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    Use "sobresalir" in a sentence

    sobresalir example sentences

    sobresale


    sobresalen


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    sobresalido


    sobresaliendo


    sobresalir


    sobresalía


    sobresalían


    sobresalías


    1. Como si todo esto fuera poco, Nicaragua fue víctima de desastres detonados por eventos naturales entre los que sobresale el terremoto de 1972 que dejó a Managua en ruinas y cuyo manejo aceleró la coyuntura crítica que se inició en 1979 con la toma del poder por parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)


    2. Pedro Manuel de Urrea,que sobresale entre los


    3. benevolencia; es en ellos ingente lapiedad, y al par de ésta sobresale la resignación


    4. un globo que sobresale por cadalado sobre el apéndice anular, y


    5. región de las ideas,escupiendo su veneno a todo el que sobresale


    6. no procura deslumbrar pero que sobresale sobre todos los demás por la rareza y el gusto de lo


    7. Sobre todos los edificios de Berna, sobresale por su hermosura y grandeza el nuevo palacio del


    8. Entre los lagos mas notables de la Suiza, sobresale y descuella el de Lucerna, ciudad católica, y una de las primeras


    9. Entre todos los bellísimos palacios del Gran Canal, descuella y sobresale el de Pésaro: se compone de tres


    10. Entre sus plazas principales sobresale la del Comercio; elegante, espaciosa y gallarda: frentes de hermosas casas la embellecen y adornan: en el centro se levanta sobre un pedestal la estatua de Don José: esta plaza tiene muy buena situacion, pues á sus piés está el puerto, desde el cual se ven los infinitos molinos de

    11. larima, diferenciándose en el tamaño, que es más chico, y en el sabor,en que sobresale el mucho dulce


    12. Ya sobresale antes del momento crucial del desprendimiento ocular


    13. {6}Erudito que sobresale en el estudio del Talmud


    14. De la piel abierta sobresale grasa, músculo y huesos quebrados


    15. La mesa del jardín donde estuvieron cenando esa misma noche, ha sido lanzada contra un lado de la casa, del que sobresale, todavía con el mantel puesto


    16. La parte que sobresale de tierra presenta una leve corrosión en la su¬


    17. Un hombre que llevaba las anchas rayas púrpuras de senador hablaba con ella; era el tipo de persona que se echa hacia atrás y cuya barriga sobresale por encima del cinturón


    18. Me refiero a lo que sobresale de sus páginas


    19. La mujer va a decir algo cuando descubre sobre el escritorio un viejo libro de Esquilo del que sobresale una nota manuscrita


    20. Lo reconoceré por la cúpula de observación que sobresale del ala oeste de su mansión

    21. Dado que los labios se mantienen salientes (posición innatural pero demostrativa de fuerza de voluntad), la mandíbula sobresale tanto hacia delante como lateralmente


    22. El Residencial Astoria sobresale en una esquina


    23. Las efigies que adornan las plazas y los cruces de calles de la ciudad son pequeños pilares de base rectangular rematados por un busto del dios, pero en la parte delantera del pilar, justo a la altura adecuada, sobresale el miembro erecto de Dioniso, símbolo de fertilidad: las mujeres estériles que pasan por la calle lo acarician y así se quedan embarazadas, al menos eso es lo que ellas creen


    24. ¡él que sobresale por sus estudios ortodoxos y la claridad con que ha sabido deslindar la verdad del error en las abominables luchas de la época presente


    25. –¡Eso está bien! Sila sobresalió por encima de los demás, y todavía sobresale


    26. Debajo de él se encuentra el muelle del hotel, que sobresale hacia una pequeña cala que i su vez se abre hacia la bahía de Manila


    27. Si pudiesen, quizá notarían que uno de los grandes transportes de la fila delantera tiene un accesorio peculiar: una cañería que sobresale del agua verticalmente justo frente y a un lado de proa


    28. Están dando la vuelta trabajosamente a una formación rocosa que sobresale y está cubierta por la niebla cuando el guía grita:


    29. El mango de un enorme cuchillo sobresale proyectado de una funda al hombro


    30. Hay que colocarlas de dos en dos, en el músculo que sobresale en lo alto de la nuca del toro, mientras embiste al hombre que lleva las banderillas en la mano

    31. Empiezo a bajar, pero cuando estoy a medio camino alargo la mano y me encuentro algo sólido: un tablón que sobresale en mitad del espacio


    32. –La escalera ha sido construida en el mismo muro y conduce a una torre que sobresale por encima del techo


    33. En la parte de delante de esta plataforma sobresale un look-out, especie de compartimiento cuyas paredes, llenas de tragaluces, permiten alumbrar eléctricamente las capas submarinas


    34. Aquel cuyo vértice sobresale en la figura o cuerpo de que es parte


    35. estrella (|| que sobresale)


    36. Obra de fortificación que sobresale en el encuentro de dos cortinas o lienzos de muralla y se compone de dos caras que forman ángulo saliente, dos flancos que las unen al muro y una gola de entrada


    37. Extensión de terreno con vegetación arbórea que sobresale en la llanura


    38. Aquello en que sobresale quien profesa un arte o ciencia y en que más suele ejercitarse


    39. Parte de los dientes de los mamíferos que sobresale de la encía


    40. Parte superior de un filón o de una masa de rocas, cuando sobresale en la superficie del terreno

    41. Que sobresale y aventaja en mérito, precio, extensión u otra cualidad


    42. Corro de hierba que, por estar más crecida, sobresale en un prado


    43. En algunas plantas y en sus raíces, parte que sobresale algo y por donde parece que están unidas las partes de que se compone; como en las cañas, bejucos, etc


    44. Porción de materia sobrante que sobresale irregularmente en los bordes o en la superficie de un objeto cualquiera; como la argamasa que forma resalto en los ladrillos al sentarlos en obra


    45. Parte que sobresale en una cosa


    46. Borde o canto de una pieza que sobresale de otra a la que está unida


    47. La del primer hueso sobresale en el lado interno y la del segundo, en el lado externo de la garganta del pie


    48. Conozco miles de relaciones que se han restaurado mediante el poder del amor, pero una historia en particular sobre una mujer que utilizó el poder del amor para restaurar su matrimonio que estaba derrumbándose sobresale por encima de las demás, porque esta mujer había perdido todo el amor hacia su esposo


    49. Es probable que el «huevo», la masa prominente situada en su frente, que se parece -agradable coincidencia— a la extraña cúpula del radar que sobresale en los aviones de vigilancia Nimrod para «prevención de ataques» (advance-warning), tenga algo que ver con la emisión de las señales del sonar, aunque no se comprende cómo funciona en realidad


    50. -La escalera ha sido construida en el mismo muro y conduce a una torre que sobresale por encima del techo









    1. Afilados colmillos sobresalen de la boca grande Mostrando su comportamiento carnívoro y Grailem empieza a construir una máscara realista de un residente antiguo


    2. Los alrededores del fuerte del Príncipe de Beira se hallan poblados debosques espaciosos, donde sobresalen


    3. se componen, yentre los que sobresalen las palmas motacúes


    4. »Pero cuando esas condiciones sobresalen realmente, es


    5. Pero cuando esas condiciones sobresalen realmente,es cuando se


    6. síntomas especiales que sobresalen del cuadro de nuestrasapreciaciones


    7. En Lausana, uno de los cantones que sobresalen por sus establecimientos literarios y piadosos, existe un


    8. Por último cubren el guiso con paños limpios mojados y encima varias capas de hojas de banano, que sobresalen del orificio como una manta


    9. PERSONAL MILITAR PROFESIONAL: Sobresalen las manifestaciones públicas efectuadas por el General Aramburu Topete en un programa de TVE:


    10. Noches y noches de piernas que sobresalen del diván y la almohada que se me escapa de la cabeza, y de vez en cuando mi tío irrumpía en la sala anunciando el Fin del Mundo y la Resurrección de la Carne, y ordenándome que me arrodillase para pedirle al mártir Esteban que se compadeciese de mí, hasta que mi madre lo amenazaba con internarlo en la Mitra, y el apóstol se encerraba en el dormitorio, bendiciendo el universo con la palma delgadísima

    11. Hasta pueden ser personas que sobresalen por su sensibilidad; pero, de repente, un buen día se convierten en seres sin raciocinio -explicó Raimundo-


    12. «El estrangulador no es un monstruo con cuernos que sobresalen de su frente


    13. En método del C-14, que supone una proporción constante la mayor parte del resto de las leyendas sobresalen los de los isótopos radioactivos del carbono (C) con peso acontecimientos bélicos, sucesiones de dinastías reinan¬


    14. Hay guardias en la parte de delante, vestidos con unas armaduras de las que sobresalen toda clase de púas de acero


    15. –¿Por qué te sobresalen de la cabeza todos esos alfileres y agujas? -preguntó el Leñador


    16. En el muro de roca sobresalen muescas de piedra en las que los talladores podrían haber colgado las jícaras que sirvieran como botellas de agua


    17. Su mandíbula superior está provista de dientes gruesos que sobresalen siempre de la inferior, mucho más delgada


    18. Pero las principales partes que sobresalen para mí son las siguientes: Estamos en un yate


    19. Son tubos de cemento que sobresalen casi un metro del suelo


    20. Los timones de inmersión sobresalen del casco tras las hélices, y a popa de ellos, cerca del ápice de popa, se encuentran dos bastas salidas de metal que tienen el aspecto de escotillas, y que Waterhouse comprende que es por donde deben salir los torpedos

    21. Muy a popa, hay un apoyo en forma de T con cables que sobresalen de la barra horizontal y corren tensos hasta la baranda de la torrecilla, al alcance de la mano


    22. Shaftoe vuelve a mirar por entre la rejilla y percibe que la bodega está llena de enormes armarios de metal de los que sobresalen gigantescos pernos


    23. A menos de diez pies se encuentra Avi, y acompañándoles se encuentran dos bonitos trajes de los que sobresalen las cabezas de Eb y John


    24. Mirando por entre las vueltas de cable, ve cómo tres tubos de un cuarto de pulgada sobresalen de su torso


    25. Por eso, el océano de Jinx recorre su cintura, bajo una atmósfera demasiado comprimida y demasiado cálida para respirar; mientras que los puntos más cercano y más alejado de Primario, las Bandas Este y Oeste, en realidad sobresalen de la atmósfera


    26. Sobresalen otras dos muelas con empastes plateados


    27. Él está en posición de decúbito supino, la cabeza en la almohada, mirando hacia arriba con la boca abierta, los brazos extendidos a los lados del cuerpo, los genitales sobresalen por la abertura de los calzoncillos, y dudo que esta fuera su posición cuando lo mataron


    28. Exceso en la estatura, elevación o altura con que sobresalen mucho entre todos sus semejantes una persona, una montaña, un edificio, etc


    29. Que tiene juanetes (|| huesos del pie que sobresalen)


    30. Cada una de las partes, a manera de ondas, que sobresalen en el borde de una cosa; como en la hoja de una planta o en el intradós de un arco

    31. Mamífero fósil, parecido al elefante, con dos dientes incisivos en cada mandíbula, que llegan a tener más de un metro de longitud, y molares en los que sobresalen puntas redondeadas a manera de mamas


    32. Cada uno de los hacecillos de fibras que sobresalen en el envés de las hojas de las plantas


    33. América del Sur y África, y sus plataformas continentales, no son más que las regiones que sobresalen de dos placas, la mayoría de cuya parte rocosa se encuentra bajo el mar


    34. Sólo los árboles aislados y los raros viajeros sobresalen de la hierba baja, y el polvo en movimiento se acumula sobre estos objetos


    35. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    36. Con ella parece que las orejas le sobresalen y que tiene aplastada la cabeza por detrás


    37. —¿Por qué te sobresalen de la cabeza todos esos alfileres y agujas? —preguntó el Leñador


    38. –La unidad básica es el yaw, que es un grano de cebada de mediano grosor y con la cascarilla, pero al que se le habrían cortado en las dos puntas los pelillos que sobresalen


    1. –¡No! Lo que quiero decir es que has descubierto algo en lo cual sobresales y que habrías de valorar eso en su justo precio


    1. aquel en que más había sobresalido el difunto, lo cual hacía elpadre con buen acuerdo para evitar el


    2. –Quienes han sobresalido, quienes han sido felices, quienes han dejado una herencia útil al mundo, han sido en su totalidad almas divinamente egoístas, que vivían pensando en su propio provecho


    3. Se lo guardó en el bolsillo trasero y recordó la inestabilidad con la que el trozo de papel había sobresalido del bolsillo de Chuck


    4. Hubiese deseado estirarse por completo, y tensar los mustiados músculos de su espalda que nunca había sobresalido


    5. Finalmente, llegó la hora de los valientes; momento en el que el rey distinguiría públicamente a los soldados que habían sobresalido en la batalla


    1. sevillana, sobresaliendo de entre todas el cuadro llamado de la Gamba en la capilla de


    2. Pude ver los zapatos de Bob sobresaliendo de la sábana


    3. dalits de Herrera en 1843 y, nuevamente, el Catecismo Romano en 1854, sobresaliendo, entre los


    4. Por más señas que, sobresaliendo el cuerpo, la cabeza cubiertacon un pañuelo a cuadros, batía colgando un lado del pescuezo delcaballo, por más despacio que marchaba; al mismo tiempo que le golpeabalas ancas con los calcañales de los pies desnudos


    5. relojería, otras muchas y avanzadas industrias, sobresaliendo tambien en toda la Europa en el arte de


    6. Podía ver sus piernas, sobresaliendo por la abierta puerta del dormitorio


    7. El hombre (flaco y alto y moreno, con un pañuelo blanco sobresaliendo del bolsillo de su americana oscura) se sienta en el lugar indicado y a continuación Suárez y él inician un diálogo que se prolonga sin apenas interrupciones durante los próximos minutos; la palabra diálogo es excesiva: Suárez se limita a escuchar las palabras del recién llegado y a intercalar de vez en cuando comentarios o preguntas, o lo que la vista interpreta como comentarios o preguntas


    8. Fíjense ustedes en que en todas las cartas se encuentra la misma táctica, sobresaliendo un punto del mayor interés: que, sea quien fuere el individuo, nombre o mujer, que nos ha traído a esta casa, nos conoce o se ha molestado en buscar datos sobre cada uno de nosotros


    9. triangular, y lo menos un tercio de su volumen quedaría sobresaliendo en el vacío: se


    10. —¿Puedo ayudarla, señorita? No se habrá perdido, ¿verdad? No debe ir por la estación con todo ese dinero sobresaliendo del bolsillo

    11. La cola d Bentley sobresaliendo del garaje les confirmó que estaba en lo cierto


    12. Viendo el cuerpo del joven Tommy Evans serrado por la cintura, las piernas con pantalones sobresaliendo en forma de Y, casi cómicas, las botas todavía firmemente abrochadas en los pies muertos, Crozier había recordado el día en que le llamaron al destrozado aguardo del oso, a medio kilómetro del Erebus


    13. Irving dio un respingo en el ropero cuando su lámpara reveló una figura alta y silenciosa de pie al fondo de la habitación, con los hombros sobresaliendo debajo de una abultada cabeza, pero resultó que sólo eran unos cuantos sobretodos gruesos de lana y un gorro colgando de una percha


    14. Más allá, sobresaliendo por encima de la parte trasera de la casa,


    15. Algo más adelante, estaban los cuatro Gothas con sus alerones de cola dobles con el timón y las ametralladoras sobresaliendo por encima de los puestos de observación delanteros y traseros


    16. En el centro, sobresaliendo por encima de las demás, había una recargada torre cuadrada, rodeada en su base por una plataforma vallada


    17. Apoyó con fuerza las palmas de las manos contra el echarpe azul que hacía de almohada, los tendones del cuello en tensión, las clavículas afiladas, la marca de una cicatriz infantil sobresaliendo rosada en la piel del hombro


    18. Sea hecho con fines de entretenimiento o congénito de los vendedores, de todos modos tienen atrás, sobresaliendo del pantalón, colas empenachadas, como si fueran de ardillas, pero mucho más largas, que al trepar acompañan las sacudidas de todos estos movimientos cortos


    19. Los perros salían de inmediato hacia las aves, que alzaban el vuelo con torpeza, como si fueran mantones llevados por el viento, sobresaliendo apenas entre la hierba, con las mandíbulas de los perros afanándose por debajo


    20. Su ancho pico se abría, sobresaliendo por encima de mi frente y bajo mi barbilla, y sus ojos brillantes de obsidiana quedaban en alguna parte atrás de mis oídos

    21. Colgaban inertes, desgreñados, con las brillantes plumas oscuras y pegajosas, clavos sobresaliendo de los pequeños cuerpos y sangre goteando lenta, constantemente, al suelo


    22. Al fin los niños se zafaron de los legionarios, que, una vez más, habían sido heridos, esta vez en las piernas, pero éstos no tuvieron mucho tiempo de plantearse si las heridas eran graves o no, porque sendas flechas les atravesaron la cabeza de parte a parte, en un caso entrando por una oreja y asomando la punta por la otra y, en otro, atravesando el cogote y sobresaliendo la punta por una boca perpleja y ensangrentada


    23. Un agente de aduanas calvo con la panza sobresaliendo por encima del cinturón salía del largo y bajo edificio de inspección


    24. Cuando topamos con la primera y gigantesca cabeza de puma sobresaliendo del muro de la cámara, supimos que íbamos bien ya que, según el mapa del dios Thunupa, aquella parte de túnel tenía cuatro de aquellas cabezas, dos de las cuales (las centrales), flanqueaban el acceso a la cámara de la serpiente cornuda


    25. La imagen del pan de carne sobresaliendo por un desgarro de los intestinos, y de la espuma de cerveza mezclada con la sangre, se le quedaría grabada el resto de su vida


    26. No dejaron de exhortarnos a admirar la belleza natural de su valle y la prodigiosa abundancia de frutas exóticas que este proporcionaba; sobresaliendo en este aspecto entre todos los valles de los alrededores


    27. Sobresaliendo de un agujero en la pared había un cuerpo, del que sólo podía ver unas piernas inconfundiblemente femeninas


    28. Pero en aquel vasto hemisferio aparecían los tres continentes: Alhanroel con la inmensa cúspide irregular del Monte del Castillo sobresaliendo hacia fuera, Zimroel con sus numerosas selvas, las tierras desérticas de Suvrael en la parte baja y la bendita Isla del Sueño de la Dama, en el Mar Interior, entre los dos últimos


    29. Pasa junto a un restaurante con una rechoncha fortaleza de cemento enfrente, con las salidas recubiertas de rejas de acero ennegrecido y las tuberías oxidadas, que sirven de ventilación al generador diesel oculto en su interior, sobresaliendo de la parte superior


    30. Finalmente, a media tarde, Shaftoe, tendido de espaldas a la sombra de un árbol, miró directamente al aire y contó los remaches en el vientre de ese avión alemán: un Henschel Hs 126* con una única ala en forma de flecha montada sobre el fuselaje, para no bloquear la visión hacia el terreno, y con escalerillas, riostras y el enorme y tosco dispositivo de aterrizaje desplegado sobresaliendo por todas partes

    31. La cabeza de Randy sobresaliendo de un traje es un chiste visual que al menos producirá sonrisas durante el almuerzo


    32. El espacio entre la Torre y el Puente era una confusión de viejas calles con espiras chamuscadas de viejas iglesias sobresaliendo aquí y allá, literalmente como indicaciones de topógrafo


    33. Correas y cordones, encajes sobresaliendo de los alrededores de las aberturas de cuello y muñecas


    34. Esos listillos de la estación Alfa, en la pequeña choza de madera del tejado con antenas sobresaliendo, no eran soldados, ni marineros, ni marines en el sentido normal del término


    35. Pero sobresaliendo del mismo había un puñal de nueve pulgadas de largo que goteaba usquebaugh


    36. Quizás el viejo judío con el telescopio corto atado al rostro se hubiese hecho llamar joyero en alguna ocasión, y el alemán obeso sobresaliendo de la diminuta banqueta había sido fabricante de juguetes, produciendo cajas de música


    37. Catherine vio el cañón sobresaliendo de la luz


    38. pies descalzos y las piernas de su enemigo sobresaliendo de debajo de la mesa de trabajo


    39. Cuando aquellos normandos habían llegado a este lugar, habían encontrado una zona de casi un acre de extensión, con la forma de una huella de casco de caballo, con el lado plano definido por la orilla del río Fleet (en aquellos días, se podía fantasear, un burbujeante riachuelo campestre) y el resto sobresaliendo al este


    40. dirección a Cerdeña, con la Torre Inclinada de Pisa sobresaliendo por encima del ala de la avioneta,

    41. No era extraordinariamente alto, pero bastaba para controlar el río y la cala con baterías de cañones de cuarenta y ocho libras y morteros que podían verse, por aquí y por allá, sobresaliendo de las troneras en las esquinas de los muros del palacio de la reina Kottakkal


    42. Los ojos expectantes de los viajeros se alzaron hacia la escarpada pared rocosa, carente de camino o reborde alguno, sobresaliendo por encima de los altos pinos y robles, que terminaban bruscamente al empezar las rocas


    43. Dispuesta en forma de cuña abierta hacia las puertas de la Muralla Exterior, la falange de la Legión con sus lanzas sobresaliendo entre los escudos, resistió la embestida del enemigo


    44. Unos cuantos perros y mulas yacían muertos entre ellos, con las patas de las mulas sobresaliendo rígidas


    45. El capitán miró a lo lejos, con los músculos de su mandíbula sobresaliendo


    46. También se las ahorró cuando avistó al este las islas Canarias, con el pico del Teide sobresaliendo de ellas, y estuvo mirándolas en silencio hora tras hora


    47. Duque inclinó el cuello para echar un vistazo hacia la cocina por si veía joyas y tesoros sobresaliendo de los cajones


    48. Era una escena idílica, pastoril: un viejo puente de piedra por encima del agua, sauces sobresaliendo de las orillas cubiertas de hierba


    49. El camarero me sonríe con el mentón sobresaliendo por encima del collarín blanco y me pregunta: -¿Me está poniendo a prueba?


    50. En segundo lugar me había acostumbrado a la vista de unas cuantas vacas en un establo empedrado, con divisiones de madera y una lámpara de aceite, y ahora contemplaba una larga avenida de cemento, bajo brillantes luces eléctricas, con una sucesión al parecer interminable de traseros bovinos sobresaliendo de unas divisiones muy elegantes hechas con tubos metálicos




















    1. ejemplo, afirmando que podremos sobresalir entre la multitud utilizando el producto en cuestión y, por ende,


    2. Esa sensación de orgullo, la necesidad de sobresalir, el aparente


    3. que por lo mismo que ha de sobresalir entre los demás en la sociedad, debe cultivar su


    4. sobresalir entre elcomun de sus compañeros, dotados de una capacidadregular


    5. en las clarísimas señas depredestinación, que hizo sobresalir en los once Reos,


    6. sobresalir en medio de los lejanos eriales como una


    7. flacos, con una delgadez que hacía sobresalir lasaristas de su


    8. bienMendoza no era un águila, ni había de sobresalir jamás en los


    9. No recibió una educación adecuada, pero tiene otras muchas cualidades que lo hacen sobresalir


    10. El inspector sacó del bolsillo de su gabardina un envoltorio que desenrolló con prosopopeya y del que salió la daga ensangrentada que había visto yo sobresalir del cuerpo del difunto en la cripta

    11. Y durante todo el proceso, las compañeras coetáneas femeninas observaban, emitiendo muecas faciales exageradas para expresar asco, cerrándose los orificios nasales con los dedos, haciendo sobresalir los músculos linguales y señalando con el dedo estirado a este agente


    12. ha recibido no puede ser más deplorable en un joven mayorazgo, que por lo mismo que ha de sobresalir entre los demás en la sociedad, debe cultivar su entendimiento


    13. Cuando ve sobresalir una gruesa vena, Tim expulsa todo el líquido de la jeringa antes de clavar la aguja en el brazo


    14. Ocupaba casi todo el espacio de la habitación, pero al menos los pies podrían sobresalir del borde cómodamente


    15. Así pues, a la edad de doce años podía no sólo estar sino sobresalir en cualquier entorno social o de clase independientemente de sus años


    16. Re-agrupó las líneas, formó un frente cerrado colocando a sus hombres escudo contra escudo, hizo arrodillar a la primera línea y ordenó a sus guerreros que apoyaran en tierra el asta de la lanza haciendo sobresalir las puntas


    17. En Wari, por ejemplo, se aplastaban la nuca, y en la costa oriental del Titicaca se hundían la frente, haciendo sobresalir las sienes


    18. Sólo que algunos hombres simplemente no pueden evitar sobresalir por encima de sus iguales porque son mejores


    19. Los muslos estaban curvados hacia atrás; las piernas parecían sobresalir a la altura de las rodillas y, al final, se convertían en patas de cabra


    20. Hora es ya de darse cuenta y me parece necesario, si se quiere sobresalir en la tierra, tener en cuenta esta ley natural que se impondrá pronto

    21. Sí; a cosa de un par de calles más adelante se veía sobresalir por encima de la acera la figura inconfundible de la marquesina de un cine


    22. Carlo se metió en la boca un colmillo de venado y mascó la ternilla haciendo sobresalir los dientes


    23. Era el barco más grande del puerto; pero mucho más pequeño del que se construía en la playa de Dalicot, y por tanto el mástil lo empequeñecía, era más largo que la cubierta de la fragata, y debió sobresalir por delante y por detrás antes de descargarlo entre esos botes


    24. Si bien el deseo de soledad parecía formar parte de la ilusión de autosuficiencia, una forma artificiosa de sobresalir, acentuando la singularidad de uno con relación al entorno para aumentar la autoestima


    25. Los árabes no establecen distinciones, ni tradicionales ni naturales, si exceptuamos el poder inconsciente que se otorga a los jeques en virtud de sus hazañas; y de ellos aprendí que nadie puede llegar a líder suyo a menos que coma lo mismo que come todo el mundo, lleve sus mismas ropas, viva a su nivel y a pesar de ello consiga sobresalir


    26. También los senos son firmes debajo de una sucesión de austeros delantales grises; a veces mira su cuerpo desnudo en el espejo que hay detrás de la puerta del armario y se imagina su larga y solitaria viudez, la llegada de la vejez, los vestigios de la juventud abandonándola, las líneas hundidas del vientre colgándole en pliegues flácidos en las caderas, los muslos flacos haciendo sobresalir sus rodillas abultadas


    27. Porque, en esencia, era como si la raza humana fuera un campo de maíz, y la magia ayudara a los que la usaban a elevarse un poco por encima de la media, y así sobresalir


    28. Era un bello muchacho cuya nuca comenzaba también a sobresalir


    29. Apenas si levanto un puño fatigado hacia Lecyfre, dejando sobresalir un dedo corazón previamente humedecido


    30. Brody vio fiebre en el rostro de Quint: un calor que encendía sus ojos negros, una intensidad que tiraba de sus labios descubriendo sus dientes en una horrible sonrisa, una excitación que hacía sobresalir los músculos de su cuello y blanquear sus nudillos

    31. Dicho de un cuerpo: En los edificios y otras cosas, sobresalir en parte de otro


    32. ¿Cómo propones que se las encuentre ahora, entre todas las espontáneas que pululan por ahí y que la Torre desestimó porque eran «demasiado mayores» para hacerse novicias? Las Allegadas no tienen nada que las distinga y las haga sobresalir, Romanda


    33. —¿Es realmente de buena educación sobresalir en algo? —replicaba el golpeteo de su colegio


    34. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con casi todos los juegos que divertían a los niños del Campamento, Rydag parecía sobresalir en éste


    35. Pajes, lacayos y porteros, por imitación de su señor, se convierten en ministros de Estado de sus jurisdicciones respectivas y cuidan de sobresalir en los tres principales componentes de insolencia, embuste y soborno


    36. La cabeza parecía aún más alargada al sobresalir los pómulos y las órbitas de los ojos


    37. El tirador debía de estar tumbado en el suelo, bien apartado del borde para que ninguna parte de su arma tuviera que sobresalir entre los balaustres


    38. Pero sólo era Woodrell dándose la vuelta mientras dormía, haciendo chirriar los muelles; el peso de su cuerpo hacía sobresalir el colchón hacia abajo, por encima de Jimmy, de tal manera que parecía la tripa de un elefante


    1. índice sobresalía de forma exagerada sobre los demás


    2. claustrales, sobresalía eltecho de la capilla con sus acanaladas


    3. Tras el palio, la gente admiraba un nuevo grupo de capas de oro, sobrelas cuales sobresalía la


    4. también se daba á uno de los álamos, el más corpulento y quemás sobresalía entre los


    5. estaba siempre pronto a todo, sobresalía en todo


    6. Entre ellos sobresalía el tío Gorico, maestro pellejero, hábilfabricador de corambres y notabilísimo en el difícil arte de echarbotanas á los


    7. Su figura sobresalía del parapeto, destacándose sola y


    8. de la calderaque sobresalía en la cubierta


    9. En la parte más elevada, sobresalía el Alcázar bañado en melancólicoreflejo


    10. incapaz de coger una aguja, pero que,en cambio, sobresalía en el

    11. Sobresalía en él una modestia virginal, una inocencia de


    12. Al mirar hacia abajo, Lipper vio que sobresalía la punta de un cable de fibra óptica en la oscuridad


    13. que sobresalía en la mesa, como una palmera


    14. En el sotobosque, el soldado divisó una varita que sobresalía bajo los despojos de uno de los guardianes


    15. El corredor torcía hacia la izquierda, y la piedra sobresalía amenazadora por encima de los caballeros, impidiendo que se vieran unos a otros


    16. Desde la calle, Mercedes tiró de la manta para borrar toda traza del escalo, y al hacerlo sucedió una cosa imprevista: una segunda manta, de cuya existencia no nos habíamos percatado hasta entonces, se desprendió de los repliegues de la primera y me cayó encima, cubriéndome de la guisa que se cubren los fantasmas y haciéndome tropezar con una raíz que del suelo sobresalía, con lo que caí de bruces hecho un paquete


    17. No se le ocurrió pensar que la diferencia era entre un portero de un metro ochenta de estatura, ojos azules y pelo oscuro, y otro de metro sesenta, hombros caídos, pecas y una mata de pelo rubio que le sobresalía de la gorra


    18. Damiano y Minucio defendían con sus hombres el lado de levante, provisto, al igual que los otros, de dos balistas instaladas en los emplazamientos ubicados en los márgenes del camino de ronda y cerca de la torre central, que sobresalía a un robusto portón


    19. Su pierna herida sobresalía en un ángulo forzado por entre la consola mientras su cuerpo se inclinaba sobre la pantalla-


    20. Su cabeza sobresalía por la parte superior del aparato

    21. El barco estaba anclado junto a la orilla y a cincuenta metros de distancia, iluminado por los ardientes rayos del sol, se alzaba un gran templo que sobresalía de la superficie de una roca enorme


    22. Andrea pudo ver la punta del cañón de un fusil que sobresalía


    23. Cuando llegaron a la muralla exterior, Arya exploró la empalizada hasta que encontró un poste que sobresalía ligeramente


    24. Todavía tosiendo y con la respiración entrecortada, se puso en pie, tambaleándose, y vio que el soldado estaba tumbado, inmóvil, a su lado: el mango de la daga le sobresalía de la fosa nasal izquierda


    25. Roran agarró la cabeza del martillo que sobresalía de su cinturón y en la mano se le marcaron todas las venas y los tendones, pero su tono fue educado


    26. Carn, con el rostro arrugado por la preocupación, alargó la mano hasta la punta que sobresalía del hombro izquierdo de Roran y dijo:


    27. Buscó con la mirada a su alrededor y vio que la empuñadura del martillo sobresalía por debajo de las piernas de uno de los guerreros


    28. Lo que más llamó la atención de Blasillo fueron los guantes descabezados del caballero, por donde asomaban las yemas de los dedos; imaginó que eran para percibir más suavemente la brida de la cabalgadura o notar mejor la empuñadura de la filosa19, cuya punta sobresalía una cuarta bajo su negra capa


    29. Los sones murieron en el acordeón, la voz de Fagundes sobresalía en el silencio


    30. Vi que una de ellas, una losa de gran tamaño, había sido desencajada y sobresalía un palmo del resto del muro, que estaba intacto

    31. que una parte del mango de la brocha sobresalía por debajo de la lona


    32. Cuando por fin dejó de contemplar el Ojo de la Luna, reparó en un cáliz dorado que sobresalía del bolsillo del pantalón del monje muerto


    33. La Milicia Nacional no les agradaba menos que la tropa, pues si ésta sobresalía por su marcialidad, aquélla daba los vivas con un ardor que hacía mucha gracia


    34. Cogió las manos de su marido y las puso cuidadosamente debajo del anaquel formado por el tablero que sobresalía de la mesa


    35. Hope dio unas palmadas en la empuñadura del revólver que sobresalía por la parte delantera de su zamarra


    36. Del centro del matorral de juncias que lo mantenía fuera del fango sobresalía un objeto oscuro


    37. Pero de la confusión del lenguaje sobresalía un hecho; y era que la mora, prendada de mi donosura, que contemplado había desde las altas rejas, quería que yo la sacase de su esclavitud, y conmigo la llevase a la civilización y a la Cristiandad


    38. Había un armario en el rincón oscuro el cual sobresalía de la pared


    39. Amberley sobresalía en este juego


    40. En el marcador de plástico que sobresalía por el borde superior y que se encontraba aproximadamente a la mitad de las páginas de la agenda se hallaba impresa con letras grises la palabra HOY

    41. Había un colchón de dos centímetros de grosor en lo que parecía un estante que sobresalía de la pared


    42. El siguiente interruptor encendió las luces de una hilera de ventanas estilo ojo de buey instaladas a los lados de un cilindro de tres metros de altura que sobresalía dentro del recinto


    43. Una boquilla con falsas piedras preciosas engastadas sostenía un cigarrillo extralargo que sobresalía de una de las comisuras de su boca


    44. La forma en que sobresalía la planta superior, así como los cristales en forma de diamante, lo fascinaron


    45. Experimentó alivio al comprobar que la esquina del ataúd aún sobresalía de la pared de tierra


    46. El delicado baile del pincel de pelo de marta cuando, miope, se inclinaba hacia adelante añadiendo pequeños detalles, una hierba que sobresalía del manto de nieve, o una pestaña sobre el ojo de un reno


    47. Se detuvo ante una palanca de muelle que sobresalía de la pared justo debajo de las puertas


    48. Los ojos del cadáver estaban casi cerrados y la lengua le sobresalía


    49. Al día siguiente, cuando las campanas de la iglesia tocaron las ánimas, Ezequiel Montes partió con el rebaño y los mastines, dejando el pueblo atrás como una nube que sobresalía del amanecer


    50. Este pére Laffite era de una calidad más antigua y rural, clérigo cazador y vinatero, y sobresalía en cebar pavipollos para Pascuas, y era muy buscado en la Guyena para predicar el sermón del Desenclavo; hay que añadir que era hombre piadoso y risueño, muy limosnero, y de niño, viniendo de Vic-Fesenzac de ver correr los toros embolados, invitado por una tía carnal, había tenido una visión de San Miguel Arcángel










































    1. gigantesco de cuatro brazos, los cuales sobresalían del disco


    2. Sinlos retoques y aparatosos arreos con que se presentaba en público;envuelto el cuerpo en holgada bata de cachemira; cubierta la amplísimacalva con un gorro griego; descuidados los blancos mechones de pelolacio que sobresalían por debajo del gorro y por encima de las orejas;sin afeitar todavía, y mal tapadas las arrugas del pescuezo por elcuello escotado de su camisa de dormir, ¡cuán diferente era aquelmarqués del marqués del salón de Conferencias del Congreso, y de suspropios salones de recibir, y de todos los salones de la aristocráticacomunión a que pertenecía! Digo en cuanto a su físico; porque en lotocante a lo demás, el hombre averiado y caduco del rincón doméstico,era el mismo personaje ostentoso de la vía pública y de los grandessalones


    3. sobresalían entre el granizado tiroteo, sublimando a los soldados


    4. De belmez, arrastrándole de las caídas del jubón,así llamado, que sobresalían por debajo de la cota


    5. Sus orejas sobresalían, había grandes agujeros para los


    6. Pero en lo que las mujeres sobresalían, era en la crónica de los trapos:se habían


    7. sobresalían del perfil de lacumbre


    8. Por esta razón,aunque ambas laderas se hallaban cubiertas largo trecho de un arboladocrecido y hojoso, ni sus copas sobresalían mucho del nivel de laplanicie que ocupaban los viajeros, ni obstruían, que digamos, la vistapanorámica de más allá


    9. Entre ellos sobresalían dos periodistas: Publio Esperoni,


    10. Aquí y allí sobresalían del costado tablones podridos

    11. Sujetándose con una mano, el hombre toro hincó el tridente bajo la cresta de la criatura, en el punto donde las placas sobresalían del cuerpo


    12. Con el perro pisándole los talones, se agarró a las negruzcas rocas que sobresalían de las paredes de la oquedad y empezó a bajar por la pétrea senda


    13. Se trataba, vistas desde la distancia, de cimas de varias alturas, algunas sobresalían apenas entre puntas más bajas, otras más escarpadas, muchas dominadas por construcciones -iglesias o grandes casas solariegas y una especie de castillos-que se enrocaban con entrometimiento desproporcionado y, en lugar de complementarse con dulzura, daban a las cimas un empujón hacia el cielo


    14. Un dormitorio en el que todo era blanco como un glaciar y olía a lavanda, un salón provisto de enormes muebles victorianos que sobresalían de todas partes y que muy posiblemente me harían sentirme abatido alguna que otra vez, y una cocina-comedor anejos que era bastante amplia para albergar el Congreso de los Demócratas


    15. Los pies de Malravin sobresalían de la atestada cavidad


    16. Durante la inundación, cuando el país se convertía en un gran lago, sobre cuyas aguas sobresalían las ciudades emplazadas sobre colinas, había posibilidad de descansar, aunque entonces se tuviera que proporcionar el alimento al ganado


    17. La rica maleza del bosque había sido convertida en cenizas, de entre las cuales sobresalían tocones de árboles ennegrecidos como si fueran setas gigantescas


    18. Y la vieja tumba de madera estaba cerrada como lo había estado por espacio de siglos; sólo que ahora dos o tres astillas sobresalían de la tapa, sugiriendo la horrible imagen de unos huesos triturados por un ogro


    19. Los pescadores, después de un cuarto de hora de esfuerzos, pudieron ganar la mayor de las superficies de tierra que sobresalían en el lago, ya que el incendio les impedía llegar a la ribera


    20. Estaban serenos, lo que demostraban que todavía no se habían dado cuenta de nada, pero de sus cinturas sobresalían culatas de pistolas y mangos de puñales

    21. El año siguiente, durante la restauración del Krause, pasé por allí y vi algunos huesos que sobresalían de un contenedor


    22. Era muy baja, tanto, que semejaba encontrarse al nivel del agua, y cubierta de árboles que parecían pertenecer a la especie de los mangos, con altas raíces que sobresalían del agua


    23. El monstruo era alto, grueso y más ancho que una puerta, de piel gris y amarillentos ojos porcinos; los músculos le sobresalían de los brazos y del pecho, y este último estaba cubierto con un peto demasiado pequeño; llevaba un casco de hierro sobre un par de cuernos de carnero, que le salían en forma de círculo desde las sienes, y un escudo redondo en el brazo, mientras que la imponente mano sostenía una espada corta y temible


    24. Sobresalían casi un centímetro de su brazo, como unas crestas duras


    25. Nasuada vio que los fuertes dientes encajaban entre sí como las fauces de un cepo, y que sobresalían más de lo normal, lo cual confería a su boca una forma como de hocico


    26. Sobre una blusa con chorreras lucía una casaca de brillos argénteos de cuyas mangas sobresalían las puñetas de la camisa; sus muslos los cubrían unas calzas gris perla ajustadas y cerradas en las corvas, bajo las rodillas, por unos cintillos de diversos colores, y sus pantorrillas las protegía con unas medias blancas que, embutidas en unos pequeños chapines de charol con tacón y hebillas de plata, completaban el atuendo


    27. Eric, zigzagueando entre las mesas, esquivando los tacos de los jugadores de billar que sobresalían al inclinarse éstos sobre los verdes tapetes para atacar las bolas respectivas, llegó hasta su lado al tiempo que el mesero ponía, tras limpiar el mármol con un trapo, las consumiciones frente a ellos


    28. El muchacho intentaba apaciguarlo con la voz, en tanto amarraba a la silla del noble animal la aljaba del conde de la que sobresalían los extremos de las flechas


    29. Los dedos tanteaban en busca de piedras que sobresalían y ramas muertas, de musgos polvorientos y hendiduras en las piedras


    30. La elfa frunció horriblemente el rostro, alzó la espada, agitando los cabellos que sobresalían por bajo la capucha

    31. Tenía la piel brillante y pálida, y los pechos le sobresalían entre las correas


    32. Se cuenta una curiosa historia sobre cómo Tarquino el Soberbio puso fin a la guerra contra la ciudad de Gabil: cuando le preguntaron qué quería que se hiciese con los prohombres de Gabii, sin decir palabra, salió al jardín, desenvainó la espada y cortó la cabeza de las amapolas que sobresalían del resto


    33. —¿Qué es lo que quieren? —inquirió Mitrídates, frunciendo el entrecejo al ver la valla y las empalizadas, con aquellas torres que sobresalían a intervalos


    34. Poco pude discernir dentro de sus negras, relucientes paredes, y menos entre los fragmentos de roca que aquí y allá sobresalían, coronados por manchas de algas alargadas y lacias que oscilaban de un lado a otro en medio del vacío; poco pude ver de todo esto, ya que la espuma del agua enrabietada que rugía en las invisibles honduras subía como el vapor, casi sin descanso, como el humo, y salía despedida en nubes siseantes de la boca del abismo, planeando sobre una inmensa roca plana, cubierta de algas, situada justo al lado


    35. Llevaba la cabeza inclinada hacia abajo, los hombros encorvados, los labios apretados y las venas de su cuello largo y fibroso sobresalían como cuerdas de látigo


    36. Ya no se vio más que el cruzarse de bayonetas y yataganes, el brillar de los ojos como brasas, el hervor de un mar en que sobresalían miles de brazos agitando [125] las armas


    37. El juego de los dibujos geométricos que sobresalían en el terreno de los dispositivos ideados por Vauban le cautivaba sobremanera


    38. La mano de Lisa, agitándose salvajemente para liberar el cuerpo aprisionado en la mesa de operaciones» golpeó los electrodos que sobresalían y los clavó directamente en el cerebro


    39. De él sobresalían cables y alambres, como serpientes de la cabeza de Medusa


    40. Desde que eran niños se les permitía experimentar para que encontraran aquello en lo que sobresalían, y los oficios prácticos no se consideraban más importantes que el talento artístico

    41. Las únicas cosas que sobresalían eran los osos, y sólo gracias a su movimiento


    42. El dios del Deber levantó su escudo con el tiempo justo de protegerse de las púas mortales que sobresalían de la mutación de obsidiana, pero el golpe hizo pedazos el escudo


    43. Sobresalían sobre todo en dos temas: física y filosofía


    44. Garion, intranquilo, buscó la fuente de aquella luz rojiza; pero ésta parecía perderse entre las extrañas y puntiagudas piedras que sobresalían del techo


    45. Tenía algunas páginas descosidas que sobresalían un poco y ella las colocó pacientemente en su sitio


    46. Las ratas engordaban con los cuerpos enterrados entre las ruinas y los perros abandonados devoraban las piernas o los brazos que sobresalían entre los escombros


    47. Más adelante aparecía un aplastado coche modelo Rabbit, cubierto por montones de estacas que sobresalían de su techo y laterales


    48. Cuando sonó la última campanada, tanteé, con los dedos metidos en las rendijas, arriba y abajo de la tabla, en busca de la cabeza de los clavos, que sobresalían un buen centímetro, y cuando comprobé si la tabla estaba firme, ésta se movió


    49. Con una mano a cada lado de las puntas de los zapatos que sobresalían de la repisa, alcé la mirada y vi los botones que bajaban por el lateral de uno de los zapatos


    50. que sobresalían papeles; había muchos papeles atados con la cinta







































    1. –¿Es verdad que destacabas en matemáticas y ciencias y que sobresalías en el dominio de las lenguas y religiones extranjeras?


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    sobresalir in English

    overtop protrude shine excel be brilliant surpass outdo outshine do better than jut project

    Synonyms for "sobresalir"

    despuntar destacar resaltar culminar prevalecer dominar