1.
sentaba medio estirado en el sillón, es
2.
educación, se sentaba poniendo los
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bolsas de la mañana y se sentaba en cualquier sitio, luego de una breve caminata
4.
Así, Aruz sentaba el mito de beber el
5.
Dirigía el paso gravemente hacia las mesas de laderecha y se sentaba siempre en el propio sitio con matemáticaexactitud
6.
Pasando con desdén por junto a los espiritistas, se sentaba enel círculo de los empleados, oyendo más bien que hablando, ypermitiéndose hacer tal cual observación con voz de ultratumba, quesalía de su garganta como un eco de las frías cavernas de una pirámideegipcia
7.
Rubín se sentaba y se levantaba, dando botes en el asiento, como unjinete que monta a la inglesa
8.
Y mientras Ana los gustaba, Petrona Revolorio, con el chalcruzado, se sentaba a sus pies «no por servicio, sino porque le habíacobrado afición» y le hacía cuentos
9.
Un día, enla misa, el gobernadorcillo de los naturales que se sentaba en el bancoderecho y era estremadamente flaco, tuvo la ocurrencia de poner unapierna sobre otra, adoptando una posicion nonchalant paraaparentar más muslos y lucir sus hermosas botinas; el del gremiode mestizos que se sentaba en el banco opuesto, como teníajuanetes y no podía cruzar las piernas por ser muy grueso ypanzudo, adoptó la postura de separar mucho las piernas parasacar su abdómen encerrado en un chaleco sin pliegues, adornadocon una hermosa cadena de oro y brillantes
10.
Magdalena en que el color que mejor sentaba a Antonia erael de
11.
sillón en que ella se sentaba
12.
galantería, haciendo un paso de pavana, quele sentaba muy mal
13.
ejercicio quetan bien le sentaba, según decía (y así era la
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sentaba el último en la mesa, murmurando el benedicite entre
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que le sentaba eltraje de su prima
16.
Tan bien le sentaba el embarazo que en aquel momento sentía que doñaRafaela le
17.
recién casado con Laura la obligaba á sentarse en unamecedora y él se sentaba frente á
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recogimiento de undevoto, se sentaba en un rincón, y contemplando los soberbios
19.
moreno de su tez sentaba bien a las sombras espesasen que quedaba encerrada
20.
parar en el centro de la habitación mientras ella se sentaba a su escritorio
21.
A la caída de la tarde, el señor Fermín se sentaba en un banco,
22.
lossalones de algún viso de la corte y se sentaba a las mesas mejorprovistas
23.
—Haz lo que quieras, Paz—dijo Salomé, afectando mansedumbre y ciertapostración, que ella creía sentaba
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á cuya sombra se sentaba un viejo, cubierto desde elcuello hasta los descalzos pies
25.
En el Casino se sentaba a su lado,
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Mientras los ladrones hacían el hoyo y Parrón se sentaba á merendardándome la
27.
mayormente en España, donde el Santo Oficio, sentaba susreales
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sentaba todo lo que se ponía,y qué majestad en su porte! Pocas personas poseían
29.
Siempre que la doctora estaba en Nápoles los sentaba á su
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Se sentaba en el rincón más oscuro del salón de espera durante
31.
El pintor, que como nuevo huésped se sentaba en el puesto de
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sentaba el enfermo por su propio esfuerzo y por sulibre
33.
Y se sentaba en el umbral de la puerta del comedor, viendo
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medio baldado, y se sentaba sonriente, mientras la
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punto la gravedad que tan bien le sentaba
36.
una sombra cuando entraba o salía o se sentaba a la mesa acomer
37.
forastero se sentaba al lado de aquélla
38.
emociones, daba al traste con losconvencionalismos sociales y se sentaba a la puerta
39.
madera de sus rodillas, hombros y codos, cuando el alemán las sentaba al piano, ó las hacía
40.
grave y pomposo, y cierto airecillo de protección que á maravilla le sentaba
41.
sucompañero se alejó mientras Melchor se sentaba y decía:
42.
y bella Granadina que se sentaba, hace tres años,en el que
43.
Mientras miraba cómo D’Agosta entraba en el despacho y se sentaba, Hayward aplastó con mano de hierro las emociones que surgían en su interior
44.
Cuando llegaba a la cárcel, se sentaba en el salón de té de la plazoleta que había enfrente hasta que aparecía el autobús y descendían los familiares
45.
Cuando sonaba la campana, iba con los monjes a la sala donde se encontraba el lama, y me sentaba en el suelo a esperar mi turno
46.
Se sentaba en el sofá y comenzaba su labor de punto
47.
Miró hacia la cabecera de la mesa, donde se sentaba Bottecchiari, con las manos unidas delante de el y escuchando atentamente la discusión
48.
Una vez al día me traían un poco de carne de cabra y un cacillo de agua, y una vez a la semana entraba Kara en el calabozo, se sentaba en un escabel, fuera del reducido radio de acción que me dejaba la cadena, y hablaba
49.
Ella se sentaba recostada en la cama, con la protuberante escayola blanca asomando por entre las sábanas, y me daba una conferencia leyendo lo que había apuntado en un cuaderno blanco y negro
50.
El hombre que se sentaba al lado de Ford ya estaba como una cuba
51.
—En efecto —contestó el barón, mientras se sentaba, y agregó cortésmente—: Y lo lamento
52.
El superintendente Baldwin, un hombre alto, de aspecto animoso, se sentaba al otro lado de la mesa
53.
Todos rieron con alborozo, salvo un señor con una barba recortada en círculo al que el frac sentaba realmente mal
54.
La ayudaba y luego volvía bajo la lámpara, poniendo sobre el hule liso y desnudo el libro voluminoso que hablaba de duelos y de coraje, mientras su madre, sacando una silla fuera de la luz de la lámpara, se sentaba junto a la ventana en invierno, o en verano en el balcón, y miraba circular los tranvías, los coches y los transeúntes, que iban raleando poco a poco
55.
Después se sentaba en un rincón
56.
Tarrou insiste, sobre todo, en el modo de permanecer como borrada de la señora Rieux; en su costumbre de expresarlo todo con frases muy simples; en la predilección particular que demostraba por una ventana que daba sobre la calle tranquila y detrás de la cual se sentaba por las tardes, más bien derecha, con las manos descansando en la falda, y la mirada atenta, hasta que el crepúsculo invadía la habitación, convirtiéndola en una sombra negra entre la luz gris que iba oscureciéndose hasta disolver la silueta inmóvil; en la ligereza con que iba de una habitación a otra; en la bondad de la que nunca había dado pruebas concretas delante de Tarrou, pero cuyo resplandor se podía reconocer en todo lo que hacía o decía; en el hecho, en fin, de que, según él, comprendía todo sin necesidad de reflexionar y de que, con tanto silencio y tanta sombra, podía tolerar ser mirada a cualquier luz, aunque fuese la de la peste
57.
—Con unas cuantas canas en la barba nadie la notaría —señaló el calvo de enormes orejas que se sentaba a su izquierda
58.
—¿Qué haces en la calle a estas horas? —inquirió el que le había llamado, y que se sentaba junto al conductor—
59.
Se sentaba, cuando tenía fuerzas, y dictaba las cartas de contestación a sus amigos y familiares que se reunían para celebrar sesiones de redacción de cartas
60.
–¡Cuál escogería la señorita si le dieran a elegir? – preguntó Ester, que siempre se sentaba cerca para cuidar y cerrar con llave las cosas preciosas
61.
Debajo del Presidente se sentaba el doctor Manette, vestido como siempre, y a su lado estaba el señor Lorry
62.
En todo eso debía de pensar mientras deambulaba por las aceras llenas de envases de todo tipo y se sentaba de vez en cuando bajo la sombra de algún árbol
63.
Frenéticas aclamaciones acogieron estas palabras, en tanto que el doctor se sentaba mirando airado a su alrededor
64.
Ora se sentaba absorto en sus meditaciones, ora giraba en torno de su cuarto como una fiera enjaulada
65.
Susana, después de la partida de Muriel quedó tan agitada, que no se encontraba bien de ningún modo, y ya recorría la habitación, ya se sentaba, ya abría la puerta para respirar el aire exterior
66.
Cuando éste le dijo que dejase que las cosas marcharan por sí mismas, nadie había sospechado todavía del general, nadie había reconocido en el oficial que entregó el castillo de Janina, al noble conde que se sentaba en la Cámara de los Pares
67.
En realidad lo hacía desde un saliente, bajo el tejado de hierro, donde el viejo maniático se sentaba con descaro, con sus fantásticos bigotes colgando como un alga gris
68.
Mientras ella se sentaba ante el aparato para ver las microfichas, pasé a la caja, cuyo contenido, según la explicación de Mathilde, era un libro de compoix, registros de impuestos sobre cosechas
69.
Porque, ¿existiendo la mayor parte de aquellas cosas desde mucho antes que yo misma, sería posible que ocurriera repentinamente algo que ellas nunca hubieran conocido? Pero tampoco los muebles, ni los cuadros (por lo menos así me lo pareció), podían ampararme, sino que me dejaron sola, totalmente sola; los recuerdos de mi padre, la mesita de costura junto a la que se sentaba mi madre, se habían convertido para mí en cosas absolutamente extrañas
70.
—Gracias —respondió Teresa mientras se sentaba en el suelo del dormitorio
71.
—Pero eso reducirá los beneficios —repuso Jen mientras, nerviosa, se sentaba en el suelo
72.
Se sentaba allí todas las tardes
73.
El desconsolado marido se sentaba solo y un tanto separado de los demás
74.
Era mucho el humo que había tragado, muchas las discusiones oídas de fondo, en el bullicio adormecedor de los pubs a la caída de la tarde, pero, al contrario de la ansiedad que este carácter en exceso expansivo me solía producir a mí (tal vez alertada siempre por mi madre), el nieto lo toleraba no por resignación sino por puro cariño, un cariño ecuánime, que se mostraba abiertamente, sin reparos físicos, cuando se le sentaba encima o cuando le tomaba la barbilla con las dos manos para que abandonara su delirio verbal un momento y le hiciera caso: «Quiero irme, abuelo, quiero irme ya, no te enrolles
75.
Algunas tardes me sentaba con la intención de escribir en una silla escolar de un colegio público que encontramos tirada en un contenedor en Brooklyn
76.
Tenía la ingenua ilusión de recuperar la ligereza de cuando tenía dieciséis años y me sentaba en los cafés para anotar en un cuaderno tres o cuatro ideas que habrían de crecer hasta convertirse en una novela impúdica y tremenda, con experiencias copiadas de otras novelas, ya que ni mi infancia, ni mi presente, ni tan siquiera la reciente muerte de mi madre me parecían literariamente memorables; pero no dio resultado
77.
Se dejó caer en la silla, mientras Emily se sentaba en la cama, dejando oír un cloqueo
78.
Clemencia se sentaba detrás de él y su delicada figura parecía demasiado pequeña para la gran butaca mullida
79.
—Expresa sus razones con toda claridad en la carta explicatoria —dijo mi padre, y cogiendo una hoja de papel del despacho ante el que se sentaba, continuó—: ¿Tiene usted algo que objetar a que Carlos lea esto?
80.
Si no encuentran el cadáver —prosiguió mientras se sentaba en el sofá junto a Clarissa—, no podrán acusarla de nada
81.
Con toda la candorosa amistad que encerraba en su corazón, el señor Schwartz intentó mezclar en la conversación al caballero de los cabellos grises que se sentaba al otro lado del coche, pero aquél se limitó a mirarlo fríamente por encima de sus gafas y volvió a la lectura del libro
82.
Lanzó una mirada desesperada al hombre que se sentaba a la cabecera de la mesa y el otro acudió en su ayuda
83.
¿Quién se sentaba en él?
84.
Se había puesto sobre el vestido negro un estupendo mantón de Manila de color de laca encarnada que le sentaba muy bien
85.
Mientras subía a la tarima y me sentaba en la silla que me había servido de bañera en Mujer lavándose en la bañera, el detective Broumas se volvió para sacar un cuaderno del bolsillo de su cazadora
86.
Yo empecé a aprender hace muchos años, cuando me sentaba en mi porche, mirando por encima de la barandilla
87.
Las lenguas maliciosas del pueblo murmuraban que el Juez Hidalgo se daba vuelta como un guante cuando traspasaba el umbral de su casa, se quitaba los ropajes solemnes, jugaba con sus hijos, se reía y sentaba a Casilda sobre sus rodillas, pero esas murmuraciones nunca fueron confirmadas
88.
Al terminar el trabajo él se sentaba a mirar las estrellas sobre los techos vecinos y ella le tocaba en su violín antiguas melodías, costumbre que conservaron como forma de cerrar el día
89.
Orik se puso en pie mientras Gannel se sentaba y dijo:
90.
Mientras Eragon se sentaba, Oromis señaló la jarra y preguntó—: ¿Quieres un trago para quitarte el polvo de la garganta?
91.
La sentaba en sus piernas para ayudarla con sus tareas de la escuela y mientras buscaba la respuesta a los problemas del cuaderno, sentía sus huesos derretidos y algo caliente y viscoso ardiendo en sus venas; las fuerzas lo abandonaban, perdía el entendimiento y hasta la vida se le iba a causa de ese olor a humo de su pelo y de lejía de su ropa, del sudor de su cuello, del peso de su cuerpo encima del suyo; creía no poder resistirlos sin aullar como perro en celo, sin saltarle encima para devorarla, sin correr a los álamos y colgarse del cuello en una rama para pagar con la muerte el crimen de amar a su hermana con esa pasión de infierno
92.
Dras-Leona —comentó Brom mientras se sentaba y encendía la pipa—
93.
Me sentaba a su lado a vigilarlos, sin comprender su pasión por ese discreto tesoro, pues no tenía ocasión de lucirlo, no recibía visitas, no viajaba con Riad Halabí ni paseaba por las calles de Agua Santa, sino que se limitaba a imaginar el regreso a su país, donde provocaría envidia con aquellos lujos, justificando así los años perdidos en tan remota región del mundo
94.
Al entrar en una habitación la llenaba con su presencia hasta el último rincón, cuando se sentaba a tomar el fresco de la tarde en la puerta del almacén, toda la calle sentía el impacto de su atractivo, envolvía a los demás con una suerte de encantamiento
95.
Por largo tiempo no me perdí ninguna función de la orquesta, me sentaba en un palco del segundo piso y cuando el director levantaba su batuta y la sala se llenaba de sonidos, se me caían las lágrimas, no podía soportar tanto placer
96.
En las tardes se sentaba a escribir y yo fingía saborear mi pipa, pero en realidad la estaba espiando de reojo
97.
En los recreos se sentaba en el rincón más lejano y discreto del patio, para no ser vista, temblando de deseo de que la invitaran a jugar y rogando al mismo tiempo que nadie se fijara en ella
98.
Tampoco sabía que algunos domingos asoleados llevaba a Alba a trepar a los cerros, se sentaba con ella en la cima a observar la ciudad y a comer pan con queso, y antes de dejarse caer rodando por las laderas, reventados
99.
Corrí a la biblioteca, presintiendo que el abuelo estaría esperándome donde siempre se sentaba y allí estaba, encogido en su poltrona
100.
En ella, presidida por el negro crucifijo se veían dispersos los volúmenes a consultar y las hojas de apergaminado papel en el que anotaba las declaraciones el padre Gallastegui, que se sentaba a la derecha para, de esta manera, poder mejor escribir; en el centro se ubicaba el padre Cosme Landero y a la siniestra el padre Orlando Juárez
1.
–El canapé, en el que os sentabais en las noches de invierno, cuando hacíamos bajar a los niños…
1.
comprar las gafas de sol más caras que pudiera encontrar en el mercado y si me sentaban bien,
2.
iban de un lado para otro alumbrándose con sus linternas, se sentaban ante las diferentes
3.
Pero tan buenas,y serviciales fueron, tan apretaditas se sentaban siempre las tres, sinjugar, o jugando entre sí, en la hora de recreo; con tal mansedumbreobedecían los mandatos más destemplados e injustos; con tal sumisión,por el amor de su madre, soportaban aquellos rigores, que las ayudantesdel colegio, solas y desamparadas ellas mismas, comenzaron a tratarlascon alguna ternura, a encomendarles la copia de las listas de la clase,a darles a afilar sus lápices, a distinguirlas con esos pequeños favoresde los maestros que ponen tan orondos a los niños, y que las tres hijasde del Valle recompensaban con una premura en el servirlos y unamodestia y gracia tal, que les ganaba las almas más duras
4.
en que esa hora sonaba en latorre de la Colegiata, se sentaban en
5.
Unos se sentaban en desvencijadas
6.
tenía frío: las emanaciones del lago le sentaban mal y eranecesario partir
7.
sentaban las galas de señora que los oropelescos eimpúdicos
8.
Entrabanhaciéndose los distraídos, se sentaban un momentoen las butacas,
9.
sentaban a la mesa
10.
Ya paseaban los cuatro, ya se sentaban en los bancos de piedra que hayen la plaza
11.
Todos estos señores y los demás que se sentaban á la mesa del capitáncompartían
12.
dignidadeshumanas que se sentaban en el coro
13.
Se sentaban con aire de señores, rodeando al
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eran y qué bien le sentaban! Esto pensó ellaponiéndoselas y
15.
más encrespada, hasta el punto de quealgunas personas que se sentaban en las butacas
16.
sentaban los tres comerciantes españoles
17.
Don Manuel Peña, asturiano, casado con una criolla buena moza,desde el mostrador o taberna del pueblo había ascendido a Capitánpedáneo, especie de Juez de paz, y única circunstancia por la cual losamos del ingenio de La Tinaja le sentaban a su mesa
18.
Los consumidores se sentaban
19.
buenos amigos que le sentaban a sumesa
20.
ricos quese sentaban en la sombra
21.
Después de cenar, ella y Patric se sentaban, por lo general con los brazos enlazados, y charlaban disfrutando de la atención que les brindaba Strathcoe
22.
Resuelto a convertir a Suárez en el presidente del gobierno que llevara a cabo la reforma, el 1 de julio de 1976 el Rey obtuvo la dimisión de Arias Navarro; no tenía las manos libres, sin embargo, para nombrar a su sustituto: de acuerdo con la legislación franquista, debía elegir entre la terna de candidatos que le presentase el Consejo del Reino, un organismo consultivo donde se sentaban algunos de los miembros más conspicuos del franquismo ortodoxo
23.
Se sentaban frente a unas máquinas parecidas al panel del coche en que me llevaron, todas llenas de luces
24.
En verdad era el tipo de hombre al que todos nos gustaría parecemos, elegante, atractivo, con estilo, y con una conversación de lo más cautivadora, ya que cuantos se sentaban a su mesa, en especial las mujeres, no perdían detalle de lo que estaba contando
25.
Por la noche, hora en que los habitantes del barrio de San Antonio salían de sus casas y se sentaban delante de las puertas, para respirar un poco, la señora Defarge, con su labor en la mano, solía ir de puerta en puerta y de grupo en grupo
26.
»Diariamente, Luigi llevaba a apacentar su ganado hacia el camino de Palestrina a Borgo, y todos los días, a las nueve de la mañana, el cura y el muchacho se sentaban sobre la hierba y el pastorcillo daba su lección en el breviario del sacerdote
27.
sentaban en sus sillones muy convencidos de que la sociedad los necesitaba, fundándose en que les tenía miedo
28.
Y allí, entre el despilfarro de decoración rococó a la que jamás se dirigía la mirada, entre el gorjeo de aquellas aves exóticas que nadie escuchaba, entre el esplendor de la más fastuosa tapicería y un laberinto de lujosa arquitectura, se sentaban los tres hombres comentando que el éxito depende del pensamiento, rapidez, vigilancia de la economía y dominio de sí mismo
29.
Enrollaron cuidadosamente su labor y luego se encaminaron hacia donde se sentaban los otros tres
30.
Mientras servía el vino no dejaba de observar y criticar los vestidos de las mujeres que se sentaban a la mesa
31.
Un cuarto de hora después, Bobby, vestido con una chaqueta de mañana y pantalones a rayas, de excelente corte y que le sentaban bastante bien, se examinaba a sí mismo en el espejo de cuerpo entero de lord Marchington
32.
Mientras se sentaban, Roran preguntó:
33.
A Eragon le recordó a los ancianos de Carvahall que se sentaban en los porches de sus casas a fumarse una pipa y contar historias
34.
De la casa de sus padres guardaba el recuerdo de los espléndidos almuerzos, la enorme mesa donde se sentaban una docena de hermanos, los vinos añejos embotellados en el patio y guardados durante años en las bodegas
35.
Les estrechó la mano y subió a cubierta, mientras Carmaux cogía el timón y el hamburgués y don Rafael se sentaban en la popa
36.
Compartían el cine y excursiones al aire libre, conciertos y teatro, se sentaban juntos a estudiar bajo los árboles, otras veces se reunían a la salida de clases en San Francisco y paseaban como turistas de la mano por el barrio chino
37.
Y de los grupos de concienciación donde las mujeres se sentaban con espéculos y linternas para observar los cambios en el cuello del útero de sus compañeras
38.
Se sentaban en sillas de mimbres bajo un alero, a esperar que llegara la noche a aliviar la tensión del día
39.
Se sentaban uno en cada extremo de la mesa, puesta con mantel largo, cristalería y vajilla completa, y adornada con flores artificiales, porque en esa región inhóspita no las había naturales
40.
Se fueron los tres hacia el tresillo y en tanto se sentaban don Suero comentó:
41.
–Otro mensaje de la ONR -comunicó Benet mientras Hood y el resto de los oficiales de OpCenter se sentaban en torno a la mesa de reuniones del Tanque
42.
Aquí pasa algo, se dijo Hood mientras llenaban sus platos y luego se sentaban en uno de los viejos sillones a esperar el debut neoyorquino de su hija
43.
Los escolares se sentaban en círculo al anochecer y recitaban los fragmentos de las Escrituras relacionados con el importante tema de la purificación en las aguas del Jordán
44.
Junto a él se sentaban otros dos hombres
45.
En los lustrosos bancos se sentaban algunas señoras de edad: las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón rojo que servía de dosel a la Virgen, brillaban, estrellas tembladoras de aquella dulce oscuridad, indicando a dónde debían dirigirse los piadosos ojos
46.
A la izquierda del rey se sentaban los agentes, Mandeville y Southgate, y aquellos horribles y pálidos secretarios
47.
Con ambos trabó conversación y amistad Calpena en cuanto se instaló, y en la cena, servida a punto de las ocho, con lentitud y apreturas, por ser corta la mesa para veinte que a ella se sentaban, oyó mil noticiones y el animadísimo platicar de toda aquella gente
48.
Banquillo de tres pies; las sacerdotisas del oráculo se sentaban en trípodes, los fuegos lustrales y de los augurios se hacían en braseros de tres pies y eran frecuentes las mesas de tres patas
49.
En medio de la habitación había una gran mesa, en torno a la cual se sentaban siete jóvenes con los pies calzados con botas puestos sobre ella
50.
En cualquier caso, los patricios siempre precedían en el uso de la palabra a los plebeyos de similar condición, y no todos los senadores tenían voz en la cámara; los senatores pedarii, que se sentaban detrás de los que tomaban la palabra, sólo podían votar
51.
Con raras excepciones, los jefes carlistas que se sentaban a la mesa del General eran unos pobres gaznápiros, elevados por sus prendas militares a posiciones de las cuales desdecía su educación
52.
Los delegados, en el caso de que lo fueran, vestían ropas monótonas, ofrecían un aspecto subalimentado y se sentaban en silencio mientras esperaban la llegada de Zerimski
53.
Ahora casi todos los socios del club redujeron al máximo sus propias conversaciones y se inclinaban y se volvían intentando captar todas las palabras de los dos individuos que se sentaban junto al ventanal
54.
Varios de los que se sentaban a su alrededor oyeron sus palabras y las aplaudieron
55.
-Seguro, estamos todos en ello mencionó Scanlan, el amigo de McMurdo a la par que se sentaban los cuatro a cenar
56.
Pero seguía siendo bueno y, algo más importante, todavía conservaba la pasión en la voz cuando se situaba ante un jurado y descargaba la ira de Dios y de la sociedad contra aquellos que se sentaban en el banquillo de los acusados
57.
Bajo los toldos, jefes de ropajes rojos y amarillos se sentaban junto a personajes que portaban las máscaras familiares de los diminutos ferales manamaragas
58.
Solo unas treinta o cuarenta personas se sentaban en mesas ampliamente separadas
59.
Más de una docena de niños se sentaban en la hierba bajo un tilo que crecía al borde del campamento
60.
En el comedor, el maestre, o el comendador en su caso, ocupaba el sitial de honor, y eran los ancianos quienes se sentaban en primer lugar en torno a unas mesas cubiertas con manteles blancos
61.
Allí se sentaban los instructores para controlar a los pilotos durante el adiestramiento en el simulador
62.
Los estudiantes y los internos se sentaban allí con frecuencia para mirar
63.
Ginny había entrado a ver las jaulas de los monos mientras Brade y Anson se sentaban en un banco, afuera
64.
Olvido y Manuela se sentaban juntas a pasar las tardes en el porche
65.
Todos parecían expresar, con relación a Attaroa, la actitud de deferencia que las mujeres del Clan adoptan cuando se sentaban en silencio frente a un hombre, esperando el golpecito en el hombro que les concedía el derecho de expresar sus pensamientos
66.
Mientras se sentaban, Aguírrez debió de notar la expresión de extrañeza en el rostro de Austin, porque comentó:
67.
Trip y Lux se sentaban uno al lado del otro a la hora de comer y a veces los veíamos pasear cogidos de la mano, siempre buscando un armario, un contenedor, un conducto de la calefacción para tumbarse en su interior, pero incluso en la escuela el señor Lisbon los controlaba y, después de suprimir unos cuantos circuitos, acabaron pasando por la cafetería y subiendo por la rampa recubierta de goma que conducía al aula del señor Lisbon donde, tras apretarse un momento las manos, emprendían caminos separados
68.
Las madres buscaban a sus hijos adonde pensaban haberlos perdido, mientras que otras se sentaban en la tierra llorando y retorciéndose las manos de desesperación
69.
Lou y Oz esparcían hojas caídas sobre el montículo y se sentaban a hablar con Diamond y el uno con el otro y volvían a relatar las cosas graciosas que el muchacho había dicho o hecho, las cuales no eran precisamente pocas
70.
Poco después, las dos se sentaban en un sofá del salón con sendas tazas de café
71.
–Lo hago por Sean -le dijo mientras se sentaban en la misma sala en la que Horatio había hablado antes con Viggie
72.
Los obtusos egipcios poco se cuidaban de los científicos manjares que en el banquete cultural les ofrecían los señores Monge, Fourier y Berthollet, en el Instituto Egipcio (fundado el 27 de agosto de 1798, como parodia del Institut de France), sino que se sentaban como momias, indiferentes a las prestidigitaciones científicas del gran químico, a las palabras entusiastas de Monge y a las disquisiciones históricas de Fourier sobre las glorias de su propia civilización momificada
73.
Moviéndose a lo largo del pasillo, pasó el matadero improvisado donde los maniquíes se sentaban con sus mutilaciones sin sangre
74.
En el puente, a Yasif Hassan se le había unido Mahmoud y dos fedayines, que se pusieron en posición de tiradores, mientras los líderes se sentaban en el suelo y hablaban
75.
Algunos de los hombres que se sentaban en torno de aquella mesa velarían para que así fuese
76.
¿Y si estaba en lo cierto? ¿Y si el Chacal seguía al acecho del Presidente? ¿Y si conseguía filtrarse a través de la red y acercarse a su víctima? Sabía que los que se sentaban en torno de aquella mesa buscarían desesperadamente una cabeza de turco
77.
Entre las tres podían coser un traje sencillo o una mortaja en un par de horas, y Luzia siempre se sentía satisfecha cuando los trajes y las túnicas les sentaban a la perfección, cuando conseguía acertar con sus cálculos secretos
78.
Se trataba de uno de esos hombres que inspiraban celos a las mujeres porque los años le sentaban bien
79.
Rufino y el general departían con los heridos, se sentaban a charlar en torno a las hogueras y animaban a la diezmada y abatida hueste
80.
¿Ahora tendría que dejar pasar a los clientes para entrevistarse con dios? ¿Tenía que preocuparse por los negocios del banco mientras su Proceso seguía su curso, mientras arriba, en la buhardilla, los funcionarios judiciales se sentaban ante los escritos de su proceso? ¿No parecía todo una tortura, reconocida por la justicia, y que acompañaba al proceso? ¿Y se tendría en cuenta en el banco a la hora de juzgar su trabajo la situación delicada en la que se encontraba? Nunca jamás
81.
Febbs estaba de pie a la cabecera de una desvencijada mesa, en la cual se sentaban unos curiosos individuos
82.
Se sentaban a la mesa en los mismos sitios en que antes habían comido el padre, la madre y Gregorio, desdoblaban las servilletas y tomaban en la mano cuchillo y tenedor
83.
Estas son las exigencias del momento, pensó Frink mientras lo metían en el coche y lo sentaban entre los dos hombres
84.
Por increíble que te parezca y aunque te resulte incompatible con tus ideas del mundo y del funcionariado, de la distinción y efecto de la belleza femenina, es verdad, como que estamos aquí sentados y tomo tu mano entre las mías, que así se sentaban, como si fuera la cosa más natural del mundo, Klamm y Frieda, uno al lado del otro, y él bajaba voluntariamente, incluso se apresuraba a bajar, nadie espiaba en el corredor, descuidando el trabajo; el mismo Klamm tenía que hacer el esfuerzo de bajar y los fallos en el vestido de Frieda, que tanto te horrorizaban, a él no le molestaban en absoluto
85.
Algunas se ajustaban los pechos en sus escasos trajes, listas para salir al escenario; otras se sentaban pacientemente ante los espejos iluminados y se aplicaban maquillaje, y las que ya habían acabado su turno se ponían de nuevo la ropa de calle
86.
Por la tarde, Rashid y la criada se sentaban juntos en la cocina y practicaban el español
87.
Entró presuroso en la habitación, saludó a Carlos, a Pepa y a los demás empleados que le ayudaban en los viñedos, que también se sentaban a la mesa con él
88.
Si Carlos o Elsita se sentaban en la encimera para observarla, les pedía su opinión
89.
Los sillones en que se sentaban las tres mujeres crujieron
90.
En medio se sentaban dos mujeres y tres hombres, incluido el Presidente del Consejo, en representación de las distintas regiones que pertenecían a la alianza: jurisdicciones que habían estado unidas por su acatamiento a Cíclope, más recientemente por una creciente red postal y ahora por el miedo a un enemigo común
91.
Pero se mantuvo apartado, apoyado en la puerta, mientras los otros se sentaban alrededor de la gran mesa
92.
Sin embargo, a su izquierda y a su derecha se sentaban sus padres, y su madre escribía sin parar en las hojas de los árboles, en la tela de su vestido y en la arena
93.
En los dos trozos de muro más altos se sentaban dos centinelas duendes, bamboleando sus piernas con indiferencia sobre el abismo
94.
—Aquí se sentaban los gigantes —dijo
95.
Tras ellos, compartiendo una ración de pastel de carne, se sentaban seis o siete jóvenes de la calle disfrutando sin duda del producto de algún robo exitoso, pues de otra manera no habrían podido costearse tanta carne
96.
Así, pues, hubo discusión entre ellos aun en el mismo día de la boda, cuando los invitados se sentaban en torno a las mesas y cuando la silla de la novia entraba en la casa
1.
Cuando te sentabas y hablabas con los demás, estabas solo y ellos estaban solos
2.
cuando te sentabas en una mesa en un café
1.
Casi caigo de bruces al abismo, NO caí en esa profundidad porque estaba sentado en la cama
2.
Esta Inocencio X sentado en un sillón, en cuyos brazos apoya las manos,teniendo en la derecha un papel con una inscripción que dice: Alla Santta di Nro Sigre
3.
Felipe IV gustaba de ver pintar aVelázquez, tenía llave para entrar cuando quería en su estudio, hasta secuenta que permaneció en cierta ocasión sentado tres horas para que leretratase: pero en su carrera de criado de palacio le dejó ascender pasoa paso, toleró que se le pagara casi siempre con retrasos, resolvió encontra suya cuando tuvo desavenencias con algún alto dignatario de laservidumbre, como en 1645 con el Marqués de Malpica[95], y sobre todo lemantuvo en empleos que, obligándole a servir en bajos menesteres,hurtaban tiempo a su arte que fue como mermar su gloria
4.
procurarme una mínima raja, a través de la cual percibí a Milos, sentado en la misma cama,
5.
presionado por el programa de la facultad, empalmaba los días con las noches sentado a la
6.
Sentado en una roca, recibí los encomios entusiastas de ambos y gusté del mayor
7.
casa rústica bajo cuya parra aparecía el príncipe Mohsin, sentado en una silla de enea con el
8.
cielo anaranjado, a la izquierda de su posición de sentado
9.
polvo las aspirinas, sentado en aquel banco de madera
10.
¡¡Oh, Platón¡¡, escribo esto sentado en la taza del water,
11.
cual sentado en el sofá donde había pasado la noche, se apretaba
12.
entrada principal sentado en una cómoda silla y acodado en la
13.
ir sentado al lado de las personas, el
14.
que estaba en el recibidor, tropecé y me quedé sentado en el sofá marrón que
15.
tropezar y me quedé sentado en el sofá, me hice daño en la espalda con el
16.
Sentado el viejo en la hamaca observándolos llegar, un triste
17.
Pero sentado en la puerta de una
18.
Sentado en su silla, todavía tuvo tiempo de acercarse el vaso casi al borde de la mesa,
19.
Sentado el servicio y acabada la danza, se quitó el manto yla ropa que llamaban cota, que era de paño de oro con armiños y perlas,y se la dió á uno de los músicos que allí había que llamaban juglares, yen las diez veces que se sirvió la mesa hizo otro tanto
20.
sentado en la historia de los pueblos esta disociación entre la afec-
21.
De modo que comencé a jugar con la idea de que ante mí tenía un momento que había condensado muchas de las transformaciones del liberalismo costarricense en una políti-ca social inspirada en el positivismo, que ya había sentado las bases del Estado benefactor antes de la Gran Depresión
22.
Al entrar al salón, ahí estaba él sentado en su trono
23.
Permaneció un rato sentado en una silla junto a la cama,con las dos huchas sobre esta, acariciando suavemente la que iba a servíctima
24.
Sentado en el sofá y con el sombrero puesto, Juan contempló aquel díatodo lo que allí había, gozándose en la idea de que lo miraba por últimavez
25.
Poco a poco fuetomando el dolor de Segismundo acentos más tranquilos, y sentado a lacabecera del lecho mortuorio, habló con la santa de un asunto quenecesariamente y por la fuerza de la realidad se imponía
26.
Y en aquella ciudad ¿quién no sabíaque cuando había una libertad en peligro, un periódico en amenaza, unaurna de sufragio en riesgo, los estudiantes se reunían, vestidos comopara fiesta, y descubiertas las cabezas y cogidos del brazo, se iban porlas calles pidiendo justicia; o daban tinta a las prensas en un sótano,e imprimían lo que no podían decir; se reunían en la antigua Alameda,cuando en las cátedras querían quebrarles los maestros el decoro, y deun tronco hacían silla para el mejor de entre ellos, que nombrabancatedrático, y al amor de los árboles, por entre cuyas ramas parecía elcielo como un sutil bordado, sentado sobre los libros decía con granentusiasmo sus lecciones; o en silencio, y desafiando la muerte, pálidoscomo ángeles, juntos como hermanos, entraban por la calle que iba a lacasa pública en que habían de depositar sus votos, una vez que elGobierno no quería que votaran más que sus secuaces, y fueron cayendouno a uno, sin echarse atrás, los unos sobre los otros, atravesadospechos y cabezas por las balas, que en descargas nutridas desatabansobre ellos los soldados? Aquel día quedó en salvo por maravilla JuanJerez, porque un tío de Pedro Real desvió el fusil de un soldado que leapuntaba
27.
Azorín está sentado junto al balcón abierto de par en par
28.
Los guardias, teniendo en consideracion lacategoría del rebelde, van á buscar al cabo, mientrascasi toda la sala se deshace en aplausos, celebrando la entereza delseñor que continúa sentado como un senador romano
29.
¿En dónde estaba sentado el pescador? 2
30.
En América Latina, y a diferencia de Europa y de América del Norte, el acceso de las personas a los mercados laborales formales no puede darse por sentado sino que, por el contrario, constituye un reto (Rudra, 2005)
31.
Dado que el acceso de las mujeres al mercado laboral no puede darse por sentado, varias investigadoras feministas como Sainsbury (1999), consideran indicadores que van más allá del número de personas que forman parte del mercado laboral y reconstruyen así, más comprensivamente, los rasgos distintivos de la población económicamente activa, como por ejemplo, las brechas salariales entre los hombres y las mujeres
32.
Generalmente se da por sentado que dicha comparación es relevante, por criterios que, con frecuencia, permanecen implícitos
33.
Sentado junto a ella mientras Zoraida, en el piano,
34.
Sentado a la
35.
sentado en el último banco hacia elmar, solo, quietecito y
36.
un largo paseo endirección a la mina, se habían sentado a leer en
37.
yse quedó bonitamente sentado en el camino, con el sombrero
38.
tren, para decidirlo a levantarse del polvo dondeestaba sentado y
39.
padre, ya través del follaje le vi sentado en el mismo sillón de
40.
Tales cosas meditaba, sentado con los pretendientes,
41.
Apenas se hubieron sentado por orden en sillas y sillones, los heraldos diéronles aguamanos,
42.
enferma,sentí una impresión de consuelo un día que, sentado al
43.
El padre Ambrosio estaba sentado en un sillón delante de la
44.
abrí el balcón, y sentado en unamecedora, gozando del fresco de la noche, una hermosa noche de
45.
El viejo habíase sentado en una sillabaja, apoyando su espalda en el lecho, y con
46.
taciturnotalante, sentado detrás de la pista, limpiaba las espuelas del gallocon medio limón, para
47.
—Yo estaba sentado sobre lasrocas al borde del agua
48.
sentado junto a su puerta, descifrandopacientemente, con una aplicación
49.
muyparejamente, y al pié de ellas es que su dueño sentado, poniéndose enmedio, al frente el adivino, y
50.
tras la mesa sentado en un sillón de auténtico lujo, el
51.
porvigilias, ayunos, estudios y mortificaciones, aparece sentado en
52.
comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solascomo sentado a par de un emperador
53.
despuésde haberse sentado todos en la verde yerba, para esperar el repuesto delcanónigo, le dijo:
54.
mulas, y un hombre sentado en la delantera
55.
Y, apenas habían sentado el pie y puesto enala con otros
56.
sino el que está sentado en esa silla
57.
Ya en esto, se había sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instantesonaron las chirimías, a
58.
hastaque, viendo a don Quintín sentado bajo el mechero de gas y
59.
¡Bien le ha sentado el
60.
Estaba don Juan macilento, escuálido, sentado en un sillón y
61.
estaba sentado, cogió desobre el velador la botella de Jerez, hizo
62.
deBettina, Juan, solo en su gabinete de estudio, sentado ante elescritorio con un
63.
volvió a caer en su indecisión cuando sehalló sentado entre las dos hermanas
64.
sentado en un largo poyo de piedra que corríaá lo largo de la pared en que se notaban
65.
delCristo un sillón de baqueta, sentado en el sillón un religioso,apoyados los brazos
66.
Y el rey señaló al padre Aliaga, que estaba sentado enun sillón frente á la mesa
67.
En cuanto a Flores, no sedaba cuenta de que, desde que el nuevo cliente se hallaba sentado en elsillón, no había cesado de pasar el dorso de la navaja por el mentón deaquel improvisado Salomón
68.
Felipe III se quedó sentado en la cama, recostado sobrelos almohadones y envuelto
69.
El tío Manolillo, sentado en un sillón, la miraba con ansiedad
70.
sentado en la alfombra á los piesde Dorotea
71.
Sentado en el sillón del duque, arreglando unos papeles,estaba el tío Manolillo
72.
Sentado á un lado de la cocina, limpiándose el sudor quecorría en abundancia por
73.
Valentín, á respetable distancia y sentado junto á una mesa, hacepaciencias con una baraja
74.
de las otrashabitaciones, sentado en un cofre de madera volcado,
75.
Él fumaba, sentado en un rincóndel canapé; ella estaba sentada
76.
cabeza, yRoberto, que otra vez estaba sentado en la esquina del
77.
blancos,con el birrete puesto, la placa en el pecho y sentado en
78.
Y la que estodecía miraba de reojo a un caballero que, sentado
79.
había sentado en uno de los brazos de la butaca de supadre y,
80.
diálogo, algún sereno sentado enel escalón de un portal, o un
81.
aquél, tranquilamente sentado ante lamesa, jugaba con las
82.
pasaba sentado en elescaño de la cocina charlando con la
83.
Cuando se cansaba de estar sentado, solía levantarse y trajinar
84.
tarde, comode costumbre, en el molino sentado al par de Rosa
85.
sentado ante unacasucha que era la peor del barrio
86.
en suprimo, sentado junto á él en el carruaje
87.
Las pocas horas que permanecía fuerade la cama pasábalas, bien sentado en
88.
después,en las últimas de la noche, sentado a una mesadel café de Marañón y rodeado
89.
Manín, sentado a un extremo de la mesa, sinintervenir en la conversación de los
90.
Saleta, que hacía el cuarto,hablaba con el capellán sentado detrás de él
91.
Mientras Sa-Tó, sentado en el hueco de una almena, bostezaba en undesahogo de «cicerone»
92.
pasa dos horas sentado junto a la ventana, con las velludas manosapoyadas en el puño del
93.
el aire puro y el lujo de la ciudad, sentado en un banco, o dala vuelta al Rocío, bajo los árboles,
94.
hombre sentado y con un libro en lamano
95.
Nadie debe, sentado en su bufete, poner en cuarentena con tal
96.
en las aguas del polo, he sentado mis reales en California, y
97.
su mejorOporto, y me instalé frente al joven que, sentado en el
98.
A la mañana del gran día estaba yo sentado en mi pieza, de
99.
Y si lehallasen sentado en un banco frente al Estanque grande,
100.
Se había sentado; puso loscodos sobre la mesa con su
1.
ma sentamos las bases para su destrucción, pues los equilibrios entre
2.
Nos sentamos en un círculo en las sillas
3.
sentamos en estos bancos y laComisión
4.
Nos sentamos en el suelo
5.
Bajamos, con las esposas en las muñecas, y nos sentamos en la barca
6.
—Nos sentamos en la escalera
7.
Nos sentamos a la mesa y nos comimos el paté en croúte y los camarones, todo acompañado de un buen vino, y nos lo pasamos a lo grande
8.
Cuando nuestra visita de dos días estaba llegando a su fin, Ian y yo abrimos un par de cervezas y nos sentamos a hablar de lo que nos unía, al igual que de algunos temas que podrían seguir distanciándonos
9.
Nos sentamos en el sofá, y nos pusimos de costado para vernos mejor
10.
El y yo fuimos a su casa de Mulholland, y nos sentamos en su patio a ver la puesta de sol
11.
Poirot y yo nos sentamos juntos, no habiendo sido llamados para prestar declaración
12.
Habíamos charlado un par de veces y también nos sentamos juntas en el autocar en algunas ocasiones
13.
Sin embargo, como reconoció con evidente placer el gran hombre, la circunstancia acrecentó el buen humor de Japp y cuando nos sentamos los tres a desayunarnos en la salita de la fonda, nos sentimos animales del mejor espíritu
14.
Nos sentamos, tomamos algo fresco y nos ponemos a hablar de cuando vivíamos con Shug
15.
Nos sentamos lado a lado en la cama redonda
16.
Lord Gray se apartó con hastío de aquella gente, y entramos en un cuarto, donde el tabernero recibía tan sólo a cierta clase de personas, y la mesa junto a la cual nos sentamos viose al punto cubierta del rico tributo de aquellas viñas costaneras, que no tuvieron ni tienen igual en el mundo
17.
Unos minutos después trajo las bandejas cubiertas y todos nos sentamos a la mesa; Holmes hambriento, yo curioso y Phelps en un estado de profunda depresión
18.
Ferguson se dejó caer en un sillón, y Holmes y yo nos sentamos a su lado, después de una inclinación de cabeza a la dama, que miró a Holmes con los ojos dilatados por el asombro
19.
Por eso quería llevar allí a Libby, para caminar con ella por entre las ruinas magníficas cubiertas de vegetación y, una vez allí, nos sentamos contemplando el infausto Salto di Tiberio y le hablé de lo que la vida debe ser, de las cumbres que debe alcanzar, de las pasiones que debe incorporar, todo ello con la esperanza de que pudiera algún día llegar a vivir libre como un pájaro
20.
Una vez allí, nos sentamos en fila sobre el tronco de un árbol caído, de cara a la Laguna Negra, que se divisaba justo debajo
21.
Luego nos sentamos a la mesa y ¿qué me dio? En vez de una buena cazuela de arroz, un calducho con hierbas, con zanahorias, perejil y rábanos, y nada de cocido ni cosa semejante; bistec, fricandó
22.
Fanny y yo nos sentamos un poco atrás, clavando los talones para mantener el equilibrio a pesar de la pendiente del tejado, los hombros en contacto, hablando de cosas irrelevantes
23.
Entramos en la caravana y nos sentamos
24.
Nos sentamos a una mesa y el dueño era todo él grandes sonrisas, aunque nos dijo que si podíamos colocarnos al fondo, porque aquella mesa era para alguien que estaba a punto de llegar
25.
Al borde de la carretera, delante de la casa de Jack, nos sentamos en el pasto, al lado de mi coche, mirando a la ciudad en el valle allá abajo
26.
Matthew, Em y yo nos sentamos en un lado de la mesa
27.
Nos sentamos en un baúl
28.
Cuando nos sentamos y se retiraron los guardias al pie de los escalones que conducían a la plataforma, se levantó y me llamó por mi nombre
29.
Él y yo nos sentamos cerca de una fogata atendida por varios hombres solteros y apartada de las de los grupos familiares
30.
Nos sentamos y tuvo el detalle de preguntarnos si su presencia era una molestia mientras desayunábamos
31.
Nos sentamos y repasamos el programa del congreso mientras comparábamos notas
32.
Nos sentamos en un reservado del fondo y pedimos una copa
33.
El jueves al mediodía nos sentamos en torno a la mesa, en el porche, y le dimos gracias al Señor por la deliciosa comida que estábamos a punto de disfrutar
34.
Nos relajarnos un poco y nos sentamos en las mecedoras sin apartar los ojos de la cúpula
35.
Nos sentamos junto a la estufa un frío día de invierno y escuchamos los desvaríos de un tal Cecil Clyde Poole, un comandante retirado del Ejército que, de haber estado al frente de la policía, habría atacado con la bomba atómica a todo el mundo menos a los canadienses
36.
Nos sentamos a su alrededor y esperamos
37.
Nos sentamos los cuatro, casi aplastados por el insoportable peso de aquel a revelación
38.
Habíamos llegado, cómo no, a la cocina, y nos sentamos los cuatro en las cuatro sillas en torno a la mesa recién puesta
39.
Nos sentamos sobre la cama, porque había una cama, y le cogí las manos
40.
Nos sentamos el uno frente al otro en uno de los puestos de la ventana
41.
Y la gente que estaba sentada en los asientos se levantó y se fue porque él era policía y nos sentamos uno delante del otro
42.
Nos sentamos en el malecón y permanecimos unos instantes contemplando la escena en silencio
43.
Después de comer recogimos los platos de la mesa, nos sentamos en el suelo y nos bebimos el resto del vino
44.
Myû y yo nos sentamos a la mesa de la terraza y desayunamos contemplando el mar, que brillaba cegador
45.
Cuando nos sentamos a la mesa, nos trajeron una caja cuadrada, lacada en rojo, con el almuerzo del día y un bol con la sopa
46.
Nos sentamos un buen rato en silencio
47.
Luego nos sentamos a la tenue luz del acuario iridiscente, presos de una gran agitación
48.
Se mantiene apagado en el hiperespacio, por lo que se funde con la pared; pero lo ubicamos haciendo memoria de su posición y nos sentamos
49.
Que cuando nos sentamos al lado de alguien en el tren no llamamos la atención, que comemos como todo el mundo, que bebemos cerveza
50.
Nos sentamos en el suelo del almacén, recostados en la pared, y alzamos la vista hacia los cráneos
51.
Acabamos llegando a la frontera desierta que había entre el décimo abismo y los gigantes y nos sentamos en el suelo
52.
Entramos en una pequeña oficina, y nos sentamos
53.
—Bueno, cuando llegamos aquí, lo sentamos junto a la chimenea y le echamos una manta por encima, porque no paraba de tiritar —explicó Colon mientras Vimes se ponía la cota de mallas
54.
Nos sentamos a una mesa situada hacia el centro del local
55.
Me hizo una seña y nos sentamos en las butacas, frente a frente
56.
Nos sentamos dentro, en una de las habitaciones, sobre las colchonetas,
57.
Nos sentamos en el vestíbulo del aeropuerto
58.
Acercamos un par de bultos grandes y nos sentamos
59.
Nos sentamos en uno de los bancos del parque de Elche a fumarnos un porrito antes de cenar cualquier cosa
60.
Pero la rechazó, prefiriendo permanecer afuera, y nos sentamos al aire libre, en la terraza del hotel
61.
Hoy sentamos a Paula en una silla de ruedas, sostenida por almohadones en la espalda, y la sacamos a pasear por los jardines de la clínica
62.
Nos sentamos, él tras su escritorio con los pies apoyados en un cajón abierto, y yo en la silla de visitante recién despejada
63.
Le seguimos a la misma habitación en la que habíamos estado el día anterior y nos sentamos en el mismo sillón de junco
64.
Una vez allí, nos sentamos a hablar
65.
» Nos sentamos juntos y «susurramos palabras en chino»
66.
Nos sentamos aquí y vimos cómo se cerraban justo antes de que llamaran
67.
Sonia y yo nos sentamos mientras él leía la pila de papeles
68.
Mis hombres y yo, a excepción de los centinelas que estaban apostados, nos sentamos en la playa, dentro del recinto, no demasiado lejos de la quilla inclinada del Tesephone
69.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
70.
Nos sentamos en el respaldo con los pies sobre el asiento
71.
Desde el momento en que nos sentamos, me di cuenta de que Sally lo había clasificado como un arribista
72.
Nos sentamos en la mesa situada justo al lado de Ricci
73.
— Nos sentamos allí y yo pensé que nos entendíamos y te tomé la mano, pero tú la retiraste, no te gustó que lo hiciera
74.
En mi tierra -prosiguió ella- nos sentamos casi siempre en el suelo, sobre cojines
75.
La omelette estaba lista; nos sentamos a la mesa y estábamos comiendo en silencio cuando se abrió la puerta y apareció en el umbral una anciana, vestida con harapos, apoyada sobre un bastón, con la cabeza vacilante y mechones de cabello blanco que le caían en desorden sobre la frente mugrienta
76.
Nos sentamos en los taburetes de la barra
77.
Nos sentamos en la hierba, rodeados de flores, y estuvimos un rato en silencio
78.
Para cuando nos sentamos a la mesa, me había dado cuenta de que se trataba del acontecimiento de la semana
79.
En este momento nos sentamos ante uno de los juegos de ajedrez (el segundo, en orden de calidad) y Boris me entregó el peón blanco
80.
Nos sentamos a esperar
81.
Allí nos sentamos en una de las dos camas gemelas, y seguimos conversando
82.
Nos sentamos, e Inés explicó, entre los espasmos del desconsuelo, que el marido conocía ese sitio a donde ellos iban a pasar algunos fines de semana
83.
Todos nos sentamos alrededor del fuego sin decir palabra
1.
Gracias a esta tropa escogida y la posesión de una poderosa flota, quizás en su mayor parte fenicia, los Saítas gobernaron como príncipes comerciantes, creándose factorías milesias en Daphnae y Naukratis, sentando así un precedente para la exportación del grano y la lana egipcios, que los Ptolomeos continuarían con mayor intensidad
2.
En los sillones de ricas maderas labradas, todos diferentes, obra que comenzara el maestro Tubau de Argemí y finalizara su nieto, se fueron sentando los consejeros y auditores y a sus espaldas lo hicieron cada uno de sus respectivos amanuenses, que preparaban sobre sus rodillas los recados de escribir, afilando sus plumas, destapando sus frasquitos de tinta y preparando el polvo secante
3.
Al hacerlo el conde, todo el mundo se fue sentando
4.
Aquello le estaba sentando bien
5.
Sentando precedente a lo que se convertiría en una costumbre, Kring les deseó las buenas noches y, atravesando la ciudad, salió con sus hombres por la puerta este para instalar su campamento en los campos de las afueras
6.
–Ahí están -dijo papá, sentando a Michael en el hombro y señalando las aguas del canal
7.
Lo sedentario de sus ocupaciones no les estaba sentando nada bien
8.
Helen, para quien las ovejas sólo habían sido ovejas hasta el momento, debía escuchar con atención conferencias sobre razas y cruces y, si bien se había aburrido al principio, cada vez escuchaba con más atención cuanto Gwyneira explicaba sentando cátedra
9.
Pese a todo, los miembros de la expedición se fueron sentando en el suelo alrededor del profesor, mientras el sol moría tras las montañas
10.
Los grandes terratenientes comenzaron a huir de forma generalizada desde el campo a las ciudades y el gobernador civil de Córdoba anunció su intención de comprobar si estaba autorizado para retenerlos con el fin de, como expresó en las Cortes un crítico, «obligarles a permanecer en los respectivos pueblos, sentando la novísima teoría de Derecho de invertir los destierros y deportaciones, haciéndoles de fuera a dentro»
11.
000 personas, cuyo objetivo era llegar a ser «una organización de masas con un carácter semimilitar», sentando así «las bases de organización del futuro ejército rojo obrero y campesino» [19]
12.
Casablanca, por ejemplo, seguía sentando a la gente en las butacas décadas después de que Bogart hubiese recibido su parte y se ganase una tumba temprana a base de fumar
13.
Alguien pesado se estaba sentando sobre el universo
14.
¿Eran imaginaciones suyas, o aquella rodilla en la que se estaba sentando era mucho más huesuda de lo que debería? Sus nalgas discutieron con su cerebro y este las hizo sentarse y callar
15.
Balde estaba sentando en su oficina tratando de entender los libros del Teatro de la Ópera
16.
Harry habría preferido que no lo hicieran porque tenía la impresión de que Davies estaba sentando un precedente con el que quizá Cho esperaba que Harry compitiera
17.
Ella se había vuelto y se estaba sentando
18.
Lo cierto es que no me está sentando muy bien todo esto
19.
–Todo el mundo acaba sentando la cabeza con los años, en cambio tú, cuanto más viejo, más ligero de cascos
1.
con ellos, es que a los señores marqueses del Colloto no se les puede sentar de cualquier
2.
menos preparados han logrado sentar sus reales en el gobierno autónomo, como mínimo
3.
una sola palabra durante toda la operación de sentar sus reales a una proximidad alucinante de
4.
sentar jurisprudencia que tienen las sentencias previas
5.
sentencias para sentar un precedente y, además, un juez
6.
Luego, se dejó sentar en el
7.
Casi siempre son lasfaldas las que deciden quién se ha de sentar en los coros de lascatedrales
8.
Cuando Maxiiba, su cuñada le hacía sentar a su lado, y le mimaba y atendía mucho,con sentimientos compasivos y de protección familiar, permitiéndosetambién tutearle y darle consejos higiénicos
9.
Mientras las señoras visitaban la casa y recibían álos numerosos amigos que acudieron al saber su llegada,Fernando, que se había obstinado en no subir al pisosuperior, me llamó, me hizo sentar á su lado, y empezóla prometida historia en estos términos:
10.
gobiernos, para sentar laautoridad que las represente y rija, en
11.
puntillas; y al sentar el pieen el suelo otra vez, se le hundió la
12.
malagaña, industria para sentar losenjambres que salen de las colmenas, por trasposición de magadaña
13.
depaz; (que estas eran sus palabras) y con esta ocasion les habiaagasajado y hecho sentar en sillas,
14.
sentar que nuestro globopierde cada año, por radiación en el
15.
desafiar á los Portugueses, fué muy bien tratado por Gomez Freire, y habiéndole mandado sentar, lo regalò
16.
Quijote en medio, sefueron a sentar a la mesa
17.
vino en comiendo a ver a la duquesa; la cual, conel gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a
18.
El Marqués, entre tanto, lejos de sentar con los años, no hacía el menorcaso de aquellos sabios
19.
Volvióse á sentar el duque
20.
sentar en elrincón de costumbre, perseguido por las miradas
21.
Y al decir esto, fuese a sentar un poco más lejos
22.
Facundo las recibe con bondad, las hace sentar en torno suyo,las deja
23.
He aquí las reflexiones que teníamos presentes al sentar en el papel eltitulillo de
24.
Me hizo sentar en el
25.
condición, nos hacen sentar en la sillería baja
26.
dijeron adiós con la mano en pie sobre elandén, se fue a sentar en un rincón del
27.
dos vueltas por el salón y se fueron a sentar en elsofá, donde antes se hallaban
28.
--Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga,que tendremos el Retablo enfrente; y pues sabes las condiciones quehan de tener los miradores del Retablo, no te descuides, quesería una gran desgracia
29.
sentar a sulado en un diván y comenzó a charlar perdiéndose en
30.
15 Y así lo hicieron, haciéndolos sentar á todos
31.
señoritos y le hacían sentar entre ellos en las puertasde los cafés
32.
bautismal, a sentar labase del estado civil de su hijo
33.
Ambos marchaban despacio, porque la cojera del Rey exigía unlento y cauteloso modo de sentar
34.
Grecia y de Roma para sentar elprincipio de que las manos bárbaras y sucias del vulgo envilecen
35.
Estuvimos en el café hasta las ocho, y despues nos fuimos á sentar enuna espaciosa glorieta que hay en
36.
Era, en efecto, el asendereado novio, cojeando de la pierna derecha,pudiendo apenas sentar el
37.
sintió caer su corazón hasta la arena, mientras ayudaba a sentar a Chloe en el
38.
Aunque yo hablaba en broma, se le animó el semblante, me cogió de los brazos y me hizo sentar a su lado en el sofá
39.
Le hice sentar en una silla, fui hacia el lavabo y cogí una esponja mojada para humedecerle las sienes y las muñecas
40.
En cuanto al hemiciclo, tras la irrupción de los golpistas reinaba allí un silencio ominoso entrecortado por las toses de los parlamentarios y por las órdenes ocasionales de los guardias civiles; el silencio se heló cuando, diez minutos después de iniciado, un capitán subió a la tribuna de oradores para anunciar la llegada de una autoridad militar encargada de tomar el mando del golpe, y se hizo trizas cuando poco después Adolfo Suárez se levantó de su escaño y exigió hablar con el teniente coronel Tejero, provocando una algarabía de revuelta que a punto estuvo de desencadenar un nuevo tiroteo, y que terminó cuando los guardias civiles consiguieron a base de gritos y amenazas sentar de nuevo al presidente
41.
Pueden parecer sensatos —no soy yo quien debe sentar cátedra en este aspecto—, pero producen en las mentes juveniles una impresión que estoy seguro no complacería al propio Haydock
42.
Rosie: Se encarga de recibir y sentar a los invitados en la iglesia
43.
Y ¿hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar; y tomar luego la que parecía principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos, y vestirle una camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros, que, por lo menos menos, dicen que suele valer una ciudad, y aun más? ¿Qué es ver, pues, cuando nos cuentan que, tras todo esto, le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas, con tanto concierto, que queda suspenso y admirado?; ¿qué, el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de olorosas flores distilada?; ¿qué, el hacerle sentar sobre una silla de marfil?; ¿qué, verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio?; ¿qué, el traerle tanta diferencia de manjares, tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito a cuál deba de alargar la mano? ¿Cuál será oír la música que en tanto que come suena, sin saberse quién la canta ni adónde suena? ¿Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre, entrar a deshora por la puerta de la sala otra mucho más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero, y comenzar a darle cuenta de qué castillo es aquél, y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia? No quiero alargarme más en esto, pues dello se puede colegir que cualquiera parte que se lea, de cualquiera historia de caballero andante, ha de causar gusto y maravilla a cualquiera que la leyere
44.
Hiciéronse mil corteses comedimientos, y, finalmente, cogiendo a don Quijote en medio, se fueron a sentar a la mesa
45.
A estas razones, sin responder con alguna, se levantó Sancho de la silla, y, con pasos quedos, el cuerpo agobiado y el dedo puesto sobre los labios, anduvo por toda la sala levantando los doseles; y luego, esto hecho, se volvió a sentar y dijo:
46.
Reventaban de risa con estas cosas los duques, como aquellos que habían tomado el pulso a la tal aventura, y alababan entre sí la agudeza y disimulación de la Trifaldi, la cual, volviéndose a sentar, dijo:
47.
Mirando hacia delante, en dirección a la pista que descendía tortuosa hacia un claro ya visible desde lo alto, Dolcinia no perdía de vista a Clusivio, que con su jamelgo hacía de guía, mientras se preguntaba por enésima vez si no había llegado ya el momento de sentar la cabeza
48.
Una vez que el perro se empieza a sentar nada más notar que usted tira hacia arriba de la correa, pronuncie la orden «sentado» justo antes de empezar a tirar hacia arriba
49.
A lo cual Rambert podía contestar que ello no tenía nada que ver con el fondo de su argumentación, y le respondían que ello, sin embargo, tenía algo que ver con las dificultades administrativas que se oponían a toda medida de favor que amenazase con sentar lo que llamaban, con expresión de gran repugnancia, un precedente
50.
La novedad de aquellas operaciones culinarias, su excelencia, la actividad que exigían, la necesidad de levantarse a cada momento para mirar lo que estaba en el fuego y volverse a sentar para devorarlo a medida que salía de la parrilla, caliente a hirviendo; nuestros rostros animados por el ardor interior y el del fuego, todo aquello nos divertía tanto, que en medio de nuestras risas locas y de nuestros éxtasis gastronómicos, pronto no quedó del cordero más que los huesos; mi apetito había reaparecido de una manera maravillosa
51.
Carton hizo sentar al preso en una silla y se descalzó
52.
Y el conde, tarareando un aria de Lucia, se fue a sentar en un banco, mientras que Bertuccio le seguía, reuniendo sus ideas
53.
El abate se puso sus anteojos, que no sólo cubrían los ojos, sino las sienes, y volviéndose a sentar, hizo señas de que se sentase el agente
54.
Ackroyd me hizo sentar en el sofá, a su lado
55.
—Prefiero no sentar a trece a la mesa, señor, y me disgusta tener que pasar por debajo de una escalera, pero no albergo ninguna superstición acerca de los viernes
56.
Pueden parecer sensatos -no soy yo quien debe sentar cátedra en este aspecto-, pero producen en las mentes juveniles una impresión que estoy seguro no complacería al propio Haydock
57.
Los hizo sentar en los bancos y el aparato descendió rápidamente, pasando entre un cerco de lámparas de radium que derramaban torrentes de luz en todas direcciones
58.
Por años Inmaculada Morales hizo mandas a San Antonio de Padua, a ver si el patrono de las solteronas se encargaba de buscar marido a esa hija extravagante que ya había pasado los treinta y todavía no daba señales de sentar cabeza
59.
Tras cubrir sus hombros con una sábana, la hicieron sentar en un escabel frente al espejo de cobre y maquillaron sus ojos con rabillos negros, brillos y reflejos; peinaron sus cabellos, adornándolos con aderezos de perlas y turquesas, y finalmente la vistieron al modo otomano, con una especie de bombachos que cubrían sus piernas, un corpiño transparente, oportunamente tamizado con incrustaciones de pedrería que dejaba entrever sus senos ocultando sus pezones y un chalequillo de raso azul y plata
60.
Pero un domingo de los primeros del mes de enero, al hacer mi visita de costumbre al prebendado, éste, desarrugando el ceño y encendiendo un enorme puro, me mandó sentar en uno de los destripados sillones, y me habló así, con un acento un poco meloso:
61.
Frente a la tarima había un banco sin respaldo donde se habrían de sentar los encausados, y en los extremos, en sendos taburetes, se acomodarían dos soldados
62.
El sueco se había vuelto a sentar con los otros delegados, en el piso con las manos sobre la cabeza
63.
Lo hizo sentar en el comedor
64.
Tomándola de la mano, la guió hacia la casa y la hizo sentar en el comedor
65.
Allí le hizo sentar, le ofreció un whisky mientras él se servía otro, y al ver que Martín no quería, le obligó a recibirlo
66.
Se debía en parte, y él lo sabía, a su creciente respeto por quienes lo rodeaban, a su admiración por la competencia bien intencionada, por la prontitud con que aceptaban los riesgos bien calculados, cosa que los había capacitado, no sólo para sobrevivir en ese mundo hostil y descorazonador, sino también para sentar las bases de la primera cultura extraterrestre
67.
y se fueron a sentar luego en magnífico escaño
68.
Este saludó a los mensajeros y los hizo sentar
69.
Hicieron sentar al héroe y a su gente
70.
El mismo anciano me hizo sentar en medio del diván de la sala de recepción, y me dio a comer cosas de primer orden, y a beber un agua agradable perfumada con flores
71.
Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la sostuvieron por debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al gran salón de recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el trono de oro de los antiguos reyes
72.
Estaba el buen Sarmiento en pie, con el cuerpo doblado por la cintura, recogiéndose a un lado y otro los faldones de la levita, como quien se va a sentar y no se sienta
73.
En La Coruña ha sido preciso sentar la mano
74.
Ambos marchaban despacio, porque la cojera del Rey exigía un lento y cauteloso modo de sentar los pies
75.
Trajo usted con sus aspiraciones legítimas una dosis no corta de soberbia, amigo mío, y por querer sentar plaza en los altos puestos, como a su parecer le correspondía, despreció los secundarios que se le ofrecieron, y ahora se dará con un canto en los pechos si obtener puede un destinillo de tercero o cuarto orden
76.
Mandole sentar, le pidió permiso para repasar unos papeles, y después, mirándole fijamente, con aquella atención penetrante que era en él habitual, le dijo: «Amigos de usted me han informado de sus aficiones a la guerra
77.
Hízole sentar D
78.
Se propone sentar la mano de aquí en adelante a los que turben el orden, ya vengan con bandera cristina o moderada, ya con los pingajos de la revolución social
79.
El capitán dio una orden sin mucha convicción y pocos momentos más tarde todos se habían vuelto a sentar, aunque siguieron hablando en voz muy alta entre sí
80.
Hubo una larga lucha entre mi orgullo y el dinero, pero al final ganó el dinero, dejé el periodismo y me fui a sentar, un día tras otro, en el mismo rincón del principio, inspirando lástima con mi espantosa cara y llenándome los bolsillos de monedas
81.
Me parece que la estoy oyendo: «Hijo mío, [117] ¿vienes dispuesto a sentar la cabeza y a enmendarte de tus errores? Si así es, tu madre te bendice, y lo primero que te recomienda es que entres resueltamente en la grey cristiana y cumplas con la Iglesia»
82.
En mi casa volvieron a esposarme y me hicieron sentar en un sofá de la sala
83.
En la capilla y durante las oraciones permanecía siempre en pie, para dominar así el cuerpo, aunque la regla admite que se podía sentar tras oír el salmo Venite para levantarse después del Gloria Patrí
84.
Desde octubre de 1931, el presidente Manuel Azaña se esforzó por sentar las bases de una democracia moderna, formando un gobierno integrado por Izquierda Republicana y los socialistas
85.
–Se puede sentar en la silla, mientras que la silla no puede hacerlo
86.
Los sumerios fueron probablemente los primeros en sentar el principio de que los movimientos planetarios en el cielo ofrecen una regularidad y pueden predecirse, y luego elaboraron métodos para hacerlo, aunque suponían que la Tierra era el centro del universo
87.
– Se volvió a sentar, apoyando los dedos en la litera -
88.
—Es mejor hablar que estar echado en la oscuridad saltando cada vez que oímos un ruido —asintió Garion mientras se volvía a sentar en la cama y se cubría los hombros con una manta
89.
No tiene ningún sentido sentar a un hombre en tina silla eléctrica y mandar corriente a su organismo
90.
Salió apresuradamente para ayudar a Jennings a sentar a Thorn en el asiento posterior
91.
12 Era su deber intentar salvar el honor de Alemania y el ejército alemán, a pesar de correr el riesgo de sentar los cimientos para la posteridad de otra leyenda de una puñalada trapera
92.
Los mandaron sentar en el capó de los semiorugas y de los jeeps
93.
El doctor me hizo sentar en su enorme sofá de cuero verde y me dijo que me pusiera cómodo
94.
El señor Lieuvain se volvió a sentar; el señor Derozerays se levantó y comenzó otro discurso
95.
Se fueron a sentar, con los cestillos de la labor, a oriIla del agua, bajo el cenador
96.
Entró por la puerta lateral de la iglesia y volvió con una estola púrpura, que se colocó en el cuello mientras se volvía a sentar en el banco
97.
¿Dónde creía la buena mujer que se iba a sentar? ¿En las piernas de alguien?
98.
Kevin se volvió a sentar y por un momento ninguno de los dos habló
99.
Baldomero de la calle cuando ya se iban a sentar a la mesa, y dijo con la mayor naturalidad del mundo que le había Fortunata y Jacinta
100.
Concepción Jerónima cuando quería hacerse el invisible, y por fin, sentar sus reales en uno de los más concurridos y bulliciosos de la Puerta del Sol
1.
Hacía frió, pero nos sentábamos en torno a mesas redondas cubiertas con un paño grueso bajo las cuales ponían braseros encendidos, así nos calentába-mos los pies; bebíamos vino tinto hervido con azúcar, cáscara de naranja y canela, única forma de tragarlo
2.
Cada día de entrega nos sentábamos frente a una cazuela de estofado y hablábamos sobre cuánto pergamino necesitaría yo el mes siguiente
3.
En vez de eso nos sentábamos en casa; no sé a qué esperábamos, bien podía ser a la decisión de Amalia, en aquella mañana había arrebatado para sí el liderazgo de la familia y lo mantuvo con fuerza, y todo sin ninguna ceremonia especial, sin órdenes, sin súplicas, prácticamente por medio de su silencio
4.
O a veces nos acurrucábamos juntos Barnabás y yo, mi hermano comprendía poco de todo el asunto y no cesaba de reclamar ardientemente explicaciones, siempre las mismas, sabía de sobra que los años de despreocupación que a otros esperaban a su edad habían desaparecido, así que nos sentábamos juntos, de forma muy parecida a como estamos sentados tú y yo, y olvidábamos que era de noche y que volvía a hacerse de día
5.
Estábamos en el Marítim, el populoso y sórdido bar de la gauche divine en el crepúsculo del franquismo, alrededor de una de aquellas mesas de hierro con sillas de hierro donde sólo cabíamos seis a duras penas y nos sentábamos veinte
6.
Al principio el dueño se opuso a que penetráramos con Hovan Du, pero después de una discusión muy prolongada nos permitió encerrar al gran mono en una habitación interior, mientras nosotros nos sentábamos a comer
7.
Así es que nos sentábamos juntos e intercambiábamos historias en lugar de mercancías
8.
Entonces lo alzábamos entre los dos y lo sentábamos frente a las peceras y él se quedaba allí, quieto, recuperando de a poco la respiración
9.
Al anochecer nos sentábamos junto al muelle, en uno de los tres cafés de la isla, bebiendo ajenjo y conversando con los otros residentes extranjeros sobre el esplendor de los yates visitantes
10.
El director, el cameraman, la script y el resto de la compañía nos reuníamos todas las mañanas para desayunar y discutir el rodaje del día, y al atardecer nos sentábamos en la sala, a escuchar la radio del hotel, una de las pocas que había en el pueblo, y enterarnos de las noticias sobre la guerra civil que por entonces se libraba en un país situado al sur
11.
Nos sentábamos alrededor de una mesa los patronos de una fundación
12.
Cada día lo llevaba de paseo, íbamos al parque, nos sentábamos en un banco y hablábamos
13.
A continuación, nos sentábamos en silencio en actitud de meditación, tapados con un manto que nos cubría por completo, pues a toda costa había que mantener alta la temperatura corporal
14.
Nos sentábamos juntos en su canapé estilo imperio y él me leía pasajes de Iluminaciones de Rimbaud en el francés original
15.
Día tras día, nos sentábamos a tomar el té y observábamos estás cosas
16.
Al finalizar la jornada de trabajo, cogíamos el 28 hasta Notting Hill y nos sentábamos siempre en las primeras filas del piso de arriba mientras el autobús se abría camino entre el tráfico de Kensington High Street
17.
A veces nos dejábamos caer por el Royal Shakespeare Company's Warehouse, en aquel Covent Garden oscuro y ruinoso, y nos sentábamos entre estudiantes, norteamericanos e intelectuales que venían del norte de Londres, Y mientras uno se castigaba las nalgas con el suplicio de las sillas metálicas o de plástico, no apartaba los ojos de unas tablas de madera grisáceas y de un escenario reducido a su mínima expresión: quizá cuatro sillas y una mesa de cocina entre un panorama de escombros y de cascos rotos de botellas, un mundo en ebullición con humo de hielo seco flotando por encima de las cabezas de un público medio asfixiado
1.
Os sentáis sobre la alfombra frente a frente en el círculo de meditación e intentas conjurar a tu animal guía mientras Marla te observa con su ojo morado
2.
«¿Por qué os sentáis, desgraciados? – gimió, su acento distorsionado, afectado por el miedo-
1.
Me senté al borde de la cama, me quite la camisa, mi perrito se metió debajo del colchón como hacía y aún hace, y me dispuse a quitarme los zapatos, y fue allí cuando mis pies sintieron quedar en vacío, fue una sensación extraña, como si el piso de la habitación se hubiera hundido, mis pies pasaron de largo, no había piso y quedaron colgando en vacío
2.
Me senté en un rincón, me ha agradado, desde humildes de clase media que soy, escuchando la música mientras se toma una copa
3.
El traje me senté bien
4.
Me senté en unabutaca, con la cara escondida, hipando
5.
Me senté al lado de ellas en una
6.
Luego, me senté en el umbral de una puerta que quedaba al terminar losjardines de
7.
Me senté y esperé mientras que los otros estudiantes se alejaron, felices de que la escuela
8.
y me senté en la mesa de una taberna, en la acera,en una calle en donde hay tal profusión de
9.
una silla al balcón, me senté, y apoyado en labarandilla estuve contemplando el pueblo y la casa
10.
Me senté en laplataforma de la roca; estaba entumecido
11.
Me senté en la lomita de pasto cortado y prolijo que rodeaba el galpón
12.
¿Qué hice yo? Me senté a la mesa y di cuenta de todo lo que había en mi plato; hasta tomé una segunda ración de huevos
13.
Era corta, y como estaba esperando que Leland volviese a casa, me senté y me la leí de un tirón
14.
En el piso de arriba me senté junto a la cama de Megan en espera de que volviera en sí, y maldiciendo a Nash de cuando en cuando
15.
Para la entrevista me senté a La Mesa Más Grande del Mundo
16.
Fui al cuarto de fumar y me senté frente a la espineta
17.
Terminada esa tarea y con sensación de seguridad, encendí el televisor y me senté, aun sin hacer mucho caso a lo que sucedía en la pantalla
18.
Me senté en el borde de mi vieja camita
19.
volví al club, acabé el café, me senté para no desmayarme
20.
Yo me senté en el sofá del gabinete, no atreviéndome a creer que una residencia tan formal pudiera ser para mí
21.
Entonces me senté en un rincón a la sombra, mirando el reflejo del sol sobre los tubos de la chimenea de enfrente y pensando en Dora, cuando míster Spenlow entró, reposado y dispuesto
22.
Corrí hacia el río, me senté en la ribera, y ansiando saber lo que contenía el cofre, hice saltar la cerradura con un cuchillo
23.
Me senté en las rocas y me dediqué a mirarlo
24.
Me senté y me abroché el cinturón de seguridad mientras Ryan se montaba por el otro lado
25.
Me senté a esa mesa y estiré las piernas
26.
Me senté a su lado
27.
Me senté en silencio
28.
Me senté, abatido, en un rincón, con el cuerpo destrozado, con las piernas acalambradas, con el corazón fuera
29.
No me senté, me quedé allí de pie, con los brazos cruzados
30.
Dejé los lápices y la carta para Emily en la cama y me senté junto a la mesa
31.
Me senté en el banco más cercano y al hacerlo me vino de golpe todo el cansancio acumulado en esos días, coloqué los pies sobre el travesaño y recosté la cabeza en el respaldo
32.
Me senté con las piernas recogidas como un indio, cerré los ojos y durante unos segundos dejé vagar la mente por las dunas de un desierto blanco, como siempre hago para inventar un cuento
33.
Me senté en el hall de los retratos a rezar en-tre dientes
34.
Mi timidez, sin embar-go, pudo más que la desesperación, me arrastré callada y a tientas has-ta la habitación que compartía con Diego y me senté sobre la cama tiri-tando, mientras me corrían las lágrimas por las mejillas, me empapa-ban el pecho y la camisa
35.
las piedras hicieron un trono para mí y yo me senté en él,
36.
En cuanto hubieron salido, me senté en el borde de la cama del lado donde estaba Lucas
37.
Me senté aturdida en el último escalón de la escalera, atenta a los preparativos que estaban llevándose a cabo a mi alrededor
38.
Me senté en la estera
39.
Me incorporé despacio y me senté en el suelo
40.
Me senté a su lado y le acaricié la mano y la cara
41.
Se sentaron todos en la gran estera, y yo me senté con ellos
42.
Me senté en mi silla y esperé al juez
43.
Y me senté y esperé con impaciencia lo que iba a ocurrir
44.
Me levanté al despuntar el día y me senté a la puerta de la posada esperando ansiosamente la llegada de la diligencia
45.
Una vez más, me senté impasiblemente en el banquillo de los acusados, mientras sir Matthew, se levantaba de su lugar para dirigirse a los tres jueces del tribunal de apelación
46.
Me senté en su butaca y me calenté las manos en la chimenea, pues estaba cayendo una buena helada y los cristales estaban cubiertos de placas de hielo
47.
Me senté en un barrilete que había en un rincón y medité cuidadosamente todo lo sucedido
48.
Me senté junto a la fuente, apoyando la espada contra la roca y manteniendo la espada envainada sobre las rodillas, listo para luchar-, porque un encuentro al borde del camino siempre es incierto en las Tierras Altas
49.
Regresé a la mesa de la defensa y me senté
50.
En la segunda hora me senté en el colchón, decidido a no agotarme con el paseo y tratando de no perder la noción del tiempo
51.
Cuando llegué arriba, me senté a horcajadas sobre el muro y busqué ávidamente con la mirada los abanicos de rayos infrarrojos que mis gafas me permitían desenmascarar
52.
Aquel día me sentía cansado y con un ligero sabor amargo en algún lugar del alma que no era capaz de identificar, así que eché a Jonás a la calle —que se marchó muy contento, libre como los pájaros y con ganas de aventura—, y me senté cómodamente, con los ojos entrecerrados y todo el cuerpo en actitud de meditación, para intentar aclarar los pensamientos y los sentimientos que se agitaban en mi interior desde hacia tiempo sin que les prestase atención
53.
Me senté frente a ellos, fumando en silencio y retando a Amburgey a que me pidiera que me retirara
54.
Me senté en el borde de la cama bebiendo un vaso de vino mientras escuchaba con desgana las voces que iban surgiendo del aparato
55.
Me senté ante la mesa, encendí un cigarrillo y marqué el número de Benton Wesley
56.
Me senté al borde de la cama
57.
Así pues, me senté ante un escritorio de la morgue mientras Wright trabajaba
58.
Me senté en un canapé azul celeste
59.
Saqué las llaves del bolso y me senté de lado en el asiento del conductor
60.
Me senté en una silla de espaldas a la cama para no distraerme con los hombros y los brazos desnudos de Wesley, que asomaban sobre el lío de colcha y sábanas
61.
Cuando entre en mi oficina Wesley ya no estaba y me senté detrás del escritorio
62.
Me senté en uno de los sillones y empecé a curiosear los lomos de los discos
63.
Entré en la habitación y me senté
64.
Muy en contra de mi criterio me dejé convencer, y un fin de semana, en abril de 1971, me senté y di a luz un escrito llamado El viejo verde sensual
65.
Me senté en el piso de la cancha y lloré
66.
–Quizá más bien hacia las once; no miré la hora, pero luego me senté un rato en el cuarto de estar y estuve viendo las noticias de última hora
67.
Me senté frente al escritorio de Alma
68.
Después de que Grace salió para Manhattan, me senté ante la máquina de escribir y empecé a trabajar en la versión preparatoria del guión para Bobby Hunter
69.
Me senté muy derecha en la habitación de los niños de Grumblethorpe
70.
Envié los niños a la cama temprano, apagué las luces, eché el cerrojo a las puertas de la planta baja y me senté en mi habitación del primer piso, esperando lo que iba a llegar
71.
Conseguí recuperarme y me senté bien derecho en mi asiento
72.
Cuando me incorporé en el interior oscuro del coche y me senté recostada contra la ventanilla, el taxista dijo:
73.
Arrojé la americana sobre una silla y me senté a un lado de la cama y respiré hondo aquel aire rancio y deshabitado, y tuve la impresión de haber estado viajando durante mucho tiempo, quizá años, y haber llegado por fin al destino al que, sin saberlo, había estado destinado desde el principio, y donde debía quedarme, siendo, por el momento, el único lugar posible, el único refugio posible para mí
74.
Me senté a un lado de ella, Myles al otro
75.
Al final me calmaron y me retiré malhumorado a una mesa del rincón, bajo el televisor mudo, donde me senté farfullando para mí y suspirando
76.
Yo me senté frente a ella y crucé las piernas
77.
Me tragué una pastilla para las punzadas en el corazón, jadeé con dificultad, me senté en el sofá y me pregunté qué debería hacer en primer lugar
78.
Luego corté el interruptor del piloto automático y me senté ante los mandos
79.
Me senté de nuevo frente a la cámara, encendieron los reflectores, mi corazón se aceleró y supe que en esos tres minutos al aire, en directo, me jugaría la vida
80.
Acabé de desayunar y para facilitar la digestión me senté con las piernas cruzadas
81.
Me senté a su lado en el cuenco del surtidor y, musité:
82.
Me incorporé, enderecé la silla y me senté
83.
Al borde del agua encontré una taberna con menos clientes y mejor aspecto que la Medusa, donde me senté a contemplar el fluir solemne del Rin y las últimas embarcaciones que volvían a puerto para pasar la noche
84.
Sonreí y me senté muy cerca de Julia, seguro de que había despertado, aunque sin saber por qué
85.
Me senté en el suelo a sus pies y la abracé, con la mejilla en su vientre
86.
Me senté más erguido, con los brazos en torno a las rodillas
87.
) Aquella alusión de Andrés iba a resultar altamente provechosa para mí, ya que días después- el tal Petajía iba a jugar un papel destacado en una de las negaciones de Pedro… Mientras aguardaba la salida del grupo del interior del Santuario, me senté muy cerca de los mercaderes y pude asistir a un fenómeno que, al parecer, era frecuente en la compra-venta
88.
Le alcancé un vaso de vino y me senté junto a él
89.
Me quité la chaqueta y la colgué del respaldo del asiento, me subí las mangas, cogí el primer informe y me senté
90.
Luego me senté en el borde de una mesa desocupada, y puse en los agujeros del machete los dedos de los pies y los dedos de las manos
91.
Consolé a la pobre chica con cuatro palabrillas y me senté a su lado en el escalón
92.
Me senté en el rellano y no vi a nadie en dos horas
93.
Por fin entré en su habitación y me senté en el borde de la cama
94.
Me senté en la cama y grité
95.
Le seguí sorprendido y me senté junto a él en la barra
96.
Me senté en los escalones de la entrada mientras esperaban el coche
97.
Esta última frase me hizo reír para mis adentros, pero quería que siguiera hablando sobre sí mismo con tranquilidad; no hice notar la gracia que me causaba, me senté en el suelo sobre un cojín, abrazando mis rodillas levantadas, y miré a Peter con atención
98.
Me senté con Blix en la parte posterior del taxi y sentí que el cansancio se tornaba en depresión
99.
En el piso de abajo me senté frente a aquella furiosa ancianita, con la blanca cara desviada y le dije:
100.
Me senté en el suelo para tener la cabeza fuera de campo en caso de que alguien mirase por el escaparate, como yo había hecho poco antes y esperé
1.
¿ Qué necesita tener ese conferencista, que esta exponiendo una tesis para que el espíritu lo sienta ?
2.
Siempre en una DECISION tomada por discernimiento habrá un mensaje de DIOS, y quien no sienta el mensaje, al menos se podrá aproximar a observar señales, muy distintas a las generadas por la mente
3.
una persona a estar con alguien por el que no siente, o, aunque sienta, le es
4.
Requiere qeu posea (y ello sea distinguible con relativa facilidad) dos caras: un aspecto positivo y otro negativo, de modo que la persona que reciba la información y sienta la motivación, esté en posibilidad de discernir que hay un enfoque "bueno" y un enfoque
5.
- ¿Será posible que los propios periodistas, libres de la contaminación política empresarial, manejen los medios de comunicación? Garantizaría esto la objetividad, el servicio limpio a la causa del pueblo, a la causa que debe ser el norte de toda persona que se sienta periodista, es decir, del comunicador, pero no de lemas comerciales o políticos, sino comunicador a secas, o sea, periodista auténtico? Por otra parte, me parece que hay que señalar algo referente al tema
6.
Invitado a subir al primer vehículo Grailem se sienta cómodamente en el asiento trasero ya que los dos generales entrar con él
7.
El navegador de la forma del macho joven se sienta inactivo en espera de sus instrucciones posteriores
8.
Sienta cómo el aire entra y sale de su
9.
«En un santiamén se sienta la gente marina en el suelo á la mesa, dandola cabecera al Contramaestre
10.
Uno echa las piernas atrás, otro los piesadelante; cuál se sienta en cuclillas y cuál recostado y de otras muchasmaneras
11.
mejor le sienta: el clarocielo de Nápoles y Sorrento
12.
que sienta lo que siente él?
13.
ingenuo candor que tanbien sienta en un bárbaro, pero que un
14.
—Ese que se sienta en este momento es Mejía
15.
sobre la hierba el sombrero apuntadoy se sienta en el musgo junto a una
16.
Non há plaser del mundo, qu' en ella non se sienta
17.
El oficial Dheram se sienta en un cómodo sillón enfrente
18.
dormitorio para entrar en la sala de estar donde se sienta y
19.
El señor Mathieu sienta que hay en Francia (loc
20.
22) sienta que hay en Cuba
21.
haberla jamás hablado, y aun quien se lamente y sienta larabiosa enfermedad de los celos, que
22.
losmismos sentidos, y alterando el curso ordinariode las funciones, hace que realmente se sienta
23.
indicacion despierte la voluntad dealguno que se sienta con fuerzas para ello
24.
sienta, sino en los impulsosde su propio corazón; no olvide Vd
25.
primera, levanta en brazos a la Niñay la sienta en la tabla
26.
que sienta curiosidad deconocerlas, las encontrará escritas de su
27.
Luego se sienta en el banco del emparrado; y, apoyando los
28.
Juan se sienta frente de ella y la contempla con una admiración
29.
El joven se sienta frente a ella en un taburete; haciendo
30.
Se sienta en el banco y hunde las dos
31.
abajo, pero esto sienta bien a losjóvenes; y la cabeza era
32.
estapobre Laura le sienta el condado como á un Cristo un par de pistolas»
33.
ocasión en que me sienta yo menos cansado, me limitaré ahora acitar por sus
34.
CUESTA ( sintiendo gran fatiga, se sienta)
35.
Y aun esa es preciso que el que laprovoca, la sienta
36.
no puede sufrirlas un día y otro día ningún hombre queaprecie en algo su hidalguía y sienta aún el rubor de
37.
, es necesario que elentendimiento mas bien sienta que conozca, y en la evidencia inmediatamas bien
38.
] Para que se comprenda perfectamente y se sienta con viveza laverdad de lo que acabo de asentar, voy á ofrecer al lector un cuadro delcual se vayan eliminando sucesivamente determinadas
39.
la furia que sienta en el corazón,sin olvidarse del tono de la
40.
En fin, allí se sienta uno con laindiferencia con que Raúl y
41.
inglés sienta el menor afecto por escoceses ófranceses? No los has visto tú en una de
42.
atrás, otro los piesadelante; cuál se sienta en cuclillas y cuál
43.
todo, sólo en amor sienta bien alos hombres algo de timidez
44.
bien? Ese color sólo sienta bien a lasgruesas, a las caras frescas
45.
(Se sienta en el suelo y llora
46.
que sienta dejar al pobre papá y
47.
cubierto de harapos como unmendigo, se sienta en el rincón más
48.
ellos se sienta elresto de la nobleza
49.
recibir audiencia de los diosesy se sienta á la par con ellos
50.
fuerte, sobre la mesa—, es que tú no eres un hombrepráctico, y que te sienta mal el papel que
51.
—¿Quién se sienta ahora en el trono de España?
52.
en el gabinete y resueltamente se sienta en el
53.
( Se sienta en la butaca frente al público, y se
54.
( Hace un gracioso mohín y se sienta en la butaca
55.
Entranse, y salen á poner un estrado con quatro almohadaspara el REY, donde se sienta, y
56.
Todos proclamaban en voz alta: «La salvación está en nuestro Dios que se sienta en el trono, y en el cordero»
57.
Después, cuando les llegue el turno de bajar al patio, se dirigirán sin hablar hacia el banco donde Tomasa se sienta a diario mirando hacia ellas, y harán labor de punto de agujas en el espacio que ella acaba de abandonar, negándose a creer los rumores que sitúan a Tomasa en Castilblanco
58.
Se sienta en el suelo abrazada a las rodillas, y se niega a llorar
59.
Mateo se sienta el primero
60.
Tengo pocas cosas que decirle, pero son las suficientes para que se sienta usted a disgusto
61.
Te sienta como a una quinceañera, el mono, digo, el collar te sienta como a Sisí Emperatriz, le dijo la que iba vestida de recogepelotas, según su propia definición, una señora menudita y dramática a lo Helen Hayes y que estuvo sufriendo horrores todo el partido porque el gol de los leones de La Roja, como decía cada dos por tres, para desesperación de Cyd Charisse, no llegaba
62.
No resulta demasiado sorprendente que la gente se sienta atraída hacia aquellos individuos con los que comparten actitudes y valores
63.
Puede que en ocasiones se sienta desbordado por los compromisos adquiridos, pero tiene recursos que le permiten recuperar el equilibrio
64.
Es posible que evite una relación de pareja estable, por la pérdida de autonomía que implica, ya que valora en extremo su independencia, o bien, si la tiene, se sienta agobiado a menudo por los compromisos y las obligaciones que conlleva
65.
Puede que no se sienta reconocido como cree que le corresponde, ya sea por la familia, la pareja, los amigos o profesionalmente, pero lo cierto es que es muy posible que no se valore a sí mismo lo suficiente
66.
Eso hace que, a veces, la gente se sienta incómoda
67.
El viajero, a la sombra del árbol del paraíso, se sienta con el tronco a los lomos, entorna los párpados casi con reverencia, se cubre la cara con el pañuelo que lo separa de las moscas, despuebla su cabeza de pensamientos y de sentimientos, se rasca con una calma infinita los amplios pliegues de la panza y, para redondear las bendiciones, escucha a sus juglares cantar el romance Agora, que sé de amor
68.
—Tenía que estar en el cajón del escritorio ante el que usted se sienta
69.
El hombre (flaco y alto y moreno, con un pañuelo blanco sobresaliendo del bolsillo de su americana oscura) se sienta en el lugar indicado y a continuación Suárez y él inician un diálogo que se prolonga sin apenas interrupciones durante los próximos minutos; la palabra diálogo es excesiva: Suárez se limita a escuchar las palabras del recién llegado y a intercalar de vez en cuando comentarios o preguntas, o lo que la vista interpreta como comentarios o preguntas
70.
Se sienta en un sillón y enciende un cigarrillo
71.
B-121b PLANO MEDIO -JOYCE EN LA MESA Harwood entra en escena y se sienta
72.
se sienta en la sala y yo los mandaré a todos abajo a verlo -con cuya respuesta enigmática Ana desapareció riendo para sus adentros, extática de felicidad
73.
El CONDE, sentado; el MÉDICO, que entra a visitarle, y se sienta a su lado
74.
Me encantan las pantomimas a la antigua, en que un hombre se sienta sobre la copa de un sombrero
75.
El cabello recogido en dos trenzas bien prietas, contenta y obediente, se sienta con las piernas muy juntas, como le ha dicho su madre que deben sentarse las niñas
76.
Por ejemplo, Anant Soni, que se sienta junto al lecho de su madre a frotarle las manos artríticas tras un día de videoconferencias empresariales
77.
–¿Te sienta bien? ¿De quién se trata? Parece una vitamina
78.
Cuando él dice que se siente vacío y perdido, yo le digo que no se sienta así y parece entenderlo
79.
Y si hay alguno al que no le gusta el café, dice que le sienta mal al estómago y que prefiere tomar manzanilla
80.
—¡Afortunada Anita! No hay mucha gente en el mundo que sienta lo que usted
81.
Puede suceder que uno se sienta intranquilo con antelación
82.
Y si la meten ustedes en la cárcel y la ahorcan, ¿qué será de los niños? Si es que mató ella a Juan, lo más probable es que lo sienta una enormidad a estas horas
83.
¡Uno se sienta en el desierto sólo a averiguar lo horrible que puede ser!
84.
Salimos al porche y él se sienta con los pies en la barandilla
85.
Sofia se la sienta en el regazo
86.
Los sábados, a eso de las nueve de la noche, cuando ya todo el mundo ha saboreado su ración del guiso afrodisíaco y se ha abandonado al placer del baile, aparece La Mexicana y se sienta sola
87.
—Parece que te sienta bien estar en casa
88.
Alguien que sepa de magia y se sienta a gusto con su propia identidad para resistirse a la influencia de Elva
89.
El sueño sienta bien a los enfermos
90.
Le da la vuelta a una silla y se sienta a la mesa de forma que pueda inclinarse hacia delante y apoyarse en el respaldo—
91.
—¿Crees que me sienta bien el corpiño?
92.
Es posible que Rosalía, al igual que Teresa, viva encerrada en su mundo interior y que como ésta sienta una enorme atracción por el mar
93.
Antonio se sienta frente a la estufa y aspira el aire cálido del alrededor de la estufa, la seguridad del estufón encendido, la firmeza del pasado recordado, el amor recordado
94.
A pesar de que al hablar de Matilda se ha servido de expresiones de ultratumba, la sensatez, la incredulidad de Juan Campos con respecto a todas estas nociones medievales sobre la vida después de la muerte hacen que no sienta realmente ningún temor
95.
Pero tampoco quiero que se sienta excluida del proceso
96.
Ahí está, tirado en la única posición que le sienta: sobre su propio vientre
97.
No es que sienta adoración por mí, pero adora la juventud
98.
Eso hace que me sienta libre
99.
ese viejo siempre se sienta allí por las tardes, y en realidad es cuando yo debiera sentarme porque es cuando pueden llegar los mensajes
100.
Me sienta bien de verdad
1.
Es común en el mundo, que las personas sientan por sentimientos y emociones, por el atropellado ritmo de una supervivencia comercial, sentimos por intereses y ambiciones
2.
halle bien encuadrada, por hombres que se sientan comprometidos unos con otros, preparados
3.
de miseria como la de los intocables, para que sientan en carne propia lo que es la
4.
sientan en el espíritu
5.
Lo dicen las comadres que me lavan y me sientan en la hamaca
6.
quita para que los manes y cenizas de losprimitivos Arregui y Pérez sientan cierto
7.
hombres que sientan a otro porfuerza en un banquillo, tras el
8.
Entonces se sientan en un rincón retirado, y juntan sus
9.
Se sientan uno frente al otro y buscan en su imaginación
10.
palpitaciones del corazón, y cuando sientan bajosus pies estos latidos, cinco ó seis de ellos empuñarán una barra enormede acero terriblemente aguzada, clavándola todos á un tiempo en sucarne, hasta que le
11.
personajes y se sientan en lapoltrona andarían por su tierra escribiendo pedimentos y
12.
vuele, si antes no pasa por Madrid y en Madrid leprestan alas, sientan el prurito
13.
por el tiempo, en que se sientan a comerlos hermanos capuchinos
14.
Donde se sientan los pobres,
15.
Donde se sientan los viejos!
16.
sientan sin doblarse, con los pies enel asiento: y la señora
17.
Así es que aquellos que no lo hayan pensadobien, aquellos que no se sientan con
18.
Los puntos se sientan alrededor de laruleta, y poco a poco van quedándose
19.
sientan asus mesas; poco falta para que los emperadores, al
20.
a esasseñoronas ricas que hablan con él y se sientan en la parte
21.
Todos los romanos les vuelven laespalda a las mujeres, se sientan en
22.
tienen unbanco o escaño en que se sientan entretanto es hora de
23.
En la iglesia se sientan en
24.
algunos pueblos se sientan todos los decabildo en un solo
25.
No se sientan en aquellas mesas sino los que son
26.
se sientan en las plazas, y dan voces á sus compañeros,
27.
2 A Euodias ruego, y á Syntyche exhorto, que sientan lo mismo en el Señor
28.
injuriasrecibidas, y aunque sientan partírseles el corazón de
29.
) ( Se sientan; Casta
30.
los mozoscorren, los curiosos se arremolinan, todos se sientan, la puerta delfondo se abre, el
31.
Todos se sientan pero, siguiendo la costumbre, permanecen en silencio
32.
- No me sientan bien los alcoholes
33.
Llegan al Calvario, y se sientan en la meseta de granito que sustenta las cruces
34.
Se sientan tiesas como una estatua rococó porque saben cuánto trabajo han invertido y quieren que les dure el mayor tiempo posible
35.
No les sientan bien los líquidos a las hormigas
36.
Soy una extraña, y ¿qué importa lo que piensen o sientan los extraños?
37.
Las penas siempre te sientan bien
38.
Sobre las hojas apalean la tierra que antes excavaron y luego se sientan a esperar que ese paciente calor obre el milagro poco a poco
39.
La música también contribuye a hacer de la comida una experiencia sensual, por eso resulta abominable el espectáculo de quienes se sientan a la mesa con el barullo de un partido de fútbol o de las malas noticias por televisión
40.
"Es que pagamos muy bien a todos y todos son parte de un grupo de inversion, lo cual hace que se sientan cómodos
41.
La falta de Emilia sólo se hace visible para Juan cuando se sientan todos a la mesa, porque de ordinario Emilia trae las fuentes con ayuda de Antonio y suele sentarse a comer un poco después de los demás
42.
Los recién llegados se sientan a cenar
43.
También hace que los peatones, que desafían vientos a menudo de extraordinaria violencia y un frío intensísimo, sientan una especial camaradería después de la puesta de sol
44.
Yo los conozco porque en verano cada domingo por la noche se sientan a una mesa, siempre solos, y piden dos buenas consumiciones: un helado de cassata para él y uno de avellana con nata para ella
45.
y los ciento que le escoltan se sientan alrededor
46.
-Y creo que las dos se sientan con él a la mesa, una a la derecha y otra a la izquierda
47.
"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen resaltar más mi esplendor, que subyuga almas y corazones
48.
Es extraño que el mismo hombre que delata la apatheia divina, la incapacidad de sentir de los dioses y su necesidad consiguiente de que otros sientan por ellos, no pudiera ver los efectos de esa apatheia en su vida erótica
49.
¿Qué está haciendo, dándole explicaciones a una pandilla de vejestorios que bien podrían ser unos pueblerinos italianos, o unos pueblerinos austrohúngaros, pero que se sientan ahí para juzgarla? ¿Por qué lo soporta? ¿Qué saben ellos de Tasmania?
50.
Se sientan juntos en la cafetería; el hombre se lanza a dar explicaciones sobre su investigación, que trata sobre la composición social del público del Globe Theatre
51.
–Quiero que ahora los conspiradores se sientan seguros, y en consecuencia permitiré que el presidente no modifique sus planes para el 10 de marzo, al menos por el momento
52.
Varios de éstos se sientan ociosos junto a mesas guarnecidas sólo por modestos vasos de agua
53.
Al fin y al cabo, en San Felipe Neri se sientan sacerdotes, nobles, eruditos, abogados y militares
54.
Por la noche se sientan con su padre en la cocina para explicárselo todo
55.
Tienen hijos y sientan cabeza
56.
–Menuda lancha -dice Lucy mientras se sientan en unos sillones blancos que parecen suspendidos entre el agua y el cielo
57.
–¿Cómo es posible que afirmes con esa ligereza que las religiosas están implicadas en los acontecimientos de la abadía? No es de extrañar que sientan rechazo hacia ti
58.
De este modo los reyes que se sientan en el destartalado mueble lo hacen al propio tiempo en la piedra y quedan consagrados a la vez como monarcas de Escocia y de Inglaterra
59.
La fruta siguió yendo por delante: "Cuando se sientan a la mesa —
60.
Jonas y los miembros de su equipo se sientan a una mesa apartada
61.
Las tres se sientan en el borde de los asientos con los bolsos en el regazo y las bolsas debajo de las piernas
62.
Más vale que sean ellos quienes se sientan culpables
63.
¡Oh, sí! Es su juego y son ellos quienes sientan las condiciones
64.
—Comprendo que se sientan así —comentó Seda entre risas
65.
Vagan, se dan la vuelta, deambulan, se detienen, desfilan, retroceden, a lo mejor se sientan -en el suelo, o en un propicio, clemente, asiento- conscientes de estar viendo algo que les gusta, pero en modo alguno seguros de verlo, de verlo verdaderamente
66.
En una reunión de estilo occidental, los participantes se sientan teniendo ya sus puntos de vista, y, en muchos casos, la conclusión que quieren que los demás acepten
67.
No es sólo tarea de la persona que hace la sugerencia mientras todos los demás se sientan en silencio, impacientes, a la espera de ponerse el sombrero negro
68.
Adobadas en el cuerpo de quien las usa, sientan mejor
69.
El único camino: el de la Isla Nuclear de Luz ¡Benditos todos aquellos que se sientan peregrinos del Paraíso!»
70.
Las dispares historias de la República Dominicana y Haití representan un valioso antídoto para quienes se sientan inclinados a caricaturizar la historia del medio ambiente como “determinismo medioambiental”
71.
El público puede hacerlo de varias formas: demandando a las empresas por ocasionarles daños, como sucedió tras las catástrofes del EXXon Valdez, Piper Alpha y Bhopal; optando por comprar productos obtenidos de forma sostenible, que es la opción que despertó el interés de Home Depot y Unilever; haciendo que los empleados de las empresas con antecedentes pésimos se sientan avergonzados de su empresa y se quejen a sus propios directivos; optando por que sus gobiernos premien con contratos valiosos a las empresas con una buena trayectoria de respeto por el medio ambiente, como hizo el gobierno noruego con Chevron; y presionando a sus gobiernos para que aprueben y velen por el cumplimiento de las leyes y normativas que exigen prácticas medioambientales saludables, como la nueva normativa del gobierno de Estados Unidos sobre la minería del carbón en las décadas de 1970 y 1980
72.
Hay muchos Hombres Medios, y seis de ellos siempre se sientan en el Comité
73.
En la parte delantera, junto al pupitre, hay mesas muy bajas a las que se sientan los escribientes, quienes, cuando lo desean los funcionarios, escriben según el dictado de estos últimos
74.
La camaradería de las mujeres, que se sientan tranquilas, rodeadas de cestas y bolsos de la compra, que gozan de un agradable paréntesis y del buen día
75.
En vez de la chimenea nórdica, está el patio, donde las mujeres se sientan mientras los hombres andan por el mercado
76.
–Señor y señora Stoner, haré todo lo que pueda para que se sientan cómodos -dijo-
77.
De hecho, un buen mago puede ser tan convincente, que es posible que ustedes se sientan tentados de creer que realmente la chica está flotando por encima del escenario
78.
–Aquí no entran hombres; sólo algunos maridos que se sientan y leen el Esquire mientras sus mujeres se prueban vestidos
79.
Y también hay quienes se sientan en su charca y hablan así desde el cañaveral: «Virtud - es sentarse en silencio en la charca
80.
Éstos se sientan a la mesa y no traen nada consigo, ni siquiera el buen hambre: y ahora blasfeman diciendo «¡todo es vanidad!»
81.
Le sientan muy bien
82.
Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información
83.
Si voy a hacer algo en Elantris, necesito ganar seguidores porque les gusta lo que hago, no porque sientan una obligación patriótica
84.
El tribuno Calvicio Sabinio y el centurión Nomio Cástrico se sientan en la tribuna que se encuentra frente a la tienda
85.
en que se sientan y miran
86.
Los asistentes a la representación se sientan de espaldas al escenario y frente a ellos, en la pared opuesta del teatro, hay un vasto espejo, colocado de tal modo que todos los asistentes pueden ver la escena, de forma semejante a lo que ocurre en algunos de nuestros cinematógrafos
87.
Y lo que nos, más tememos, lo peor de todo, es que la acción impetuosa de los dominicos, ha hecho que los indios de esa región sean menos perceptibles a la Fe o que sientan muy poco amor hacia nosotros, que se la llevamos
88.
Mujeres de mediana edad o viejecitas, sobre todo, con sus quimonos de colores tornasolados, grandes nudos en la espalda, zuecos sobre calcetines blancos, se sientan delante de las maquinitas, dejan al costado la cesta de la que asoman el apio y las patatas dulces, y muy rápidas, como si maniobrasen una máquina de coser o un telar eléctrico, dedican a los rebotes de las pelotitas una atención calma y complacida
89.
Purita y el señor José se sientan en la última fila
90.
Somos hombres libres, y los hombres libres se sientan en todos los consejos de guerra
91.
Los proceres y los amigos se sientan junto a los condes
92.
Las tardes sobre todo: la hora de la siesta, cuando don Simón se va a jugar al mus y las dientas no molestan, cuando Enrique y Mercedes se sientan a leer
93.
Los que se sientan aludidos deberían preocuparse por su forma de actuar en el campo de batalla y no por el modo en que actúan mis actores en el escenario
94.
Los vocablos están traducidos en la narración, pero este pequeño glosario incorpora algunas explicaciones filológicas adicionales para aquellos que sientan curiosidad por el origen de palabras que, en su mayoría, pongo en boca de Decébalo o alguno de sus nobles a lo largo de la novela
95.
Se sientan, con sus respectivos platos en las rodillas, en un sofá de mimbre
1.
Sientas las manos, después, los brazos, las piernas, los pies
2.
cuando te sientas con alguna novedad en tu alma, y teencuentres de la noche a la mañana con todas esas máculas ateas biencuradas, dirás «¡milagro, milagro!» y no hay tal milagro, sino quetienes el padre alcalde, como se suele decir
3.
peña en la cual te sientas a contemplar la puestadel sol
4.
sientas el deseo en el alma sentirás en tu cuerpo debilitadoya por los años el prurito de que se
5.
–No te sientas en la obligación de reparar en mí, por favor – se oyó una voz monótona y apagada
6.
–No lo sientas -dijo en francés-
7.
Conserva la mano plana, hasta que lo sientas
8.
—Bueno, ¿qué tal si te sientas en el suelo y te lo cuento? Te ofrecería una silla, si no fuera porque estoy sentada en la única que hay
9.
Mejor es que te estés en la trastienda de centinela, y en caso de que sientas ruido en el entresuelo me avisas al instante
10.
¡No sientas alegría ni aflicción por ninguna cosa, pues las cosas no son eternas!
11.
(Te sientas en uno de los taburetes, con el cuchillo escondido siempre tras la espalda
12.
Cuando te hayas transformado: que no conserves en ti rencor, ni odio, únicamente buena voluntad hacia todo y hacia todos; que no sientas deseos de ver a nadie “castigado”
13.
–Para que no te sientas tan solo – declaró -
14.
ª ¡Salud, salud en los dones benditos de la riqueza! ¡Salud, pueblo de Atenas que te sientas al lado de la Virgen hija de Zeus, y la amas y eres por ella amado, y cada día tu prudencia acrecientas! Quien de Atenea está bajo las alas, su padre le protege
15.
–Dime cuando sientas sueño -dijo Ayla, aunque eso a lo sumo confirmaría otros indicios que ya estaba observando; por ejemplo, la variación del tamaño de las pupilas, la profundidad de la respiración
16.
Cuando te sientas encinta me traes la fanega de trigo que me has prometido
17.
Te sientas con un vaso en la mano y el señor francés se recuesta a tu lado en el sillón
18.
Los ves en el reflejo de tu monitor mientras te sientas frente a tu máquina para la hora del aquelarre
19.
¿Y cuál es la verdadera causa de que te sientas mal?
20.
No pueden soportarlo que te sientas así
21.
Ojalá te sientas a la vez protector y protegido, que es una de las más agradables sensaciones que puede permitirse el ser humano
22.
Comprendo que sientas rencor hacia los alados
23.
8- No sientas remordimiento al apretar el gatillo
24.
–Hay caldo para que lo bebas en cuanto te sientas con fuerzas
25.
Las primeras veces que medites, tal vez sientas la tentación de caer en el desánimo porque están entrando en tu mente pensamientos y sentimientos no deseados que te distraen
26.
–No te sientas esposa abandonada y dramática, Scarlett
27.
– ¿Acaso es un comentario acerca de mi falta de buen gusto? – Depende de cuán seguro te sientas de lo que recomiendas
28.
Estaré por aquí y te contaré todo con lujo de detalles cuando te sientas bien
29.
Entiendo que sientas admiración por esa abominación, pero…
30.
Te sientas enfrente durante el sermón, y dices las respuestas a la Oración por los Muertos
31.
Te haría la observación de que te sientas a la derecha del capitán… ¿por qué?
32.
¿Cómo es posible que no sientas interés? Son doce
33.
Es posible que de vez en cuando sientas necesidad de hablar con otra persona
34.
Pero te ruego no te sientas ofendido
35.
Cuando te examinas la vista o la presión arterial, o si te estás haciendo un examen general de tu salud, recibiendo el resultado de pruebas, o cualquier cosa relacionada con tu salud, es muy importante que te sientas bien durante el proceso o al recibir los resultados a fin de lograr buenas conclusiones
36.
Cada vez que sientas una manifestación del Cristo, di:
37.
–Dime cuando sientas sueño –pidió Ayla, aunque eso a lo sumo confirmaría otros indicios que ya estaba observando; por ejemplo, la variación del tamaño de las pupilas, la profundidad de la respiración
38.
—¿Te sientas peor en el otoño que en el resto de las estaciones? —preguntó con expresión sagaz
39.
Cuando te sientas mejor todo estará bien
40.
—>No lo sientas —murmuró Jack—
41.
Hacen que te sientas tanto más uní pane
42.
Quizá con la llave te sientas más tranquila
1.
HAY UN DIOS, hay un mundo espiritual, hay una divinidad y una creación milagrosa, NO crees en milagros hermano mío, pues déjame decirte que los árboles, el cielo, las estrellas, el oxígeno, los pájaros que vuelan por lo alto, son un milagro; YO veo un universo espiritual, lo vivo, lo siento, lo tengo a mi lado,
2.
Todo lo que estoy comiendo esta noche me siento mejor; los sabrosos platos que mi madre prepara con cariño cada día, esta noche tienen otro sabor desagradable y no será como de costumbre, pero llenará el estómago pacíficamente sin tener que llegar a un acuerdo con la bilis terrible, este fluida, que se ha adaptado con el tiempo a cualquier medicación y sedante y, gracias a una poderosa armadura y un látigo de espinas, no castiga nunca molestado, los visitantes ocasionales de mi intestino
3.
Siento la necesidad de trasmitir y compartir con los demás aquello que he
4.
Qué alegría que siento en este desolado paisaje donde, ni hombres, ni los coches, hay maestros
5.
Cuántos sentimientos que siento en estos momentos: entre los más variados, entre los más extraños; yo también estoy un poco asustada si estoy siendo honesto
6.
Terminado de beber, me siento inmediatamente dar vuelta a su cabeza, los ojos son pesados y los oídos comienzan a zumbar
7.
Poco a poco me siento impregne la mente de un calor insoportable que desciende gradualmente a toda la cara hasta que se detenga en la garganta
8.
" No siento rencor, comprendo y de hecho me avergüenzo de mi estupidez
9.
Siento su cuerpo temblaba en mis brazos y la influencia de su vientre se hace más rítmico
10.
Me siento completamente satisfecho, y el pecho en el que se encontró una almohada blanda en la cabeza, hace deliciosa relajación que otorgamos
11.
"Ven, no tengas miedo" -me dice telepáticamente algo tranquilizador-"Lo siento si te asusté, entiendo perfectamente que lo que es inusual, de miedo, a ustedes que sufren de emociones
12.
generación? ¿Seré como el hombre bicentenario ideado por Isaac Asimov? Siento la
13.
referencias, me siento enloquecer
14.
¡Es esa la clave! Lo siento en mi rostro que enrojece con violencia
15.
siento justificar la venganza todos los
16.
Siento las hojas moverse y en el color de sus haces noto el fl uir de las estaciones y sé, a ciencia cierta, si estás alegre o no
17.
Y siento entre los giros del valz, que corre, vuela, La brisa que producen las alas del ambiente
18.
Dijo, "es raro, todavía me siento infeliz, pero ahora hay un espacio alrededor,
19.
cuando decimos, "siento mi cuerpo interior", se trata de una interpretación errada creada por el pensamiento
20.
yo que llegaba a mi casa dispuesto aandar otro tanto, ahora me siento fatigado a la mitad de esta condenadacalle de Alcalá
21.
) Sí, sí: lo comprendo,lo siento yo
22.
De este encuentro contaba Martí: «Me sientopuro y leve, y siento en mí algo como la paz de un niño
23.
maldita la necesidad; porque, hoy porhoy, siento retozarme en el
24.
vierausted qué bien me encuentro ahora! Siento hasta calor, y he
25.
Puede queesté yo en un error, pero lo siento así
26.
en que se agita la gente a mialrededor y en la que me siento
27.
de palabra toda la ternura y veneración que siento porusted
28.
Siento que precipito En los abismos
29.
dormido y con quéfuerzas me siento! Tan bien estoy, que si
30.
tener ya la menor relacióncon este mundo y siento que se haya
31.
»Hasta siento a veces tentaciones de ir a hacerme matar en
32.
con laexageración de mi carácter; yo siento de una manera
33.
corazón, lo que siento aquí,como la hoja de un puñal, es que dicen
34.
Pero siento golpes en la puerta
35.
Siento queusted no hubiera estado allí
36.
salenestas palabras del fondo del alma, siento dentro de mí un
37.
- Soldado Kreder, lo siento pero con el tiempo los
38.
bien cuántos dientes y muelasme faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el
39.
lugar, siento muchísimo que me hable usted con tantaconmiseración y
40.
—¡Ah, crueles! ¡Cómo siento el puñal en la herida! ¿Conque las tresos[107]
41.
las habitaciones interiores:" Siento mucho, señora
42.
—Os disgusto y lo siento
43.
equivocación, una calumnia, me estremezcode celos, y siento odio
44.
siento en el fondo de micorazón
45.
—Yo siento siempre los males del prójimo
46.
Estoy muy lejos de la iglesia y lo siento; pero rezaré con igual
47.
no experimentaba el placerordinario que siento cuando estoy en
48.
siento en el corazón,¡oh, fresca fuentecilla!—Tantas ideas como
49.
Pero en medio de la satisfacción que siento, recuerdo con
50.
deseo lamuerte más de lo que debiera, porque me siento
51.
siento, por el contrario, el peso de los sesenta años que voy
52.
¡ahseñores, siento frío en la
53.
¡Qué envidia siento al pensar en las mujeres que presenciaron la másestupenda de las revoluciones!
54.
las cosas dela tierra y siento un profundo desdén por el mundo y
55.
miradas cae sobre mí o se encuentracon las mías, siento, como
56.
paternal del cual me siento orgulloso
57.
Y en efecto, siento una intranquilidad tangrande en mi alma y en mi cuerpo,
58.
Siento no obstante una turbación
59.
En el día másque nunca me siento yo sin fuerzas para tanto, y
60.
alegría que siento enesta casa
61.
se siento indigna del perdón loha esperado, lo espera
62.
derrengar: mas, ¿cuál fue miadmiración, cuando siento bajar el asiento y veo alzarse
63.
] En muchos libros de filosofía se ponderan las ilusiones de lossentidos, y la dificultad de asegurarnos de la realidad sensibleresolviendo la siguiente cuestion: «así lo siento, pero ¿es como losiento?» En estos mismos libros se habla luego del órden de las ideascon seguridad igual á la desconfianza que se manifiesta sobre el órdensensible; este proceder no parece muy lógico: porque los fenómenosrelativos á los sentidos, pueden examinarse á la luz de la razon, paraver hasta qué punto concuerdan con ella; pero ¿cuál será la piedra detoque de los fenómenos de la razon misma? Si en lo sensible haydificultad, la hay tambien en lo intelectual; y tanto mas grave,cuanto afecta la base misma de todos los conocimientos, inclusos losque se refieren á las sensaciones
64.
siento, ó cuando me la imagino, hay entremis impresiones y ella, algo mas que la relacion de un efecto á unacausa: hay la representacion, la imágen interior, de lo que existe enlo exterior
65.
que tengo á la vista, que siento, y una es la relacion deigualdad de sus ángulos, que no es
66.
la adoracion inmensa que en mí siento,
67.
Pero lo que más siento todavía no es esto, sino que ladirectora
68.
Dios sabe lo que siento en escribillo
69.
Siento llegar a ese lindo
70.
»Ya siento bulla en la calle
71.
Y aquí vienen los escozores que siento en
72.
—Señora, siento en el alma haberla ofendido…
73.
Lo siento, porquetenía que ir de caza con Briones—dijo uno
74.
me quitaran el hábito blanco, se enfureció elabad, y por él lo siento, dejé para siempre
75.
—Lo siento mucho, pero mi intención era buena—dije, echando una miradaa doña
76.
pelada a la espalda, siento frío en los huesos!
77.
—Imposible, Catalina, lo siento mucho; habría necesidad de hacer unaescalera en el
78.
agrada más su compañía y siento más estimación por supersona
79.
) Meparece que siento a Bringas
80.
Siento escozor, dolor, y la idea derecibir la luz en los ojos me horroriza
81.
Encuentro tonto el ir así en contra de todo lo que siento; y
82.
siento, con todo, una aptitudsublime para esa vocación tan
83.
—Pues yo no siento semejante humillación
84.
Siento queCarlos esté
85.
Siento sed de
86.
puedo vivir en libertad, sin otro amorque el que yo siento por mí
87.
unarelación tan grande entre lo que tú sientes y lo que yo siento!
88.
gruta; pero hoy no siento nada
89.
coquetería entra pormucho en la simpatía que siento por mi
90.
Y de veras, no siento mucha afección por las
91.
que también en elfondo de mi corazón siento un cierto no sé
92.
me siento capaz de todo
93.
Pero aún siento más el que va
94.
siento acerca del arte y de los artistas
95.
Cuando me son simpáticaslas personas, siento en mí un
96.
Siento por usted la más tiernaestimación y el ardiente deseo
97.
Siento una dejadez, un
98.
Siento en el fondo de mi corazón una inefable energía que me convence deque yo lo
99.
golpes con la reglasobre el pupitre;—lo que yo siento, es que