1.
blanca, por los bares humeantes, escoge una mirada, una timidez, abre la puerta de
2.
inquilino que escoge lamejor habitación para trasladarse a ella
3.
Escoge por los diversos
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al sentir como el guía explorador escoge las imágenes que
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que percibe el guía explorador quien escoge una corriente
6.
acopladores escoge el modelo de conexión que considera
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escoge el medio entre estos dos estremos,que en esto está el punto de la discreción
8.
Vienen luego los tiempos en que el verdadero Dios escoge por
9.
escoge bien aquellos aquienes favorece, otras, en fuerza de ser
10.
escoge un lugar aparente; apártanse lasnaranjas que embarazan el paso si es el otoño,
11.
El calavera temerón escoge a veces para su centro de operaciones laparte interior
12.
En estas el entendimiento pone él propio las condiciones bajolas cuales ha de levantar el edificio; él escoge por decirlo así elterreno, forma el plan, y levanta las construcciones con arreglo áeste; en el órden real este terreno lo es previamente señalado, asícomo el plan del edificio y los materiales con que lo ha de levantar
13.
que el pueblo escoge para explicar elmodo con que quiere que lo
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escoge sus hombres y paga lasdeudas con los anticipos de la soldada del marinero
15.
en la primera formación de aquellos,que escoge para cimientos
16.
retener en Europa lossujetos que Dios escoge para predicadores
17.
Añadiendo otros diez, y el tiempo escoge,
18.
A principios del siglo XX, Eleuterio Venizelos, el primer ministro griego, escoge bien los aliados y se adhiere al bando ganador en la Primera Guerra Mundial
19.
No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos estremos, que en esto está el punto de la discreción
20.
Luego, como quien escoge con prudencia las palabras, contestó:
21.
Escoge las que responden mejor a su objeto y las guarda en su cuarto, destruyendo las otras
22.
–Saranguy –dijo el capitán, en el momento que entraba con Bharata, –si tienes hambre, haz que te indiquen la cocina; si quieres dormir, escoge la habitación que más te guste; y si quieres cazar, pide el arma que te plazca
23.
El conocedor escoge el brie del día palpándolo como si se tratara de fruta y el camambert por el olor, que indica su maduración
24.
Escoge las palabras
25.
Escoge lo que más te agrade»
26.
–Florentina, estamos a sólo dieciocho meses de las elecciones, y usted escoge este momento para destrozarme mi campaña del Nuevo Planteamiento
27.
Mi interés se centraba sobre todo en las contraseñas; ya sabe, qué puede suceder si el usuario escoge una contraseña poco segura
28.
¿Por qué escoge la Luna a los seres humanos y excluye casi totalmente a las demás especies?
29.
Siempre escoge el momento oportuno
30.
Intenta obtener un sentimiento de su propio valor gracias a las mujeres que se le rinden y se olvida de que aquellas a las que escoge no tienen carácter, ni juicio, ni código de valores
31.
—¿Cómo se escoge un rey? —preguntó Garion, que empezaba a perder el miedo a las mazmorras, fascinado con el relato
32.
Los corredores tienen orden de mantener el paso de tal modo que el anillo se mantenga tan circular como sea posible mientras se expande, pero ninguno de los corredores sabe a qué velocidad corren sus vecinos, de forma que cada cual escoge una velocidad al azar
33.
Escoge El sueño de renunciar
34.
En vez de imitar fonéticamente los sonidos, cada niño reconoce cada palabra como miembro de un vocabulario finito y escoge las mismas palabras; aunque muy probablemente pronunciada con un acento diferente, cuando las pasa al otro niño
35.
–¿Así que el gobierno te escoge porque sí y te lleva a una instalación secreta?
36.
No tengo habitación de huéspedes, Joannie, dijo, así que escoge: mi cama o el sofá
37.
El gobierno pasa a manos de su pareja, que entonces escoge un nuevo compañero o compañera y reina hasta que muere al cabo de siete años
38.
• Escoge las comidas orgánicas tan frecuentemente como puedas para evitar lo posibles efectos de almacenamiento de grasa que producen los pesticidas que contienen algunas comidas procesadas
39.
Continúa sin obstáculos, escoge los recuerdos con lucidez
40.
Tú, Munnio, escoge dos hombres y ve a esperarlos a la hoz del Casar
41.
–El Guardián trata de enseñarte a aceptar sus dones sin que importe a quién escoge para transmitirlos
42.
El rey escoge un ministro valioso, Turgot, pero las reformas que éste lanza chocan de nuevo con la hostilidad de los privilegiados
43.
Un número considerable escoge la rebeldía o la deserción
44.
–Y, sin duda, me ve usted como alguien que escoge a sus víctimas entre quienes ya lo son -añadió él-
45.
Se puso en pie para recorrer la zona de atraque, seleccionando partes de equipo con el aire levemente distraído de un amo de casa que escoge verduras en el mercado
46.
Escoge uno de los hoteles más elegantes del centro, donde se pierde en el enjambre de turistas anónimos
47.
Al azar le gusta adoptar los más diversos disfraces, y por los que escoge en ciertas ocasiones uno juraría que es un humorista incorregible
48.
No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos; que en esto está el punto de la discreción
49.
Pero ¿y las posesiones sociales? Anoche citó usted al joven que escoge una chica o una profesión determinadas
50.
Los posibles clientes (ya hay un par de docenas, aunque todavía falta un minuto para la hora oficial de apertura del supermercado, las nueve de la mañana) avanzan en tropel y solo se detienen cuando Jack escoge una llave del manojo que lleva en el cinturón y vuelve a cerrar
51.
Daniel escoge otra taberna
52.
En el tiempo del círculo, cuando los muros que separan esto de aquello se van volviendo cada vez más delgados, cuando tienen lugar toda clase de extrañas filtraciones… Ah, entonces se escoge entre una y otra opción, entonces el universo puede ser impulsado hacia otra pernera de los sobradamente conocidos Pantalones del Tiempo
53.
Escoge a los mejores luchadores para entrenarlos en el Proyecto Estragos
54.
Habla del asesino común de prostitutas, un desgraciado marginal que odia a las mujeres y escoge a las que considera peores para vengarse por los pecados de su madre
55.
Escoge la forma con el objetivo de evitar cualquier sospecha, y las manifestaciones más comunes son clips sujetapapeles, las agujas que se utilizan al empaquetar las camisas, las llaves pequeñas de la calefacción central, canicas, trozos de lápices de colores, misteriosas piezas de aparatos cortadores de hierba y viejos discos de Kate Bush
56.
Como la memoria escoge una determinada particularidad que nos atrajo, la aisla, la exagera
57.
Con la seguridad del que domina el asunto, el prior tira de un cajón y casi a primera vista escoge una ficha que entrega a Carvalho
58.
Escoge los clientes, obtiene la información y luego le dice al brazo ejecutivo que salga y consiga las joyas
59.
Mujer que escoge los minerales extraídos de una mina
60.
En las coordenadas polares, punto que se escoge para trazar desde él los radios vectores
61.
No decido el tema, el tema me escoge a mí, mi labor consiste simplemente en dedicarle suficiente tiempo, soledad y disciplina para que se escriba solo
62.
[13] Block escoge la nación china para esta simulación porque supone que se necesitan aproximadamente mil millones de homúnculos para cubrir todos los cuadrados de una Tabla de Máquina para la simulación de una Máquina de Turing, y, si no, él propone que cada homúnculo pueda manejar algunos cuadrados más en lugar de uno solo
63.
Tu reacción lo escoge
64.
¿Qué misteriosa sabiduría inherente escoge que el cuerpo se mute en un sentido que mejora en lugar de empeorar? Se observará que ésta es la misma pregunta, con otro disfraz, que formulamos al hablar de lamarckismo
65.
Escoge su camino paso a paso, a través del árbol de todos los animales imaginables, evitando la casi infinita mayoría de ramas estériles -animales con ojos en las plantas de sus pies, etc
66.
En lugar de eso escoge a sus representantes, los cuerpos; y esos individuos se eligen —obvia y automáticamente y sin intervención deliberada— en función de si sobreviven para reproducir copias de esos mismos genes
67.
1000 Sauron, alarmado por el creciente poder de los Númenóreanos, escoge Mordor para hacer de él una fortaleza
68.
Es la Madre quien escoge el espíritu del hombre para mezclarlo con el de la mujer cuando bendice a esa mujer
69.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
70.
Escoge dos de tus amigos; ya tengo hecha la elección de los míos
71.
Escoge las palabras con cuidado
72.
Se pone una camisa o un suéter y -tratando de disimular ante los enfermos pero con visible placer en la cara y en los gestos- escoge un traje marrón a rayas, a la moda, cuyos únicos fallos son un parche en la parte de atrás y unas manchas de pintura roja imposibles de quitar, más el triángulo rojo y el número de preso en el pecho
73.
Escoge el pueblo y, mañana por la mañana, antes de irte de Nueva York, envía a tu colega Aaron al solar vacío
74.
cuando se escoge el mal camino
75.
Porque, en lugar de huir en la dirección exactamente contraria a la de Klein, como por instinto habría hecho alrededor del 99% del género humano enfrentado a una situación semejante, es decir, una situación en la que el asunto consiste en huir a toda velocidad de un nazi armado que tiene por lo menos una buena razón para querer matarte, él escoge pedalear hacia el tranvía, de donde los pasajeros medio asfixiados han empezado a salir, describiendo un ángulo inferior a 90º en la línea de Klein
76.
Por el modo en que las escoge, tiene que ser alguien con acceso a los archivos, a los historiales médicos de los pacientes
77.
Escoge bien a los guías
1.
- Más bien escogemos individuos con intuición de gran
2.
Es decir, estimadas aliadas en este gran valle de lágrimas llamado vida, es nuestra culpa si escogemos mal con quien compartir nuestras vidas y, pero aún, si insistimos en quedarnos ahí y seguir caminando por el mismo camino rocoso a pesar de habernos convencido de que lo que escogimos no nos hace felices; si insistimos en seguir caminando por el mismo túnel oscuro y sin salida
1.
—Pues el que haya, camarón, que los pobres no escogen: lo
2.
- Parece que escogen las servilletas y manteles más sucios para ponerlos en mi mesa
3.
—Nunca escogen esta dirección; aquí todo son páramos y sólo pequeños pueblos cuando se acaba el páramo
4.
Mientras el joven general Lautaro organiza la estrategia de día y se oculta con Guacolda en la espesura para amarse en secreto por la noche, las tribus escogen a sus jefes de guerra, que estarán al mando de los escuadrones, y que a su vez se pondrán bajo las órdenes del ñidoltoqui, toqui de toquis, Lautaro
5.
Para tenerlos contentos, escogen un harnel, un carnero castrado, bien cebado, y lo sacrifican
6.
Los operadores escogen los motores, los equipos eléctricos, la configuración interna
7.
Los vencidos escogen el planeta Tierra, el cual, en comparación con su planeta de origen, sólo resulta t r i m u r t i
8.
Siempre escogen el caballo equivocado
9.
No apoderando toreros, ni apostando para ganar en otras plazas, veedores y empresario escogen a quien quieren pensando exclusivamente en el respetable y en el espectáculo
10.
¿Te parece del tipo de personas que escogen el bando ganador?
11.
–Somos las que escogen al Alma Suprema -insistió ella-
12.
Las hembras de los ángeles escogen a sus compañeros por la complejidad, belleza, originalidad y precisión de sus esculturas
13.
El gran rabino de Roma, Israel Zolli, y su mujer se convierten al catolicismo, al término de una reflexión teológica iniciada en la década de 1930; escogen como nombres de pila Eugenio y Eugenia, en homenaje a la acción de Pío XII a favor de sus correligionarios
14.
Y muchos más escogen cada día el mismo camino
15.
Si elegimos el equivocado, podemos pasarnos un par de años debatiéndonos en el páramo, mientras que los que escogen bien llegan pronto a su meta
16.
Normalmente se escogen algunos puntos para discusión posterior que traten sobre auto-control y ciertas formas de articulación social
17.
Echan un vistazo, escogen a un pardillo con una bonita sonrisa y con un expediente inmaculado y lo envuelven para regalo con su hábil marketing
18.
–Las ostras siempre escogen el rincón más asqueroso y más contaminado que encuentran
19.
Escogen a una víctima y todos se ensañan con ella
20.
Por cada diez de ellos que escogen Pigalle, hay mil en Nôtre-Dame
21.
Pero ¿qué pueden hacer los dioses cuando los hombres escogen el mal en sus asuntos de gobierno?
22.
–Pero los hombres escogen una -dije
23.
Venía de la playa, y el mar, cuya franja subía hasta la mitad de las vidrieras del hall, le formaba un fondo en el que se destacaba su figura, como esos retratos en que los pintores modernos, sin traicionar la observación exactísima de la vida actual, escogen para su modelo un marco apropiado: campo de polo, de golf o de carreras, o puente de yate, para dar un equivalente moderno de esos lienzos donde los primitivos plantaban una figura humana en el primer término de un paisaje
24.
Las mujeres siempre escogen la ruta del nacimiento
25.
Los frailes plañideros siempre escogen el camino del túnel
26.
—Recuerda que son los pacientes quienes escogen al psiquiatra, y no el psiquiatra a los pacientes
27.
Me explicaba que las mujeres son muy descuidadas con sus carteras, las cuelgan en las sillas, las sueltan en las tiendas mientras escogen o se prueban, las tiran al suelo en la peluquería, se las ponen al hombro en los buses, es decir, andan pidiendo que alguien las libre del problema
28.
Escogen siempre lo peorcito, y luego se llaman desgraciadas y se encomiendan [392] a la Virgen
29.
En principio, entonces, debemos imaginar que las hembras escogen a los machos sobre la base de etiquetas o indicadores perfectamente genuinos que tiendan a ser pruebas de que allí se encuentran buenos genes
30.
Permanece el principio, sin embargo, de que las hembras que escogen unirse a machos que ganan las peleas pueden beneficiar a sus genes actuando así
31.
Pueden denominarse Desventaja Cualificadora (cualquier macho que ha sobrevivido a pesar de su desventaja debe ser muy bueno en otros aspectos, y por eso lo escogen las hembras); la Desventaja Reveladora (los machos realizan una tarea difícil para expresar sus capacidades ocultas de otro modo); la Desventaja Condicional (sólo los machos de alta calidad desarrollan la desventaja); y finalmente la interpretación preferida por Grafen, que denomina Desventaja de Elección Estratégica (los machos disponen de información privada acerca de su calidad, una información denegada a las hembras, y la utilizan para «decidir» si desarrollar o no una desventaja y la amplitud que debe tener)
32.
—Las ostras siempre escogen el rincón más asqueroso y más contaminado que encuentran
33.
Circula la superstición de que las mujeres que escogen los emperadores son diferentes, casi divinas, porque con ellas disfrutan de las nubes y de la lluvia
34.
Si escogen lo contrario, pueden seguir su camino, siempre y cuando no se pongan en mi contra
35.
–¿Te escogen con frecuencia?
36.
Los consu escogen a sus contrincantes de entre aquellos que llevamos con nosotros, así que el protocolo requiere al menos tres veces el número de combatientes seleccionables
37.
—Pero siempre escogen a los más listos y los más dignos de confianza
38.
Escogen para el arte a un personaje que no puede llevarse al arte, y luego
1.
salvaguardar nuestra información personal y escoger
2.
corazón, y me dispuse a escoger lo
3.
¿Y qué menos podía hacer el desgraciado Rubín que descargar contra elorden social y los poderes históricos la horrible angustia que llenabasu alma? Porque estaba perdido, y la cruel negativa de su tía le puso enel caso de escoger entre la deshonra y el suicidio
4.
comercial! xD Y bueno, puestos a escoger ser alguien, un Jim Morrison estaba bien, o
5.
Queriendo Candido escoger los que mejoreducados parecian, señaló hasta unos veinte que le parecieron
6.
selectores de los puentes de control deben escoger otros cien
7.
escoger y con la mayor experiencia como senador oficial en
8.
cubierta principal de operaciones, debe escoger un operador
9.
escoger y donde tanto como el como todos los presentes en
10.
me concedió para escoger otras opciones a tener en cuenta
11.
todas las que quiera o necesite escoger con la información y
12.
permiteañadir notas y marcadores, escoger la disposición de lectura de loslibros (páginas individuales o en modo libro o sea, con páginasopuestas), y también visualizar las cubiertas en una bibliotecapersonal
13.
prohibitivo y a queno hay mucho para escoger en el catálogo de libros digitales
14.
importunarla, y esperaba a queentrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su
15.
éramosiguales, era bien dejar a la voluntad de su querida hija el escoger a sugusto: cosa digna de
16.
de las hijas quedase escoger losmaridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al
17.
necesarios para escoger estado, y el delmatrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester
18.
sello cuandodebía, se le olvidaba escoger los peninsulares, y
19.
generales del aire ydel mar, el arte de escoger y seguir las
20.
de las muchachas encargadas de escoger y empapelar lasnaranjas; retumbaban los
21.
descender a lacondición del gañán, y en ella escoger el trabajo más estúpido,
22.
Para llegar al acto primitivo, separando del mismo todo lo que no lepertenece realmente, confiesa Fichte que es necesario suponervalederas las reglas de toda reflexion, y partir de una proposicioncualquiera de las muchas que se podrian escoger entre aquellas quetodo el mundo concede sin ningun reparo
23.
con el gusanotísico! Bien había sabido escoger
24.
—Dejemos escoger la ocasión a don Enrique y a don Diego, que, llegadoel caso,
25.
escoger las joyas mejores
26.
Abandonaba su tarea de escoger en los montones de basura y hacía sentara
27.
La cuestión no está en escoger, sino en
28.
acierto al escoger su lugar en lacubierta, colocando el mismo
29.
escoger el lugar del combate
30.
obediencia: podía escoger entreestas maravillas de la fauna
31.
Cuando á los catorce años tuvo que escoger un oficio, se hizo
32.
ardiente, pero ladesgracia la impelía á escoger entre los dos, y
33.
Y en este caso, como en otros muchos que pudieran citarse, se echaronbien de ver el tacto y tino con que solía Vives escoger sus hombres
34.
Lo importante era escoger
35.
por lo bien que supocallarse y estarse quieto, y escoger lo que
36.
en la mejor edad de lavida para escoger entre lo bueno de lo
37.
escoger elbillete en día trece, entrar en la agencia con el pie
38.
en usar deloficio para escoger el cultivo del campo más duro y
39.
escoger un sitio cómodo encampaña abierta, en medio de
40.
Tenía poco en qué escoger, por estar todo el país poblado de
41.
para escoger en ellos el que fuese másacomodado para la
42.
estaba encargado de escoger y comprar él mismo loshuevos
43.
debido a su precio prohibitivo y aque no hay mucho para escoger en el catálogo de libros digitales
44.
¿Le había propuesto la bestia algo similar? Quizás iba a escoger su premio cuando el animal lo atacó por sorpresa
45.
Sin experimentación no hay posibilidad de escoger entre hipótesis contradictorias, es imposible que la ciencia avance
46.
Entre mis candidatas para escoger la frase que asombraría más profundamente a un astrónomo de principios de siglo tengo la siguiente sacada de un artículo de David Helfand y Knox Long en el número del 5 de diciembre de 1979 de la revista británica Nature: El 5 de marzo de 1979, nueve naves espaciales interplanetarias de la red de sensores de estallidos registraron un estallido muy intenso de rayos X y rayos gamma y lo localizaron mediante determinaciones del tiempo de vuelo en una posición coincidente con el resto de supernova N49 de la Gran Nube de Magallanes
47.
Con todas estas mismas partes la pidió también otro del mismo pueblo, que fue causa de suspender y poner en balanza la voluntad del padre, a quien parecía que con cualquiera de nosotros estaba su hija bien empleada; y, por salir desta confusión, determinó decírselo a Leandra, que así se llama la rica que en miseria me tiene puesto, advirtiendo que, pues los dos éramos iguales, era bien dejar a la voluntad de su querida hija el escoger a su gusto: cosa digna de imitar de todos los padres que a sus hijos quieren poner en estado: no digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y malas, sino que se las propongan buenas, y de las buenas, que escojan a su gusto
48.
-Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar -dijo don Quijote-, quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle
49.
{135} La comparación era posible, es decir, que Jacques debía escoger entre los maestros a los que quería y aquellos a los que no quería
50.
En el liceo, por el contrario, los profesores eran como esos tíos entre los cuales existe el derecho de escoger
51.
En rigor, es fácil escoger entre el mas y el pero
52.
Y algunos de ellos, como Rambert, llegaron incluso a imaginar que seguían siendo hombres libres, que podían escoger
53.
El cuarto, oscuro y cubierto de polvo, con los bustos, que parecían encararla desde los altos armarios, las butacas, las esferas y sobre todo, el sinfín de libros entre los cuales podía escoger a su gusto, hacían de la biblioteca un verdadero paraíso para ella
54.
Mirando de nuevo a su hijo me pareció que tenía cierta expresión que hacía que pareciese que le salía la voz de las cejas, lo que se afirmó al oírle cantar (le dieron a escoger entre cantar o irse a la cama, y cantó) The wood-Pecker tapping
55.
La eternidad, ¿qué es más que el continuo barajar de las generaciones? Y ahora, Pío, gran filósofo, si te dan a escoger entre el honor y el amor, ¿qué harás?
56.
Todo habría ido mejor si hubiera sido lavandera de nacimiento y pasara el día sobre la tina; pero, mira, la gente no siempre puede escoger la profesión que quiere
57.
Ella estaba decidida a que lo primero fueran las reparaciones y a los mahe no les quedaba demasiado donde escoger, Una vez fuera de la oficina recorrieron el pasillo hasta el ascensor, pasando de vez en cuando junto a empleados mahendo'sat y visitantes con negocios que atender, los cuales siempre encontraban razones repentinas para esconderse en algún umbral o intentaban ansiosamente ignorarles
58.
Como buen artista, yo siempre procuraba que los crímenes fueran apropiados a la estación del año o al escenario en que me encontraba, escogiendo esta terraza o aquel jardín para una catástrofe, como se pudieran escoger para un grupo estatuario
59.
Y una tiene la impresión, naturalmente, de que podría escoger a alguien mejor
60.
Y escoger las cosas para la casa me causa gran placer
61.
A través de todo el libro hay alusiones a esta rima infantil, y puestos en la necesidad de escoger entre uno de los dos significados, nos hemos decidido por «torcido», que puede aplicarse a personas y cosas, si bien el lector, cuando se trate de personas y lea «torcido», debe recordar el doble sentido del original
62.
Además, sabe escoger lo que más hiere
63.
- Voy a escoger los mejores y haré que los ensillen –dijo el turco–
64.
El que Eduardo supusiera que contaba con una variedad muy grande de empleos entre los que escoger le resultaba insoportable e irritante aquella mañana
65.
Escoger el adecuado para cada plato es una ciencia y un arte, se han creado programas de computación para resolver la duda en menos de un segundo
66.
De esta labor se encargó “Sciancatello”, quien se prestaba con la mejor gracia del mundo, subiéndose a las más altas copas de los árboles y arbustos para escoger la fruta más grande y la más madura
67.
Ernestina Pereda era uno de esos seres destinados a explorar el abismo de los sentidos, pero le tocó nacer quince años demasiado pronto cuando las mujeres debían escoger entre la decencia y el placer y ella no tenía valor para renunciar a ninguno de los dos
68.
¿Cuál escoger? Las dos le resultaban encantadoras con sus piernotas robustas, sus senos apretados, sus ojos de aguamarina y esa piel de infante
69.
Junto a él nos aproximamos a refinamientos hasta entonces desconocidos, aprendimos a escoger los vinos, antes creíamos que el tinto se tomaba de noche y el blanco de día, apreciar el arte, interesarnos en las noticias del mundo
70.
La libertad consiste en que hay muchas marcas para escoger lo que se puede comprar a crédito
71.
Titubeó un momento antes de desechar Caballero de Gracia y alejarse un poco más para escoger Jardines, una calle oscura y despoblada, como un paréntesis de calma, o de desolación, en el abigarrado corazón del bullicio
72.
El ser humano está destinado a escoger siempre
73.
—Veréis, señor, el heredero quiere disfrutar de la prerrogativa de escoger las mejores piezas de las subastas: ya sea para hacer una merced a quien lo merezca entre sus amigos, ya sea para su satisfacción personal, lo cual le comporta no pocas preocupaciones y gastos, pues el cupo de esclavos de palacio es ya notable y día llegará que pueda tener una embarazosa complicación, tal vez inclusive con la condesa
74.
Una condición, sin embargo, en la que se sentía tan bien que a veces se preguntaba si, en caso de poder escoger, le gustaría abandonar todo aquello y regresar a Cardona
75.
Podía escoger a cuál mataría y comería sin que el pobre desgraciado se diera cuenta ni por un momento de que lo estaba acechando
76.
A la hora de escoger el presidente del Concejo Municipal prefirieron a Melk Tavares, analfabeto de padre y madre
77.
Lo único que no compartían era la pasión de Viens por levantar pesas, y esta diferencia había sido una original fuente de inspiración para las esposas de ambos en el momento de escoger los apodos apropiados: Hardware y Software
78.
Así que decidió escoger las palabras con cuidado
79.
—En el caso de que se hubiera de escoger una esposa a mi gusto, mi corazón se estremecería de alegría al tenerla por mujer
80.
—Querrá escoger un sueño —dijo el secretario de los robots—
81.
Y añadió: "¡Hola! ¡hola! ¡que le empalen por haberse evadido!" Pero en aquel momento se adelantó el visir tuerto, y dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! ¡también yo hice a mi vez una promesa! ¡Y consiste en inmolar a la puerta de mi palacio tres musulmanes jóvenes para atraer la bendición sobre mi matrimonio! ¡Te ruego, pues, que me facilites los medios de cumplir mi promesa, dejándome escoger tres prisioneros entre la redada de prisioneros!" Y dijo el rey: "¡Por el Mesías, que no sabía yo tu promesa! ¡De no ser así, te hubiera cedido no tres, sino treinta prisioneros! Y el visir se llevó consigo a Nur, con intención de regar con la sangre del joven el umbral de su palacio; pero después de haber pensado que su promesa no se cumpliría por completo mientras no sacrificase a tres musulmanes a la vez, arrojó a Nur, todo encadenado, en la cuadra del palacio, adonde por el momento pensaba torturarle de hambre y sed
82.
Y como hoy es día de mercado en el zoco de las acémilas, te será fácil escoger por ese precio el más hermoso de los asnos
83.
Difícil es sostenerla en el género novelesco con base histórica, porque la acción y trama se construyen aquí con multitud de sucesos que no debe alterar la fantasía, unidos a otros de existencia ideal, y porque el autor no puede, las más de las veces, escoger a su albedrío ni el lugar de la escena ni los móviles de la acción
84.
Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo
85.
Fijo en esta idea, empezó a tantear a sus compañeros, trabando conversación y explorando los caracteres, sin más objeto que escoger entre ellos los de mayor coraje y decisión
86.
Frecuentaba los bosques; sabía escoger hierbas oficinales; comía raíces y mendrugos de pan, reblandecidos en el agua
87.
Y ese 9 de marzo, además, se elegían las autoridades transitorias del PSUV entre 200 candidatos que habían sido depurados por Chávez a una lista de 69, entre los que los electores deberían escoger a 15
88.
La misión del poeta sería escarbar en el cuaderno, escoger uno de los poemas y, si no fuera mucha la molestia, darle un toquecito final para subirle los bonos
89.
Yo me comprometo a demostrar, si hiciere falta, la necesidad de cada una de las reparaciones, y la justificación de cada uno de los gastos, satisfaciendo de este modo a cualquier persona capacitada e imparcial que usted guste escoger
90.
La verdad sobre el caso era que se había originado una discusión entre marido y esposa en relación con el lugar de residencia que debían escoger después de que volvieran del Continente los amigos cuya casa ahora ocupaban
91.
Cuando repaso mis notas y apuntes de los casos de Sherlock Holmes entre los años 1882 y 1890, son tantos los que presentan aspectos extraños e interesantes que no resulta fácil decidir cuáles escoger y cuáles descartar
92.
Todo su afán era examinar una tras otra las probables versiones del suceso, y escoger la más lógica después de bien pasadas por el tamiz dialéctico
93.
En consecuencia, se dedicó a escoger entre esas dos
94.
Pero fue sólo después de darle muchas vueltas que empecé a encontrar el sentido del infierno, su punto distintivo, su esencia; y ya va siendo el momento de decirlo: simplemente el infierno es toda una requisitoria contra el aburrimiento, esa es su única razón de existir y por eso mismo existe, porque hay seres en el cielo, no digo nombres, interesados en su perpetuación como único lugar que garantiza la diversidad completa en el universo pues el infierno es un espejo del cielo, como un cielo puesto boca abajo, con todos sus atractivos precisamente presentes en gracia de discusión, una aparición de la dialéctica, un puente entre las dos fases de la existencia, un maniqueo carrusel entre el ying y yang… Y si es el lugar para acallar las penas de los aburridos también lo es para conseguir la paz o para vacacionar o, en fin, para variar de temperatura y de diversiones por unos días cada vez que se quiera, el infierno es, en verdad, un hervidero total, pero no sólo de cuerpos que destilan un delicioso olor a olla podrida, sino de pasiones desbordadas, un sitio verdaderamente delicioso para quien tenga vocación y temperamento al decir del teólogo sueco, edad también, diría el doctor Alzheimer, y es así como las gentes se pasean por las playas, armadas de piñas coladas y gafas de sol, infernales… Así se comprende que vengan unos de visita y que otros lo tomen como su morada permanente, como vivir en un hotel de cinco estrellas en Cancún, de por vida, porque una de las ventajas de no haber sido condenado es la de poder escoger libremente el infierno si se desea, así como los condenados, si les viene en gana, pueden pasarse al cielo cuando lo quieran, cosa que había sido perfectamente observada por Bernard Shaw…
95.
No podíamos construir un monasterio como el de El Escorial, pero de ahí a unas míseras cuevas mucho había en donde escoger
96.
Sabía que los Alic se sentirían decepcionados, pero pensó que deberían haber tenido más tino al escoger una mujer para él
97.
Los mendigos no pueden escoger en cuanto a queso se refiere
98.
Siempre le había visto escoger los restaurantes de la misma manera que la comida: prescindía de listas y escogía lo sencillo, barato y abundante
99.
Algún hipercrítico objetará: si los ángeles del Infierno (los ge-nuinos digo, los de Lucifer) tenían la facultad de escoger entre el bien y el mal, eso quiere decir que el mal existía, ¿no?
1.
En la entrada hay unos carteles con una lista de los juicios del día y los horarios, una especie de programación, y tú escoges el que te interesa y vas
2.
Son imperios personales; si escoges bien el momento y el método, puedes destruirlas matando un solo hombre (las partes que queden serán casi inofensivas hasta que hayan sido asimiladas por otro jefe); entonces se mata a ése
3.
– Comprendes que escoges a una mujer antes que a la Hermandad
1.
El rigor del análisis se unía con un cuidadoso estilo: una fina ironía, un vocabulario escogido, la cita precisa en el lugar correcto, el ejemplo útil para entender un proceso complejo, el adjetivo que define a una época, la metáfora explicativa y a la vez sugerente
2.
No hay medio de abrirpaso, porque el rosario de mulas hace una curva, y dentro de ella escogido un simón que baja con dos señoras
3.
Derivación Del Griego Christós O Christus (Ungido, Elegido, Escogido)
4.
Durante La Edad Media, Y Que Fuera Escogido Patrón De La Caballería Y La
5.
con la imitación al humano compañero que había escogido
6.
porque los haya escogido en el hazde los que llaman liberales,
7.
lugar, el más céntrico de lapoblación, por tal escogido como sitio en que sus dueños
8.
La provincia de Moxos recibióademas, un gobernador escogido entre los
9.
Una vezpuesto en tierra el árbol escogido, se le arrancan los gajos, señalandoluego sobre el
10.
piensa que yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece, pues,para lo que yo le quiero,
11.
escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señoraTeresa que con dificultad se halla
12.
José el escogido para estaglorificación; el santo resignado y sin
13.
pagan eldote que tu quieres, debías haber escogido lo mejor
14.
tras cuyosvidrios fulgura el fuego divino del escogido, del semidiós y queparecieron
15.
bailes de campono figuraba sino lo escogido de la juventud del pueblo, según elcriterio de la comisión;
16.
todos los suicidas, hubiera escogido esaposición para ultimarse,
17.
naciones,acostumbráronse á mirarse como el pueblo escogido de la filosofía, yla consideraron como
18.
encuentro había sido escogido con premeditación
19.
habían escogido, para el embarco en la fuga: ysupieran los venideros o los que
20.
Feliciana había escogido un traje azul con adornos
21.
escogido, es una necesidadpenosa y que hace apreciar la menor ocasión de
22.
13 Saludad á Rufo, escogido en el Señor, y á su madre y mía
23.
42 Empero una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual
24.
13 Saludad á Rufo, escogido en el Señor, y á su madre y mia
25.
Dios os haya escogido desde el principio para salud,por la santificacion del Espíritu y fé de la verdad:
26.
13 Saludad á Rufo, escogido en el Señor; y á su madre y mia
27.
Escogido, pues, el lugar para la nueva fundación, ordenó el P
28.
cuando, comoárbol escogido, trasplantado junto á las corrientes
29.
eleccion de situaciones ventajosas, razon porque lehabian escogido, para oponer la primera resistencia á las
30.
habían escogido «su matador» entre losespadas rivales
31.
Del numero escogido en claro acento
32.
rara vez con lacapital, y cuyo vecindario escogido se
33.
Pero ahora tendré que dar explicaciones a la tripulación del porqué se halla a bordo una mujer en una misión en la que se ha escogido tan cuidadosamente el personal
34.
Es la única razón por la que la he escogido
35.
Debo de haber escogido la peor de las dos elecciones
36.
Tendrás que esperar hasta que se haya escogido al nuevo Gran Maestre
37.
Como ejemplo escogido más o menos al azar, en enero de 1996 la Red Ambiental Evangélica —organización de la comunidad cristiana evangélica que forma parte de la asociación— solicitó el apoyo de los congresistas al proyecto de Ley de Especies en Peligro (a su vez amenazada)
38.
No era ésa la palabra que yo hubiera escogido para describir la epístola en cuestión, pero imagino que los expertos tienen otros puntos de vista, y me alegré de que aquella retahíla de calumnias y groserías pudieran proporcionar satisfacción a alguien
39.
Y la tía Marguerite, la hermana de su madre, había muerto, la abuela lo arrastraba a casa de la tía el domingo por la tarde y él se aburría soberanamente, salvo cuando el tío Michel, que era carretero y también se aburría escuchando aquellas conversaciones en el comedor oscuro, en torno a los tazones de café negro sobre el hule de la mesa, lo llevaba al establo, que estaba muy cerca, y allí, en la semipenumbra, cuando el sol de la tarde calentaba fuera las calles, sentía ante todo el buen olor del pelo, la paja y el estiércol, escuchaba las cadenas de los ronzales raspando la artesa del pienso, los caballos volvían hacia ellos sus ojos de largas pestañas, y el tío Michel, alto, seco, con sus largos bigotes y oliendo él también a paja, lo alzaba y lo depositaba sobre uno de los caballos, que volvía, plácido, a hundirse en la artesa y a triturar la avena mientras el tío le daba algarrobas que el niño masticaba y chupaba con deleite, lleno de amistad hacia ese hombre siempre unido en su cabeza a los caballos, y los lunes de Pascua partían con él y toda la familia para celebrar la mouna en el bosque de Sidi-Ferruch, y Michel alquilaba uno de esos tranvías de caballos que hacían entonces el trayecto entre el barrio donde vivían y el centro de Argel, una especie de gran jaula con claraboya provista de bancos adosados, a la que se uncían los caballos, uno de ellos de reata, escogido por Michel en su caballeriza, y por la mañana temprano cargaban las grandes cestas de la ropa repletas de esos rústicos bollos llamados mounas y de unos pasteles ligeros y friables, las orejitas, que dos días antes de la partida todas las mujeres de la familia hacían en casa de la tía Marguerite sobre el hule cubierto de harina, donde la masa se extendía con el rodillo hasta cubrir casi todo el mantel y con una ruedecilla de boj cortaban los pasteles, que los niños llevaban en grandes bandejas para arrojarlos en barreños de aceite hirviente y alinearlos después con precaución en los cestos, de los que subía entonces el exquisito olor de vainilla que los acompañaba durante todo el recorrido hasta Sidi-Ferruch, mezclado con el olor del mar que llegaba hasta la carretera del litoral, vigorosamente tragado por los cuatro caballos sobre los cuales Michel{84} hacía restallar el látigo, que pasaba de vez en cuando a Jacques, sentado a su lado, fascinado por las cuatro grupas enormes que con gran ruido de cascabeles se contoneaban bajo sus ojos y se abrían mientras la cola se alzaba, y él veía moldearse y caer al suelo la bosta apetitosa, las herraduras centelleaban y los cencerros precipitaban sus sones cuando los caballos se engallaban
40.
Se sentía especialmente herido por el hecho de que lo que siempre había denominado la «vía capitalista» estuviera teniendo éxito y que el camino que él había escogido -el camino correcto- hubiera resultado un completo desastre
41.
Redujo incluso el círculo de sus amantes hasta dejarlas en dos o tres de lo más escogido, y recuerdo con especial afecto a una de ellas —la llamaré Daniela—, hija de un ex presidente y miembro de una de las familias más influyentes de Colombia, que demostraba, de igual modo, una sincera preocupación por los problemas de su pueblo y los «gamines» Era una muchacha dulce y tímida, de una belleza extraña que en ocasiones superaba todo lo imaginable aunque instantes después pareciera incluso fea, y de la que se diría que libraba una feroz batalla en su interior entre el amor filial y lo decepcionada que se sentía por el hecho de que cuando al fin su padre accedió a la presidencia, olvidó de improviso todos sus ideales, y se dedicó, como la inmensa mayoría, a robar y permitir que los que le rodeaban se corrompieran hasta límites inconcebibles
42.
Es la suerte que han escogido en la vida, y deberían ser consecuentes con ella hasta la muerte
43.
Era el único camino y era el que habían escogido seguir
44.
Parecía haber escogido al hombre fuerte y silencioso como escolta especial suya y el hombre daba la sensación de que se daba cuenta de cuan grande era el privilegio concedido
45.
La señora Pettigrew le dijo que yo había telefoneado con mucha urgencia y que el departamento en cuestión le había escogido a ella
46.
El momento había sido escogido, pues se daba el caso de que en aquella ocasión se hallaban reunidos todos los huéspedes para tomar el desayuno
47.
Recostado en la butaca, con las manos cruzadas y moviendo rítmicamente la cabeza, hacía el efecto del hombre que ha colocado un disco en el gramófono y lo está escuchando atentamente, encantado del buen gusto con que lo ha escogido
48.
Era tal la depresión que le produjo su descubrimiento que se olvidó por completo de David, que con toda intención había escogido un asiento a su lado
49.
Alí había escogido bien su refugio, y allí, podrían aguardar tranquilamente el ataque de los salvajes
50.
Las rígidas reglas respecto a qué vino servir con cuál plato también se han ablandado y ya no es obligación acompañar siempre el cordero con un bordeaux francés, a veces también sirve un rioja español o un merlot de California, pero todavía en las mesas elegantes se colocan varias copas porque se ofrece más de un vino, cada uno cuidadosamente escogido según el plato que acompaña
51.
Se llegó al punto de que la orientación del lazo en un ramo determinaba si los sentimientos se referían al donante o al receptor; la mano con la cual se presentaba o aceptaba la oferta cambiaba el designio, así como el lugar del cuerpo escogido por la mujer para lucirlas: mientras más cerca del corazón, más receptividad al amor
52.
En tierra las cañas, el marinero y el muchacho comenzaron a transportarlas a la playa, que daba frente a la pequeña cala, pues habían escogido aquel lugar para levantar la cabaña, Mientras tanto el señor Albani, armado con la lanza, se internaba en la plantación, en busca de los restos de la presa que la noche anterior hiciera el tigre
53.
—Por derecho de herencia y sucesión, hemos escogido a Nasuada
54.
Por el mérito de los logros obtenidos por su padre, y con la bendición de sus pares, hemos escogido a Nasuada
55.
Ahora, os pregunto: ¿hemos escogido bien?
56.
Así se explicó la aparición del Sargento Faustino Rivera en el mismo sitio escogido por ella para comer
57.
-El rey y la reina conocen bien a sus hijos y por lo general lo adivinan, pero su decisión debe ser confirmada por el gran lama, quien estudia los signos astrales y somete al niño escogido a varias pruebas para determinar si es realmente la reencarnación de un monarca anterior
58.
El lugar escogido por el lama y su discípulo estaba protegido por grandes rocas y era difícil llegar a él a menos que se conociera su ubicación
59.
Después Valdivia debió obligar a los fatigados soldados a trepar dos leguas de abrupta montaña, con los pertrechos a las espaldas y halando los cañones, hasta el sitio que había escogido para desafiar a Gonzalo Pizarro
60.
A medida que fueron creciendo sus responsabilidades dentro de la orden se dio cuenta de que al Señor se le podía servir desde frentes muy diversos, y al llegar a priora entendió que para que sus monjas pudieran vivir una vida acorde con el hábito que habían escogido, ella tenía que emplear su tiempo en mil tareas mundanas que iban desde encontrar protectores, y por tanto dineros para la subsistencia de su comunidad, pasando por intentar mantener la disciplina en un convento habitado por muy distintas gentes, hasta enfrentarse con algún poderoso que aspiraba a influir en la orden o ambicionaba alguna de las tierras del monasterio que, en tiempos, había sido uno de los más ricos e importantes de la provincia aunque en la actualidad pasaba por una muy grave crisis económica
61.
Habían escogido bien el campo de ba-talla para enfrentar a un enemigo disciplinado y armado, aunque no siempre con suficientes provisiones, porque el acceso a esos cerros es-carpados era tarea de cóndores
62.
En vista de que Diego me había escogido, me consideraban parte de su familia, eso les bastaba
63.
Julio aceptó sus correcciones sin ofenderse y memorizó todos los detalles, pero la persona a la que había escogido para estrenar su historia, aquel que por ser el más inocente sería quizás también el más exigente, no se los pidió
64.
A mí, desde muy pequeña, me intrigó la historia del pueblo judío, recuerdo que preguntaba a mi madre la razón de la denominación de «el pueblo escogido» y le preguntaba ¿elegido para qué?, si siempre fue perseguido y expulsado de todas partes
65.
Y tenía razón, puesto que una mano venerable y consagrada había colocado expresamente este bello modelo en la colección de los autores latinos, que se había escogido, como el mejor texto, para la juventud
66.
Desde el primer día había escogido un perro y el perro le había escogido a él
67.
El rumor del viento entre los chopos, el aumento del ruido de la corriente y el cambiante aspecto del paisaje le avisó de que estaba llegando al lugar escogido
68.
Alguien que está a favor o en contra de la reunificación tal vez haya escogido esa fecha como símbolo
69.
Pero el momento, en realidad, estaba bien escogido: en Phobos, la cara dirigida hacia ellos estaría en sombras y los telescopios podrían funcionar en condiciones favorables
70.
Warren no estaba seguro de que le gustara el nombre que habían escogido
71.
Roget había escogido bien
72.
Me sé de memoria el Libro Sublime y puedo leerle de siete maneras distintas; conozco exactamente el número de sus capítulos, de sus versículos, de sus divisiones, de sus diferentes partes y sus combinaciones, y cuantas líneas, palabras, letras consonantes y vocales encierra: recuerdo con precisión qué capítulos se inspiraron y escribieron en la Meca y cuáles otros se dictaron en Medina; no ignoro las leyes y los dogmas, sé distinguirlos con las tradiciones y diferenciar su grado de autenticidad; no soy una profana en lógica, ni en arquitectura, ni en filosofía, como tampoco en lo que afecta a la elocuencia, al lenguaje escogido, a la retórica y a las reglas de los versos, los cuales sé ordenar y medir sin omitir ninguna dificultad en su construcción; sé hacerlos sencillos y flúidos, como también complicados y enrevesados para deleitar sólo a las gentes delicadas; y si a veces pongo en ellos oscuridad, es para fijar más la atención y halagar al espíritu, que despliega por último su trama sutil y frágil; en una palabra, aprendí muchas cosas y retuve cuanto aprendí
73.
Entonces advirtió un concierto de laúdes e instrumentos diversos, acompañados por magníficas voces que cantaban canciones en un lenguaje escogido; y advirtió también píos de aves canoras que glorificaban de modo encantador a Alah el Altísimo; distinguió, entre otros, acentos de tórtolas, de ruiseñores, de mirlos, de bulbuls, de palomas de collar y de perdices domésticas
74.
Y le dio a cada una en su harem, un sitio escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura
75.
Debo añadir que las tres que habían escogido eran muy instruidas, griegas y muy bien habladas
76.
Hemos escogido la clase llamada aquí de cuerno de carnero, que es la más tierna y se cuece de un hervor
77.
Miró a un lado y otro de la calle, consciente de que el traje que había escogido con tanto cuidado para ir a Park Avenue resultaba un tanto incongruente en Queens
78.
Había escogido esa hora con toda premeditación
79.
Castiga usted con ellos los muebles de tapicería sin deteriorarlos, porque empleo material escogido de orillo
80.
Moffat había escogido como asistente a Adrián Tryner precisamente porque poseía las mismas cualidades que él, lo que le hacía ser más solicitado
81.
Puedes llamarme por el nombre que he escogido, por supuesto
82.
–No estoy segura de que lo tenga si quiere mantenerse en el camino que ha escogido
83.
He escogido entre la muerte de mi cuerpo y la muerte de mis aspiraciones y deseos
84.
—Han escogido el momento propicio
85.
Tras la separación de Abraham y su sobrino, las «ciudades de la llanura» donde Lot había escogido sus terrenos fueron sometidas por ejércitos invasores procedentes del este
86.
Como era de esperar, de los tres candidatos señalados por la ex reina, Franco había escogido no al abuelo, don Juan, a quien seguía sin perdonar sus insumisiones pasadas, sino al hijo, Don Juan Carlos, despreciando todas las normas de sucesión
87.
–Si no lo he entendido mal -manifestó Gant-, aquello producía una dispersión de las vibraciones electromagnéticas a lo largo de la periferia del punto escogido, con la consecuencia de provocar la aparición de olas gigantes y remolinos como los que hundieron al Southern Belle y a nuestro barco transmisor
88.
Aquel viaje sin precedentes pudo hacerlo cualquier otro ejemplar humano, quizá Nilan, o Sandra Devon, o algún dirigente demócrata o hasta el mismo cabecilla desconocido, pero Langdon los escogido expresamente porque él era el estocastócrata de la Tierra y porque, le gustara o no, presidía en aquel momento los destinos de la humanidad
89.
¿Por qué habrán escogido precisamente un ser femenino? ¿Qué significan esos lentes fuera de toda proporción y aquella serpiente en torno al cuello y la cabeza? Esto no puede haber sido precisamente elegante en ninguna época, pero en cambio puede haber sido funcional para un viaje interplanetario
90.
El escogido desconoce el origen de la allá arriba
91.
De momento había escogido las secciones más urgentemente necesitadas de reparación
92.
—Ha escogido vivir basándose en la fuerza, igual que ellos
93.
Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido
94.
No era lo que ella hubiese escogido, pero era con lo que tenía que bregar
95.
Todo el reino celebra el acontecimiento durante seis semanas y sus gentes llevan regalos al escogido de la fortuna
96.
El soldado raso Ralph Tanner, ordenanza de Waugh, fue el escogido para la tarea, pues no planteó ninguna objeción
97.
Mi madre y Junia habían escogido ese momento para colgar las cortinas de las puertas, de modo que yo no divisaba el pasillo, pues agitaban los brazos entre pliegues de tela rayada
98.
Seguramente, Justino estaba enterado de que Helena había escogido compartir pan y cebolla en mi mesa
99.
Finalmente, el verdugo pareció distinguir las líneas azuladas de las arterias y venas, señalando el punto escogido para la perforación
100.
Y a pesar de la inicial oposición del secretario de Estado, un escogido grupo de prelados -con el camarlengo y el prefecto de la Casa Pontificia a la cabeza- empezó a contemplar un doloroso pero cauterizante remedio: la renuncia del Vicario
1.
para ir escogiendo yclasificando los talentos jóvenes y
2.
( Escogiendo un sitio en la
3.
de laRepública hacia el Sur, escogiendo un gran río por límite con losindios, y
4.
muchas hojas,y escogiendo una que era redonda por la punta, se
5.
una tienda de lacalle del Carmen, escogiendo telas para
6.
emoción, escogiendo los trajes mássombríos, cubriéndose el
7.
40 Y Pablo escogiendo á Silas, partió encomendado de los hermanos á la
8.
40 Y Pablo escogiendo á Silas, se partió, encomendado de los hermanos á la
9.
25 escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de
10.
escogiendo y señalandoel sitio para ella los PP
11.
entró esta mañana a lasdoce la tiple, y anduvo escogiendo botas y pidió la última novedad,
12.
una linda corona con flores de tela, escogiendo las más bonitas y las que más se parecían á
13.
Permaneció en silencio durante un minuto y luego habló sin mirarme a la cara y escogiendo cuidadosamente las palabras
14.
Mi padre hablaba con lentitud y deliberación, escogiendo cuidadosamente sus palabras
15.
Como buen artista, yo siempre procuraba que los crímenes fueran apropiados a la estación del año o al escenario en que me encontraba, escogiendo esta terraza o aquel jardín para una catástrofe, como se pudieran escoger para un grupo estatuario
16.
Escogiendo sus palabras, dijo:
17.
Están escogiendo a los capitalistas para cuando llegue la hora de la matanza, supongo
18.
Miró a un lado y a otro de la pequeña y gesticulante multitud, escogiendo a uno de sus componentes
19.
En voz alta dijo, escogiendo cuidadosamente las palabras:
20.
Con sus piernas cortas, su holgado pantalón cortado por encima de las rodillas, sus zapatos hechos en casa y su andrajoso sombrero de fieltro, Ros arrastra los pies por el corral como un payaso, escogiendo los corderos, castrándolos sin piedad
21.
De tienda en tienda iban los tres; mirando y escogiendo lo que se diputaba mejor dentro de la modestia, adquirió Halconero cama de matrimonio, de bronce dorado, según los mejores modelos de una industria moderna, y colchón de muelles elásticos, que eran última novedad
22.
Escogiendo bien las palabras, Francisco habló a las mujeres casi con acritud
23.
cantando y escogiendo entre las flores
24.
-Ahora -dijo escogiendo uno entre el montón que había en el suelo-, espero que conozcas algunas rutas alternativas
25.
–¿Ya estás escogiendo en la comida? ¡Come de una vez, mujer! – decía su padre, y cuanto más se lo decía, más incapaz era ella de continuar comiendo
26.
Visitó luego a los soldados federales prisioneros, escogiendo entre ellos a cinco de los que manifestaron querer tomar las armas para defender la causa del Gran Poder de Dios; a los demás hizo que se les llevase carne, harina y tinajas con agua
27.
Su inteligente opción le supuso la oportunidad de pintar en el propio jardín, escogiendo el instante preciso en que apareciera el efecto de luz deseado
28.
–Muy amable por tu parte –dijo el hombre trajeado, escogiendo una silla junto al soldado
29.
–¿Qué hay de la relación encubierta de Shan con Salmen Tekiel? – preguntó, escogiendo al azar el nombre de un joven noble–
30.
Se sentía como un suicida que se ha tomado un trabajo ímprobo escogiendo y anudando una cuerda…, sólo para comprobar que se rompe bajo su peso
31.
Las muchachas explotaban la espera; hacían gala de sus atractivos escogiendo con admirable instinto a los más fogosos, que al fin decidíanse por el cambio y se marchaban resignados con la que les quedaba a tiro, empujados por Elvira y por sus propios apetitos bestiales, empujados por el piano que no cesaba en sus armonías obscenas, empujados por la casa entera que respiraba inmunda lujuria fácil
32.
–Wintermute -dijo Case, escogiendo las palabras con cuidado – Me dijiste que eras tan sólo una parte de otra cosa
33.
–Muy amable por tu parte -dijo el hombre trajeado, escogiendo una silla junto al soldado
34.
–¿Qué hay de la relación encubierta de Shan con Salmen Tekiel? – preguntó, escogiendo al azar el nombre de un joven noble-
35.
–Sí, bien -dijo Elend, escogiendo rápidamente un libro
36.
–No, no reponiéndose ella, escogiendo unas prendas de ropa-
37.
Después de haberse sumergido durante años, con la testarudez de un lemming, en los abismos del cine no comercial, escogiendo sus papeles según el criterio del chico inadaptado, Finn era el primer sorprendido tras haber ganado el Oscar por su interpretación de Kurt Cobain
38.
-dijo rápidamente el cura, escogiendo su escuadrón
39.
–Sabía que me jugaba la vida escogiendo la casa sin ti
40.
–No -dijo Issib, escogiendo las palabras con cuidado-
41.
¿El Alma Suprema había influido para que alguien se olvidara de cerrarla? ¿O era cuestión de suerte? ¿Soy un títere de la fortuna, se preguntó Nafai, o una marioneta del Alma Suprema? ¿O al menos estoy escogiendo libremente una parte de mi intervención en la labor de esta noche?
42.
Con sumo cuidado eligió una posición, escogiendo el lugar exacto donde estaba parado
43.
Pero tenía muy mal gusto escogiendo ropa interior
44.
Estaba sentado a la gran mesa que ocupaba el centro de la estancia y se entretenía escogiendo siemprevivas de diferentes colores de un cesto para ponerlas entre las páginas de su viejo breviario
45.
Escogiendo su camino por encima de las puertas caídas, descubrió el origen de los sollozos en el vestíbulo
46.
Dijo que la quiso matar, y lo hiciera si de sus padres no fuera impedido; y que así, se salió de su casa despechado y corrido, con determinación de vengarse con más comodidad; y que otro día supo cómo Luscinda había faltado de casa de sus padres, sin que nadie supiese decir dónde se había ido, y que, en resolución, al cabo de algunos meses vino a saber cómo estaba en un monesterio, con voluntad de quedarse en él toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y que así como lo supo, escogiendo para su compañía aquellos tres caballeros, vino al lugar donde estaba, a la cual no había querido hablar, temeroso que en sabiendo que él estaba allí, había de haber más guarda en el monesterio; y así, aguardando un día a que la portería estuviese abierta, dejó a los dos a la guarda de la puerta, y él, con otro, habían entrado en el monesterio buscando a Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y, arrebatándola, sin darle lugar a otra cosa, se habían venido con ella a un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para traella; todo lo cual habían podido hacer bien a su salvo, por estar el monesterio en el campo, buen trecho fuera del pueblo
47.
La estrategia de al-Ghuráb había sido cansar a los franceses tomándose su tiempo y escogiendo con cuidado; pero con el paso del día quedó claro que el tiempo estaba del lado de los capitanes de las galeras, que se relajaban en sus camarotes, y de Pierre de Jonzac, que bebía champán bajo un gigantesco parasol dispuesto en el embarcadero, mientras Jack, Dappa y al-Ghuráb corrían y bajaban por las pasarelas, olían cuerpos y sufrían las maldiciones de los galériens
48.
Entonces nos pusimos a andar, escogiendo calles silenciosas y senderos vacíos
49.
En el silencio de la tarde, Richard empezó a pasear lentamente de un lado a otro, escogiendo las palabras con cuidado
50.
Fue entonces cuando me enteré de que el dueño del barco es un francés y estuvo en Hawai escogiendo marineros
51.
El policía se la hizo por segunda vez, escogiendo palabras distintas y cambiando una sonrisa con su compañero
52.
—Antes —dije escogiendo las palabras con cuidado—, Shehyn ha dicho que sabía una historia sobre los Rhinta
53.
Cavilé un momento, escogiendo las palabras con mucho cuidado
54.
Colocó en posición el debólver, puso un cargador de seis balas, y apuntó escogiendo una luz al azar
55.
Sentí más ganas de moverme, y me agité un poco; abrí el libro que me diera mi abuela, y ya pude poner atención en las páginas, que iba escogiendo acá y acullá
56.
“¡Ay! —hubiera pensado Roberto—, ¿vale la pena que me haya pasado mi juventud despreciando la alcurnia, honrando únicamente la justicia y el talento, escogiendo, fuera de los amigos que como tales me imponían, compañeros torpes y mal vestidos, si tenían elocuencia, para que el único ser que aparezca en mí, del que se conserve un recuerdo precioso, sea, no el que mi voluntad, esforzándose y haciéndose digna de él, ha modelado a mi semejanza, sino un ser que no es obra mía, que ni siquiera soy yo, un ser al que he despreciado siempre y al que he tratado de vencer; vale la pena que haya querido a mi amigo predilecto como lo he hecho, para que el mayor goce que en mí encuentre sea el de descubrir algo mucho más general que yo mismo, un goce que no es, en absoluto, como él dice y como no puede creer sinceramente, un goce de amistad, sino un goce intelectual y desinteresado, un a modo de deleite de arte?” Esto es lo que hoy temo que haya pensado a veces Saint-Loup
57.
Pero van pasando las islas entre la niebla y Koh Samui tarda en aparecer como un horizonte completo, final al que se acerca el barco escogiendo un embarcadero donde esperan turistas de regreso, descargadores de cocos, intermediarios de "bungalows" y conductores de tuc-tuc
58.
Carcante llevaba un farol, y seguido de Vargas iba escogiendo diferentes objetos que completarían el cargamento de la goleta
59.
Se ponía en camino por su lado, escogiendo por regla general una dirección de partida opuesta a la tomada por ellas
60.
- (Revolviendo entre las cuentas y escogiendo algunas
61.
Parecía estar juntando sus pensamientos, escogiendo las palabras, preguntándose si confiarse o no a Luca Rossini
62.
Esto significa que los genes que hacen que las hembras escojan colas masculinas de una longitud determinada están, en efecto, escogiendo copias de sí mismos
63.
Si las hembras pudieran detectar tales cualidades de antemano, se podrían beneficiar escogiendo a aquellos machos que poseyesen tales características
64.
Escogiendo con cuidado las palabras y sin dejar que la baja temperatura la distrajera, preguntó:
65.
–Éste estaría bien –dijo, escogiendo un tazón grande en forma de artesa con los laterales altos
66.
En un país en donde tantos hombres se habían retirado al celibato, y donde en consecuencia había una abundancia de mujeres, lo lógico sería que los hombres normales disfrutaran de un paraíso, escogiendo las mujeres de su gusto y tomando a cuantas les apetecieran
67.
Magallanes les respondió que vinieran a bordo de la Trinidad para entenderse con él; pero ellos rehusaron enérgicamente, y no teniendo ya más consideraciones que guardar, Magallanes hizo apresar la embarcación que le había llevado esta respuesta, y escogiendo entre su tripulación seis hombres fuertes y decididos, los mandó a bordo de la Victoria bajo el mando del alguacil Espinosa
68.
Dana, parada entre el grupo, los examinaba con expresión impenetrable, como si estuviera escogiendo un cordero para un sacrificio
69.
)- Hace un rato estaba en una tienda de la calle del Carmen, escogiendo telas para vestidos
70.
Cosa se encargaba de llevar a la mesa los volúmenes que él iba escogiendo
71.
Mandaba guadañar el trébol para heno, escogiendo las peores deciatinas, en que había mezcladas hierba y cizaña, y los trabajadores guadañaban a la vez las mejores deciatinas, destinadas para el grano, disculpándose con que se lo había mandado el encargado y tratando de consolarle con decirle que el heno sería magnífico
72.
Por fin, la muchacha habló, lentamente, escogiendo las palabras:
1.
— Pero, decidnos, ¿qué escogéis vos?
1.
—Yo escogí ésta; aquí estoy bien
2.
losllevase para servir en la iglesia, y de ellos escogí sólo tres,
3.
Escogí el camino que quería
4.
Escogí al doctor Armstrong para desempeñar este papel
5.
Escogí un gran tronco seco, me puse a escarba: alrededor de las raíces, y de pronto el hacha se quedó sujeta en una argolla de cobre
6.
Escogí el sitio en el que se levantan los tres abetos y, amparado por su protección, salté dentro, seguro de que no existía la menor posibilidad de que alguien pudiera verme desde la casa
7.
Con tantas prisas, escogí un conjunto que consistía en un jersey verde y un pantalón de chándal rosa
8.
Escogí las palabras con cuidado
9.
Así, pues, escogí el corredor central y me interné en sus tenebrosas profundidades con una oración en mis labios
10.
Recordando las palabras de Czollek, escogí media docena de ejemplares de grosor medio, fáciles de camuflar y de amoldar en la cintura
11.
Pero escogí ir sin pompa ni ceremonia, vestido completamente de duelo y como un ciudadano privado
12.
—Yo no escogí esto, sabes —dijo Albus, bajando la voz y mirando a James a los ojos—
13.
pues la mejor escogí
14.
En la pared de ladrillo que me separaba del escenario había varios agujeros del tamaño de monedas: eran para sujetar los decorados el día de la función, escogí el más bajo y me senté a caballo sobre medio tronco de árbol de cartón y cerré un ojo: podía ver a Juanita la «Trigo» en plan de Virgen esperando su turno entre bastidores, con las manos juntas como si rezara pero bostezando, y a cinco pastores de Belén sentados en torno al fuego y la olla, con sus zamarras y panderetas, y a la apuntadora en la concha; era la mayor de la Casa y responsable de devolver a las huérfanas a la calle Verdi antes de medianoche y sin novedad
15.
Por eso lo escogí
16.
–Dudé entre el número cuatro y el cinco, y escogí al cinco porque me miraba
17.
Y tampoco es democrática la estructura de la Iglesia, que no se basa en elecciones, sino en los Apóstoles, a quienes se les recuerda: «Vosotros no me escogisteis a Mí; pero Yo os escogí» (Jn
18.
Miré la dulcera, escogí un pastel de hojaldre con crema y se lo di diciendo:
19.
Pero éstos no son los mejores momentos para el rey; se ha estado produciendo un oscurecimiento palpable de la luz, razón por la que escogí este hexagrama como clave de cifrado
20.
Le escogí entre otros solicitantes porque era el que más se parecía a mí, y porque es lo suficientemente idiota para arriesgar su vida por cien dólares diarios
21.
La cual era una pregunta estúpida, una que escogí al azar
22.
Escogí cinco códices y los envolví bien para el viaje
23.
Entonces escogí una mesa que estaba casi vacía, pues no quería imponerle mi compañía a nadie
24.
Por eso escogí una segunda especialidad
25.
Así fue como escogí el de Walter, pensando en Walter von Stolzing, en Walter von der Vogelweide y en Siegmund, que hubiera querido ser Frohwalt, pero se vio obligado a llamarse Webwait porque él "no reina sobre el dolor"
26.
«Cuando presenté a los vieneses La canción de la tierra (…) en lugar de una contralto escogí un barítono
27.
Cogí una caja de alfileres con cabezas redondeadas de vivos colores de una repisa que estaba bajo el mapa, escogí una roja y la situé en la esquina suroeste del Gran Seminario
28.
Escogí un cuchillo de pan que empuñé con fuerza por el mango y extendí el brazo apuntando amenazadora con la hoja
29.
Escogí una al azar y la coloqué junto a la primera
30.
Tú me diste a escoger entre la vida y la muerte hace unos días, y escogí la vida
31.
Yo escogí una copa de vino de arroz y el gran kan inició la entrevista con bastante amabilidad preguntándome: – ¿Cómo van tus lecciones de idioma, joven Polo?
32.
Para no impugnar la capacidad de su orlok Bayan escogí con cuidado las siguientes palabras
33.
Escogí unas cuantas al azar y en muy poco tiempo comencé a sentir como si estuviese habitando en una especie de universo alternativo donde existía toda una historia enterrada debajo de la superficie del mundo que yo conocía
34.
Escogí las mejores botellas sin el menor apuro; no valía la pena dejarles aquellos tesoros a los rojillos a quienes, de todas formas, sólo les gustaba el vodka
35.
Dejé correr los dedos por encima y escogí una, al azar, a lo que me pareció, pero no debió de ser del todo casualidad, la carta estaba fechada el 28 de abril de 1944 y empezaba así: Querido Max, hace hoy un año que murió mamá
36.
Volví a subir y escogí un mantel blanco de encaje de bordado inglés
37.
Por eso le escogí para el cargo entre diez candidatos
1.
» El no dudaba de la promesa del sabio, y ya escogía en
2.
Mientras escogía yo la más ancha de las hojas de una higuera,
3.
vaso sagrado, escogía por turno entre sus amigos yprotegidos uno a quien agraciar con
4.
Se había divertido observándola mientras ella los escogía y consultaba con Viburnia, y viéndola discutir sin azoramiento con el mercader, desechando numerosos retales antes de encontrar uno de su agrado
5.
Un trabajo de Hércules… Cada noche, después de la cena, recibía el menú del harén y escogía una o varias compañeras sin que valieran argumentos en contra -nada de distraerse con sus ruiseñores o jugando mahjong- porque la prosperidad de la nación se medía por el número de hijos que concebía: el deber patriótico era ineludible
6.
Por una módica suma el perro escogía un papelillo doblado y se lo pasaba al cliente, algo baboseado, es cierto, pero perfectamente legible
7.
Hasta entonces el amor le había producido más sufrimientos que buenos recuerdos, según Gregory escogía pésimos candidatos, como si sólo pudiera enamorarse de quienes la maltrataban, ella estaba convencida de que su período de mala suerte había pasado, pero de todos modos decidió cuidarse
8.
Él mismo escogía cada pescado que los botes traían del mar al amanecer y cada vegetal que llegaba de los plantíos a lomo de mula; así su fama trascendió la isla
9.
Por eso le sonrieron a la vez mientras él escogía las palabras con tanto cuidado como si no estuviera seguro de que las dos iban a rechazar su propuesta
10.
Pero la tradición cuenta que Bianca escogía de preferencia esa que ocupaba ayer una señora vestida de negro, ¿la visteis?
11.
Cuando los paracos, o la guerrilla, escogía un objetivo sospechoso de colaborar con su enemigo, o al que simplemente querían expulsar de sus tierras para incautarlas, con frecuencia le enviaban una notificación por escrito de que había sido considerado «objetivo militar»
12.
Pero él no escogía su rumbo por esa historia, eso era indudable
13.
Siempre le había visto escoger los restaurantes de la misma manera que la comida: prescindía de listas y escogía lo sencillo, barato y abundante
14.
De ellos y de los obispos, escogía al gobierno u officium Palatinum, cuyos ministros o comes se encargaban del tesoro (Hacienda), de la cancillería, etcétera
15.
El vasco, que para estas cosas era de lo más exigente, la escogía personalmente en las cuadras del cuartel mientras yo le vigilaba la puerta
16.
A veces escogía un par para que usáramos mientras bebíamos el té
17.
Mamá Booth escogía a su víctima, la cogía, le torcía el cuello y lanzaba el cadáver desplumado al porche antes de que el ave supiera que la habían matado
18.
Al final, no se trataba de la mujer que escogía Josh
19.
Era qué actitud escogía Josh
20.
Llenó las dos copas con el vino amarillo claro y bebió un sorbo mientras escogía las palabras
21.
Con mirada experta, el sirviente escogía el trozo más tierno de carne
22.
Se las escogía cuando tenían entre seis y diez años de familias cuyos padres estuvieran vivos
23.
Estos pensamientos la inquietaron mientras se lavaba las manos y la cara y escogía un vestido limpio
24.
Sin embargo, en los años cuarenta ya era aceptada en general como una opción legítima, que escogía libremente alrededor del veinte por ciento de los transexuales
25.
Ella escogía en el catálogo (mientras yo la acariciaba en el automóvil estacionado en el silencio de un camino misterioso, sazonado por el crepúsculo) algún alojamiento junto a un lago, profusamente recomendado y que ofrecía toda clase de cosas magnificadas por la linterna que deslizaba sobre ellas –vecinos simpáticos, minutas entre comidas, asados al aire libre–, pero que evocaban en mi mente odiosas visiones de malditos estudiantes secundarios con camisas abiertas y mejillas como ascuas apretadas contra las de Lo, mientras el pobre doctor Humbert, sin abrazar otra cosa que dos rodillas masculinas, enfriaba sus almorranas sobre el césped mojado
26.
Pero siempre se escogía a uno, y lo enviaban a un lateral, escala abajo…
27.
Sus instintos se veían favorecidos por un cuerpo inmensamente poderoso y un cerebro salvaje, que escogía el mejor camino para consumar su propósito, sin dejarse embarazar por la duda o la costumbre
28.
Hubo un silencio bastante largo mientras la muía escogía el camino entre las raíces musgosas de los árboles
29.
Penthe cerró los ojos un momento y movió los labios en silencio mientras escogía las palabras de su poema
30.
Carlos se quedó mirando la pared de coches un momento más mientras escogía la ruta que le parecía ser más estable: por encima de una furgoneta, para luego subir por dos monovolúmenes
31.
Visitaba hospitales, sola o con el Zar; asistía a misas de acción de gracias o súplica, recibía audiencias, escuchaba las informaciones sobre el empleo de los donativos recogidos bajo su nombre o el de las princesas, escogía iconos y encargaba otros que distribuía a miles entre los heridos, inspeccionaba los trenes sanitarios que llevaban su nombre o el del Zarevich y conferenciaba con los jefes de los innumerables comités que parecían brotar de la tierra a cada momento y que, con los nombres de «Alexandra», «Olga», «Tatianá», «María» y «Anastasia», tenían bajo su protección a las familias de los combatientes, de los lisiados, de los fugitivos… Y además de todo esto seguía un curso de enfermera con sus hijas mayores y con Anna, y se ocupaba con ardor del hospital de Zarskoie Selo
32.
Y entonces me figuraba yo que Gilberta escogía un día determinada clase de papel y al siguiente otra distinta ateniéndose a, ciertos ritos; pero hoy creo que lo que hacía era recordar el papel en que había escrito la última vez a una de sus amigas, por lo menos a sus amigas que valían la pena de tomarse este trabajo, de modo que no se repitiera sino lo más de tarde en tarde que fuese posible
33.
Cuando escogía una tela de pantalón para su escuadrón, clavada en el cabo sastre una mirada capaz de chasquear a Talleyrand y de engañar a Alejandro; a veces, mientras pasaba revista de policía, deteníase, dejando que soñasen sus admirables ojos azules, se retorcía el bigote, parecía como que estuviese edificando una Prusia y una Italia nuevas: , Pero inmediatamente, trocándose nuevamente de Napoleón III en Napoleón I, hacía notar que los equipos no estaban limpios y quería probar el rancho de la tropa
34.
El niño, sin embargo, no siempre estaba conforme con el color y el aspecto de los atavíos que escogía para él su sofisticada y distante mamá
35.
Si el nuevo ministro de Grecia daba un baile de trajes, cada cual escogía su disfraz, y la gente se preguntaba cuál sería el de la duquesa
36.
Lo acompañaban suplentes (que escogía en caso necesario)
37.
Remontando perezosamente cada día como en una barca, y viendo aparecer ante mí siempre nuevos recuerdos encantados, que yo no escogía, que un momento antes me eran invisibles y que mi memoria me presentaba uno tras otro sin que pudiese elegirlos, proseguía perezoso mi paseo al sol por aquellos espacios lisos
38.
Por supuesto, él siempre escogía complacerla, así que elegía a los príncipes
39.
A los Aiel les importaba poco a quién se escogía rey o reina entre los habitantes de las tierras húmedas, en especial entre los cairhieninos
40.
Cuando llegaba a un desvío, apretaba el botón del artilugio y escogía una dirección en función del número que aparecía en la pantalla
41.
Todas las noches, la hija del rey se iba disfrazada por la ciudad, bajaba hasta las posadas, hasta los tugurios más sórdidos y escogía a un hombre
42.
Torre extrajo un manojo de llaves que tintinearon alegremente mientras escogía la adecuada
43.
Se apoyó en el marco de la puerta abierta del armario y se quedó mirando cómo Carol escogía ropa y la iba colocando en las maletas
44.
Dave a menudo escogía la opción número tres
45.
Él escogía, en definitiva, las actividades más ruines
1.
Mi hermano y yo –pues ni siquiera yo podía fallar en esas condiciones– separábamos las piernas para reafirmar el equilibrio, escogíamos un ave, apuntábamos y disparábamos
2.
Mientras tanto, escogíamos otro pájaro y disparábamos
1.
Resolana de la Caridad ó al pie del Triunfo,algunos frailes misioneros que escogían
2.
en la era, duraba meses enteros, y losgañanes escogían esta
3.
del cuartón que escogían las inmediacionesde la torre del
4.
Los primeros que llegaban escogían los lugares protegidos del sol, bajo los árboles
5.
De entre estos oficiales se escogían los políticos, instructores deportivos para los príncipes reales, o incluso mayordomos de las princesas y otras prebendas de la corte
6.
Los escogían enfermos o de familias muy pobres, con la promesa de que serían colocados en adopción
7.
Por lo general escogían un lugar sombrío debajo de los árboles, colocaban una manta sobre la yerba y se acomodaban para pasar algunas horas
8.
Anton no había perdido ni un ápice de su habilidad para motivar y alimentar el entusiasmo de los jóvenes por la especialidad que escogían
9.
Quienes debían trabajar escogían una tarea cualquiera
10.
Squadron, unidades especiales para incursiones en costas enemigas, escogían a sus reclutas solo de entre los marines
11.
Éste fue un tiempo y una era en que los hombres escogían su propio estilo de vida porque eso los hacía libres
12.
A veces, en mitad de la noche, cuando se encontraban en el campo, en los distintos niveles de la Purificación, aparecían Caballeros con capas rojas y negras, y escogían a las mujeres que más les gustaban
13.
¿Y no era ese muchacho inteligente al que escogían para pegar y atormentar después de las horas de clase? Desde luego que sí
14.
Con el paso de los años se convirtió en un puerto menor, un pueblo de vacaciones en el corto verano de Northumbria, pero en pleno invierno era un destino que sólo escogían quienes debían ir allí por razones familiares o de trabajo
15.
Todos tenían nombres muy sencillos, como Zoquitl, Nacatl y Chachapa, que quieren decir Cieno, Carne y Tormenta, nombres que con lástima veía que no tenían nada de común con sus dueños; tal vez ellos los escogían para poder soñar y olvidar
16.
En consecuencia, mientras Elemak y su padre escogían el sitio para acampar esa noche, abordó el tema
17.
Siempre escogían el método más eficaz y no pestañeaban a la hora de llevarlo hasta las últimas consecuencias
18.
¿Pero cómo lograr el descenso de la población? ¿Al azar, alentando a la gente a reducir la tasa de natalidad a su aire? En los últimos tiempos se elevaba un clamor que no sólo exigía un descenso demográfico, sino un descenso selectivo: la supervivencia del más apto, para la cual quienes se consideraban a sí mismos los más aptos escogían los criterios de aptitud
19.
Todas las tribus tenían a veces esos ataques de locura: los hombres escogían una muchacha y saciaban con ella su necesidad de hacer sufrir
20.
Lo siguiente era cuestión de quién venía antes y quería sentarse allí, y las primeras escogían siempre el lugar de su Ajah
21.
También escogían a los que veían más débiles o exangües, y a veces incluso a gente que se encontraba en perfectas condiciones, pues sus criterios eran inescrutables
22.
Eran las hembras las que escogían y coleccionaban
1.
Escojo una visual
2.
vuestra excelencia me hace,solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y,
3.
Y por eso escojo la locura árabe, la locura de los oprimidos
4.
–Lo escojo -dijo, mirando a Jondalar
5.
Las palabras resonaron en su mente: «Lo escojo… Lo escojo… Lo elegí hace tiempo, y ahora finalmente puedo escogerlo»
6.
Y cuando pienso en Lolita, siempre escojo por especial inclinación, imágenes como las del señor Taxovich, o esa lista de alumnas de Ramsdale, o Lolita avanzando lentamente hacia los regalos de Humbert, o las fotografías que decoraban la buhardilla estilizada de Gastón Godin, o el peluquero de Kasbeam (que me costó un mes de trabajo), o Lolita jugando al tenis, o el hospital de Elphinstone, o la pálida, encinta, amada, irrecuperable Dolly Schiller, muriéndose en Gray Star (la ciudad capital del libro),
7.
–Lo escojo –dijo, mirando a Jondalar