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    Используйте «presionar» в предложении

    presionar примеры предложений

    presiona


    presionaba


    presionaban


    presionado


    presionan


    presionando


    presionar


    presiono


    presionábamos


    presioné


    1. El más viejo buscando presiona un botón generales y espera pacientemente a que el ascensor llegue


    2. Con ese dinero la asociación cuida los jardines de los cruces, exige a los propietarios que no corten árboles sin que haya una buena razón para hacerlo, revisa los planes de edificación para velar por que no se construyan casas antiestéticas o exageradamente grandes, resuelve disputas entre vecinos y presiona a los cargos municipales sobre cuestiones que afectan al barrio en su conjunto


    3. Pero después empezaron a aprender con rapidez, hasta el punto de que la propia Home Depot presiona ahora a sus proveedores de Chile y Sudáfrica para que adopten los criterios del FSC


    4. [Una de sus manos esqueléticas se cierra en un puño, y con la otra presiona el botón de “automedicación


    5. Baja a una posición donde tus muslos estén aproximadamente paralelos al piso, luego presiona hacia arriba a la posición de inicio


    6. La punta del arma presiona firme, implacable, se obstina contra mi oscura diana, misil bien dirigido


    7. –No eres tú quien presiona, sino la compañía de seguros


    8. Un cielo plomizo presiona las copas de los viejos plátanos; el aire es húmedo y pegajoso


    9. ’ Presiona dos veces el botón del intercomunicador y va a la puerta


    10. Presiona la nariz de la estatua que tienes detrás, oh rosado melocotón del amanecer en el desierto, tú cuyas nalgas son como piedras preciosas

    11. —Colin presiona sus dedos enguantados en un brazo, una pierna, y toma nota del blanqueo—


    12. ¿Qué grada hace los surcos más profundos? Es fácil comprender que penetrarán más en la tierra los dientes de aquella grada sobre los cuales presiona una fuerza mayor


    13. La película de la pompa de jabón está siempre tensa y presiona sobre el aire contenido en ella


    14. Pero, cuando se les presiona un poco, todos insinúan que ustedes metieron la mano en estas desapariciones


    15. A diferencia de las Aes Sedai, que hacen todo lo posible para asegurarse de que las mujeres a las que enseñan no avancen demasiado deprisa por considerarse peligroso, a los Asha'man se les exige muchísimo y se los presiona desde el principio, en especial a que aprendan a usar el Poder como un arma


    16. Seguramente, estarán hasta arriba de trabajo y reaccionarán mejor con la gente que los presiona


    1. En tiempos de Wang An-shih, la Escuela de la Administración de K'ai Feng presionaba rigurosamente a los jóvenes alumnos


    2. ¿Lucharían hasta el último aliento? ¿Se asustarían? ¿Acabarían huyendo si se les presionaba lo suficiente? ¿A qué juramentos y hechizos estarían sometidos para obligarles a luchar?


    3. Buscó la llave y la introdujo en la cerradura, y mientras con el hombro derecho presionaba la puerta la fue girando lentamente hasta que el pasador, obligado por el muelle, se descorrió; el eco del ruido resonó en el pasillo del planchador y a Catalina le pareció un trueno en medio de la tormenta


    4. El doctor Craddock me miró un instante mientras presionaba el estetoscopio en el pecho de Sarah


    5. Extendió su mano hacia mí y me entregó un sobre que, momentos antes, mientras yo le presionaba, había sacado del interior de su vieja carpeta de cartón


    6. Dentro de este bando liberal se destacaron dos corrientes, la oficial, muy moderada, y la progresista, que presionaba para la liberalización del país


    7. No sabía qué pretendía hacer Effing con esta autobiografía (en sentido estricto, esto ya no era una necrología), pero evidentemente tenía mucho interés en que saliera perfecta y me presionaba para que realizara nuevas revisiones, regañándome y gritándome cada vez que le leía una frase que no le gustaba


    8. El hielo presionaba el barco


    9. Mientras lo presionaba miró la hora


    10. Con los dos brazos presionaba el cuerpo inerte contra sí

    11. Rashid levantó la cabeza y vio a Pepa que se incorporaba con esfuerzo y sostenía triunfante el cuchillo en la mano, mientras Carlos se presionaba el muslo con las suyas entre gemidos


    12. Tenía las manos cerradas en un puño, que presionaba contra su cara, como si la falta de visión pudiera hacerlo desaparecer


    13. –No es posible -se decía Nemenhat mientras presionaba con fuerza sus oídos-


    14. De la orden de los constructores salían los albañiles y los carpinteros, que se encargaban del mantenimiento de las torres y fortalezas; los mineros, que cavaban túneles y trituraban rocas para empedrar caminos y senderos, y los leñadores, que despejaban la maleza siempre que el bosque presionaba demasiado contra el Muro


    15. Y, mientras presionaba a Lloyd para que le contara su visión, había hecho lo


    16. ¿Se iba a quedar con el bebé? ¿Todavía lo presionaba para que se casaran? ¿Realmente Nezar la amaba? Procedían de culturas diferentes y los matrimonios mixtos casi nunca funcionaban


    17. Aquí permanecía un rato mirando al árbol con la viva imagen del sufrimiento; pero en un instante, recibiendo su inspiración, corría de nuevo hacia él y agarrando con las dos manos el tronco, una más arriba que la otra, presionaba las puntas de los pies contra el árbol, extendiendo sus piernas hasta quedar casi horizontal y su cuerpo doblado en arco; luego, alternando manos y pies, ascendía con gran rapidez y, antes de que uno se diera cuenta, ya había llegado al gran racimo de cocos


    18. –Tenéis mi autorización -dijo, mientras el hielo presionaba contra la nave, haciendo crujir los maderos


    19. Había perdido la linterna y las tinieblas eran totales, a medida que la tierra lo presionaba debajo de su diminuto refugio


    20. Para intimidar al intruso, el agua presionaba con fuerza mis tímpanos

    21. Pero Prabha Devi era ajena a todo salvo a la delicia del agua que se deslizaba entre los dedos de sus pies y se presionaba contra ella con un abandono rebelde


    22. Frunció el ceño cuando comprendió mis palabras al tiempo que cerraba los ojos y presionaba sus sienes con los dedos


    23. Quinn, por otra parte, presionaba su boca en una línea tan sombría que no le pudo haber entrado un alfiler


    24. La erección de Perdicas ahora presionaba contra el cuerpo de la bactria, y el dolor era doble


    25. Los pedazos de jamón estaban tan tiernos que se deshacían cuando los presionaba contra el paladar con la lengua


    26. Mientras subían los ocho pisos, Jessie presionaba con fuerza su brazo contra el de Alex


    27. Danzando salvajemente hacia arriba, abajo y a las bandas, no oíamos en la obscuridad sino el ruido de la tormenta ululando en los mástiles y la jarcia, mientras el viento huracanado presionaba con fuerza aplastante sobre los elásticos mamparos de la caseta, hasta el punto que temimos la arrancara de cuajo


    28. Krin torció el gesto mientras presionaba el hierro contra la piel de Alleg, y unas lágrimas de rabia se agolparon en sus ojos


    29. Fane le presionaba un trapo húmedo en las heridas más graves


    30. Las cosas le habrían ido muy mal si Hron no se hubiera dado cuenta de que un cuchillo de cocina le presionaba la garganta

    31. Conocía a los constructores mucho mejor que ella, y sabía que cuanto más se les presionaba, más inconstantes se volvían y más se dispersaban en todas direcciones


    32. sido inmerso en una tibia tina mientras el agua se presionaba contra m,


    33. Su grueso pene presionaba la parte posterior de mi garganta, los labios y las mandíbulas me dolían mientras intentaba chuparlo correctamente


    34. El Gran Comedor se quedó en silencio, un silencio que presionaba los tímpanos, un silencio que parecía demasiado inmenso para que las paredes lo contuvieran


    35. Ricardi ponía los dedos sobre sus rodillas, presionaba unos instantes y la mujer, como enloquecida, se levantaba y salía corriendo, abandonando su silla de ruedas


    36. A medida que Enrique presionaba al pobre Papa, éste se vio obligado a prevaricar


    37. A la derecha de Kratos, el gigante Trescuerpos resoplaba y presionaba con su escudo contra el muslo de aquel coloso que casi lo triplicaba en estatura


    38. Si a esos problemas internos, añadimos que la intrigante Cleopatra presionaba a Marco Antonio para que invadiese el país, no es extraño que Herodes buscase un confortable y seguro refugio


    39. El plazo fijado por el Gobierno chileno tocaba a su fin, y el comandante del aviso presionaba para solucionar aquel asunto


    40. La Red quería eliminar a alguien que presionaba para conseguir la exhumación del cuerpo de Danny

    41. En Inglaterra el público se sentía disconforme con la situación creada y presionaba al Gobierno laborista para que abandonase el mandato


    42. Las puertas, ya desencajadas, no soportaron por mucho tiempo el peso de aquella multitud que las presionaba desde el exterior y de repente, con un espantoso crujido, los anclajes laterales cedieron, cayendo con estruendo al suelo


    43. No presionaba con ellos, tan sólo los deslizaba


    1. Los gritos del postillón y el chirrido de las zapatas del freno, que obligadas por el trinquete que manejaba el auriga presionaban los aros metálicos de las ruedas, obligándolas a reducir el ritmo de la marcha, le indicaron que llegaban a su destino


    2. Durante los siglos IV y v, Roma vivió en casi constante estado de guerra contra los bárbaros, que presionaban las fronteras del Danubio y el Rin, y contra los partos de Oriente


    3. El desertor, si no le presionaban, no iba a decirle nada importante, sólo que Gomes había ordenado que su regimiento regresara a la costa


    4. Las naves de Helium presionaban cada vez más acercándose a las de Jahar


    5. La había visto antes, en las últimas semanas de la Guerra Insectora, mientras le presionaban más allá de los límites de su resistencia y le hacían jugar una batalla tras otra en un juego que no era tal


    6. Cuanto más avanzaban, más los presionaban las rocas a cada lado


    7. Cuatro de los soldados Dragón presionaban con sus cascos las esquinas de la puerta


    8. » Y si le presionaban para que abundase en aquella afirmación y dijese a quién quería más, su respuesta era siempre la misma: «Quiero a mi hermano


    9. Desde luego, entre los presentes se encontraban algunos que necesitaban con desesperación una medida radical como aquélla ahora que los prestamistas presionaban para que se les pagasen las deudas completas -incluido César, el nuevo pontífice máximo-, pero había pocos que no llegasen a comprender las espantosas repercusiones económicas que llevaría consigo una cancelación general de las deudas


    10. Ahora, le presionaban tanto que apenas si disponía de sitio para maniobrar la espada

    11. Sus dedos presionaban el paño y se movían sobre él, una y otra vez, suavemente, mientras su joven marido la miraba


    12. Sus padres tampoco le presionaban


    13. Los que también presionaban fuerte y de manera indiscriminada a todos los gobernantes eran los grupos de activistas, los medios de comunicación, y la sociedad en general La reacción que suscitó un decepcionante encuentro de líderes en Barcelona semanas antes de la cumbre fue un claro «Os estamos observando de cerca; no penséis que podéis torearnos»


    14. Mientras se estudiaba y sopesaba el hado de Irlanda, los colonizadores, que habían disipado el país, presionaban ahora de todas las maneras posibles para salvar sus cuellos


    15. Algunos de los caballeros francos y suabos comenzaron a hablar primero en voz baja pero luego cada vez más abiertamente de separarse del ejército y emprender por cuenta propia el camino de regreso a su patria, mientras que los leales presionaban al emperador para que tomase una decisión


    16. Ahora lo presionaban realmente, y le enviaban resmas de papeles: condiciones, exclusiones, agregados, interpretaciones, cláusulas suplementarias, subcláusulas y referencias cruzadas


    17. Harry, Ron y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo


    18. A Sonia, la situación le resulta familiar; tiene la impresión de haberla vivido ya, cuando la presionaban para que aceptase la presidencia del partido


    19. Las grandes intrigas que vinieron luego y, sobre todo, aquellas negociaciones entre Eichmann, Becher y los judíos, todas las historias de rescate de judíos a cambio de dinero, de camiones, sí, estaba más o menos al tanto, e incluso hablaba de ellas, e incluso conocí a algunos de los judíos implicados, y también a Becher, un hombre inquietante que había ido a Hungría a comprar caballos para las Waffen-SS y se hizo a toda velocidad, por cuenta del Reichsführer, con la mayor fábrica de armamento del país, las Manfred-Weiss Werke, sin avisar a nadie, ni a Veesenmayer, ni a Winkelmann, ni a mí, y a quien el Reichsführer encargó más adelante tareas que o bien duplicaban o bien contradecían las mías y también las de Eichmann, algo que, según acabé por entender, era un sistema típico del Reichsführer, pero que, in situ, sólo valía para sembrar cizaña y confusión; nadie coordinaba nada, Winkelmann no tenía influencia alguna ni sobre Eichmann ni sobre Becher, quienes no le informaban de nada; y debo admitir que yo no me portaba mucho mejor que ellos, que negociaba con los húngaros sin que lo supiera Winkelmann, con el Ministerio de Defensa sobre todo, en donde había establecido contacto con el General Greiffenberg, el agregado militar de Veesenmayer, para ver si el Honvéd no podría también darnos sus batallones judíos de trabajo, incluso con garantías particulares de un régimen especial, a lo que, por supuesto, el Honvéd se negó categóricamente, con lo cual sólo nos quedaban, como obreros potenciales, los civiles reclutados a principios de mes, los que se pudieran quitar de las fábricas, y sus familias, es decir, un potencial humano de escaso valor, y ésa fue una de las causas por las que tuve que acabar por considerar aquella misión un fracaso total, aunque no fue la única causa, ya hablaré de ello, incluso a lo mejor hablo un poco de las negociaciones con los judíos, porque eso también, en última instancia, repercutió más o menos en mis atribuciones o, para ser más exacto, utilicé, no, intenté utilizar esas negociaciones para que fueran adelante mis propios objetivos, con muy poco éxito, lo admito de buen grado, por todo un conjunto de razones, y no sólo la que he mencionado ya, también estaba la actitud de Eichmann, que se volvía cada día más difícil de tratar, y Becher también, y la "WVHA, y la gendarmería húngara, todo el mundo ponía de su parte, ¿sabéis?; en cualquier caso, lo que quería decir más exactamente es que si alguien desea analizar las razones por las que la operación de Hungría dio unos resultados tan magros para la Arbeitseinsatz que, bien pensado, era mi preocupación primordial, hay que tener en cuenta a toda esa gente, y a todas esas instituciones, que desempeñaban cada cual su papel, pero también se censuraban mutuamente y a mí también me censuraban, de eso no se privaba nadie, podéis creerme; en resumen, aquello era un follón, un auténtico lío, con lo que, en último término, la mayoría de los judíos deportados se murieron, enseguida quiero decir, los gasearon antes de haber podido siquiera ponerlos a trabajar, pues muy pocos de los que llegaban a Auschwitz eran aptos, unas bajas considerables, un setenta por ciento quizá, nadie está demasiado seguro de nada, por culpa de las cuales se creyó después de la guerra, y resulta comprensible, que ése era el mismísimo propósito de la operación, matar a todos esos judíos, a esas mujeres, a esos ancianos, a esos niños mofletudos y rebosantes de salud, y por eso no había forma de entender por qué los alemanes, siendo así que estaban perdiendo la guerra (pero el espectro de la derrota no estaba quizá tan claro por entonces, desde el punto de vista alemán por lo menos), seguían emperrados en las matanzas de judíos, movilizando recursos considerables de hombres y de trenes sobre todo, para exterminar a mujeres y niños, y, como no había forma de entenderlo, se atribuyó a la locura antisemita de los alemanes, a un delirio de asesinato que se hallaba muy lejos del pensamiento de la mayoría de los participantes, pues, de hecho, para mí como para tantos otros funcionarios y especialistas, se trataba de bazas esencialmente cruciales, encontrar mano de obra para nuestras fábricas, unos cientos de miles de trabajadores que nos permitieran quizá darle la vuelta al curso de las cosas, no queríamos judíos muertos, sino bien vivos, válidos, varones de preferencia, ahora bien los húngaros querían quedarse con los varones o, al menos, con buena parte de ellos, así que de entrada ya empezábamos mal, y además estaban las condiciones de transporte, deplorables, y Dios sabe cuánto me peleé con Eichmann al respecto y él siempre me contestaba lo mismo: «No es responsabilidad mía; es la gendarmería húngara la que llena y dota los trenes, no nosotros», y además estaba también la testarudez de Höss en Auschwitz, porque entre tanto, quizá como consecuencia del informe de Eichmann, Höss había vuelto, como Standortálteste, en lugar de Liebehenschel, a quien habían arrumbado en Lublin, así que estaba la incapacidad obstinada de Höss para cambiar de sistemas, pero de eso hablaré quizá más adelante y con más detalle; recapitulando, pocos de nosotros deseaban deliberadamente lo que sucedió y, sin embargo, me diréis, sucedió, es cierto, y también es cierto que a todos esos judíos los mandaban a Auschwitz, no sólo a los que podían trabajar, sino a todos, es decir, con conocimiento, sin lugar a dudas, de que a los viejos y a los niños los gasearían, así que volvemos a la pregunta inicial: ¿por qué esa obstinación en dejar a Hungría vacía de judíos, en vista de las condiciones de la guerra y todo lo demás? Y, claro, sólo puedo adelantar hipótesis, porque aquello no era mi objetivo personal, o, más bien, en ese aspecto no puedo concretar mucho, sé por qué querían deportar (por entonces decíamos evacuar) a todos los judíos de Hungría y matar en el acto a todos los que no fueran aptos para el trabajo, y era porque nuestras autoridades, el Führer, el Reichsführer, habían decidido matar a todos los judíos de Europa, eso está claro y lo sabíamos, igual que sabíamos que los que fueran a trabajar morirían también antes o después, y el porqué de todo esto es una cuestión de la que ya he hablado mucho y para la que sigo sin respuesta, la gente, por entonces, creía todo tipo de cosas acerca de los judíos, la teoría de los bacilos, como el Reichsführer y Heydrich, esa teoría a la que aludió Eichmann en la conferencia de Krummhübeí, aunque para ellos me parece que debía de ser un punto de vista intelectual; la tesis de las sublevaciones judías, espionaje y quinta columna a favor de los enemigos que se iban acercando, y era una tesis que obsesionaba a buena parte de la RSHA y tenía preocupado incluso a mi amigo Thomas; temor, también, a la omnipotencia judía, en la que algunos creían aún firmemente, lo que, por lo demás, causaba equívocos cómicos, como aquel de primeros de abril, en Budapest, cuando hubo que sacar de sus casas a muchos judíos para que quedaran disponibles sus viviendas y la SP pedía que se crease un gueto y los húngaros se negaban porque temían que los Aliados bombardeasen las zonas de alrededor del gueto y el gueto no lo tocaran (los americanos habían bombardeado ya Budapest mientras yo estaba en Krummhübel); y entonces los húngaros diseminaron a los judíos y los pusieron cerca de los blancos estratégicos militares e industriales, lo que inquietó sobremanera a nuestros responsables, pues, si los americanos bombardeaban, pese a todo, esos blancos, ésa sería la demostración de que el judaismo mundial no era tan poderoso como se creía, y debo añadir, para atenerme a la justicia, que, efectivamente, los americanos bombardearon esos blancos y, de paso, mataron a muchos civiles judíos, pero yo hacía mucho que había dejado de creer en la omnipotencia del judaismo mundial, porque, en caso contrario, ¿por qué se habían negado todos los países a quedarse con los judíos en 1937, y en 1938, y en 1939, cuando todo cuanto queríamos nosotros era que se fueran de Alemania, lo cual, en el fondo, era la única solución razonable? Lo que quiero decir, volviendo a la pregunta que hacía antes, porque me he desviado un poco, es que incluso aunque la meta final fuera indudable, la mayoría de los que intervinieron en esto no trabajaban para cumplir esa meta, no era eso lo que les interesaba y, por lo tanto, no era lo que los movía a trabajar de forma tan enérgica y encarnizada, sino que era toda una gama de motivaciones, e incluso Eichmann, estoy convencido, se comportaba con mucha dureza, pero estoy seguro de que en el fondo le daba igual que matasen a los judíos o que los dejasen de matar, a él todo lo que le importaba era demostrar de qué era capaz, estar en el candelero y también dar salida a las capacidades que había desarrollado; lo demás le importaba un carajo, y tanto la industria como las cámaras de gas, por cierto; lo único que no le importaba un carajo era que nadie se descojonara a su costa, y por eso se ponía tan gruñón en lo de las negociaciones con los judíos, pero ya volveré sobre esto, porque no deja de ser interesante; y lo mismo les pasaba a los demás, todos tenían sus razones, el aparato húngaro, que nos ayudaba, quería que los judíos salieran de Hungría, pero le importaba un carajo lo que pudiera pasarles, y Speer, y Kammler y el Jagerstab querían trabajadores y presionaban encarnizadamente a las SS para que se los consiguieran, pero les importaba un carajo lo que pudiera pasarles a los que no podían trabajar, y además había montones de motivaciones prácticas, yo por ejemplo, sólo tenía que ocuparme de la Arbeitseinsatz, pero no era, ni mucho menos, la única baza económica, como supe cuando conocí a un experto de nuestro Ministerio de Alimentación y Agricultura, un joven muy inteligente a quien le apasionaba su trabajo, que me explicó una noche, en un viejo café de Budapest, el aspecto de la cuestión relacionado con los alimentos; y lo que pasaba era que, tras perder Ucrania, Alemania tenía que enfrentarse a una grave carencia de abastecimientos, sobre todo de trigo, y por lo tanto, había mirado hacia Hungría, que era una gran productora, y, según él, por cierto, ésa era la razón principal de nuestra pseudoinvasión, asegurarnos esa fuente de abastecimiento de trigo y, por lo tanto, en 1944 les estábamos pidiendo a los húngaros 450


    20. Un día en que lo presionaban demasiado respondió con la mayor seriedad:

    21. A medida que avanzaba el día de lucha, el campo de batalla se llenaba de soldados que presionaban sobre la muralla de Tebas


    22. Los policías presionaban sobre Lifante para que pusiera fin al cantar degollado del mendigo


    1. presionado por el programa de la facultad, empalmaba los días con las noches sentado a la


    2. han presionado para que se incluyan estos asuntos en la


    3. en él por completo? ¡Eso es raro!-dijo Julianne presionado, sin inmutarse por el


    4. Así también, la Constitución fue un intento logrado de dotar a la democracia de un marco legal duradero; pero lo más probable es que Suárez sólo accediera a elaborarla presionado por las exigencias de la izquierda, y es seguro que, pese a que al principio hizo lo posible por que el texto se ciñese al pie de la letra a sus intereses, cuando comprendió que su pretensión era inútil y perniciosa se esforzó más que nadie para que el resultado fuera obra del acuerdo de todos los partidos, y no, como lo habían sido todas o casi todas las constituciones anteriores, un motivo continuo de discordia y a la larga un lastre para la democracia, igual que es verdad que para conseguirlo siempre buscó aliarse con la izquierda y no con la derecha, lo que produjo más resquemores en su propio partido


    5. El ilustre instructor, con el dedo presionado contra la página interior del volumen, moviendo los labios despacio para articular el sonido de la palabra, se pone a pronunciarla por partes igual que hacen los niños


    6. Y así mismo, y presionado por el rapto de su hijo mayor, que fue sacado del palacio envuelto en una alfombra, por un comando al mando del coronel Otto Skorzeny, el mismo que rescató a Mussolini del Gran Saso


    7. Lawrence había presionado para conseguir que su candidato fuera aceptado, puesto que se trataba de uno de sus más viejos amigos, pero al hombre lo encontraron ahorcado en su casa un día antes de que tuviera previsto tomar posesión del cargo


    8. Está muy presionado


    9. –Te han presionado por la cuestión de la anestesia -dijo Joanna desde su compartimiento


    10. A la muerte del rey Fernando en 1516, su sucesor, Carlos V, que a la sazón tenía diecisiete años, se vio presionado para que restringiera el poder de la Inquisición

    11. –Mantén presionado el tres


    12. Durante el trayecto, Viggie le había explicado que alguien había entrado en su habitación y le había presionado algo contra la cara


    13. Era posible que hubiera presionado en exceso, que lo hubiera hecho con toda la intención


    14. El Gobierno de Golda Meir había presionado en numerosas ocasiones para que la precisa red de nuestros satélites espías pudiera proporcionarles información gráfica de los movimientos de tropas, asentamiento de rampas, nuevas construcciones, etc


    15. Qué estaban haciendo cuando los descubrieron era algo que Emília nunca supo, aunque había presionado a su tía para obtener detalles


    16. tras lo tenía en la mano; el objeto le había presionado los dedos, tratando de escabullirse


    17. Ojalá la hubiera presionado más, pues era una pieza muy importante en el puzle que constituía Serena


    18. Mientras permaneció allí sólo experimentó penalidades e incomodidades, ya que el propio Obergatz estaba presionado bajo las órdenes de su distante superior, pero a medida que pasaba el tiempo la vida en la aldea se convirtió en un verdadero infierno de crueldades y opresiones practicadas por el arrogante prusiano sobre los aldeanos y los miembros de su mando nativo, pues el tiempo pendía pesadamente sobre las manos del teniente, y con la ociosidad combinada con las incomodidades personales que se veía obligado a soportar, su no demasiado agradable temperamento halló salida, primero en pequeñas interferencias con los jefes y más tarde en la práctica de absolutas crueldades con ellos


    19. Orestes, muy presionado por el patriarca que reclamaba la jurisdicción para sí por tratarse de un parabolano, le concedió un plazo de tres días para que completase su confesión, antes de entregarlo al verdugo


    20. El personal fomentó alegremente el rumor de que la Valverde había presionado para que lo liquidaran

    21. Wulfgar estaba siendo presionado por los cuatro costados y, a pesar de su alarde de antes de la batalla, se dio cuenta de que la situación ya no le complacía


    22. El obispado de Zaragoza había presionado repetidamente al comandante militar de la plaza para clausurarlo, pues no se podía consentir que en una ciudad que hasta hacía poquísimo tiempo había estado expuesta al fuego de la artillería roja (y cuya patrona, la Virgen del Pilar, tenía rango de capitán general) se permitieran semejantes y escandalosas expansiones pecaminosas, tan contrarias al espíritu religioso que animaba la cruzada


    23. Pero el alto mando militar había presionado en sentido contrario, alegando el malestar que esta medida causaría entre su oficialidad, que iba a la ciudad del Ebro a descargarse de las tensiones bélicas


    24. —Léntulo y los de Máximo están con los tribunos, les están presionado —añadió Lucio


    25. —¿Atacamos? —preguntó Maharbal, presionado por las miradas impacientes del resto de los oficiales—


    26. —Siempre que perdemos a un paciente hemos presionado cuanto nos ha sido posible a los parientes —dijo el residente chino—


    27. Si las Aurelias y Augustas y Antonias, que se habían casado con las fortunas del clan, hubieran presionado, podrían haber conseguido cambiar las cosas, porque hasta el peor abusador de estos hombres era susceptible de ser dominado por su mujer


    28. Presionado por los miembros en activo y retirados -del Mossad -Meir Amit e Isser Harel habían sido particularmente insistentes en exigir acciones contra Ostrovsky-, Shamir ordenó a su fiscal general iniciar acciones legales para evitar la aparición del primer libro del ex espía


    29. El Mossad sabía que Arafat se encontraba presionado para apoyar las iniciativas de paz con Israel propuestas por el presidente egipcio Hosni Mubarak


    30. Presentar cargos confusos con su palabra frente a la de ellos dos… Aunque Miles hubiese presionado para lograr una investigación formal, a la larga el alboroto le hubiese perjudicado más que a sus dos atormentadores

    31. Supongo que el Presidente lo habrá presionado


    32. –Comprenderá usted que está muy presionado


    33. Y con el vagón atestado mayormente de mujeres, pues era el mediodía, Henry se encontró presionado fuertemente contra la chica, una situación que no era de ninguna manera desagradable


    34. El dirigente que le ha sustituido en la referencia de la derecha española no se siente presionado por los compromisos de la democracia para evitar algunos gestos que le colocan en el pasado


    35. Pese a que el Gobierno de Azaña no era un auténtico gobierno frentepopulista, sino un simple «gobierno burgués de la izquierda», tenía que ser a la vez apoyado y presionado en la dirección correcta


    36. De haber sabido que Jeff iba a insistir en obtener la sanción de la Iglesia, habría presionado para reinstaurar el oficio del papa Descuento


    37. Ambos están contentos; el granjero porque ha subido considerablemente la oferta inicial de Burpee de doscientos, Romeo porque si lo hubieran presionado habría subido hasta mil


    38. Alerta del sueño: No se preocupe ni se sienta presionado si no encuentra a su terapeuta del sueño la primera vez que practica este ejercicio


    39. Habría presionado unos sesenta cuando oyó el primer movimiento


    40. [4] Un interruptor de hombre muerto es el que normalmente está cerrado, y para mantenerlo abierto hay que mantenerlo presionado

    41. Además, le dijo que no se atrevía a decir a aquellos hombres que había fracasado y que la habían presionado para que actuara con rapidez


    42. Al final habla de «haberla presionado demasiado rápido», y sobre lo complejo que resulta ajustar su sistema a las diferencias psicológicas entre sujetos curtidos en guerras y mujeres civiles


    43. Ha presionado la imaginación, evocando espectros de bíblicas plagas, como la infestación de animales infernales como las ratas, los escorpiones y los murciélagos


    44. –Léntulo y los de Máximo están con los tribunos, les están presionado -añadió Lucio


    45. –¿Atacamos? – preguntó Maharbal, presionado por las miradas impacientes del resto de los oficiales-


    46. Había presionado muy duro a todos los últimos días


    47. Earnshaw se interrumpía constantemente con un «uh», sonido que siempre poblaba sus discursos y sus conversaciones cuando se sentía presionado por el auditorio


    48. Quizás había tratado, presionado por las circunstancias, de exprimir el zumo de la vida mientras aún se mantenía en la cumbre, quizá la había sacrificado a ella sólo para evitar que el éxito se le fuera definitivamente de las manos


    49. Siuan hizo intención de llevarse una mano al cuello, donde una fina línea roja en la pálida piel indicaba el punto en el que la cuchilla había presionado


    50. Le recordaba la vez que se desató una epidemia de fiebres tíficas en Dos Ríos y todo el mundo salía a la calle con un pañuelo empapado de brandy presionado contra la nariz —Doral Barran, la Zahorí de entonces, había dicho que eso ayudaría a prevenir el contagio—, todos con el pañuelo y vigilándose entre sí para ver quién sería el siguiente al que le saldrían las manchas y caería enfermo










    1. estadounidenses presionan a estos gobiernos imponiendo


    2. «Y sé que cuando me presionan de esa manera puedo decir cosas extrañas, cosas en las que nunca pienso en mi trabajo diario, cosas que no pienso ni siquiera cuando estoy solo, ni cuando sueño


    3. Sus zapatos de tacón negros están desgastados y los dedos presionan el cuero por dentro


    4. ¿No se dan cuentan de que si presionan y presionan a esas gentes algún día explotarán? ¿Quién desea una nueva revolución francesa? Las revoluciones son siempre sangrientas e injustas


    5. Los relativamente pocos pescadores y agricultores presionan con tenacidad para obtener unas ayudas que representan gran parte de sus ingresos, mientras que los perdedores (todos los contribuyentes) no se hacen oír tanto, porque estas ayudas se financian solo con una pequeña cantidad de dinero disimulada en la nómina de impuestos de cada uno de los ciudadanos


    6. Los políticos presionan a mi jefe, y éste me asfixia a mí


    7. CÓMO LAS MUJERES PRESIONAN A LOS HOMBRES PARA QUE HABLEN


    8. Los abogados de matrimonios de gays y lesbianas presionan con fuerza para obligar a imponer su estilo de vida al resto de nuestra sociedad»


    9. —Nos presionan para que enviemos información sobre los prisioneros


    10. No hay disparos, por ahora sólo empujones, discusiones agrias, forcejeos; los obreros presionan a los soldados

    11. No se hinchan ni presionan buscando una salida


    12. Pero la célula no funciona si se presionan las fajas de aceleración


    13. Y por eso presionan para detener la inmigración


    1. No obstante que los sentimientos del Libertador habían contado con la aprobación de Castillo, no fueron del agrado de Urdaneta, el cual convocó la oficialidad a los batallones Vargas y Granaderos, que presionando insistentemente, obtuvo una revocatoria a lo proyectado, forzando de esta manera al Libertador Presidente a continuar en el gobierno, al tiempo que decía: “Que se cumplan, pues, las leyes, no teniendo, por consiguiente, lugar la reunión del Congreso”


    2. Se dio la vuelta otra vez, presionando su cara directamente en los


    3. parecía dispuesto a seguir presionando al detenido pero, presintiendo la proximidad de una situación de crisis, que no estaba preparado para controlar, se contuvo


    4. Irene comprendió que no podía seguir presionando al muchacho en busca de respuestas


    5. ¿Por qué consideras que tienes que hacer esto? ¿Es que su padre te está presionando?


    6. Luego hizo un agujero en el suelo, a su lado, y plantó el bulbo, presionando la tierra con la palma de la mano


    7. La niña lo presentía y se agitaba sobre sus rodillas presionando, restregando, frotando, hasta sentirlo gemir ahogado, apretar los nudillos contra el borde de la mesa, ponerse rígido y un picante y dulce aroma los envolvía a ambos


    8. Rob me está presionando para que tome una decisión


    9. Fiel partidario de Druso, una vez muerto éste no veía el sentido de seguir presionando por la emancipación general


    10. Y aún así el peligro debía aún estar presionando sobre él; pues en su camino a la logia se detuvo en la pensión del viejo Shafter

    11. Le estaban presionando


    12. Pierce se sintió avergonzado por la forma en que la estaba presionando


    13. Reesta dijo unas palabras por su comunicador de muñeca antes de dar una vuelta por la sala presionando palmas con todos los presentes, la animación crecía por momentos, luego se acercó a la mesa con la caja y el libro, en ese momento la multitud estalló en vítores, primero Reesta se cortó un mechón de pelo que puso en la caja, luego anotó una fecha en el libro, entre el creciente clamor de los invitados


    14. Escupió dientes y sangre mientras con un último, salvaje esfuerzo, con un grito inhumano que brotó del fondo de sus entrañas, llevó el afilado borde del sable a la garganta de su enemigo, presionando a derecha e izquierda, hasta que un viscoso chorro rojo le saltó a la cara, y los brazos del español se desplomaron, inertes, a los costados


    15. –Probablemente tienen dos clientes que los están presionando dijo Deborah


    16. La pared se le clavaba en la espalda y mientras él seguía presionando con fuerza


    17. Cuando éste estuvo al máximo de su potencia, puso los guantes negros en las manos de Cosme y las apoyó sobre el aparato eléctrico presionando con fuerza


    18. Había subido los dos pies sobre el catre y estaba presionando hacia atrás


    19. Créame, kohai: están presionando


    20. Mi cirujano jefe, con ambas manos ocupadas presionando la herida y aplicando los ensangrentados vendajes con los cuales esperaba disminuir, si no cortar, el pulso constante de la sangre que manaba del pulmón del salvaje, asintió en dirección al hueco tras la cortina

    21. – les recordó el teniente- He estado hablando con algunos de los que trabajan en la mina y dicen que no les están presionando demasiado en el trabajo


    22. Matthew me levantó los brazos, presionando mis pulgares contra las puntas de mis dedos anulares y meñiques


    23. El presidente Gomes envió un telegrama desde Río presionando al interventor Higino para que encontrara una solución al problema de los cangaceiros


    24. Otro método era el aborto, provocado presionando o colocando piedras calientes sobre el vientre de una mujer embarazada próxima a término


    25. Un aspecto secundario de aquel escrutinio constante de las actividades de Chevron por parte de los habitantes de Nueva Guinea es que saben el dinero que puede obtenerse presionando a organismos que disponen de grandes sumas, como las compañías petroleras


    26. El público puede hacerlo de varias formas: demandando a las empresas por ocasionarles daños, como sucedió tras las catástrofes del EXXon Valdez, Piper Alpha y Bhopal; optando por comprar productos obtenidos de forma sostenible, que es la opción que despertó el interés de Home Depot y Unilever; haciendo que los empleados de las empresas con antecedentes pésimos se sientan avergonzados de su empresa y se quejen a sus propios directivos; optando por que sus gobiernos premien con contratos valiosos a las empresas con una buena trayectoria de respeto por el medio ambiente, como hizo el gobierno noruego con Chevron; y presionando a sus gobiernos para que aprueben y velen por el cumplimiento de las leyes y normativas que exigen prácticas medioambientales saludables, como la nueva normativa del gobierno de Estados Unidos sobre la minería del carbón en las décadas de 1970 y 1980


    27. La primera sensación del cuerpo de una mujer presionando contra el de uno… ¿Quién puede olvidarla?… y ese primer beso… bueno, con toda sinceridad, a mí se me han olvidado estas dos primeras veces, pero a Óscar nunca se le olvidarían


    28. Sus mano se aferraban a las sábanas y los muslos vibraban sin poder contenerse mientras la boca de Lía colmaba la caricia presionando los labios, dejando que sorbieran la longitud del glande, manteniéndose alerta mientras el sexo de Sebastián rebosaba en su interior y la pesadez de los párpados atraía la emoción de un sueño en el que el sexo de Lía había dejado de ser el sumidero de la noche de Borela para convertirse en el lecho de una fuente que manaba la dulzura de un fuego líquido


    29. Volvió entonces de nuevo el dolor en la mano fantasma que tenía una postura apretada con los dedos presionando el pulgar y flexionando fuertemente la muñeca


    30. –Dos «Pepsis» -respondió Kinderman con rapidez, presionando el antebrazo de Atkins con la mano

    31. Kay no se dio cuenta de que estaba presionando el gatillo, pero debió hacerlo, porque de repente su rostro desapareció; en su lugar, una sustancia roja, saliendo a borbotones, se alejaba, mientras él caía para estrellarse contra el suelo


    32. Palpó por la parte de atrás hasta encontrar un cierre, que abrió presionando


    33. Aun así, percibí cierta irritación en su voz, por lo que continué presionando


    34. -Gracias -lo interrumpió Anderson, presionando el botón y cortándolo-


    35. Araña se había ido directamente a casa desde el restaurante griego, presionando el corte de la mejilla con la servilleta, y estaba ya a punto de llegar a su destino cuando alguien le tocó el hombro


    36. Corren rumores de que están presionando a Murphy, que intentan apartarla de Investigaciones Especiales


    37. Luego, aguantas la barra presionando los pulgares de tus puños contra la barra para lograr apoyo


    38. Por el contrario, me animaban a empujar con toda mi alma e incluso me ayudaban a hacerlo, presionando la una mi barriga con el antebrazo hasta hacerme daño, al tiempo que la otra rebuscaba en vano en mis entrañas


    39. Un grupo denominado Coalición del 21 de abril está presionando al Congreso para aprobar la construcción de un monumento en


    40. •Un grupo denominado Coalición del 21 de abril está presionando al Congreso para aprobar la construcción de un monumento en Washington D

    41. Volvió a hacer una seña al sentir el cañón de una pistola presionando en su estómago y los hombres se retiraron


    42. Cordelia sentía la mano de Drou, presionando con fuerza el respaldo de su silla


    43. Necesitó tres intentos, presionando sobre la plancha de identificación, antes de que el ordenador lo reconociera


    44. Con cuidado, cerré los párpados del guerrero muerto, y luego hice el signo del toque de la muerte, presionando los tres dedos centrales sobre mi frente y mis ojos, con el pulgar y el meñique extendidos


    45. Harst me miró a los ojos, e hizo el signo del toque de la muerte presionando el dedo corazón en medio de la frente, el índice y el anular sobre los ojos, y el pulgar y el meñique extendidos hacia fuera


    46. –Ábrela bien -dijo el Pequeño Kenny, presionando el borde de una botella contra mis labios-


    47. Harman abrió la boca para decir: «¡Agarraos!» Pero antes de que pudiera hablar, el disco saltó de la habitación a una velocidad imposible, presionando las suelas de sus botas contra el metal y haciendo que todos ellos se aferraran salvajemente a las asas


    48. Los reformistas del sistema de agravios habían vuelto y estaban presionando fuerte para promulgar medidas que restringieran la responsabilidad civil y cerraran las puertas de las salas de tribunal


    49. Henry se había inclinado hacia adelante para ayudarla y la muchacha se había aferrado a él, presionando su cálido vientre contra el cuerpo de él


    50. Antes de que pudiera entender lo que ocurría, Elke Schultz se vio arrinconada contra la pared, con una mano atenazando sus labios y el gélido cañón de una pistola presionando en el centro de su frente, entre los dos ojos
































    1. Disfrutaron de presionar contra el dedo sobre sus hombros, no disímiles, en esas ocasiones, a partir de un jorobado


    2. evolucionar y sobrevivir, ha optado por presionar a los


    3. El aglutinamiento de organizaciones y la estrategia consiste en presionar


    4. visuales de comunicación donde deben presionar en el


    5. Los cortes que había practicado en la zona curvada tuvieron la virtud de aplanarla y ensancharla, y las cinchas se apretaban sin presionar en exceso la carne


    6. –A propósito del manuscrito -dijo Toshio mientras conducía-, he recibido una llamada del señor Shimon, que está intentando a través de la CIA presionar al jefe de policía de Kioto, pero el asunto se está complicando… El embajador japonés en Israel se ha quejado a Shimon de la injerencia extranjera en Japón…


    7. Presionar a Chandra, pero esta vez, con otras armas


    8. El himeo sintió presionar la punta del cuchillo de Tanar en su garganta y por fin se dio por vencido


    9. La conciencia de lo ocurrido me empieza a presionar el pecho


    10. Concluyó haciendo un llamado a los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos para que se unieran a la lucha de sus hermanos de raza y consiguieran apoyo del gobierno estadounidense para presionar a los austriacos

    11. Sabe que no necesita presionar a Fernando, basta con darle pie, con una mirada amable, para que continúe


    12. Por una parte, pueden presionar para que se ventile el asunto, haciendo una llamada pública a los habitantes de A; como es obvio llevan las de perder pues los dueños de casa pueden amordazarlos


    13. Dante hizo lo que se le dijo y caminó hasta la entrada, seguido por Jefe, quien ni siquiera necesitaba presionar el arma en la espalda de su prisionero


    14. No podemos presionar a los clientes que han puesto su confianza en nosotros


    15. Salvo que Metelo, el hijo mayor del Caprario (que es pretor este año) pensó que era una buena idea y comenzó a presionar para que le diesen a él la misión, Y cuando las maniobras de Metelo pusieron en peligro la solicitud de Antonio, éste fue a ver —¿sabes a quién?— ¡a Praecia! La querida de Cetego, que le tiene bajo su delicado pie de tal forma, que cuando algún grupo de presión quiere algo de Cetego, ahora acuden a hacer la corte a Praecia


    16. Los israelíes utilizan el triunfo de Hamas para presionar más al pueblo palestino


    17. Llegaban a ella de Roma y los departamentos que llamaban Italia para presionar y exprimir, y volver a sus casas con la bolsa repleta, indiferentes a la difícil situación de sus habitantes, los dorios y jonios asiáticos


    18. Mientras marcaba el número de Susan intenté recordar si le había visto sacar las tarjetas o presionar los dedos de Waddell sobre el tampón


    19. Esta era la situación cuando Simeón comenzó a presionar a los bizantinos, y León VI siguió la política natural de aliarse con el poder que estaba en la retaguardia del enemigo


    20. Mi colega de investigación fue una vez a Washington para presionar en favor de un aumento en las subvenciones, y uno de los funcionarios a quien consultó, mirando el informe, señaló mi nombre en la lista de los que participaban en el proyecto, y dijo: «¿No es ése el escritor de ciencia ficción?»

    21. Intentó apoyar las manos en el fondo y presionar con fuerza para separar los hombros del fondo del ataúd y darle un respiro a su cuello


    22. Mientras Dempsey seguía soñando con romper la línea del frente enemigo, Montgomery no había dejado de presionar a O'Connor, recordándole que debía proceder con suma cautela


    23. Me acerqué a Trifero y lo sujeté de los delgados torques para presionar la yugular lo suficiente para dejar huella


    24. Y entonces se lo puede presionar un poco más para que sea objetivo


    25. Trató de presionar el cañón contra la sien de Kline, rezando por no dispararse a sí mismo


    26. Y lentamente, sin dejar de presionar el émbolo, procede a su retirada


    27. El subdirector se tuvo que levantar e intentó presionar con las dos manos la moldura contra la tabla


    28. Sacó una calculadora del bolsillo y comenzó a presionar números


    29. No quería presionar al jurado


    30. Al presionar los centros con los pulgares, saltó una tapa

    31. Domínguez habría juzgado imprudente presionar en exceso


    32. Y terminaba con una confidencia marginal que a Maruja le pareció inverosímil: «No le haga caso a mis comunicados de prensa que sólo son para presionar»


    33. Comprobó también que el guardapelo se abría y, al presionar el broche oculto, las dos mitades se separaron y en cada una de las caras interiores aparecieron sendas miniaturas en marfil


    34. Por fortuna, los enanos era tipos pacientes, una cualidad que hacía que sus trabajos de herrería fueran mejores que los del resto de razas, y Bruenor intentaba mantener la calma lo mejor que podía y no presionar al mago


    35. Hasta el altar se habían desplazado centenares de legionarios de las legiones que habían obtenido permiso de Lelio para asistir a dichos sacrificios y, con su presencia, presionar en el ánimo de los embajadores


    36. Y es que Norbano dudaba mucho de las acciones de Petronio el día del asesinato y no había dejado de presionar al nuevo emperador Nerva para que le reemplazara por el mucho más brutal Casperio, fiel aliado del propio Norbano


    37. Mientras repasaba el material que había preparado, Heather, ahora orientada en su mente, decidió presionar


    38. Los resultados de la entrevista son desalentadores: Hitler no va a presionar a Franco para que se avenga a negociar el fin de la guerra


    39. –Está el general Cadorna- dijo mi padre- ¿Crees que es fácil presionar a un general como él? ¿Y los americanos, no tienes en cuenta a los americanos?


    40. Por esta razón empezó a presionar a su marido para que la echara de la casa, puesto que Pepé ya no estaba y la casa que ocupaba estaba destinada al servicio

    41. Había intentado acercarse en ocasiones a Keller, quería presionar al librero para que cumpliera su promesa de entregarle lo que su padre le había dejado en prenda, pero en la logia éste le trataba con cierto distanciamiento, y en la librería le daba educadas largas


    42. Salvo que Metelo, el hijo mayor del Caprario (que es pretor este año) pensó que era una buena idea y comenzó a presionar para que le diesen a él la misión, Y cuando las maniobras de Metelo pusieron en peligro la solicitud de Antonio, éste fue a ver -¿sabes a quién?– ¡a Praecia! La querida de Cetego, que le tiene bajo su delicado pie de tal forma, que cuando algún grupo de presión quiere algo de Cetego, ahora acuden a hacer la corte a Praecia


    43. Palpó la frente de Jesse, intentando no frotar ni presionar la piel-


    44. Al presionar aquel timbre un agudo chirrido retumbó por todo el edificio


    45. Cuando avanzaba, con una fuerza tan tremenda que hubiera destrozado una embarcación construida con menos esmero, topaba solamente con los costados curvos del Evening Star y, al presionar contra ellos, no hacía sino levantar suavemente el barco, hasta que la quilla acabó situada medio metro por encima del nivel que tendría la superficie del agua, si no estuviera congelada


    46. La CNVC había sido fundada a principios de la década de los setenta por un grupo de antibelicistas que se había reunido en Washington para presionar al Gobierno


    47. Ya lo sabes, el tribunal trabaja según su propio programa, no se les puede presionar


    48. Por el contrario, se debía presionar al minoritario gobierno republicano de izquierda para que completase con rapidez el programa del Frente Popular, tras lo cual la izquierda debería desplazarse hacia un programa más radical, avanzado por el PCE, llevando a cabo una confiscación de tierras a gran escala, la nacionalización de las industrias básicas, la destrucción de las fuerzas armadas y policiales existentes y —si no se había logrado todavía— la eliminación política de todos los partidos conservadores y el arresto masivo de sus elementos más activos


    49. Tenía la sensación de que le había crecido el cráneo, lo sentía ("los fuegos fatuos") presionar contra la piel tensa de la cara, en palpitaciones incesantes


    50. Todo el atracón de austeridad se lo han inventado para evitar presionar financieramente a Randy








































    1. Tomado de impulso incontrolable, presiono mis labios a los de ella y cierro mis manos alrededor de lo que haces vigorosa poco ágil cuerpo


    2. Por tanto, apoyo las dos manos en su vientre y presiono su placer con un masaje real


    3. Julianne presiono, levantándose y caminando a través de la habitación hacia las


    4. –Pues bien, Benton, en este caso presiono yo -añadí


    5. Cuando lo presiono


    6. Sid se presiono las sienes con los dedos y se puso los dedos bajo la barbilla para formar una pirámide de poder


    7. –Así que la cuestión es que, si la presiono, se casará conmigo, pero significará alejarse de su familia


    1. Recuerda que esa era una de nuestras principales preocupaciones: que si le presionábamos demasiado se fuera a alguna otra parte


    1. Presioné con el pulgar el anillo de cobre, el recuerdo del amor de Cerinto


    2. Y en un último y desesperado intento, lo presioné


    3. Por fin, la presioné hasta que me dijo vagamente que utilizaba una combinación de mirada de amor y recitado mental de una fórmula qbul que había sacado de un libro de magia medieval, y que al parecer cautivaba para siempre el corazón de los hombres cuyo amor una deseaba


    4. »Por consiguiente, juzgué mi posterior envío a la cárcel como un acto de excesiva severidad y presioné sobre las autoridades para que reconsideraran su veredicto


    5. Sentí con placer cómo corría el coche, cerré los ojos y, como hacen los perros, presioné con mi cabeza entre sus manos hasta separarlas, las besé e intenté pasármelas por la cara en una caricia que hubiera deseado afectuosa y espontánea


    6. En mi camino, presioné el botón de pánico con mi codo


    7. El día después de que Marci llegara a ti en urgencias presioné para agilizar la aprobación


    8. Contuve la respiración y presioné hacia abajo


    9. Presioné mi cinta craneal


    10. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga

    11. Supuse quién podía ser, lo presioné, y fue él quien me dio su dirección actual, aunque ignoraba el porqué de ese interés de Rauschen por profesores y alumnos


    12. – Saqué un par de billetes y se los presioné en su mano curtida


    13. Igualmente, creía que los dibujos encontrados por Bentham en la cueva habían contenido mucho más de lo que el hombre se atrevió a mencionar…, ¡y quizá con toda razón! Ello avivó mi curiosidad, así que presioné a Crow hasta que, por fin, conseguí que se rindiera y me describiera con toda claridad algunas de las imágenes de sus sueños


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    presionar in English

    press

    Синонимы для "presionar"

    obligar forzar imponer coaccionar comprimir apretar estrujar