabeza por la ventana y miró


    2. ¿Por qué finges lo contrario? ¿De qué les servirá a los pobres desgraciados que realmente son Cuba que demos una buena patada a


    3. Peñuelas le hablaba con calma, tenía una actitud sosegada, muy distinta a la que sostenía en las celdas, Debe ser, porque esta es la antesala de la calle, agregó, Ha fingido locura todo este tiempo, dijo su parte reencarnable, Rolling, ¿qué onda?, ¿Tú qué crees? Quería salir y parece que lo he logrado porque aquí no quieren locos; no me digas que tú no finges: esa cara de retrasado mental, la boca siempre abierta, yo la verdad no te creo; en eso se abrió la puerta y el Rolling retomó su cantinela: Necesitan sangre nueva para su motor, hombres, mujeres y niños, flores y cigarras, Vamos piratín, tus padres te esperan, los custodios se lo llevaron


    4. A los oficiales les gusta cuando finges sincerarte con ellos


    5. —Debes comprender todo cuanto atañe a lo que finges ser


    6. En cuanto a ti, fingiste y mentiste, tal como finges y mientes ahora


    7. Lamentablemente, finges todo lo que haces


    1. una condición necesaria, que el Gobierno habría fingido aceptar y en modo alguno cumplir,


    2. como él sabía la verdad del fingido encanto deDulcinea, de quien él había sido el encantador y el


    3. elteatro y el arte que ella se había fingido leyendo dramas y


    4. entonces feroces en el concurso,y exclamó con un desprecio que nada teníade fingido:


    5. fingido Rey, hubierarepresentado también el papel de amante y


    6. aquel camino de perdición desde el día en que unatentativa de seducción se le frustó, por fingido


    7. Tal vez el director decía: «¡Cristo!» y mirabacon fingido enojo al


    8. recientesvapores de la orgía le prestaban un fuego que no era fingido; fueseresto de borrachera,


    9. Caramon era evidentemente más fuerte y más ágil con el palo, pero dejó que su amigo lo venciera y, riendo, alzó las manos en un fingido gesto de rendición


    10. Haciendo esta observación al príncipe Augusto Sulkowsky, le hice admitir que aquel cambio procedía del carácter polaco, inconstante, inconsecuente, fingido y superficial

    11. Una sola palabra había llamado la atención del fingido detective


    12. Angélica ha fingido estar encantada pero, en realidad, el regreso de su marido es un incordio


    13. Entonces comenzaría a preguntarse si había trabajado en política tanto tiempo sólo para transformarse en el intermediario que había fingido ser en el pasado


    14. El caballero levantó las manos con gesto de fingido espanto


    15. —Por el mejor lugar y los mejores amigos que he encontrado hasta ahora en Roma —dijo bebiendo el horrible vino con fingido deleite


    16. Había más probabilidades de que los picentinos que se habían salvado del enfrentamiento de Sora dieran aviso de su presencia en la zona, pero él había fingido ante ellos hallarse en Sora por orden de Lucio César, para marchar a continuación a unírsele al este del paso de Melfa


    17. Aún oigo las olas de Peniche en Tavira, Margarida, las olas de ese invierno, aún oigo la sirena de la fábrica de conservas que llama a los obreros y la espuma bajo las losas, y me acuerdo de la forma en que los presos me quitaban las energías mezclándome barbitúricos en la sopa, y me llamaban, cuando yo estaba solo, imitando la voz del director de Santo Tirso, la voz de Alice, la voz de mi padre, que me obligaban a regresar al pasado a fin de interrumpirme el presente, y no sólo los presos sino el que mandaba, y los guardianes, y el abogado que desparramaba hojas sobre la mesa de la sala de consultas, Hoy lo encuentro de mejor aspecto, señor mayor, tal vez podamos trabajar en el sumario, y no sólo el abogado sino mi familia, y tú, Margarida, que te escuchaba conversar con ellos, y yo, que me negaba a dormir por miedo a que me vaciasen un cargador en el corazón, yo que asentía Realmente tengo un aspecto estupendo, doctor, ustedes no han conseguido abatirme, y él Antes de comenzar con las tonterías, señor mayor, quería preguntarle si aceptaría entrevistarse con el coronel Gomes y su abogado, y yo ¿El coronel Gomes?, y él Entró ayer en la cárcel, el señor teniente ha permitido que nos entrevistemos para hablar, y yo, juntando los fragmentos del puzzle, ¿El coronel Gomes es quien dirige la trama, doctor?, y el barco salvavidas callado, y la sirena callada, y hasta las olas calladas contra los muros del fuerte, y el coronel Gomes que extendía la palma hacia mí, con pantalones de sarga, tiritando bajo un abrigo viejo, Buenos días, Valadas, ¿ya no se saluda a los amigos?, y yo A los amigos sí, mi coronel, el problema es que usted no es un amigo, y su abogado Por el amor de Dios, señor mayor, el señor coronel Gomes tiene gran estima por usted, y el coronel Gomes Fui yo quien le avisó de que la Policía lo buscaba, y yo La mandó a mi casa, diga mejor que la llamó por teléfono y la mandó a mi casa, y el coronel Gomes No estoy aquí para escuchar insinuaciones groseras, no estoy aquí para escuchar insultos, y mi abogado Le pido disculpas, señor coronel, el señor mayor no ha querido ofenderlo, casi un año de cárcel deja los nervios destrozados, y el coronel Gomes, más sereno, Que se retracte y olvidaré este episodio, y su abogado a mí Lo que nos interesa es establecer una estrategia común, decidir lo que puede decirse y lo que no, que el Delegado del Ministerio Público es duro de roer, y yo, En el juicio no diré ni pío, y no dije nada, condenaron al coronel Gomes a once años y lo expulsaron del Ejército, el comodoro Capelo, promovido a almirante, dio testimonio, me pareció ver a Alice entre el público, en una de las filas traseras, entre su madre y su marido, pero cuando miré con atención eran otros los espectadores y no ellos o los lugares estaban vacíos, el juez postergó mi sentencia por consejo de los médicos, regresamos a Peniche en una furgoneta blindada, y el coronel Gomes, a mí, Once años, Valadas, yo no duro once años, cuando salimos del Tribunal reparé en su mujer, una señora que lloraba, y yo Espero que no dure, mi coronel, que ya tengo adversarios de sobra, y al llegar a Peniche tronaba, el cielo se hendía con heridas de relámpagos que recortaban la villa, que recortaban el mar, tomando las sombras fosforescentes antes de esconderse en sus pliegues de tinieblas, un barco, casi en la línea del horizonte, flotaba sobre nubes que supuraban lágrimas rojas, las casas se desmoronaban, los almacenes de los pescadores y las traineras ancladas se deslizaban hacia la plaza, el farallón, amputado, mostraba sus visceras de pizarra, liberaba enjambres de aves aterradas, y a la mañana siguiente el coronel Gomes se ahorcó en la celda, y cuando lo vi, antes de que lo cubriesen con el abrigo y un saco de arpillera, no me pareció verlo morado ni con la lengua fuera, sino con las pupilas apagadas en una expresión amable, de modo que pensé Se ha dormido, no se ha ahorcado ni nada, se ha dormido, a pesar del verdugón en el cuello y de los hombros crispados, pensé Se ha dormido, ha fingido que se ahorcaba para intentar engañarme, y entonces me acerqué a él, le puse el pulgar en la frente y estaba fría y con manchas color de vino en la raíz del pelo, y las botas en el extremo de las piernas, Margarida, se me figuraron vacías como los zapatos de los mendigos


    18. Acudió Muñoz, dio a los tres señores enviados por la Junta cuenta y explicación [351] de lo que había hecho para salvar el edificio desamparado por la autoridad, y entre el fingido y los verdaderos delegados para defensa, vigilancia y administración del Real Palacio, reinó perfecta concordia


    19. Cuando no se levantó de su sueño fingido, Bosch le dio una patada a la pata de la silla y esto hizo que levantara la cabeza


    20. Volvió ostensiblemente la cabeza hacia el depósito de cadáveres con una expresión de fingido horror

    21. No falta quien acuse al propio Vaticano de haber fingido el robo para retirar la reliquia de circulación


    22. Da un portazo con fingido enojo y se apoya contra el camión


    23. Para dar cuenta de la desaparición del doctor se efectuó un entierro fingido, con un ataúd vacío que se colocó en la tumba de la familia


    24. Había fingido no oírla, mientras se internaba en el bosque


    25. Aunque a sesenta pisos por encima de la ciudad, no hablaban en voz alta como cuando uno experimenta la sensación de holgura del aire libre y del espacio, sino que, por el contrario, susurraban de acuerdo con el ambiente de aquel fingido sótano


    26. curare, y luego había fingido que se trataba de una de las serpientes


    27. Uno de los brokers le dio un golpéenlo en la cabeza, de broma, cual si fuera un combate de boxeo fingido


    28. Ningún rumor de un fingido océano, en realidad los sonidos del movimiento de la sangre


    29. Un susto fingido dominó la expresión de Lando


    30. Él apoyó un puño en la barbilla de Red y le empujó, mientras el botones retrocedía con fingido arrepentimiento

    31. Los ojos de la chica denotaban un desconcierto que no era fingido


    32. —¡Bueno! —dijo con fingido buen humor mientras se ponía los pantalones—


    33. Pero algunas horas más tarde hubo un par de desfallecimientos en el ánimo de Natalia, o por lo menos así los juzgó Carlitos, que a su vez cometió el error de disparar una copa de champán sin apretar el gatillo, en su afán de agradarla y hacerla reír, pero que se encontró en ella a toda una experta en copas que vuelan sólo por agradarme, aunque hay que reconocer, en honor a Natalia, a su drama y su guerra a muerte consigo misma, que este fingido esfuerzo de Carlitos sí la conmovió, y hasta la encantó, precisamente porque había requerido todo el cuidado, el afán y la concentración del mismo científico loco y tan joven y detestable, que, momentos antes… Bueno, sí, pero que, momentos después, o sea, ahorita, es el adorable y distraído Carlitos de siempre luchando por ser mi aliado incondicional en una guerra que la vida se ha encargado de declarar entre nosotros… Dos hoteles más tarde, Natalia se quedó profundamente dormida


    34. Lu-don, a través de sus sacerdotes y esclavos, hizo circular el rumor de que Jad-ben-Otho había ordenado a todos sus leales seguidores que se atuvieran a las indicaciones del sumo sacerdote de A-lur y que todos los demás fueran malditos, en especial Jadon y el impostor que había fingido ser el Dor-ulOtho


    35. El belga recogió precipitadamente las preciosas gemas y volvió a guardarlas en la bolsa, mientras Mugambi, con fingido aire de indiferencia, se alejaba hacia el río para bañarse


    36. El esclavo del hierro abrasador dio unos pasos atrás y dejó que otro temido empleado de la arena, éste con la máscara del dios Hermes, se arrodillara junto al que había fingido estar muerto


    37. Hasta minutos antes, habían fingido aceptar el liderazgo de Bongkar por temor a que éste, valiéndose de su cargo oficial, pudiera arrebatarles la totalidad del botín una vez consumada la rapiña


    38. –Por el mejor lugar y los mejores amigos que he encontrado hasta ahora en Roma -dijo bebiendo el horrible vino con fingido deleite


    39. Miró con fingido enojo al periodista al tiempo que enrollaba el hilo


    40. –Nosotros no la hemos visto pasar -respondieron con un encogimiento de hombros y un fingido desdén-

    41. Peñuelas le hablaba con calma, tenía una actitud sosegada, muy distinta a la que sostenía en las celdas, Debe ser, porque esta es la antesala de la calle, agregó, Ha fingido locura todo este tiempo, dijo su parte reencarnable, Rolling, ¿qué onda?, ¿Tú qué crees? Quería salir y parece que lo he logrado porque aquí no quieren locos; no me digas que tú no finges: esa cara de retrasado mental, la boca siempre abierta, yo la verdad no te creo; en eso se abrió la puerta y el Rolling retomó su cantinela: Necesitan sangre nueva para su motor, hombres, mujeres y niños, flores y cigarras, Vamos piratín, tus padres te esperan, los custodios se lo llevaron


    42. Se necesitó un interrogatorio de varios minutos para aclarar que Agar había dicho lo siguiente: Que Pierce había fingido ser un carterista común, o un ladrón de poca monta, o un «cogotero», un hombre que atacaba a los borrachos con el propósito de engañar al skipper, de modo que éste no advirtiese que se estaba desarrollando un plan de gran alcance


    43. Bajo un fingido hábito y sorprendido el enemigo


    44. Los pilotos, mientras tanto, adoptaban una expresión de fingido interés en sus caras, miraban al comisario e intercambiaban impresiones en voz baja


    45. Athelstan la miró con expresión de fingido enojo mientras ella se volvía y entraba saltando como una chiquilla en la iglesia


    46. Esas órdenes produjeron una intensa actividad en todos, excepto Charles White, quien respondió con un suspiro de alivio fingido y un gesto de exasperación: ¿por qué el coronel Barnes había precisado tanto tiempo? ¡Se habían malgastado preciosos segundos en considerar lo que era evidente!


    47. Al-Masri frunció el entrecejo con fingido enojo y a continuación soltó una carcajada


    48. Se hace un silencio de asombro en buena parte fingido


    49. El «mi querido Demuth» de Haxthausen suena fingido


    50. Ann se llevó un dedo al labio, frunciendo el entrecejo en un fingido esfuerzo por recordar






























    1. maese Pedro hablando al pueblo, fingiendo representar cada uno una opción política, un


    2. Pasó otro rato, y Juan, despabilándose y fingiendo el lloriqueo de untierno infante en edad de lactancia, chilló así:


    3. Fingiendo queaspiraba el perfume, las tocó con los


    4. Todas ellas fingiendo


    5. silenciosa largo rato, hasta que al fin logró dominar suemoción, y riendo, o fingiendo que reía,


    6. Quijote, fingiendo que lloraban dedolor de su desgracia; a quien don Quijote dijo:


    7. tan enamorado o fingiendo con tanto arte que lo estaba, tandiscreto, buen mozo y seductor, que


    8. Un día, fingiendo que para airearlos había sacado del cofre los


    9. sobre las hilas, con los ojos bajos, fingiendo gran atención ala


    10. estrechar la mano del conde volvió la cabezahacia otro lado, fingiendo distracción; se

    11. Y, fingiendo sorpresa, mira por encima del hombro a Juan,


    12. fingiendo sorpresa y con un semblante tan colorado que dabamiedo


    13. Luego, fingiendo interesarse mucho por lo quedecía el conferencista, se llevó á un ojo la lente de aumento


    14. femenil empleaba como máquinas de trabajoeran muchos los que habían abierto sus ojos á la verdad, pero lodisimulaban fingiendo seguir en su antiguo embrutecimiento


    15. Y la escanciadora del aguardiente, fingiendo una sonrisa de despreciohasta alcanzarse las orejas con


    16. Y se dejó llevar, fingiendo susto, a un rincón por su querida, que lepreguntó en voz baja:


    17. Iba a hablar, pero llegó Petra a recogerel servicio del café y calló fingiendo leer El


    18. La infeliz seabanicaba, fingiendo poco interés en el asunto, y hacía


    19. desgraciado yridículo al que se deja en la puerta fingiendo


    20. —¿En qué?—preguntó mi tío, fingiendo extrañeza, mientras el

    21. y lo colocó delantede su cara, fingiendo estar entregado a la más


    22. fingiendo, yechada en el reclinatorio, delante del nicho desierto,


    23. Elpicador, fingiendo enfado, acabó


    24. estuviera en el teatro fingiendo en un diálogocuriosidad e interés


    25. Las de Ferraz, que ya estaban allí, rieron la gracia, fingiendo noencontrarle malicia


    26. Fingiendo el loco, la grandeza ofreces


    27. Julianne rodó sus ojos fingiendo exasperación


    28. los tipos menciona a Remi, Julianne se quedaba atrás fingiendo atarse el zapato, o


    29. situación de su hermana como lo estaba fingiendo


    30. de Jules, fingiendo admirar el trabajo de detalle en una sección de la pintura

    31. Y, después, la larga velada junto a la chimenea del salón, escuchando, o fingiendo escuchar, el relato que Midge le hacía de todo lo que había ocurrido durante el día y de las innumerables cosas que habían salido mal


    32. Prefería jugar con niños vivos o incluso con muñecas, fingiendo que estaban vivas, y finalmente dijo con sinceridad:


    33. Y yo confiaba en que no estuviera fingiendo


    34. —¡Ah! —exclamó Poirot, fingiendo gran satisfacción—


    35. Sentado en mi silla, fingiendo trabajar y no haciendo nada


    36. —¡Oh, sí! —repliqué, fingiendo una serenidad que andaba muy lejos de sentir—


    37. Naturalmente, a la mañana siguiente tenía que pignorar las perlas, fingiendo que se encontraba necesitado de dinero


    38. Y después de una ligera vacilación, añadió fingiendo indiferencia—: ¿Quieres hablarme de Cicely?


    39. El barón, con el velo echado, le había seguido, fingiendo cierta timidez


    40. El barón, fingiendo prestar atención a tales consejos, observaba a las jóvenes que paseaban en gran número por los jardines

    41. De este modo pudo llegar a un grupo de rosales, y viendo un tapiz cerca de ellos, se dejó caer en él, fingiendo estar descansando


    42. —Jeod me dijo que Brom se coló en el castillo fingiendo ser uno de los sirvientes


    43. Espero que no sea el caso, porque eso podría atrasarnos el viaje, no tengo tiempo para funerales -replicó ella fingiendo indiferencia


    44. Resistía las truculentas cenas con que lo agasajaban sus partidarios en cada ciudad, pueblo y aldea que visitaba, fingiendo el apetito de un preso, a pesar de que sus tripas de anciano ya no estaban para esos sobresaltos


    45. El recién llegado, fingiendo no apercibirse de la curiosidad que despertaba en el hombre, se aproximó hasta él


    46. El otro día en casa de los amigos de Angélica se divirtió Juan bastante viéndose querido en presencia de las otras dos parejas (dos matrimonios de la edad de Angélica y Jacobo), fingiendo muy bien no darse cuenta de que estaba siendo amado


    47. Fingiendo inocencia, le pregunté de qué iban aquellas caligrafías


    48. Fingiendo aún hablar por teléfono, Ekdol rodeó las cabinas del peaje


    49. El capitán Smith adivinó de qué se trataba pero, fingiendo ignorancia, se negó con tozudez a cooperar:


    50. —explicó Fatty, fingiendo gran dificultad en la pronunciación de la palabra HoffleFoffle













































    1. representaciones, sin dejarle siquiera esavaguedad sombría que fingimos en las regiones de mas allá del universo;¿qué nos resta? La imaginacion se encuentra sin objeto: la intuicioncesa; y solo nos quedan los conceptos puramente intelectuales, que nosformamos de la extension; las ideas de un órden de seres


    2. Fingimos que lo compramos para la servidumbre; pero Gudgeon es muy comprensivo y nunca se lo lleva hasta después del té


    3. Fingimos su muerte y lo enterraron


    4. Es inútil por consiguiente asombrarse de que, en una proporción considerable, la biografía de los condenados pase por todos esos mecanismos y establecimientos de los que fingimos creer que estaban destinados a evitar la prisión


    5. Como acostumbramos a hacer, fingimos no conocernos


    6. Turkle asegura que hace años la gente negaba tajantemente que el sentimiento «simulado» de un robot pudiera tener un efecto equivalente a un sentimiento «real» Pero cada vez encuentra más reacciones del tipo «los humanos también fingimos y nos creemos sentimientos falsos entre nosotros»


    1. Hacen llorar los actores que saben fingir elllanto


    2. ellaacertara a fingir en este caso


    3. biensabían fingir de burlas


    4. plan que había concebido, sinoa condición de fingir una


    5. en laesquina del sofá y fingir todavía un poco el


    6. en reír, quería fingir la indiferencia y laalegría de un pájaro,


    7. Segun esto parece que la extension en sí misma, y como distinta de lascosas extensas, no es nada; fingir la extension como un ser cuyanaturaleza propia se puede investigar, es entregarse á un juego deimaginacion


    8. verdaderaextension; y segun llevo manifestado, es la idea de la extension entoda su generalidad: fingir pues que lo inextenso ha de llenar elespacio, es exigir á la no extension que se convierta en extension


    9. ] Para eludir esta demostracion se pueden fingir variosseres necesarios, influyendo los unos


    10. inclinacion á fingir tiempos, antes que existiera elmundo, nace de la necesidad de concebir lo

    11. sujeta á la intuicion {313} sensible, tambien sepodrá fingir algo que sea capaz de actividad, y que


    12. necesitabandel estado de guerra, fingir que vivían entre peligros,


    13. sé disimular!, ¡no puedo fingir alegría cuando estoy irritado


    14. Marta comprendía muy bien que debía fingir una gran


    15. avispada, en esto de fingir inocencia tenía tan mal tacto, quellegaba a ridículas exageraciones; y


    16. –Estás haciendo un oficio de fingir ser un hombre -dijo el extraño, parándose a su lado


    17. Cuanto más pensaba en ello, más me decía que Marguerite no tenía ninguna razón para fingir un amor que no hubiera sentido, y me decía también que las mujeres tienen dos formas de amar, que pueden proceder una de otra: aman con el corazón o con los sentidos


    18. Y es que por mucho que se intentara fingir y teatralizar, había un momento en el que uno se reencontraba con la realidad, es decir, con la idea de que tal vez mañana fuera el último de nuestros días; también con la suciedad, con el hedor, con los gusanos y, sobre todo, con las ratas


    19. Parecía hallarse bien de nuevo, y me vi obligada a fingir que tenía que acudir al lavabo para que no me viera enjugarme las lágrimas


    20. Podía fingir que la gente era justo lo que decía ser al no escuchar ninguno de sus pensamientos

    21. En el momento en que trataba de calmarse, y en que en lugar de aquel porvenir político que había visto algunas veces en sus sueños de ambición, se proponía un porvenir limitado al hogar doméstico, el ruido de un carruaje resonó en el patio; después oyó en la escalera los pasos de una persona de edad, y después gemidos y ayes que tan bien saben fingir los criados cuando quieren aparentar que participan del dolor de sus amos


    22. Después, supongo que se dedicó a forzar el pestillo de la ventana y a sacar los cajones y demás objetos, para fingir que había entrado allí algún ladrón


    23. Un niño que almacena en su interior la intención de matar, practicando a escondidas, día tras día, y toda la comedia final: el tiro que falla, la catástrofe, el fingir pena y desesperación


    24. Debió de querer fingir que había estado paseando de arriba abajo junto al taxi


    25. Pensé que sería mejor fingir que el encuentro era casual


    26. —Cuya divulgación sentará mal a la otra persona, ¿quiere usted decir? En ese caso, habría que fingir que en el error no se había llegado a determinada parte, que uno se dio cuenta de la equivocación oportunamente


    27. Esa sencillez captaba la simpatía de quienes no le hubieran perdonado fingir una alcurnia inexistente


    28. Para su sorpresa, Blanca no tuvo necesidad de fingir una jaqueca, porque una vez que se encontraron solos, Jean abandonó el papel de novio que le daba besitos en el cuello y elegía los mejores langostinos para dárselos en la boca, y pareció olvidar por completo sus seductores modales de galán del cine mudo, para transformarse en el hermano que había sido para ella en los paseos del campo, cuando iban a merendar sobre la yerba con la máquina fotográfica y los libros en francés


    29. Se tolera la promiscuidad en los hombres, pero las mujeres deben fingir que el sexo no les interesa, sólo el amor y el romance, aunque en la práctica gozan de la misma libertad que los hombres, sino ¿con quién lo harían ellos? Las muchachas jamás deben aparecer colaborando abiertamente con el macho en el proceso de seducción, deben hacerlo con disimulo


    30. Se las arreglaron para ignorar las violaciones a los derechos humanos -o fingir que lo hacían- durante muchos años y, ante mi sorpresa, todavía suelo encontrar algunos que niegan lo ocurrido, a pesar de las evidencias

    31. Los hombres encogidos como él, cuando se deciden a declararse, tiemblan, sus ojos se llenan de lágrimas, tartamudean algunas palabras torpes… pero puede creérseles… toda esa timidez revela la pureza de un sentimiento que no saben fingir… Pero los hombres como Enrique, son abismos en los que es difícil adivinar lo que hay


    32. Juan se rió porque no deseaba a su nuera, se rió justo porque estaba logrando fingir con éxito que la deseaba sin desearla


    33. De eso nada, chica, guárdate tu dinero; los chicos no podemos fingir


    34. Mientras la cosa se desarrollaba en silencio, él podía comportarse como si nada y fingir que eran rumores y maledicencia


    35. Siempre le había dado buen resultado la táctica de fingir ignorar, en el curso de una investigación, las relaciones entre las personas implicadas


    36. Pero el hecho de que lo escuchara de una fuente que estaba bajo las órdenes directas del presidente de Estados Unidos significaba que al menos debía fingir que se lo tomaba en serio


    37. No había más remedio que fingir gran indignación contra los Requejos, y así lo hice, diciendo:


    38. Estudiantes que no encuentran con quién salir, personas mayores delante de la televisión como si fuese la última salvación, hombres de negocios en sus habitaciones de hotel, pensando en si lo que hacen tiene algún sentido, mujeres que se han pasado la tarde arreglándose y peinándose para ir a un bar, fingir que no buscan compañía, simplemente les interesa confirmar si todavía son atractivas; los hombres miran, buscan conversación, y ellas descartan cualquier acercamiento con aire de superioridad porque se sienten inferiores, tienen miedo a que descubran que son madres solteras, empleadas en algo sin importancia, incapaces de charlar sobre lo que sucede en el mundo, ya que trabajan de la mañana a la noche para sustentarse y no tienen tiempo de leer las noticias del día


    39. La primera táctica era fingir que estaba de acuerdo con el oponente para en seguida enredarlo en otro raciocinio


    40. A pesar de los esfuerzos de los amigos por silenciar el asunto, éste ha atraído de tal modo la atención del público que de nada serviría fingir desconocimiento de un tema que está en todas las conversaciones

    41. Luis XIV, siempre lúcido y maniobrero, volvió a sugerir repartos con diferentes soluciones para enredar las cartas del naipe europeo y fingir que en ningún caso dejaría de tener en cuenta los intereses rivales de la herencia y los puntos de vista de las dos potencias marítimas, Inglaterra y Holanda


    42. En las negociaciones de paz o en los planes de coalición para emprender una guerra, se recreaba en urdir trampas, fingir acuerdos, engañar a los interlocutores o desdecirse de promesas anteriores, con lo que sus adversarios iban aumentando en número


    43. Antes de que yo le hablara, acercó sus dedos al rimero de periódicos, y con voz que de ronca se había trocado en blanda, me dijo: «Pobre Tito, si para sortear la furia de tu mujer engañada has de fingir un alegato dictado por el bueno de Zorrilla, puedes empezar diciendo que los del Jurado no acabarán de encontrar la fórmula de avenencia hasta el momento preciso en que suenen las trompetas del Juicio final


    44. Eran la versión postindustrial de aquellos hidalgos pobres que tenían que fingir que comían y alardear de unos posibles de los que carecían


    45. Con el fin de evitar cuidadosamente que su actividad atrajese la atención, de tanto en tanto se incorporaban para fingir una normalidad rutinaria; después volvían y se agrupaban para calentarse, lo cual también servía para impedir que las guardias los viesen, y todos observaban con verdadera fascinación


    46. No le respondí a Marianne, intentando por ese medio impedir que volviera a reparar en mí; y durante algún tiempo incluso estuve decidido a no acudir a Berkeley Street; pero, por último, juzgando más sabio fingir que sólo se trataba de una relación fría y ordinaria, esperé una mañana a que hubieran salido de la casa y dejé mi tarjeta


    47. Como el motivo por el cual el oberst consideró necesario fingir su propia muerte


    48. Cada vez que Sachs posaba para una fotografía, se veía obligado a representarse a sí mismo, a jugar al juego de fingir ser quien era


    49. Abbie sintió que se estaba entrometiendo en un asunto familiar y se preguntó si debería excusarse y fingir que quería ir al cuarto de baño


    50. Pues bien, yo di a esas mujerzuelas lo que deseaban, pero de un modo literal, sin fingir un disimulo que ocultara la naturaleza de sus propósitos









































    1. probablemente de ella, fingí interesarme también por la operación


    2. mi odio hacia ella, fingí entrar por entero en susproyectos; y


    3. Fingí tomar en serio y como dura lección estas palabras y sólo


    4. —¿Y qué es lo que creéis que hice, señora? Fingí una instrucción criminal, y empleé todos los medios de la policía para descubrirla


    5. ¿En algún momento de mi vida me había perdido un cambio de agujas importante? ¿En qué la había pifiado? ¿Y me esperaba alguien en algún lugar? Los otros tres me animaron, me cantaron un poco las cuarenta, y yo fingí darles la razón y agradecer sus buenas intenciones


    6. Yo fingí que me parecía poco, hasta intenté regatear para que no se descubriera mi propósito, y al fin dije, que hallándome sin acomodo, aceptaba lo que me ofrecían


    7. Así que fingí estar inconsciente


    8. –¿Yo? – Fingí sorpresa-


    9. Allí dentro fingí una sonrisa, nos acercamos a la taquilla y saqué del bolsillo dos monedas de cinco centavos


    10. Fingí contemplar los murciélagos que revoloteaban en torno a la luz de las antorchas sobre las cabezas de los jubilosos comensales

    11. Aun así, encarnando la personalidad del prelado, fingí no entender


    12. Solo lo fingí


    13. Fingí no notarlo


    14. Durante un rato fingí que estaba muy contento de poder ver el encuentro


    15. Sobreponiéndome a la primera impresión, dejé lo que estaba haciendo y fingí


    16. Fingí nuevamente ignorancia y eso les hizo montar en cólera


    17. Me contó que se había casado con un idiota del barrio del que me dio pelos y señales hasta que fingí saber de quién me hablaba


    18. En uno o dos fingí incluso que quería internar a un familiar y los visité por adentro


    19. Después, al dar bruscamente la vuelta a una bocacalle, el coche nos echó al uno contra el otro, fingí perder el equilibrio y me dejé caer con la frente sobre sus rodillas


    20. – Es usted muy joven para ser profesor, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo lleva trabajando? Fingí reflexionar unos instantes

    21. Sólo el orgullo impidió a Lolita batirse en retirada; pues en mi extraña actitud fingí estupidez suprema y la dejé conducirse a su antojo


    22. Incluso alguien tan ignorante de la etiqueta de la corte como yo sabe que en presencia del rey no se debe reconocer la existencia de otras personas, y por tanto fingí no prestar atención a las operaciones de los ayudantes: llevar masivas sillas de plata hasta el borde de la estancia, enrollar las alfombras, cubrir el suelo de trozos de lona y traer un pesado banco de madera


    23. Mientras los tiraba también, fingí que tenía un problema imaginario con mi bolso


    24. Cuando entró en mi estancia, fingí sorpresa


    25. A mí no me gustó lo de «las mujeres que amé», pero fingí indiferencia y encendí un cigarrillo


    26. Fingí que lo pensaba en ese momento:


    27. Me molestó un poco, la verdad, yo no veía para nada dónde estaba el problema; por mera amabilidad fingí que me interesaba, que pesaba los pros y los contras, pero no creía en absoluto en aquella situación, me parecía estar en un programa de Mireille Dumas


    28. Impresionado por esas palabras, tomé un bonito plato de un estante y fingí examinarlo con atención


    29. Le quité el folleto de las manos y fingí leerlo


    30. —¡No fingí! Simplemente lo olvidé

    31. Fingí que la examinaba detenidamente, poniendo de manifiesto mi admiración con las consabidas exclamaciones


    32. Yo arrugué el entrecejo, fingí que rumiaba ferozmente, y luego dije:


    33. Memoricé así todas las oraciones del santoral y un gran acopio de sentencias y consejas latinas, fingí cavilar y sumirme en meditaciones profundas sobre las benditas almas del purgatorio y el misterio de la Trinidad


    34. Pero fingí no darme cuenta


    35. Fingí no darme cuenta


    36. Me recliné en el asiento y fingí respirar


    1. Mientras fingía que escuchaba con toda atención la traducción de Nicolai, me vino a la


    2. El artificioso Federico fingía detenerla con represión


    3. y ponía por obra nocorrespondía el suceso a la intención, luego, sin abandonarme, fingía


    4. traviesa quese fingía juiciosa


    5. Él fingía dormir, y de cuando en cuando, por entre sus


    6. Mientras fingía escuchar el discurso de Flimnap, sus ojos vagaron de unlado á otro examinando los


    7. sólo quedaba el departamento central, que fingía la puertadorada


    8. Rafael fingía escucharles mientras preparaba mentalmente la pregunta quedesde el


    9. Remedios y su padre no se dieran cuenta de lo queocurría; fingía contento en


    10. credulidad delvulgo, fingía una presciencia de los acontecimientos que le

    11. por eljardín, yo, desde mi diván, le seguía con el rabillo del ojo y muchasveces fingía


    12. El joven, al decir esto, daba diente con diente, y fingía reírse paraocultar su


    13. Sólo Carmen en aquellas ocasiones, harto frecuentes, fingía comer yluchaba con el temblor de sus manos y con la inseguridad de su voz


    14. sensibilidad de aquel aquien un instante había llamado su hijo, fingía tener esta razón


    15. por el estampido de las detonaciones, fingía unlance de


    16. encierro fuese hacia Jaime, que fingía leerlos anuncios del


    17. En vano el maître fingía esperanzas en el


    18. aquel lago, que reflejaba un cielo degranito, que la imaginación se fingía cadáveres flotando en


    19. El supuesto paciente que recibía los electrochoques era en realidad un actor que fingía sufrir y el experimento consistía en saber hasta dónde puede llegar el que acciona el botón en el daño que inflige al otro, bajo la presión de una autoridad científica


    20. Confundido, cerró los ojos y trató inútilmente de conciliar el sueño con la esperanza de que, si fingía dormirse, tal vez su cuerpo se dejaría llevar por el engaño

    21. Las pocas veces que fumó yerba calculó que no valía la pena lustrar tantas horas para financiar esa porquería que le dejaba el estómago revuelto y la cabeza resonando como un tambor, pero en público fingía que lo elevaba al cielo, como aseguraban los demás, para no pasar por tonto


    22. A veces llegaba con una señorita, nunca la misma, a quien presentaba como su sobrina y Burgel fingía creer el parentesco, esta casa no es uno de esos hoteles indecentes, qué se han imaginado, sólo a él le permito venir acompañado, porque se trata de un caballero muy conocido, ¿no han visto su nombre en el periódico? A Aravena el entusiasmo por la dama de turno le duraba una noche, después se hartaba de ella y la enviaba de regreso con el primer camión de hortalizas que bajara a la capital


    23. Pedro fingía no darse cuenta, pero sé que le halagaba la callada atención del muchacho y su prontitud para servirlo: bruñía su armadura con arena, afilaba su espada, ensebaba sus correas si conseguía un poco de grasa, y, sobre todo, cuidaba a Sultán como si fuese su hermano


    24. En las tardes se sentaba a escribir y yo fingía saborear mi pipa, pero en realidad la estaba espiando de reojo


    25. No permitió que nadie la viera en esas condiciones, los únicos que supieron de su llanto fueron sus mucamas y Williams, quien fingía no darse cuenta, li-mitándose a vigilar a prudente distancia para ayudarla si se lo pedía


    26. Pero dos semanas más tarde, mientras fingía escuchar a Fernando Cisneros en la mesa de la cervecería de Argüelles donde solíamos vernos por las mañanas y dudaba una vez más de mi legendaria inteligencia, aquel discurso oscuro, entrecortado, plagado de sobrentendidos que iban más allá de la capacidad de mi entendimiento, adquirió una relevancia que no había logrado percibir a tiempo


    27. Un par de días después, mientras me preparaba para ir a clase, fingía estar realmente fascinada por las historias de Patrice acerca de sus vacaciones en Suiza


    28. Yo fingía darles la razón cada vez que me decían que había sufrido una experiencia espantosa


    29. El mundo fingía que Santa Mondega no existía


    30. Luego la metieron en el lecho a la fuerza, mientras ella fingía hacer mucha resistencia y daba vueltas en todos sentidos para escapar de sus manos, como suelen hacer en semejantes circunstancias las recién casa­das

    31. Pedro profesaba o fingía, en política, un escepticismo inalterable, rara condición en aquellos tiempos de lucha


    32. La situación llegó a un punto crítico cuando Stapleton supo que Sir Charles se disponía a abandonar el páramo siguiendo el consejo del doctor Mortimer, con cuya opinión él mismo fingía estar de acuerdo


    33. Al principio pensé que fingía para llamar laatención o algo, pero las huellas de la botella-bomba son las mismas que las del dormitorio


    34. Y este sucedido, aunque fuera de broma, me hizo pensar que mi determinación saldría mucho más creída si yo fingía que enterraba los huesos allí, con lo que todos quedarían conformes en que ya no podía tener mientes de escapar


    35. Pero Blackburn había abandonado hacía tiempo las protestas y se había dedicado a los beneficios económicos, a los que perseguía con una dedicación obsesiva mientras fingía interesarse por los nuevos temas corporativos de diversidad e igualdad de oportunidades


    36. Mientras mezclaba aquellos ingredientes, miró por la ventana y descubrió a Pierre Lesac, que fingía dar un paseo por el huerto


    37. De vez en cuando pasaba un poli de aspecto cansino y les ordenaba que retrocedieran hasta el asfalto; la Ameba refunfuñaba, fingía recoger las mantas y simulaba un gran despliegue de actividad


    38. La situación no tardaría más de treinta segundos en aclararse: si el hombre conocía al ermitaño y, en caso afirmativo, si el disfraz podría engañarle y hacerle creer que Effing era la persona que fingía ser


    39. Todos salvo Lou, que seguía sentada con los brazos cruzados y fingía hacer caso omiso de aquel espectáculo


    40. ¿Ocupado? Pepper se mordió el labio ¿Estaba ella invirtiendo demasiada energía en esta relación? Miró a Lucy, que había terminado con sus flores y fingía ojear los cupones de oferta del periódico de la mañana

    41. Lycheas los miró horrorizado, con la boca abierta, y luego se puso a llorar, suplicando que le perdonaran la vida, en tanto su prima fingía estar planteándose seriamente la cuestión


    42. Justino aún fingía estar enfadado, pero su buen carácter iba superando la situación


    43. Le está hablando del tío con el que salía hace tres años, el tío que tocaba la batería en un grupo de rock, y cuánto tardó en comprender que no fingía una expresión vacía: estaba vacío


    44. Agripina fingía no ver a Enia


    45. Mientras el resto del grupo de abordaje fingía recorrer el María Linda de arriba abajo y de proa a popa, Dexter fue silenciosamente al camarote del capitán


    46. Como de rigor, ni su madre ni sus hermanos advirtieron mudanza tanta; y la muchacha, mariposa del campo, no pudo substraerse a la flama que le fingía el vicioso y descuidado mancebo: quien, a su vez, ardía en deseos de morder aquella fruta tan en sazón que no perseguía por amor, sino porque creía tenerla al alcance de su ociosa juventud, de su dentadura de buen mozo que hoy vive aquí y mañana allí con su poquito de autoridad, gracias a los galones y a la espada, sin importarle cosa mayor derrumbar un cercado o trocar en lágrimas de desesperanza los apasionados besos con que le dieron la bienvenida… ¿qué remedio? El no creó el mundo ni las penas, es un ignorante, un irresponsable, un macho común y corriente que se proporciona un placer de amores donde le cuesta menos y le sabe más; es uno de tantos que no se angustian por averiguar quiénes fueron sus padres ni quiénes son sus hijos; un engendrador inconsciente que no sabe reparar los desfloramientos de las doncellas campesinas que se le entregan, ni los descosidos que en ocasiones le afean su uniforme de guardia trashumante


    47. Así Florencia aprovechó la única oportunidad que tenía para que se fijaran en ella: denigrando a sus mayores, con aparente impunidad y ante una audiencia que aparentaba atención y fingía creerla


    48. Juan Prim y Prats, el cual, para no llamar la atención, fingía no


    49. Cuando el Paparro fingía rebuscar en los pliegues de su faja unos imaginarios papeles, se oyeron gritos y carreras por el andén


    50. Soledad fingía ignorarlos












































    1. Y nosotros fingíamos que no veíamos nada


    1. Las persianas cerradasse abrían tras cortos intervalos, indicando el despertar de los señores,y los criados fingían acelerar la faena de borrar el desorden causadopor la fiesta


    2. pinchándose las encías y manchándose elpañuelo, fingían echar


    3. fantásticas del mundo animal ó vegetal,llevando en su parte delantera faros enormes que fingían ser ojos ycruzaban el iluminado espacio con chorros de un resplandor todavía másintenso


    4. Y las señoras fingían no verles al pasar por su lado; se alejabantorciendo la boca


    5. Las torres y contrafuertes del templo fingían majestuosa visión entre elcendal de la


    6. jardín de invierno: fingían noreparar en ella, pero se adivinaba


    7. los señoresadormilados que fingían leer en las inmediaciones del


    8. Losmarineros fingían trabajos extraordinarios para


    9. Cogimos otra dirección, al lado de un plato abierto donde unos actores bajo unos focos y vestidos con ropa de quirófano azul estaban inclinados sobre una mesa de operaciones y fingían salvarle la vida a alguien


    10. Aunque rara vez lo admitían abiertamente, y fingían una tozuda indiferencia con respecto a los asuntos del «viejo mundo», sus preguntas, y especialmente sus rápidas reacciones ante las críticas y los comentarios terrestres, lo desmentían completamente

    11. Pero la idea de salir de vez en cuando por las calles de París es suya: decía que los únicos que no fingían estar contentos eran los mendigos; al contrario, fingen estar tristes


    12. Fingían que no era así, más por cortesía que como una maldición


    13. Muchos hombres fingían dormir, pero sólo unos pocos consiguieron descabezar un sueñecito


    14. Se vigilaban unos a otros pero fingían no hacerlo, todos intentaban evitar al sabelotodo de mirada enloquecida que pretendía darles palique y estaban dispuestos a pasar una tarde interminable y probablemente decepcionante


    15. – ¿No pretenderás decirme que esos tres tipos sólo fingían ser rusos?


    16. Los cuentos sobre Goldstein y su ejército subterráneo, decía, eran sólo un montón de estupideces que el Partido se había inventado para sus propios fines y en los que todos fingían creer


    17. Las mujeres, por discreción, fingían no escuchar


    18. Ambos se parapetaron tras las cartas de vinos mientras fingían estudiarlos con la máxima atención


    19. Cuando le describí los juegos y las representaciones, escuchó atento y rió con gusto al explicarle las comedias picantes donde los actores fingían escenas sexuales con artificiales y prominentes falos de cartón


    20. Iban a dar la voz de alarma pero los soldados que fingían estar borrachos se lanzaron sobre ellos y mientras uno sujetaba los hombros otro apuñalaba por la espalda y un tercero cercenaba la garganta; así con cada uno

    21. Con esa actitud de menosprecio, ellanista buscaba terminar con esa práctica, algo imposible, pero al menos no se fingían pujas cuando era él quien proponía un precio


    22. Bostezaban, se desperezaban y fingían irse a la cama


    23. Otra consecuencia adicional de la crónica escasez de personal era que el gobierno trabajara con ejércitos de robots y avatares que no eran manejados por personas, sino por máquinas que fingían ser personas


    24. No faltaba quien decía que había caído en el hábito de consultar a pitonisas y nigromantes, viles desdichados que fingían conocer el futuro, un conocimiento que no puede poseer hombre ni mujer; porque el futuro sólo lo conoce Dios, que nos oculta sus secretos por sus propias e inescrutables razones


    25. Algunos le miraban, y apartaban la vista rápidamente; otros estaban demasiado tensos, demasiado nerviosos mientras fingían estar relajados


    26. Las dos fingían que no les gustaba el modo en que comía la otra


    27. Como muchos esclavos fingían la locura sagrada para obtener la libertad, Torstiga padeció encierro y hambre durante su frenesí


    28. Un par de marineros que fingían colocar unos cabos mientras husmeaban la conversación se agarraron los testículos para ahuyentar la mala suerte


    29. Fingir ante los que tan bien fingían no me turbaba la conciencia en lo más mínimo


    30. En ocasiones fingían ignorancia sobre algo que en realidad comprendían muy bien, sólo para ver sí les decía la verdad

    31. Stever y otros dos guardianes estaban sentados en lo alto del muro y fingían dormir, pero no se les escapaba nada


    32. Todos los demás hombres que estaban en el alcázar, excepto los que llevaban el timón y el que gobernaba la corbeta, que tenían que permanecer en su sitio, se habían desplazado al lado de babor, y al llegar allí habían puesto una expresión con que fingían bastante bien que no estaban escuchando


    33. Fingían estar muy absortos por los interrogatorios mientras fusilaban al que acababan de condenar


    34. Los chinos mandaron allí a espías, agentes que fingían ser lamaístas llegados del extranjero y quienes le informaban al general Chang sobre todo lo que veían u oían en esas instituciones


    35. Pero se cree que desde épocas remotas los seres humanos hacían el ritual en el que fingían ser otras personas, y de esa manera intentaban la comunicación con lo sagrado


    36. Las clases altas fingían que los juegos se celebraban sólo para satisfacer a la plebe, pero las muestras de valentía de los gladiadores podían impresionar a cualquiera


    37. De hecho se trataba de danzas de la cosecha, que ya se habían practicado en algunos talleres de danzas africanas; casi siempre, al cabo de unas horas, algunos participantes caían o fingían caer en un estado de trance


    38. El interés ocasional, contradictorio y fluctuante que los simpatizantes de la New Age fingían sentir por tal o cual creencia nacida de las «antiguas tradiciones espirituales» sólo demostraba su estado de desgarradora angustia, que bordeaba la esquizofrenia


    39. Tan pronto como salía por media hora un asiduo, se burlaban de él con los demás, fingían extrañarse de que no hubiesen notado lo sucios que tenía siempre los dientes, o de que, al contrario, se los limpiara, por manía, veinte veces al día


    40. Algunos días, los comensales eran tan numerosos que el comedor del apartamento privado resultaba demasiado pequeño, y daban la comida en el inmenso comedor de la planta baja, donde los fieles, aunque fingían hipócritamente que echaban de menos la intimidad de arriba, en el fondo estaban encantados -al mismo tiempo que formaban camarilla independiente, como antaño en el trencillo- de ser objeto de espectáculo y de envidia para las mesas vecinas

    41. Fingían una relajada alegría a la espera de que el fingimiento se convirtiera en la pose necesaria para hacer frente al entrevistado


    42. Las langostas fingían trepar por columnas de orquídeas y un tanto por ciento elevado de los mariscos del golfo de Siam convertían la mesa aparador en un museo ubérrimo de piscicultura, alternada con kilómetros de "roastbeef", concentraciones parcelarias de ensaladilla de cangrejo y parques nacionales de frutos tropicales


    43. Ya fingían el dolor de cabeza, ya remedaban el traqueteo epiléptico, ya jugaban al histerismo, a la litiasis, a la difteria, a la artritis


    44. Elfhelm y sus hombres parecían ignorar la presencia del hobbit, y fingían no oírlo cada vez que hablaba


    45. La estación rotaba una vez cada veinte minutos, y la mitad de un «día de estación» (si se podía llamar así) transcurrió mientras ambos fingían no tener nada importante que decirse


    46. Se había enfadado mucho con los Weasley, que se tiraban en picado y fingían caerse de las escobas


    47. Metieron a empujones en el camarote a los chicos, que fingían resistirse, y les cerraron la puerta


    48. Una docena de ellos murieron, y luego los azotaron sólo para asegurarse de que estaban muertos y no fingían; después de eso, los arrojaron al mar


    49. O quizá lo fingían, quizá acabaron por quedarse con esos rasgos nuestros por cortesía, por una forma de simpatía, para no parecer muy distantes


    50. Estas apenas le respondían cuando él les dirigía la palabra, y fingían no darse cuenta de su presencia



    1. Si me finjo encompleta libertad de elegir mi vida, me parece que mi elección será


    2. volar la imaginación y me finjo vagamente milabsurdos


    3. Pero entonces, aun sabiendo que finjo admitir lo que no admito, me asalta un verdadero miedo: miedo a todo lo que acabo de ver, de padecer, de sentir pesar sobre mi existencia


    4. Por mucho que lo intento, por mucho que lo finjo, soy incapaz de evocarla igual que soy capaz de evocar a mi madre, pongamos, o a Myles, o incluso al Joe de orejas en soplillo del Prado


    5. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    6. Finjo haber recobrado mi lugar y mi calma


    7. A continuación, levanto la cabeza y finjo que lo acabo de ver


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    fingir in English

    pretend feign simulate fake

    Sinônimos para "fingir"

    simular afectar disimular engañar encubrir falsear disfrazar