1.
Pero cuando el último hilo de esperanza va a abandonarlos, una señora de la cara enmascarada por estética, observando desde la ventana, mira hacia fuera, él los llama, se abre la puerta para ellos y les invita
2.
Cada cual de ellas invita a «sus relaciones», y
3.
calles de Madridlos oficios mismos que la calavera en la celda del religioso: invita ala
4.
La mamá de Adelita trabaja en la Delegación del Gobierno y tiene una imaginación calenturienta, don Severino la invita a vermú y le tira de la lengua, lo que tampoco es difícil porque ella está siempre dispuesta a hablar por los codos, a hablar como una tarabilla
5.
Ignoro cuál fue la reacción del Rey a las palabras de Armada; no hay que descartar que dudara, y un motivo para no descartarlo es que, aunque UCD ya había propuesto a Leopoldo Calvo Sotelo como sucesor de Suárez, el Rey aún tardó once días en presentar su candidatura al Congreso: es muy improbable que en la ronda obligada de consultas con los líderes de los partidos políticos, previa a la presentación de la candidatura, se mencionase siquiera el nombre de Armada, pero en ella sin duda se habló de gobiernos de coalición o de concentración o de unidad; además de esa demora, otro motivo invita a no descartar que el Rey dudara: mucha gente y desde hacía mucho tiempo abogaba por una salida excepcional que, sin violentar en teoría la Constitución, no supusiese una aplicación automática de la Constitución, y él tenía una confianza absoluta en Armada y pudo pensar que un gobierno presidido por el general y apoyado por todos los partidos políticos calmaría al ejército, ayudaría al país a superar la crisis y fortalecería la Corona
6.
¿Por qué no trabajan los nubios como taxistas, teniendo en cuenta que trabajan como chóferes en empresas, para individuales, para embajadas y para cuerpos internacionales? No sé por qué, pero la cuestión invita a reflexionar
7.
Duff Burdock adoptó la expresión del gato que invita a jugar al ratón
8.
Esa invita a Maggie a pasar unos días en La Escollera, y mientras se prepara para recibirla, se libra de varios peligros mortales: el cuadro cuya cuerda de sostén corta ella
9.
—Los climas son los que condicionan el carácter de las gentes, señora, el invierno en Toledo es crudo e invita a resguardarse en el interior de las casas y arrimarse al amor de la lumbre; en cambio aquí es templado y durante medio año las gentes hacen vida en las calles
10.
Todo me invita a levantarme y a trabajar
11.
El presidente Domingos le manda un saludo y lo invita a tomar una copa con él en el salón azul dentro de, pongamos, media hora
12.
Y mandó a invitar con gran ceremonia a la favorita Fuerza-de-los-Corazones, haciendo que le dijeran las esclavas: "Nuestra ama Sett Zobeida, hija de Kassem, esposa del Emir de los Creyentes, te invita hoy a un festín que da en tu honor, ¡oh nuestra ama Fuerza-de-los-Corazones! Porque ha tomado hoy cierto medicamento, y como para que surta mejor sus efectos es preciso que se regocije el alma y dé reposo al espíritu, ella cree que el mejor reposo y la alegría mejor no pueden proporcionárselos más que tu presencia y tus encantos maravillosos, de los que ha oído hablar con admiración al califa
13.
El Duque le invita con frase más patriótica que militar a unirse al ejército de la Revolución; protesta Lacy pundonoroso, aferrado al cumplimiento de su
14.
Unos días en puerto vendrán bien a todos —el barómetro cada vez más bajo también invita a ello—, y tal vez ya esté resuelto el dictamen sobre alguna presa anterior, con lo que oficiales y tripulantes podrían cobrar lo que se les adeuda según la Ordenanza de Corso y el contrato con los armadores: un tercio para la tripulación, dividido en siete partes para el capitán, cinco para el primer oficial, tres para el contramaestre y el escribano, dos para cada marinero y una para los grumetes o pajes, sin contar ocho partes reservadas para heridos graves, entierros, huérfanos y viudas
15.
Los invita a licor y a café, pero los negocios son una cuestión de honor
16.
De camino a su despacho les pregunta cómo ha ido el viaje y qué tiempo hace en Suecia, y cuando llegan les invita a sentarse y les sirve té frío
17.
Cuando la Confederación Sueca de Organizaciones Empresariales le invita a dar una conferencia y cobra treinta mil coronas por cada participante y se llena el local, entonces no es más que la puta de todos ellos
18.
En su obsequiosa compañía, don Diego recorre las tabernas de la Cava de San Miguel, donde el montañés lo invita con ostentosa largueza a un cuartillo de vino de San Martín de Valdeiglesias y después, aprovechando que es sábado, propone un almuerzo en el figón de la Viuda, donde preparan unos callos de mucho sabor y fundamento sin por ello desmerecer los otros platos que hacen con los pies, las lenguas, los bofes, las asaduras, las pajarillas y la grosura
19.
Nadie les invita a operaciones importantes o de caza en las cuevas en busca de Al Qaeda
20.
La policía invita
21.
Inquieto como el gorrión del cuento en cuya cola se invita a los niños a depositar un grano de sal, el acreedor le da vuelta a la imagen y opina que el verdadero gorrión inaprensible es su crédito
22.
De aquellos lonches que compartimos en La Tiendecita Blanca durante los casi dos años que tardó usted en concluir sus estudios de leyes, recuerdo vívidamente algunas cosas sin importancia: que el pianista era tuerto y a menudo se quedaba dormido en medio de sus interpretaciones, provocando las risas de la clientela; que una vez le trajeron su copa de helado de chocolate y usted se indignó, porque los mozos sabían que usted tomaba una bola de vainilla y una de chocolate (y la de chocolate abajo), y aquella tarde le sirvieron dos bolas de chocolate, lo que motivó que usted se parase furioso y se dirigiese a la oficina del administrador a exigir una explicación, incidente que fue zanjado con la suspensión por un mes, sin goce de haber, del descuidado que osó prescindir de su bien conocida bola de vainilla; que la mesa del fondo estaba siempre reservada para usted, con un pequeña tarjeta que decía Don Tomasito, y pobre de quien se sentara allí, pues entonces intervenían enérgicos los mozos y hasta el personal de seguridad; que una tarde, mientras dábamos cuenta de nuestros dulces y nos contábamos los últimos chismes políticos y sociales, irrumpió de pronto un niño descalzo pidiendo limosna y, cuando los mozos se lo llevaban a empujones, intervino usted poniéndose de pie y ordenó que lo sentaran a una mesa y le sirvieran todo lo que el pobre niño limosnero quisiera, a cuenta del cuaderno de su familia, detalle que mereció mi más rendida admiración y, sospecho, a juzgar por sus caras, considerable malestar entre los mozos, que seguramente pensaron: ¿y por qué carajo el gran Tomasito no nos invita lonche a nosotros y sí a este pájaro frutero que llenecito está de piojos?; y, por último, que nunca me permitió pagar la cuenta, nunca, pues, en rigor, tampoco le traían a usted la cuenta:
23.
A esos amistosos viajes a Roma sólo se invita a hombres que parecen receptivos
24.
La mañana es algo fría, pero el cielo, azul y sin nubes, invita al entusiasmo y la esperanza
25.
Al principio dice en broma que, a pesar del mantenimiento de la prohibición, le invita a entrar, pero, a continuación, no le incita a entrar, sino que, como está escrito, le da un taburete y le deja sentarse al lado de la puerta
26.
La madre permanece junto al lecho y me invita a acercarme; la obedezco, y mientras un caballo relincha estridentemente hacia el techo, apoyo la cabeza sobre el pecho del joven, que se estremece bajo mi barba mojada
27.
Que le invita a despojar de su ropa a cualquier anciana y a lamerle hasta el último resquicio de su cuerpo, que convierte las voces de los niños en un sonido enloquecedoramente excitante, que le empuja a revolcarse con todo hombre o mujer que se le cruza hasta extinguirse en una interminable eyaculación de sangre
28.
Sólo su muda presencia invita a penetrar en su pobre vida, a moverse por ella como si fuera de nuestra propiedad y sufrir con él por sus vanas reclamaciones
29.
Hay algo en el ruido de la lluvia, en la seguridad de las sombras, que invita a confidencias
30.
–¡Y por cierto, que con certera puntería! Muchachos, Userhet os invita a la taberna; si sois capaces de derrotar a la infantería, también podéis entrar en la casa de la cerveza -dijo con solemnidad
31.
Para evocar estas sensaciones, Leopardi invita a Paolina a pensar en un tablero de ajedrez grande como la Plaza de Recanati sobre la cual se movieran piezas de tamaño natural
32.
Las condiciones son buenas; Skiller los invita a reflexionar; reflexionan; piensan en cosas en las que nunca habían pensado; se sienten tentados; la tentación inicia su camino de impulsos electrónicos por los canales cerebrales… Advierto que estoy influyendo en la objetividad de las operaciones con antipatías subjetivas
33.
Es un día de tregua que invita a la reflexión
34.
Mientras que Amnistía Internacional pierde la visión de conjunto debido a tantas historias de horror, Bush invita a Obiang y a otros cleptócratas africanos a un tímido desayuno en la Casa Blanca
35.
El gobernador de la Marca invita a Ordoño a reunirse con él en Medinaceli para acordar las condiciones de una entrevista con el califa
36.
Invita la casa
37.
–Están aquí -anuncia mientras las deja caer en el suelo de la cocina, pero antes me invita con un gesto a que vaya hacia la puerta y me agarra de la mano
38.
–Una horrible arpía que a veces me invita a sus recepciones con la secreta esperanza de que me enamore de una de sus horribles hijas, y me case con ella… porque yo soy lo que, en la jerga mundana, se llama un buen partido
39.
¿He pulsado acaso el botón equivocado, estimando mal la cantidad producida —qué presunción, qué orgullo, Renée, dos flores de loto para tan irrisoria contribución—y por ello recibo el castigo de una justicia divina cuya estruendosa ira se abate sobre mis oídos? ¿Será que he paladeado —lujuria —en exceso la voluptuosidad del acto en este lugar (que invita a ello) cuando debería considerarse impuro? ¿Me habré abandonado a la envidia, codiciando este PQ [papel higiénico] digno de príncipes, y se me notifica tal vez sin ambigüedades el pecado mortal? ¿Han maltratado mis dedos torpes de trabajadora manual, bajo el efecto de una ira inconsciente, la mecánica sutil del botón de flores de loto, y desencadenado un cataclismo en las cañerías que pone la cuarta planta en peligro de derrumbe?
40.
Randy pincha dos veces en el icono ojo/pirámide de Ordo, y éste abre una pequeña ventana de texto en la pantalla donde le invita a teclear comandos
41.
Insistiendo en la presencia de la diversidad sexual, la diferencia racial, las divergencias políticas y otras fuentes de desequilibrios de poder, un texto progresista nos invita a identificarnos desde una pluralidad de posiciones
42.
Naturalmente se acaba por dar nuestro nombre al interesado y él o ella, en su debilidad, nos envía un amable saludo, nos invita tal vez a que vayamos un instante a su habitación, y cambiamos unas palabras humanas con el que va a desaparecer
43.
Soy yo el que invita
44.
Recuérdese lo dicho y recuérdese también lo sucedido en el capítulo XXV, donde uno y otro están conformes en que la princesa Dulcinea es Aldonza, la hija de Lorenzo Corchuelo; don Quijote invita a Sancho a continuar el juego de la princesa; Sancho le responde con el juego de la aldeana (puesto que miente)
45.
El aroma que se difunde desde la puerta de la cocina, a menudo abierta, mientras los espaguetis van acabándose, invita a hacer apuestas acerca de qué exquisitez aparecerá pronto sobre las bandejas
46.
En sus manos, las almohadas recuperan el suave volumen que invita al sueño
47.
Un amigo me asegura que me aguarda una sorpresa en el restaurante al que me invita
48.
Buscar la aprobación de los demás es señal de debilidad, induce la vulnerabilidad, invita al ridículo y a la decepción
49.
Kerenski se lanza a la delantera de los insurgentes, los arenga, los felicita y los invita a arrestar a los ministros y a ocupar todos los puntos estratégicos de la ciudad
50.
El hámster ciego, la tortuga mutante, la serpiente hipo condríaca y un ejército de pececillos maníacodepresivos rescatan al cocodrilo albino y, con ingeniosas tretas psicoanalíticas, dejan en ridículo a sus zafios guardianes; el malvado psicoanalista es privado de su apartamento por no pagar los plazos del préstamo hipotecario que pidió para estudiar la carrera; y al final de todo, el cocodrilo no llega a casarse con la muchacha -ella es definitivamente mamífera y por mucho que lo intenta no consigue poner huevos-, pero ésta comprende lo ocurrido en un estallido catárquico y, para enmendar su pecado de infancia y librarse de la fijación con las chirimoyas, invita a todas las mascotas del submundo neoyorquino a vivir en el domicilio de su padre el financiero
51.
Se invita a los embajadores de los países aliados, a los miembros del Consejo de Estado y a los senadores
52.
En todas las esquinas se han fijado los tranquilizadores llamamientos del Comité de la Duma, pero, al mismo tiempo, se reparte el primer número de Istwestija, en el que se invita a la población de la capital a unirse a los Soviets:
53.
Entonces, el señor Bloch, al oír decir a su tío “los Mescoreos” se imaginaba que había descubierto más de lo justo su lado oriental, lo mismo que una cocotte que invita a una reunión a sus compañeras de profesión y a personas muy decentes se disgusta si sus amigas hacen alusión a su oficio de cocottes o sueltan alguna frase malsonante
54.
Los días que se juegue a esto no se lo invita, Andrea, o no vengo yo”
55.
“No comprendo me dijo disculpándose cómo María Gilberta nos invita junto con toda esta morralla
56.
Invita a Carvalho a que le siga y le conduce hasta el ángulo más alejado y silencioso de la habitación
57.
De la misma manera invita a Francia, etc
58.
El punto de indagación en el que me hallo me invita a plantearle la necesidad de dar por terminado mi trabajo, habida cuenta de que nada me conduce a evidencias nuevas
59.
—¡No te acerques, gato! —dijo, sólo con un muy leve temblor en la voz, porque sabía que el miedo invita al ataque de los animales salvajes
60.
–Si eso te hace sentir mejor, cariño, invita a todo el mundo -dijo Barley con generosidad-
61.
Invita a quien quieras
62.
La cornalina calma la cólera, el jacinto invita al sueño y la amatista disipa los vapores del vino
63.
Igual que en mis programas, al «jugador» se le presenta una pantalla llena de formas animales y se le invita a elegir una de ellas para su «cría selectiva» generación tras generación
64.
La noche en que supieron lo de Chippewa, un próspero físico a quien nunca se había visto en el Lugar Interior entra e invita a todos a una ronda
65.
De manera simbólica nos invita a recrear conscientemente la realeza que virtualmente cada hombre alberga dentro de sí
66.
Si se invita a mucha gente, domina la psicología de masas: unos pocos líderes y un montón de ovejas
67.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
68.
Recuerdo que Laura, la inspiradora del Canzionere de Petrarca, era, según aquel libro, la dama número uno, «la que Invita», cuyo nombre secreto era Baccularia y cuya apariencia era la de una niña de unos once o doce años, de cabellos rubios, muy hermosa, aunque el autor advertía que ésa era solo su apariencia
69.
Le invita a una copa
70.
En las raras ocasiones en que invita a alguien a cenar o a una reunión de trabajo en su casa, siempre deja un doberman en el lavadero
71.
Su mujer nos invita un café espeso y lleno de borra
72.
El hombre que me invita café fue tapa del New York times
73.
Cuando Ra come, le invita; cuando Ra bebe, comparte con él su bebida
74.
El comisario de policía invita a Raoul a sentarse a su lado y despacha a todo el mundo, con excepción naturalmente de los directores que, no obstante, no habrían protestado ya que parecían dispuestos a aceptar cualquier tipo de contingencias
75.
Y el que invita a dos puede invitar a tres
76.
La invita a sentarse en el taburete
1.
recompensarle del trabajo que se había tomado, lo invitaba, cómo no, a tomar una copa en su
2.
En dicha carta invitaba al generalísimo, a ese nuevosacrificio, en momentos en que no tenía más remuneración queofrecerle—según sus palabras—«que el placer del sacrificio y laingratitud probable de los hombres»; invitación a la que el generalGómez contestó aceptando, en noble y generosa carta, y a la que Martícorrespondió, yendo a visitarlo en Santo Domingo, la República hermanapor la gloria y el martirio
3.
Sentía unatemblorosa timidez siempre que el rector le invitaba á alguna de sustertulias, donde había hombres jóvenes en edad de casamiento, ansiososde que alguien los sacase á bailar ó que entonaban romanzassentimentales acompañándose con el arpa
4.
Rivadavia lo invitaba a contribuir a laorganización de la República; Bustos y López a
5.
Con sus ojos audaces de loba hambrienta invitaba a Luna a entrar
6.
invitaba á la compañía á rogar á laSantísima Trinidad que se
7.
elalma su silencio y atención, y le invitaba muchas veces a tomar un vasode cerveza alemana en
8.
que la invitaba a huircon él por los campos hasta algún castillo ignorado, lejos de la
9.
Giacomini, que invitaba á los médicos á estudiar su accion enel
10.
invitaba el capitán á sus antiguas y lealesamigas á pasar unos días á bordo
11.
El imán invitaba por un megáfono a los creyentes a que rogaran en voz alta, desde lo más profundo de sus corazones, por la pronta llegada del santo
12.
Había cinco, pero ¿a quién le interesaba por ejemplo aquel enano jorobado de nombre La Révelliére-Lépeaux?, ¿o el simiesco y gordo Reubell? ¿Y qué decir de Carnot, tan vulgar y avaro que cuando quería presumir de rumboso como gran cosa invitaba a sus amigos a tomar sopa?, ¿o del insignificante Letourneur? En medio de este cuarteto decadente y muy poco atractivo, Barras destacaba más que nunca
13.
En 1973, cuando ya albergaba esperanzas fundadas de conseguir un ministerio, concibió la idea genial de alquilar un chalet de veraneo a sólo unos metros del palacio de La Granja, en Segovia, en cuyos jardines se celebraba cada año y durante un día entero el aniversario del inicio de la guerra civil en presencia de Franco y de los principales gerifaltes del franquismo; Suárez invitaba al chalet a unos cuantos elegidos, quienes, antes y después de la recepción eterna, del almuerzo desabrido y del espectáculo que infligía a los asistentes el ministro de Información y Turismo, gozaban del privilegio de aliviarse del calor desalmado de cada 18 de julio, de ahorrarse la tortura de recorrer los ochenta kilómetros que separaban el palacio de Madrid con los trajes de noche y los esmóquines pegados por el sudor al cuerpo, y de ser agasajados por el anfitrión, cuya simpatía y hospitalidad generaban en ellos sentimientos de gratitud perdurable
14.
Pero, aunque hacía tres semanas que Suárez había dimitido de su cargo de presidente y este hecho tal vez invitaba a olvidar los errores y recordar los aciertos del hacedor de la democracia, el periódico no recurría a la comparación para ensalzar la figura de Suárez, sino para denigrarla
15.
Procuraba no imponer a los alumnos su visión del mundo, sino que a través del diálogo los invitaba a reflexionar acerca de las diversas escuelas de pensamiento filosófico, enseñándoles a argumentar en defensa de sus propias tesis
16.
Tenía una habitación en el barrio (habitación donde por otra parte no invitaba a nadie de la familia y que Jacques, por ejemplo, nunca había visto) y tomaba sus comidas en casa de su madre, a cambio de una pequeña pensión
17.
La abuela, feliz de tener un nieto viril, para recompensarlo lo invitaba a presenciar en la cocina el degüello de la gallina
18.
Siempre que yo quería romper mi reposo, me invitaba a cenar a su casa de la calle Pardiñas
19.
En 1942, Mao inició una campaña de rectificación por la que se invitaba a hacer críticas sobre el modo en que se gobernaba Yan'an
20.
La vibración del metal no había cesado aún, cuando sé oyó la voz de Mysora, que le invitaba a entrar
21.
El espectáculo terminaba con el protagonista atado de pies y manos en un galpón lleno de dinamita al cual el villano había encendido una mecha; en el momento culminante la pantalla se volvía negra y una voz invitaba a ver la continuación el próximo sábado
22.
A menudo Jean la invitaba al pueblo o le pedía que lo acompañara a sus numerosas invitaciones sociales
23.
Los clientes no tenían apuro, porque el soberbio paisaje invitaba a la contemplación
24.
Don Benito lo había esperado de pie y solícito en medio del salón y ahora con un amplio gesto lo invitaba a sentarse a su costado en un cómodo diván que junto a dos butacas de cuero napolitano ocupaban uno de los laterales de la estancia
25.
Los granates sofás capitonés, los oscuros muebles, los techos artesonados, los grandes mostradores, la reluciente cafetera cromada repujada con adornos de latón cobrizo, todo invitaba al confort y al silencio
26.
Había una catarata en los cristales de las ventanas y el viento sacudía como plumeros los árboles de la calle, la noche no invitaba a salir y por un momento envidié el catarro del tío Frederick, que le permitía quedarse en cama con un buen libro y una taza de chocolate caliente, sin embargo la entrada de Iván Radovic me hizo olvidar el temporal
27.
El altavoz que invitaba a los pasajeros del vuelo con destino a Roma a dirigirse a la puerta de embarque le inspiró la idea para que lo recibiera enseguida
28.
La tarde del tercer día, el doctor le envió a Strange una nota en la que lo invitaba a tomar café y una copa de licor italiano
29.
Y duró de tal forma aquel estado de cosas cuarenta días enteros, quejándose siempre Abu-Kir de un resto de mareo: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el barbero al khan para servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino del día y su navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab sin fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par de aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un paseo por los zocos o los jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y después de exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se sumergía de nuevo en su pesado sueño
30.
Y como el paraje a que habían llegado era delicioso y tenía prados verdes, boscajes, árboles frutales, flores y agua corriente, y la frescura de la hora les invitaba al placer tranquilo, quedaron encantados de poder sentarse por fin uno al lado del otro en la paz de aquellos lugares, y de contarse mutuamente lo que sufrieron durante su separación
31.
El estado Vargas me recibía con una tarde de calor tropical que invitaba a la pereza, pero yo llevaba un programa muy apretado y lo primero que hice fue intentar contextualizarme
32.
El número dos de Al Qaida invitaba a «la recuperación de Al Andalus [que] es un deber para la nación en general y para ustedes en particular [los pueblos del Magreb]
33.
En aquella época, entre los años 1952 y 1957, el gobierno de Pérez Jiménez había instaurado un trofeo internacional de fútbol que se jugaba anualmente en el Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria, al que se invitaba a los mejores equipos del mundo
34.
Me invitaba también a no hacer ascos a la solidaridad que nos llegaba de las organizaciones ultraderechistas, como el Movimiento Social Republicano, Democracia Nacional, etcétera, que utilizaban la mala prensa de Israel durante la guerra de Gaza para extender su mensaje racista y xenófobo, sin saber que yo volvía a estar entre sus filas
35.
El primer acontecimiento del día fue la llegada del señor Nixon, quien había recibido una nota la tarde anterior, escrita por deseo de Leonard, en la que se le invitaba a desayunar
36.
Invitaba Marfori a Rafael Pérez a tomar café juntos
37.
—Ella me dijo que Grétar no se encontraba bien —explicó Klara mientras llevaba a Elinborg hasta el salón y la invitaba a sentarse en el sofá—
38.
Y de pronto, cada uno de los que había bebido veía a su lado una pareja, una figura seductora de encanto más que terrenal, que lo invitaba con una seña a compartir placeres más intensos y exquisitos que el estremecimiento de los sueños y a consumar la boda del aquelarre
39.
Con el correr del tiempo, hasta su jefe le invitaba a tomar asiento junto al fuego
40.
Siempre se les invitaba a las fiestas y comidas al aire libre que se organizaban, pero era imposible saber si vendrían o no -explica Scarpetta
41.
Lúculo invitaba a muchas personas a su mesa
42.
Encontré el baño de Ivanov y dejé un grano, para que lo pisara y lo llevara en la suela por toda la casa, y deposité el regalo en el asiento del inodoro con una tarjeta en que lo invitaba a Chernobil a expiar sus pecados
43.
Cada mañana, durante dos horas (denominadas «horas peripatéticas»), se llevaban a cabo coloquios públicos, y se invitaba a asistir a todos los residentes
44.
Con mil quinientos francos tenía bastante para sus gastos personales; el resto de sus ingresos lo invertía en buenas obras, o en regalos a su sobrina-nieta; invitaba cuatro veces por año a sus amigos a comer en el restaurante de Roland, de la calle Hasard, llevándolos después a algún espectáculo
45.
Pero ahora sabía que había sido suficiente una anomalía formal de un oficial alemán procedente de una dirección insospechada para que todo el sistema quedara colapsado, pulverizando en el tiempo de unas pocas miradas indecisas lo que hasta el día anterior era todavía un granítico fundamento, y ahora poco más que un recuerdo a sus espaldas, mientras que lo real invitaba a un caos carente de dirección
46.
El centurión jefe le había puesto en antecedentes de mis deseos y de ese «presagio» celeste que había adelantado a Civilis y, sin poder contener su morbosidad, me interrogó, al tiempo que me invitaba a caminar junto a él hacia la puerta de entrada a su residencia
47.
Aún sonriendo, Arnaz abrió el portón medio podrido y entró, mientras Peter invitaba:
48.
Era una nota del director en la que me invitaba a tomar una copa antes de la cena
49.
La Desi se sonrojó y le recordó que la invitaba a desayunar en la churrería, pero que no dijese una palabra a las otras porque ya sabía cómo las gastaba la Tasia y que hoy no estaba para pitorreos
50.
Invitaba a los niños a merendar los domingos por la tarde, eso era todo
51.
El taxista paró junto a la acera, delante de una charcuterie que tenía en la puerta una diminuta estatua de un cerdo, que invitaba a entrar a los clientes moviendo una pezuña
52.
Por las mañanas, Primus hablaba con los capitanes de los barcos, les invitaba generosamente a grog, pero nunca bebía ni comía con ellos
53.
No adinerados como eran, más que pobres, Olga Henstridge y Jaime Grau poseían sin embargo una genuina capacidad para contagiarse de todas las cosas hermosas que iban viendo por el mundo, cada vez que alguien los invitaba a Italia o a Etiopía, por mencionar tan sólo dos de sus últimos viajes, y, aunque jamás regresaban cargados de maletas ni de nada, más bien todo lo contrario, sus retinas, en cambio, parecían almacenar toneladas de belleza que, luego, tanto ella como él, desembarcaban en el primer objeto o rincón en que posaban su mirada, o en aquel punto del jardín, o sobre ese viejo aparador, o sobre el piano heredado de la abuela, o en el dormitorio de Silvina y Talía, que también parecían haber heredado este genuino don de sus padres, aunque sobre esto, en fin, será el tiempo quien nos dé a conocer su veredicto, pero probable es, sí, señor, cómo no
54.
Pero es que la reunión con el jefe superior se ha anulado y entonces… -¿Por qué no lo invitaba a entrar?-
55.
dice que en las noches de plenilunio invitaba a la Luna a que
56.
—Válganme los dioses —dijo Cersei mientras la invitaba a pasar y cerraba la puerta—
57.
–Dicen que has estado en la Antípoda Oscura -añadió Seldig, mientras invitaba a Drizzt con un ademán a que lo siguiera hasta el lugar del juego
58.
A menudo me pedía que le acompañase en sus desplazamientos oficiales o me invitaba a ir a comer con él a su casa
59.
Su esposa siempre se había mantenido distante de ella, ¿por qué ahora la invitaba a cuidar de él, ahora que iba a morir? ¿Por qué no una de las hijas? Areté, nerviosa, asustada, temiendo una emboscada, un golpe, la cárcel, castigos, no sabía bien qué, cruzó el umbral de la puerta del dormitorio de su amo custodiado por Laertes
60.
Casio estaba henchido de orgullo, el suficiente para acallar su curiosidad que le pedía preguntar sobre la importancia de aquel mensaje, pero la sequedad en la respuesta de Lelio no invitaba a seguir en esa dirección
61.
de ea re quid fieriplaceat: Fórmula mediante la cual el presidente del Senado invitaba a los senadores a opinar sobre un asunto con entera libertad
62.
de ea re quid fieri placeat: Fórmula mediante la cual el presidente del Senado invitaba a los senadores a opinar sobre un asunto con entera libertad
63.
de ea re quidfieri placeat: Fórmula mediante la cual el presidente del Senado invitaba a los senadores a opinar sobre un asunto con entera libertad
64.
–Válganme los dioses -dijo Cersei mientras la invitaba a pasar y cerraba la puerta-
65.
Era ya viejo para empezar de nuevo y, a fin de cuentas, Apodaka nunca le había dado las gracias por su ayuda; todo lo más, lo invitaba a tomar un pote de vino de vez en cuando
66.
Asistía todos los días a misa de San Pedro de la Rúa, era patrona del convento de las monjas clarisas a quienes beneficiaba con importantes limosnas, enviaba al hospital de San Lázaro telas cortadas en tiras para ser utilizadas como vendas y una vez al año, el día de Jueves Santo, invitaba a media docena de peregrinos pobres a compartir su mesa, una mesa que hacía instalar en el taller de costura tras haber guardado a buen recaudo terciopelos, sedas, brocados y abalorios para alejar la tentación de los mendicantes
67.
—Y hace limpieza, porque es el momento favorable —dijo Jericho, haciendo un gesto que invitaba a mirar la pantalla—
68.
Nuestro holandés invitaba de vez en cuando a alguna de las empleadas de su oficina, pero, al poco tiempo, la mayoría de las chicas acabaron por rechazar sus invitaciones
69.
La percibía como un desafío, como un reto que le invitaba a descubrir la verdad, a conocer lo que había ocurrido aquella noche
70.
Oyó a uno de ellos decir que invitaba a una ronda de cerveza, y se produjeron aún más carcajadas; acto seguido, salieron por la puerta delantera
71.
Notó que, bajo el buen humor reinante en las reuniones del gimnasio y los animados entretenimientos a los que ella invitaba a los padres de sus alumnos, existía una silenciosa corriente interior, compuesta por los dos oscuros arroyos que infectaban la vida esquimal: la embriaguez, cínicamente introducida por los balleneros del Boston, como el capitán Schransky y su Erebus, y el malestar general introducido, con las mejores intenciones, por misioneros como el doctor Sheldon Jackson, los portadores de las leyes blancas, como el capitán Mike Healy y su Bear, y los representantes de la educación, como Kasm Hooker y Kendra Scott
72.
¿No se reunían en realidad para tranquilizarse, para medir mes a mes la distancia recorrida? ¿No establecía secretamente cada uno comparaciones entre él y sus amigos? ¡Tanto es así que se habla entablado una competición para ver quién invitaba a la comida más insólita y cara!
73.
Aprovechaba cualquier oportunidad para darle una palmada en el trasero y con frecuencia la invitaba, en presencia de todos, a acostarse con él
74.
Llevaba en el pueblo unos tres años cuando recibió una carta en la cual Tomás le invitaba a visitarlo
75.
La luz de la mañana ya se había ocultado tras las montañas, sumiendo el recinto del monasterio en una densa y fría sombra que no invitaba al paseo
76.
Sharogorodski nunca invitaba a nadie a su habitación, pero una vez Zhenia pudo echar un vistazo a los aposentos del príncipe: pilas de libros y periódicos viejos se elevaban en los rincones; sillones
77.
Hengist invitaba más y más naves, y cada día aumentaba el número de Sajones
78.
Mas, mediocre y desordenado pensador, fue en compensación un personaje fuera de lo corriente y siguió siéndolo hasta de viejo, cuando arrojó lejos de sí las sandalias de oro, el quitón de púrpura y la corona de laurel y, descalzo como un franciscano, se convirtió en un sermoneador que invitaba a los hombres a purificarse, antes de la reencarnación que les aguardaba, renunciando al matrimonio y -también él, como Pitágoras- a las habas
79.
En ella Castellano afirmaba que las ideas de los editores de la revista y la de los socialistas eran coincidentes y les invitaba a ingresar en las filas del socialismo
80.
El hecho de que me hubiera sorprendido en plena metamorfosis me invitaba a creer que así era, aunque también podía haber sido por pura casualidad
81.
Cedió entonces a las instancias del marqués de Croisenois, que desde una hora antes la invitaba a bailar un galop, y como quería olvidar sus preocupaciones filosóficas, estuvo seductora con el marqués
82.
Estuve allí, me di una vuelta por sus calles, pedí en el ayuntamiento un plano y un folleto que invitaba a un recorrido por el pasado, con veintitrés estaciones y la iglesia de San Martín como punto de partida y llegada
83.
Es muy bonita -Lydia observó la enorme puerta de roble abierta tras la cual se veía una luz cálida que invitaba a entrar
84.
Cuando se hicieron mayores, en lugar de un refresco y basbousas los invitaba a comer en su casa los viernes
85.
Tocamos a la puerta y entramos tras oír que nos invitaba a ello
86.
Invitaba a una copa a los músicos que visitaban el bar, probaba cócteles
87.
A veces, cuando atracaban para pernoctar en un puerto, Nee invitaba a su tripulación con cerveza y comida caliente
88.
Dijo que era un experto navegante…, era muy susceptible pero no se daba cuenta de que ofendía a los demás…, un día desmentía a alguien delante de todos los marineros y al día siguiente le invitaba a comer…, una persona no sabía nunca lo que pensaba de ella…, a Christian, el ayudante del oficial de derrota, le hizo la vida imposible, aunque probablemente le estimaba a su manera, una manera muy extraña…, no sabía lo que pensaba de él la tripulación del Bounty, no tenía ni la más remota idea…, se asombró cuando la tripulación se rebeló contra él…, era un hombre raro y caprichoso…, se había esforzado por enseñarle a hacer las mediciones lunares, pero le había maldecido con profundo odio y le había deseado la muerte…, llevó al carpintero ante un consejo de guerra por insolencia después de lograr terminar con vida el viaje que realizaron juntos en el bote… ¡Después de recorrer cuatro mil millas en un bote, hacer que a un hombre le juzguen en Spithead!
89.
–Me los he ganado por haber atendido a todos esos políticos que invitaba y por las traducciones…
90.
Se asombró porque Stephen, a pesar de ser íntimo amigo suyo, nunca iba a su cabina si no le invitaba, a menos que viajara en calidad de invitado, lo que no ocurría ahora
91.
Alimentos congelados y medios para cocinarlos y enormes toallas y agua corriente caliente y fría y una terminal en el Agujero por la cual podría seguir las noticias y repasar lo ocurrido los últimos días… libros y música y dinero en efectivo guardado en el Agujero para emergencias y armas y células de energía y municiones y ropas de todas clases que me iban bien porque le iban bien a Janet y un reloj calendario en la terminal que me decía que había dormido trece horas antes de que la dureza de la «cama» de cemento me despertara y una confortable y suave cama que me invitaba a terminar la noche durmiendo de nuevo después de bañarme y comer y satisfacer mi hambre de noticias… una sensación de total seguridad que me permitía calmarme hasta que ya no tuviera que utilizar el control mental para reprimir mis auténticos sentimientos a fin de seguir funcionando…
92.
La razón de tan singular querencia se hallaba en el anonimato que la capital otorgaba a los políticos periféricos, lo que invitaba al copeo y la deambulación noctámbula sin riesgo de ulteriores reproches conyugales
93.
Fue evidente que el doctor Krokovski, al terminar la conferencia, hacía una propaganda activa a favor de la disección psíquica y que, con los brazos en cruz, invitaba a todo el mundo a ir a él
94.
Sin embargo esa palabra parecía avenirse, en cierto modo, con la manera enérgica, viril, que invitaba a una confianza alegre; cosa, sin embargo, que parecía desmentir el pálido rostro moreno, adquiriendo entonces un carácter un poco equívoco
95.
Era un mundo maravilloso, que invitaba a la aventura
96.
A menudo venían caballeros de la ciudad que, aunque no podían permitirse abandonar sus negocios durante toda la semana, también querían divertirse y acudían a ver girar un poco la ruleta después de comer: el cónsul Peter Döhlmann, que había dejado a su hija en casa y, como siempre, con su estridente vozarrón y en Plattdeutsch, contaba unas historias tan picantes que las señoras de Hamburgo tosían de tanto reír y le rogaban que callase un momento para recuperarse; el doctor Cremer, antaño jefe de la policía y ahora senador; el tío Christian y su amigo, el senador Gieseke, que subía a Travemünde sin la familia e invitaba a Christian Buddenbrook a todo
97.
Se invitaba a los televidentes a que escribieran explicando su necesidad de un milagro
98.
Llegaron por fin a la casa de Húrin, y cuando Morwen supo que Túrin había sido recibido con honor en las estancias de Thingol, tuvo menos pena; y los Elfos llevaban también ricos regalos de Melian, y un mensaje por el que se la invitaba a volver con el pueblo de Thingol a Doriath
1.
matinal, invitaban al trabajo
2.
aires frescos y salinos, les invitaban a pasar un mes allá
3.
que la invitaban acontinuar el bridge
4.
que invitaban a losfieles a romperse la nuca y a aprovechar de su
5.
Inventé un padre fantasma y cuando me invitaban amigos o pretendientes, decía: "No puedo, me está esperando mi papá"
6.
Simón se llegó, salvando obstáculos y grupos de gentes que le invitaban a ir con ellos, hasta la sinagoga de Azueyca
7.
Se distrajo un rato con las luces del semáforo, que le invitaban intermitentemente a parar o a seguir, en rojo y en verde
8.
Y me hacían gestos de que fuera a tomarlos, me invitaban y suplicaban, y algunas de las muchachas lloraban
9.
Las tendencias clericales de su educación lo invitaban a la comisión de un acto de infidelidad a la diosa, pero sabedor de lo que esperaba de él su amigo y patrono, se contuvo por el momento
10.
Podía entrar en la cámara…, ¿y qué pasaría? ¿Lo conservarían para tenerlo como una referencia futura de un espécimen del Homo sapiens? El término significaba «hombre racional»; ¡pero él no estaba seguro de que sería muy racional emprender la acción que le invitaban a tomar!
11.
Examinaban las dificultades que para esto podían surgir, y la resistencia que había de oponer Manuela si no la invitaban también a ser de la partida, [66] cuando entró Aransis inquieto, y contó que en el Consejo con Su Majestad, aquella mañana, O'Donnell y Escosura habían rifado de una manera solemne y ruidosa
12.
La Biblia nos cuenta: «Estando Israel en Acacias, el pueblo empezó a prostituirse con las muchachas de Moab, que los invitaban a comer de los sacrificios a sus dioses y a prosternarse ante ellos
13.
Hasta nuestras propias madres hablaban de lo bien parecido que era, lo invitaban a cenar y parecía que ni advirtiesen que llevaba el pelo largo y sucio
14.
Ahora que le invitaban a tocar la inscripción se le habían pasado las ganas
15.
Debía romper este interrogatorio constante, se dijo, este ir y venir de su yo racional a su otro yo, inflamado de ardores justicieros, resabio de una infancia demasiado aglomerada de lecturas heroicas, sueños imposibles y abuelos que la invitaban a volar
16.
Así, cuando me invitaban a fiestas, inauguraciones o a pasar el fin de semana en su playa o casa de campo, yo solía declinar la invitación, a menos, por supuesto, que fuese una oferta buenísima
17.
Fundó DeepBlueSea, su oficina de relaciones públicas, escribió para Science y National Geographic, tuvo columnas propias en publicaciones de divulgación científica y atrajo la atención de los centros de investigación, que la invitaban a expediciones porque necesitaban una voz que diera forma a sus ideas
18.
Se desmoronó con facilidad, bebía y pensaba en los buenos tiempo y cómo en el último lugar, la cafetería, conocía a todos los clientes y, a veces, la llevaban a un pub y la invitaban a un buen oporto, y los vendedores ambulantes solían llamarla «Aquí está nuestra Annie», y le daban melocotones y uva
19.
me invitaban a la mesa; en la ciudad B
20.
me invitaban a la cocina
21.
A ellas eso les causaba mucha gracia y los invitaban a pasar, especialmente a los chicos, para que curiosearan a sus anchas
22.
—Pero por lo visto no lo invitaban a esas expediciones
23.
No lo invitaban a sus reuniones
24.
–Pero por lo visto no lo invitaban a esas expediciones
25.
En alguna ocasión aparecían también playas de arena abajo, junto al río, que invitaban al descanso
26.
La mayoría eran residencias de pescadores, pero delante de algunas había mujeres que invitaban a los hombres a entrar con dulces palabras
27.
–Entonces ¿por qué invitaban siempre a los vaqueros? ¿No hubiera bastado con una fiesta? ¿No hubieran preferido tener a todas esas chicas guapas para ellos solos?
28.
¿Y dónde se había metido el ministro en la sombra de Bienestar Social? Los periódicos se habían vengado publicando acusaciones que invitaban a una demanda por difamación, pero el señor Rottecombe no había dicho ni pío
29.
En el pasado, a menudo, le había pedido que fuese a reuniones y fiestas de la escuela cuando invitaban a los padres, pero él siempre estaba muy ocupado
30.
Camélia se encontraba a cubierto en el Moulin Rouge, donde los clientes la invitaban a bailar y a tomar una copa
31.
Personajes muy bien situados volvían a coincidir con él cada temporada, y le invitaban a su mesa
32.
La otra, la achaparrada, con unos pechos voluminosos y unas nalgas que invitaban a la palmada, había puesto su ideal un poco más abajo en la jerarquía de la seducción
33.
Por lo demás, tampoco los antiguos pacientes lo invitaban ya, ni lo recibían con champán
34.
Le invitaban a comer, le proporcionaban cama y le deseaban buena suerte
35.
Los invitaban a tomar el té en las aburridas mansiones de los poderosos, y compartieron mesa con un
36.
En el otro extremo, unas figuras lo invitaban a avanzar
37.
Tímido y perplejo, me vi envuelto al punto, antes de quitarme el abrigo, en un violento torbellino de máscaras, fui empujado sin miramientos; muchachas me invitaban a visitar los cuartos del champaña, clowns me daban golpes en la espalda y me llamaban de tú
38.
En todas las paredes anuncios fieros y magníficamente llamativos invitaban a toda la nación, en letras gigantescas que ardían como antorchas, a ponerse al fin al lado de los hombres contra las máquinas, a asesinar por fin a los ricos opulentos, bien vestidos y perfumados, que con ayuda de las máquinas sacaban el jugo a los demás y hacer polvo a la vez sus grandes automóviles, que no cesaban de toser, de gruñir con mala intención y de hacer un ruido infernal, a incendiar por último las fábricas y barrer y despoblar un poco la tierra profanada, para que pudiera volver a salir la hierba y surgir otra vez del polvoriento mundo de cemento algo así como bosques, praderas, pastos, arroyos y marismas
39.
Aquellas voces cristalinas que se alzaban limpias y jubilosas, acompañadas por algunas graves, ablandaban todos los corazones, dulcificaban la sonrisa de las solteronas y, si invitaban a los mayores a mirar en su interior y reflexionar sobre su vida pasada, a quienes aún se encontraban en la mitad de su vida les ayudaban a olvidar sus preocupaciones durante unos instantes
40.
Tras la noche pasada en el bosque, cuerpos y mentes estaban necesitados de un buen descanso y aquellas sábanas blancas les invitaban al sueño como la miel a las moscas
41.
¿Será porque los días que me invitaban a almorzar para salir luego con Gilberta y con ellos imprimía yo con mi mirada mientras que estaba solo, esperando- en la alfombra, en las butacas, en las consolas, en los biombos y en los cuadros la idea, en mi grabada, de que la señora de Swann, o su marido, o Gilberta, estaban a punto de entrar? ¿Será porque desde entonces esas cosas han vivido en mi memoria junto a Swann y acabaron por tomar algo de ellos? ¿Será porque en mi conciencia de que los Swann pasaban sus días en medio de esas cosas las convertía yo todas en algo como emblemas de su vida particular y de sus costumbres, de aquellas sus costumbres de las que estuve excluido tanto tiempo, que hasta cuando me hicieron el favor de entremezclarme a ellas seguían pareciéndome extrañas? Ello es que cada vez que pienso en este salón, que a Swann le parecía (sin que esa crítica implicara en ningún caso intención de contrariar los gustos de su mujer) tan abigarrado, porque aunque fue concebido con arreglo al tipo, medio estufa, medio estudio, del cuarto donde conoció a Odette, luego ella empezó a sustituir aquella mezcolanza de objetos chinos, que ahora juzgaba un tanto “de relumbrón” y de “segunda fila”, por innumerables mueblecillos forrados de sederías antiguas Luis XIV, sin contar las admirables obras de arte que se trajo Swann de la casona del muelle de Orleáns; ese salón, digo, tan compuesto cobra en mi memoria particular cohesión, unidad y encanto, tales como nunca los tuvieron para mí los más intactos conjuntos que nos ha legado el pasado, ni esos otros, aún vivos, donde se graba la huella de un individuo; porque sólo nosotros podemos dar a ciertas cosas, gracias a la creencia de que tienen una existencia aparte, un alma que luego esas cosas conservan y desarrollan en nosotros mismos
42.
Y silbaban la Canción del Gavilán, y lo invitaban a pasar la noche y a contar la historia de los dragones
43.
Habían ido a Balbec con el único objeto de verse allí unos cuantos amigos suyos que poseían castillos en los alrededores, y entre las comidas a que los invitaban y las visitas que tenían que devolver no pasaban en el comedor del hotel sino el tiempo estrictamente necesario
44.
Llegó hasta devolverles el icono de Nuestra Señora de Kazán a ver si lo invitaban
45.
Predicaban con gran fervor la austeridad, la templanza, la virtud y la observancia de los rituales a la gente del jardín que, a su vez, les invitaban a entregarse a la relajación y el placer
46.
Ella invitaba al Santo Sínodo y al Templo del Oratorio, si le gustaba; pero por lo menos no nos invitaban esos días”
47.
Nos organizaban paseos, nos prestaban deslizadores para salir por el río, nos invitaban anticuchadas
48.
Pues aunque en el pequeño clan había habitualmente pocas muchachas, en compensación invitaban a bastantes los días de grandes veladas
49.
La estancia era sólida y cómoda, con muebles rústicos con colchones y cojines que invitaban a la relajación
50.
Si alguien todavía confiaba en la revuelta de Aben Aboo, las noticias no invitaban al optimismo: el comendador mayor de Castilla y el duque de Arcos combatían con eficacia a las escasas fuerzas del rey de al-Andalus
51.
Y casi siempre les invitaban, por muy dura que fuera la información que iban a comunicar
52.
En esos días iba a cuantas fiestas y bailes le invitaban; como reacción, claro, después de la angustia y la depresión que había pasado en noviembre y comienzos de diciembre, cuando durante un tiempo tuvieron la impresión de que Liebermann, ese judío hijo de puta, estaba a punto de echarlo todo a perder
53.
Y entonces le preguntó a la señora Almore si invitaban a muchos gángsters a cenar a su casa
54.
Las dimensiones del pueblo invitaban a aventurarse entre sus calles y sus caminos y no le resultó difícil encontrarlo a pesar de su condición de forastera
55.
Tras haberse celebrado un largo e intenso ritual en Karnak, durante el que la esposa de dios pronunció las palabras que invitaban a Amón a encarnarse en las piedras del templo y en el corazón de los seres, madre e hijo se encontraron cara a cara
56.
El interior exótico era distinto de cualquier otro bar de la ciudad: era espacioso, los farolillos orientales le daban un resplandor cálido y tenía cojines esparcidos por bancos empotrados que invitaban a sentarse, una barra larga y decoración inspirada —al menos eso le pareció a él— en la India, en Marruecos y en el Lejano Oriente
57.
Finas rayas polvorientas aparecían al pie de los muros de ladrillo y junto a las raíces descubiertas de los árboles, pero se fundían bajo el pálido sol del mediodía; no había acumulación, aunque todas las tiendas y todos los Bancos, con sus repiques de campanillas y su nieve de algodón, propias de la temporada, invitaban a unas Navidades blancas
58.
El Consejo de Seguridad de la UN se apresuró a asegurar que sus agentes locales habían actuado con exceso de celo, pero no invitaban a los marcianos a regresar al ascensor
59.
Expresándose en plural, les decía que habían tomado una casa en Arcachón, y sabedores de que a Bringas y a los niños les convenía respirar aires frescos y salinos, les invitaban a pasar un mes allá
60.
Lo invitaban a navegar con ellos, y, lo que era más importante, aceptaron sus invitaciones
61.
Él esperó un poco, llamó a la puerta y oyó que le invitaban a entrar
62.
Me dio una medida de la razón por la cual no me invitaban a quedarme a dormir: necesitaban el espacio para alzar la voz
63.
Buen número de butacas confortables, las mismas que se habían usado en los años de Batista, invitaban a que durante la espera se desarrollasen conversaciones jugosas y hasta confidenciales
1.
Antonio, que les había invitado, gastos
2.
Invitado a subir al primer vehículo Grailem se sienta cómodamente en el asiento trasero ya que los dos generales entrar con él
3.
Tía lo ha invitado a
4.
invitado a una comida en laLegación de España, no hemos
5.
Casi todo el pueblo estaba invitado a pasar la velada en nuestra
6.
lo había invitado a ocupar un cuarto en su casa durante lasfiestas
7.
invitado a tomar whisky con soda
8.
Invitado por el Gobierno de Chile, toma parte en la guerra que esteEstado hace a
9.
Desde la primera mañana de su instalación, fue invitado
10.
Era el invitado queno se cuenta
11.
había invitado unarchiduque,—por eso, en Francia, la fisonomía
12.
que les había invitado a lafiesta, y se lamentaban de la ausencia
13.
Osorio fué designando a cada invitado supuesto
14.
¡Mi tío Ramón los había invitado! Don
15.
Y el invitado se confundíaal verlo sobre la mesa, creyendo que esta ave, nutrida con alfalfa,era un corderillo asado
16.
Invitado en su propia vivienda, entró en el comedor, donde
17.
Sus visitas terminaban en la cocina, invitado por el tío
18.
encamino después de haberlo invitado a un café en la soda Palace
19.
¿Quién los ha invitado?
20.
De diseño más grotesco que el resto del castillo, atiborraban los muros una colección de figuras que, en sus pedestales, podían confundirse con custodios dispuestos a desollar a quienquiera que tuviera la insolencia de personarse sin ser invitado
21.
Para esa noche estaba dispuesta una cena en compañía de Dios… Y el invitado era yo
22.
Por lo demás, viéndola llevar su pensión, sola y con tal pasión y tales escrúpulos, en perfecto contento y con la más justificada satisfacción, ¿quién, al asistir sin haber sido invitado por Mlle
23.
Mimi (pues no cabe imaginar que jamás haya invitado a nadie a hacerlo), a contemplar aquella felicidad edificada por entero sobre la suficiencia humilde, la economía y la tranquilidad de conciencia, quién puede evitar, decimos, que le pase por las mientes la tentación de ver cómo todo ello se derrumba? Y sin duda ésta es la tentación cotidiana de Gastón el barrendero, el género de tentaciones a que le inducen su naturaleza y el ejercicio prolongado de un oficio
24.
Rosewicz hizo entrar a su invitado
25.
Lo trataban como a un invitado de honor y esto hacia que Jack se sintiera cómodo
26.
Y esa es la razón por la que el cardenal Bottecchiari los ha invitado a todos ustedes esta noche
27.
Después, Moses fue invitado a subir al rudimentario púlpito, y desde allí relató su historia: les habló de su casa en la calle Beatas, de cómo habían sobrevivido a la infección, y habló del Cojo, haciendo un esfuerzo por contener sus emociones
28.
Fue invitado por la Fundación Deportiva Municipal junto con otros miembros de la Iglesia para orquestar un plan de fomento del deporte entre los niños catequistas, y habían sido muy pródigos en enseñarles todos los entresijos y detalles de sus instalaciones
29.
Recorrió Chile entero de norte a sur, hasta la Isla de Pascua; acompañó a Fidel Castro en parte de su gira por el país; y fue invitado por los presidentes Alessandri, Freí y Allende para cubrir importantes acontecimientos de la vida nacional con su reconocida equidad y espíritu objetivo
30.
Está usted invitado al bautizo de mi preciosa hija Katie
31.
—Al contrario que nosotros, tú no eres miembro del Parlamento de Ansion, Ogomoor, y estás aquí únicamente en calidad de invitado
32.
—Por supuesto, distinguido invitado —cogió uno y, tras asegurarse de que estaba cargado, se lo pasó
33.
Balbieno le dio la tarde libre, no sin antes haberlo invitado a cenar al día
34.
¡Tarde de maravilla en mi memoria! Sólo habíamos invitado a César Vallejo, el triste y hondo poeta «cholo» peruano, perseguido político, refugiado entonces en España
35.
–;Queridísima muchacha! ¿Qué es lo que pasa? – gritó Juan con visiones terribles de malas noticias, sin contar la consternación al pensar en el invitado que había quedado en el jardín
36.
No es mi batalla, a mí no me han invitado
37.
-Tanto más porque está aquí por casualidad; ha sido invitado hoy por la mañana porque había un sitio de más en la mesa a consecuencia de la indisposición del padre de míster Spiker
38.
Probablemente lo habían invitado a almorzar o tal vez a pasar una tarde en una determinada casa situada en lo alto de una colina y rodeada de pedregosas elevaciones, lugar en el que, como en un sueño, le parecía ahora que volvía a encontrarse
39.
Después volvió y se sentó en un sofá frente a su invitado
40.
Cuando yo le recomendé que llamase a una amiga suya para que le hiciese compañía, no me dijo que ya había invitado directamente a su prima
41.
Una vez todo dispuesto cita al señor Lowen (quien tuvo la imprudencia de enfurecer al gran hombre un par de veces), hace un agujero en la caja fuerte, deja la orden de que su invitado sea introducido en el despacho y sale de la casa
42.
Uno no debiera, opinó, tomar atajos sin que se le hubiese invitado a hacerlo, sobre todo cuando uno era invitado de gente de cierta posición social
43.
Adoro los animales, dijo Mario al darle la bienvenida, Francisco vio un balde de plata con hielo donde se enfriaba una botella de champaña junto a dos copas, notó la suave penumbra, olió el aroma de la madera y el incienso quemándose en un pebetero de bronce, escuchó el jazz en los parlantes y comprendió que era el único invitado
44.
Agradeció ese momento de silencio y procuró apartar la vista de los bigotes manchados de grasa tibia y los grandes dientes de su invitado
45.
Irene pagó la cuenta, con disimulo colocó la grabadora en su bolso y se despidió de su invitado
46.
Es probable que queráis intercambiar trucos de pintura de uñas de los pies con Demi Moore en la sala de espera justo antes de salir al plato como invitado del show de David Letterman
47.
Los toros procedían de Salamanca y el invitado que junto con su hijo iba a lancearlos era el unigénito de su valedor, el marqués de Torres Claras
48.
Diego extrañó que el lugar de la derecha al lado del principal quedara vacío, como esperando a algún invitado distinguido
49.
Meses antes, el director, Bille August, nos había invitado a Willie y a mí a la filmación en Copenhague
50.
—Ya ves —su invitado encendió un cigarrillo, le miró—, pero en fin, bien está lo que bien acaba
51.
Aquella aclaración sonó como una advertencia, casi un timbre destinado a señalar el final de mi visita, pero los dos estábamos tan bien educados que él dio unos pasos en mi dirección mientras yo acortaba la distancia en la dirección inversa, y después de darnos la mano, le seguí hasta el salón aunque su mujer ya no me hubiera invitado a pasar
52.
—¿Tú crees? —y fruncía el ceño, para que su invitado leyera en esa arruga cuánto le molestaba aquella afirmación
53.
Ahora, todo el mundo quería saber cuándo aparecería el invitado de honor
54.
En aquel momento el conde Ramón Berenguer llegó hasta la escena, acompañado por el conde de la Cerdaña, y viendo el acaloramiento de los gemelos en presencia de su invitado, decidió intervenir
55.
Estaban alojados en habitaciones contiguas en el Holiday Inn local y esta tarde de domingo, ambos miraban la tele acompañados por un invitado
56.
Los he invitado a las siete y cuarto
57.
Lord Liverpool era un invitado de los que a él le gustaban: el que admira los libros pero no muestra intención de sacarlos del estante para leerlos
58.
En un rincón del jardín, lleno de encantadores parterres de rosas, pérgolas y flores, y alegrado por un estanque con peces rojos (pero ¿de dónde sacaba el agua aquel grandísimo cabrón?), había una resistente y amplia jaula de hierro, en cuyo interior cuatro silenciosos dóbermans evaluaban el peso y la consistencia del invitado, con visibles ganas de comérselo con la ropa puesta
59.
Hacía diez años, pues, el comandante (no el teniente) Falcon le había invitado a un vuelo previo: a un periplo de tres días por las llanuras del norte de la India, desde las que se podía contemplar el Himalaya
60.
El mayor Whittaker, mano derecha de Hadfield, también estaba invitado
61.
Yo lo había probado la vez que me había invitado a su habitación para charlar y enseñarme algunos libros
62.
–Tal vez desean hacerlo bien en presencia de su señor y de su invitado
63.
–Mañana estáis invitado a la recepción formal dada por el señor general Ishido con motivo del cumpleaños de la dama Ochiba
64.
Soy huésped de su país, invitado por su Gobierno a trabajar para su Gobierno en asociación con iraníes
65.
De modo que allí estaba, intentando comportarse como un buen invitado, mostrándose casi de acuerdo, aunque sin convicción, con la teoría de De Plessey de que quizá, después de todo, la muerte del joven no fuese más que una coincidencia y que las precauciones de seguridad que habían tomado harían fracasar cualquier intento de sabotaje
66.
Les oigo hablar dentro de la casa: «¿Quién era ese hombre? ¿Quién le ha invitado?»
67.
–Sí, ha sido repentina pero terriblemente importante…, he podido enterarme de que usted ha sido invitado como la personalidad más relevante
68.
Les había invitado informalmente pero Andrea había declinado la invitación
69.
Le ha prometido un papel en una obra todavía por concretar; también la ha invitado a su casa de campo
70.
¿Sabe Caroline protegerse de Laurence Olivier, si es que el hombre que la ha invitado a su casa de campo es realmente Olivier? ¿Qué hacen los hombres de esa edad con las chicas para divertirse? ¿Es correcto sentir celos de un hombre que probablemente ya no pueda mantener una erección? En cualquier caso, ¿los celos son un sentimiento anticuado aquí, en Londres, en 1962?
71.
Las dos muchachas estaban distraídas con los calcetines, cuando hicieron pasar al invitado
72.
—De acuerdo —dijo el invitado, riendo
73.
Pompeyo, que acudió invitado al enlace, halló un momento para hablar a solas con el dictador
74.
En cualquier caso y más allá de las enrevesadas tramas e intereses superpuestos e indescifrables del mundo del espionaje internacional, solo sé que «la fuente» me había invitado a su boda, en Caracas, y yo pensaba asistir a toda costa
75.
El no hizo objeciones, dado que el siguiente invitado a aquel puesto más bajo era otro pretor urbano, su tío Lucio Cornelio
76.
–Ciertamente que los he invitado
77.
pues entre tanto invitado
78.
Transcurrió media hora tranquila; y el primer invitado, un desconocido para los criados, apareció en la puerta de la finca
79.
Ésta última hacía referencia a algunos de los pormenores de la familia, los mismos a los cuales el reverendo de Long Beckley había hecho mención ante su invitado, y el autor de la necrológica terminaba expresando su deseo de que la pérdida tan lamentable que el señor y la señora Frankland habían sufrido no interfiriera en su proyecto de restaurar la Torre de Porthgenna, ahora que ya habían dado el paso de enviar a un arquitecto a examinar la casa
80.
–Todos los presentes se han puesto en pie ante sus asientos para aplaudir al invitado procedente de Rusia -dijo el comentarista-
81.
Cuando por fin se fue el extraño invitado, permanecimos unos minutos sentados en silencio, hasta que Henry hizo la siguiente declaración:
82.
Arabella salió del comedor de diario en el momento en que su invitado bajaba el último escalón
83.
–Le he invitado a participar en la próxima junta de la Lester como miembro del consejo de administración
84.
La mirada de su invitado recorrió la habitación y se detuvo en el escritorio
85.
–Que lo disfrute -dijo el cadete antes de virar con un taconazo y dirigirse hacia otro invitado
86.
Cuando cumplió los tres años, ella lo sorprendió con una fiesta a la que había invitado a sus compañeros de guardería
87.
Aquellos días, como las semanas que siguieron y los meses que duró el noviazgo de nuestra infanta María con el príncipe de Gales, los pasó la Villa y Corte en festejos de toda suerte, con las más lindas damas y los más gentiles caballeros luciéndose con la familia real y su ilustre invitado en rúas de la calle Mayor y el Prado, o en elegantes paseos por los jardines del Alcázar, la fuente del Acero y los pinares de la Casa de Campo
88.
—Tu invitado es mundano, un personaje azogado en cuyos pensamientos anidan la avaricia y la traición
89.
¿Le habría invitado la Consejera por ese motivo?
90.
El padre Castrillo había invitado a Fernanda a acudir a su iglesia los domingos y a visitar las instituciones que los agustinos de El Escorial regentaban en Shanghai, especialmente el orfanato, donde había un muchachito que hablaba castellano perfectamente y que podría servir a Fernanda como criado e intérprete
91.
El gobernador del estado me había invitado a una recepción celebrada una semana antes
92.
Habían invitado a todos los de la ciudad a presenciar el experimento, y la multitud vio cómo el globo se elevaba 2 kilómetros en el aire y permanecía en el mismo por espacio de diez minutos, durante los cuales descendió con lentitud a medida que el aire contenido se enfriaba
93.
Al margen de quién fuera ese invitado, o de que fueran diferentes invitados en distintas ocasiones, Sykes repara en que en un periodo de dos semanas se gastaron casi dos mil dólares en «ropa» en la tienda del club, que fueron cargados a la cuenta de la señora Finlay
94.
De hecho fue invitado a participar en la expedición de 1975 a los Santos Lugares patrocinada por la Hermandad del Santo Sudario de Nueva York y financiada por el millonario católico Harry John
95.
–No hace falta identificación -prosiguió Connor, con acento formal-, porque estoy seguro de que un invitado de la «Nakamoto Corporation» nunca podría estar involucrado en un incidente tan desagradable
96.
Este pére Laffite era de una calidad más antigua y rural, clérigo cazador y vinatero, y sobresalía en cebar pavipollos para Pascuas, y era muy buscado en la Guyena para predicar el sermón del Desenclavo; hay que añadir que era hombre piadoso y risueño, muy limosnero, y de niño, viniendo de Vic-Fesenzac de ver correr los toros embolados, invitado por una tía carnal, había tenido una visión de San Miguel Arcángel
97.
Invitado a una cena de unos veinte comensales, se encontró de pronto con un personaje de su pasado, un hombre que había sido colega de su padre en Nueva York durante más de diez años
98.
Pero el hecho de que ella lo hubiera invitado a la casa no probaba que tuviera intenciones de matarlo cuando llegara allí
99.
El presidente de Merrion & Bernstein, la firma de banqueros de inversión en la que trabajaba Leon, les había invitado a cenar
100.
Él estaba invitado a mi casa
1.
Invitamos a los competidores a que ganenlas mil
2.
¿Acaso les invitamos a que vinieran aquí? No, lo hicieron por su cuenta, para explotar nuestras tierras
3.
La invitamos a tomar el café en nuestra mesa, y la induje a hablar de sus sueños para sorprender al poeta
4.
Si alentamos el incremento de pobhtd6n en Colorado, invitamos a más industrias a establecerse aquí y se continúan reduciendo las existencias del estrato acuífero con la extracción para fines agrícolas, destruiremos el estado
5.
Invitamos a todos los ciudadanos de nuestro país a que mediten durante unos minutos sobre la inmensa lección de solidaridad, valor y disciplina que nos han dado estos muchachos, con la esperanza de que nos sirva a todos para vencer nuestro tacaño egoísmo, nuestras mezquinas ambiciones y nuestra falta de interés por nuestros hermanos
6.
Tendemos la mano en un deseo de paz y buena vecindad a todos los Estados que nos rodean; los invitamos a cooperar con la nación judía independiente, para el bien común de todos
1.
Goterero, a: Persona a la que gusta estar en compañía de amigos que invitan y pagan la cuenta
2.
Hay quienes le invitan a uno a comparar por un momento un cacahuete en Reading y una nuez pequeña en Johannesburgo, y otros conceptos vertiginosos
3.
Las puertas del ascensor se abren hacia ambos lados con un sonoro chirrido y me invitan a abordarlo
4.
¿Existe realmente la música erótica? Éste es un tema muy subjetivo, en discusión desde hace siglos, pero hay ciertos instrumentos y ritmos sugerentes que invitan al amor
5.
¡Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a nuestros cuerpos!
6.
Conoce a un actor en una poolparty y lo invitan al jet privado de alguien para una filmación de dos semanas en Ucrania
7.
Invitan a Ester a entrar en una sala de conferencias
8.
Si, por ejemplo, cuando venía a la casa un repartidor, era una de esas mujeres que los invitan amablemente a pasar»
9.
Un hombre vende aspiradoras de la marca National, mientras otro a su lado los vende de la marca Nautionl al mismo precio, pero tanto la original como la copia se venden mal, ya que la inestabilidad de la red eléctrica y los muchos apagones de Kabul invitan a optar por la tradicional escoba
10.
[2] Homecoming: fiesta anual en la que los alumnos de una escuela invitan a los de otra a compartir distintas actividades
11.
Personas a las que ni siquiera conocía empiezan a buscarlo para saber más cosas, otros lo invitan a congresos en los que poder atacarle, él se defiende, desarrolla, corrige, agrede a su vez, empieza a reconocer una pequeña masa a su alrededor que está de su parte, y un frente de enemigos-delante de él que quiere destruirlo: empieza a existir, Gould
12.
Además, señor, yo quería ser escritor, y bien se sabe que los escritores deben mantener una distancia crítica del poder, salvo cuando los presidentes los invitan a comer, que allí tragan todos como cerdos y dejan de lado la tesitura crítica
13.
Por ejemplo, lanzan una palabra maldiciente y le observan; comienzan una historia y esperan que usted pregunte cómo sigue o que la deje; si dice usted una palabra ordinaria, la encuentran encantadora, aunque sepan muy bien que no lo es; elogian intencionadamente lo que critican; intentan penetrar los pensamientos más secretos; le interrogan sobre sus lecturas; le ofrecen libros sagrados o profanos; observan la elección; le invitan a cometer ligeras infracciones de la regla; le hacen confidencias, dejan caer en su presencia ciertas palabras sobre las extravagancias de la superiora: todo se recoge y repite; le abandonan, le reprenden; sondean sus sentimientos sobre las costumbres, la piedad, el mundo, la religión, la vida monástica sobre todo
14.
Entraron en la vasta ciudad de piedra rosada, hablándose en voz baja, pues las ciudades muertas invitan a hablar en voz bajá, y observaron la puesta del sol
15.
De esos a los que invitan a actos sociales pero no llaman la atención
16.
Si acaso, aclaran quién fue la culpable y le arriman un pie de paliza en las tenebrosas calles adyacentes o en los horripilantes figones de las cercanías, en donde invitan y regalan a este hato de desdichadas
17.
Era principios del mes Epep[160] (mayo-junio), en el que los días son hermosos y largos y los dioses invitan a disfrutarlos
18.
El argumento es que los cánticos, y sobre todo la música instrumental, desde el momento en que distraen a la gente e impiden concentrarse en la adoración de Alá, invitan a la desobediencia y por lo tanto deben ser desterrados
19.
Así que ahora el cuadro está casi completo: te encuentras con un aquelarre de brujos, una inenarrable corrupción incestuosa entre un hombre desnudo y un muchacho desnudo en la orilla del río, y otro brujo hizo que sintieras deseos sexuales hacia él; luego te invitan a unirte a ellos en su maligno paseo por Nueva Inglaterra, ¿y al final de esto te atreves a decirme que no tenían ningún motivo para pensar que tú te irías con ellos? – ¿Cómo puedo saber qué motivos tenían?
20.
Por eso me invitan a hablar en la facultad de medicina de Harvard, y por eso nuestro gobierno me permite viajar libremente
21.
Música animada, voces que invitan a la gente a pasar, gritos alborozados de los pequeños
22.
Me escriben cartas, se me acercan en las veladas, me tiran de la manga en muchas ceremonias de levantamiento y acostarse a las que me invitan; se plantan frente a mi casa, me alcanzan en alta mar, me persiguen por las calles y los jardines, me envían vinos, plantan las putas más seductoras en mi cama, me murmuran en el confesionario y me amenazan con matarme, todo con la esperanza de que yo, por medio de un gesto de prestidigitación, canalice el próximo barco de tesoro a este o aquel puerto, de forma que caiga en las manos de este o aquel administrador local que redirigirá las ganancias a esta o aquella cuenta
23.
Lo invitan a subir al estrado
24.
–También soy una viuda joven, y estas noches calurosas no invitan a la soledad
25.
Cuando tanto trabaja nuestra mente por adivinar qué clase de fiesta es aquella a la que tiene que ir nuestra amiga, resulta que nos invitan también a nosotros, que nuestra amiga sólo para nosotros tiene ojos, la llevamos a casa y, disipadas nuestras inquietudes, gozamos de un reposo tan completo, tan reparador como el que disfrutamos a veces en ese sueño profundo que sigue a las largas caminatas
26.
–¡Y los epicúreos invitan a beber y a gozar de la vida! – añadió alguien de la concurrencia
27.
¿Por qué, Dorian, una persona como el duque de Berwick abandona el salón de un club cuando tú entras en él? ¿Por qué hay en Londres tantos caballeros que no van a tu casa ni te invitan a la suya? Eras muy amigo de lord Staveley
28.
De hecho, la atmósfera simbólica del cuento despierta en nosotros variados ecos y expone ideas-fuerza que nos invitan a ir «más allá»
29.
–Me gustan las piedras eternas, sus secretos y el recogimiento al que invitan
30.
Es cierto, son expectativas anecdóticas, pero cuando uno se encuentra alguna vez en una situación de miedo cierto, por motivos objetivos, tales perspectivas de causa-efecto acaban redundando en su inseguridad, de la misma forma que a nuestras habituales precauciones acabamos incorporando aquellas aprendidas en la ficción, que nos invitan a desconfiar de la soledad, de lo accidental, de los desconocidos, de las casualidades
31.
En sus sueños, los presagios se arremolinaban a su alrededor, como esos chillones rótulos de cartón que invitan a los incautos a seguir tal o cuál camino en un parque de atracciones
32.
—Hay que tener mucho cuidadín con los hombres que te invitan a un sitio en medio de la selva que han bautizado con su nombre
33.
»¿Adónde invitan a ir esos carteles? A todas partes, ¿no?», se dijo, cuando llegaba ya a la estación de Nijni —un edificio bajo a insignificante— y unos mozos se apresuraban hacia ella, para llevar el equipaje
34.
A Hugh lo invitan, supongo, porque juega bien al tenis: de manera precisa, elegante, despiadada
1.
El precio es asequible y claramente esto me hace aún más invitando a esos lugares, tradiciones seculares y los tabúes, no tocados por la industrialización de rendimiento e invaden exasperante
2.
Y cada lágrima sentí una gota de estanque, invitando a cada resolución de disputa de remedio
3.
la calle subía a las casas,entraba por los balcones invitando a
4.
Carman, una carta, invitando al Gobierno filipinoá que enviara una Comisión
5.
Con su actitud parece que está invitando a que le den un buen puntapié
6.
El día de mi incorporación definitiva con míster Spenlow y Jorkins lo celebré invitando a los empleados de las oficinas a sándwiches y jerez y yendo por la noche yo solo al teatro
7.
La turca penetró en una de las torres, invitando a la duquesa a que la acompañara
8.
Para empezar, si no existe ningún Zeus, ¿quién trae la lluvia para regar las cosechas? Invitando al hombre a que utilice su cabeza durante un segundo, Sócrates señala que si Zeus pudiera hacer la lluvia, llovería o podría llover cuando en el cielo no hubiera nubes
9.
Esperó a que los hierros estuviesen bien rojos y comenzó a horadar uno de aquellos bastones, invitando al marinero a que hiciese lo mismo con el otro bastón
10.
Los coches iban llegando y los lacayos se las veían y deseaban para desdoblar los peldaños de las estriberas a fin de que las damas y caballeros que en ellos iban pudieran descender; la impaciencia de los aurigas que se veían obligados a tascar el freno de sus coches se manifestaba con gritos e improperios; los mendigos mostraban sus miserias invitando a los presentes a que pudieran ejercer su caridad con ellos y en su mirada había un cierto orgullo de aquel que sabe que está facilitando la entrada en el reino a un cristiano
11.
Invitando a Isabel a residir con ella, Lady Lydiard, repito, tenía la obligación de recordar que estaba en presencia de una joven dama
12.
[183] de su bien poblado gallinero), me metí en la iglesia, que era, conforme a los gustos de la moderna piedad, sombría, casi lóbrega, invitando a somnolencias dulces y a borracheritas de la mente
13.
Deja las últimas palabras en el aire, invitando a Barrull a completar la idea
14.
Una muchedumbre se reunía ante una tienda de vajilla, cuyo propietario había abierto las puertas invitando a la gente a tomar lo que quisiera de lo que aún quedaba en el establecimiento, mientras él se reía, profiriendo lastimosos quejidos, y empezaba a romper los cristales de sus escaparates
15.
En su contestación invitando a Laplace a que le visitara, D'Alembert escribía: "Señor, veréis que he prestado poca atención a vuestras recomendaciones; no las necesitáis, vuestra propia presentación ha sido lo mejor
16.
¡Vengan! – dijo, invitando a las estrellas del cielo-
17.
Es delgado y parece un cuervo, y]e vi en el Rugido del Océano, invitando a grog a todo el mundo
18.
Estas u otras alabanzas parecidas bien podrían haber sido cantadas por los cientos de heraldos que recorrían la ciudad anunciando la victoria del faraón sobre los pueblos del oeste; invitando así al pueblo a presenciar la entrada victoriosa de los ejércitos del dios
19.
El desierto invadió el lugar con su habitual voracidad invitando a la arena, que todo lo cubre, a esparcirse por doquier
20.
Por ello, el general caminaba despacio, seguro, firme, invitando a la confianza en sus gestos, al sosiego y a la seguridad de que todo estaba bajo control
21.
–Podría ordenarte alguna oración de la Biblia como penitencia, pero… -El sacerdote se calló, invitando claramente a Mary a completar el pensamiento
22.
Plautio había favorecido la situación invitando al séquito de jefes y príncipes britanos exiliados a contar historias sobre las riquezas que les esperaban en Britania: oro, plata, esclavos y mujeres que esperaban ser rescatados de los salvajes ignorantes que se empeñaban en luchar desnudos
23.
No dije nada pero me quité el sombrero y, agitándolo, intenté inútilmente espantar a las luciérnagas que, conocedoras de su tamaño y cantidad, decidieron que las estaba invitando a algún juego divertido y se obstinaron en acercarse a mí todavía más
24.
Por un ventanal, al fondo, entre sus pesados cortinones, un rayo de sol se filtraba perezoso invitando a descorrerlos
25.
Luego nos dijo que en los Evangelios, Cristo no decía que fuera Dios: pero ¿existió realmente un hombre como Cristo, y qué importancia tienen los Evangelios ante este sufrimiento de esperar a Maurice y que no llegue? Una mujer de pelo gris distribuía unas tarjetitas impresas con el nombre de Richard Smythe y su dirección en Cedar Road, invitando al que quisiera visitarle y hablar con él personalmente
26.
Se detuvieron ante un taxi negro y Palamedes abrió la puerta trasera, invitando así al conde francés a entrar
27.
Durante más de un minuto, Paxmore no comprendió que se le estaba invitando a hablar en una reunión cuáquera, y no sabía qué hacer
28.
–Por el dinero -dijo Sherman, invitando a un nuevo brindis
29.
Ella se movió un poquito, invitando al contacto físico
30.
El espectáculo de un presidente de gobierno parlamentario invitando a la oposición a tomar parte en una guerra civil hubiera resultado incomprensible en cualquier parte excepto en el contexto del Frente Popular español y Azaña sería el primer consternado cuando, al final, la derecha aceptó su invitación, demostrando así, una vez más, la vacuidad de su posición
31.
Ninguna voz invitando a la gente, ningún chillido alborozado de niño
32.
La oportunidad para ponerlo en juego era mientras Wolfe estaba distraído, el regresar a la primera salita, invitando a algunos a merendar
33.
Le saludé, invitando a Janet a sentarse, y no queriendo utilizar la puerta de comunicación con el despacho, di la vuelta por el vestíbulo
34.
Colgaron un mensaje en francés y alemán en la puerta de la iglesia invitando a cualquiera que supiese algo del asunto a dar información
35.
Es delgado y parece un cuervo, y le vi en el Rugido del Océano, invitando a grog a todo el mundo
36.
Pero si preferís una invitación, en este mismo momento os estoy invitando —dijo Rufus afablemente
37.
–Lo estoy invitando a decirme cualquier cosa que pueda echar luz sobre esto
38.
No le pareció bien a Torquemada llenar el buche a toda la turbamulta, y en su pobre opinión, se cumplía invitando a los más íntimos, como Donoso, Morentín padre e hijo y Zárate
39.
” “Me parece que puede oírnos”, murmuró la princesa, invitando a la duquesa a hablar más bajo
40.
” Había sabido que Morel llegara con el señor de Charlus y quería vincularse con el segundo invitando al primero
41.
Y diciendo esto hinchó sus carrillos invitando a los demás a reírse de la necedad del crítico
42.
Si no, nos vamos a ir sin avisar», solía comentar Julia en voz alta y tono burlesco, invitando a los clientes más perezosos a abandonar el local, algo que no tardó en imitar su sucesora tras el mostrador
43.
–El sacerdote se calló, invitando claramente a Mary a completar el pensamiento
44.
–Yo, servidor del dios Amón, le interrogo en nombre de Ramsés, el Hijo de la Luz; ¿hace bien el faraón de Egipto invitando a esta tierra al emperador y la emperatriz del Hatti?
45.
Ningún Maestro debe en ningún momento tener un pensamiento de crítica, sobre cualquier estudiante, porque si lo hace, estará invitando a esa misma crítica hacia él
46.
El enorme edificio comprendía un gran patio central, y dos de sus alas, ricamente ornamentadas al estilo gótico, se proyectaban hacia afuera, invitando a todos a admirarlas
47.
En las fechas en que se hace honor a los profetas más importantes, el sha celebra fiestas, invitando generalmente a la realeza y la nobleza de Bagdad, pero a veces deja abiertas las puertas de palacio a todo el mundo
48.
Disfrutaba invitando a los hombres y mujeres poderosos de la ciudad a comer y beber el mejor vino en su casa
49.
En aquella época el recinto de la catedral no era lo bastante grande para albergar la feria, y todas las calles colindantes quedaban cortadas por puestos sin permiso —que solían consistir tan sólo en un pequeño tablero repleto de baratijas— además de vendedores ambulantes con sus bandejas, malabaristas, adivinos, músicos y frailes que deambulaban invitando a los pecadores a redimirse
50.
Y después se lo gastó con sus amigos invitando a todos…
51.
Mandó mensajeros a diferentes regiones invitando a la gente a participar desinteresadamente en esta gran obra, pues su realización era una condición imprescindible para liberar a la patria y echar al enemigo
52.
En forma cariñosa susurró que permaneciese hasta el final, que ya terminaba, que Robirosa con un grupo de amigos irían a su casa —me estaba invitando con el mayor entusiasmo— para desagraviar a la pobre obesidad con suculentas liebres a la francesa, usted no puede dejar de venir, haremos una fragorosa “caída de los mitos”, una demolición, divertidísimo, después de esta lata para snobs, ¿viene?, ¿sí? Su mano empezó a elevarse por el aire rumbo a mi nuca: infalible tenaza de persuasión
53.
En cuanto a los adultos, sus vecinos, en especial las mujeres, sentían pena por el solitario jovencito y siempre lo estaban invitando a compartir la mesa con la familia
1.
invitar la Presencia a la vida, es decir, abrir espacio
2.
a invitar a usted paraque dé una vuelta por la cueva
3.
Viene a invitar a ustedes para la inauguración del
4.
Paseó un instante con ellas, hasta que un pollovino a invitar a Paz, y ambas parejas se lanzaron a la vez en lacorriente del baile
5.
–¿Piensas invitar a todo el pueblo?
6.
—¿Por qué no puede invitar a tomar el té a sus amigas de cuando en cuando?
7.
Así que urdí un plan para invitar a «la otra» a cenar a mi casa para envenenarla
8.
Renovada la amistad con Sarita Moffat, ésta siempre se corría hasta la casita a chismorrear un poco o a invitar a "esa pobre querida" a pasar el día en su gran casa
9.
Tienen por objeto invitar a los fieles a que rueguen a Dios para que dé a los culpables un sincero arrepentimiento
10.
Los guardias apostados en la entrada de la posada estarían tan dispuestos a dar a Arilyn acceso a sus invitados como un granjero a invitar a un zorro a cenar con sus gallinas
11.
¿Queréis encargaros de invitar a los señores Cavalcanti?
12.
Intentó que su postura no resultara insolente y que al mismo tiempo diera la suficiente impresión de solidez como para no invitar a posteriores avances por el pasillo
13.
Era costumbre de los Angkatell invitar a la gente para la una y, los días buenos, tomaban combinados y jerez en el pequeño pabellón junto a la piscina
14.
Era de los más pobres, pero siempre tenía algo de dinero en el bolsillo porque trabajaba, podía invitar a una chica al cine, no le faltaba para una ronda de cervezas o una apuesta y en el último año la bonanza le alcanzó para un automóvil bastante machucado, pero con un buen motor
15.
Lori debía calarse las reglas de convivencia: silencio, reverencias, quitarse los zapatos, no tocar nada en la buhardilla, no cocinar porque a él le molestaban los olores, no llamar a nadie por teléfono y mucho menos invitar a alguien, eso habría sido una falta capital de respeto
16.
Matilda era un ama de casa eficiente Y Juan era un marido casero, aficionado a invitar a almorzar a algún colega de la facultad los domingos, pero poco aficionado a acompañar a su mujer a sus contadas visitas sociales
17.
Los mensajeros al abandonar el Huneland se dirigieron hacia los Borgoñones para invitar a los tres nobles reyes y a sus fuertes guerreros a que fueran al lado de Etzel; muchos se apresuraron
18.
Y mandó a invitar con gran ceremonia a la favorita Fuerza-de-los-Corazones, haciendo que le dijeran las esclavas: "Nuestra ama Sett Zobeida, hija de Kassem, esposa del Emir de los Creyentes, te invita hoy a un festín que da en tu honor, ¡oh nuestra ama Fuerza-de-los-Corazones! Porque ha tomado hoy cierto medicamento, y como para que surta mejor sus efectos es preciso que se regocije el alma y dé reposo al espíritu, ella cree que el mejor reposo y la alegría mejor no pueden proporcionárselos más que tu presencia y tus encantos maravillosos, de los que ha oído hablar con admiración al califa
19.
–Me gustaría invitar a este lector -digo-
20.
Podríamos invitar, digamos, a unas quinientas personas
21.
Las incursiones de Sviatoslav en Bulgaria tuvieron un éxito de lo más sangriento, y los búlgaros jugaron aún más fuerte al invitar a los pechenegos a que se lanzaran sobre Kiev
22.
No puedes invitar al FBI en nombre de ellos
23.
Tal vez andaba pesadamente, o era la combinación de su disposición hipocondriaca y su aspecto repelente, pero más bien parecía invitar al ridículo
24.
Ella fue la única ausente; Sir Walter e Isabel no solamente se habían puesto al servicio de su señoría, sino que habían buscado a otras personas, molestándose en invitar a Lady Russell y a Mr
25.
Los Grassins conocieron temprano la muerte violenta de Guillermo Grandet y la probable quiebra del padre de Carlos; decidieron ir aquella misma noche a casa de su cliente para tomar parte en su desgracia y darle nuevos testimonios de su amistad, informándose de paso de los motivos que podían haberlo determinado a invitar a los Cruchot en semejante coyuntura
26.
Viviente, preferiría invitar a los cuervos
27.
Por ejemplo, invitar al custodio de la esquina y a su hijo Lucas de once años a bañarse en la piscina con nosotros, aunque no lleven traje de baño ni sepan nadar y se metan en calzoncillos
28.
Si algún día me vuelve a invitar a su casa -ignoro si continúa viviendo en tan fastuosa propiedad, aunque mis informantes aseguran que no se ha mudado ni tiene intenciones de hacerlo, y que se rehúsa a venderla a cuanto hotel o centro comercial le viene con ofertas millonarias, lo que provoca en mí una indecible admiración por usted, pues yo la vendería, pondría a buen recaudo el dinero y me iría a una casa tranquila en la playa-, iré con guardaespaldas y perros amaestrados, caballero, que ese susto que me dio su graciosa armadura no lo paso dos veces, ya sabe usted que mi corazón, después de tanta cocaína, quedó malherido
29.
Pasó buen tiempo antes de que me volviera a invitar a su casa, casi me atrevería a decir que ya se estaba jugando el siguiente mundial de fútbol, aunque no estoy tan seguro de ello y quizá eran sólo las olimpiadas
30.
Cuando Svanhildr le volvió a invitar a cenar, Sigurðr aceptó
31.
Esa noche cenaron en lo del doctor Pereda, que cometió la torpeza, en opinión de Laura, de invitar a personas ajenas al círculo familiar
32.
–Queremos dar una fiesta de inauguración que coincida con el fin de año, invitar a todas las amistades… a usted, por supuesto…
33.
Y los recifeños, que en circunstancias diferentes habrían considerado a la viuda de Carvalho demasiado rústica como para buscar su compañía, de pronto comenzaron a invitar a la anciana a almuerzos y a tomar café por la tarde, deseosos de escuchar su historia de primera mano
34.
Si hacemos balance de las extravagancias que nos ha ofrecido la naturaleza en los últimos meses, esos fenómenos nos parecen viejos y simpáticos conocidos a los que quisiéramos invitar a una cerveza
35.
Su ánimo extraordinario le tentó a invitar al subdirector para que viniera a su despacho y tratar de un asunto de negocios que urgía desde hacía tiempo
36.
Aquellos que ya han construido ambas habitaciones en su alma, pueden empezar a pensar en invitar a un mentor
37.
Añadió que planeaban invitar al hombre a una sesión, donde se le daría todo tipo de razones para confirmar la autenticidad de la misma, y después le darían un buen susto, utilizando los trucos más sofisticados
38.
El sufrimiento, el amor y la muerte habíanle purificado a Santa conforme al criterio del ciego, y, en consecuencia, careciendo ya de puntos de contacto lo mismo con los malos que con los buenos de este mundo, era una profanación, a la que se resistía, el invitar extraños
39.
Comía poco, pero tenía buen gusto en la mesa y sabía apreciar la buena comida y los vinos de clase, pero no se dejaba invitar a restaurantes de lujo por temor de que creyeran que pagaba él
40.
Puesto que no quería que quedara constancia oficial de su visita, decidió invitar a Paul Di Benedetto a uno de los mejores restaurantes italianos del East Side
41.
–¿Creéis que ha llegado el momento de invitar a nuestro drow a que participe en las reuniones del consejo? – inquirió un consejero
42.
El que un día adora a su suegra y al día siguiente le pide que no la vuelva a invitar jamás a la casa a almorzar
43.
El joven prefería organizar fiestas con los amigos, invitar a artistas, hetairas y poetas y siempre se sentía incómodo cuando su padre le convocaba
44.
Un asiento de pasillo, para invitar a otros pasajeros a sentarse en otro lugar
45.
Recordaba que su padre solía invitar a amigos como el señor Zai, que sabían tocar los instrumentos tradicionales, para que acompañaran a Jinli en sus canciones sobre amores no correspondidos
46.
Te iba a invitar a cenar en el Pacific East
47.
–Bueno, por lo menos te puedo invitar a un BBC en Cyril's antes de que entres a currar -ofreció Tom
48.
Debió de invitar a Klaus a que lo comprobara por sí mismo, o quizá vinieron juntos a ultimar los preparativos
49.
Y eso llevó a la idea de invitar a Giovanni Spada, el vulcanólogo de Palmer, para que les dictara un seminario sobre los últimos descubrimientos en esa especialidad
50.
El restorán es magnífico y la dirección, muy comprensiva, en caso que quieras invitar a alguna muchacha a tu cuarto para tomar un trago
51.
Mientras debatían estas cuestiones, llegó Caradoc, duque de Cornubia, y opinó que debían invitar al senador Maximiano y darle en matrimonio a la hija del rey, junto con el gobierno de la isla, para gozar así de una paz perpetua
52.
–Y también había pensado en invitar a Lexie
53.
Todo era inútil; no valía la pena intentarlo, ni pensar en divertirlo, ni invitar a gente interesante
54.
Pueden organizar un taller, invitar a la gente a asistir, pagarles una comida y escribir un buen informe, pero no pueden construir nada de base
55.
Ya les conocía bien, y, puesto que podía permitírselo, seguía la vieja costumbre naval, casi en desuso, de invitar a desayunar al oficial y al guardiamarina de la guardia de alba y a comer a los de la guardia de mañana e incluso a menudo también al primer oficial
56.
Se disponía a invitar a Kelly a ir a su camarote para tomar el indispensable café cuando los altavoces de la nave entraron en acción: «¡Toda la tripulación!
57.
Tenía la intención de invitar a Grant y al guardiamarina de guardia a comer con él
58.
Quería invitar a sus oficiales al inicio del viaje, en parte porque quería decirles cuál era realmente su destino y en parte porque quería que el señor Allen le hablara de la pesca de la ballena y de la navegación por las inmediaciones del cabo de Hornos y las aguas que estaban al otro lado
59.
—Mira —prosiguió Jude—, en lo referente a la lista de invitados dice que no tienes que sentirte obligada a invitar a las nuevas parejas de los invitados
60.
¿A quiénes podría invitar Tyler a trabajar en la Compañía Jabonera de Paper? – ¡Despejad el centro del club!
61.
La próxima vez no dejarían de invitar a tiempo a un secretario y se podría dar cuenta del efecto que debería producir, conservado en negro y blanco y recitado de un modo seguido, ese maravilloso poema
62.
Además, dentro de poco tendría que invitar al almirante y a los demás capitanes de la escuadra; y al día siguiente vendría Canning
63.
–Trae mala suerte negarse a invitar a alguien a la fiesta de inauguración de una casa
64.
Mantenido, hora por hora, al corriente de los acontecimientos, el general Alexeiev, jefe de estado mayor del Gran Cuartel General de Mohilev, toma la iniciativa de invitar a los generales que comandan los diferentes cuerpos de ejército a que soliciten del Emperador su abdicación inmediata por la salvación del país
65.
Preocupado por la posibilidad de no recibir la visita de los ricos y los poderosos, que podían verse desalentados por aquel lugar aciago, Temístocles comenzó a invitar a músicos célebres para que ensayasen dentro de su casa; ansioso por hacer amigos e influenciar a la gente, se hizo abogado, el primer candidato de una democracia en practicar para la vida pública ejerciendo la ley
66.
Moverse en alguna dirección, en cualquier dirección, era al fin progresar y podía dar fruto; pero sentarse era invitar a la muerte y acortar su persecución
67.
–Si pudiese todos los días invitar a mi mesa a tres o cuatro amigos para mantener con ellos conversaciones ingeniosas sobre las artes, las ciencias y el gobierno de los estados, lo consideraría un regalo y una gran dicha
68.
hasta el puente (desde ese punto no se veía el puente), una playa que, de acuerdo a la mirada furiosa de Shears, parecía invitar a los paseantes
69.
Él pensó que la única manera de mantener una policía efectiva en una ciudad de un millón de habitantes era legalizar las diferentes bandas y grupos de ladrones, concederles estatus profesional, invitar a sus jefes a los banquetes, permitir un nivel de criminalidad callejera aceptable y responsabilizar a los jefes de los gremios de que se cumplieran las normas, so pena de ser despojados de sus nuevos honores cívicos, junto con buena parte de sus pellejos
70.
Tres mujeres tenían el encargo de invitar a Grigori a comer o a cenar en salones donde hubiera orquestas de cíngaros
71.
El manifiesto debe también invitar a todos los buenos rusos a agruparse alrededor del Zar y, con él, servir a Rusia
72.
-Pero no hay obligación de invitar a todos los amigos
73.
Las personas que vivían en ese ambiente se figuraban que la imposibilidad de invitar a un “oportunista”, y mucho menos todavía a un terrible radical, sería cosa que durara siempre, como las lámparas de aceite y los ómnibus de tracción animal
74.
“Tengo intención de invitar el mismo día a los Cottard y a la duquesa de Vendôme”, decía riéndose con el aire de regalo de un goloso que piensa probar en una salsa a cambiar el clavo por la pimienta de Cayena
75.
“Sí, tenemos pensado invitar a la duquesa el mismo día que a los Cottard –dijo unas’ cuantas semanas más tarde la señora de Swann–: mi marido se figura que de esa conjunción tiene que salir algo divertido”; porque si bien es verdad que había conservado Odette de su paso por el “cogollito” algunas de las costumbres caras a la señora de Verdurin, como la de gritar mucho para que la oyeran todos los fieles, en cambio empleaba también determinadas expresiones favoritas en el grupo Guermantes -como esta de “conjunción”-, cuya influencia sufría Odette a distancia e inconscientemente, como el mar la de la luna, y sin que por eso se acercara más a él
76.
Gilberta solía invitar a merendar los mismos días que recibía su madre; pero cuando no era así, y por no estar Gilberta podía yo ir al choufeury de la señora de Swann me la encontraba vestida con hermoso traje de tafetán, de faya, ele terciopelo, de crespón de China, de satén o de seda; pero no trajes sueltos corno los que solía llevar en casa sino combinados como si fuesen de calle, de suerte que infundían a su casera ociosidad de aquella tarde un tono activo y alegre
77.
No había nadie que tanto encocorase a mi padre como la señora de Sazerat, hasta el punto de que mamá se veía obligada una vez al año a decirle con voz dulce y suplicante: «Hijito, creo que deberías invitar alguna vez a la señora de Sazerat; no se quedará hasta muy tarde», e incluso: «Oye, hijito, voy a pedirte un gran sacrificio: que vayas a hacer una visita a la señora de Sazerat
78.
El barrio de Saint-Germain estaba todavía bajo la impresión de haberse enterado de que la duquesa no había tenido reparo en invitar a la recepción en honor del rey y la reina de Inglaterra al señor Detaille
79.
Positivamente, esta diferencia entre los Guermantes, envuelta, por lo demás, en un misterio ante el que soñaban de lejos tantos poetas, había dado la fiesta de que ya hemos hablado, en la que el rey de Inglaterra se había divertido más que en ninguna otra parte, porque la duquesa había tenido la idea, que jamás se le hubiera pasado por las mientes a ninguno de los Courvoisier, y la osadía, que hubiera hecho retroceder al valor de todos ellos, de invitar, aparte de las personalidades que ya hemos citado, al músico Gaston Lemaire y al autor, dramático Grandmougin
80.
Una Courvoisier cuyo padre había sido ministro del emperador, y que tenía que dar una matinée en honor de la princesa Matilde, dedujo por espíritu de geometría que sólo podía invitar a bonapartistas
81.
No por ello dejó de derramar la princesa Matilde el generoso y dulce flujo de su gracia soberana sobre aquellos calamitosos adefesios a los que, por su parte, se libró bien de invitar la duquesa de Guermantes cuando le llegó la vez de recibir a la princesa, y a los que sustituyó, sin razonamientos a priori sobre el bonapartismo, con el más rico ramillete de todas las bellezas, de todos los valores, de todas las celebridades, que a un modo de olfato, de tacto y de digitación le hacía percatarse de que tenían que ser agradables a la sobrina del emperador, aun cuando fuesen de la familia misma del rey
82.
-¿Por una fiesta? ¿O un banquete? ¿A quién piensa invitar? ¿A toda la población de Sumatra?
83.
Desde que la señora de Verdurin estaba en la Raspeliére afectaba frente a sus fieles la obligación y la desesperación de invitar una vez a sus propietarios
84.
Si no conseguían hacerse invitar, se los veía en la noche, las caras pegadas a los vidrios, contemplando con ansiedad a las parejas que bailaban
85.
Estaba convencida de las costumbres del barón pero no pensaba en ello para nada cuando se expresaba en esa forma; sólo quería saber si se podían invitar juntos al príncipe y al señor de Charlus y si eso andaría bien
86.
La querían invitar a ésta
87.
» Y desde hacía algún tiempo, seguramente desde que había captado mis dudas, ninguna proposición de invitar a nadie, ninguna palabra, ni siquiera una desviación de las miradas, ya sin objeto y silenciosas, y tan reveladoras, con el gesto distraído y vacante que las acompañaba, como antes fuera su imantación
88.
De modo que se le puede invitar, lo autorizo
89.
Y, en efecto, madame Verdurin propuso en seguida invitar a «madame de Molé»
90.
Álvaro bebía y meditaba, para finalmente invitar a Carvalho que le siguiera con un gesto irrechazable, de auténtico master en gestualidad, mientras emprendía la vuelta a su despacho con el vaso de caipirinha entre las manos
91.
Le permitía invitar a amigos a comer con él; con una manía adquirida en sus antiguos amores, que no era para extrañar a Odette, habituada a ver la misma manía en Swann, y que a mí me impresionaba recordándome mi vida con Albertina, exigía que aquellas personas se retirasen temprano para ser él el último en despedirse de Odette
92.
La risa interior por el ramalazo existencialista no desdecía la voluntad de raciocinio de la imaginación, que ansiaba el final feliz de vivir siempre allí, con Biscuter, Charo, Bromuro y Fuster, quizá, alguien a quien invitar a un cebiche de rodaballo y a plátanos asados, bajo los ojos abiertos de la noche estrellada del trópico
93.
—¿Creéis que ha llegado el momento de invitar a nuestro drow a que participe en las reuniones del consejo? —inquirió un consejero
94.
—Por lo que tengo entendido —respondió Karen—, sus tías son solteras y les resultaba violento invitar a caballeros, mientras que con el restaurante les es más fácil recibir a sus amistades
95.
Una cuestión importante era si debían o no invitar a Minty
96.
Esta puerta también se cerró espontáneamente, y Leopold tuvo la incómoda sensación de adentrarse en la casa encantada de una feria --un lugar destinado a asustar e invitar, para que la inquietud de un invitado pudiera volverse a favor del anfitrión
1.
Pero si la invitas a vivir con Julilla es distinto; para empezar, estará a un paso de casa, y, además, verá que la necesitan, que es útil
2.
Al fin y al cabo, eran capaces de predecir con gran precisión el regreso del cometa Halley sin necesidad de afinar a la décima de milímetro su posición actual Dicho de otra manera, si un día invitas a tomar un café a un amigo tu economía global futura no se verá muy afectada; simplemente a final de mes tendrás un euro menos
1.
Te invito a que practiques la
2.
DC/ por supuesto, te invito desde ahora
3.
invito a mivez a que me acompañen mañana en el entierro de la
4.
—Pues bien, le invito, le exijo por el interés de toda la familia
5.
Le invito a recorrer los talleres en su compania y le puso en antecedentes de que Morand acababa de descubrir el secreto para fabricar un tafilete rojo inalterable
6.
El lema de Jacob fue Invito patre sidera verso (contra la voluntad de mi padre estudio las estrellas), un recuerdo irónico a la vana oposición de su padre a que Jacob dedicara sus talentos a2 Notas históricas respecto a éste y a otros problemas del cálculo de variaciones, se encontrarán en el libro de G
7.
Al terminar, el señor Curton los invito a quedarse para tomar el te en su compañía
8.
Luego nos invito a tomar asiento
9.
Yo no transfiero ningún know-how, sino que invito a participar de él
10.
—Te invito a un café — propone Dial, iniciando resueltamente el cruce de la Corniche, que a esa hora todavía está en calma
11.
Lo invito a comer estofado a la vinagreta
12.
–Mi información sugiere que los muchos empleados leales de la Oficina del Hegemón no corren ningún peligro, y cuando se establezca una nueva sede, invito a todos aquellos que quieran a continuar con su trabajo
13.
Te invito a comer el fin de semana, ¿te viene bien?
14.
Les invito, caballeros, a hacer lo que puedan con ella
15.
—Te invito a cenar en casa el sábado, si te parece —prosiguió Fabio
16.
–¿Y si te invito a comer? – le preguntó-
17.
INVITO A TODOS A UNA RONDA -anuncio
18.
¡Ni siquiera en mi casa! Si lo invito al mismo tiempo que a algún conocido nuevo, viene a duras penas, y quejándose
19.
–Les invito a que no abandonen esta habitación a la espera del inevitable interrogatorio
20.
–Los invito ahora a desdeñar el ejemplo de la vida de ella como durante tanto tiempo han desdeñado el ejemplo de la vida de Malachi Constant -dijo suavemente desde lo alto del árbol-
21.
Cuando estoy rendida de cansancio como sola; en cambio, en mis intervalos de vivacidad y buen humor, invito a alguna de mis subordinadas a compartir mi mesa; y en ese ambiente de íntima expansión alrededor de la mesa, logro introducir mis golpes de estado de mayor eficacia
22.
Cuando se hace necesario sembrar las semillasdel aire fresco en el alma aprensiva de la señorita Snaith, la invito a comer, y con el mayor tacto inserto un poco de oxígeno entre sus tajadas de pastel de ternera
23.
No te extrañes si Harleigh sufre una pataleta de celos, nunca invito amigas a esta casa, me advirtió Willie y suspiré aliviada porque al menos no encontraría la boa constrictor enrollada entre las toallas del baño; pero el niño me aceptó sin darme una segunda mirada
24.
¿Quieres venir conmigo al depósito municipal, a la hora de comer, y seguimos hablando por el camino? Te invito a una pinta y a un sándwich
25.
—En ese caso —prosiguió el paternal magistrado—, y ya que se trata de una cantidad tan enorme, yo les invito a que se la repartan
26.
En el caso de que el prior intentara aducir que la concesión fue condicionada, invito a este tribunal a leer esta copia del testamento del prior Philip
27.
—Pídete lo que quieras, yo invito
28.
–En ese caso, la invito a desayunar
29.
Bashir los invito a la tienda
1.
Cuando tenía todo bien organizado y aprobado por la CIA y el Pentágono, lo llamé a su dormitorio de la universidad, donde seguramente contaba las ojivas nucleares que tenían los rusos en Chechenia, y le anuncié que, a pedido del público -los diez enfermos del hospital La Santa Reparación de Arroyito Bajo, Santo Domingo, y otros desahuciados del interior-, lo invitábamos a participar en mi programa de televisión, cuyas grabaciones se harían próximamente en una afamado estudio dominicano, donde en los días libres retiraban las cámaras y la escenografía y se dictaban clases de Oratoria y Control de la Rabia (de la rabia humana, no la canina, materia que también debió ser incluida en las clases, porque más de una vez estuve a punto de ser mordido por unos perros chuscos en las calles aledañas al malecón, donde solían pasearse bellas muchachos a las que intentaba educar caída la noche)
1.
toldo, mesa y sillas de madera donde les invité a sentarse
2.
entre ellos Doña Amparo, a la que invité a tener una experiencia
3.
Invité a las amigas de las muchachas y a varios jóvenes,pertenecientes, unas y otros, a
4.
La lluvia había cesado, las nubes se habían dispersado e invité
5.
Incluso invité al Sr
6.
Cuando la mujer estaba en dilatación, le invité a un café y se sorprendió:
7.
Le invité a sentarse y a beber algo
8.
Intercepté a la agente de viajes cuando bajaba y la invité a tomar un café
9.
Por eso te invité
10.
Di, pues, mi nombre e invité al señor Manouri a venir a Longchamp
11.
Por lo tanto, invité a nuestra querida sacerdotisa a que se uniera a nosotros en Sestos y viniera con los guías y el dibujante de mapas
12.
Yo no lo invité a pasar
13.
Allí le invité a dos vasos de «Obi», un zumo de manzana envasado muy popular en aquellos días, le entregué una cuarta parte del dinero que llevaba encima y le di una cajetilla de cigarrillos My Dear
14.
Seleccioné a aquellos que me parecieron más aptos en función de su fe, su preparación y su disposición a la entrega; nombré abadesa a una mujer ya mayor, viuda de alta cuna y de educación esmerada, llamada Paterna, y poco después la invité a compartir la responsabilidad de la dirección del cenobio con un fraile de origen toledano, que respondía al nombre de Sisnando, cuya capacidad ponderaba con entusiasmo en su carta de recomendación el abad de Samos
15.
Después de la pelea, invité a Ventura a beber un vaso de vino: pasamos una hora comiendo cangrejos de mar y bebiendo vino, un vino que era oloroso como el de Pantelleria
16.
De modo que le invité a pasar y a sentarse en el borde de la piltra
17.
Lo invité a que entrara y se sentara, pero él se quedó junto a la mesa dando vueltas, nervioso, a la cinta del sombrero
18.
» Invité a BeeBee y a tres amigas suyas de Memphis
19.
Invité también a mi padre, pero estaba demasiado preocupado por la inflación y el mercado de bonos
20.
Invité a la señorita Callie y a Esau, al reverendo Thurston Small, a Claude, a tres secretarios del edificio de los juzgados, a un segundo entrenador de baloncesto, a un cajero del banco y al abogado más reciente de la ciudad
21.
–Pero hace poco -añadí- volvimos a encontrarnos y le invité a comer para recordar viejos tiempos
22.
Invité a poner remedio y el ministro de Justicia se inhibió por creer que correspondía el caso al de Gobernación, el cual permaneció mudo ante las preguntas con aquella actitud en él tan fácil de indiferencia desdeñosa, que le había encargado Azaña
23.
Y la invité a tomar una copa
24.
Tras mi rápida meditación decidí hacerle entrar y le invité a que traspasara el vestíbulo, diciendo:
25.
Señalé el paso hacia el salón y los invité a entrar
26.
Le invité a tomar algo en un café cerca del Palais-Royal
27.
Como aún conservaba un mando oficial, invité a los miembros del Senado a que se reunieran conmigo fuera de los muros de la ciudad
28.
En cuanto los invité a extenderse sobre el incidente, reaccionaron como un puñado de vestales que hubieran vivido un interesante episodio en las cuevas de Marabar
29.
Una vez, en 1988, lo invité a un programa de televisión que tenía yo en Napóles
30.
Sí, en Copenhague lo invité a Ostende, ¿conoce?, magnífica playa belga, para mí la mejor del Mar del Norte, siempre rabiosa, agresiva