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    Use "coger" in a sentence

    coger example sentences

    coge


    cogemos


    cogen


    coger


    coges


    cogido


    cogiendo


    cogéis


    cogí


    cogía


    cogíamos


    cogían


    cogías


    cojo


    1. Si me lo coge una de estas me lo desgracia


    2. El ejército, Señor, se halla sin pagar ya hace un año, subsistiendo solo con la carne que con mucho trabajo se coge en los Llanos Inútilmente he pedido al Capitán General y al Intendente, desde mi llegada, que se distribuyan por igual los productos de los fondos reales


    3. Por eso, al cumplir Domingo los quince años, metido ya en la edad idiota donde el mundo se le echa a una encima y cuando la realidad se retuerce absurdamente, mi padre le dijo: “Ahí tienes, chaval, coge las riendas y ya estás en Trespuntas”


    4. Subo rápido las escaleras y alguien me coge de la mano y tapándome la boca, tira de mí para hacerme entrar en una habitación


    5. En fin, que sino acierta a pasar el coronel Goiri, que me quería mucho, y me coge a lafuerza y me arranca de allí y me lleva a mi casa, aquella tarde sale elredaño de un cura a ver la puesta del sol


    6. Fortunata las examina, y coge algunas telas entre losdedos para apreciarlas por el tacto


    7. Palo a las mulas, que empiezan a respingar, y una de estascoces coge la portezuela del simón y la deshace


    8. cuando coge una tareade esas, que la coge de tarde en tarde,


    9. arrancarla la idea: la tiene arraigada en lo más hondo;la coge en


    10. en los límites de la dignidad su maternal cariño, le abrazaban y besaban a porfía, y uno le coge,

    11. varas deelevacion, y son derechas como torres; su anchura coge un espacio dediez leguas, y no es posible


    12. Cofia grande de cocinero, que le coge todo el pelo


    13. Caballeros son los del invierno, que es tiempo pobre y en que nadase coge y sólo se gasta lo


    14. que sube á la casa del difunto,entra en la sementera, pasa por el camino, coge agua de la fuente,


    15. aquí, las fiestas,muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge unodestos


    16. A veces la tromba os coge en la rada


    17. hace, coge la tira y sigue el trabajo complicado de los


    18. Martín le coge la lámpara y sube la escalera precediendo a su


    19. Juan coge el


    20. vigoroso, inclina el busto sobre lacorriente y coge agua en las

    21. ( Máximo selevanta, y en el estante de la izquierda coge unas


    22. Y cualquiera los coge


    23. coge la aguja que las


    24. Coge á los españoles descuidados en medio, y dá muerte á


    25. hueso, que abrepor el seceso á los animales que coge, por


    26. El pastor coge llorando


    27. se coge la sartén por el mango, se da un impulso horizontal defrente, extendiendo el brazo, y al recogerlo


    28. Se coge una cucharada grande de la composición y se reboza en panrallado; luego en huevo batido, con una


    29. —¡Silencio! Coge tres hombres


    30. (Coge a Cleopatra del brazo y se la lleva hacia las montañas

    31. coge al alma y la arroja paraque se anegue en el río


    32. diversidad de lugares en dondelos coge la muerte


    33. El caballero se coge la barba estremecida por la risa, una risaextraña, de viejo loco, desengañado y


    34. yguardando todo lo que puedo, escondiendo el dinero, porque Refugio, silo coge, me


    35. otracuna que el espacio que coge todo el cielo


    36. Mira hácia abajo, mientras que con el dedo pulgar y el índice coge unpliegue sutil en su falda


    37. micorazon! El pintor deja el mundo, se va por el campo, halla un hombremuerto en un erial, lo coge y lo


    38. á practicar una buenaobra, coge el camino de Paris, y al cabo de una hora de buen andar, separa en la


    39. Concluídaslas fiestas se abre una fosa al pié de la misma casa, y el parientemás inmediato del difunto coge el


    40. Lucban coge unos 100

    41. Tras mucho vacilar, coge la pluma


    42. –Cuando uno corre peligro y no tiene opción, coge el camino que sea


    43. Con esta mano es con la que coge el bourbon


    44. Su idea del paraíso era que la cogieran en brazos de espaldas, como se coge a un bebé, y que se le rascara la tripita


    45. Tras el discurso del capitán Muñecas la atmósfera del hemiciclo se distiende, los diputados intercambian fuego y tabaco y miradas mortecinas y Adolfo Suárez le pide por señas un cigarrillo a un ujier y a continuación se levanta de su escaño, camina hasta el ujier, coge el cigarrillo que éste le tiende y vuelve a sentarse


    46. Coge el tren de las cuatro y media


    47. Si Junior coge la chuchería, digo: “Te pillé


    48. Uno de los invitados coge a la Rubia por el brazo y la aparta


    49. Coge un horario de autobuses «Greyhound», que son los que pasan por el lugar, y se encamina al fondo de la galería trasera


    50. El camarero coge el menú y se retira














































    1. Hay momentos en los que pienso que si mi padre no me hubiese traído a Lisboa yo sería feliz, y por ser feliz quiero decir no encontrarme tan sola con mi enfermedad como aquí, donde la adivino, la mido en el interior del cuerpo, calculo sus progresos en el hígado, en el corazón, en los riñones, me inyecto dos veces al día, si me siento mareada, en el retrete del Liceo, de modo que mis compañeras no desconfíen de nada, porque aquellas a quienes se lo conté imaginan que llevo una muerte contagiosa conmigo y tampoco a mi tía le digo nada, vuelvo del médico y ella, fingiendo que no sabe adonde he ido, Buenas noches, mi tía a la que nunca le gustó que mi padre se casase en África con una desconocida, con una mulata tal vez, sin prevenir a la familia, sin traerla primero a Portugal para someterla en Esposende a la aprobación de mis abuelos, y la única vez que vinieron se apearon sin avisar en Oporto, hicieron el resto del viaje en autobús, con mi madre en busca de Mozambique en las ventanillas, y aparecieron en casa de mis abuelos, a la hora de comer, con una maleta llena de estatuillas y de máscaras de madera, y mi abuelo, que vendía telas en un establecimiento llamado Perla del Tergal, ¿Qué es esto?, y mi abuela mientras se santiguaba Sácame de ahí la carantamaula del Demonio, Domingos, que siento la peste del infierno en casa, y era el olor de la diabetes, y mi madre a mi padre, sin hacerles caso, sin conversar con ellos, apoyada en el alféizar en busca de las traineras de la isla, mi madre, intrigada con los petreles, ¿Qué aves son ésas, Domingos?, y mi abuelo, cogiendo una jirafa de marfil, Fíjate en el bicho, Orquídea, ¿en el sitio donde vivís hay elefantes?, y mi padre Son petreles, devoran barcos hasta no dejar ninguna espuma detrás de las hélices, y mi abuela, agarrada al rosario, Huele a infierno, ya os he dicho que huele a infierno, que huele a las flores de los muertos, pásame el chal que voy a buscar al párroco, y mi abuelo, sirviéndose aguardiente, Daría diez metros de franela por toparme con elefantes al galope en el bosque, y mi tía ¿E hipopótamos, Domingos, qué es lo que hacen con los hipopótamos?, y mi padre A los petreles no les escapan ni la niebla ni el viento, devoran lo que pueden, hasta un cine ambulante que anduvo por allí se les sumió en el estómago, ¿no es verdad, Orquídea, no es verdad que no se volvió a saber nada del que manejaba el proyector?, y mi tía El cine se fue a Póvoa, Domingos, ¿dónde se han visto petreles que se lancen a picotear películas?, y mi abuelo, repitiendo el aguardiente, Sólo vi uno en el calendario de la taberna, y mi padre No picotean películas pero picotearon a tu amigo el que vendía las entradas, el que no volvió a tirarte los tejos, y mi abuelo ¿Qué?, y mi padre Que responda Orquídea, que Orquídea te hable de los sauces llorones, y mi tía Mentiroso, ojalá se te paralicen las piernas, mentiroso, y mi abuelo ¿De los sauces llorones, grosera?, y mi madre Petreles, dices tú, ¿es petreles como los llaman, Domingos?, y mi tía Yo qué sé, padre, es invención de Domingos, los aires de Mozambique le han secado la mollera, y mi padre a mi abuelo ¿No quiere venir a volar conmigo bajo la tierra?, y el párroco, atareado en bendecir el baúl y los rincones de la tienda, y cubriendo a mi madre con un crucifijo enorme, Realmente huele a infierno y a las flores de Satanás, pero no es de las estatuas sino de esa pecadora, y mi abuelo a mi padre ¿Tú vuelas bajo la tierra, muchacho?, y mi abuela a mi padre Ay has traído al demonio contigo, Domingos, y el cura, echándole agua bendita a mi madre, En nombre de Jesucristo vade retro, emperador de las tinieblas, te ordeno que liberes a tu sierva y regreses a tu reino, y mi abuela ¿Y si ella pare un hombre lobo?, ¿eh?, y mi padre a mi abuelo He volado en la mina de Johannesburgo, padre, si usted tiene un pico y quiere probar yo le enseño, abrimos un hoyo en el suelo y listo, y el cura Vade retro, y mi madre Devoran barcos pero ahora andan por encima de nosotros piando, en una de ésas nos meten en el buche, y mi abuela, lanzando cocodrilos y guacamayos de madera por la ventana, Un bebé oscuro, lleno de pelos, qué horror, un bebé que salta de la cuna para galopar por la casa, hace años, venía yo en el tren de Lamego, descubrí dos a lo lejos, a carcajadas en un pinar, el cura sujetó a mi madre por el brazo, Vade retro, y mi padre Alto ahí, no sea fresco, suéltele la mano a mi mujer, y mi abuelo Pico no tengo, ¿no sirve un rastrillo, hijo?, y mi tía Yo no me acosté con ningún hombre sobre la lona después de los espectáculos, yo no quise perder lo que sólo se sabe que se tiene cuando se pierde, lo que sólo es importante cuando deja de ser, porque cuando se tenía no existía y lo que yo tenía quedó en la arena de Esposende y es parte de las mareas y de los arbustos de la playa, y mi madre Yo no pretendo acabar a gritos, como las aves, por encima de esta casa, y mi padre al cura Si vuelve a tocarla le rompo la cara, vaya a echar su agua a otra parte, y mi abuela ¿Y el incienso, señor párroco?, si ha traído el botafumeiro échele unos humos a ella y listo, y mi abuelo Quien dice rastrillo dice cualquier cosa que agujeree, una pala, una hoz, unas tijeras, ¿lo que hay que hacer es cavar un foso, no?, y mi tía Nunca lo he visto con la cabeza descubierta, nunca lo he visto desnudo, pero me falta su aliento en los oídos, me faltan sus dedos, me falta la paz de después y el mar que bate en mis huesos en los peñascos y yo no quería, padre, yo no quería, yo quería y no quería, yo quería, yo no quería querer y quería, yo fui a Póvoa a visitarlo y el acomodador Hay aquí una moza que te busca, Claudino, y él al empleado Yo a ésa no la he visto en mi vida, dile que es un error, hombre, y el acomodador a mí Él no la ha visto en su vida, y yo sin el valor de hablar, yo sujetándome las horquillas del pelo sin darme cuenta de que me sujetaba las horquillas del pelo, y el cura, salpicando con agua bendita a mi padre, Yo no he tocado a su esposa, señor, he venido a exorcizar al Príncipe del Mal, y mi abuelo, a martillazos en la tarima, ¿Es necesario ir muy abajo para volar, Domingos?, y mi tía Pero me quedé hasta el final de la película, y cuando las personas salieron y el acomodador apagó las luces allí dentro, cerró la puerta con candado, puso cerrojo a la taquilla y desapareció por las calles de la ciudad, cuando el dueño del cine bajó los escalones desde la cabina allí estaba yo, a que era un error, a que él no me vio nunca en su vida, mirándolo, sin reproches, sin pegarle, sin llorar, mirándolo, y él ¿Qué pasa?, y yo, Sólo quería que me devolvieses lo que me quitaste en Esposende para poder irme, y mi madre, acostumbrada a los cocoteros de la playa, Los petreles se comieron las traineras, qué pena, y mi padre a mi abuelo, Con unos diez o quince metros alcanza que después cogemos el ascensor de la mina, y el viejo a mí, en la cervecería de los camioneros que recobraban fuerzas para el Alentejo, pedía, sonándose, otra infusión de limón, posaba su palma sobre la mía, la retiraba, la posaba otra vez, el viejo componiéndose sus pocos pelos con la mano libre, La señorita aún no ha respondido a mi pregunta, al fin y al cabo ¿se casa conmigo o qué?


    2. Luego vuelve a llamar cuando ha terminado, y la cogemos de la misma silla


    3. Nos miramos por un instante brevísimo y en silencio cogemos lo que podemos


    4. –Si entras conmigo y cogemos la comida juntos, todo el mundo lo sabrá en cuestión de segundos -dijo Hal-


    5. Los que conserven cierta ecuanimidad frente a la ciencia y por cierto son pocos, puesto que los círculos que ella traza son cada vez más amplios comprobarán con facilidad, aunque no hagan observaciones muy detenidas, que el alimento principal que encontramos sobre la tierra proviene de lo alto; hasta cogemos parte de él de acuerdo a nuestra habilidad y avidez, antes de que entre en contacto con la tierra


    6. La mayor parte se las cogemos a los muertos y tienen los agujeros por los que les entró la muerte


    7. ¿Por qué plantear, pues, el problema, en el caso especial de la conducta de parentesco seleccionada? No puede ser por tratarse de una conducta, y no de anatomía, porque hay muchos otros ejemplos de conducta (distintos a la seleccionada por el parentesco, quiero decir) que Sahlins aceptaría de buen grado sin plantear su objeción «epistemológica»; piénsese, en todo caso, en mi propio ejemplo de los complejos cálculos que, en cierto sentido, todos debemos realizar cada vez que cogemos una pelota


    8. Cogemos ese dinero y esos bienes y seguimos adelante con nuestra tarea


    9. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    10. Cogemos bolsas y mochilas

    11. Cogemos los trastos y caminamos hasta la estación


    12. Cogemos un par de folletos en la caseta de información


    1. Y sin esperar bendición, sacan los caballeros de la tablaredonda sus cuchillas ó gañavetes de diversas hechuras, que algunos sehicieron para matar puercos, otros para desollar borregos, otros paracortar bolsas; y cogen


    2. Estas lagunas son famosas por las muchas frutas que se cogen en ellas,pero aun lo son mas,


    3. que cogen apartado de la flota


    4. losgavilanes y se comen sin escrúpulo cuanto de vivo cogen por delante yles


    5. de cuantos labradores cogen maíz para todoel año, pues con el objeto de que el grano empiece pronto á


    6. Bolas, con que matan ó cogen los indios á los avestruces:


    7. Ellos no labran la tierra, ellos no cogen una


    8. —Porque tienes que entrar en poblado, y si te cogen con armas tefusilarán


    9. Algunas aves aficionadas á su carne lo espían y lo cogen al dar el vuelo; otras veces se elevan tanto que vienen ácaer en las cubiertas de los barcos


    10. se cogen los cuatrocascotes de la ciudad y los cuatro terrones del

    11. secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden


    12. secará: y los cogen, y [los] echan en el fuego, y arden


    13. Cogían, pues, y cogen al presente su breviario debajo del


    14. cogen hoy espinas que mañana seconvierten en flores, y sirven de corona á las generaciones


    15. Cogen fruto por fruto, y con elbolo le quitan la corteza


    16. A la vuelta de estas fiestas, las dalagas se adornan deflores que con gran algazara cogen, combinan y deshojan por el camino


    17. Cogen algún balate y cerasilvestre, pero todo en corta


    18. Si os cogen con ellas en el tren estáis perdidos


    19. Y por lo tanto se cogen bien las colas con la boca


    20. Estoy segura de que cogen el picaporte con la mano derecha y llaman con la izquierda

    21. –Si nos cogen en el muelle…


    22. Las mujeres pierden la noción del tiempo cuando cogen el teléfono


    23. -Que si os cogen, os ahorcarán y os quitarán a la hija del Corsario -repuso el plantador con maligna complacencia


    24. Cuando los animales salen de noche a beber, los cogen y los arrastran hasta el fondo del río


    25. Todas cogen ínfulas y creen que son las amantes del Rey Sol


    26. Si muere en el camino será una desgracia inmensa, pero si la cogen será mucho peor para todos


    27. Los hombres pronuncian discursos, se emborrachan, echan abajo los árboles, ahorcan a los reos, arengan a las muchedumbres en las plazas… Los hombres cogen con el puño lo que desean y dicen: «Esto quiero»


    28. Luego se cogen el uno al otro y, ya puedes imaginarte: la cosa empieza a calentarse de nuevo


    29. En el poco familiar bullicio de la hora punta de la ciudad cogen un tren hacia Rosebank


    30. Cogen mucho polvo con esas ventanas, y con ese reps negro se ve muchísimo

    31. cogen el autobús del aeropuerto


    32. los que cogen carro


    33. se cogen todo el carrete!


    34. Ocupaos hoy mismo en guindar todo el aparejo, asegurando los estáis y poniendo al corriente todo el juego de brazas de los tres palos, que si os cogen calmas, habréis de largar todo el trapo y las arrastraderas


    35. Una vez que el bacalao este frito, se cogen los pimientos asados y se disponen en tiras en el fondo de los platos


    36. Los novios cogen el cuchillo entre los dos y la cortan con aire de suma concentración


    37. Los cogen en pleno descampado


    38. Se derrumban, vuelven a crecer y cogen nuevas formas cuando la presión las empuja de cualquier manera


    39. Cada tres minutos en la primera media hora hacen una pausa y cogen aliento


    40. Cogen lo que quieren, querida

    41. Cogen lo que quieren


    42. Eugenia hallábase aún en la ribera de la vida en que flo recen las ilusiones infantiles, en que se cogen las margaritas con transportes después desconocidos


    43. cogen el tirso, dejan el cirio,


    44. Desesperada por aplacar el dolor, Annie se descubre de repente en el rincón del estudio donde guarda las herramientas, sus manos cogen la pala para el jardííñ de mango largo, la levanta y descarga sobre los cristales de la puerta del estudio, que se rompen


    45. Cogen una carretera sin asfaltar que gira hacia el norte en un ángulo cerrado y que los conduce a la parte posterior de las caravanas que bordean la ensenada, junto al acantilado de roca


    46. Cogen a los ladrones


    47. Tras una somera inspección, la cogen en brazos y la colocan en el asiento trasero


    48. –Tenemos que hacer observar esta regla, porque hay hombres de corazón tan duro que vienen aquí, cogen este arroz que se destina a los pobres, pues por un penique no se podría comprar una cantidad así, se lo llevan a su casa y lo echan a los cerdos


    49. Si lo cogen los cachacos se lo vuelven a regalar a los alemanes”


    50. Hay una banda de ladrones que operan allí y cogen esclavos, según tengo entendido








































    1. Ante mí se abría la posibilidad de coger un taxi


    2. aquél que viva en ese edificio durante los próximos veinticinco años, debiendo coger el


    3. calentar en el microondas y coger


    4. cuando yo empezaba a coger el sueño


    5. tuviera que coger el tren o un taxi,


    6. coger el hilo y estaba en su punto


    7. l amaba la atención, no dudaba en coger el coche, o el tren y desplazarse para verlo


    8. Se teletransportaron dos de los especialistas disfrazados a la Tierra (les llamaban distribuidores) para coger muestras y para observar el comportamiento de esa especia y encontrar alguna forma de cómo aplicar el ADN de mutación dentro de la suya


    9. Al escuchar el tiroteo echó a correr, quería coger un atajo a través de la llanura, se cayó en un hoyo profundo y los escarabajos le pasaron por alto


    10. nualidad, desistir del agarre ejercitando el juego de coger y soltar

    11. Lo primeroera romper la primitiva para coger el oro y la plata, pasando a la nuevala calderilla, con más de dos pesetas en perros que al objeto habíacambiado en la tienda de comestibles


    12. Inclinose para coger los libros que se habían caído al suelo


    13. Era el movimiento inicial del obrero quese aligera las manos antes de empezar una ruda faena, o del cavador quese las escupe antes de coger la azada


    14. Entraron los de la policía en la casa de esamujer con quien vive ahora, ¿te vas enterando?, y después de registrartodo y de coger los papeles, trincaron a mi sobrino, y en el Saladero mele tienes


    15. Y se puso la trompetilla en la oreja para coger con ella la respuesta


    16. Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuandoesplende en todo su fuego el mediodía; que como toda naturalezasubyugadora necesitaba ser subyugada; que de un modo confuso eimpaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerzaverdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballosdesalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad yde los troncos abatidos; Lucía, que, niña aun, cuando parecía que lasobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debíafatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores deljardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente lospececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de suúltimo sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojosbrillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas,que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejabasalir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y deflores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente,entre almas buenas que le escuchaban con amor; Lucía, en quien un deseose clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener querenunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando elanzuelo se le retira queda la carne del pez; Lucía que, con suencarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y losflorales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en quelo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazoscaídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente; deaquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde mirabale resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad ysu mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embutenlos hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado;Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unascomo arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles,unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, letendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podíahablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos; Lucía, en quienlas flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas demetales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho; Lucía, quepadecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojosde Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de susanto, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a suspensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que JuanJerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo yblando, en su otra mano


    17. Custodio, ydiéronle grandes ganas de coger al religioso y arrojarlo alagua


    18. cuando les vió coger las armas y blanquear las luengas picas; porque era grande el trabajo que se le presentaba


    19. oración para aturdirse y coger el sueño; ypoco a poco, como hipnotizado por la brillantez del


    20. brutalidad: rompíanse los cántaros al choque de veinte manos que los querían coger, caía el agua

    21. Los caminantes se diéron priesa á coger el oro, los rubíes y lasesmeraldas


    22. Dende, de ello; enartar, coger y engañar con arte


    23. Con la 3 D, habrá que coger el toro por los cuernos paraimpedir que el proyecto se limite a una simple proeza técnica, y dejarla prioridad al relato


    24. buen seguro que les hade coger el día en ellas y no las han de haber acabado


    25. poniéndose en piey haciendo ademán de coger el sombrero para


    26. podíasorprenderles, y alargando los brazos, intentó coger las


    27. velozmente sobrela superficie de un estanque, solo pueden coger losinsectos que sobrenadan;


    28. avellano que empuñaba,tornó a coger el hilo de su canción


    29. mientras venía la hora de coger el últimotren de las minas, se


    30. por coger unapalabra, entre el murmullo de las voces de los que

    31. Recobrose el joven y volvió a coger el hilo de sus impresiones


    32. hasta la puerta y pudo coger el llamador


    33. hacia la estación para coger el tren, y leía en las miradascuriosas el presentimiento de


    34. aldeanos al coger el maíz, para untarcon ella en la deshoja la cara del más cercano, cuando más


    35. coger su mano y las devoró


    36. que aspiraba a poner la atrevida manoen el árbol de la ciencia, coger su fruto, que había tardado


    37. gustaría ir a coger pimienta a Cayena?¡Pues trabaja, holgazán! Tienes la fortuna en la


    38. obediencia, i que comenzaron á coger losfrutos de la paz, teniendo por sola


    39. para coger eljarro, y bebía y bebía, con lo esperanza de que el


    40. nos robarán el resto, sies que logran coger la sartén del mango

    41. coger; losentenciaron a muerte y hube de entrar en funciones


    42. en suspenso, esperando quetuviera la bondad de dejarse coger


    43. cielo, porque letendía los bracitos como si la quisiera coger, y se


    44. Lo importante, en cualquier combate, es coger la acciónal contrario


    45. —La gran dificultad consiste en no poderles coger reunidos en un solopunto


    46. combinacionesde simples que Gulinar, la vieja morisca, iba a coger en el contorno;


    47. —Te digo, Isidro, que se la ganan bien, y cuando vienen a coger lostrapos de esas


    48. Sentía la criminal tentación de coger algunos libros del «santo» yvenderlos: de


    49. que los cañones enemigosiban a entrar en juego y a coger a los defensores por la


    50. parte dentro del portal, fue cuando Quintanar seacercó a la puerta para coger el aldabón, y














































    1. –Ocurre lo mismo con el animal que coges del pescuezo, o el pescado en la red, que se debatirá hasta el agotamiento total, lo cual le llevará a la muerte


    2. Lo buscas, lo encuentras, coges el coche aunque sea en calzoncillos y me lo traes


    3. Después coges un avión y te vienes


    4. ¡Soy una gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amorosas! ¡Soy la gacela fina y amorosa, oh cazador! ¡Nací para tus redes! ¿Por qué no me coges en ellas?


    5. En realidad es bastante simple una vez que le coges el tranquillo


    6. —¿Por qué no coges el dinero y te largas? Lo tienes ahí mismo


    7. Coges el recorte del teléfono del trabajo desde casa, que has traído de One, y llamas


    8. –¿Cómo funciona, la magia? ¿Cómo coges cosas ordinarias y las conviertes en mágicas?


    9. –Tú coges la directa y nadie te llama la atención


    10. Coges un poco de polvo de ladrillo, lo mezclas con el rapé, y luego espolvoreas tu ropa interior

    11. Ahora coges las cebolletas, las machacas con el mango del cuchillo y las vas echando aquí


    12. Entonces coges ocho palillos más y unes el fondo del primer cubo con el fondo del segundo, de sesgo, y la parte superior del primero con la parte superior del segundo del mismo modo


    13. Pero claro —dijo el abad—, cuando le coges el truco, sólo es cuestión de práctica


    14. En la casa de Paper Street, si el teléfono suena una sola vez y lo coges y la línea se ha cortado, sabes que es alguien que intenta contactar con Marla


    15. Coges un grupo de pacientes con cáncer de esófago, buscas personas de características parecidas pero sin cáncer, y empiezas a hacerles preguntas de todo tipo sobre su pasado


    16. Pero entonces llega el momento en que deseas tener un hijo; ¿qué haces?, ¿te la juegas y dejas su destino al azar, o coges un puñado de espermatozoides de tu pareja, fecundas con ellos unos cuantos de tus óvulos, esperas a que empiecen a multiplicarse hasta formar una pelotita de células, sacas una de estas células, miras su ADN, e implantas en tu útero un par de los embriones que no tengan la mutación genética que predispone al cáncer? De hecho, en enfermedades que dependen de un único gen defectuoso y la enfermedad está un ciento por ciento garantizada, como la de Huntington, este diagnóstico preimplantacional lleva realizándose desde hace más de una década


    17. Pero claro -dijo el abad-, cuando le coges el truco, sólo es cuestión de práctica


    18. en tus Días siempre aplastas las tazas en cuanto las coges


    19. Así, en el momento sólo tienes que preocuparte de la manera cómo se lo dices, de las miradas que le echas, de cuándo le coges la mano


    20. malas pullas, coges el banderín de

    21. –¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para volver con los muggles?


    22. –Primero coges un pedazo de lino -explicó a Ricola-


    23. —Aquí coges el metro


    24. Sólo faltan veinticuatro horas para la puta fiesta, y si no la coges allí puedes buscarla hasta Navidad sin encontrarla


    25. –Las coges como un cuervo o un herrumbrero coge las cosas brillantes a las que les echa el ojo desde el aire


    26. Si te compras, un billete para Fairbanks, en Alaska, coges el autobús Cuarenta


    27. Es algo bastante sencillo —afirmo con sonrisa confiada—, Cuando le coges el tranquillo a los tres principios básicos


    1. El oidor, oyendo esto, quedó de una sola pieza, y sin saber qué contestar, sabiendo de la condición y del billullo de su padre, le dijo que le diera un ratico mientras lo pensaba, que lo había cogido como mal parado


    2. El ministro deFomento propuso que se me llevara cogido por los pies y a la rastra,pero el presidente de la Juventud Católica hizo observar que se me iba aestropear la ropa, y fue desechada la proposición


    3. En aquel momento, cogido el pañuelo por las dos puntas hacía con él unasoga


    4. Pepita le ha dicho si estaba constipado y él ha contestado que sí, quehabía cogido un enfriamiento en el tren


    5. años había cogido el resto del pan blanco llevado por Elena y


    6. báquico de los artesanos que han cogido la «zorra»


    7. de lapasión, habría cogido a lord Gray y le habría arrojado al


    8. estando ya casi cogido en sus garras


    9. cinco añosque la numerosa nacion de Guilliches, habiendo cogido este mal en lascercanias de


    10. que en el bajel había cogido, que serían hasta treinta yseis personas, todos gallardos, y los más,

    11. Después de haber cogido en las aguas lonecesario para el sustento de la familia, el salvaje, satisfecho,


    12. Decidióse al fin por el poder más terrible de los que letenían cogido: por la


    13. Entre los que han estudiado por principios unaciencia, y los que, por decirlo así, han cogido


    14. cogido una mano y se la apretabay acariciaba con intermitencias


    15. que pudieraadquirir forma, el peluquero le había cogido por la


    16. Flores le había cogido el abanico, y la


    17. cogido de su brazo, y con el cuerpoentero ceñíase a él, tratando


    18. había cogido a la infeliz por el mantón yzarandeábala


    19. Iba, pues, averme cogido en una


    20. Había cogido unas tercianas en losarrozales, y

    21. Estaba cogido en la estela de seducción, en aquel torbellino de amor queseguía a la


    22. éste, que la había cogido un brazo y la atraía lejos de laavenida entre las copas bajas


    23. Cuatro veces le he cogido con eltizón en la mano; en una de ellas estaba ya ardiendo la


    24. de haberlas cogido en las faldas de los montes


    25. Los gruesos dedos hicieron presa, y salió a luz, cogido del


    26. Y diciendo esto, de un pañuelo que cogido por las cuatro


    27. que esa niña te ha cogido la acción


    28. El conde hablaba con calor y le tenía cogido por lasolapa según su costumbre


    29. tribunas delCongreso, les había cogido bastante bien, a casi todos, el acento, laacción y los gestos


    30. levantado la voz en medio de una turbade charlatanes, y te han cogido preso

    31. ellos unagarza que habían cogido en la ciénaga vecina y se la ofreció á Roger pordos


    32. Su madre, otra vez, la había cogido por los pelos y


    33. cogido en el río


    34. Tres días antes lo habían cogido con otrosgolfos, por


    35. Había cogido esta afición en sus tiempos deespionaje en el seminario; entonces el Rector le


    36. por ayes delviento cogido entre puertas


    37. original! Por debajo del cogido se prolongan engran cola los mismos bullones que en


    38. (¿Onentzaro, el de los ojos encarnados, dónde has cogido ese pez?)


    39. Caviloso y cejijunto, había cogido Julián un palito que andaba por elsuelo, y se entretenía en


    40. llegada, la venerable dueña que regía el llavero encasa de la Lage no había cogido a solas a su

    41. El ministro deFomento propuso que se me llevara[56] cogido por los pies y a la


    42. habíamos cogido una navaja en la mano; pero erapreciso ganarse el pan afeitando


    43. Interrogadas por Almudena, refirieron que habiendo cogido la


    44. tiene cogido por las alas y que ha sacadode una jaula, donde quedan aún presos otros varios


    45. tallos secos, aún nocortados, del maíz recién cogido


    46. al caer el sol ylos cojo a la presente y los he cogido dende que


    47. de su desgracia en lamisma plaza donde había sido cogido!


    48. me correspondía el ser cogido, se duplicaban las inocentes y purasdelicias de aquel juego


    49. horriblemente desfigurado, fue cogido entre dos marineros, yen el momento de levantarlo en


    50. Imagine usted que fuí cogido en














































    1. Viendo, pues, el cura que su intención había cuajado, sin darle más largas al asunto, fue por Zoraida al camaranchón, y cogiendo a ésta de una mano y de la otra al cautivo arrancó hacia donde el oidor y los demás caballeros estaban, diciendo:


    2. La chica intentaría defenderse cogiendo un cuchil o de la cocina, y el


    3. Cogiendo por los bordes el delantal, que era de cretona azul, reciénplanchado y sin una mota, lo mostraba a la señorita


    4. Levantose, y cogiendo unabota salió y fue a la cocina, donde estaba Papitos cantando


    5. —Eres un niño—declaró ella, cogiendo el arma—, y como niño hay quetratarte


    6. ( Cogiendo el peignoir


    7. vehemente, cogiendo la ocasión por loscabellos, ¡zas! allá va


    8. hacemos? ¿Nos entramos de rondón en el convento, y cogiendo a la monjita me la llevo a mi


    9. Contador, que, cogiendo un puñal,arremetió contra su amigo y de un solo golpe lo


    10. acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio,comenzaron a menudear sobre ellos con

    11. cogiendo y estrechando una mano de don Jorge, a pesar de losesfuerzos que


    12. a renglónseguido, y cogiendo la ocasión por los pelos, la


    13. hacia el mapa,trémulas las manos, y cogiendo tres o cuatro


    14. La cantera se había derrumbado, cogiendo en


    15. Y cogiendo el


    16. a la condesa Elga cogiendo flores en el jardín y lerogué que


    17. lado lasflores, y las va cogiendo para adornarse con ellas,


    18. Y debajo la gente de él cogiendo


    19. Entonces lady Pembleton corrió a la chimenea, y cogiendo el


    20. la cepa con los racimos, loshombres cogiendo en cestos la uva

    21. cogiendo el caballo por la brida, se montó en él


    22. Y cogiendo cinco duros, los tira sobre la mesa:


    23. Luego, todos van cogiendo alquitrán con loscandiles de calafatear, y rellenan las


    24. Uno de ellos, cogiendo un pedazo de roca suelta, quiso


    25. cogiendo con la diestra una puntade su delantal, murmuró


    26. Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación


    27. muchísimas mariposas queestán cogiendo miel en las flores


    28. cogiendo anguilas, con elagua hasta los corvejones; a su


    29. 29 Y él dijo: No, porque cogiendo la zizaña, no arranqueis tambien con ella


    30. 29 Y él dijo: No: porque cogiendo la zizana, no arranqueis tambien con ella

    31. 29 Y el dixo, No: porque cogiendo la zizania, no arranqueys tambien con ella el


    32. 29 Y él dijo: No: porque cogiendo la zizaña, no arranqueis tambien con ella


    33. Cogiendo el Padre su cruz se partió del Mamoré por tierra,


    34. estaban sentados y cogiendo elsombrero


    35. fuego de una lujuria espiritual, alambicada,y, cogiendo entre sus manos finas y muy blancas la


    36. y todo te lo debo a ti! Así decíala tiple, cogiendo por las


    37. Isabelita, sentada sobre las piernas de su tío, y cogiendo el pan con lamano


    38. «¿Con qué dinero las has comprado?»—dijo Amparo cogiendo labota y ladeándola


    39. despidió con las expresiones más cariñosas que sabía y cogiendo los cuadritos salió con ellos


    40. Una mano penetró en el escaparate, por la parte de la tienda, y cogiendo á la señora por la

    41. Por primera vez Mauricio, cogiendo á Herminia en los brazos, la estrechó contra su corazón y


    42. Entonces, cogiendo la cuerda y metiéndola en el bolsillo, dijo:


    43. Los meses invernales parecían interminables y, pese a ello, cuando todo el mundo creía haber llegado a un punto en que no lo soportaría más, la primavera llegaba de manera repentina cogiendo desprevenidos incluso a los más avisados habitantes de Solace


    44. –Me bajo aquí mismo -dijo de repente, cogiendo un saco en el que guardaba la espada, algunas ropas que le había dado el granjero y algo de comida-


    45. –Hubiera ordenado cerrar todas las puertas del Temple, y cogiendo al caballero por el cuello le arrestaria por traidor a la nacion


    46. Gracias me dijo, cogiendo las cartas


    47. Cogiendo la cámara, a-brí la puerta con mucho cuidado


    48. Cogían los escarabajos, que se retorcían en sus manos, con la torpe gracia de un niño pequeño cogiendo una piedre-cita, y los masticaban y los trituraban parando de vez en cuando para lanzar gritos de alegría


    49. Cogiendo una de las embarcaciones, la arrastró hasta el borde del agua y la introdujo en ella


    50. Y cogiendo su cuchillo de piedra, lo introdujo en el caldero y cogió un trozo de carne














































    1. Tan pronto como penetraron en el pabellón de pacientes externos, la enfurecida madre de la niña y la enardecida multitud comenzaron a pronunciar acusaciones ante los médicos, las enfermeras y el resto de los pacientes: «¡El hijo de un seguidor del capitalismo ha violado a la hija de un Rebelde!» Mientras la niña era examinada en la consulta de una doctora, un joven desconocido que aguardaba en el pasillo, gritó: «¿Por qué no cogéis a esos padres seguidores del capitalismo y los matáis a palos?»


    2. –Si alguna vez cogéis a alguien con una de éstas en Ankh-Morpork, Vuestra Gracia, mmm, va a tener suerte de que el Gremio de Asesinos no lo encuentre primero, mmf


    3. Pero si no le cogéis antes de que se reúna el Cheng quedará ocupado con este trabajo y luego con las negociaciones con la emperatriz Song


    4. Cogéis todo lo de valor y vendéis a los cautivos en el mercado de esclavos


    1. Cogí sin más mi maletín, en


    2. »Del miedo que cogí, quando bien me lo cato,


    3. Tuve un impulso de alegría, y, acercándomele, lo cogí por el


    4. Cogí, sin embargo, una pluma y un gran pliego de papel presumiendo quese llenaría


    5. declarar mis sentimientos a la hermana, cogí la ocasión por lospelos en cuanto se


    6. quiere la cosa, cogí las riendas que el criado sujetaba


    7. Yo la cogí entre las mías


    8. Cogí las llaves, y cuando bajaba oí la voz de Tommy


    9. Cogí el manuscrito, lo llevé a casa y comencé a leerlo en seguida


    10. Cogí las cartas esparcidas en la mesa, y las recorrí con los

    11. Levantéme enseguida, cogí los papeles y me volví a la cama,


    12. Yo no tenía obligación de traer nada: lo hacía por la Silvia, á quien cogí en


    13. Lo cogí de la mesa


    14. Me incliné hacia Víctor y le cogí la mano


    15. Salí de la sala y cogí un bambú cortado, y tinta procedente del hollín de las chimeneas finamente molido y mezclado con agua y cola natural


    16. De-sesperado, le cogí la cabeza y se la metí en el huevo crudo, de forma que al menos tuviera que lamérselo de los bigotes


    17. Lo cogí por instinto


    18. En la habitación hacía más frío que antes, así que cogí la camisa de debajo de la almohada y me la puse


    19. En lugar de mirarlo, observé la mesa y cogí el tenedor que el camarero había traído para su almuerzo


    20. Le hice sentar en una silla, fui hacia el lavabo y cogí una esponja mojada para humedecerle las sienes y las muñecas

    21. Entonces cogí la lista que había preparado y se la largué


    22. Cogí una servilleta de papel y me incliné sobre Ellie para limpiar el par de gotas de sangre que asomaban por la herida


    23. Cogí su sombrero hongo y me lo puse, para que me diera suerte


    24. Sólo cuando vi dos caras en el espejo… sólo cuando vi otra cara levantarse sobre mi hombro y otros dos ojos fijarse en los mios… Me volví como un rayo y cogí un largo puñal de la mesa de tocador, y mi primo dio un salto atrás muy pálido gritando:


    25. Me quedé sentado un momento observando la luz del día disolverse tras la torre cuadrada de la iglesia en Memoria de Judson, y finalmente, recogiendo el manuscrito y las notas, cogí mi sombrero y me dirigí a la puerta


    26. Esa misma tarde cogí las llaves y me dirigí a la casa que tan bien conocía


    27. A la mañana siguiente Alcide preparó mi maleta y dejándolo a cargo de mis apartamentos, cogí el expreso Oriente en dirección de Constantinopla


    28. Cogí en la mano el pequeño globo de oro y examiné los caracteres que había grabados en él


    29. Cogí el bolso y me dirigí a la puerta trasera de la casa


    30. ¡Tenazas! Me puse de puntillas y las cogí del estante, tratando de contener una arcada cuando me di cuenta de que tenían incrustaciones de

    31. Esa afirmación me abría un abanico de encrucijadas, pero ahondé en mi determinación y cogí el camino difícil


    32. Cogí el cambio y dieciocho grandes latas de cerveza y salí corriendo a la estúpida claridad del Barrio Francés


    33. Le cogí una mano y la puse en el pijo


    34. Cogí los cinco dólares y volví a bajar las escaleras


    35. luego salí del club y entré en la parte de la tribuna principal y cogí una taza de café caliente, sin leche


    36. Cogí el paquete con un sentimiento de desolación; y viendo con una ojeada en el encabezamiento de las páginas: «Mi adorada Dora, mi ángel querido, mi querida pequeña», enrojecí profundamente y bajé la cabeza


    37. Finalmente le cogí la mano y lo atraje hacia mí, lo rodeé con los brazos y me colgué de su espalda, mi nariz en su cuello


    38. Cuando la cogí, mi intención era


    39. Y sólo por curiosidad, la cogí y la abrí


    40. —Una muestra del chocolate que cogí del cazo que estaba en la habitación

    41. Lo cogí para examinarlo con curiosidad y se lo devolví a continuación


    42. —¿Quieres hacer el favor de mirar esto, Hastings? Yo cogí el papel, que decía lo siguiente:


    43. —Al cabo de unos minutos cogí la bandeja y el plato de los emparedados y los llevé a la cocina


    44. Las cogí por la montura con las dos manos


    45. La infección de mi cabeza la cogí el día antes de ir a Hollywood


    46. —La cogí en casa de sus padres para guardar en ella los papeles


    47. Cogí a Lucas de la mano


    48. Cogí entonces el cálamo, lo mojé, extendiendo bien la tinta por sus dos caras, y comencé a escribir


    49. Viendo que no respondían, cogí el aldabón y repetí los golpes


    50. Me levanté, cogí el tirador que había en el centro de la mesa y tensé la tira de cuero














































    1. Los días siguientes fueron de una gran tirantez, parecía que un gigante invisible los cogía de


    2. cogía el mando de la tele y ponía el


    3. debía de hacer, y en cuanto le cogía un


    4. De aquellos mil durosque la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, quecon esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diezy siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y paralos de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en ladistribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique porun duro de más o de menos


    5. ¡Y cómo se hacía el nene, cuando su mujer, condeliciosa gentileza materna, le cogía entre sus brazos y le apretabacontra sí para agasajarle, prestándole su propio calor! No tardó Juan enaletargarse con la virtud de estos melindres


    6. En estas excursiones podía muy bien empleardos horas sin cansarse, y desde que se daba cuerda y cogía impulso, elcerebro se le iba calentando, calentando hasta llegar a una presiónaltísima en que el joven errante se figuraba estar persiguiendoaventuras y ser muy otro de lo que era


    7. Después cogía la cuchara con la mano izquierda y conla derecha iba echando pausadamente los terrones, dirigiendo miradasindulgentes a todo el local y a las personas que entraban


    8. Y mientras decía esto, por no estar inactivo, cogía de un telar lacazuela llena de granos,


    9. unahora de tiempo, aquel escéptico, consagrado á la desgracia, cogía sucaña, y sin desilusión, suspendía su


    10. Cecilia cogía una en

    11. La solterona, que las cogía por el aire, leclavó una mirada rencorosa y maligna


    12. su hijo, pero cuando le tropezaba casualmentepor los pasillos le cogía la cabeza, sela


    13. Algunas veces lo cogía por compromiso y lo dejaba a la mitad del camino


    14. Y la cogía una mano, oprimiéndola con pasión; hundía sus dedos en lamanga,


    15. Chacón, su pobre esposo, cogía el cielo con las manos, y aun llegó áaplicarle el eficaz cauterio de unos


    16. Don Oscar cogía apuñados los berros y se los metía en la boca y los


    17. cogía los zorzales que acudían al engaño;por último, la torre le servía también de


    18. cara, que le cogía desde la ceja de un ladohasta la comisura de la boca del otro, cortándole el


    19. Ya cogía Uribe una solapa con la mano derecha, la sacudíay atraía a sí, a tiempo que con la izquierda abierta comprimía lospliegues de la camisa del oficial por el pecho y el costado; ya matabalas ondas de la espalda, de los hombros para el centro; ya con el jabónde piedra trazaba crucetas a lo largo de las costuras de los costados;ya, en fin, metía las tijeras por la orilla del cuello y de lasboca-mangas y sisaba el paño adherido por los hilvanes de hilo blanco alas entretelas de cañamazo


    20. vuelta a la torre, cogía al enemigo por laespalda

    21. pretensión de volar, y decía: «¿A dónde iránahora esos bribones?» De todos los robles cogía una


    22. Cogía el molusco, lo sacabacon un palito, se lo


    23. Con los sueños que yo cogía tras de las fatigas que me daba


    24. arrastrado en carretela; dormía donde le cogía el sueño,


    25. como un zagal, cogía a los bueyes de las carretas por loscuernos, sacudía los árboles,


    26. número, y vencían siempre que no se les cogía descuidados; lossegundos, más


    27. No le cogía a Reyes tan de nuevas la cuestión como creía el otro


    28. tardías y losacianos pálidos en las lindes, las digitales que cogía risueñahaciéndolas estallar con


    29. Nora puso rígidos los dedos y se los quiso clavar en los ojos, pero él desvió el golpe y le dio un puñetazo en un lado de la cabeza, mientras cogía su blusa con la otra mano y hacía saltar los botones del cuello


    30. Y para expresar su admiración por la antiquísima de Yome, cogía un ladrillo, lo levantaba y lo dejaba caer

    31. Mientras salían por la puerta, Caramon ya cogía el mortero y el majador del armario de cocina, se ponía de rodillas en la silla ante la mesa y empezaba a machacar las semillas de girasol mientras su madre lo observaba con una sonrisa de aprobación


    32. –¡Déjate de mapas! – exclamó Tine mientras cogía el velo y se iba a la otra habitación


    33. –Mary, es una tetera -respondió la señora Lamb mientras se acercaba a su hija y la cogía de las muñecas-


    34. De cuando en cuando cogía su tenedor y jugueteaba con él, pasándoselo por entre los dedos como si hiciera prácticas de ilusionismo


    35. Frunció el entrecejo mientras cogía el teléfono


    36. Trató de dominar la euforia y, mientras se vestía y cogía el Seat 127 de su mujer y conducía hacia la Zarzuela entre el tráfico escaso de un fin de semana veraniego, a fin de protegerse de un desengaño contra el que estaba indefenso se repitió una y otra vez que el Rey sólo le llamaba para pedirle disculpas por no haberlo elegido, para explicarle su decisión, para asegurarle que seguía contando con él, para envolverlo en protestas de amistad y de afecto


    37. Gallofa cogía entonces de lo alto del carro un vergajo terminado en una cadena de hierro que se deslizaba por un aro a lo largo del mango


    38. Se ponía la esclavina y la gorra, cogía la cartera, y así enjaezado, se cepillaba vigorosa y prolongadamente los dientes antes de escupir con ruido en la pila de zinc


    39. «Ayuda a tu madre», decía la abuela, porque él cogía los Pardaillan para leer ávidamente


    40. Mientras Junior cogía la chuchería de la mano de Ian, éste le mostró el collar con la otra, un gesto que repitió varias veces

    41. Instantes después la cogía entre sus brazos puesto que ella, la más clarividente, lo amaba, debía aceptarlo y para reconocer ese amor debía amarse un poco a sí mismo


    42. Las únicas imágenes de Tarrou que conservaría serían las de un hombre que cogía con ánimo el volante de su coche para conducirlo todos los días y la de aquel cuerpo recio, tendido ahora sin movimiento


    43. Cogía el dinero, echaba a correr, me metía en las cloacas y a los diez minutos estaba ya en otro barrio


    44. ¡Permitiera Dios que no os hubiera visto en tal cantidad, flácidos ubres, aquí saliendo con vergüenza de entre bien puestos cendales, allí surgiendo de golpe como pelota de goma por la abertura de un pañuelo rojo, y que no os mirara estrujados por los dedos experimentadores del profesor o de la partera! En un lado el facultativo examinaba aréolas; en otro Miquis, después de rebuscar vestigios de pasadas herejías, cogía el lactoscopio y poniendo en él la preciosa sustancia de nuestra vida, miraba junto a la ventana, al trasluz, la delgadísima lámina líquida, entre cristales extendida


    45. —¿Conoces ese lugar? —inquirió Foxfire, mientras la cogía del codo y la apartaba un poco del grupo


    46. Entonces la llevaba a su casa, cogía un conejo, habéis de saber que el abate tenía una colección de conejos, liebres y gatos, que no desmerecía de su colección de legumbres, flores y frutas


    47. Cogía, pues, un conejo y le hacía comer una hoja de aquella lechuga


    48. Mientras cogía entre sus brazos a la diminuta mujer elfa, como habría cogido a una niña dormida, la primera de las explosiones de Chatarrero resonó en el palacio


    49. Con niños he trabajado poco porque lo pasaba muy mal, tienes que tener la cabeza muy bien puesta, temía pasarme con las dosis, si lloraban me daban pena y los cogía


    50. El corazón me latía a toda velocidad mientras, con ternura, me cogía la cabeza entre sus manos













































    1. En todo lo demás, nosotros cogíamos intacta y con el


    2. Todos menos Lao Jiang cogíamos lo que nos gustaba y lo íbamos echando en las bolsas


    3. Madre siempre nos decía que lleváramos las setas que cogíamos al farmacéutico para asegurarnos de que ninguna era venenosa, pero yo jamás cometía un error


    4. Al finalizar la jornada de trabajo, cogíamos el 28 hasta Notting Hill y nos sentábamos siempre en las primeras filas del piso de arriba mientras el autobús se abría camino entre el tráfico de Kensington High Street


    1. alguien, que a él a la una le cogían las


    2. un chalet cojonudo en las afueras y cuando cogían una mierda demasiado grande,


    3. Los que no entraban en coma etílico, cogían una borrachera


    4. Ellas cogían flores, se deleitaban oyendo cantar loscolorines ó reían sin saber de qué


    5. celos, y la ira y el espanto le cogían el corazón, einquieto se


    6. rápidamente eldiapasón de sus ofensas, cuando sintió que la cogían de los hombros


    7. Los muchachos se cogían las


    8. Las de abajogritaban también y se cogían con fuerza al brazo de los


    9. que cogían, lo jonjababan enun momento


    10. otrolado del barranco de las Minas, se divisaba a los hombres de la sierraque cogían

    11. Las mujeres del pueblo, que cogían agua en las fuentes públicas, lasribeteadoras y costureras


    12. Cuando cogían algúnnegrero, solían ahorcar al capitán y vendían los


    13. Cogían, pues, y cogen al presente su breviario debajo del


    14. Cogían los escarabajos, que se retorcían en sus manos, con la torpe gracia de un niño pequeño cogiendo una piedre-cita, y los masticaban y los trituraban parando de vez en cuando para lanzar gritos de alegría


    15. Los hombres iban de un lado a otro, desorganizados, y se estaban colocando la armadura y cogían las armas mientras sus comandantes les gritaban órdenes


    16. Roran sintió unas cuantas manos que le cogían brazos y piernas


    17. Las indiferentes preguntas de Sibila siempre lo cogían desprevenido


    18. Al pronunciar estas palabras, Inés sintió que la cogían un pie


    19. Conclusión: si lo cogían, lo meterían en la cárcel durante mucho tiempo


    20. Apremiada por sus tíos, que la cogían cada uno de un brazo, sentaditos a izquierda y derecha en el montón de jarcia, Aura [338] con acongojada voz dio estas explicaciones:

    21. Momentos después cogían el tren; a la media hora de traqueteo suave llegaban a la ciudad de los Reyes, y a buen paso tomaron la calle que conduce a la plaza


    22. Como la Caridad Negra, la Mulata también aflojaba mientras los turcos le cogían el mar


    23. Los dos comprendimos a la vez: por qué no cogían a los del monte; cómo pasaban la información los de Balanzategui


    24. Vi cómo los policías cogían a Ruby


    25. En lugar de comer con los dedos desnudos y un cuchillo, empleaban dos palos con punta e incrustaciones de marfil, con los que cogían la comida de los platos, comiendo sólo pequeños bocados cada vez


    26. Mondini siguió con lo suyo todavía un par de horas, después el gimnasio empezó a vaciarse, todos cogían sus cosas y se marchaban


    27. Cogían el fusil del herido y le acoplaban la bayoneta, tras lo cual clavaban el arma en el suelo y colgaban de ella el casco del caído


    28. –Sí, mucho -dijo Freddy mientras sus manos cogían un libro-


    29. En el primer piso, bajando del cielo, con vecindad de gatos y vistas magníficas a las tejas y buhardillones, vivía la señorita Obdulia; su casa, por la anchura de las habitaciones destartaladas y frías, hubiera parecido convento, a no ser por la poca elevación de los techos, que casi se cogían con la mano


    30. Disputábanse la palabra y se cogían a la tiita, empinándose sobre las puntas de los pies

    31. Lleno de su propia pesadumbre, de sus preocupaciones personales, con la mirada distraída veía a la gente de abajo; grupos de unos veinte hombres se acercaban a la puerta de la fonda, cogían los vasos, se volvían y los agitaban en dirección al candidato ocupado ahora con su propia persona lanzando al mismo tiempo un saludo partidario; vaciaban los vasos y los colocaban nuevamente sobre la tabla operación que debían de realizar con gran estrépito, aunque resultaba imperceptible desde aquella altura para dejar su lugar a otro grupo que ya alborotaba de impaciencia


    32. Si tenían que recibir alguna cosa de mí, la dejaban en tierra y la cogían con un lienzo; si debían darme algo, me lo arrojaban


    33. Entonces estaban enamorados y se cogían de la mano mientras subían a las rocas de la playa, contándose chistes obscenos mientras cenaban langosta y luego disfrutaban desenfrenadamente del sexo, de un modo tan excesivo y ruidoso que en el hotel los vecinos de la habitación de al lado les aplaudían cuando terminaban


    34. Él espió los últimos bienes que los monjes cogían, y por fin nos dedicó una inspección distante, enroscándose los pelos de la barba


    35. En la última generación, los señores cesaron de ver la tierra, cogían el dinero que les entregaban los agentes y lo gastaban como agua


    36. También sabía que nunca le sería posible ordenar mantequilla ni huevos en ninguna forma, porque nunca los aprendería a decir, pero la mantequilla la servían siempre con el pan, y los huevos duros estaban a la vista en el aparador y se cogían sin pedirlos


    37. ¡Rhonda se consideró perdida!… ¡No había escape posible, porque algunas le cerraban el paso hacia las ventanas!… Ya la cogían, cuando, de pronto, la puerta se abrió de par en par, dando paso a tres enormes gorilas, uno de los cuales gritó con voz de trueno:


    38. Esteban vio la creciente excitación entre los porteadores y soldados negros; vio que estos últimos cogían los rifles y que toqueteaban el gatillo con nerviosismo


    39. –¡Jesús, María y José! – exclamó el agente más bajo y rechoncho, mientras cogían al hombre de los brazos y se lo llevaba a rastras de nuevo por el pasillo-


    40. El muchacho sintió cómo los nervios se le cogían al estómago y se llenaba de desazón

    41. Los camareros cogían las tostadas metiéndolas entre los pliegues de una servilleta


    42. El personal de tierra preparó frenéticamente las naves mientras los pilotos imperiales, vestidos con trajes de vuelo, cogían los cascos y las mochilas


    43. Doreah encendió una hoguera junto a la tienda, mientras Irri y Jhiqui cogían la gran bañera de cobre (otro de los regalos de boda) de los caballos de carga y acarreaban agua de la charca


    44. Otros judíos se agachaban y cogían el pan de la carretera y, desde el lindar de los árboles, la ladrona de libros los examinaba a todos y cada uno de ellos


    45. —Es tu única posibilidad —añadió Marcio mientras los pretorianos cogían a Alana por el brazo y se la llevaban por los túneles del hipogeo


    46. Los soldados provistos de hondas dejaron las lanzas y los escudos en el suelo, se adelantaron un paso al tiempo que cogían las tiras de cuero que llevaban colgadas al hombro y metían la mano en la mochila para coger un proyectil de plomo que encajar en el arma


    47. A través de unas pasarelas, llegaban a un corredor ancho y presurizado, con pasarelas rodantes que conducían en línea recta hasta los sótanos del hotel, desde donde se cogían los ascensores para subir al vestíbulo, un entorno orgánicamente diseñado, con toda clase de servicios y lleno de oasis con asientos y elegantes escritorios


    48. Para entonces yo había empezado a notar que, a diferencia de mis padres, las demás parejas se tocaban; se cogían de la mano, se besaban en la mejilla


    49. La cogían y se la llevaban a la playa


    50. Lo cierto es que había un contencioso acerca de casi todos los prisioneros que cogían, pero ellos no lo veían así, y no hay nadie que se crea más justo y bueno que un ruso



























    1. Había abierto la lata de melocotón y cogías las mitades cn un cuchillo… lo cual no era nada fácil


    2. ¿Estaba encima de la mesa? ¿No se dio cuenta de que lo cogías?


    3. El ritmo de rumba de aquellas luces hacía que tu corazón latiese más deprisa y tu sangre se calentara, y una vez que cogías el ritmo sincopado en tu pulso, no querías estar en ninguna parte excepto donde estaba la música


    4. Solo dos microbuses, como las del tipo que cogías alrededor de un aeropuerto


    1. es poner la zancadilla a un cojo, engañar con el cambio a un


    2. No cojo el hilo de la conversación


    3. En el balandro, menos mal, porque encuanto cojo la


    4. labradora: ella huye, yo la cojo y lapongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y


    5. —Sí por cierto: un caballo viejo y cojo, á quien juroDios se ha de cuidar como á un


    6. Cascabel, del pobre caballoviejo y cojo, sobre el cual había entrado el señor


    7. hombre de media edad, pálido, con bigote entrecano y cojo


    8. Tan cojo es, como usted y como yo


    9. una estera y Cervantes en untaburete cojo, ella le dijo que aquel


    10. —Bien puede ser—dijo al fin—que ese cojo haya traído consigo unamujer y le

    11. tanto el cojo comola mujer y el niño no se habían apeado en ninguna de ellas


    12. seguida el mesón dondeel cojo paraba


    13. vino a declarar que eracierto lo que el cojo decía, y que le trataba hacía tiempo y le


    14. El cojo escribe la carta;30


    15. lo mismo, entra otro, lo cojo, y esla segunda edición del primero


    16. Se batía éste en retirada al lado del Cojo de Mardana, peroen buen orden y causando


    17. susreyes y no tiene fe en el catolicismo, es como un cojo que suelta lasmuletas y se viene al


    18. pan de jabón de España,se lavaba con él, en un lavatorio cojo de hierro con pies de


    19. Eran unhombre y una mujer, alto, cojo


    20. Bajo los arcos abiertos del portalón se sentaron en un banco de roblealgo cojo

    21. cojo a los dos!


    22. —Sí; un día la cojo por los pocos pelos que le quedan y la


    23. casi había dejado cojo aMaltrana


    24. al caer el sol ylos cojo a la presente y los he cogido dende que


    25. 2 Y un hombre, que era cojo desde el vientre de su madre, era traido, alcual ponian cada dia á la puerta del templo que se llama la Hermosa, para quepidiese limosna de los que entraban en el templo


    26. 8 Y un hombre de Listra, impotente de los piés, estaba sentado cojo desde el


    27. 2 Y un varon, que era cojo desde el vientre de su madre, era traido; al cualponian cada dia á la puerta del


    28. 8 Y un varon de Listra, impotente de los piés, estaba sentado, cojo desde el


    29. Eran un hombre cojo, bien envueltoen su capa, una mujer tan bien resguardada del frío,


    30. El cojo sacó

    31. El hombre cojo entró en su casa, como hemos dicho, y después de unligero altercado entre la


    32. –Dice que yo he tirado unos leños a su prado por encima de la valla y que el potro que pasaba por allí con la yegua tropezó con ellos y se ha quedado cojo


    33. 18:15: JuanGa, cojo y en otro intento de impedir la agresión, se rompe el otro tacón al ir a agarrar a Tania y accidentalmente la empuja desde el segundo piso del autobús


    34. El Cojo se encogió de hombros


    35. Moses le preguntó al Cojo qué pasaría si en lugar de un corredor tuvieran que enfrentarse a dos


    36. El Cojo contestó que, con probabilidad, eso sería tan malo como pillarse los huevos con la puerta del coche


    37. El Cojo le dirigió una rápida mirada


    38. El Cojo atendió al joven tendido en el suelo


    39. Roberto no había hablado nunca de su propia experiencia, pero alentado por la calidez de las velas que el Cojo había dispuesto en la mesa, habló con voz baja y grave


    40. —dijo el Cojo

    41. —Quizá las cosas habrían sido diferentes si las comunicaciones no hubieran caído tan pronto —interrumpió el Cojo


    42. —soltó el Cojo, con una expresión asqueada en el rostro


    43. Por fin, cuando la luz clara y limpia de las primeras horas del día llenó la habitación, el Cojo les dedicó una rápida mirada y salió fuera


    44. —dijo el Cojo despacio, iluminando con la linterna la tapa de la alcantarilla que se encontraba a apenas veinte metros—


    45. El Cojo miró hacia arriba, con los ojos anegados en lágrimas


    46. Moses recibió la imagen mental de aquel ser despreciable en su propio salón, buscando entre sus cosas, sujetando con la mano las provisiones con mermelada que tanto le gustaban al Cojo, y sintió un nuevo torrente de furia recorriendo sus venas


    47. Después, Moses fue invitado a subir al rudimentario púlpito, y desde allí relató su historia: les habló de su casa en la calle Beatas, de cómo habían sobrevivido a la infección, y habló del Cojo, haciendo un esfuerzo por contener sus emociones


    48. Por desgracia, no todas mis cavilaciones son tan útiles: hay —solamente en la imaginación, para inquietarme— la esperanza de que toda mi enfermedad sea una vigorosa autosugestión; que las máquinas no hagan daño; que Faustine viva, y dentro de poco yo salga a buscarla; que nos riamos juntos de estas falsas vísperas de la muerte; que lleguemos a Venezuela; a otra Venezuela, porque para mí tú eres, Patria, los señores del gobierno, las milicias con uniforme de alquiler y mortal puntería, la persecución unánime en la autopista a La Guayra, en los túneles, en la fábrica de papel de Maracay; sin embargo, te quiero, y desde mi disolución muchas veces te saludo: eres también los tiempos de El Cojo Ilustrado: un grupo de hombres (y yo, un chico, atónito, respetuoso) gritados por Orduño, de ocho a nueve de la mañana, mejorados por los versos de Orduño, desde el Panteón hasta el café de la Roca Tarpeya, en el 10, abierto y deshecho tranvía, fervorosa escuela literaria


    49. Trabajo como contable en una empresa farmacéutica, pero por las tardes cojo el taxi para aumentar mis ingresos


    50. Presupongamos que esta liebre es Dulcinea del Toboso y estos galgos que la persiguen son los malandrines encantadores que la transformaron en labradora: ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y la regala: ¿qué mala señal es ésta, ni qué mal agüero se puede tomar de aquí?














































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    coger in English

    grab seize take catch get contract <i>[formal]</i> pick up take away deprive of rob of get infected with contract accept receive

    Synonyms for "coger"

    ocupar abarcar contener englobar comprender contar incluir agarrar sujetar tomar atrapar apresar asir hallar encontrar sobrevenir cazar pescar pillar percibir adivinar captar alcanzar embestir cornear recopilar recolectar cosechar