1.
cual sentado en el sofá donde había pasado la noche, se apretaba
2.
La menudita se llevaba el pañuelo a losojos y apretaba los labios para reprimir un sollozo
3.
Y cuando se ha puesto otra vez el tren en marcha, la vieja requerida haañadido hoscamente, mientras se pasaba el reverso de la mano por lasnarices y se apretaba el pañuelo:
4.
reprensiones a broma, y apretaba el requiebro; y papá,
5.
algún gran dolor le apretaba el corazón, yderramando lágrimas en grande abundancia, le dijo:
6.
Pero el gato, no curándose destas amenazas, gruñía y apretaba
7.
La esposa apretaba los labios, palideciendo ante el
8.
pie daba golpecitos en elsuelo, apretaba en su mano con vivas contraccionesel
9.
apretaba los dientes y crispaba el puño Cervantes, ante
10.
Estaba pálida y apretaba los labios
11.
Y se apretaba con cierto terror contra el pecho de Rafael, hundía lasmanos en el
12.
mas apretaba para el estatuto de limpieza en la metrópolide esta ciudad, i ser la carta
13.
en su mocedad, y si bien la Fortuna siempre le habíasido adversa, ella sabía dónde le apretaba el
14.
—Pensando en ellasmi corazón se apretaba de angustia
15.
Fermín apretaba los dientes y
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apretaba tanfuertemente sus dedos, que los blandos y flojos
17.
él, y se apretaba apreguntar por el enfermo a las puertas del
18.
El realista estaba lívido de cólera: apretaba los puños en convulsiónnerviosa, y en sus ojos brillaron
19.
Kasper, con un pie en el escalón, parecía querer entrar; apretaba elmango del
20.
El doctor Lorquin se había atado un pañuelo a la altura de los riñones ylo apretaba
21.
Todos comían mucho, menos don Pompeyo, a quien la emoción apretaba lagarganta
22.
dejado caer sobre un sofá, y apretaba la cabezaentre las manos
23.
El estanciero apretaba los labios
24.
Rosalía apretaba losdientes, haciendo cuantas muecas fueron necesarias para
25.
De pronto, Zelayetagritó, mientras apretaba con el bichero:
26.
Apretaba los puños, murmurando
27.
apretaba fuerte,con la autoridad que confiere el derecho
28.
Y mientras tanto, apretaba la mano de Freya,
29.
oficiales de mar y tierraque se apretaba en los divanes, obstruía
30.
Apretaba la frente contra los
31.
estrechaba contra ély le apretaba la mano y de vez en cuando la
32.
Según corrían las horas de la tarde, apretaba el temporal y
33.
apretaba lagarganta, le ahogaba; toda la cólera de que en el día
34.
Y yendo, le apretaba la compañía
35.
El torero estaba pálido y apretaba los labios para ocultar susimpresiones
36.
ceñido, y en calcetines, apretaba contra su corazón a su salvador, y le llenaba la cara y el pelo de
37.
apretaba el corazón con las manos, se hincaba las uñas en elpecho
38.
Porque la Cosa la apretaba contra la tierra, y las nubes y el sol y los astros que apenas infundían su
39.
que apretaba el periódico con cierta ansiedad fría, en esa frente calva y rugosa donde se reflejaba la luz
40.
Dos de ellos volvieron llevando por el cuello a un joven cuya mano apretaba contra su corazon un panuelo empapado de sangre
41.
Intentó mantener la verticalidad mientras apretaba a las dos chicas contra su cuerpo
42.
Y aún apretaba yo los puños con furor cuando Marcos me deslizó un fusil debajo del brazo: era uno de esos fusiles maquiritares, de dos larguísimos cañones, marcado al troquel de los armeros de Demerara, que aún hacen perdurar, en estas lejanías, las técnicas de las primeras armas de fuego
43.
En el silencio que apretaba de pronto a la plaza cuando callaba, en el hueco de sus palabras, se oía, excitada, la respiración de algunas mujeres
44.
Vi cómo apretaba los labios con resolución y se le contraían las mandíbulas
45.
—¡Nanny! —gritó el coronel, al tiempo que apretaba uno de los timbres que tenía en el escritorio
46.
Pero unos pasos después, el niño deslizaba su mano pequeña en la mano dura y callosa de su tío, que la apretaba muy fuerte, y volvían así, en silencio
47.
Cada mañana, apretaba los dientes y seguía adelante
48.
Miré a Irene, que se apretaba la boca con el pañuelo, muerta de risa, y con las lágrimas corriendo todavía por sus pálidas mejillas
49.
Recurrió Dantés a sus dedos, pero fueron insuficientes, y los pedazos del cántaro, introducidos a manera de palanca en los huecos, se rompían cuando él apretaba
50.
Una sonrisa extraña asomó a los labios de Dantés, mientras apretaba con efusión la mano de Jacobo, pero seguía tenaz en su intento de quedarse solo
51.
Stanes fumó reflexionando, sacudió la ceniza y, a la vez que apretaba el botón del timbre que había en la mesa, dijo:
52.
Pero en el preciso instante en que apretaba el gatillo, se me vino encima esa mujer gritando: «No dispare; por el amor de Dios, no dispare
53.
—Voy hasta el ferry, a dar una vuelta —dijo de un modo casi ininteligible, a causa de la pipa, que apretaba entre los dientes
54.
Saphira esperaba impaciente mientras Eragon se apretaba las tiras alrededor de las piernas
55.
Entretanto Amanda, que llegó corriendo, atraída por el alboroto, apretaba el vientre a Blanca con todo el peso de su cuerpo y Clara, inclinada sobre el rostro sufriente de su hija, le acercaba a la nariz un colador de té cubierto con un trapo, donde destilaban unas gotas de éter
56.
Otras veces Alba se apretaba un dedo en la puerta y aprendía a soportar el quemante ardor sin quejarse
57.
Cuando, en diciembre, apretaba el trabajo, vecinas, amigas y jóvenes estudiantes después de los exámenes, venían a ayudar a las viejas señoritas
58.
Doña Arminda lo apretaba en la casa, y Tonico todos los días en el bar le preguntaba:
59.
Parpadeaba, apretaba los labios y hacía todo lo que suele hacer el que trata de contener el llanto
60.
Durante la explicación del profesor, Adele le apretaba la mano tan fuerte que le hacía un poco de daño
61.
Alvito dirigió sus ojos hacia el Erasmus, a la vez que apretaba los labios
62.
Pero lo peor era que Ramsés insistía en que debían separarse, mientras le apretaba la mano y le decía que no podía soportar perderla
63.
–Lo es desde un punto de vista hipotético -respondió Erikki, que sintió cómo la mano de Azadeh le apretaba la rodilla con más fuerza, mas simuló no darse cuenta-
64.
Los ojos de Candiola echaban chispas; temblábale la quijada, y con sus dedos convulsos apretaba en la mano derecha el palo que le servía de bastón
65.
Packenham, después de rechazarles del pueblo, les apretaba bastante por la falda oriental del cerro, de modo que estaban expuestos a sufrir las consecuencias de un movimiento envolvente
66.
En aquel instante todas las miradas se fijaron en un edificio, a cuya puerta (17) el gentío se apretaba, cual si todos quisieran entrar a un tiempo
67.
En mi taxi, el conductor apretaba con fuerza el volante y mascullaba algo entre dientes: («¡Malditos judíos!»)
68.
Al decir esto, Aura apretaba los dientes; sus ojos despedían llamas, y accionaba fieramente con el puño cerrado
69.
Ella apretó el paso y se echó en sus brazos, cerrando los ojos mientras él la apretaba contra su pecho
70.
A veces, Holmes apretaba el paso; otras veces, se paraba en seco; y en una ocasión dio un pequeño rodeo, metiéndose por el prado
71.
La reacción de alegría era tan apasionada como lo había sido su desconsuelo anterior, y apretaba contra el pecho las gemas recuperadas
72.
Abrió la puerta, encendió la luz y comenzó a maldecir a voz en cuello, mientras el fumador rompía el cristal de la alarma y apretaba el botón rojo
73.
El rubor del esfuerzo embellecía aún más su rostro mientras se apretaba el costado con la mano
74.
Apretaba con las manos los brazos del sillón y vi que las uñas habían perdido el color rosado a causa de la presión ejercida
75.
Algo se aflojó con aquellas gestiones el dogal que me apretaba el pescuezo; respiré un poco, y por derivaciones naturales hice conocimiento con un vejete gracioso y pío, que llamaban Plácido Estupiñá, corredor de dependientes de comercio, el cual me exhortó a dejar la pluma por la vara de medir, y la literatura por la contabilidad mercantil
76.
Apretaba las mandíbulas y cerraba los ojos, retorciéndose por el dolor
77.
Por un momento, Ronald se quedó mirando a su esposa, mientras apretaba los puños a causa de la frustración
78.
—Guardó silencio mientras apretaba los dientes con fuerza y Toc le ponía el brazo en cabestrillo
79.
Apretaba los puños, temblando de ira y desesperación
80.
Dios mío, ayúdame, por favor -murmuré mientras apretaba el acelerador
81.
Apretaba los labios cada vez que recordaba a su padre levantando la vista del proyector de libros y diciendo
82.
Él apretaba los labios
83.
Sólo la presencia de Rodrigo podía dar sustancia a la realidad, sólo la luz que iluminaba su sonrisa podía liberar la tristeza que apretaba el alma de Azucena
84.
Lo apretaba con tanta fuerza que tenía los dedos blancos
85.
Yo observaba cómo le apretaba rítmicamente el corazón, y,,cómo los pulmones se hinchaban con la presión del oxígeno
86.
Tío Fulgencio apretaba la cartera de cuero negro bajo el brazo anguloso, desarrugaba la cara y, dándose nalgaditas en los pantalones fondilludos, alargaba la quijada para decir con una voz que le salía por las narices y la boca sin dientes: «¡Amigo, amigo, la única ley en egta tierra eg la lotería: pog lotería cae ugté en la cágcel, pog lotería lo fugilan, pog lotería lo hagen diputado, diplomático, pregidente de la Gepública, general, minigtro! ¿De qué vale el egtudio aquí, si to eg pog lotería? ¡Lotería, amigo, lotería, cómpreme, pueg, un número de la lotería!» Y todo aquel esqueleto nudoso, tronco de vid retorcido, se sacudía de la risa que le iba saliendo de la boca, como lista de lotería toda de números premiados
87.
–¡Pero ahora se va a alentar -observó aquél, mientras apretaba las cinchas de los galápagos-; a las mujeres, como a las flores, lo que les hace falta es riesgo; galana se va a poner con el casamiento!
88.
Giordino, que sabía que no podía tender la mano lo suficiente para apoderarse del Colt, había optado por introducir el dedo en el arma, consciente de que si Delfos apretaba el gatillo, la obstrucción expandiría momentáneamente la detonación y la recámara estallaría en los morros del asesino
89.
Austin tuvo la sensación de que su mano apretaba un filete congelado
90.
Mejera apretaba con fuerza su mano, asustada, decidida a volver lo antes posible, y la arrastraba con su esfuerzo
91.
Cuando se apretaba un botón, la puerta motorizada se ponía en movimiento y realizaba la media rotación convencional hasta detenerse, un procedimiento normal para preservar la integridad de la atmósfera interior
92.
Observó cómo su padre apretaba los puños al explicarle que Leon y El Profeta le seguían los pasos
93.
Inclinado hacia delante, se apretaba tanto los ojos que la piel se le abolsaba
94.
Sintió cómo la abrazaba y cómo apretaba las piernas contra él en el momento de besarla
95.
--Idiota --dijo Dustin con toda claridad, mientras apretaba el gatillo del surtidor que llevaba en la manga izquierda
96.
Por la forma en que Bayalun apretaba las mandíbulas, Chanar adivinó que ya tenía pensado un plan
1.
maloliente, se estrechaban al cuerpo y lo apretaban
2.
blancas, que apenas le apretaban el alivio
3.
En las noches el viento nos traía el rugido del león, y las ovejas del redil se apretaban con un antiguo miedo
4.
escuálidas piernas, y lasmallas que apretaban y contenían los
5.
Los aporreados blasfemaban y apretaban los puños
6.
apretaban á los de dentro, mas con elimpedirles que no entrasen bastimentos por tierra, que con las
7.
estapaciencia, los jóvenes salvajes cada vez le apretaban más con su vaya,repitiendo con variantes la misma idea del entierro
8.
Las dueñas y los criados se apretaban lasnarices al pasar
9.
apretaban entre las galerías del claustro
10.
esquinas de las calles; los tambores apretaban las cuerdasde las cajas
11.
6] harto lo necesitaban, prorrumpieron en gritos dealegría, se apretaban los ijares con los puños y se
12.
lo apretaban en torno de sushombros maternalmente, con el
13.
también sobre los dedos rosados que la apretaban
14.
Estos cordones, que apretaban el calzón por debajo de la
15.
viuda de un banderillero, apretaban su existencia con todaclase de economías,
16.
Los cortes que había practicado en la zona curvada tuvieron la virtud de aplanarla y ensancharla, y las cinchas se apretaban sin presionar en exceso la carne
17.
Y en aquel rincón perdido del barrio donde se apretaban los unos a los otros, las dos mujeres estrechando a los niños contra sus cuerpos, la luz escasa en el pavimento como untado por las lluvias recientes, el largo resbalar de los autos en el suelo húmedo, los tranvías que pasaban cada tanto, sonoros e iluminados, llenos de viajeros alegres e indiferentes a esa escena de otro mundo, grababan en el corazón aterrado de Jacques una imagen que hasta entonces había sobrevivido a todas las otras: la imagen dulzona e insistente de ese barrio en el que había reinado todo el día con inocencia y avidez, pero que con el paso de las horas producía un sonido misterioso e inquietante, cuando sus calles empezaban [a] poblarse de sombras o más bien cuando una sola sombra anónima, señalada por unos pasos sordos y un ruido confuso de voces, surgía a veces, inundada de gloria sangrienta en la luz roja de un globo de farmacia, y el niño, presa de súbita angustia, corría a la casa miserable para encontrar a los suyos
18.
Entonces relató las murmuraciones oídas en casa de los Moffat, y a medida que hablaba notó que Jo y su madre apretaban fuertemente los labios como disgustadas de que hubiesen metido tales ideas en la mente inocente de Meg
19.
– las orejas de Khym se abatieron sobre su cráneo en tanto que sus labios se apretaban en una mueca de irritación-
20.
Y en ese instante me pareció ver que se apretaban sus labios en una mueca de dolor—
21.
Al principio se creyó presa de un terrible sueño, pero el dolor que le martilleaba todavía la cabeza, las carnes desgarradas en otros lugares por las puntas de las bayonetas y sobre todo las cadenas que le apretaban en las muñecas lo volvieron en breve a la realidad
22.
Varios miles de vardenos se apretaban contra los muros y se afanaban en romper la reja con el ariete, que habían transportado desde la puerta principal de la ciudad, e intentaban trepar por los muros con ganchos y escaleras que los defensores de la ciudad no cesaban de rechazar
23.
Un par de segundos después, los dedos que apretaban el cuello de Roran se relajaron
24.
El tío Frederick se topó en la ca-lle con el doctor Iván Radovic, a quien no veíamos desde hacía un buen tiempo, y quedaron de ir conmigo a ver a una compañía de zarzuela es-pañola, que andaba en gira por Sudamérica, pero el día señalado el tío Frederick cayó a la cama resfriado y yo me encontré aguardando sola en el hall del hotel, con las manos heladas y los pies adoloridos porque me apretaban los botines
25.
Apretaban la mano del hombre, le decían palabras de elogio
26.
Siempre era la dureza de los hombres lo que más la excitaba; incluso la dureza de sus bocas, la forma en que se apretaban sus labios al besar
27.
Yo estaba aterrada; parecía que me apretaban el corazón con tenazas de hierro; yo no podía dormir; la terrible imagen iba tras de mí a todas horas, infundiéndome miedo y una congoja extraña
28.
Quaid cogió la mano de Melina y sintió que los dedos de la mujer apretaban los suyos
29.
De acuerdo en esto como en todo, pues los lazos de su amistad se apretaban más cada hora, salieron a dar un paseo antes de comer
30.
Sus manos, pálidas y de dedos esbeltos, se apretaban con fuerza en el regazo
31.
Cuando Manuela pasaba junto a ellas, sólo la miraban de arriba abajo y apretaban los labios
32.
Las nubes apretaban uno contra otro sus muslos para que no se escapara ni una gota sobre la ciudad, abandonándola de nuevo a la inquietud de los presagios
33.
Sus besos la apretaban contra el abandono del colchón mientras las manos de ella exploraban su pecho, sus hombros, su cara
34.
Vio que los hombres de rostro moreno apretaban más su presa en las lanzas y arpones
35.
Las calles de Kadach estaban casi solitarias, y los pocos ciudadanos que las transitaban apretaban el paso con los tobillos azotados por las capas que zarandeaba el viento
36.
Notó y oyó cómo apretaban los frenos
37.
Los rostros muertos se apretaban con fuerza contra los cristales, y los dedos descompuestos arañaban para poder entrar
38.
Olvidaba decirle que cuando estuve en la puerta las tres religiosas que me conducían me apretaban, me empujaban con violencia, parecían estar turbadas a mi lado; unas me arrastraban por los brazos mientras otras me retenían por entrar en la iglesia, cuando en realidad no había nada detrás, como si me hubiese resistido y me repugnara de esto
39.
Todo eso lo hacía con la misma expresión dura, con ojos fríos y labios apretados, y las prisioneras bajaban la cabeza, se inclinaban sobre el trabajo, se pegaban a la pared, se apretaban contra ella, como si quisieran desaparecer dentro
40.
Al cabo de un momento, todos apretaban y pulsaban frenéticamente, pero sin que ocurriera nada
41.
Eran días en que lo ponían furioso las suaves manos de los niños pequeños que, en la calle llena de gente, se colgaban de sus ropas y se apretaban contra él
42.
–De acuerdo -dijo el ratón enano en el extremo en sombras de la larga mesa del consejo; sus manos cubiertas de manchas egipcias se apretaban contra la superficie de caoba
43.
Luz, cómo apretaban Logain y Taim a esos chicos
44.
Temblando, Gordon forcejeó con los nudos que le apretaban los tobillos
45.
Para mayor sarcasmo, presenciaba que pertenecía de bonísimo grado al mundo entero; que por un puñado de monedas, ricos y pobres adueñábanse de ella; sabía que sus brazos- entre los que él se moría de deleite exquisito sin exlgirles otra cosa sino que lo apretaran y apretaran hasta expirar en ellos después de gustar esa lenta agonía incomparable- abríanse para el primer venido y lo apretaban y acariciaban, ¡casi en su presencia! A los principios de la pasión en que hoy se consumía, no aquilató el malestar que de él apoderábase en cuanto Santa partía de la sala acompañada de un alquilador cualquiera, que, probablemente, ni apreciaría el tesoro que se le entregaba
46.
Agolpados en torno a ellas se encontraban el profeta, los apóstoles, los ancianos y los seis ejecutores, mientras más allá los aldeanos se apretaban lo más cerca que se atrevían para presenciar el milagro, si es que se producía
47.
Mientras formaban en sólidas filas ante el palco del césar, von Harben olió a los hombres que se apretaban detrás de él
48.
Acostados lado a lado en el fondo de la embarcación, rodeados por la silenciosa selva de mangles, se apretaban contra sus cuerpos las escasas prendas, sucias de barro, a pesar del bochornoso calor húmedo, que la fiebre no les dejaba sentir
49.
La Mujer Vierto desmenuzaba la nieve alrededor de ellos y batía cristales de hielo contra las gastadas pieles de caribú bajo las que se apretaban
50.
Entraron en el edificio, cruzaron una sala común atestada, en la que una mujer gruesa cantaba canciones obscenas mientras algunas jovencitas apenas cubiertas por vestidos de lino y sedas de colores se apretaban contra sus amantes y se agitaban en sus regazos
51.
Cairo, hablando con dificultad, debido a los dedos que le apretaban el pescuezo, dijo:
52.
Tras recorrer las hermosas calles, donde se apretaban los edificios de espléndidas fachadas, llegamos frente al palacio del rey
53.
Miraban hacia el enemigo y apretaban las empuñaduras de sus armas
54.
Del Horro se excusó con frases de modestia; pero al fin, no pudiendo resistir a la sugestión de todos los convidados que a un tiempo le apretaban para que hablase, se levantó, limpió las gafas, se las puso, y arqueando las cejas, habló de este modo:
55.
Las cuerdas que le apretaban el cuello, que lo mantenían encorvado, se aflojaron de pronto
56.
y sin dejarnos poner los pies en el suelo nos llevaron a sus casas, y tantos cargaban sobre nosotros y de tal manera nos apretaban, que nos metimos
57.
El viejo Curión y su hijo estaban siempre picados, pero sus diferencias no iban más allá del vino, los desmanes sexuales y las deudas; cuando amenazaba el peligro, las filas de los Escribonio Curión se apretaban
58.
Se había retrasado y tenía no pocos motivos para echar a correr, a pesar de los zapatos que le apretaban los pies
59.
Los labios de Vordarian estaban tensos, y sus puños se apretaban en un ritmo inconsciente junto con la mandíbula
60.
Los transeúntes apretaban el paso
61.
Con destreza hija de larga práctica, los pistoleros permanecían bien protegidos tras las rocas y sólo apretaban el gatillo cuando surgía la oportunidad de alcanzarle, y Coker se encontraba impotente para responder con eficacia
62.
Pasaron los arneses sobre las cabezas y los hombros de las bestias, y los jaguares mulantes apenas se movieron, excepto para sacudir de vez en cuando las orejas cuando los hombres les apretaban los arneses con demasiada rapidez
63.
Los pechos de Sumire se apretaban un poco por encima del vientre de Myû
64.
"Recuerdo los pantalones cortos, azules -les diría-, y lo desteñidos que estaban; cómo me apretaban a la altura del trasero y las caderas
65.
—Acuérdate —le dijo Barbie a Rusty mientras le ponían las esposas de plástico… y se las apretaban hasta que se hundieron en la escasa carne que tenía justo bajo la base de las palmas de las manos
66.
Los tres hombres que se apretaban en la cabina del estruendoso camión de Obras Públicas se quedaron mirando el críptico mensaje con cierto asombro
67.
Le contaban los deditos de los pies, lo apretaban contra sus corazones y le hablaban en jerigonza
68.
Le apretaban un poco
69.
-Sookie, -dijo Alcide bruscamente, mientras sus manos se apretaban sobre el volante hasta que sus nudillos estuvieron blancos
70.
El cuerpo de Jake Purifoy era pesado encima del mío, y sus manos apretaban contra el piso mi brazo libre, y sus piernas estaban encima de las mías
71.
Largos, fuertes dedos que apretaban como un collar de acero
72.
Lo que decía era verdad, cuanto más luchaba Max, más apretaban las cuerdas, como un pitón su presa
73.
El aire, además de los gritos de los hombres, se llenaba del chocar de las lanzas y de los gruñidos que acompañaban al empuje de los Materazzi, que se apretaban aún más, llegando en algunos sitios a juntarse hasta veinte, unos detrás de otros, todos los cuales empujaban para conseguir un puesto en la lucha y la honra
74.
Sintió que las manos de él se cerraban en torno a sus brazos y la apretaban mientras ella se ponía de puntillas para besarlo
75.
Esta vez prestaría mucha atención para saber exactamente cuáles eran los botones subliminales que apretaban, cómo conseguían que resultara tan verídico
76.
Durante toda la noche, la noche más corta del año, las antorchas ardieron sobre las balsas que se habían reunido en un gran círculo bajo el cielo en el que se apretaban las estrellas, de modo que un anillo de fuegos titilaba sobre las aguas del mar
77.
Sus sentidos estaban consumidos por Donatus, por el sabor de su boca, la caricia de su lengua y la presión de sus labios, por el calor que se había apoderado de ella, por las manos que la sujetaban por la cadera y la apretaban contra él
78.
Apretaban los labios y bajaban la mirada
79.
Los reclutas apretaban los tapones en las palmas húmedas
80.
Los miembros de la congregación apretaban los labios e hinchaban los pulmones
81.
Sus dientes apretaban la pipa, y sus ojos ya estudiaban nerviosamente el tablero
82.
–¿Qué hemos hecho por contribuir? – le cuchicheó el Guardián de la Puerta a la Guardiana del Libro mientras apretaban el paso tras Alma por la escalera que conducía a las cámaras subterráneas
83.
Las necesidades apretaban, y era menester tomar determinaciones, buscar, revolver el mundo, y allegar dinero
84.
Por las rodillas, las de John mantenían las suyas muy abiertas, por las manos que le apretaban las caderas y por el pene en su vaina
85.
Apretaban el cuello de Obi-Wan estrangulándole
86.
El pánico se extendió de la plaza hacia el resto de la ciudad mientras Rand y Mat apretaban los talones en la cresta de la ola de terror
87.
—No, quiero besarte los pies —él sintió que sus brazos le apretaban las piernas—
88.
– Harper se ahogó mientras esas garras le apretaban el cuello
89.
Ella era consciente de que el personal médico de chaqueta blanca, los subalternos, se echaba a un lado para dejarle paso y de que las estudiantes de enfermería se apretaban contra las paredes
90.
Dirigían luego sus rostros al sureste y los apretaban contra el suelo entre sus manos, mientras elevaban hacia lo alto sus partes traseras
91.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
92.
En la casa, todas las luces se hallaban encendidas -a la mierda con la crisis energética-, excepto, desde luego, las de la sala de estar, donde las partes íntimas se apretaban unas contra otras cuando sonaban las canciones lentas
93.
Dos de los carceleros inferiores apretaban alli sus cerdosas mejillas, sonriendo a la espera de que diera comienzo la diversión
94.
Sopló en su instrumento mientras sus dedos apretaban al azar las llaves
1.
Val pensó en la historia del troll del puente, pensó en el juego WarCraft y en los pequeños trolls verdes que portaban hachas y decían, “¿Quieres comprar un cigarro?” y “Di hola a mi pequeño amigo” cuando los apretabas las suficientes veces
1.
me había apretado el zapato en algún sitio, lo había olvidado
2.
-Tienes un agujero apretado que es una delicia penetrarlo
3.
apretado en el puño
4.
«Si pues su existencia es necesaria á nuestrafelicidad, si do quiera que llevemos la nariz nos hemos de encontrarcon la fina mano, hambrienta de besos, que aplana cada díamásel maltrecho apéndice que en el rostro ostentamos ¿porqué no mimarlos y engordarlos y por qué pedir suantipolítica expulsion? ¡Considerad un momento el inmensovacío que en nuestra sociedad dejaría su ausencia!¡Obreros incansables, mejoran y multiplican las razas; desunidoscomo estamos merced á celos y susceptibilidades, los frailes nosunen en una suerte comun, en un apretado haz, tan apretado que muchosno pueden mover los codos! ¡Quitad al fraile, señores, yvereis cómo el edificio filipino tambaleará, falto derobustos hombros y velludas piernas, la vida filipina se volverámonótona sin la nota alegre del fraile jugueton y zandunguero,sin los libritos y sermones que [200]hacen desternillar de risa,sin el gracioso contraste de grandes pretensiones en insignificantescráneos, sin la representacion viva, cuotidiana, de los cuentosde Boccacio y Lafontaine! Sin las correas y escapularios,¿qué quereis que en adelante hagan nuestras mujeres sinoeconomizar ese dinero y volverse acaso avaras y codiciosas? Sin lasmisas, novenarios y procesiones, ¿dónde encontrareis panguinguis para entretener sus ocios? tendrán quereducirse á las faenas de la casa y en vez de leer divertidoscuentos de milagros, ¡tendremos que procurarles las obras que noexisten! Quitad al fraile, y se desvanecerá el heroismo,serán del dominio del vulgo las virtudes políticas;quitadle y el indio dejará de existir; el fraile es el Padre, elindio el Verbo; aquel el artista, éste la estatua, ¡porquetodo lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos, al fraile se lodebemos, á su paciencia, á sus trabajos, á suconstancia de tres siglos para modificar la forma que nos dióNaturaleza! Y Filipinas sin fraile y sin indio, ¿qué lepasará al pobre gobierno en manos con los chinos?»
5.
La huérfana callaba, baja la frente, mientras abría con la punta de losdedos el apretado seno de
6.
apretado abrazo y sonorosbesos
7.
Y la di un apretado beso, expresión efusiva de mi hondo cariño
8.
El abrazo que se dieron fue largo y apretado, sincero tal vez,
9.
El joven había echado un paso atrás y apretado con fuerza su
10.
En apretado haz salieron los tertulios a lospasillos y bajaron la gran escalera de
11.
Formaban apretado grupo y la palidez
12.
presenciaba la horrible escena con elcorazón apretado, algo
13.
entonces con la mismadificultad que la tapa de un cofre apretado para un largo viaje,
14.
A los quince del fuerte han apretado
15.
Alllegar a la puerta del salón, antes de soltarse se dieron un apretado ycariñoso beso
16.
Stein, aturdido y con el corazón apretado, habría de buena
17.
Hablaba en pie, con el estoque apretado bajo el sobaco
18.
de Tristán, que le habían apretado el pescuezo sincompasión ni miramientos
19.
—¿Yo? Un abrazo muy apretado y un millón de besos
20.
El sol, implacable, lanzaba de una vez, en apretado haz, todos sus
21.
calle con su sombrero más grande y suvestido más apretado a las piernas y sus faldas más
22.
Power,mirando el mar, con los codos y los flancos en apretado
23.
La ciudad vivía entre un apretado
24.
amplias mangas y apretado capuchón
25.
laiglesia, se fueron replegando hacia el centro, formando apretado grupoen torno del
26.
La pobreClara sentía el corazón apretado cuando su marido por
27.
Salió de aquella casa con el corazóntan apretado que
28.
mundo dejando a la pobre Clara con elcorazón apretado y ganas
29.
aquella inquietud, que le habían apretado el corazón
30.
hubiera apretado un poco más de lo queapretó, ¿qué hubiera
31.
El padre y el hijo se dieron un abrazo muy apretado y muy prolongado
32.
Al entrar en la berlina, había apretado con efusión la mano enguantadade la
33.
que su silla chocara con la delamante, y ambos cuerpos quedaron en apretado contacto
34.
Gobernadorcillo en una ocasión en lance bien apretado
35.
Al poco rato, el corcel hubo de detenerse, tan apretado era el cerco formado por aquellas gentes en torno al visitante
36.
Salvo cuando un daño irreparable, suela abierta, empeine cortado o tacón torcido, no dejaba ninguna duda sobre la acogida que recibiría al volver, tragaba saliva con el estómago apretado, durante las dos horas de estudio, tratando de compensar su falta con un trabajo más atento, pero, pese a todos sus esfuerzos, el miedo a los golpes era una distracción fatal
37.
–¿Qué es lo que tiene apretado en la mano? Oh… una carta
38.
Yo venía de una pequeña librería íntima, cuyo librero, gran amigo de todos nosotros, acababa de conseguirme un raro ejemplar de los poemas de Rimbaud, sintiéndome infantilmente feliz aquella tarde sabiéndolo apretado bajo mi gabán para librarlo de la lluvia
39.
Me hallaba acurrucada junto a una ventana, ya que se habían apretado cinco personas en un espacio construido para tres
40.
Obtuvo un confuso murmullo como respuesta y la puerta se cerró de golpe, como si Tully hubiera apretado el control, apenas Hilfy retiró el brazo
41.
Todo va bien, ¿eh? – acabó de anudar el vendaje alrededor del brazo y le puso la mano encima para que lo sostuviera bien apretado, mientras ella tiraba del nudo con todas sus fuerzas y Tully murmuraba algo en su lengua
42.
Pero sus escasas fuerzas se agotaron, y se recogió en un ovillo aún más apretado, entre jadeos y gimoteos
43.
Fuera del coche, el apretado mosaico de coches los rodeaba por completo
44.
—¡Qué bien has hablado, mamá! —le dijo Julio al final del mitin, mientras ella lo mantenía apretado entre sus brazos, y le besaba en la cabeza, en la frente, en los ojos, en las mejillas, en los labios
45.
Los hermanos se pusieron en pie y se fundieron en un apretado abrazo
46.
El apretado abrazo del cable provocó espasmos en el Megalodon, que giró el torso en un acceso de rabia y sacudió la aleta caudal adelante y atrás en un fútil intento por liberarse
47.
Fernando tuvo que consolar a Emeterio, que lloraba desconsolado, que rehusaba aceptar que Antonio Vega hubiera apretado el acelerador donde la grúa de piedra para echarse a la bahía sin más
48.
Antes incluso de que entrase el abogado, Rodgers ya había apretado un botón que asomaba en un lado de la mesa y la pesada puerta había empezado a cerrarse
49.
La política del Departamento de Policía de Nueva York era establecer y asegurar un perímetro interno, tan apretado como fuera posible, y luego introducir armas especializadas, gruesos chalecos, y aprontarse a caer sobre los captores de rehenes en caso de que las negociaciones fracasaran
50.
Le dolía menos, pero el apretado vendaje le dificultaba los movimientos
51.
Debí de haberla apretado demasiado
52.
Caminaba descalza por entre una tormenta de arena, ahogada de calor y soledad, muerta de sed y con su reseco corazón apretado en el puño de su mano
53.
Estaba apretado contra él y noté sus tendones, sus huesos, el propio contorno de sus manos
54.
Marius bajó los ojos un momento y apoyó la barbilla contra el puño apretado
55.
Yo había apretado la tecla de grabación de la grabadora en cuanto le oí abrir la puerta principal
56.
La puerta se abrió violentamente y Starke entró en la oficina, con la cara congestionada, fuertemente apretado el puño bueno, y el brazo izquierdo en cabestrillo
57.
Uno de los lados estaba bien apretado ahora
58.
Los buenos padres nos animaban con sus exhortaciones, y alguno de ellos, confundiéndose con nosotros en lo más apretado de las filas nos decía:
59.
Antes de que haya apretado el gatillo, caerá usted
60.
Algunos caballos de la guardia se esforzaban en cortar el apretado gentío, y se precipitaban rechinando aguijoneados por la espuela
61.
Bueno, cada día se aprende algo nuevo, inclusive por qué no puedo llevar nada apretado alrededor del cuello
62.
Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho, trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante enfurruñado, contraídas las facciones y fruncidas las cejas
63.
¿No es una belleza? ¡Qué coñito tan apretado tiene! ¿no es así muchachito?
64.
George se estaba sintiendo apretado por la presión de las cuentas que aumentaban, por la casa que acababa de comprar y por las actividades de la agencia, donde muy pronto iba a tener que enfrentar un déficit muy serio cuando hubiera que pagar los salarios
65.
Propúsolo en la cruda forma propia del apretado caso: «Muchachos, ¿os atrevéis a incendiar el convento?»
66.
Esto no bastaba, y continuaron rompiendo calle por entre el apretado gentío, hasta comunicar con la casa del cura, donde se alojaba el General de los ejércitos de Carlos V
67.
El estado Vargas me recibía con una tarde de calor tropical que invitaba a la pereza, pero yo llevaba un programa muy apretado y lo primero que hice fue intentar contextualizarme
68.
Estaba apretado entre dos oficiales, en el asiento trasero del coche de policía
69.
Los inspectores de Hacienda le habían apretado las clavijas y él había aceptado traicionar a su jefe a cambio de la inmunidad
70.
400 del Baron estaban fuera de sus casillas; sólo Florentina se mantenía exteriormente tranquila, aunque Edward observó que tenía el puño apretado
71.
Todo lo encontraba muy bien, menos el negro y apretado nudo
72.
Sí; Y un paraguas con puño de oro, muy apretado, y una chaquetilla de piel de foca, con botones de trencilla
73.
- Estos Carabancheles son desprendimientos del apretado cascote que
74.
Como yo no cesaba en mis investigaciones, allegando datos para los anales de Mariclío, fui a ver a David Montero, y éste me dijo que Ceballos, apretado por el Gobierno para rendir la Plaza en pocos días y no teniendo bajo su mando fuerzas suficientes para consumar empresa tan difícil, había presentado la dimisión
75.
Llevaba una bata larga con un cinturón bien apretado en torno a su delgada cintura
76.
Deborah se resistió y mantuvo el botón apretado
77.
Había apretado el botón del tercer piso
78.
Entonces se pudo proyectar hacia el cuerpo un apretado haz de radioondas cortas y detectar la reflexión del rayo en la Tierra
79.
Trate de mantener este algodón apretado contra el pinchazo, aquí…
80.
Él sostuvo el tenedor en su pequeño y apretado puño:
81.
El apretado muro de machos se relajó y Vivian tuvo una visión fugaz de Los Cinco que retrocedían cabizbajos a través de la multitud
82.
Alguien que estaba sentado en el asiento de atrás le ha rodeado el cuello con un cordel de nailon y lo ha apretado
83.
Los compañeros de la tripulación de John Torrington bajaron con suavidad su ataúd, ya cubierto con una fina lana azul, por encima de la borda de su buque, que está Apretado muy Alto encima de una columna de hielo, mientras otros marineros del Terror ataban el ataúd a un Trineo grande
84.
Se paseaba por la sala de su apartamento con el teléfono bien apretado a la oreja
85.
Sostuvo su cuerpo apretado contra sí, como si fueran dos corrientes que ascendieran a lo alto, en dirección a un solo punto; cada una transportando la totalidad de sus sentidos conscientes hasta el lugar en que sus labios se unieron
86.
Rearden había apretado un botón; Miss Ivés penetró en el despacho
87.
Mi puño, bien apretado sobre el logo de bronce, estaba vacío
88.
Michelle había apretado los puños presa de la furia
89.
Por fin, se prosternó de bruces delante del Khahan y, con el rostro apretado contra la alfombra, recitó las viejas palabras
90.
Me parecía que una noche sí y una no me despertaría y la oiría llorar, un nudillo apretado contra la boca y la cara enterrada en el almohadón
91.
Su mano era un puño apretado con fuerza, con los nudillos blancos por la tensión
92.
En algún momento de las largas horas que acababan de pasar, cuando el viento aullaba en el exterior, y sacudía y azotaba con furia los árboles, se había cubierto las orejas y había apretado fuertemente los ojos, rezando para quedarse dormido y despertar en cualquier otro sitio
93.
El tener en la mano derecha un manojo de hierbas muy apretado entre los dedos, justificaba esta suposición
94.
Los felones habían apretado tan cruelmente las cuerdas a sus muñecas que de éstas chorreaba sangre
95.
Caxton disparó de nuevo, pero el vampiro al que apuntaba se había apartado a un lado antes incluso de que ella hubiera apretado el gatillo
96.
Imagínese un gran grupo de personas en apretado tumulto
97.
–De un botín -repuso ella, que, deseosa de ganar el extremo opuesto del calvero, había apretado el paso
98.
El apretado gentío hacia poco menos que imposible que el joven pastor pudiera hacerse con el dominio de los bueyes, que se habían desperdigado por entre las mesas
1.
¡mala señal! Apretamos el paso y corrimos en silencio unos cientos de yardas
1.
La mentira suavemente y empezar a besar apasionadamente mordisqueando sus labios y apretando entre los míos, su lengua sinuosa
2.
cadáveres que pendían con medio cuerpo fuera, apretando aún en sus crispados dedos la hoz o el
3.
—No sé lo que me pasa—exclamó Asunción apretando las
4.
, 1975: Alzando eapremiendo facien cantos suaves (apretando ó bajando las
5.
animales las nuevasespuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera
6.
Seguía apretando mientras en sus ojos chispeaba una sonrisa
7.
—¿Por qué?—dijo, apretando los dientes
8.
cliente que,sentado en un diván, tosía apretando las sienes con
9.
Pero el capitán es sueco y sigue apretando
10.
apretando bajo elbrazo el instrumento de muerte que cada cualllevaba
11.
pues, cubriéndose el rostro conlos embozos, y apretando dientes
12.
apretando el raídomantón sobre los pechos, que pendían como
13.
Siguió apretando el gatillo, y los
14.
mantenerse sobre los estribos, apretando sus piernas conel
15.
—¡La mataría!—dijo Paz apretando los puños y ahogada por la cólera
16.
se cerraba, apretando losrobustos dedos y aferrándose sobre el oro con la firmeza y el ajuste deuna
17.
—¡Y yo!—respondió el oficial, apretando en sus manos las del
18.
contra el muro, apretando de nuevo el crucifijo para sellar,para incrustar en su propia
19.
un lado su jarro y apretando el ancho cinto de cuero
20.
apretando el de su novio
21.
de ternera, bien limpio; se llenan lossalchichones apretando bien la carne y pinchando mucho el intestino;
22.
apretando los ojos con horror
23.
apretando los tornillos de la devoción adoña Ana»
24.
y apretando los dientes para que no chocasenlos de arriba con los de abajo
25.
mentalmente a él, apretando los lazos matrimoniales
26.
Miró Conchita la ciudad con el ceño fruncido y apretando los
27.
Al ver que el portero entraba ya en su habitación, Krilov, apretando losdientes de
28.
Apretando los dientes, se afeitó laotra mitad
29.
Tenía el revólver en ladiestra, apretando
30.
Y dando suelta al torrente de su rencor, el cacique añadió apretando lospuños:
31.
apretando a la hija de sus entrañas conun abrazo y estrechando con la otra mano la del
32.
apretando el paso, logró ponerse a distancia de la
33.
de nieveque empezaban a caer; y apretando bien el paso y
34.
cuando serepuso, apretando el pañuelo sobre los ojos hinchados,
35.
de un color increíble, apretando los dientes y crispando las manos, dijo: «Si es
36.
en la tierra apretando en sus frías manecitas la Mula y el Buey
37.
Con la ayuda del remolque y apretando
38.
Esteban se abalanzó hacia Eladio, apretando uno de sus hombros y sacudiéndolo con gesto
39.
—¡Y decía mi madre que era un pueblo benévolo! —dijo apretando los puños
40.
Los trabajos de cada día, la vida ruda, la parca alimentación a base de mañoco, pescado y casabe, me han adelgazado, apretando mi carne al esqueleto: mi cuerpo se ha vuelto escueto, preciso, de músculos ceñidos a la estructura
41.
Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra
42.
El niño tenía que poner la cabeza entre las rodillas del maestro, quien, apretando los muslos, la sujetaba con fuerza
43.
Levantó el brazo apretando el puño y lanzó una especie de grito de rabia
44.
Se acomodó en el asiento del conductor, e imitó cada uno de los movimientos del teniente, girando el volante, apretando con fuerza todos y cada uno de los pedales, del freno, del embrague o del acelerador, y tratando de llevar de un lado a otro la bola negra, pero el motor seguía mudo
45.
Y apretando el paso la seguimos más de cerca
46.
- (Que devora su ira, apretando los dientes y los puños
47.
Pyanfar llegó la primera a la compuerta y esperó a Tully, su mano apretando la dura superficie de la pistola que llevaba en el bolsillo
48.
–Ayhar -murmuró Tirun apretando los dientes
49.
–Bien -dijeron a coro los demás, apretando las mandíbulas y agitando las orejas
50.
Apretando los labios, Sarah abandonó la habitación
51.
Luego cerró la caja, apretando fuertemente las yemas de los dedos sobre su superficie
52.
¡Entonces ese perro es uno de sus aliados, un espía! -exclamó el coloso apretando los dientes-
53.
Los más furiosos se arrojaron hacia ella apretando los cuchillos y gritando siempre:
54.
—¡Kin-Lung y Sun-Pao! —exclamó Ong apretando los dientes—
55.
Los dos hombres, que lograran aunque un poco tarde forzar la tapa de la sentina, se detuvieron un instante, pero Banes apretando los dientes y con los puños cerrados, se abalanzó contra el ex segundo
56.
Se queda muy erguida en la silla, conteniendo la respiración y apretando los labios
57.
Sloan, apretando los dientes, aspiró aire por entre los huecos restantes
58.
- ¡Maldición! -exclamó Morgan apretando los puños
59.
–Nunca hay que desprenderse de los hijos, pase lo que pase -dijo Jesús Dionisio Picero, apretando la cabeza del niño contra su pecho para que no viera las caras y adivinara el motivo de la conversación
60.
-¡Ese hombre es mi rival! -gritó Zuleik apretando los dientes con rabia-
61.
Eragon soltó un chillido al notar que una presión envolvía sus piernas hasta la rodilla, apretando y constriñendo las pantorrillas de tal modo que le resultaba imposible caminar
62.
—¿Ah, sí? —gruñó, apretando los dientes
63.
—¿Pues? Entonces, empieza —dijo, apretando las mandíbulas y bajando el cuerpo, listo para sufrir otra derrota
64.
Apretando los dientes, murmuró:
65.
Alguien me saca una foto apretando los dientes
66.
Se tumba boca abajo, con los codos apoyados en el borde del escenario, apretando los pechos juntos, y dice:
67.
Desapareció su mano en el interior y apareció de nuevo apretando en ella un saquito de terciopelo negro que guardó en el bolsillo de su chaleco en tanto cerraba la reforzada puerta y movía nuevamente las ruedecillas de la combinación, luego regresó a la mesa y, tras encender la lámpara que sobre ella había, aflojó las cuerdecillas que cerraban la embocadura de la bolsa y, bajo el haz de luz, volcó el contenido del saquito sobre la negra superficie de cuero
68.
Y peor era en la casa: en cada rincón creía descubrirla, cocinando en el fogón, sentada al sol, en el marco de la puerta, mordiendo guayabas en el huerto, apretando la cara del gato contra su rostro, mostrando el diente de oro, esperándolo bajo el claro de luna en el cuartito de los fondos
69.
Rossky se había sentado apretando los labios mientras reproducía la conversación entre Orlov y su hijo
70.
—¿Sientes esto? —me preguntó con preocupación, apretando los labios entre los dedos
71.
De por detrás del carro apareció el enano, apretando bajo las axilas un envuelto bastante grande
72.
—Mierda —dijo apretando los dientes, y marcó el 1881—
73.
—Bien, lord Rutherford —dijo el a en latín, apretando las caderas contra su sexo hinchado y dispuesto
74.
Apretando los dientes, arrojo las cartas sobre la mesa del vestíbulo junto con los otros sobres que no he abierto, incluso los de Jack
75.
–Puras conjeturas -dijo Lochart apretando los dientes, viendo la expresión de ella
76.
Iluminada por un foco, aparece una doncella francesa con medias negras de red y volantes fruncidos blancos y aparenta sorpresa apretando silenciosamente los labios
77.
Advíncula rió de muy buena gana, y apretando las manos al lord, ambos frailes se despidieron de él con cariñosas demostraciones,
78.
Apretando los dientes y crispando los puños D
79.
-Tan infame mote -afirmó Baraona frunciendo el ceño y apretando el puño- será escrito con sangre en la frente de los que lo inventaron
80.
Porque Ira ya estaba apretando el gatillo
81.
Salvador se dejó caer en una silla, y apretando la cabeza entre las manos, se clavaba en el cráneo las uñas
82.
Apretando los puños exclamó:
83.
Y apretando en mi mano los dichosos cinco dracmas, eché a correr hacia el zoco principal, mirando con mis ojos y olfateando con mi nariz por todos los lados para elegir lo que iba a comprar
84.
Apretando los labios, César miró por la ventana abierta hacia el jardín que había arreglado Cayo Matius en el patio de luces
85.
Tomás, el reverendo, dando un puñetazo en la mesa y apretando los dientes, decía: «¡Guaidiós, que esas hi-de-porra, malas chandras, tienen la culpa de todo! Yo que usted, mi General; yo, Fabricio Gallipienzo, en vez de colgar esa carne podrida afuera, la habría colgado dentro de la santísima iglesia, cuando ardían los santísimos altares, para que se les ahumaran bien los tocinos»
86.
—Les prometí que les crucificaría —replicó César, apretando los labios
87.
—Lo sabes muy bien —replicó Varrón, apretando los labios—
88.
Aura se irguió, y apretando en su nervioso puño, con fuerza de mujer furiosa, el hierro del balcón, dijo: «¡La mataría!»
89.
—¡Silo eres, silo eres, silo eres! —gritó el pequeño Catón, apretando los puños
90.
Apretando los puños y los dientes, no podía contener las lágrimas que caían a borbotones por sus mejillas tostadas y cubiertas de arrugas
91.
-¿Acabarás de una vez? -dijo Ibero nervioso, apretando las quijadas y haciendo encabritar al caballo
92.
[10] amigas con el escepticismo de plañideras circunstanciales, mientras la Hermosilla, apretando contra sus ojos el pañuelo hecho ya pelota humedecida por las lágrimas, sostenía con el silencio el decoro de su dolor
93.
Hecha la presentación, se metió Vicente en el berenjenal de los saludos, entreverados con excusas, apretando lindas manos, y desenvolviéndose atropelladamente del gracioso enredo en que le ponían la cortesía y la timidez
94.
Pierce siguió caminando, apretando el paso y sin contestar
95.
–Hay buen pulso en la carótida -observó ella, apretando con la mano el cuello del paciente
96.
La tercera enfermera regresó a la cama y enderezó la pierna de Michelle mientras la enfermera encargada se inclinaba y, apretando con los dedos la nariz de Michelle, iniciaba la respiración boca a boca
97.
–¡Mujeres! – exclamó enojado, apretando los labios
98.
Ponía en ello toda la fuerza que podía reunir, apretando los dientes de forma que le crujía la mandíbula, aspirando entrecortadas bocanadas de aire
99.
—¡Los seguiré! —farfulló Farid apretando los puños morenos—
1.
Cuando el calor comenzó a apretar con fuerza, decidí regresar al hotel
2.
antes de la apertura de las oficinas, comenzaba a apretar el calor dentro del agujero en que
3.
nervios, apretar los puños, y el corazón se mequería saltar del
4.
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, yel arremeter al vizcaíno,
5.
y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendoen sí el aliento todo cuanto
6.
el dedo para apretar la mano del joven
7.
Era preciso apretar el paso, correr, en fin,porque los bramidos se sucedían con más
8.
una rueda van del ejea la llanta: ésos son para apretar las canales
9.
Y cada vez más enfurecido fué a apretar el botón del timbre
10.
Se rellenan los intestinos de vaca, que se tendrán preparados, cuidandode apretar la masa y de picar el
11.
del balcón y apretar contra ellos lafrente
12.
La noche se acercaba; elcementerio estaba lejos, y hubo que apretar el paso
13.
apretar el gatillo, oyó tres palmadas rápidas y enseguida una detonación
14.
Uno de losmétodos más simples de estimar la presión decresta es apretar bidones
15.
Inútil apretar los frenos
16.
Adela lloró dealegría al apretar entre los suyos a Isabel, por la cual sentía aficiónextraordinaria
17.
de luz eléctrica que el oficial de guardia pudieseencender con sólo apretar un botón,
18.
con el mísero sentenciado, pidiéndole perdónantes de apretar el
19.
¿sabe? se ha dejado apretar en la máquina de
20.
Pero Mauricio, en vez de apretar el paso, como aquel á quien se espera, le acortaba
21.
cejas haciendo deellas como un nudo encargado de contener y apretar toda la piel de lafrente, y
22.
Chasqueado por aquella parte, Tablas se obstinó más y más en apretar loslazos que le unían a
23.
—Solo tiene que apretar el gatillo
24.
Pero no sirve apretar con mucha fuerza
25.
Félix volvió a meterse la bolsa de tabaco en el bolsillo y empezó a apretar el tabaco firmemente en la cazoleta de su pipa
26.
Estaban cargados de un dolor y una desesperación tan profundos que Moses tuvo que apretar los dientes para concentrarse en ignorarlos; no los quería en su cabeza por el momento, si quería tener las fuerzas necesarias para enfrentarse a aquello
27.
Como un autómata en el instante de apretar el botón debido, Poppy repuso
28.
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo
29.
El calor empezaba a apretar
30.
Pero era necesario ir tomando posiciones, apretar las filas de nuestros ejércitos, estudiar la estrategia para tan colosal combate
31.
Ni aun cuando le tuve que apretar las tuercas a Rudy Santana
32.
Sólo tengo que apretar el pulsador, como hizo Robin, y la enorme puerta se abre automáticamente de par en par
33.
Sin saber cuándo tenía que apretar, hasta que ella me dijo que la verdad es que no tenía la menor idea de cómo se hacía, levantándose del sofá y subiéndose las braguitas de encaje, contoneándose después hasta la cocina
34.
– Había cierta amargura en su voz, la tensa ira que hacía apretar las mandíbulas a una hani ante la riqueza de otras especies, y las leyes y acuerdos entre mahendo'sat y stsho que mantenían eternamente apartadas a las hani de tal riqueza
35.
Quise estar a solas, quise llorar en la intimidad, quise apretar los puños en silencio
36.
Nadie sospecharía nada, pero al apretar en cierto lugar, todo el aparador gira sobre unos goznes
37.
Hay que apretar ese absurdo interruptor que hay a la mitad del cable
38.
Man-Sciú hubiera querido apretar el paso
39.
Los músculos del mentón de Eragon se contrajeron de tanto apretar los dientes
40.
Cuando ella agachó la cabeza para mirarla, el pelo le oscureció la cara, pero Eragon vio cómo las venas y los tendones se marcaban en sus manos de tanto apretar
41.
La niña lo presentía y se agitaba sobre sus rodillas presionando, restregando, frotando, hasta sentirlo gemir ahogado, apretar los nudillos contra el borde de la mesa, ponerse rígido y un picante y dulce aroma los envolvía a ambos
42.
El costado izquierdo le dolía tanto que tenía que apretar los dientes y aguantar la respiración para seguir adelante
43.
Roran tuvo que apretar los dientes para soportar el dolor de las piernas y la espalda
44.
Para postergar el momento hay que apretar con fuerza la parte inferior de la base del pene
45.
Estaban sentados, tomando un refresco en el quiosco que solían frecuentar en sus diarios paseos por la Castellana, uno de los lugares favoritos de la gente elegante cuando empezaba a apretar el calor
46.
A su debido tiempo, el eje se rompió solo y la fábrica se paró, pero el Pasiego no podía encargarse de apretar los dos tornillos a la vez, y cuando el director empezó a chillar, todos se dieron cuenta de que el chico al que le había encargado la otra mitad del trabajo estaba pálido, tembloroso, muerto de miedo
47.
"Todo eso, y además toma la decisión de apretar el gatillo cuando le parece que así debe ser", asintió Hendley
48.
Empezó a apretar el gatillo…
49.
Elwin se había retrasado en apretar el botón de emergencia; pero, por fin, ascendía también
50.
Pero no se vuelvan porque á lo mejor me asusto y un hombre asustado suele apretar el gatillo
51.
Uno de los Green Bands le había puesto el cañón del rifle en el pecho y tenía detrás a otro, ambos preparados para apretar el gatillo
52.
Luego, uno de los del pelotón de ejecución dio media vuelta y apuntó a Nitchak Khan, pero murió antes siquiera de apretar el gatillo
53.
Sólo tiene que apuntar al centro del pecho y apretar el gatillo
54.
¿Podéis apretar el botón de la planta baja por mí? He olvidado el correo
55.
Después de apretar el botón para cortar la comunicación, Stephanos marcó un número local
56.
En esencia, esto es lo que Channis pensó en el corto espacio de tiempo que necesitaba el Mulo para apretar el contacto del disparador con el pulgar
57.
Con el tiempo, y estimuladas por el codiciable premio, las pequeñas bestias aprendieron a ejecutar espontáneamente los cambios efectuados por el sistema nervioso autónomo -tal como hubieran aprendido a apretar una palanca con idéntica finalidad-
58.
–Observad esto -dijo Beth, al tiempo que regresaba a la cubierta de vuelo; empezó a apretar secciones oprimibles de la consola para ponerla en funcionamiento-
59.
Casey tuvo que apretar varias veces otro botón para mover el cursor hasta la letra «Q», luego la «A» y finalmente la «R»
60.
Tuvo que apretar el pie izquierdo con fuerza contra la alfombra para evitar que la pierna le temblara
61.
Todo depende del momento en que las personas responsables de los remolinos y las olas gigantes decidan apretar el botón
62.
Y, en segundo lugar, habría sido interesante ver la expresión de tu cara en el momento de apretar el gatillo
63.
El señor Wonka empezó a apretar un número de botones que había detrás de él
64.
Los dos niños pueden apretar un botón cada uno
65.
Es sólo cuestión de apretar el botón indicado
66.
Olivetti empezó a apretar las teclas del mando a distancia como enloquecido
67.
Era una solución eficaz y además prefería introducir su tarjeta de plástico en la ranura y apretar unos botones que tener que hablar con una persona
68.
el cañón, le apuntó directamente con la escopeta e intentó apretar el gatillo
69.
Fue siguiendo las instrucciones de qué botones había que apretar
70.
—Con frecuencia teníamos que apretar los dientes
71.
Metódicamente, comenzó a tantear los lados, volviendo a apretar y tirar para poner a prueba su hipótesis
72.
Te detienes un buen rato delante del telefonillo hasta que decides apretar el botón
73.
Los tiempos están para apretar los dientes y seguir andando
74.
° se pusieron aún más nerviosos cuando tuvieron «líos con los chicos esos [de Texas] tan amigos de apretar el gatillo» de la 2
75.
Había sido enviada a su destino en patrullas nocturnas para que los hombres «adquirieran experiencia y confianza», y para que de paso se redujera el efecto de las «tropas nerviosas y demasiado aficionadas a apretar el gatillo»
76.
Sus soldados, demasiado aficionados a apretar el gatillo, abrían fuego en todo momento contra cualquier avión, a pesar de las órdenes recibidas en sentido contrario, pues era mucho más probable que dispararan contra un aparato aliado que contra uno enemigo
77.
En las primeras acciones en las que participaron, los tripulantes de los tanques se habían mostrado muy propensos a apretar el gatillo en cuanto localizaban a algún grupo de alemanes, por pequeño que fuera
78.
Volvió a apretar el gatillo
79.
Aún había carne enganchada en los bordes, y, al traspasarla con la aguja, difundió un hedor ante el cual tuvo Maynard que apretar los labios
80.
Antes de que Alex tuviera tiempo de reaccionar adecuadamente; antes de que el miedo lo impulsara a apretar el acelerador lanzándolos hacia delante para escapar al vehículo que venía tras ellos, éste se metió en el carril de la izquierda y empezó a adelantarles, sin cesar de tocar la estridente bocina
81.
Pero no tuvo valor para apretar el gatillo
82.
Últimamente la cabeza del bebé había comenzado a apretar su vejiga y la frecuente necesidad de orinar le estaba complicando la vida
83.
Y tú, a quien le han enseñado qué botón tiene que apretar, ¿quieres que yo, el producto de un sistema educativo varias veces centenario, fundado no sólo en la divulgación de información sino también en toda una teoría de la adaptación social, te dé en cinco minutos un panorama completo de la evolución del conocimiento humano en los últimos diez siglos? ¿Quieres saber lo que es un elemento hetero-trópico?
84.
No aspiraba ella a tener uno solo, sino que quería verse rodeada de una serie, desde el pillín de cinco años, hablador y travieso, hasta el rorró de meses que no hace más que reír como un bobo, tragar leche y apretar los puños
85.
Sus rodillas se doblaron y se sintió como los muñecos de cuerda y madera de Expedito, cuyas piernas se soltaban al apretar un botón
86.
–Si sabes apretar el botón de una cámara, sabes sacar fotografías de moda -replicó ella con más rabia en la voz de la que habría querido expresar
87.
Un acto que se regeneraría con sólo apretar un botón
88.
Bastaba con apretar un botón para que el control pasara de nuevo a su puesto
89.
El puño se cierra para coger lo necesario, también para apretar lo que no se tiene o lo que se siente en la ira que nos produce lo que acaban de hacernos, cuando ya no queda ninguna confianza que justifique algo mejor
90.
La práctica de apretar los vendajes al máximo en las heridas de guerra se mantuvo en los hospitales hasta después de la Primera Guerra Mundial
91.
Tim empieza a apretar el émbolo
92.
Avanzaba con el trote regular que había aprendido observando a los nativos, una manera de correr que consiste en pasar el peso del cuerpo de una a otra pierna en un lento movimiento de balanceo que nunca llega a cansar, ni a forzar la respiración; sentía el pulso de la sangre en las piernas y en los brazos, y la exultación del orgullo de su cuerpo lo invadía hasta tal punto que debía apretar con fuerza los dientes para reprimir el violento deseo de soltar un grito triunfal
93.
Stride observó al hombre apretar las mandíbulas y vio un rostro iracundo
94.
Entonces, al apretar el paso, empezaron a aparecer surcos por todas partes
95.
–Yo quiero un buen budín de chocolate -dijo Cara de Luna al apretar el botón, y apareció el budín más grande que había visto en su vida
96.
Puedo apretar el gatillo antes de que llegues aquí
97.
Trató de obligarse a mantener una expresión impasible delante de los demás, pero tuvo que apretar los dientes en ocasiones y apartar la mirada de los cadáveres destrozados
98.
—Tuvo que hacer un esfuerzo y apretar los puños para no rascarse el cuello
99.
La sensación de impotencia le hizo apretar los puños
100.
Eddie intentó apretar el gatillo, pero los dedos no se movieron
1.
Tragué saliva, mientras apretábamos el paso
1.
Pero el saco hay que vaciarlo, de modo que lo apretáis, lo retorcéis y estrujáis
1.
Yo apreté los puños: ¡habría sabido concluir tan bien la frase
2.
Apreté los dientes y guardé silencio
3.
deseo lo quela habrá muerto!» Apreté los dientes y apoyándome
4.
Apreté los puños y cerré los ojos
5.
poquito: apreté con que el tiempo era corto y en fin lefuí disponiendo, como Dios me
6.
Apreté con más
7.
Tomé el chal de oración que había dejado en la maleta de Jane y lo apreté con delicadeza
8.
Apreté el paso y repuse:
9.
Apreté los dientes para impedir que estallara mi angustiada impaciencia (¡pensar, ay, que el sobre que tanto deseaba abrir estaba en aquella misma casa y que podríamos haber mirado en su interior en aquel mismo momento! Cuánto deseé, sin que me atreviera a hacerlo, sugerir que lo abriéramos discretamente, aprovechando el vapor que salía de la tetera, y que lo volviéramos a sellar después) y le di las gracias con toda la serenidad de que fui capaz
10.
Me eché la mano al cuello y apreté los dientes para ahogar un sollozo
11.
Apreté el paso tras el Intérprete, arrastrando al hombre-pájaro por la hebra que le sujetaba el tobillo; el pobre iba emitiendo gorjeos de lamentación
12.
Me tumbé boca abajo y apreté la cara contra uno de los cojines del sofá
13.
Apreté los dientes, apreté los puños y recuerdo haber intentado aquel día, con esos mismos puños, apretarme el corazón
14.
Por eso, a las cuatro en punto de la tarde, cerré los ojos, crucé los dedos y apreté un botón del portero automático de la casa de Raquel
15.
La metí en un taxi, la ayudé a salir de él, la sostuve mientras llegábamos hasta el portal, la ayudé a entrar en el ascensor, apreté el botón, abrí la puerta de su casa con sus propias llaves, la llevé hasta el dormitorio, la tumbé en la cama, y en cada una de estas acciones, mientras la besaba, mientras la abrazaba, su alegría era la mía, y era alegría lo que movía a la Tierra mientras giraba alrededor del Sol y de sí misma
16.
Yo apreté su tobillo de cuero
17.
Vis», y apreté los puños de pura excitación
18.
Y con esa declaración asombrosa, apreté bruscamente el freno hasta detener el coche (sin cambiar de marcha)
19.
y yo le apreté la manga con fuerza creyendo que tal vez podríamos partir todavía y no podíamos, con qué dificultad se curvan las espaldas, con qué dificultad los brazos, con qué dificultad las piernas se mueven, en el sitio de la Estrada Militar no hay soldados marchando con un oficial y un tambor al frente, sino chabolas de negros y gitanos, de gitanos y de negros, sin una luz salvo la de los dientes y la de la baba de los perros tan enclenques como ellos, barracas con trozos de cartón, con tablas, con duelas de barricas, con maderas de andamios, mujeres descalzas calentando cazos en las piedras, niños con rostros como charcos, cieguitos, aun en septiembre un lodazal de lluvia, pobres de vosotras que habréis de entrar a la iglesia (y yo encerrada en el ataúd) y al empujar la antepuerta las llamas de los cirios se inclinarán trémulas hacia vuestro luto que dura lo que una misa y un entierro y habréis de mediros, indecisas, ¿A cuál de nosotras le tocará, Manuela?, ¿A cuál de nosotras le tocará, Luisa?, el cementerio lleno de maridos que no esperaron, que no esperan, ¿Oyes la tormenta?, no es que yo tenga miedo, tú sabes que no tengo miedo, de qué sirve tener miedo, pero habla conmigo, pero quédate ahí un rato, pero no cuelgues todavía, en Ericeira encendía la salamandra al atardecer, el viento en los pinos me aterraba, por la ventana de la sala la colina bajaba hacia las dunas y la arena brillaba, las olas me rompían los huesos en la muralla, mis sobrinos seguían en bicicleta hacia el agua que la bandera roja prohibía, había un café desierto, con grandes letras pálidas, en la cima del farallón, nadie frecuentaba aún la playa de Sao Lourenço, sólo habitada por raras gaviotas, ningún veraneante, ninguna sombrilla, ningún bañista, adolescentes lejos de sus padres saltando por las rocas, y ellas proyectando partidas de canasta, proyectando excursiones a Sicilia, a Yugoslavia, a Leningrado, a Egipto, ¿No te parece, Maria Antonia?, y yo que sí con la cabeza, imaginando un autobús de visitas que tejen por Europa, Sicilia claro, Yugoslavia claro, Leningrado claro, tiene un museo estupendo, Egipto, las pirámides, la Esfinge, y por qué no una excursión a Benfica, y por qué no una excursión a lo que fuimos, bodas, procesiones, bailes de carnaval, partidos de hockey, el lobo de Alsacia de mi padre, encerrado y soltando aullidos, en una jaula, y después de salir las visitas, con sus Sicilias y sus museos, mi sobrino, de espaldas a mí, observando el mercado nuevo, Si la tía no quiere ponerse en tratamiento de quimioterapia no se pondrá, no se preocupe, y yo a él ¿Cuánto tiempo, hijo mío?, y él, cambiando los cacharros de posición, No lo sé, y entonces lo vi sentado en la Quinta do Jacinto, bajo un nogal seco, él, que vivió en Londres, que trabajó en Londres, que tenía ocho canales de televisión y una criada española, ni de la existencia de la Quinta do Jacinto sabía, viviendas con dalias mustias en el otero de Alcántara, el borracho que irrumpía en la sala de costura asegurando Yo vuelo, la modista que lo amenazaba con la plancha y después, ya más calmada, La niña disculpe pero es por culpa de estas cosas y otras más que tengo el corazón hecho una pena, y mi sobrino, con la cartera en las rodillas, en espera de la noche para entrar en casa como yo espero el día para entrar en la muerte porque, no sabiendo gran cosa, sé que moriré de día, durante las primeras horas del día, con un vecino médico, llamado con tal urgencia que ni tiempo tuvo de peinarse, que me auscultó el corazón parado pensando que lo oía cuando lo que realmente oía era el cangilón del ascensor, y conmigo morirán los personajes de este libro al que llamarán novela, que en mi cabeza, poblada de un pavor del que no hablo, tengo escrito y que, según el orden natural de las cosas, alguien, un año cualquiera, repetirá por mí del mismo modo que Benfica se ha de repetir en estas calles y fincas sin destino, y yo, sin arrugas ni canas, cogeré la manguera y regaré, por la tarde, mi jardín, y la palmera de Correios crecerá de nuevo antes que la casa de mis padres y que el molino de zinc pidiendo viento, y mi hermana, viuda también y sin el pecho izquierdo, amputada del pecho por un cáncer, un cáncer como el mío, un cáncer, un cáncer, No es que yo tenga miedo a las tormentas, hay pararrayos por todas partes y además de qué sirve tener miedo, pero no cuelgues todavía,
20.
Apreté los dedos en torno al rifle
21.
Me acerqué a las puertas y apreté el oído contra la rendija entre las dos hojas
22.
Yo apreté los dientes y aparté la vista
23.
Me hice tan pequeña como pude, me llevé las manos a los oídos, apreté los ojos y, por primera vez en mi vida, le recé a Dios con sentimiento
24.
Al final de un día totalmente improductivo, me apreté el puente de la nariz con los dedos, musité un par de imprecaciones en voz baja y recogí mis cosas
25.
—Cerré los ojos y apreté las manos sobre los muslos en un esfuerzo por evitar que mi mente se dispersara—
26.
Apreté los labios en una línea fina
27.
—Miré a mi vampiro y su piel blanca brillando en la oscuridad, y apreté la tecla para cortar la comunicación
28.
— Apreté la túnica contra mi cuerpo mientras me castañeteaban los dientes
29.
Me incliné hacia adelante, de rodillas, y apreté arena en los puños
30.
Ese éxito casi me volvió loca al principio, y cuando Barnabás me lo murmuró al oído por la noche cuando regresó a casa, fui hacia Amalia, la abracé, la apreté contra una esquina y la besé con los labios y los dientes hasta que lloró del dolor y del susto
31.
Apoye la espalda en la puerta, apreté los pies contra la pared de enfrente y, combatiendo las náuseas, telefoneé a la policía
32.
Miré fijamente al orificio redondo del cañón enemigo y apreté el botón que liberaba los rayos t
33.
Apunté con mi pieza hacia el objetivo y apreté el botón
34.
Apreté los dientes e intenté aguantar
35.
Apreté los labios y respiré por la nariz
36.
Entonces apreté los dientes y liberé mi voluntad con un estallido de energía repentina
37.
Le solté el cuello, me apreté contra él y le quité el cinturón de piel de lobo que llevaba puesto en la cintura
38.
Desesperado, me senté en un butacón dorado estilo Luis XV y apreté los dientes para no desmayarme
39.
Entré y apreté el botón del piso once
40.
Al pasar junto al balcón, apreté los dientes y murmuré secamente: “Cállate”
41.
Llegué a los ascensores y apreté el botón de subida
42.
Apreté el botón número 12 y se cerraron las puertas del ascensor
43.
Me apreté el estómago y llevé las rodillas a la altura de la barbilla
44.
Apreté los puños, sentí el filo de las uñas contra las palmas
45.
Desplegué otra servilleta sobre la mesa y como si me hubiera acometido un impulso irrefrenable lancé la moneda con el propósito ahora de llegar a cien veces y apreté los signos de manera que la sucesión entera quedara escrita en ese cuadrado de papel
46.
Apreté los dientes, a pesar de que mi piel estaba ardiendo
47.
Apreté los dientes y seguí así hasta el final
48.
Maldije mi locura, me apreté contra una ventana y me preparé para escapar de aquella confusión
49.
Apreté la mandíbula con tanta fuerza que hubiera podido romperme un diente
50.
Así que apreté el botón de £50 y salieron de la máquina cinco billetes de 10 libras, y un recibo, y yo me metí los billetes y el recibo y la tarjeta en el bolsillo
51.
Apreté el paso y avancé, más y más, por el pasillo
52.
Escuché un ruido en la puerta, encendí la luz, apareció él; apreté el gatillo y, ahí lo tiene
53.
—Fue en defensa propia —digo volviendo a recordar el tacto del arma en mi mano, la desagradable sacudida cuando apreté el gatillo
54.
Apreté mis labios, con fuerza
55.
Apreté los dientes por la frustración
56.
Apreté el picardías contra mi piel desnuda, y sentí un anhelo profundo y avasallador que me estremeció
57.
Apreté el botón de llamada, y cuando el camarero apareció con dos cócteles de gambas más, escribí 'teléfono' antes de que pudiera alejarse
58.
–¿Acaso cree que se sorprendió cuando rodeé su cuello con mis manos y cuando apreté? En absoluto
59.
Lo saqué y apreté el botón
60.
Por supuesto, cuando apreté el gatillo, me morí
61.
—Se me hizo un nudo en la garganta y apreté los dientes
62.
Así que apreté los dientes y me decidí por la única opción que tenía
63.
Apreté los dientes y sentí que prendía dentro de mí una pequeña llama de ira
64.
Apreté los dientes e hice Trillar el Trigo, Prensar Sidra y Madre en el Arroyo, pasando sin interrupción de uno a otro con una ráfaga de golpes
65.
La cogí por el hombro y se lo apreté, aflojando la presión un poco antes de decir:
66.
Apreté los dientes con fuerza y conseguí que mi rostro no perdiera la expresión de cansancio
67.
Hice sonar una uña contra el cartón, apreté los dientes y metí la tarjeta en mi bolsillo
68.
—Sí —contesté, y apreté el puño dentro del bolsillo y me contuve para no gritar—
69.
Apreté con fuerza la linterna y seguí su recorrido
70.
Apreté los dientes y observé las pequeñas gotas que comenzaban a mojar el parabrisas
71.
Apreté los dientes y giré sobre un costado
72.
Apoyé las botas en la pequeña abertura y apreté con todas mis fuerzas
73.
” Apreté el interruptor y cuatro lámparas en una unidad
74.
Rechiné los dientes y apreté las manos
75.
Hundí mis pulgares en los ojos del monstruo y apreté cuanto pude
76.
En este momento, en su belleza sin velo, se me apareció tan divina, tan casta, que, como el día anterior ante la diosa, caí de rodillas ante ella, y en un acto de adoración apreté mis labios sobre sus pies
77.
Saqué el maletín de la mano de la muñeca y apreté el resorte que lo abría
78.
Apreté el botón de reproducción
79.
El dolor lacerante volvió a repetirse, y su intensidad fue tan desgarradora como antes, pero apreté los dientes y no lancé ningún grito, e incluso traté de examinar el dolor
80.
Yo apreté los puños
81.
Apreté los puños, y vi que las antenas de Sarm se enroscaban lentamente
82.
Luego apreté las mandíbulas y seguí subiendo
83.
Con un dedo enguantado aún apreté una tecla
84.
Un soldado muerto tenía aún agarrado el Schmeisser; lo cogí, apunté a aquella silueta y apreté el gatillo, pero el arma estaba encasquillada y la tiré con rabia en un macizo
85.
La sujeté por el codo y se lo apreté; tiré para hacer que se volviese hacia mí
86.
No noté el pulso en la garganta del cuarto hombre, y pensé que había muerto; pero, por si acaso, apreté el garrote contra su cuello y así lo mantuve mientras contaba los minutos
87.
Hice caso omiso y apreté los labios mientras contemplaba la lámpara que colgaba sobre la mesa
88.
Obsesionado con aquella idea, apreté el paso
89.
Apreté la mano de Jiménez y le aseguré con Anselmi que no le quedaba más que tener una gran paciencia
1.
Dicho esto, aprieta el PLAY, se lía un porro, y sale de la habitación
2.
Aprieta los dientes y fija sus miradas ardorosas en la
3.
Juan aprieta los dientes, un estremecimiento sacude sus brazos
4.
Juan, triste, aprieta los dientes y apoya su rostro en el pecho de
5.
El la aprieta entre sus brazos más estrechamente; y los dos
6.
El se aprieta la frente con los puños y no dice una palabra
7.
Montaner aprieta masel hecho, pues dice que el propio dia se ejecutaron estas muertes
8.
acierta a darle en medio de las narices, y elhombre derrotado aprieta el paso, sin tratar
9.
aprieta más el dogal quetengo en la garganta
10.
En la facion que tanto nos aprieta
11.
¿Es uno? ¿Es varios? ¿Astuto o cobarde manso como un santo o colérico? ¿Lo veis con la horca en la mano acechando a los condenados que va a meter en el horno recogiendo haces de leña para alimentar el fuego de su Infierno seductor sí porque seduce con su inteligencia y su temperamento posee la sabiduría tiene el poder de creación y de destrucción la fuerza invencible, el conocimiento él es el que lo ve todo el que observa a los habitantes de la tierra y moldea su corazón atento a sus obras escucha a los que gritan aconseja y las aguas lo ven y tiemblan y el propio abismo se estremece y las nubes descargan sus trombas los nubarrones aportan la voz el fragor del trueno desgarra el cielo y los relámpagos iluminan el mundo la tierra ruge cuando él aparece él es el amo del mundo y sin embargo nadie conoce sus huellas apenas se le ve apenas se escucha su paso ligero una resonancia un silbido nada más este ser es temible por la fascinación que ejerce sobre todos y que los precipita en el abismo el asesinato es su ocupación la destrucción la finalidad de su vida él es la gran serpiente de mordedura sangrante tetanizante que deja manar la sangre mala emponzoñada por su veneno es el maestro de la estrangulación que se enrosca en torno al cuello del animal y lo aprieta hasta que la bestia se ahoga con los ojos desorbitados y hasta que ve el último estertor de agonía fascina a los seres impulsa a las víctimas a correr hacia todas partes desesperadas hasta el agotamiento no conoce la piedad no ha perdonado a nadie la conciencia no es su fuerte nada lo atormenta si no es la ausencia de crimen vive sólo para el asesinato del que es siervo el celoso siervo
12.
En las novelas se le seca la garganta, le aprieta el cuello de la camisa y está en un deplorable estado de nervios
13.
Me aprieta la mano, Haroun el consolador; hemos intercambiado los papeles
14.
Roger se aprieta el puente de la nariz y dice:
15.
y él aprieta
16.
En el marco de la nueva situación que se está creando en el Mediterráneo, Estados Unidos aprieta a España en 1980 para que ingrese en la Alianza Atlántica
17.
Cada vez aprieta más, cada vez el placer es más largo y brutal, hasta que finalmente lo mata
18.
Asunción, cuando se cruza con algún vehículo, aprieta bien los labios, los frunce
19.
Si amara a Matilda todavía, si Matilda aún le amara, ¿cómo no había de aparecérsele ahora que la invoca? Aprieta sin fijarse la mano derecha de su nuera, acaricia el anillo de oro de su nuera como quien saluda a un fiel partidario en un mitin
20.
De vez en cuando, se los aprieta un poco, para recordarles que puede acabar con ellos cuando quiera
21.
Luego se abre la bragueta y aprieta el botón de imagen ralentizada
22.
Si se aprieta demasiado, se puede matar a alguien
23.
Sentía que con su llegada había un ciclo que terminaba en mí y que, como le sucediera a mi padre, no me quedaba más que acostarme, olvidar Monsanto y morir como mueren las quintas de Benfica y las viñas vírgenes de la infancia, y todo se aprieta en el interior de nosotros idéntico al malestar del remordimiento
24.
Aguanta la respiración cuando aprieta el gatillo
25.
Aprieta los puños y los sacude de ira y frustración
26.
El alcaide o alguien designado al efecto hace girar la llave y aprieta el botón
27.
Introduce la llave en el contacto, la gira para accionar la batería y escuchar música, y aprieta un botón situado en el la teral del asiento para echarlo hacia atrás al máximo
28.
Es decir, que si un libro aprieta hacia abajo sobre una mesa, la mesa tiene que estar empujando el libro hacia arriba en la misma cuantía
29.
Aprieta ese botón que hay en el costado
30.
En cuanto lo ve, Bill aprieta los puños, en un intento de dominarse En el aire se respira cierta tensión Jonas se acerca haciendo gala de su encanto y simpatía
31.
Ella los aprieta con fuerza
32.
Eddie aprieta un botón en el tablero de mandos
33.
Se ríe, aprieta los puños y los agita en el aire mientras da vueltas en círculos
34.
Serrador aprieta el paso
35.
Se apunta y se aprieta el gatillo
36.
En el ascensor aprieta el 142 y sube hasta el ático
37.
Aprieta pase lo que pase
38.
Los aprieta, le clava las uñas
39.
Después, aprieta los labios y cierra los ojos
40.
Aprieta el mango del Phillips con toda su fuerza y las estrías de plástico se clavan en su piel
41.
Saca una minigrabadora y aprieta el botón de reproducción
42.
Da media vuelta y se va, mientras Louie encuentra el botón de reproducción y lo aprieta
43.
La enfermera aprieta un botón y el respaldo de la cama se incorpora
44.
Al principio, la soga apenas aprieta el cráneo, pero en cuanto el sol la seca, el dolor llega a ser insoportable, vuelve loco a cualquiera
45.
Aprieta el paso y a pesar del retraso imputable al chico, es el primero en llegar a su oficina
46.
A Johnson le cuesta mantener el cañón en su sitio mientras aprieta el gatillo una vez, y luego otra
47.
Aún continúa contemplando su rostro unos minutos después, cuando ella se retuerce para apartarse pero también para encontrarse con su lengua, y él le introduce un dedo y lo aprieta con suavidad en la parte superior, y no puede creerlo, pero se corren al mismo tiempo
48.
La hoja tiene un borde romo y una cavidad interior rellena con un líquido que se acciona con un botón que el actor aprieta cuando pasa el arma sobre la piel
49.
«¿No me irás a decir que un hombre con ese pendiente y esa coleta de pelo es un hombre en toda regla?» Si le pregunto qué es un hombre en toda regla contesta que ella tuvo el suyo, y aprieta los labios y alza el busto en señal de orgullo: si sabrá ella lo que es un hombre como tienen que ser los hombres
50.
Paolino, al pasar, aprieta el conmutador de cada una para apagarlas y atenuar la claridad
51.
"Fermín Alzórriz Muruzábal, Chiquito de Alcurrunz, es camionero, de oficio, y aprieta y afloja las tuercas con la mano
52.
Se aprieta las sienes con la punta de los dedos en un gesto desesperado-
53.
Se encierra en un silencio tozudo, aprieta los labios y me mira como una niña ofendida
54.
Se aprieta las sienes con dos dedos y lanza un profundo suspiro, como si todas esas revelaciones le oprimieran la cabeza-
55.
Una vez más aprieta las teclas, ahora en busca no sólo de diversión, de gozar de lo prohibido, sino también con el ansia de entender la evolución de las instituciones políticas de su planeta
56.
Si quieres, aprieta el botón de stay
57.
Mas tarde, echados entre las sabanas, el le acaricia los cabellos, mientras ella lo aprieta con la cabeza apoyada en su pecho
58.
En terreno abierto, que pasa libremente el viento, el frío aprieta aún
59.
Aprieta los dientes y sale despotricando de la habitación
60.
Me aprieta la barbilla y el cuello
61.
Randy aprieta bien los labios y respira largamente por la nariz
62.
Cierra los ojos, contrae bien el esfínter y aprieta los dientes
63.
Muy bien, Jimmy, pero aprieta el acelerador a fondo
64.
Aprieta los dientes, cierra los ojos y le da al interruptor
65.
La sofisticación no se había dado tan sólo en las habilidades, también en los apellidos, los exóticos nom-bres de las bandas: «La mano que aprieta», «La legión asesina», «La marca roja», o de sus dirigentes: Mario Lombarc, El gorra prieta, El francés de los dedos de seda, Sacamierda, El turco apache, Won-Li, Eufrasio el dedos
66.
El encaje está mojado, tiene que estarlo, y se aprieta contra mí cuando me muevo un poco
67.
Y con la goma del lápiz se aprieta suavemente la sien—
68.
El legionario se aprieta los costados:
69.
Se aprieta un botón con el dedo, el traje recibe la presión, la amplifica, y empuja a la vez para tomar la presión de todos los receptores que dieron la orden de apretar
70.
ENLAZA LOS DEDOS Y APRIETA MIS DIENTES CON FUERZA
71.
Aprieta los dientes y continúa:
72.
Aprieta los dedos en un brazo, una pierna, y toma nota de un blanqueo
73.
¿Hay alguien en casa? ¡Policía! —anuncia el agente que aprieta el botón del portero automático—
74.
Y entonces aprieta la mandíbula y tensa los hombros
75.
Rosemary me aprieta la mano mientras recorremos el centro de la ciudad en dirección al puente de Queensboro, hacia el nuevo aeropuerto internacional
76.
Es el agua, que empuja de abajo a arriba, lo que lo aprieta contra el tubo
77.
Así que escupe en la palma de una mano, luego en la otra, aprieta bien el mango y empuja a sus compañeros para hacerse sitio, apoyado en el cañón
78.
Están sentados fuera, en las mesas que la brasería tiene en la acera de la calle Valaoritu, porque a estas horas el calor todavía no aprieta y, dentro, con el aire acondicionado, hace frío
79.
–Ponte esto en la boca y aprieta los dientes
80.
Entonces aprieta la señal
81.
Cierra con fuerza los ojos y se aprieta las sienes con las manos hasta que pasa
82.
El que está debajo de la escápula y aprieta el brazo contra las costillas
83.
Lazo que se estrecha y cierra de modo que con dificultad se pueda soltar por sí solo, y que cuanto más se tira de cualquiera de los dos cabos, más se aprieta
84.
(aprieta la mano y baja la vista
85.
El que lo hizo dejó un letrero pintado en la pared que decía «Por el bien del pueblo», y firmó «La Mano que Aprieta»
86.
Pero si se acerca demasiado, el amigo Delgado aprieta un botón del pequeño radiotransmisor que sostiene y la agresividad del animal se desvanece así
87.
Aprieta un pañuelo de papel contra la herida, y cuando consigue tranquilizarse lo justo como para conducir, arranca de nuevo y recorre las tres manzanas que lo separaban de la comisaría
88.
Aprieta el botón y el pájaro chilla
89.
(Bloom aprieta el puño y avanza reptando, con un cuchillo de monte entre los dientes
90.
Germán aprieta las mandíbulas una contra la otra
91.
Cierra los ojos, aprieta los párpados y unas lágrimas de frustración ruedan por sus mejillas
92.
Valtteri aprieta el gatillo
93.
En broma, uno sube a caballito a una mujer; entre sus muslos, que aprieta a izquierda y derecha en las mejillas del hombre, se produce una dilatación y una rojez
94.
Claro que cuando la necesidad aprieta, se hace lo que sea
95.
Se pregunta si habrá terminado otra, y aprieta el paso
96.
con el alba cuando aprieta el hambre,
97.
En caso de emergencia o que no puedas controlarlo aprieta la manecilla y él solo se parará al entrar en contacto la madera del palé con el suelo, ¿está claro?
1.
“¿Es de los que aprietan el gatillo?”
2.
Y los que aprietan el gatillo
3.
Luego te meten en la punta del pijo una especie de paraguas y aprietan un botón que lo abre
4.
Sus alas abiertas, sus picos corvos, sus garras que aprietan un haz de rayos
5.
Estos son los que aprietan las clavijas
6.
¿Por qué me aprietan ahora? ¿Qué puede importar ya? El caso está resuelto, ¿no?
7.
–No, pero le aprietan en la punta
8.
El cielo es todo él una luz espolvoreada, fragmentada en millones de diminutos puntos que se aprietan y arraciman caprichosamente, en zonas de diferente densidad
9.
En ese momento escuchan el silbido de un tren y se aprietan aún más fuerte
10.
Los sentimientos intensos son como un desvarío, hijo -añadió, sentenciosa, cruzando las manos sobre el regazo-, aprietan la sangre dentro del corazón y esparcen desgracias a su paso, quebrantos que podrían haberse evitado
11.
Ya sé que firmaron un acuerdo de paz, un alto al fuego y toda esa mierda, pero eso no detiene a los tipos que aprietan el gatillo
12.
Caminan con los riñones y los hombros encogidos contra el frío y aprietan los dientes para que no se note el castañeteo
13.
Y ahora han perdido los muelles contra la hermandad del Hombre Ardiendo, y hay otras que también aprietan
14.
–Tongo, llevan una cápsula en la boca con tinta roja y al caer la aprietan con los dientes… Está todo preparado
15.
Así mientras los velites se escapan por los pasillos abiertos en las filas romanas, y mientras los hastati aprietan los dientes y contienen la respiración, inmóviles, anclados a la tierra aguardando su terrible final, Quinto Terebelio corre hacia los elefantes
16.
Al resbalar un poco, le aprietan la chaqueta enguatada y el chaleco y siente algo que le oprime en el lado izquierdo del pecho, sobre el corazón
17.
–Es un aparato en el que se aprietan unos botones y sale la solución
18.
–Y los pantalones me aprietan, mira tú
19.
Las gentes que tienen prisa se aprietan cuando no es necesario
20.
Aprietan demasiado fuerte, sacuden la polla con un frenesí estúpido, puede que para imitar a las actrices de cine porno
21.
En la tribuna de la prensa se aprietan los asistentes unos contra otros y estiran el cuello para ver mejor
22.
Luego, resignándose a su naturaleza, se hacen amigas suyas, la llevan a sus casas, la besan cariñosamente, le aprietan las manos, la rizan según la moda y le confían a coro los secretos del corazón, secretos de doncella
23.
–Cuando los lazos se aprietan, respondió el guardabosque, hieren cruelmente; y si examináis las carnes y las piernas del doctor, no encontraréis señal de herida alguna
24.
Conjunto de cosas o personas que se aprietan o unen estrechamente
25.
» Sus dedos se enredan con los míos y aprietan
26.
Sólo un breve tramo, superable en segundos por la violencia, las partes sexuales se abren, y ya entran las unas en las otras y aprietan el acelerador, claman por su liberación, y truenan sus vísceras de los muchos vasitos que han metido, enviados allá para tiempos difíciles
1.
Y cuando tienes setenta u ochenta patos a tiro, aprietas con fuerza el gatillo y…
2.
—De acuerdo, ahora mientras aprietas con ambos dedos, pon el pie derecho aquí arriba, en la pared, justo en el otro lado de esta abertura, y dale un buen empujón
3.
Con el pie izquierdo aprietas el embrague, con el derecho los otros
4.
Saber, mientras aprietas el gatillo, que casi a un kilómetro de distancia, las tazas se detendrán en su camino a los labios, se alzarán las orejas, se enarcarán las cejas, y un «¿Qué coño ha sido eso?» bajará como un alud de unos cuantos centenares de bocas en una docena de idiomas envarará tu estilo durante esa infinitésima fracción de segundo
1.
puso en el aprieto de rendirse, con la esperanza de salvar el convoy
2.
en el mayor aprieto, sin incurrir en grandeignominia
3.
alguna: tal era el aprieto y angustia en que el pobrese hallaba
4.
enemigos de noche, y, habiéndonos puesto engrande aprieto, dicen los de la ínsula que salieron
5.
se unirán al otro;y cuando se vean en aprieto, todos se replegaránen la direccion donde saben que
6.
Grande era el aprieto en que me hallaba junto a ella, porque
7.
hermana, ápersuadirle que pasase al Oriente con algun socorro que le enviaria,porque Philadelphia estaba en mayor aprieto que el año antes, y que lanecesidad que padecían no perdonaba aún á los muertos
8.
último que la necesidad i el aprieto eran tales, que siel mismo rei no entraba en
9.
ocasión, de sobremesa con varios sacerdotes, los había puesto engrave aprieto
10.
Y en aprieto al Perú todo pusiera
11.
en un aprieto al pelearcontra los indios, aparecíaseles el apóstol
12.
Ental aprieto, y deseoso Leonardo de ahorrar a sus amigos, en cuantocabía, el nuevo mal rato que se les esperaba, mandó picar el paso sopretexto de que se hacía tarde, y él mismo procuró tomar la derecha deIsabel y divertir su atención hacia el otro lado del campo
13.
En este aprieto, al P
14.
En tal aprieto se volvieron á implorar el patrocinio de María
15.
» Cuandohubo un poco de aprieto en el colegio por el excesivo
16.
Los nigromantes estaban en un aprieto mayor del que anticipaban
17.
Mientras tanto no cesaba de defender su causa, concluyendo con la calurosa afirmación de que «sería de gran utilidad para el caballero en cuestión, si éste se veía en un aprieto»
18.
—¿Sería indiscreción el pediros ver esas preciosas píldoras? —exclamó Beauchamp, creyendo poner al conde en un aprieto
19.
Quiero que se dé prisa, que me cuente de una vez toda la historia, pero aprieto las uñas en el mostrador y espero
20.
Le aprieto las manos, concentro en ellas toda mi atención
21.
Oyendo aquel estruendo, y viendo alzarse una gigantesca columna de humo, las tripulaciones de las otras naves apresuraron a tomar tierra para correr en ayuda de sus camaradas, a quienes creían en grave aprieto, acaso luchando contra los españoles; pero fueron, por el contrario, acogidos con grandes gritos de victoria
22.
—Básicamente los puse en un aprieto
23.
De modo que si no tenía cuidado podía verse en un serio aprieto
24.
Para Op-Center se había elegido el anacrónico, y menos costoso, sistema del centinela que pregunta: «¿Quién va?», en lugar de los sistemas de alta tecnología, más sofisticados, que se empleaban en otras agencias, donde los identificadores por huellas dactilares habían sido puestos en un aprieto por unos guantes impresos mediante ordenador y grabados con láser, y los sistemas de identificación por la voz habían sido burlados por medio de sintetizadores
25.
Una carta del 26 de octubre de 1946 ha puesto en un serio aprieto a la Iglesia Católica y amenaza con convertirse en un feo obstáculo en el camino que el papa de entonces, Pío XII, ha de recorrer hasta llegar a su canonización
26.
¿Sabrían que él recorría su firmamento velozmente, como un meteoro invisible, desplazándose sobre sus cabezas a más de seis mil quilómetros por hora? Casi seguro que sí; porque ahora toda la Luna y toda la Tierra debían de conocer el aprieto en que él se encontraba
27.
Comprendió el aprieto en el que se encontraba y no quiso hacerle pasar un mal rato
28.
También me proporcionó una mejor comprensión del aprieto ético en el que me hallaba
29.
Si se encontraba el maletín en la escena, se vería en un aprieto
30.
–No pretendo ponerle en un aprieto, Jon -añadí finalmente-, pero permítame una última pregunta: mientras la atendía, ¿le dio la impresión de que Lucy estaba bebida?
31.
Aprieto los puños y noto como el amuleto de Kate se me hunde en la carne
32.
Si no hubiese tenido que salvarle el pellejo, no estaría en este aprieto
33.
Estaba en un grave aprieto
34.
Si la consideraba lo suficiente digna como para mostrarla a sus amigos, aquellos ilustres amigos cuyos nombres figuraban en las inaccesibles alturas de las notas de sociedad de los periódicos, no podía ponerle en un aprieto al aparecer siempre con su vestido viejo
35.
No se atreverá uno a escupir en las estancias; tampoco se sigue la costumbre de escupir en los pañuelos, de suerte que podemos juzgar que aquellos que son flegmáticos se encuentran en gran aprieto, y que por tanto es cosa conveniente el haberse acostumbrado desde la niñez a zafarse de este compromiso por otras vías distintas del escupitajo
36.
–Si no te conociera tan bien, diría que estás en un aprieto
37.
Me han admitido como actor dijo Karl vacilando, para que el señor comprendiera el aprieto en que esta última pregunta lo había puesto
38.
Nuestros corredores son estrechos; en ciertos sitios dos personas se ven en aprieto para pasar de frente
39.
Esta vez, sin embargo, se me hace difícil, estoy distraído; continuamente, en la mitad del trabajo, aprieto el oído contra la pared, escucho, e indiferente, dejo escapar la tierra recién levantada, que rueda hacia la galería
40.
Preguntó quién era viéndome, como si no se atreviera a reconocerme, y más ahogado en la pregunta por un aprieto que no supe si se justificaba en su molestia por verme allí, por mi terquedad, o por cualquier clase de necesario ocultamiento
41.
Desenrosco la tapa del depósito del coche deportivo, meto el pico oblicuo de la bomba, aprieto el botón y, al oír el chorro que penetra, finalmente asoma en mi algo como el recuerdo de un placer lejano, un dispendio de fuerza vital mediante el cual se establece una relación, una fluida corriente pasa ahora entre la desconocida al volante y yo
42.
Al comprender que se había librado del aprieto, Dinin se apresuró a cumplir con la exigencia, y Drizzt hizo lo mismo
43.
Si me apartan de la investigación y resulta que estoy en lo cierto, algún periodista descubrirá mi informe y los pondrá en un aprieto
44.
Hans y Rosa, ambos sumidos en la desesperación por el aprieto en que se encontraban, no protestaron, ni siquiera conscientes del frío que hacía allí abajo
45.
Aprieto el botón y escucho una respiración entrecortada
46.
A principios de noviembre el ejército triunviral estaba en un grave aprieto
47.
–Sí -me aprieto las sienes palpitantes con el meñique y el pulgar
48.
Aprieto el nudo y me dispongo a cogerlo en brazos, pero él me aparta de un empujón
49.
Se está frotando los ojos un poco grogui cuando aprieto el timbre de la mansión, con la raqueta colgada de mi hombro
50.
Cuando por fin puedo recobrar el aliento, me acerco a la cómoda y aprieto el STOP
51.
Aprieto y vuelvo a dejar el oso en la moqueta, delante de mí
52.
Aprieto GRABAR y vuelvo a dejar el oso en el suelo
53.
Luego aprieto el puño con alegría, regocijándome en el milagro, y recuerdo
54.
De todos los absurdos del código, el que provocaba mayores dificultades era el aprieto en que se veía el policía
55.
Cuando por fin se levantó la niebla, el capitán Corey se abrió paso con decisión con su Evening Star por entre las islas, hasta llegar a unos cientos de metros del pie de la colina, y disparó un cañón para informara los indios de que estaba dispuesto a comprarles pieles; pero cuando se disponían a realizar el intercambio, los estadounidenses se encontraron en un aprieto
56.
Muy impresionados por la última descarga del Grano, los tres se reunieron a medianoche, cuando Missy terminó su turno en el restaurante, y se enfrascaron en una agitada discusión sobre el aprieto en que se encontraban
57.
La razón de esta regla es que nuestro Administrador de Relaciones Públicas podría verse en un aprieto si se confundiera a los visitantes con comentarios que pudieran prestarse a dobles interpretaciones
58.
Intentó ponerlo en un aprieto
59.
La pueril alegría que el triunfo en la cuestión ideológica había proporcionado a unos delegados -que en su gran mayoría, las tres cuartas partes, jamás había participado en una asamblea como aquella, que probablemente estarían en un aprieto si alguien les pidiese que explicaran la diferencia entre marxismo y antimarxismo- se estaba trocando en preocupación, sorpresa y desconsuelo
60.
[9] Aprieto el gatillo, París bajo las bombas, deja tu pipa: canciones de Supréme NTM, grupo de rap francés de la década de 1990 de carácter reivindicativo
61.
Si algún miembro del comité se ha ido de la lengua estamos en un aprieto
62.
–Bueno, pero me veo en un aprieto, señor Mueller -le dice el mayor-
63.
Del susto, al instante me pongo a sudar —despiadado destino—y, sin tan siquiera comprender el gesto, aprieto con frenesí el botón del timbre
64.
Cuando supo del aprieto en que estaba Tilly, juró por lo más sagrado que saldría de inmediato hacia la oficina del servicio de inteligencia para intentar alcanzar la azotea desde allí
65.
–Me gustaría hablar contigo -dijo y supe que yo estaba en un aprieto
66.
– Pues sí, estaba en un aprieto
67.
Aprieto los dientes mientras ella traza, burlona, el perfil de mis labios con la punta del cuchillo
68.
Los que estaban en un aprieto era los patrones de los botes
69.
Aprieto los párpados con fuerza y, mientras me llegan los rayos del sol, aguzo el oído al rumor del viento entre los árboles
70.
Aprieto contra el hombro la culata y apoyo el dedo en el gatillo; Hermanito sujeta la mecha con los dientes
71.
Vacío la botella de alcohol semillena, me aprieto el cinturón que sostiene los pesados revólveres del Ejército y compruebo si están cargados
72.
Mientras me aprieto el barboquejo y me ajusto el casco, paseo la mirada por la Compañía de la que ahora soy comandante
73.
Washington se encontrará metido en un aprieto
74.
El capitán Aubrey se encuentra en un aprieto y su confianza está fuera de lugar
75.
A Robert le pareció graciosísimo que me hubiera visto en aquel aprieto y no paraba de tomarme el pelo
76.
Pero, cada vez con más claridad, lo que don Quijote se propone es devolver la burla a Sancho: ya que me has mentido, a ver cómo sales ahora del aprieto
77.
Xeng comprendió que estaba en un aprieto
78.
Y otra vez una idea apareció desde la oscuridad: Estoy en un aprieto ahora
79.
–Hamilton Walby se encuentra en un grave aprieto
80.
También ella adoptó mi modo de pensar; y como en los brindis oficiales, donde el jefe de Estado extranjero repite poco más o menos las mismas frases de que se sirvió el jefe de Estado que lo recibe, Gilberta, siempre que yo le escribía: “La vida pudo separarnos, pero persistirá el recuerdo de la época que nos tratamos”, me respondía invariablemente: “La vida pudo separarnos, pero no nos hará olvidar las excelentes horas, recordadas siempre con cariño” (y nos hubiéramos visto en un aprieto para explicar por qué la “vida” nos había separado y cuál era el cambio ese)
81.
, obispo de Mâcon (al que de ordinario el señor de Guermantes, cuando hablaba de él, llamaba “el señor de Mascon”, por parecerle esto al duque muy “antigua Francia”), cuando todo el mundo andaba tratando de imaginarse cómo había de ir redactada la carta y encontraba sin esfuerzo las primeras palabras: “Eminencia o Monseñor”, pero estaba en un aprieto ante el resto, la carta que Oriana, con asombro de todos, empezaba: “Señor cardenal”, debido a un añejo uso académico, o: “primo”, por usarse este término entre los príncipes de la Iglesia, los Guermantes y los soberanos que pedían a Dios tuviese a unos y otros “en su santa y digna guarda”
82.
–¿Por qué confiesa tan abiertamente que estaba al corriente? Le puede poner en un aprieto
83.
-¿Por qué confiesa tan abiertamente que estaba al corriente? Le puede poner en un aprieto
84.
—También quería disculparme por haberla puesto en un aprieto en la rueda de prensa
85.
—Lamento haberlo puesto en un aprieto; no era ésa mi intención, se lo aseguro
86.
Finalmente, y tal vez sea ésta la consideración más importante, preferiría no tener que poner en un aprieto a un miembro de la administración, a un miembro del equipo del presidente, en unos momentos tan cruciales como los que estamos viviendo
87.
—Entonces no le quiere por el aprieto en que la puso
88.
Crystal está en un aprieto
89.
—Una chica dice que está en un aprieto —comenté—
90.
Escasez, necesidad, aprieto
91.
Ponerle en aprieto, estrecharle
92.
Una y otra vez había intentado formular algún plan, sólo para sentirse angustiado ante el aprieto en que se encontraba Obi-Wan
93.
Reconocer el riesgo, peligro o aprieto en que se halla o la inminencia de perderse algo
94.
Oigo las voces y aprieto los botones del mando a distancia para cambiar de canal pero es la voz de mi cabeza
95.
¿La selecciono, y aprieto el mismo botón que usted antes?
96.
—¿No se meterán en un aprieto Moody y Dumbledore si el Ministerio se entera de que hemos visto las maldiciones? —preguntó, cuando se acercaban a la Señora Gorda