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    tentar frases de exemplo

    tentaba


    tentaban


    tentado


    tentamos


    tentando


    tentar


    tienta


    tientan


    tientas


    tiento


    1. Todavía tentaba la fidelidadde los prisioneros españoles para


    2. ideas y le tentaba el deseo de publicar otroslibros; pero el prócer estaba en plena luna


    3. tentaba al demonio de la lotería, comprando unnumerito en cada


    4. la tentaba y la divertía


    5. —Pues debieron necesitar un buen cuchillo — murmuró Poirot mientras tentaba el material para examinarlo —


    6. No le tentaba la medicina privada, salvo cuando se trataba de algún amigo o vecino, y prefería practicar su oficio en los hospitales de indigentes, donde podía atender a un número mayor de enfermos y aprender cada día algo nuevo


    7. El mulo lo siguió al notar el fuerte tirón de la mano del escudero que, a la vez, con el improvisado cayado tentaba el fondo del río


    8. Amaranta era no una mujer traviesa e intrigante, sino la intriga misma, era el demonio de los palacios, ese temible espíritu por quien la sencilla y honrada historia parece a veces maestra de enredos y doctora de chismes; ese temible espíritu que ha confundido a las generaciones, enemistado a los pueblos, envileciendo lo mismo los gobiernos despóticos que los libres; era la personificación de aquella máquina interior, para el vulgo desconocida, que se extendía desde la puerta de palacio, hasta la cámara del Rey, y de cuyos resortes, por tantas manos tocados, pendían honras, haciendas, vidas, la sangre generosa de los ejércitos y la dignidad de las naciones; era la granjería, la realidad, el cohecho, la injusticia, la simonía, la arbitrariedad, el libertinaje del mando, todo esto era Amaranta; y sin embargo ¡cuán hermosa!, hermosa como el pecado, como las bellezas sobrehumanas [196] con que Satán tentaba la castidad de los padres del yermo, hermosa como todas las tentaciones que trastornan el juicio al débil varón, y como los ideales que compone en su iluminado teatro la embaucadora fantasía cuando intenta engañarnos alevosamente, cual a chiquitines que creen ciertas y reales las figuras de magia


    9. Para ser justos, la recompensa de cinco millones de afganíes que le harían rico de por vida no lo tentaba en lo más mínimo


    10. Aunque con retraso, hubiese podido obedecer y suspender el, ayuno, pero a pesar de mi sufrimiento, me tentaba la prosecución y me lancé tras ella, golosamente, como si se tratase de un perro desconocido

    11. Comparados con los miembros de las clases dirigentes en el pasado, esos hombres eran menos avariciosos, les tentaba menos el lujo y más el placer de mandar, y, sobre todo, tenían más consciencia de lo que estaban haciendo y se dedicaban con mayor intensidad a aplastar a la oposición


    12. Parecía bien enterado, y quizá le tentaba exhibir sus teorías


    13. situación de Starling, y la pusieron con el despacho de Clint Pearsall mientras ella se tentaba en busca


    14. Después de eso, si bien la muerte la tentaba con la liberación, también la aterraba con sus siniestras promesas


    15. En público ella tenía un encanto que tentaba a todo el mundo


    16. Además de lo infrecuente que resulta que las ratas se suban a un barco que se hunde, el momento de la aparición de Tirastíades en el campamento griego mostraba todos los signos del cálculo más cuidadoso: era demasiado tarde para que Leónidas enviase refuerzos a los focios pero, al mismo tiempo, aquello lo tentaba con una cierta esperanza de un posible repliegue


    17. Y era tener mala suerte el que Odette le hubiera vedado precisamente el sitio que lo tentaba hoy


    18. A Conor no le gustaba demasiado la idea, pero decidió darme gusto y aceptarla, porque el cebo de unos libros le tentaba en exceso


    19. Los cines estaban vacíos mientras la televisión tentaba a su audiencia


    20. Porque una idea la tentaba, insistente, y no quería aceptarla:

    21. En cuanto a mí, a decir verdad, el Gótterdámmerung me tentaba muy poco y me habría gustado mucho estar en otra parte para poder pensar con calma acerca de mi situación


    22. Sostuve su pezón tieso con el óvalo de la cuchara, como un bocado de algo: se hallaba tan recio que apenas se venció con mi suavidad; también muy sensible, ya que su garganta soltó un gemido leve, en sordina, apagado como la propia luz del salón, un conjunto de emes enhebradas que escaparon de entre sus dientes; la fresa que tentaba su boca se derramó otra vez


    23. Pero le tentaba la idea


    24. La oscuridad en los entrecerrados ojos del guerrero prevenía y tentaba a Ariane por igual


    1. industriales con suscomplicaciones y riesgos, no les tentaban,


    2. El ajusticiamiento de reos en Madrid era una fiesta en la que participaba todo el pueblo; los puestos de puntapié, que servían comida y bebida a los viandantes, las mesas de trileros, que tentaban a los incautos, y las de vendedores de baratijas se sucedían una al lado de las otras


    3. Era una hija del pueblo perdida en ese rumor de conversaciones que no entendía, de lujos que no la atraían, de envidias, vanidades y dimes-y-diretes que no la tentaban


    4. Ni en sueños se les hubiera ocurrido malgastar dinero en los géneros de importación del quiosco: no les tentaban las aceitunas italianas, los cereales Weetabix de Inglaterra o el caducado queso francés de untar de la marca Kiri


    5. Tentaban en especial su atención los más arduos y enrevesados problemas de nuestra historia literaria, tales como el de la patria de Prudencio, aunque últimamente, a consecuencia decíase de unas calabazas, se dedicaba al estudio de mujeres españolas de los pasados siglos


    6. ¿No eran las mujeres, según decían los frailes, quienes tentaban a los hombres? ¿No fue Eva la que hizo que Adán tuviera que abandonar el Paraíso? Durante un segundo se sintió como Circe y sonrió ante tan absurdo pensamiento


    7. terciopelo negro, las estrellas que tentaban y siempre llamaban a los osados hacia ellas


    1. Algún barbado lo había tentado con el santo


    2. degradación lo que más lamentaba, sino lapérdida de los placeres con que le había tentado la


    3. Belinchón estuvo tentado


    4. El esfuerzo tentado, el abandono completo de sí mismo, la


    5. había adquirido los cuatro, tentado por elprecio


    6. 13 Y estuvo allí en el desierto cuarenta dias, [y era] tentado de Satanas, y


    7. HABIENDO muchos tentado á poner en órden la historia de las cosas que entre


    8. 2 Por cuarenta dias, [y era] tentado del diablo


    9. 13 Y estuvo allí en el desierto cuarenta dias; y era tentado de Satanás; y


    10. 1 HABIENDO muchos tentado á poner en orden la historia de las cosas que entrenosotros han sido

    11. 2 Por cuarenta dias, y era tentado del diablo


    12. 13 Y estuvo allí en el desierto cuarenta dias; y era tentado de Satanás: y


    13. 1 HABIENDO muchos tentado á poner en órden la historia de las cosas que


    14. 2 por cuarenta dias, y era tentado del diablo


    15. estómago; estuvo tentado algunas veces a dejar la casa, pero ledolía en el alma


    16. A pesar de todos mis esfuerzos, a pesar de mi voluntad, me sentía tentado, y las malas tendencias crecían en mí


    17. Por otro lado, para que Ericson estuviera al corriente del advenimiento del Mesías entre los esenios, forzosamente tenía que haber entrado en contacto con ellos, pero ¿cómo? ¿Y qué papel jugaban los masones en su búsqueda? Y sobre todo: ¿quién había matado a Ericson? ¿Los samaritanos, que se habían sentido engañados al ver que el Fin de los Tiempos no llegaba? ¿Un investigador del equipo, tentado por la fortuna que representaba el tesoro del Templo? ¿O Koskka, que parecía conocer tan bien a los masones? En cualquier caso, la llave del enigma se encontraba en un pergamino, en una escritura, en uno de los manuscritos incisos dos mil años antes


    18. Estuve tentado de detallarle todas mis cuitas con el chico y su madre, pero seguramente no volvería a consultar mi correo en los días que me quedaban en Villa Horacia, y detesto los mensajes que han sobrepasado una razonable fecha de caducidad


    19. Pero el cronista está más bien tentado de creer que dando demasiada importancia a las bellas acciones, se tributa un homenaje indirecto y poderoso al mal


    20. Es decir que, con la mejor intención del mundo, había tentado a Meg mucho más allá de su capacidad económica

    21. Las tumbas de los reyes en Tebas, con sus fabulosas acumulaciones de tesoros, siempre habían tentado a los desesperados a robarlos


    22. Estuvo muchas veces tentado de preguntar a Manuel sobre la verdad del caso, pero resistió la tentación


    23. Estuve tentado de saltar


    24. Gregory estuvo tentado de pensar que se lamentaban porque era él y no su hijo Juan José quien regresaba ileso, pero la expresión de absoluta dicha de sus viejos amigos le quitó esas mezquinas dudas del corazón


    25. De repente, vio por el rabillo del ojo que Thorn se precipitaba hacia él alargando las garras, grandes como un hombre, y se sintió tentado de chillar y salir corriendo antes de que ese monstruo lo atrapara y se lo comiera vivo


    26. ¿Acaso el tal Torretta había abierto un bazar en la comisaría? Por un instante, estuvo tentado de ir a comprobarlo, pero después pensó que, a esas alturas, le importaba un pimiento


    27. Cuando echamos a andar en dirección al agua, estuve tentado de quitármela


    28. Por un segundo, se sintió tentado de arriesgarse a dejar el otro, pero la cautela se sobrepuso a su ansiedad y lo apretó también


    29. Así que estuve tentado de intentar recuperar el contacto con el embajador sueco en España, para pedirle cobertura en mi inminente viaje a Estocolmo


    30. Allí estaba el acogedor y familiar escaparate, repleto de baratijas resplandecientes, que tantas veces me había tentado a comprarle un regalo cuando iba camino de su casa

    31. Sin embargo, hay uno de estos últimos tan notable en sus detalles y tan sorprendente en sus resultados que me siento tentado de hacer una breve exposición del mismo, a pesar de que algunos de sus detalles nunca han estado muy claros y, probablemente, nunca lo estarán


    32. Con todos esos periodistas dando vueltas, temía que me sintiera tentado a decirles lo que yo pensaba acerca del tipo de investigación cancerológica a que se dedican ellos


    33. Tentado por la idea


    34. Por un instante estuve tentado de contar lo que había visto en Las Médulas, de hablar sobre la inmensa basílica, el Arca de la Alianza, el cuero lleno de dibujos herméticos


    35. Hasta se sintió tentado por la idea de reunir las dos mitades de la Iglesia bajo las condiciones de los occidentales


    36. Dostum es el miembro de peor fama del nuevo gobierno, y fue elegido por la mera razón de que no se sintiera tentado a sabotearlo


    37. Jondalar estuvo tentado de capturar al ciervo de la enorme cornamenta, pero abandonó la idea pese a tener la seguridad de que podía abatirlo con el lanzavenablos


    38. Imagino a Maupassant, que se desintegra lentamente, víctima de la misma enfermedad, y es transportado en camisa de fuerza al sanatorio de Passy, en donde el doctor Blanche recoge noticias con las que luego distraerá a los salones de París, que quieren saber cómo se encuentra su famoso paciente; y Baudelaire muriendo de forma igualmente inexorable, sin habla ya, tratando de discutir con Nadar acerca de la existencia de Dios, señalando con un mudo ademán al ocaso; y Rimbaud, con la pierna derecha amputada, perdiendo poco a poco toda la sensibilidad de los miembros que le quedaban, y repudiando, amputando su propia genialidad: «Merde pour la poésie»; y Daudet, que de un salto había pasado de los cuarenta y cinco a los sesenta y cinco años debido a las cinco inyecciones seguidas de morfina que él mismo se administró, tentado por el suicidio: «Pero no tenemos derecho


    39. La mecánica analítica es una rama de la Matemática pura, de modo que Euler no estuvo tentado en este caso, como en alguna de sus fugas hacia el terreno práctico, de escapar por la tangente para volver al infinito campo del Cálculo puro


    40. Algunas veces Laplace estuvo tentado de desviarse, pero no por largo tiempo

    41. "Un matemático jamás define las magnitudes en sí mismas, como un filósofo está tentado a hacer; define su igualdad, su suma y su producto, y estas definiciones determinan, o más bien


    42. Que ha tentado el amor de lo informe,


    43. En la Ciudad de la Espada había tentado a la profecía, e incluso había hablado brevemente con el Asesino de la Estirpe


    44. ¿Son los paralelismos entre el pasado y el presente lo bastante estrechos para que el colapso que sufrieron los habitantes de las islas de Pascua y de Henderson, los anasazi, los mayas y los noruegos de Groenlandia pueda ofrecernos alguna lección para el mundo actual? En un principio, al percibir las diferencias evidentes, un crítico podría verse tentado a objetar: “Es ridículo suponer que los colapsos de todos aquellos antiguos pueblos pudieran tener alguna relevancia general hoy día, sobre todo para los actuales estadounidenses


    45. El bigote parecía perfumado, uno casi se veía tentado a acercarse y olerlo


    46. En la puerta, Brunetti estuvo tentado de volverse y comprobar si ella lo estaba observando, pero desistió


    47. Perrin estuvo tentado de hacerlo


    48. Estuvo tentado de efectuar alguna observación propia, pero todos conocían su voz


    49. Dos más, que estaban demasiado débiles para continuar, fueron entregados al holnista barón de un pequeño feudo, para que sustituyeran a los siervos cuyos cadáveres crucificados aún colgaban en el camino para lección de cualquiera que se sintiera tentado a desobedecer


    50. Se interrumpió, dándose cuenta de que era poco serio hablar solo en la forma en que estaba haciéndolo, pero aún tentado














































    1. , han estrellado una furgoneta contra la puerta de la escuela donde lo tentamos y se lo han llevado


    1. y tentando las vendas que le había puesto el médico


    2. Entraron otra vez en la sala y, tentando elsuelo, tropezaron con el tarro de la


    3. 16 Y otros, tentando, pedian de el señal del cielo


    4. Andreíña sale de la cocina, y el ciego, tentando con el palo, seacerca al hogar, guiado por las voces de los mendigos que ahoracomentan el naufragio de la barca de Abelardo


    5. El DemonioMayor anda por las ferias y las vendimias, y las procesiones, con laapariencia de una moza garrida, tentando a los hombres


    6. Y los dos ciegos comenzaron a buscar por toda la habitación, insistiendo en sus pesquisas varias veces, tentando los rincones con los palos


    7. Satisfecho de que todo estaba tranquilo, Ferrullo avanzó lentamente, tentando cada palmo donde apoyaba el pie antes de descargar el peso del cuerpo


    8. Con Hitler suelto por Europa, no estaba el horno para bollos y cada cual se estaba tentando la ropa


    9. Recorrieron las paredes tentando los bloques de piedra, hasta que, al cabo de unos minutos, Kurik se detuvo con una expresión algo alelada en la cara


    10. O puede que sí que lo fuera, pero estuviera tentando al Destino

    11. Al inclinarse, tentando para recogerla, dos más cayeron de su regazo


    12. Tentando como loco, sus dedos encontraron un corte en el traje de seguridad del coprolita, a la altura del omóplato


    13. Marx: en este pequeño mundo y sociedad es mi trabajo, se han alterado las relaciones de producción: ¿para quién va a trabajar ahora el pintor? ¿Y por qué? ¿Y para qué? ¿Alguien quiere al pintor, alguien precisa de él, alguien viene a este desierto a buscarlo? Anda aquí (y no sólo ahora) la abstracción tentando a los pintores: copian ellos la ilusión que el caleidoscopio muestra, la agitan suavemente de vez en cuando y continúan sabiendo de antemano que nunca aparecerá un rostro humano en el juego de los espejos y de los fragmentos coloreados


    14. —Estoy tentando de decirle que entre en contacto con el resto de los expertos en seguridad Ultra que Marshall envió antes que usted y formen un grupo de bridge —dice el comandante


    15. Había muchas puertas: las fue tentando una a una, pero todas estaban cerradas


    16. —Las mujeres son maliciosas por naturaleza y disfrutan tentando al hombre hacia los caminos del mal —recitó Joan


    17. Ir tentando o tocando la tierra con el bordón (|| bastón)


    18. Todos bajaron de la escalera y le siguieron cautelosamente, tentando los suelos a medida que avanzaban


    19. Los oídos del sátiro se aguzaron, y miró a su alrededor in tentando descubrir la procedencia del sonido


    20. Acaso ése había tratado de averiguar el secreto por sí mismo, zarandeado de acá para allá hasta las antípodas y todas esas cosas y de arriba para abajo, bueno, no exactamente para abajo, tentando al destino

    21. A su edad y después de lo que había vivido, Indira no quería correr riesgos tentando a la suerte


    1. Y poreso es criminal, es punible, porque es ofensivo al alto principio deautoridad, tentar una accion contraria á su iniciativa aunsuponiendo que fuese mejor que la gubernamental, [112]porque semejante hecho podría lastimar elprestigio que es la primera base sobre que descansan todos losedificios coloniales


    2. En vez de replicar que el hombre más maloó pusilánime siempre es algo más que la planta,porque tiene un alma y una inteligencia que, por viciadas óembrutecidas que pudiesen estar, se pueden redimir; en vez de contestarque el hombre no tiene derecho de disponer de la vida de nadie enprovecho de nadie, y que el derecho á la vida reside en cadaindividuo como el derecho á la libertad y á la luz; envez de replicar que si es abuso en los gobiernos castigar en el reo lasfaltas ó crímenes, en que ellos le han precipitado porincuria ó torpeza, cuanto más lo sería en unhombre, por grande y por desgraciado que fuere, castigar en el pobrepueblo las faltas de sus gobiernos y antepasados, en vez de decir queDios solo puede tentar tales medios, que Dios puede destruir porquepuede crear,


    3. edificante, por manera que Luzbel secomplacía en tentar á la multitud que con tan


    4. lo que puede decirse en género devalentía, y no quiera tentar segunda fortuna


    5. elección delvapor en que se debe tentar la aventura


    6. Pretendió Ojeda tentar su codicia de mujer, hablando de los


    7. siempre esbueno tentar al diablo


    8. hoy, y cuando se letiene, no dejarlo escapar por ir a tentar el


    9. pensamiento, que el final remedio queles quedaba era tentar la


    10. que tentar al demonio

    11. decir, nada que pudiera tentar a La Rata: un posible enfermo


    12. A su llegada, Valerio no se dejó tentar por el olor del cordero, de la salsa de melocotón y del pan hecho en casa que impregnaba toda la vivienda


    13. Él sabe tentar el pulso de un financiero


    14. Al coloso ya empezaba a aburrirlo aquella situación y suponiendo que se hubiesen realmente dormido, había decidido tentar un golpe audaz


    15. Tal vez era mejor tentar la suerte, antes que los mismos andamaneses llegaran a agravar la situación que de por sí era crítica


    16. -Nada de lo que usted tiene puede tentar a ese rey


    17. Pero al cabo de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó tentar por jóvenes pérfidos, hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza


    18. Y en el jardín me reuní con mi amo, que me cogió de la mano para atravesar la ciudad, temeroso de que me dejara yo tentar por cuanto se ofrecía a mi vista y estaba al alcance de mis dedos


    19. Mejor no tentar el azar, piensa mientras baja por la escala


    20. Si esta actitud interesada se observa en las alturas, con mayor razón se dejaban tentar por el dinero los funcionarios subalternos, peor pagados, que alargaban el sueldo con sobornos y corruptelas, lo que, paradójicamente, alivió los rigores de los prisioneros

    21. Era preferible no tentar más la suerte


    22. Los soldados rara vez entraban en las casas extranjeras, y sólo se preocupaban por mantener alejados a los mendigos o ladrones chinos que podrían dejarse tentar por esa zona residencial


    23. Kirsty podía ser inocente, pero las fuerzas que se habían desatado aquí eran indiferentes a tal trivialidad; percibió que avanzar un paso más seria como tentar a las atrocidades


    24. Para tentar los demonios ajustando bien sus medias;


    25. De todos modos, ¿cuándo ha detenido a un hombre, cuándo lo ha frenado de tentar la oportunidad, el hecho de que una mujer no le conviniera?


    26. Con Sebastián, proveedor de riendas y hebillajes para el Regimiento de Caballería, Néstor echa mano del mismo recurso que ha utilizado con Lucio, tentar su interés


    27. Ante la última frase, Riven, que ha escuchado en silencio toda la conversación, está a punto de comentar algo sobre la conveniencia de no volver a tentar al destino si salen vivos de allí, pero por una vez se muestra prudente y acompaña al cura en su descenso


    28. Ella se estaba dejando tentar


    29. Más adelante, cuando volviera a la ciudad, podría lamentarse de haberse dejado tentar por estas travesuras adolescentes; de momento, no estaba en condiciones de resistirse


    30. De vez en cuando se paraba para tentar con el bastón delante de él o golpear en los muros para comprobar que el camino estaba despejado

    31. Perseguirla habría sido tentar a la providencia


    32. Una de las primeras cosas que hacían las autoridades fiscales de la Confederación cuando un hombre era condenado a prisión era inhabilitar la huella de su pulgar para que, durante el tiempo que durase su condena, no tuviera acceso a su cuenta corriente y no pudiera (ésa era al menos la explicación oficial) tentar con el soborno a los funcionarios de prisiones


    33. Estaba convencido de que quizá los siracusanos se dejarían tentar por un ataque frontal por tierra o por mar, pero pasaban los días y no sucedía nada


    34. Pequeñas ofrendas de fruta o carne recorrían la mesa hasta él para tentar su apetito; se le recomendaba irse pronto a la cama, y beber un poco de vino, pero no demasiado; ambas damiselas lo persuadieron para que diera frecuentes paseos cortos por el jardín


    35. Ponderé, pues, cómo podía haber ido a parar aquella cosa a tal lugar y llegué a la conclusión de que dos días antes, o quizá más, había dejado la gabardina en el guardarropa del restaurante chino y que sin duda quien lo atendía debió de deslizar en el bolsillo de aquélla una caja de cerillas de recuerdo o propaganda, donde de fijo constaría el nombre del establecimiento, su dirección, y algún loor con que tentar al cliente


    36. Y el que el Consejo y Thracia Cho Leem los hubieran enviado a aquel mundo estaba volviendo a tentar a Anakin de maneras que Obi-Wan encontraba bastante inquietantes


    37. Augusto se dirigió a casa de Eugenia dispuesto a tentar la última experiencia psicológica, la definitiva, aunque temiendo que ella le rechazase


    38. —Me pregunto si, antes de los postres, no dejarme tentar por el pichón deshuesado al paté —dijo mientras hojeaba el menú—


    39. Con todo, una noche fue tan hondo su tedio, y tan vivo su afán de encontrar algo en que su alma se esparciera, que se dejó tentar del demonio de sus recuerdos


    40. Atrapado y casi al borde de la inanición en una llanura de los Balcanes, de nuevo un ejército cesariano lograba tentar a sus enemigos atrayéndolos hasta un enfrentamiento a campo abierto

    41. No es cuestión de tentar a la suerte


    42. Yes quedaba al margen del juego, sólo se trataba de tentar las carnes y las neuronas de la señora viuda


    43. Le Chapelier murmuró: «¡Caramba! ¡No hay que tentar a la suerte esgrimiendo de esa manera tan demencial!»


    44. No recuerdo en qué momento acepté por fin la idea que debía separarme de él, tal vez fue junto a la cama de la Granny al verla morir, o cuando nos retiramos del cementerio dejándola entre jazmines, o tal vez ya lo había decidido varias semanas antes; tampoco recuerdo cómo le anuncié que no regresaría con él a Caracas, me iba a España a tentar suerte y tenía intención de llevarme a los niños


    45. —Este tipo de ropas se lleva para tentar a los hombres, nada más


    46. Pero antes de tentar a la suerte una vez más, necesitaba comprobar si existían otras opciones para liberar de sus proxenetas a una mujer traficada


    47. No era entusiasta de las artes negras, pero la Espada de Fuego justificaba tentar todos los recursos


    48. Pero no se puede tentar la suerte en una sola partida


    49. Tentar su naturaleza bestial con un niñito deseable y accesible es… – ¡Ah! – dijo Sitaré -


    50. En cuanto a mí se refiere, me dejé tentar por algunas cajas de una pasta fosforada que destruía tan radicalmente los ratones que los remplazaba por gatos




    1. —Y bien, ese maravilloso estado, ¿te tienta todavía?—


    2. tienta suempresa y va dispuesto a todo!


    3. me tienta el demonio con el prurito de matarte, yahora me ofrece la ocasión más propicia


    4. Entre la vida y la invención de la vida, me tienta más perder el tiempo en la primera


    5. A Néstor le tienta interrumpir a don Hermógenes


    6. Y, sin embargo, sin embargo…, me tienta terriblemente eso de darte una bofetada, tal como estás ahora acostado


    7. Sus nietos, ricamente vestidos de seda, juegan alrededor de él; no se les permite bajar a la plaza, los otros niños son indignos de ellos, pero como les tienta, meten la cabeza entre los barrotes de la barandilla, y cuando los otros chicos se pelean, ellos siguen la lucha desde arriba


    8. El nuevo y juicioso proyecto me tienta, y por otra parte no me tienta


    9. Se acercó a él y, besándole la mejilla, le dijo: «¿Sabes que eres el único hombre que me ha rechazado? Pero esto no es más que la primera tienta»


    10. Una foto en especial llamó la atención de Javier: un grupo de diestros y aficionados de distinto pelaje, reunidos, al parecer, con ocasión de una tienta, capea o festejo similar

    11. –Sí, ahora que lo recuerdo, Soledad también me invitó a una tienta de vaquillas en su finca de «El Robledal»


    12. –Higinio tenía un almuerzo de trabajo con el general Jordana para hablar de la tienta


    13. Me acuerdo muy bien porque era el día de la tienta


    14. - ¿Desnuda en el lecho, Iago, y sin malicia alguna? ¡Eso es usar de hipocresía con el diablo! ¡Los que tienen intenciones virtuosas, y no obstante, obran así, el diablo tienta su virtud y ellos tientan al cielo!


    15. Debo confesar que me tienta esperar, pero mi corazón me dice que debemos intentarlo


    16. Entre ángulos y roturas gramaticales, algunas palabras se encadenaban con vigor epigráfico: -Desecho de tienta


    17. La danza de los gerundios que conmigo bailan -eructando, orinando, defecando- los acompaña después como un melancólico recuerdo de los tiempos idos, ese descenso a la mugre (algo que a todos tienta y que tan pocos osan emprender) que hicieron en mi compañía


    18. Pero ¿para qué fijarme en lo que decían las pupilas en aquel momento? ¿Cómo no había notado desde hacía tiempo que los ojos de Albertina pertenecían a la familia de los que (hasta en un ser mediocre) parecen hechos de varios fragmentos, debidos a todos los lugares donde el ser quiere estar -y ocultar que quiere estar- aquel día? Unos ojos por mentira siempre inmóviles y pasivos, pero dinámicos, medibles por los metros o kilómetros que han de recorrer para encontrarse en el lugar de cita querido, implacablemente querido, unos ojos que, más aún que sonreír al placer que los tienta, se aureolan con la tristeza y la decepción ante una posible dificultad para acudir a la cita


    19. No tenía yo, al admirar al maestro de Bayreuth, ninguno de los escrúpulos de los que, como Nietzsche, se creen en el deber de huir, en el arte como en la vida, de la belleza que los tienta, que se arrancan de Tristán como reniegan de Parsifal y, por ascetismo espiritual, de mortificación en mortificación, siguiendo el más cruento de los caminos de cruz, llegan a elevarse hasta el puro conocimiento y a la adoración perfecta del Postillon de Long jumeau


    20. Lo que le tienta es el inmenso territorio que ella se ha fabricado bajo la superficie del agua

    21. andar a tienta ~es


    22. En las reses vacunas, repetición de la tienta


    23. Encargado de picar las reses vacunas en la tienta


    24. Me tienta inventar rituales salvajes de erotismo para adornar mis recuerdos, como supongo que otros hacen, pero en estas páginas trato de ser honesta


    25. –Sé que la idea te tienta


    26. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    27. Kubiš hace lo contrario que Gabčík, tienta su suerte ahora


    1. La riqueza urbana, los valoresen papel, no les tientan


    2. En las costas bretonas las sirenas que tientan a los pescadores, matándolos con su abrazo marino, o arrastrándolos a su palacio submarino, eran llamadas Morganas


    3. Y las autoridades —el gobernador Villavicencio y el intendente general García Pico, por ejemplo— se tientan la ropa en esa materia, incluso cuando se trata de burdos libelos como el que redacta ese Zafra


    4. Pero las únicas ocasiones que le tientan son las que exigen de él alguna habilidad, cierta astucia…


    5. - ¿Desnuda en el lecho, Iago, y sin malicia alguna? ¡Eso es usar de hipocresía con el diablo! ¡Los que tienen intenciones virtuosas, y no obstante, obran así, el diablo tienta su virtud y ellos tientan al cielo!


    6. Los leones macho adolescentes, por ejemplo, abandonan la manada paterna cuando las hembras de la familia les tientan, y sólo se cruzan con ellas si consiguen usurpar otra manada


    1. A eso delas nueve, la dolorida se levantó con resolución del sofá en que sehabía echado, y a tientas, porque el gabinete estaba oscurísimo, buscósu mantón


    2. «Ya verán, ya verán» murmuraba en su agitación epiléptica; ya tientas buscó también las botas y se las puso


    3. Andando a tientas por laoscuridad


    4. Salí fuera de mi habitación y seguí a tientas elcorredor


    5. oscuridad del zaguán; pero a tientas y cuidadosamente


    6. A tientas cerraba el


    7. gruesoportón y corría las barras de hierro; después,y siempre a tientas, subía


    8. Quevedo entró á tientas en un espacio densamente obscuro


    9. Luego, á obscuras, entró en la litera, se sentó á tientas allado de Quevedo, cerró la


    10. deacometer á tientas, sin antecedentes ni guia, elestudio de una ciencia

    11. mecánica; y los barnizadores,tintoreros y de otros oficios no andariantan á tientas en sus


    12. parecía andar a tientas en lapenumbra del crepúsculo


    13. tientas algunas de estas gotas y las bebió


    14. bordeaban a tientas, con el tacto de los ciegos; donde sólopodían


    15. por las audacias de los mozos, quelas buscaban a tientas,


    16. al lado de Juanónlos que eran de la sierra y marchaban a tientas


    17. sociales era el empellónque, los lanzaba en pleno pensamiento, caminando a tientas, sin más


    18. Buscó a tientas en elreducido y oscuro espacio, sin encontrar


    19. tientas, en dirección a la cuadra del baño, con el estoquetendido en la sombra


    20. la entrada del señor Vicente, a tientas, en su habitación

    21. cabeza, su rostro cubriose de sudor y, marchando en laobscuridad a tientas, como un


    22. Entonces los dos jefes se abrazaron, y cuando marchaban a tientas enmedio de la


    23. Iba casi a tientas por salas y pasillos penumbrosos, a los cuales laluna se asomaba un poco por las vidrieras desnudas


    24. Ana, sin querer,como siempre, mientras iba a tientas por el salón, pero sin tropezar,pensaba: Y si


    25. cama a tientas, se desnudó por máquina, se envolvió entre lassábanas y se quedó dormido en un


    26. trazando a tientas el ojoque faltaba en la cabeza del animal


    27. tientas las cerillas y encendió una lámpara de bombaesmerilada


    28. incierto, a tientas y sinduda apoyándote en las paredes? ¿Qué es lo que de mí pretendes todavía?


    29. delante hacia lapuerta y fuime tras él, medio a tientas, en cuanto


    30. tientas entre lospapelotes del despacho, volvimos al salón,

    31. ¡Miren el cógelas a tientas y mátalas


    32. marqué y otros señores cuando iban a las tientas de beserros


    33. Bonis se acercó al lecho a tientas, estirando el cuello, abriendo mucholos ojos y pisando de un


    34. Se arrimó a la pared y avanzó a tientas, lejos de la gente y del pánico, hasta reconocer la puerta por el tacto


    35. Después de gatear y acongojarse y lanzar imprecaciones y agitar los brazos, se puso a buscar a tientas, encontró una piedra grande -que, por cierto, había estado a punto de caerle en la cabeza al producirse el hundimiento- y se sentó en ella


    36. Busqué a tientas la llave que me habían dejado colgando de una cuerdecita dentro del buzón, entré y subí a mi habitación


    37. —Salgamos de aquí —murmuró Ben conduciendo a tientas a su hermana en dirección a la escalera que descendía al piso inferior—


    38. Llegué a casa de Marina y crucé el jardín a tientas


    39. No le contesté, porque en un rapto de lucidez había empezado a comprender lo que estaba haciendo Sandoval y a darme cuenta de que el que estaba a tientas y a los tumbos era yo, y no él


    40. El niño se levantaba a tientas, raspaba un fósforo y encendía la lamparita de petróleo que había sobre la mesa de noche común a las dos camas

    41. Había que bajar la escalera a tientas, en la oscuridad, después doblar a la izquierda en el corredor siempre oscuro, encontrar la puerta del patio y abrirla


    42. Gran Mentón buscó el arma a tientas, la aferró y la guardó lentamente en la funda de cuero


    43. Susana se dirigió, o más bien se arrastró hacia el lóbrego cuarto de que había salido, y pudo a tientas hallar su jergón, donde se arrojó con desaliento


    44. La envenenadora, espantada, buscó a tientas la puerta y entró en su cuarto con el sudor y la angustia en la frente


    45. Tirun tardó unos momentos en conseguirlo, mientras Pyanfar buscó a tientas sus pantalones en la penumbra del camarote


    46. Recorrió a tientas el muro hasta una vieja verja oxidada


    47. Anduve a tientas en la oscuridad y tropecé


    48. Preferí optar, a tientas, por la otra vía


    49. Buscó a tientas el camino de regreso por el gran vestíbulo


    50. Avanzó a tientas, con la joven aún entre sus brazos, y la depositó suavemente en tierra














































    1. Apesar de no pasar de los cuarenta, hablaba entonces de obrarcon tiento, de dejar que se maduren las brevas, y añadía por lo bajo,¡melones!—de pensar mucho y andar con piés de plomo, de lanecesidad de conocer el pais, porque las condiciones del indio, porqueel prestigio del nombre español,porque primero eran españoles, porque la religion,etc


    2. Dios ponga tiento enlas manos de los que la saben y la aplican a la


    3. Belleza, un libro,aunque en sus partes secundarias se emplease con tiento el troquel,debía estar escrito a mano, aforrado en telas ricas y sellado conjoyeles a guisa de broches


    4. Este prior tenía muy estrecha conciencia y se andaba con gran tiento ypulso en lo


    5. comenzaron a caminar por el pradoarriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba


    6. ignorante hablador, que, a tiento y sin algúndiscurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere,


    7. aquella dueña quería con don Quijote; elduque se la dio, y las dos, con gran tiento y sosiego,


    8. mañana por mí; y en estas cosas de encuentros y porrazosno hay tomarles tiento alguno, pues el


    9. pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío,y pon el precio a cada azote


    10. Juan cerró con tiento; y no

    11. elinteresado hubiese procedido con mas tiento endepositar su confianza, y en observar el uso


    12. corriendo lospasadores de la bolsa y echando fuera con tiento


    13. andarse con mucho tiento en eso de ponerse á los balcones, aunquesea en estas noches


    14. Pues esto de la guerra hago á tiento,


    15. Espreciso ir con tiento


    16. cruces; por lo cual era menester caminar con tiento pasoá paso


    17. Por tanto, es preciso ir con tiento, trayendo la gente en corto


    18. tiento; y muy amigo de hacer bien á los pobres; yque era


    19. Hay que andarse con tiento, pues, cuando se emiten juicios sobre el indio


    20. Se encogió de hombros, le dio vueltas en las manos y lo tiró descuidadamente a un lado, pero con el suficiente tiento para que cayera en un sitio blando

    21. -Si todos los que bien se quieren se hubiesen de casar -dijo don Quijote-, quitaríase la eleción y juridición a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos, tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle


    22. La duquesa se lo dijo al duque, y le pidió licencia para que ella y Altisidora viniesen a ver lo que aquella dueña quería con don Quijote; el duque se la dio, y las dos, con gran tiento y sosiego, paso ante paso, llegaron a ponerse junto a la puerta del aposento, y tan cerca, que oían todo lo que dentro hablaban; y, cuando oyó la duquesa que Rodríguez había echado en la calle el Aranjuez de sus fuentes, no lo pudo sufrir, ni menos Altisidora; y así, llenas de cólera y deseosas de venganza, entraron de golpe en el aposento, y acrebillaron a don Quijote y vapularon a la dueña del modo que queda contado; porque las afrentas que van derechas contra la hermosura y presunción de las mujeres, despierta en ellas en gran manera la ira y enciende el deseo de vengarse


    23. Es de esa clase de individuos que no hace las cosas con demasiado tiento


    24. —¡Ah!, mi querido huésped, andad con tiento en lo que decís


    25. Hércules Poirot caminó con sumo tiento por entre los bronces indios y salió de allí


    26. Llegado al tocón, retiró, con tiento infinito la tapa de corteza de abedul y procedió a hurtar la miel silvestre allí almacenada con una pequeña espátula asimismo de fabricación casera


    27. Cerró la abombada tapa con sumo tiento y, con las ropas bajo un brazo y el candil en su otra mano, regresó a su estancia; examinó allí, con más calma y luz, su hurto y lo fue colocando todo en la alforja


    28. Ensayó la mejor de sus sonrisas, que no pasó de ser una torcida mueca, y se decidió a actuar con tiento, ya que sin duda el personaje lo merecía


    29. Cuando extrajo del interior de su casaca al palomo le temblaba la mano; con sumo tiento procedió a extraer la anilla de la patita sin dañar al animal y luego lo soltó entre sus compañeras que lo recibieron alborozadas


    30. Subió hasta su piso e introduciendo el llavín en la cerradura abrió la puerta con tiento a fin de no despertar a Helga

    31. A continuación, depositó con sumo tiento al niño en uno de los catres y suavemente apartó de su rostro el lienzo con que estaba envuelto


    32. Con sumo tiento y con el paso del cazador que acecha a la presa, se llegó a la ventana


    33. Ross movió con tiento las extremidades


    34. Kasusaka-san incluso llegó a repetir lo mismo, a Gyokotomo-sama en privado, le rogó que anduviese con tiento y le entregó un informe por escrito perfectamente detallado


    35. se ande con tiento, que el Sr


    36. -Señoras -dijo acercándose con timidez a las que tomaban el tiento al tonelete de la cantina-, si tienen Vds


    37. Arriba los pisos eran tales, que una naranja tirada en ellos hubiera estado rodando una hora antes de encontrar sitio en que pararse, y por los pasillos era necesario ir con tiento so pena de tropezar con algún poste, que estaba de centinela como un suizo con orden de no permitir que el techo se cayera mientras él estuviese allí


    38. Cuanto más lo pensaba, más extraordinario y más inexplicable me parecía Todavía estaba tratando de solucionar el enigma, cuando oí que la puerta volvía a cerrarse con mucho tiento, y acto seguido los


    39. Gástalo con tiento, mantente en la justa ponderación de la economía y la prodigalidad


    40. Con tiento, deslizó el dedo hacia la periferia con intención de palpar los bultitos que la circundaban

    41. Nos habíamos acercado en la oscuridad con mucho tiento, en boga lenta y silenciosa, árboles y entenas estibados encima de la crujía para no recortarnos en el cielo nocturno, el piloto tumbado boca abajo en el espolón, junto al marinero que iba salmodiando la profundidad que daban los nudos del escandallo


    42. —Para eso se dicen caballeros y hacen sus votos, y cuando mueren van al Cielo… Los que no lo tenemos tan mascado, hemos de ir con más tiento


    43. El otro bote se mantenía cerca, silencioso, metiendo y sacando con mucho tiento los remos en el agua


    44. —Los demás se van —le dijo Garion con tiento, mientras señalaba la puerta del otro extremo del salón, por la cual salían en aquel preciso instante los reyes alorn


    45. Aquel Rossi, pálido y amartillado, debía ser lidiado con tiento


    46. La llamé y me acerqué al paredón con tiento


    47. Quino, el Manco, sabía que en esta ocasión había que obrar con tiento


    48. La educación del hombre de nuestros días no puede ser completa si este no trata con toda clase de gente, si no echa un vistazo a todas las situaciones posibles de la vida, si no toma el tiento a las pasiones todas


    49. Despacio, y con mucho tiento, rodearon el perímetro del claro


    50. Incluso la Sangre procede con gran tiento con los so'jhin de la familia imperial, a los que la propia emperatriz les habla como a iguales



































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    tentar in English

    tantalize entice tempt allure lure seduce

    Sinônimos para "tentar"

    examinar apreciar comprobar palpar manosear sobar acariciar tantear restregar frotar incitar inducir estimular procurar experimentar probar