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    Используйте «ofrecer» в предложении

    ofrecer примеры предложений

    ofrece


    ofrecemos


    ofrecen


    ofrecer


    ofreces


    ofrecido


    ofreciendo


    ofrecéis


    ofrecí


    ofrecía


    ofrecían


    ofrecías


    ofrezco


    1. ED/ usted ofrece un decálogo sobre la envidia, para que la gente pueda permanecer en la cárcel del consumismo y el esclavismo moderno, que usted denomina el comercio globalizado, donde la gente pudiera estar allí, según usted, con un espíritu que le permita aportar soluciones a esa realidad donde se encuentra preso


    2. Todos amablemente me preguntan si estoy bien, si necesito algo, si algo se me ofrece, y que cuente con su amistad y solidaridad


    3. Añade luego que esto nada tiene de extraño, porque los tiemposy los gustos han cambiado; porque sus antepasados hicieron también lomismo; porque no puede negarse que la comedia ha ganado en invención,ingenio, gracia y hábil disposición de sus partes, y que la moderna espreferible á la antigua por su intriga más complicada y su desenlace(arte, que desconocen los extranjeros); porque algo ha de perdonárselepor el inapreciable solaz, que ofrece, y sus divertidos chistes; porquese distingue por sus hechos históricos, y porque excede en la exposiciónideal de la vida, y excita la admiración por sus amorosos afectos


    4. Verdad es que sólo en esto se asemejan, porque al paso que Calderónutiliza estos elementos de la acción para desarrollar una idea másprofunda, subordinándolos á ella, Virués sólo ofrece una serie desucesos, sin lazo que los una; las groseras pinceladas, con que describela sensualidad de la reina y su pasión por su propio hijo, á cuyas manosmuere, no podían convenir al gusto más refinado de la época que lesiguió, y por esto, sin duda, ideó Calderón otra catástrofe


    5. Una prueba de suacierto en imitar la antigua grandeza, se encuentra en la escena deltemplo de Júpiter, que hace de introducción, en donde Dido, rodeada delos próceres de su reino, anuncia al embajador del rey de Numidia suresolución de dar su mano á Yarbas, que amenazaba destruir á Cartago, yen la descripción de la lucha de la reina entre su amor á Siqueo, y supatriotismo, y principalmente en el desenlace, cuando la desdichadahunde el puñal en su pecho, en medio de los preparativos nupciales, y envez de esposa ofrece un cadáver á su real amante


    6. Para la historia del teatro de este período ofrece un dato curioso la Historia general (manuscrita) de la Compañía de Jesús de Andaluzía por el padre Martín de Roc y Juan de Santibañez


    7. Basilio Villarino en su informe número 8, no veo utilidad en suaumento, por no ser puerto capaz de embarcaciones mayores, por la faltade comercio con esta provincia: pues por tierra median muchas nacionesde indios infieles en la dilatada pampa, desde aquel rio hasta BuenosAires, y por mar, es preciso esperar la estacion del verano, porque lanavegacion del rio arriba ofrece grandes dificultades en sus corrientesy tornos


    8. sólo se ofrece, de cuando en cuando, como escarmiento para los ojos de las caravanas


    9. Me refiero a su cualidad de cosa sólida y visible, que se ofrece al


    10. Religión, que ofrece una explicación de la muerte y de lo que viene después basada

    11. Me los imagino tantos corderos y cabritos mientras esquelético, lo que produciría el efecto de los concursantes mencionó que los vieron pasar el atractivo? Y no estaría sujeto a la ilusión en cuanto a su precisión: incluso si la regulación es clara y ofrece sangre brotando posiblemente humana de su garganta, no sería tal vez algunas travesuras?


    12. Interrumpimos la reina que había desde entonces miramos presumida, me ofrece su mano, diciendo: "Ahora usted tiene que tratar de nadar y respirar en el agua, debe convertirse definitivamente uno de nosotros


    13. por la protección que nos ofrece


    14. Está claro que la RFID ofrece una ventaja gracias a su


    15. ofrece la opción de trabajar sin renunciar a la libertad de


    16. este tipo de situación lo ofrece el servicio de correo web de


    17. de comprador frecuente ofrece al comercio, generalmente


    18. ofrece la mayoría de ellos no compensa si se tiene en cuenta


    19. señal del zorro que se relame cuando la presa se le ofrece mansa y tierna


    20. Es curiosa la versión que ofrece sobre los Chibchas y Pijaos, tribus que en sus mostraban figuras humanas con tres cabezas, de los cual infiere que hacían referencia a una divinidad trina, tal vez cristiana, tal vez de oscuro origen asiático

    21. “Para conseguir una sola ración, se necesita esperar la determinación de la Superintendencia y escribir sobre ello una resma de papel, sufriendo entre tanto la escasez que ofrece un país arrasado


    22. co y cambiante que este juego de relaciones que se ofrece de manera


    23. capacidad de construir caminos diferentes a los que ofrece la cárcel


    24. Estos determinan, en forma sustancial, la estructura de relevancia que ofrece la realidad política y social


    25. Sin embargo, ofrece la oportunidad -independientemente de cualquier decisión- de que el ciudadano sea integrado al proceso político, que puede ser de interés para la formación en la medida en que se plantea la pregunta sobre hasta qué punto se pueden iniciar o no procesos de aprendizaje: si no existe perspectiva cierta de que realmente el ciudadano sea escuchado, que pueda tomar e influir decisiones políticas, la formación y la educación política fracasan en el logro de sus objetivos


    26. El análisis ocupacional es bastante limitado, ya que el material utilizado no ofrece información sistemática sobre la ocupación de los poderdantes y los poderhabientes


    27. Se ofrece á los rayos del gran luminar


    28. nos ofrece el cuerpo del dolor, una realidad completamente distorsionada por el miedo, la hostilidad, la ira


    29. Otras ya disfrutan de la libertad relativa que les ofrece


    30. «¿Se te ofrece algo?» le dijo su hermana

    31. ¿Qué se le ofrece a usted? La señora me haencargado


    32. ofrece la ley, y la modificación del matrimonio para incluir a las personas GLBTT amplía


    33. 62 La tesis de maestría de William Payne (2007) ofrece una mayor comprensión del fenómeno de


    34. organizaciones GLBTT, por la protección que ahora ofrece el estado


    35. El caso ofrece una radiografía de atraso y retroceso jurídico en Costa Rica,


    36. Si bien, las comparaciones regionales son útiles, este trabajo ofrece criterios explí-


    37. Por eso, tanto la línea de investigación como los resultados que esta arroja, al mirar la región en su conjunto, ofrece datos que son a la vez reveladores y provisorios


    38. El Seguro Social Campesino (SSC) tiene un diseño interesante para el formato de aseguramiento tradicional individual existente en América Latina: ofrece atención a los jefes de familia (y familiares dependientes) de las poblaciones pobres rurales, organizadas en cooperativas, comunas o asociaciones agrarias


    39. El precio ó valor que se ofrece en una venta; la puja ó valor que se ofrece sobre otra puja


    40. disculpándose los autores con la dificultad que ofrece lainteligencia de este idioma,

    41. oficios del gobierno de los EstadosUnidos, si dicho gobierno los ofrece


    42. ofrece a su pensamiento que ella haasesinado a su madre y ahogado a su hijo


    43. ofrece el inconvenientedel sirocco, que agosta las flores, y la


    44. amargascompensaciones que la sociedad ofrece a las penas


    45. Siempre que se ofrece les


    46. Entre ellos su modo de insultares al aclarar el dia, guardando un gran silencio en su caminata, pues sise les ofrece parar por algun acontecimiento, con un suave silvido


    47. otra que ofrece cierta curiosidad y que consta en loslibros de acuerdos del Cabildo


    48. desperfectos ocasionados en laAlameda, ofrece á los paseantes bien pocos atractivos


    49. Días del año en que ofrece gran animación el paseo que es objeto deestas líneas, son


    50. nuestras manos, ofrece como marcas generales las de la S y elclavo que colocaban en



































    1. por zonzos! ¡Alos otarios les contamos un cuento, les ofrecemos


    2. Tenemos el placer de informarle de que le ofrecemos el puesto de jefa de recepción en el Two Lakes Hotel


    3. Ha desaparecido y ofrecemos una recompensa a quienquiera que pueda proporcionarnos información


    4. ofrecemos un relleno de queso y pimiento rojo, pero use la imaginación para


    5. ofrecemos algunas entradas para el almuerzo de aquellos amantes que se juntan en secreto a


    6. Ya en el aire otra vez, buscamos cualquier pista que el diseño pudiera ofrecemos, cualquier señal de un camino para volver a casa


    7. Ofrecemos a los niños raciones de patatas fritas y aros de cebolla, ¿o no?


    8. En cambio, don Ciro, ante la Cruz de Piedra, se arrodillaba en el polvo y decía humillando la cabeza y abriendo sus débiles brazos: «Aplaca, Señor, tu ira con los dones que te ofrecemos y envíanos el auxilio necesario de una lluvia abundante»


    9. —Se han enterado de que ofrecemos algo más que vivir en un callejón


    10. 1 ofrecemos una lista parcial de estas energías totales para varias configuraciones de cuerdas, que especificamos indicando sus números de enrollamiento y de vibración en un universo manguera de radio R = 10

    11. El nombramiento que te ofrecemos sólo redunda en beneficio tuyo, de Roma y del emperador, y el perjuicio para tu esposa es nulo


    12. -Él ahora está perdido, y ofrecemos una recompensa por si alguien puede darnos información


    13. –¿Y crees que los dikta se rebelarán ahora, así, de pronto? ¿Que las ovejas se convertirán en lobos porque les ofrecemos un soborno interesante?


    14. –Todos ustedes están al corriente del motivo de esta reunión -dijo Geisler sin preámbulos-, y sé perfectamente que algunos de ustedes tienen la impresión de que si nos ofrecemos a pagar el rescate que han pedido los secuestradores estaremos cediendo a sus presiones


    15. Si les ofrecemos ayuda, un buen puñado de euros y una salida, vendrán a nuestras manos


    16. Los sueldos y los beneficios que ofrecemos son los mejores de la industria, tenemos un grado de satisfacción laboral del noventa y nueve por ciento…


    17. De pronto me dormía, caía en ese pesado sueño que nos descubre tantos misterios; el retorno a la juventud, el remontar los años pasados, los sentimientos perdidos, la desencarnación, la transmigración de las almas, la evocación de los muertos, las ilusiones de la locura, la regresión hacia los reinos más elementales de la Naturaleza (porque suele decirse que muchas veces vemos animales en nuestros sueños, olvidándose de que en el sueño nosotros somos también un mero animal privado de la razón, que proyecta sobre las cosas una claridad de certidumbre; no ofrecemos al espectáculo de la vida más que una visión dudosa, borrada a cada instante por el olvido, porque la realidad precedente se desvanece ante la subsiguiente, como una proyección de linterna mágica cuando se quita el cristalito); todos esos misterios, en suma, que se nos figuran desconocidos y en los que en realidad nos iniciamos todas las noches, lo mismo que nos iniciamos en el otro gran misterio del aniquilamiento y la resurrección


    18. La gente también se muestra escéptica con respecto al ministerio que ofrecemos


    19. Nosotros, que afirmamos ser los guardianes del fuego, les ofrecemos un frío penitencial


    20. Nosotros ofrecemos nuestra comprensión, nuestro apoyo, nuestras oraciones, pedimos a Cristo por la salvación

    21. Ofrecemos una muestra que ha sido traducida al inglés por un eminente erudito cuyo nombre, por el momento, no nos sentimos libres para revelar, aunque creemos que nuestros lectores encontrarán que las alusiones locales son algo más que un indicio


    22. Lo que ofrecemos es una vida de trabajo dentro de las mejores condiciones posibles, y la felicidad que nace del triunfo sobre el azar


    23. Nosotros lo alzamos en espíritu hasta Tí como el sacerdote alza la patena en el Santo Sacrificio del Altar, y te lo ofrecemos, como él mismo se ofreció, por la salvación de nuestros hermanos


    1. cooperación con la justicia de otros países y ofrecen la inmunidad judicial plena y el secreto


    2. ofrecen a dichos enfermos una atención continua cuando


    3. ofrecen tras haber probado la televisión por satélite? Por


    4. puede apreciar en aquello que nos ofrecen las leyes que se


    5. ofrecen, los anuncios que se nos muestran y las tarifas de los


    6. 142 Estas neveras ofrecen la opción de la RFID como


    7. que ofrecen el servicio y que, de esta forma, adquieren el


    8. darse cuenta retacean la comida o la ofrecen en exceso


    9. Pasa rauda en la feria delante de los tomates que ese día se ofrecen


    10. Todos estos son hechos que no ofrecen una grande novedad, alpaso que acreditan, que un egército fiel quiso obsequiar á sus Reinas, yque eligió oportunamente un local en que lo presente debia ser realzadocon los recuerdos de lo pasado

    11. - Desde los años setenta, las investigaciones empíricas sobre socialización ofrecen -


    12. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que loshombres se ofrecen al sacrificio»


    13. Los poetas segundones, los tenientes y alféreces; de lapoesía, los poetas falsificados, siguen su camino por el mundo besandoen venganza cuantos labios se les ofrecen, con los suyos, rojos yhúmedos en lo que se ve, ¡pero en lo que no se ve tintos de veneno!Vamos, Lucía, me estás poniendo hoy muy hablador


    14. paulista y la acción de los movimientos GLBTT, ofrecen una alternativa de vía o


    15. Existen mediciones de este tipo para menos de la mitad de los 18 países considerados y además, las muestras e indicadores que ofrecen no son necesariamente comparables (Martínez Franzoni, 2005)


    16. ¿Cómo relacionar las prácticas de asignación de recursos pasadas y presentes? Tres son los conceptos que ofrecen claves para comprender las prácticas actuales de asignación de los recursos: herencia, coyuntura crítica y legados históricos (Collier y Collier, 1991)


    17. Con la información que nos ofrecen las encuestas, podemos conocer los requerimientos del cuidado en el hogar a partir de la presencia de personas menores de 12 años y mayores de 65 por cada ama de casa


    18. Fernando á Nápoles en1506; por fin, las escuadras que acometieron á Berbería en 1505 y 1509,comprendieron á la época en que se realizó el descubrimiento de lasislas oceánicas, y fijando límites entre los que no fueron notables losadelantos y variaciones de las armas; ofrecen alguna enseñanza


    19. De las consideraciones que acabo de exponer y que á menudo se ofrecen ámi mente,


    20. ofrecen la solidez secular de la estructura social,el orden político

    21. Allá, a las cinco de la tarde, cuando el solse pone, ofrecen admirable


    22. de votivu(m), el pan que ofrecen los fieles enla iglesia por sus difuntos y se lo dan al cura: costumbre


    23. medio del Rio Grande se ofrecen, conabundantes pastos y aguas que en ellos se encuentran, y ser aquí


    24. podamosestablecernos en lo que ofrecen dejar, sino cuando ellos quieran y porel tiempo que


    25. sus condiciones y las bellezas que ofrecen


    26. Ofrecen los tableros


    27. «Puede juzgarse por lo que antecede, del alto interes que ofrecen lasinvestigaciones geológicas del señor de


    28. La zoologia y la botánica ofrecen allí un


    29. de los indígenas, tan útil á estos y á los viageros; miéntrasque los puntos un poco mas elevados ofrecen


    30. ofrecen terrenos de aluvion, endonde se cria la planta que los Españoles han llamado

    31. Todos los lugares pordonde se transita en esta jornada, ofrecen á la admiracion


    32. En resúmen; los rios Beni, Guaporé y Mamoré ofrecen, sobre el espacio dealgunos miles de leguas, grandes


    33. auxilian á los que se ofrecen para eso, y ademas lesreparten las tierras, porque saben que el


    34. como en lasoledad de un campo se ofrecen al sediento peregrino


    35. pasemosahora á las de existencia, que ofrecen un campomas vasto, y mas útiles y frecuentes


    36. suscitarsedificultades sobre las explicaciones que enesta parte ofrecen los físicos; pero el linaje


    37. ofrecen, untraje muy decente y cómodo, un cuerpo bien nutrido,y un semblante pacato


    38. Los primeros volcanes, los deAmérica, ofrecen en una longitud


    39. sorprendente que lacontradicción de horas que ofrecen en dos


    40. Timor y sus cercanías ofrecen un mundo completamente

    41. que ofrecen tales discusiones en los lugares cerradosdedicados a expender licores y


    42. tienen techo de paja y ofrecen la forma de loque en nuestra tierra


    43. yantes de las ocasiones mal se puede ordenar lo que conviene, ni tomarparecer cierto en cosas tan inciertas y varias como se ofrecen en unaguerra


    44. —Eligen los Catalanes Gobernadores, y solicitados delduque de Athenas ofrecen de


    45. le ofrecen una plazaen los ejércitos la desdeñará, porque no tiene paciencia para


    46. gobernadores de Santiago y Tucumán, que le ofrecen unagruesa escolta para su


    47. En ambos casos está sometido á las leyes generales de la razon; perocon la diferencia de que en el órden puramente ideal, ha de atender áesas leyes y á nada mas; pero en el real, no puede prescindir de losobjetos considerados en sí, y está condenado á sufrir todos losinconvenientes que por su naturaleza le ofrecen


    48. ofrecen cuando se las llama altribunal de la metafísica: en el tomo 1


    49. : hé aquí uno de los profundos misterios que en elórden natural se ofrecen al flaco entendimiento del


    50. investigaciones sobre el espacio ya hicenotar, que en estas cuestiones se ofrecen argumentos en














































    1. La desenfrenada fantasía del poeta leimpide caminar por el cauce, que puede acercarlo á la verdad ó á laverosimilitud; sobrepónese á todo escrúpulo para ofrecer una situacióninteresante ó de efecto, ó un diálogo brillante; por lo demás, se leimporta poco que la acción siga sus pasos regulares, ó que sean ó noconstantes los caracteres de sus personajes


    2. Todas se asemejan á las églogas pastorilesde Encina en estilo, en espíritu y estructura, si bien se diferencian deellas en ofrecer muchas escenas burlescas de la hipocresía ysuperstición, causas, sin duda, de que la Inquisición intervinierainutilizando la mayor parte de los ejemplares


    3. Vuck se limitaba a ofrecer el aspecto de una concentración profunda


    4. ofrecer la gacela del rebaño del rey? Un espectáculo de los que no se ven en los palacios de


    5. Y dejarse llevar por el viento e intangible inconmensurable, sin ofrecer la menor resistencia, choca con un enorme sentido de la ligereza y el amor


    6. Tengo curiosidad por saber por qué esas salas tan importantes para la vida social de la dueña de la casa, se quedaron desnudos de cualquier adorno en las paredes y el techo; y la Reina, recogió mi pensamiento, me informa de que, en su opinión, esas personas, muy supersticiosos, quisieron de esta manera, no ofrecer sugerencias para los rencores y las maldiciones de los visitantes ocasionales


    7. precio de oro, y por lo menos tuvo el detalle de ofrecer a los


    8. rendimiento económico que los mismos puedan ofrecer a un


    9. otra le podía ofrecer


    10. ofrecer mejores condiciones de rentabilidad y pingües alternativas

    11. Forma parte de un régimen de bienestar, en el cual el Estado tiene realmente poco que ofrecer en términos del manejo colectivo de los riesgos y lo poco de esto, lo hace a través de las redes clientelares


    12. ¿Qué obstáculo pueden ofrecer a los que han sometido la Europa entera estos infelices


    13. por ofrecer esto algún peligro, los soldados del regimiento de Órdenes divisaron una noria, en el


    14. cualrepresentaba la farsa de ofrecer la dimision del Libertador con la suyapropia para obtener la distincion que ambicionaba


    15. ciencoraceros a la antigua que querían ofrecer sus respetos al


    16. en aquella cabeza, para ofrecer el fenómeno de quesabiendo


    17. modelos darán preferencia los usuarios porsu solidez y su peso reducido, por ser económicos y por ofrecer unaverdadera "comodidad de lectura", sin olvidar la dimensión estética ylas posibilidades de lectura en tres dimensiones


    18. Por supuesto, este tipo de traducción no podría equipararse con latraducción de un traductor literario profesional, pero sería un primerpaso para los lectores que quisieran explorar nuevas obras, sin conocerel idioma de éstas, y quizás después contratar a un traductor literarioprofesional para ofrecer una traducción de calidad


    19. acertaba a descubrirque pudiese esto ofrecer el menor inconveniente


    20. tristes las que, comerciando con el amor, han de ofrecer

    21. afeccióncardíaca, que podía con el tiempo ofrecer caracteres


    22. apostarían ellos contra las pesetas quepudieran ofrecer aquellos


    23. no puedo ofrecer a usted mi cooperación


    24. ofrecer sus buenos oficios para prepararuna solución


    25. Puedo ofrecer al lector la lista de todoslos privilegiados


    26. ] Para que se comprenda perfectamente y se sienta con viveza laverdad de lo que acabo de asentar, voy á ofrecer al lector un cuadro delcual se vayan eliminando sucesivamente determinadas


    27. ] Se observará tal vez, que no hay necesidad de trasladar al objetolas condiciones del sujeto, y que por lo mismo, aun siendo el objetosimple, se puede ofrecer al sentido; pero esto es cambiar el estado dela


    28. movido además por el deseo, por el cariño y hastapor la obligación en que se creía de ofrecer


    29. conviene ofrecer a los que mendigan en coche decuatro caballos


    30. ofrecer la copa a los dioses

    31. La representación no se limita a ofrecer al pueblo un trasunto de lapasión y muerte de Cristo y


    32. En el seno de la confianza, de laamistad honrada y pura, yo puedo ofrecer lo que me


    33. cuandodebiera ofrecer el más singular de los atractivos, el de un


    34. Quería ofrecer á los hijos ejemplos de


    35. alma elevada, como la diría en tiempos de martirio;deseaba ofrecer la existencia por el bienestar


    36. ofrecer á losenemigos, si es que le seguían, la ocasión favorable


    37. Ofrecer à Dios con frecuencia todas las privaciones yfatigas


    38. mientras lo que en realidadhacía era ofrecer los fósforos y


    39. ¿Eres tú el Dios a quien debemos ofrecer holocausto?»


    40. 3 por causa de la cual deba, así tambien por sí como por el pueblo, ofrecer

    41. breveeternamente felices en el cielo, con sólo ofrecer de buena


    42. Bernardo se levantó para ofrecer el asiento al coronel Bembo; peroéste,


    43. El sueldo quepudieron ofrecer


    44. en las casas delInca, los señores de la ciudad le fueron á ofrecer


    45. Muy a disgusto mío tuve que ofrecer mi cooperación para tantriste servicio, y


    46. ofrecer lo que en manera alguna puedo ahoracumplir


    47. Ofrecer un plato con plumas, significa lo que significaba ellego


    48. pueblo debiera ofrecer á la consideracion pública


    49. hubieran puesto á Magallanes en el caso de ofrecer sus serviciosal Monarca español, al cual cumplió como bueno, no sólo con eldescubrimiento del paso del Sur, Tierra del Fuego, Continente de losPatagones,


    50. autoridades, que en el tiempo que residióen las islas, fué objeto de cuantas deferencias y atenciones se lepudieron ofrecer, á pesar de los escasos recursos de la localidad










































    1. que tambiénsacrificas y ofreces en holocausto


    2. Fingiendo el loco, la grandeza ofreces


    3. —¿Por qué me lo ofreces? —preguntó


    4. –¿Qué me ofreces? – Observé su esbelta figura inclinada hacia delante; con un brazo mantenía abierta la puerta del frigorífico mientras con la otra mano tanteaba entre unas latas en las bandejas


    5. –¿Por qué no se la ofreces y lo compruebas?


    6. No estoy seguro de que se ría por el aspecto que ofreces o ante los honorarios que piensa pedirte


    7. -Y tú me ofreces el tuyo


    8. Y para que la gente se establezca en tu nuevo pueblo, ofreces exenciones de impuestos y libertades especiales, declaradas formalmente en los estatutos del pueblo


    9. —¿Por qué ofreces esas exenciones? —preguntó uno de los agentes de bolsa


    10. —¿Por qué les ofreces la libertad? ¡Podríamos haber vendido esos esclavos en Dhakos y obtener así cierta compensación por nuestro esfuerzo de hoy!

    11. Moonglum, que había escuchado la propuesta con incredulidad, exclamó: -¿Por qué les ofreces la libertad? ¡Podríamos haber vendido esos esclavos en Dhakos y obtener así cierta compensación por nuestro esfuerzo de hoy!


    12. ¿Qué me ofreces en concreto?


    13. –¿Te ofreces voluntaria para el trabajo?


    14. ¡Qué cena de desperdicios les has ofrecido en lugar del Pan de vida! Sí, yo sé que tú sólo ofreces; es la voluntad del hombre tomar o rechazar


    15. —Bien, entonces, ¿cuánto dinero ofreces?


    16. —Bien, y ¿qué ofreces a tus futuros investigadores? ¿Diversión? ¿Novedad? ¿La emoción de explorar lo desconocido? No


    17. Les ofreces sueldos y la garantía de que no habrá problemas


    18. En lugar de negar el cargo, ofreces pruebas contra ti misma


    19. –¿Me ofreces los mejores?


    20. le ofreces lo que le es necesario

    21. –Pero… ¡le ofreces lo contrario de su vocación!


    22. –Te ofreces muy a menudo a quienes sí pueden -me recriminó con voz seca-


    23. Lo único que me ofreces es la historia de un escarabajo que se halló en la escena del crimen


    24. Tú, como analista, ¿no estás a la vez afirmando algo? ¿Y, por lo tanto, prometiendo? Tú ofreces la esperanza de una mejora, de una readaptación, de un alivio para el tormento, como cualquier otro médico


    25. Dice que el Rey Carmesí intenta provocar el final de toda la creación con el plan de ahorro, y desde luego tiene la razón, pero creo que incluso Dinky se da cuenta-aunque no lo admitirá, desde luego-que si le ofreces a un hombre demasiado, simplemente se rehusa a creerlo


    26. –¿Por qué no se lo ofreces? Tengo su dirección


    1. dinero, pero el resultado fue lo ofrecido, el sabor fue, no


    2. Los emolumentos que comportaba el cargo ofrecido por el Pajuel apenas alcanzaban el


    3. justificación que la industria ha ofrecido a la sociedad para


    4. hayamos recibido y ofrecido


    5. Que Dorregaray andaba entratos con Moriones para rendirse, que Moriones le había ofrecido diezmillones de reales, en fin, mil indecencias


    6. He ofrecido dinero, todo el que quiera, al que me traiga la


    7. ofrecido y pedido una reparación máscompleta que la que había obtenido


    8. unas señoras un palco que les había ofrecido; palco de queel director me había


    9. á la función que le había ofrecido la Ciudad en elteatro, el


    10. ofrecido en el rio Piray osamentas de

    11. toda discreción, sin pagar, ofrecido sea al diablo, el maravedí


    12. Un negocio se me ha ofrecido, que creo que me ha de poner en desgraciadestos señores; pero,


    13. —¡Bah! bien lo ha querido y me ha ofrecido dinero


    14. de las cosas: pues con ella mas[Pg 167]bien he consignado un hecho que ofrecido un consejo


    15. duros ofrecido por su padre


    16. ocasionesque hasta hoy en día se han ofrecido de guerra a su


    17. serlo; pero, dadoque el Gobierno de su país había ofrecido un gran premio por su


    18. ha ofrecido ese caso; por el contrario, hasido con vivo placer


    19. nadie les ha ofrecido, fingen una altivezirreductible con empresarios y compositores,


    20. ofrecido tocante á la redención de mimujer é hijos y á la restitución de mis bienes

    21. Espectáculo de actividad ofrecido por


    22. de pagar lo que habian ofrecido á los judíos sus acreedores;pero lo exhausto del erario


    23. con demasiadaconciencia al servicio del lunch ofrecido ese día


    24. El compañero de viaje que le había ofrecido un cigarro en el


    25. si un labrador grueso nola hubiera ofrecido su gruesa mano y su


    26. ofrecido al vencedor se queda enAquitania en vez de cruzar el mar


    27. pero desde el momento en queentendí que era posible romperlos, se me ha ofrecido


    28. demáshabitantes del pueblo y había ofrecido su protección sin esperanza deque ella la aceptase… Y unas


    29. Escorial me ha ofrecido todo el mármol que quiera


    30. segundo virrey de las Indias, lehabía ofrecido el cargo de

    31. Don Pedro, determinado a infligir el castigo ofrecido, loaplicó en efecto cerca de una oreja,


    32. ofrecido esta remesa un añoantes; y ya por haberle informado


    33. los dos otres centavos sobrantes y sin aceptar el fiado ofrecido,


    34. ofrecido habitación encualquiera de ellas; pero Tristán había


    35. 28 Así tambien Cristo fué ofrecido una vez para agotar los pecados demuchos; y la segunda vez sin pecado


    36. 12 Pero este, habiendo ofrecido por los pecados un [solo] sacrificio para


    37. 28 así tambien Cristo es ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos:


    38. 12 pero este, habiendo ofrecido por los pecados un [solo] sacrificio, está


    39. divino de la Eucaristía,habían ofrecido la vida por anunciar el


    40. cuantas diligencias y medios ha ofrecido el vivo deseo deesta

    41. ¡Nisiquiera le había ofrecido un asiento en el coche de


    42. no la había ofrecido ni un consuelo en la terrible situación a quehabía llegado


    43. El crédito de que goza la nacion, merced á sus sabios gobiernos y excelentes é inmejorables instituciones, es el mas envidiable; y prácticamente se ha visto con motivo de la cuestion con la Prusia, habiéndose ofrecido á la Suiza por banqueros de todos los paises cuanto dinero pudiera


    44. He aquí la religión y el latrocinio como aliados mutuos, demonios vestidos con ropajes de ángeles y el infierno ofrecido como si fuese el paraíso


    45. En los tiempos del Templo, un toro era ofrecido en sacrificio ritual para el Día del Juicio, pero ¿por qué hoy, cuando todavía no había llegado el momento del Kippur? ¿Para qué se estaban preparando los samaritanos? ¿Qué acontecimiento, qué juicio?


    46. Según la leyenda, el gamo había sido preparado por Dios, del mismo modo que fue aportado por Dios el carnero ofrecido en lugar de Isaac


    47. Ése fue el pacto acordado, cuando el doctor Ortega le comunicó a su mujer que le habían ofrecido un puesto de contable en la platería de Moratín y que abandonaba la medicina


    48. Se interrogo a la reina tras separarla de su hermana y su hija; pero no respondio otra cosa sino que se habia encontrado en la escalera con una joven que llevaba un ramo de flores y se habia contentado con coger un clavel de los que le habia ofrecido; sin embargo, lo habia cogido con consentimiento del municipal


    49. No habría aceptado dinero si me lo hubieran ofrecido


    50. Desde la confesión de Abelardo después de su castración («Me han cortado la parte de mi cuerpo con la que cometí el mal que les ofende»; los sicarios del tío de Eloísa le habían sorprendido durmiendo) hasta el suicidio alevoso de Sylvia Plath, enfrentada al conservadurismo moderno, es difícil imaginar un concepto más opuesto y antitético del amor que el ofrecido por la neurociencia moderna














































    1. Juan de la Cueva viene á decir, que el haberse mudado las leyes de lacomedia, no proviene de que falte en España instrucción ni talentosuficiente para seguir tan antigua senda; sino que, al contrario, losespañoles intentaron ajustar esas reglas á las distintas necesidades desu época, y sacudieron la traba de encerrar tantos sucesos diversos enel espacio de un día, pues sin rebajar á los antiguos poetas, y á losgriegos y romanos, sus imitadores, sin despreciar lo mucho bueno, quehicieron, se debe confesar sin embargo, que sus comedias son cansadas, yno tan interesantes é ingeniosas como debieran; y de aquí, que cuando seaumentaron los talentos, mejoraron las artes, y se imprimió en todo másvasta forma, se abandonó también el antiguo estilo, prefiriéndole otronuevo y más adecuado á su época, como hizo Juan de Malara en sustragedias, separándose algo del rigorismo de las antiguas reglas, aunqueno falten quienes sostengan que el mismo La Cueva traspasó los límitesde la comedia, ofreciendo juntos en el teatro reyes, dioses y vilespersonajes, suprimiendo un acto de los cinco, y convirtiéndolos enjornadas


    2. parecían nadar dentro de las suyas, ofreciendo, por esa razón, un aspecto rechoncho y poltrón


    3. ambos optimizarían sus anuncios (por ejemplo, ofreciendo


    4. Jacinta, entanto, quería llegar a un arreglo ofreciendo la mitad; mas Guillermina,que le adivinó en el semblante sus deseos de conciliación, le impusosilencio, y levantándose, dijo:


    5. «Lo que yo sé—afirmó con acento patético, ofreciendo el palillo a laadmiración de sus amigos—, lo que yo sé es que esto está muy malo


    6. que han concurrido al Congreso general, ofreciendo que


    7. Ulises cree que podrá huir fácilmente de la culpa de su loca arrogancia, ofreciendo un sacrificio a Zeus, pero Zeus rechaza la oferta


    8. Muchachos desarrapados rompían las oleadas del gentío, ofreciendo lavida de Lagartijo en


    9. intimaba la rendicion, ofreciendo una honrosísimacapitulacion á los que defendian este punto; pero el


    10. por el azar y lo intentan evitar ofreciendo a los sujetos

    11. Los cónyuges simulan lapaz sin estar hechas las paces, ofreciendo


    12. medio del mismo capitan Sepé acerca de la lista de los cautivos, ofreciendo los caballos y mulas de su


    13. ofreciendo al taumaturgo de Bohemia, San Juan Nepomuceno, una funcion el dia de su fiesta: y


    14. doña Luz cediera, ofreciendo gustosísima su casa paraque en ella viviese el Padre


    15. ofreciendo a Dios el espíritu,entregaban la materia al dolor,


    16. Ofreciendo los billetes á puñados, seguían durantehoras enteras


    17. cuando algúnadmirador salía al balcón ofreciendo el jarro á su


    18. ofreciendo un duro por un real, en favordel guipuzcoano


    19. ordenación general, no ofreciendo de ello ningúnvestigio las


    20. honras en la palabra, ofreciendo la dispensaciónde otras más efectivas, el collar{288}de la Orden

    21. admiracion la cortesía de Roger, y Andronico la celebró, y honrócon otra más señalada merced, ofreciendo á Roger título de César, uno delos mayores de su Imperio; con que entre ambos quedaron obligados, y


    22. muerteen poder del Emperador Andronico, el cual tentó el medio mas eficaz quepudo, ofreciendo á ciertos


    23. ofreciendo el combate a las fuerzasdisciplinadas de las ciudades, si se sienten


    24. á medida quese vayan ofreciendo segun el órden de materias, establecer mi opinion,apoyarla del


    25. Eso es lo que él está ofreciendo"


    26. destapó botellas y ordenó lasfilas de cañas, ofreciendo estos


    27. Rafael intervino, ofreciendo un carro del cortijo


    28. de la destrucción, ofreciendo a Maltrana los conejos paraque los tentase


    29. En la parte baja de la Ribera pululaban los golfos ofreciendo «lasbuenas botellas


    30. —¿Qué hay?—preguntó la labradora ofreciendo un asiento al almadreñero,que

    31. juntanunos á otros los carneros para calentarse durante las noches deinvierno, Achicándose, ofreciendo


    32. A pesar de que hablaba de su hambre, apenas tocó los distintos platosque le fué ofreciendo la criada de la casa


    33. seriedad, y luego, ofreciendo a las miradas deRosalía la rosca formada con sus dedos,


    34. Los vendedores de la tierra pasaban ofreciendo cajas de


    35. Algunos vendedores ibande un lado a otro ofreciendo hamacas


    36. lomismo que una tropa de soldados viejos, y ofreciendo en el


    37. El comandante apartó y amontonó los papeles, ofreciendo los


    38. arqueaba el codo ofreciendo a Nucha el sostén de su brazopara subir la escalera; y siendo ésta


    39. bigotes, teníasu puesto en la puerta del restorán, ofreciendo


    40. mediodesvanecida, entornando los ojos y ofreciendo su boca

    41. Enfrente el suelo se deprimía poco apoco, ofreciendo


    42. ofreciendo ejemplos dignos de imitacióna todas las almas aficionadas a la caridad


    43. tiposevillano, ofreciendo la graciosa redondez del tipo itálico


    44. jabón, para ir de tienda en tienda y de casaen casa ofreciendo el


    45. 7 El cual en los dias de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con granclamor y lágrimas al que le podia


    46. 7 El cual en los dias de su carne, ofreciendo ruegos y suplicacion con granclamor y lágrimas al que le podia librar de la muerte, fué oido de [su]miedo


    47. losconvertidos, ofreciendo sitio cómodo para fundar en él una


    48. las manos, sepuso de rodillas delante de ella ofreciendo la


    49. mugeresdel Regente y algunos Ministros, ofreciendo emplearlas despues en lastareas mas humildes del


    50. ofreciendo dirigir al Altísimo los mas solemnes votos porla felicidad de quien les habia restituido en la













































    1. Pero no diré que no si os ofrecéis a llevarme


    1. Ofrecí la mejor habitación a Milos, a los demás les


    2. Cuántas cosas que pensé cuando lamiendo helados, compañero diario para dar largos paseos! Y cuánto tiempo se demoró esa chica dulce cuando le ofrecí un plátano: y era amante tan casto de la naturaleza, que le parecía una lástima que consuma la fruta, Él me miró y me lamió la parte superior de la banana, y luego se metió en la boca sin morder ella, entonces el excitado con la punta de la lengua


    3. Para iniciar las paces ofrecí la otra tarde un té en mi casa, principiodel tratado que


    4. Ofrecí el sacrificio demis pasiones por la felicidad de Antonio


    5. Ofrecí mi brazo a la joven y nos dirigimos al comedor


    6. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles que viesen el autor dellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos


    7. Le ofrecí un pañuelo, que aceptó con fervientes manifestaciones de agradecimiento


    8. Yo, más conocedor del carácter inglés, escancié una fuerte dosis de whisky con seltz y se lo ofrecí al inspector, quien en seguida se reanimó un poco


    9. - Parecía dispuesto a hacer un trato conmigo y le ofrecí dinero


    10. Me ofrecí para buscarle

    11. Yo fui a buscar los emparedados y los ofrecí a las otras dos


    12. Y yo me ofrecí a él


    13. Como algo he aprendido en los años que llevo escribiendo -al menos he aprendido a no repetir los mismos errores, aunque siempre invento nuevos-, le ofrecí a mi marido mis servicios de editora


    14. Me ofrecí a ayudarle pero me lo prohibió


    15. Viéndome perseguida sin motivo, me hice partidaria del Príncipe de Asturias, ofrecí mi auxilio a los conspiradores, y tengo la satisfacción de haber servido eficazmente tan noble causa


    16. Al punto ofrecí al general el mío, quedándome a pie


    17. Lahssan me confesó que estaba muy interesado en los eventos que iban a desarrollarse en Caracas los días sucesivos, y yo me ofrecí para cubrirlos como fotógrafo y camarógrafo


    18. Como en Monçáo, como en Esposende, como en la Beira, como en cualquier otro punto de este País en el que todo se inclina hacia el mar, en el que se siente la presencia de las olas en las hebras de las espigas, y entonces me pregunto cómo es posible habitar en un sitio que no es otra cosa que la resaca de la bajamar, las olas se retiran y abandonan un manojo de calles, un monolito y una plaza, las olas se retiran y abandonan un hotel, una prisión, un barrio, una misa de campaña, un velatorio, las olas se retiran y nos abandonan a nosotros, a la mesa, mientras comemos los grelos y la merluza de la cena, las olas se retiran y me abandonan a mí, en busca de Johannesburgo en la vivienda desierta, en busca de la cantina de los domingos y de la cerveza que me recuerda la infancia, que me recuerda las jaras, los sauces y los bueyes de cerámica del Miño, las olas se retiran y abandonan a un hombre con grabadora en bandolera, incapaz de volar, mientras me pide hacerme preguntas y mira desde el felpudo, desconfiado, el casco y el pico, y yo, cansado de no tener a nadie a quien contarle todo esto, cansado del sol y tan ansioso por desahogarme que finalmente, estimado señor, regresaba en barco, escondido en la bodega como la primera vez, a Johannesburgo y a Solange y a la mina, regresaba a las vagonetas que cargan pedregullo a trescientos metros bajo tierra, lo hice pasar Entre, entre, lo conduje a la sala, le ofrecí el sillón, me acomodé en el sofá, creí ver por la ventana al dueño de la cantina que me extendía una botella, pero no, era una morera que agitaba sus hojas, y dije, golpeando con la punta de la herramienta en la alfombra, ¿No le parece que hay demasiado mar, no le parece Portugal un desperdicio de agua?


    19. Un día, el director quería que se hiciera una serie de artículos sobre la mendicidad en la capital, y yo me ofrecí voluntario para hacerlo


    20. Era nuestra única posibilidad, ya que no podíamos esperar abrirnos paso peleando, con todas aquellas mujeres y niños, por lo que me ofrecí voluntario para ir al encuentro del general Neill y explicarle el peligro que corríamos

    21. No ofrecí ninguna explicación del porqué de mis acciones, puesto que sabía que eso surgiría en el cuestionario posterior


    22. Le ofrecí una habitación durante el tiempo que quisiera


    23. Les ofrecí la posibilidad de jactarse ante sus amigas y de verse envueltas en escándalos, representando papeles de grandes seductoras; pero, ¿sabe que para ello se sigue un sistema exactamente igual al que siguió usted en su proceso? Si desea anular cualquier clase de fraude, acomódese a él literalmente sin añadir nada propio con lo que disimular su naturaleza


    24. Y se lo ofrecí


    25. –¿Necesitas ayuda? – ofrecí, dejando las prendas en la cama


    26. Yo saque una petaca del interior de la chaqueta y le ofrecí un trago, y si bien eso resultó tener un gran efecto en su predisposición, no sirvió para que la máquina funcionara mejor


    27. no supo apreciar lo que le ofrecí


    28. –Compré mi libertad, trabajé en el comercio, gané lo suficiente como para obtener el rango ecuestre y me ofrecí para puestos útiles de la administración


    29. Enganché de un extremo la rosada maldición y se lo ofrecí a Parks por el lado contrario


    30. –Siempre a tu disposición -me ofrecí

    31. Ofrecí servir a Madame Preece, pero ésta no me lo permitió


    32. Claro dijo la mujer, en él pensé al principio, cuando ofrecí mi ayuda


    33. Instamos vivamente; ofrecí una vez más a mis hermanas dejarles en posesión total y segura de la herencia de mis padres


    34. Ofrecí mis servicios como orientadora voluntaria… no en un sentido profesional, sino como alguien que podía sintonizar y hablar con ellas de sus miedos


    35. –¿Quieres que lo agarre? – ofrecí


    36. Le ofrecí una coca y nos fuimos caminando hacia la locación


    37. Le ofrecí una copa y aceptó, sin sentarse, a pesar de mi reiterada invitación a que lo hiciera, y me siguió por la casa, con una distraída mirada por los objetos y los muebles, por las fotos, mientras yo abandonaba el abrigo y el bolso en mi habitación y disponía las copas en la cocina


    38. Le dije a Ero Shan que trajera el cuarto de buey, salté al suelo y al dar a Mor las gracias le ofrecí


    39. Yo les di dignidad ante el mundo, les ofrecí a todos un trabajo útil, un salario que los hizo inde pendientes, los convertí en hombres capaces de dirigir sus propias vidas


    40. Por eso le ofrecí a David pagar mi deuda

    41. —Para eso se usan las herramientas que hoy le he comprado a don Agustín —apuntó el señor Juan muy complacido—, que será banquero y todo lo que se quiera, mas lisio no lo es mucho, el pobre, pues podría haberme sacado hasta dos mil escudos, que las herramientas los valen, y sin embargo cuando le ofrecí mil, se conformó


    42. Les ofrecí mi ayuda


    43. Me sorprendió experimentar esa agradable sensación de reencontrarme con un viejo amigo, y le ofrecí mi mejilla para que la besara


    44. Vino a mi habitación directamente de la peluquería y, tras admirar su peinado y pensar en abrazarla largamente, le ofrecí unas copas y empezamos a hablar


    45. –Me ofrecí a jurar y hubiera tratado por todos los medios de mantener el juramento


    46. Le ofrecí un cigarrillo de los míos y le prendí fuego con el encendedor


    47. Fui a la cocina, le serví Courvoisier en la copa, volví a la sala de estar, se lo ofrecí


    48. Ofrecí al muchacho un cigarrillo, llevando a cabo una operación innecesariamente complicada para encender el suyo y el mío, a fin de romper su cuenta


    49. Ofrecí una recompensa, y recibí noticias de algunos que fingieron interés


    50. Yo me adelante, cogí una silla al otro lado de los cortinajes y se la ofrecí





































    1. ordinaria,principalmente de la de las clases más bajas del pueblo, le ofrecía unasunto bastante; y esto, aunque por sí de poca importancia, sabehacerlo agradable por la sencillez, fidelidad y naturalidad de laexposición, derramando de paso tal y tan tranquila amenidad, que sólo esdable lograrlo á los nacidos para eso


    2. Al paso que Madrid se elevaba alprimer rango entre las ciudades de España, ofrecía también á lascompañías de cómicos mayores atractivos para permanecer en ella, y comoconsecuencia de esto, pedía un repertorio más completo que el quellevaban en su vida errante, puesto que cuanto más numerosas y nuevaseran las obras dramáticas, más considerables eran también los ingresosen la caja de los directores y de los hospitales


    3. Milos ofrecía el aspecto de quien se cura in promptu de un


    4. entereza moral, la cual ofrecía, bien es verdad, alguna que otra mancha, pero el hueso no


    5. apreciar bien el efecto que produjo en él la oportunidad que se le ofrecía de colaborar, con ese


    6. Envuelto en pacas de humo blanco, ofrecía la imagen del jefe


    7. explicó que me entregaría un itinerario de vuelta, el cual no ofrecía más que una


    8. los profanadores, y el rey pudo leer una inscripción en el primer dintel que se le ofrecía


    9. ofrecía un refresco en señal de reconciliación, pues nos


    10. Eso era lo que se ofrecía a sus cavilaciones

    11. Ofrecía sus arcas generosas


    12. A ello debe agregarse el hecho de que la situación en Venezuela no ofrecía condiciones para proseguir allí una campaña


    13. Comenzó por esgrimir las primeras lanzas románticas, demostrando una fervorosa inclinación por el bello sexo, que aunque se le ofrecía bajo el abrigo de largas enaguas y aflecados pañolones, le brindaba las experiencias de un noviciado que fue el preámbulo de su vida disipada y bastante libertina


    14. ensayo sobre la teoría de la visión, en el que ofrecía una solución


    15. La calle con su bullicio y ladiversidad de cosas que en ella se ven, ofrecía gran incentivo a aquellaimaginación, que al desarrollarse tarde, solía desplegar los bríos deque dan muestras algunos enfermos graves


    16. A la vista, después de vestida, ofrecía gallardoconjunto; pero tras de la ropa, sólo la mitad de su seno era de carne;la otra mitad era insensible y bien se le podía clavar un puñal sin quele doliese


    17. Y cuando el destino le ofrecía el goce de una existencia bella,sosegada, cómoda; cuando su talento reconocido y su grandeza deespíritu, le daban asiento firme entre los que ya podían echarse adescansar, formó con su vida una flor, y la puso a los pies de lapatria


    18. de plata, ofrecía más bien todo el aspecto de un devocionario


    19. negó detodo punto a recibir la gratificación que yo les ofrecía


    20. Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente porsu cuarto, que ofrecía el

    21. Y ofrecía un cuadrado de papel azul con el cierre intacto


    22. (sólohabía en ella cuatro cubiertos) ofrecía esplendidez


    23. desgraciada rapidez, y en los meses de primavera de 1812, lapoblación ofrecía el


    24. cuadroque ofrecía la religiosa festividad


    25. la ocasiónque se les ofrecía de alcanzar libertad, no la procuraran, procurandoromper la cadena


    26. yacetaron la merced que se les ofrecía


    27. ofrecía, dejaba Anselmo deacudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los


    28. cosa aun embarcarse en lamitad del día; y que la dificultad que se ofrecía mayor era que los


    29. estodel regalarse cada y cuando que se le ofrecía


    30. pecadores en elteatro, y que, según ella le ofrecía, en el punto

    31. másaccidentado que en la actualidad; la graciosa sucesión de fisuras y decharcos, no ofrecía más que una


    32. brazo que el duque la ofrecía


    33. Por otro lado, no obstante, suimaginación, fecunda en atormentarla, le ofrecía mil motivos deaflicción y de ira


    34. elinterés que el tema ofrecía


    35. del mar, que con los rayos oblicuos del solnaciente, ofrecía un


    36. Pero aun entonces ofrecía la aldea


    37. Ofrecía, por la estaciónen que nos hallamos,


    38. El hijo escribía de tarde en tarde: laría ofrecía cada vez


    39. ofrecía misterioy encanto singulares para los lacienses dotadosde imaginación, en


    40. Medoc, del que meseparaba el río, ofrecía una calma sombría; y

    41. Mientras estuvo ese sitio encerrado en su conchainterior, ofrecía


    42. laexistencia de cierto individuo que ofrecía en sus funciones vitalesalgunas anomalías


    43. en la primera ocasión que se ofrecía


    44. y llorado porella, me ofrecía encantos sin cuento y me inspiraba


    45. aficionadoal estudio y observación de los caracteres, no ofrecía duda que lacondesa de


    46. ofrecía grietas donde apoyar lospies


    47. los puntos que deseaba,siempre que se le ofrecía una oportunidad


    48. cuyapresencia estaba anunciada y que ofrecía á los invitados de Harvey unatractivo poco ordinario


    49. y le ofrecía para presentarlo al Congreso; medidasde protección para los exportadores


    50. La ofrecía la imagen inspirada por su tristeza











































    1. atropellada eclosión de visiones que me ofrecían en movimiento aquel cuerpo empinado y


    2. ella no sucumbiría jamás a sus anhelos, y se le ofrecían en ese


    3. tipo y color, que una vez colocados en un tubo de plástico, se ofrecían a los


    4. Las dos ofrecían un seductor grupo mirándose en el espejo del tocador,despechugadas, con los


    5. y ahorale ofrecían como recompensa un puesto de


    6. en las que ofrecían premios de importancia á losagricultores que hicieran mayor


    7. ellos una cosa buena:que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento


    8. sinapelación posible, eran propiedad de las dos, nos ofrecían cincomillones


    9. Todos los días me ofrecían unaPresidencia del Consejo


    10. Á uno y otrolado se veían algunas tiendas poseídas por expenados y que ofrecían á lapoblación objetos de utilidad ó de lujo

    11. por entre la nube de cocheros que le ofrecían sus serviciosfrente al gran palacio de


    12. Grandes árboles ofrecían sólo aflicción, tristeza y melancolía: el canto de los pájaros


    13. Estos jóvenes, al lado de Juan, ofrecían un visible


    14. hoguera, ofrecían un aspectopavoroso


    15. las ofrecían una copa después deinnumerables pellizcos y


    16. no estaban en el poder daban reunionesallá en su finca de la Mancha y ofrecían espléndido


    17. habitaciones ofrecían el desorden másartístico que es posible imaginar


    18. Las tablas, viejas y resquebrajadas portodos lados, ofrecían en algunos


    19. compraría al día siguiente, pues había sentidorepugnancia por las que le ofrecían en el


    20. tinieblas ala viva luz, ofrecían el más extraño espectáculo

    21. Tal era el aspecto que ofrecían aquellos desgraciados bajo la inmensabóveda de los


    22. ofrecían a velarle en caso de necesidad


    23. hospitalidadque los Marqueses les ofrecían en el Vivero por aquella noche


    24. estuvoen las Indias, que imprimió todo cuanto le ofrecían


    25. criados, vestidos debuhoneros alemanes, ofrecían las chucherías


    26. Ofrecían el aspecto de siempre, pero detrásde ellas se estaba


    27. aprovechó labuena ocasión que le ofrecían los herederos,


    28. que ofrecían susangre á Francia


    29. Ofrecían en cestas y bandejas sus obsequiosá los soldados: pan,


    30. que les ofrecían las mujeres, picoteando con deleite las

    31. «Selas ofrecían sin rencor y sin


    32. interesanteestratificación, cuyas diversas capas ofrecían en el corte los másvariados tonos y los


    33. actitudes, los movimientos y latraza de ellas eran tan distintos que ofrecían estudio


    34. inflamadas y la frente cubierta desudor, no ofrecían otra expresión que la de la


    35. ofrecían unasemejanza real con los tipos de Walter Scott, que


    36. ofrecían sus ramas para que se ahorcara


    37. caldo y la racioncita de vino, le ofrecían unaalimentación


    38. muyapresuradamente, se ofrecían a su imaginación con mayor


    39. cuandosupiese el compromiso que ligaba a Luis con Pepita, se ofrecían al ánimode D


    40. parecía creer que el incienso y las genuflexiones se ofrecían a

    41. riesgos que se les ofrecían porque corría por cuenta delcielo el


    42. decidiera a admitir una de las muchascontratas que, según él, se le ofrecían desde el extranjero


    43. estuvo un buen rato mirando elcuadro que las dos mujeres y los dos eclesiásticos ofrecían


    44. Explicó a continuación que los rollos del mar Muerto ofrecían, de un modo inesperado, la prueba de las alteraciones fraudulentas que a lo largo de los siglos habían sufrido los textos sagrados, pues, a diferencia de éstos, no los había tocado la censura


    45. En el momento en que los manuscritos del mar Muerto se escribían, el Templo se llenaba de impureza; cada mañana se ofrecían sacrificios por la salud del emperador y cada día la morada divina se arrebataba un poco más a su Dios, el Dios iconoclasta


    46. Las pequeñas ramas que había atado con hierbas secas y juncos ofrecían resistencia y hasta parecían chisporrotear cuando les pasaba la mano por encima


    47. Los de Horche, el día de la Candelaria, ofrecían a Dios Nuestro Señor una torta de harina de trigo, huevos y miel, que pesaba lo menos treinta arrobas


    48. Para aquel entonces Armada sentía que todo conspiraba a su favor, y la prueba es que, sin duda aconsejado por él, días atrás Milans había vuelto a reunir a su gente o a parte de su gente en General Cabrera para asegurarle que el golpe quedaba congelado hasta nuevo aviso porque la caída del presidente del gobierno y el traslado inmediato de Armada a Madrid significaban que el golpe era innecesario y que la Operación Armada había arrancado: a la mañana siguiente de la dimisión de Suárez los periódicos se llenaron de hipótesis de gobiernos de coalición o de concentración o de unidad, los partidos políticos se ofrecían a participar en ellos o buscaban apoyos para ellos y el nombre de Armada corría de boca en boca en el pequeño Madrid del poder, promocionado por personas de su entorno como el periodista Emilio Romero, que el 31 de enero proponía al general en su columna de ABC como nuevo presidente del gobierno; tres días más tarde el Rey llamó por teléfono a Armada y le dijo que acababa de firmar el decreto de su nombramiento como segundo jefe de Estado Mayor del ejército y que preparara las maletas porque volvía a Madrid


    49. Se trataba casi de conseguir la cuadratura del círculo, y en todo caso de conciliar lo inconciliable para eliminar lo muerto que parecía vivo; se trataba en el fondo de una martingala jurídica basada en el siguiente razonamiento: la España de Franco estaba regida por un conjunto de Leyes Fundamentales que, según el propio dictador había recalcado con profusión, eran perfectas y ofrecían soluciones perfectas para cualquier eventualidad; ahora bien, las Leyes Fundamentales sólo podían ser perfectas si podían ser modificadas -de lo contrario no hubiesen sido perfectas, porque no hubieran sido capaces de adaptarse a cualquier eventualidad-: el plan concebido por Fernández Miranda y desplegado por Suárez consistió en elaborar una nueva Ley Fundamental, la llamada Ley para la Reforma Política, que se sumase a las demás, modificándolas en apariencia aunque en el fondo las derogase o autorizase a derogarlas, lo que permitiría cambiar un régimen dictatorial por un régimen democrático respetando los procedimientos jurídicos de aquél


    50. Para entonces hacía ya varias horas que el país se había despertado en medio de un cierto y tardío fervor antigolpista, los periódicos agotaban ediciones especiales con portadas restallantes de entusiasmo por el Rey y por la Constitución y de invectivas contra los sublevados y, aunque todas las ciudades recobraban el ajetreo de una mañana cualquiera de invierno siguiendo la consigna de normalidad impartida por la Zarzuela y por el gobierno provisional, en Madrid más de cuatro mil personas se agolpaban en los alrededores de la Carrera de San Jerónimo, alborotados durante la noche por bandas de ultraderechistas, dando vivas a la libertad y a la democracia; para entonces los secuestradores apenas dominaban ya la situación en el interior del Congreso: hacia las ocho de la mañana los parlamentarios se habían negado entre voces de protesta a desayunar las provisiones que se les ofrecían -leche, queso, jamón de York-, hacia las nueve los guardias civiles tuvieron que reprimir con la amenaza de las armas un amago de motín protagonizado por Manuel Fraga y secundado por varios de sus compañeros, y faltaba poco más de una hora para que Tejero permitiera la salida de las diputadas y para que varias decenas de guardias civiles se entregaran a las fuerzas leales saltando a la Carrera de San Jerónimo por la ventana de la sala de prensa del edificio nuevo del Congreso














































    1. Tú mismo me dijiste que acudías a los templos y ofrecías libaciones sólo de manera rutinaria, por cumplir con la tradición y con las normas del Imperio


    2. Alanna me explicó las condiciones que ofrecías antes de que ella viniera aquí y que eran aceptar a Darlin de Administrador, que se mantuvieran tus leyes, y todo lo demás que hay sobre la mesa, y al parecer han aceptado esas condiciones


    1. De repente, uno de los dos soportes con valentía entre ellos y exclama: "Quieres saber quién ganó? Fácil, usted los ha ganado los dos: Sfax ha ganado porque trajo la más deliciosa presa, y el derecho a la flor de la esposa de Reno, la parte más deliciosa del cuerpo; en lugar de Reno, ganado, ya que llevó el juego más grande y con él, es con gran placer que les ofrezco la mi parte más gruesa: el culo!” La armonía es restaurada y una vez más, en estos tiempos salvajes, la justicia ha triunfado!"


    2. Lo que le da mi colectividad, mi ciudad; qué ofrezco amigos; ellos nunca puedo decir te quiero hacer feliz, nunca tendrán la capacidad para hacerlo


    3. Ofrezco el brazo a Yolanda


    4. Ni la casa, ni el carruaje, ni toda laobstentación que te ofrezco, te asombren ni te


    5. Le ofrezco cincuenta millones de liras por odo el lote


    6. —También lo es el que le ofrezco


    7. y hoy ofrezco a los esperanzados aspirantes a doctores en Literatura Inglesa la


    8. Ofrezco al más recalcitrante de los criminales una remisión antes de verle colgado


    9. Y al punto exclamó uno de los ladrones: "¡Yo me ofrezco para la em­presa y acepto las condiciones!"


    10. ¡Qué vergüenza! Sé que es muy lamentable el espectáculo que ofrezco

    11. Le ofrezco su empleo, le ofrezco su paquete de acciones, se lo ofrezco todo


    12. Por eso les ofrezco una nueva versión del Corolario de Asimov, que pueden usar como guía para decidirse en cuanto a qué creer y qué despreciar:


    13. Paso las páginas del cuaderno hasta el principio y se lo ofrezco a Ethan


    14. Santísima Trinidad, Te ofrezco el más precioso Cuerpo, Sangre, Alma


    15. Toda la evidencia necesaria, así como los diez próximos años de su vida, están ahora en mi poder y le ofrezco un trato


    16. Le ofrezco una buena propina


    17. Ofrezco una buena propina


    18. –Ahora ofrezco a las galerías devolverles el dinero, descontando mis gastos, que ascienden a unas mil libras


    19. -Os ofrezco la vida -repitió Cuneglas- a cambio de la rendición


    20. –Le ofrezco poder -dijo-

    21. Te ofrezco mi espada


    22. –No dijo-, no, pero hay alguien a quien ofrezco la diadema imperial con la condición de que cumpla las promesas que he hecho a los bárbaros de las aldeas exteriores


    23. Pero me encantan estas canciones y se las ofrezco como regalo a los amigos


    24. —Te ofrezco la oportunidad de resolver el caso al tiempo que le compras una negligée a tu mujer


    25. Estas niñas deben conformarse con las pobres migajas que yo les ofrezco


    26. –Le ofrezco la manutención, el alojamiento y treinta dólares mensuales


    27. –Señor Courteney, si usted concurre a su oficina mañana con su chaleco amarillo, tomaré esto como señal de que tienen intención de aceptar mi propuesta y que las condiciones que ofrezco les resulta aceptables


    28. En sexto lugar, les ofrezco la posibilidad de que esta terrible situación a la que están sometidos finalice mañana mismo, a las 13


    29. Ofrezco cien oraciones para su seguridad


    30. –Mire, lo que le ofrezco es, francamente, un negocio redondo

    31. Tengo todavía de ella excelentes cigarrillos, algo exquisito, que no ofrezco más que en ocasiones excepcionales


    32. [305] Les ofrezco, pues, con Página 111 de 125


    33. En fin, tenga usted muy presente lo que le ofrezco; está usted como Hércules, cuya vigorosa musculatura, desgraciadamente para usted, no parece tener, en el cruce de dos caminos


    34. –Ahora bien: con el consentimiento de su madre es a Luisa a quien ofrezco a los postres, como un manjar de la mesa de los dioses…


    35. –¡Los ofrezco a los cañones y las bayonetas y me quieren! A veces ya no lo comprendo


    36. —Comprendo que un gran Señor de los Hombres juzgará de escaso valor los servicios de un hobbit, un mediano de la Comarca Septentrional, pero así y todo, los ofrezco, en retribución de mi deuda


    37. Te lo ofrezco una vez más, la última


    38. ¡Inmensas reservas de material precioso! Ofrezco a Coptos un carro lleno de lingotes; a Egipto, lo que ascienda su deuda


    39. Yo le ofrezco poder


    40. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga

    41. A cambio, ofrezco un precio que es imposilble de señalar; pero ofrezco aplazar el vencimiento de la obligación suscrita por la señora Hansen, aplazarla por un año o dos años


    42. –Os ofrezco el alimento de la verde cosecha -cantaron todos a una, y Eddie sintió que un escalofrío le recorría la espalda y que los ojos se le anegaban en lágrimas


    43. Me ofrezco a ser quien los acompañe


    44. Ofrezco una recompensa a quien lo encuentre: las 3


    45. Estoy hablando a la razón y al corazón; te ofrezco un contrato que no será ni más mezquino ni más noble que la mayoría de los acuerdos que se establecen entre dos personas


    46. Y yo te ofrezco esa belleza, esa armonía que me ha regalado el Creador, que es también un castigo, ¿y tú sigues sin decidirte, diciendo que es poco y al mismo tiempo que es mucho? ¿No tienes miedo, Giacomo? Tú me conociste cuando era una adolescente, me llamaste «flor salvaje», permitiste que el conde de Parma me comprara y escapaste porque tenías miedo, porque sigues teniendo miedo de mí, de la verdadera mujer de tu vida, de la plenitud


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    ofrecer in English

    offer proffer <i>[formal]</i> hold out bid tender for

    Синонимы для "ofrecer"

    prometer dedicar consagrar proponer invitar convidar