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    esconder oraciones de ejemplo

    esconde


    escondemos


    esconden


    esconder


    escondes


    escondido


    escondiendo


    escondo


    escondéis


    escondí


    escondía


    escondíamos


    escondían


    escondías


    1. así que soy incapaz de encontrar uno! Y, como consecuencia de mi estado de ánimo, cada vez que alguien me sonríe con amabilidad, estoy convencido de que en realidad esconde un monstruo listo para devorar!


    2. Mientras todos se laceran con esos recuerdos, ella esconde celosamente


    3. El mundo esconde


    4. táctil en beneficio de lo visual, se esconde la tensión por generar


    5. Los robots de servicio totalmente caso omiso de él y él se esconde entre los cajones y espera a que se complete la carga


    6. Robots bordo de la nave y rápidamente iniciar la descarga, Grailem espera hasta que a mitad de camino a través de él antes de que se sale de la nave y se esconde detrás de la alta pila de cajas de embalaje que han sido descargadas


    7. Díctese una ley, no ya aquí, sino enEspaña y verá usted como se estudia el medio detrampearla, y es que los legisladores han olvidado el hecho de quecuanto más se esconde un objeto más se le desea ver


    8. siempre se esconde cuando atraviesa por delante de mí en loscaminos y en las posadas do


    9. en los tuyos se esconde


    10. Y la plata só tierra bien la esconde

    11. esconde en elpañuelo que lleva a la boca, una asonada en


    12. —Se esconde en la maleza y no puede estar lejos, dijo uno de losballesteros


    13. La empujó con suavidad de gato que esconde las uñas


    14. Don Farruquiño se esconde en el rincón másoscuro, y espera


    15. la ley y la religión, como el noble haraposo se esconde de sus iguales bien vestidos


    16. que se persigue y se esconde


    17. »¿Actuaste solo? ¿O formas parte de una organización en cuya cúpula de dirigentes tal vez te encuentras? Detrás de tu profesión de periodista se esconde quizás una actividad secreta bien organizada y medida, con sus objetivos y procedimientos para lograrlos


    18. La mujer se esconde en los rincones secretos


    19. Pronto se ven los dos Gárgoles y no tarda en desaparecer Cifuentes, que se esconde tras una costanilla


    20. El arañón hulero se esconde entre las grietas del muro

    21. lo desagradable que se esconde tras ella


    22. Algo aparece una fracción de segundo en la palma de su mano y lo esconde de nuevo en algodón


    23. Mi jefe, Lavrentii Arkadevich Mizinov, que dirige la Gendarmería y la Tercera Sección, me ha encargado investigar qué se esconde detrás del grupo Azazel que ha surgido aquí, en Moscú


    24. —¡Ah! —exclamó Cottard y preguntó con animación—, ¿se esconde?


    25. Antes consistía la inocencia en el desconocimiento del mal; ahora, en plena edad de paradojas, suele ir unido el estado de inocencia al conocimiento de todos los males y a la ignorancia del bien, del bien que luce poco y se esconde, como todo lo que está en minoría


    26. ¡Si saben dónde se esconde Patón, hablen! —Hubo un largo silencio en el que Poirot nos miró a todos alternativamente—


    27. Bajo su curiosidad y su amor a las habladurías, Caroline esconde un corazón bondadoso


    28. Tiene cierta relación con la «Golconda» y estoy por decir que es él quien se esconde tras «El Infierno»


    29. -A una serpiente que se esconde en el cañaveral


    30. Por este motivo, acogen complacidas a quien puede abrigar las ideas de un tigre, a quien esconde sus garras, al que es capaz de saltar, traicionero, en el momento menos pensado

    31. —¿Y quién le dice a usted que el ladrón no estaba ya en la casa cuando entró la señora? Ella entra y el ladrón se esconde


    32. Es Amaranta; y también te he dicho que tras de la enemistad de la condesa, se esconde el odio de otra persona más alta


    33. -El que llevaron a la plaza -decía una vieja- es un santo del cielo comparado con este que aquí se esconde, el capitán general de todos esos luciferes


    34. ¡Pobre Salustiano, tan joven, tan guapo, tan listo, tan simpático! ¡Desgraciado él mil veces, y desgraciado también ese amigo nuestro que ahora se esconde debajo del nombre de Escoriaza! Esta vez no escapará del peligro como tantas otras en que su misma temeridad le ha dado alas milagrosas para salir libre y triunfante


    35. Cuando hace mucho frío se esconde en un cuarto de calderas que hay detrás del Capitolio


    36. También se esconde, pero no es un preso, por lo que he podido deducir


    37. Tenía los ojos y el cabello de un color castaño muy cálido, y sus mejillas, aunque con abundantes pecas, se veían agraciadas con la perfección característica de las morenas: la delicada tonalidad que se esconde en el corazón de la rosa


    38. Ha de proteger esos expedientes y al posible asesino que se esconde en ellos porque ésas son las reglas


    39. Si une usted, madame, la reciente mayoría de edad de Puyi, que no esconde sus grandes deseos de recuperar el trono, con un próximo descubrimiento del sagrado mausoleo de Shi Huang Ti, verá que las condiciones para una restauración monárquica están servidas


    40. Busca acomodo en Tung-ka-tow, en el condado de Songjiang, encuentra los hermosos jardines Ming que imitan en todo a los jardines imperiales de Pekín, y esconde en ellos el pedazo que te ha correspondido del jiance

    41. Sin embargo, cuando se halla algo que tira por los suelos sus dogmas, se esconde rápidamente, se hace desaparecer


    42. La clase aplaude y vitorea, y Jarrod se esconde tras una sonrisa


    43. La mujer se esconde debajo de la escalera antes de que él llame a la puerta, y en cuanto abro, ella empieza a soplarle lo que tiene que decirme


    44. Filtraciones judiciales: cuando el político tira la piedra y esconde la mano


    45. que por el lado opuesto esconde plomo


    46. que ya su fama en el tiempo se esconde


    47. allí, pero lo esconde el ser profundo


    48. el semblante no suyo que la esconde,


    49. casualidad y de la distracción hasta el cuarto cerrado que esconde el


    50. —Se comenta que tuvo un encuentro feroz con la viuda y que amenazó con recurrir a las autoridades si no le decía dónde esconde a su hija Pura












































    1. —¿Por qué nos escondemos de los murgos, señor Lobo? —preguntó Garion, no muy seguro de si debía interrumpir la conversación, pero impelido por la curiosidad a intentar penetrar en el misterio de su huida—


    2. Nos escondemos tras las paredes y bajo el suelo y sobrevivimos


    1. esconden, y en cuyo vencimiento se puedealcanzar alguna gloria


    2. esconden, prolongando así indefinidamente la guerra, losgastos y los sacrificios, y


    3. ***** En el relato de Ulises a Alcínoo y en el relato de los Feacios que presenta Homero aparecen algunas coincidencias y quisiera entender si dichas coincidencias son casuales o si esconden alguna importante verdad


    4. flotan, elpunzón de los que se esconden y quieren hundirse en la


    5. Algunas playas esconden


    6. esconden entre el follaje, y que no pueden ejercer otrafunción sino la de nutrirse, mientras que tú


    7. Sé dónde esconden la llave


    8. Su ropa, su barba, las gafas que esconden sus ojos, son los detalles sobresalientes de su persona


    9. —En cuanto a eso —observó Poirot, displicente—, hay un refrán que dice que los ingleses esconden sólo una cosa: su amor


    10. ¿Quiénes son estos Croft? ¿Se esconden acaso? Y, si es así, ¿por qué motivo? ¿Tienen relaciones con la familia Buckleys?

    11. ¡Bien! ¿Qué condenados artículos se esconden en esos malditos carros?


    12. Me rechazan y sin embargo apenas esconden su gran abundancia de clítoris y pezones fragantes


    13. Los pacientes esconden las galletas de su cena para dárselas y Mack se ha puesto barrigón


    14. La inteligencia y la inspiración aún se esconden en las bibliotecas


    15. Una maldita superstición tras la que se esconden los locos


    16. -Perdidos, porque el Gobierno nos va a meter el diente, y los hombres gordos de nuestro partido se esconden en su casa llenos de miedo


    17. Se esconden en un reloj, en un detector de humos, cosas así


    18. En efecto, la escla­va que lleva el alfanje desnudo corta la cabeza de los indiscretos que tienen la curiosidad de mirar pasar al cortejo o que no se esconden a su paso


    19. Por su parte, los musulmanes tendrán que aceptar que entre sus filas se esconden tantos asesinos despiadados, dispuestos a profanar el Corán matando en su nombre, como profanan la ikurriña quienes matan en nombre de ETA, o como profanaban la Escritura esos católicos y protestantes irlandeses que mataban, violaban y mutilaban de formas mucho más atroces que Al Zarqaui, esgrimiendo una Biblia


    20. Y desaparecieron rápidos entre las pencas carcomidas del techo, como si fueran unas cucarachitas del guano, de esas que se esconden en cuanto ven un barrunto de agua

    21. Los hay igualmente que tiran la piedra y esconden la mano y cuando viene un arcángel se hacen los desentendidos; sobretodo, aquí se observa que el gusto y las costumbres se corrompen por doquiera, pues hay una categoría especial de ángeles cuyo porte y presencia son absolutamente ridículos y ninguno de ellos parece darse cuenta de ello; antes bien, se pasean muy ufanos y se pavonean de continuo por las sombreadas avenidas celestes, a veces llevando de la mano a sus pequeñas e inmundas larvas de ángeles


    22. Le relucían los ojos; estaba en su elemento, con cierta precipitación en la voz cual si hubiese mucho por contar y no tuvieran tiempo— Durante esa época, Torchia vive en el sitio donde se esconden las páginas y los grabados supervivientes de guerras, incendios y persecuciones… Los restos del libro mágico que abre las puertas del conocimiento y el poder: el Delomelanicon, la palabra que convoca las tinieblas


    23. No busca hoy eso entre los cuerpos rígidos de los animales muertos, ni en los cajones y armarios que esconden, tal vez, la clave de secretos que de un tiempo acá lo hacen vivir en compañía de ásperos fantasmas


    24. Las falacias no se esconden, se desvirtúan y ello lleva a ratificar sus creencias


    25. y en el segundo círculo se esconden


    26. condujeron a Darbon a las cuevas donde se esconden los ocultistas de


    27. Este capítulo comenzará reconstruyendo las diferentes trayectorias de la historia política y económica a través de las cuales la República Dominicana y Haití establecieron sus actuales diferencias, y las razones que se esconden tras esas diferentes trayectorias


    28. Las cosas se esconden en su interior


    29. Otra vez sólo un juez instructor dijo K decepcionado, los funcionarios superiores se esconden, pero él está sentado en un sitial


    30. –Los jugadores que encuentren a la sardina se esconden con ella, y el último, el perdedor, se queda vagando en la oscuridad

    31. –Pero ¿cómo consiguió el gobierno esos agitadores? ¿Por qué los esconden y esparcen esta mierda de engaños? ¿Qué era aquella pequeña esfera que provocó el accidente en el helicóptero de Turcotte? ¿Por qué intentan matarlo si usted es uno de ellos, uno de Majic12?


    32. Ha tratado con las autoridades durante años, con los servicios sociales y con los hombres de los que esas mujeres se esconden


    33. Jerry sigue hablando–: ¿No has visto dónde lo esconden?


    34. -Sí -contestó Langdon-, Cree que es un mapa que lo conducirá hasta el lugar donde se esconden los antiguos misterios


    35. Ahora la presencia de la joven que alza su sonrisa y traza líneas suaves y compuestas con el cuello, los hombros, los brazos, como un personaje de Murasaki en medio de un mundo de dureza, me hacen aparecer el interior del vagón del tren eléctrico como una de las casas sin techo que revelan y al mismo tiempo esconden fragmentos de vida secreta en un rollo pintado


    36. Se esconden detrás del depósito y se cubren con las esteras para que no los vean-


    37. Este convencimiento es lo que me tiene clavado con los ojos deslumbrados, fijos en el televisor mientras los saltos frenéticos del mando a distancia hacen aparecer y desaparecer entrevistas con ministros, abrazos de amantes, publicidad de desodorantes, conciertos de rock, arrestados que esconden la cara, lanzamientos de cohetes espaciales, tiroteos en el Far West, volteretas de bailarinas, encuentros de boxeo, concursos de adivinanzas, duelos de samuráis


    38. Lo que cuenta es comunicar lo indispensable dejando caer todo lo superfluo, reducirnos nosotros mismos a comunicación esencial, a señal luminosa que se mueve en una dirección dada, aboliendo la complejidad de nuestras personas, situaciones, expresiones faciales, dejándolas en la caja de sombra que los faros llevan detrás y esconden


    39. En cambio, los Grajos de Piedra se esconden tras las rocas y tiemblan de miedo cada vez que pasan a caballo los señores del Valle


    40. Los únicos que se esconden son los criminales

    41. Y que esconden sus actividades tras un comercio próspero, a ser posible internacional


    42. Cuando llegamos a Columbus, unos cuantos se esconden cerca del barril de la mezcla y esperan


    43. El necio ha dicho en su corazón: «no hay Dios»; pero el que trata de conocer a Dios debe primero conocer de qué maldades es él mismo capaz, qué horrores se esconden dentro de él


    44. Esos tipos se meten en él, se esconden y…


    45. Adaptadas, retocadas, engalanadas con detalles decorativos que parecen superfluos a los profanos, pero que son fundamentales para quienes conocen el abecedario secreto que esconden


    46. –Lo bueno, hermano Mauro -oí gruñir a Benedetto-, es que con un poco de suerte las cenizas de estos desgraciados caerán sobre los cataros que se esconden en estas montañas


    47. Se esconden los unos de los otros, se atacan entre sí de vez en cuando


    48. Pero en los albores de nuestro siglo existen dos lugares que esconden con rubor sus misterios ante la mirada inquisitiva del hombre; la Tierra conservó intactos esos dos puntos inaccesibles llamados Polo Norte y Polo Sur; esos puntos extremos de la columna vertebral de su cuerpo, alrededor de los cuales gira desde incontables milenios


    49. Tras estas mujeres de fuerte carácter y personalidad, autoritarias y en apariencia seguras de sí mismas, se esconden almas atormentadas y solitarias que no encajan en la sociedad que les ha i tocado vivir


    50. La gran mayoría era el tipo de sujetos que esconden una pistola bajo la chaqueta y que, al salir de un edi-ficio, lo primero que hacen es echar una ojeada calle arriba y calle abajo, pero Shózaburó Takitani, curiosamente, se llevaba bien con ellos







































    1. »Disen con el grand' miedo que se fuesen esconder;


    2. presencian estos ultrajes; hay un cura quela cierra la puerta cuando viene a esconder


    3. los judíos i el afan de esconder en lasentrañas de la tierra sus haciendas; que por


    4. podían esconder, bajo el barniz de laurbanidad, el desprecio


    5. ungato, es decir, hacer esconder en la casa un cómplice que a


    6. principales cuidados delas dos madres era esconder en las


    7. muela se puede esconder unaCalifornia de oro, y que con el


    8. fruncía la boca para esconder un dientemellado


    9. Los hornos que había detrás de las otras puertas de la cocina podían esconder las formas hinchadas de panecillos y bollos, con ese olor que no tiene igual, el de la masa con levadura cociéndose al horno, o el olor apenas menos delicioso de la corteza de una tarta caliente, azúcar tostada, leche y huevos


    10. Todo ello sucedía setenta años después de que Elías entregara el Pergamino de Cobre a los esenios tras esconder el tesoro del Templo

    11. Alardeaba de no haber engañado nunca a nadie y de no esconder jamás sus intenciones, y durante esos años -primero como jefe de la Acorazada Brunete y luego como capitán general de Valencia- esgrimió con frecuencia la amenaza del golpe: le gustaba hacerlo entre bromas («Majestad -le dijo al Rey mientras tomaban unas copas tras una visita del monarca a la Brunete-


    12. En lo verificable es falsa; está demostrado que el Rey no aguardó a conocer el resultado de la gestión de Armada para permitir que la televisión emitiera su mensaje: dejando de lado el unánime testimonio en contra de los directivos y técnicos de televisión, que aseguran haber puesto en pantalla el mensaje en cuanto llegó a sus manos, es un hecho que Armada salió del Congreso cinco minutos después de que se emitieran las palabras del Rey, que no pudo avisar a la Zarzuela de su fracaso desde el interior del Congreso -hubiese tenido que hacerlo en presencia de Tejero y éste hubiese sido el más interesado en airearlo durante el juicio- y que, cuando llegó al hotel Palace y supo por quienes dirigían el cerco a los asaltantes que el Rey acababa de hablar por televisión, el general mostró su sorpresa y su disgusto, en teoría porque la intervención del monarca podía dividir al ejército y provocar un conflicto armado, pero en la práctica porque no se resignaba a su fracaso (y sin duda también porque empezó a sentir que había calculado mal, que se había expuesto demasiado negociando con Tejero, que las sospechas que se cernían sobre él se volvían cada vez más densas y que, si los golpistas eran derrotados, no le iba a resultar tan sencillo como pensó en un principio esconder su auténtico papel en el golpe tras la fachada de mero negociador infructuoso de la libertad de los parlamentarios secuestrados)


    13. Está claro que en este oficio, por más que afines, siempre hay que tener en cuenta imponderables y cuando recibes un encargo en apariencia sencillo, puede esconder tanto veneno como una serpiente mapanare


    14. —Se pueden esconder cosas en los bolsos —cosas como estacas, asumí—


    15. Diferentes arreglos ingeniosos de su invención, para disimular la cómoda o para esconder las botas, el espejo de afeitarse, etc


    16. Sus garras resonaban rítmicamente sobre el suelo para detenerse sólo cuando alguna tripulante se acercaba al puente, obligándola a intentar esconder la ansiedad que sentía


    17. –¡Oh! Molestarse en esconder el cadáver -dijo Henry, con irritación-; ¿no tenemos testimonio suficiente con lo escrito en ese endiablado árbol?


    18. ¿Dónde podría esconder ese terrible papel? El contenido del cesto de los papeles es conservado y, de todos modos, lo examinarán


    19. —Todos los que andan mezclados en el asunto tienen algo que esconder


    20. La cisterna era un sitio horrible para esconder las cartas

    21. —Lo que yo quise decir es uno con suficiente capacidad para esconder en él el cuerpo de una persona


    22. -Cualquiera pudo esconder los diamantes en aquel lugar


    23. Para mejor engañar a las naves españolas que pudieran encontrar, el Corsario había hecho retirar parte de los cañones, esconder más de la mitad de la tripulación y desplegar a popa el estandarte de Castilla


    24. Mientras paseaba a hurtadillas por la casa, entrando y saliendo de las habitaciones en busca de lugares en los que esconder aquellas notas de zanahoria, me olvidé del odio que sentía por mi madre y me abrí al amor


    25. Pero al esconder las dificultades que soportan parece que la Marina les está estafando a esos hombres la mayor parte de su gloria


    26. A la fina percepción de Gómez de León no había pasado inadvertida la servil postura y el cambio de actitud del carcelero, y decidió continuar en la misma tesitura; se felicitó por su inveterada costumbre de esconder bajo el jubón una escarcela de monedas, fruto de su larga experiencia en tantos años de recorrer caminos y cañadas de día y de noche


    27. Fatty llegó a la conclusión de que era la cosa más fácil del mundo esconder a alguien en el fondo de una cuna doble


    28. Por eso los labriegos habían aprendido muy deprisa a esconder a las Sabias


    29. Pasajeros y mercaderes, muy nerviosos, miraban sus bienes e intentaban esconder el matute


    30. —¡Así será! —El mariscal ni siquiera intentó esconder su disgusto y turbación

    31. Después de muchos, muchos años llegó al país otra princesa y oyó cómo un hombre viejo hablaba del zarzal que debía esconder detrás un castillo en el que un hermosísimo príncipe dormía desde hacía ya cien años


    32. -Pues se puede esconder en mi casa -dijo la mayor de las Linas, que era la casada y tenía su nido en el tercer piso


    33. ¡En esta maldita tierra hay bastantes bosques, pantanos y neblinas para esconder a un ejército!


    34. Y si bien era evidente que él había mantenido secretos, había cosas que un hombre no podía esconder


    35. Años y años de soledad entre desconocidos, sin poder ver cómo crecía la niña, sin corazón para contarle su historia a ninguna otra alma, ¡ni siquiera a mí! «Mejor», le he dicho yo, cuando ella ya no podía hablar y ha vuelto a esconder la cara en la almohada, «¡hubiese sido mil veces mejor, hija mía, que hubieses contado el secreto!» «¿Y a quién podía contárselo?» me ha dicho ella, «¿al señor, que confiaba en mí?, ¿pasados los años, a la niña, cuyo nacimiento era para mí un estigma? ¿Podría soportar la historia vergonzosa de su madre de sus propios labios? ¿Cómo se lo va a tomar ahora, tío Joseph, cuando seas tú quien se lo cuente? No olvides la vida que ha llevado, y la posición social de que ha gozado


    36. Cuando se sentó ayer en ese sillón, ¿no lo haría para esconder algún objeto que habría podido revelar quién estuvo en la habitación?


    37. -Al principio, lo único a los que necesitas prestarle atención es si él sigue rondándote, pues solo será capaz de esconder sus emociones durante un tiempo


    38. Lo volvió a esconder en el acto


    39. Acababa de trasladar y esconder un cadáver, una víctima de asesinato


    40. Se pueden esconder los sentimientos pero, allí dentro, el corazón se hace cargo de toda la actividad

    41. —Porque es experto en esconder debajo de la alfombra los problemas del efecto invernadero


    42. Sacó un cuchillo y rápidamente le cortó la garganta a la mujer para esconder las marcas de sus colmillos


    43. La superficie que quieres esconder está cubierta con paneles planos equipados con sensores que recogen información del entorno y de los cambios de luz


    44. Les di el contenido de mi morral, y saliendo de su fila, un mocetón rudo y brusco volcó en su pollera toda la ración de cerdo y bizcocho seco que conservaba para los tres días siguientes, renegando como un carretero a fin de esconder su emoción -que traicionaban las lágrimas que corrían por sus mejillas-, y le deslizó en la mano un billete de diez dólares, toda su fortuna


    45. Harry pensó en los esfuerzos de su padre por esconder el número de cuenta y la palabra de acceso, y entendió que hubiera llegado a aquellos extremos de sofisticación


    46. También eran expertos en esconder en las cunetas minas de fragmentación, llamadas por los americanos Bouncing Betty o «minas castradoras» porque, al activarse, se elevaban hasta la altura de la entrepierna antes de estallar


    47. 23 Las tropas encargadas de tripular los tanques en todos los ejércitos suelen ser los peores saqueadores, aunque sólo sea porque son los primeros que entran en acción con la infantería, pero tienen más oportunidades que ésta de esconder el botín


    48. Pero las toallas eran difíciles de esconder y de lavar discretamente


    49. La otra mujer se esforzó por recuperar el control de la situación y esconder sus emociones


    50. Su estómago estaba comprimido contra la entrepierna de Matt, que no podía esconder por más tiempo su evidente excitación











































    1. Tu velocidad de reacción no tiene parangón, tus instintos son buenos, te escondes bien, te disfrazas bien, luchas bien


    2. ¡Papá camina por la casa como si fuera a caerme en pedazos si me toca, y tú te escondes en el cuarto de la ropa para tener tus crisis!


    3. / ¿Dónde te escondes Dolores Haze? / ¿Por qué te escondes, Dolores Haze? / (Hablo en la ofuscación, ando por un laberinto, / y no logro salir, dijo el estornino)


    4. Mi línea tiene que haber prosperado allí… Lewis, ¿qué es lo que escondes?


    5. «Primero te escondes y cuando se hayan ido, esperas un poco y sales», me decía todas las noches


    6. Sean cuales sean los motivos por los que me trajiste aquí, ¡sal del lugar donde te escondes y dime que me puedo ir!


    7. Los pájaros se ponen a cantar, un cervatillo corre por el sendero, lejos, a unos trescientos pasos de distancia, y tú te escondes entre los arbustos y pones toda tu atención


    1. maravilloso, a las minas del Potosí y al escondido vericueto de la sabiduría


    2. Hice varias vueltas alrededor del oasis en busca de un poco de toque de cualquier rastro que pudiera indicar la dirección tomada por el pequeño hijo: Yo sólo me estaba sudando que la hospitalidad! Ese sermón que hice cuando me encontré escondido en un granero! Y que está luchando para separarlo de las ovejas, prueba de su hombría adquirida


    3. Imperceptible, escondido en las huellas que ella iba


    4. ´Claro, so hijo de puta, te has escondido en la morgue


    5. El tun-cay seguía escondido


    6. La víspera del incendio de la Pirámide, los hombres que bajaron de altos caballos me castigaron con metales ardientes para que revelara el lugar de un tesoro escondido


    7. y el cielo fusilado a lo lejos escondido


    8. Floripond, el poderoso banquero, la fea, la huesuda, ladescuidada, la envidiosa Iselda, había escondido, donde no pudiese serhallado, su caja de lápices de dibujar: por supuesto, la caja noaparecía: «¡Allí todas las niñas tenían dinero para comprar sus cajas!¡las únicas que no tenían dinero allí eran las tres del Valle!» y lasregistraban, a las pobrecitas, que se dejaban registrar con la carallena de lágrimas, y los brazos en cruz, cuando por fortuna la niña deotro banquero, menos rico que Mr


    9. homosexual escondido en el armario como el mencionado director del FBI, J


    10. El abuelo fue eso para mí, una gran persona, siempre alegre, cariñosa y sonriente, confiando en la vida y en su destino, y eso sí, con algún dulce de piloncillo o de coco, siempre escondido entre los bolsillos de su uniforme de oficial, para aparecerlo por arte de magia, sacarlo frente a mis ojos de la nada, con su hermosa sonrisa

    11. Reconocer el propio odio más escondido y tomar la decisión de liberarse de él, pacifica nuestro mundo interior y pacifica el universo entero


    12. indemnizado de cuanto en un tiempo les negó, aun tienen en lomás escondido del corazón el


    13. nación; nada quedó escondido, porque la fermentación lo sacó todo a la superficie, y el cráter de


    14. Escondido tras uno de los pilares vi descender de los


    15. amante, de unarmario en que estaba escondido y escaparse con


    16. idólatra, con su horrible deidad deporcelana escondido en las


    17. dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso;los que tiemblan con el frío del


    18. relatares como ellos fueron, sacaré yo loque ella tiene escondido en lo secreto de su corazón


    19. encantador escondido, sino elmismo curso del agua, blando entonces y suave


    20. tras elque don Juan estaba escondido y pasó de largo; él,

    21. escondido; que á poco las cuchilladascesaron y el embozado y el otro se dieron las


    22. escondido de mi corazón? Tú


    23. sangrientas que se han notado en suropa, el puñal escondido, el azoramiento con quellegó á


    24. escondido en la misteriosaoscuridad del santuario


    25. escondido entre las matas cercanas sin tiempo pararecoger el


    26. cuandodesparraman el oro escondido en sus entrañas


    27. botellas de jerez que elviejo había escondido detrás de una


    28. Hay quien creeque está escondido en el pueblo: los civiles vigilan mucho


    29. princesa salvaje en elviejo palacio, escondido en un rincón de


    30. parecía estar bien escondido, un largo y tosco puente, queconsistía en un solo tablón,

    31. Escondido en el tronco de un


    32. del grillo entre las yerbas escondido


    33. hubieran visto, que don Fernando está escondido enJerez y se


    34. Bien escondido estabas, pero te hasdescubierto con una de las


    35. día escondido en unazanja


    36. por entero,pasando de lo más escondido y profundo a las frivolidades del día, lospormenores del traje y de la moda


    37. revolvamos las cenizas de esta nulidad, de quien lacondesa decía, en el más escondido


    38. extraían del escondido seno de las cosas unaincomprensible virtud, de mayor ligereza que la luz


    39. 44 & Tambien el reino de los cielos es semejante al tesoro escondido en uncampo, el cual hallado, el


    40. 9 Y de aclarar á todos cuál sea la dispensacion del misterio escondido desdé

    41. 44 Tambien el reino de los cielos es semejante al tesoro escondido en lahaza, el cual hallado, el hombre [lo]


    42. 9 y de alumbrar á todos cual sea la dispensacion del misterio escondido


    43. entregar las armas que habian escondido en ella


    44. Torquemada se hubiera escondido en el


    45. escondido para comérselo sola? ¿Se acuerda de cuando encontró un pedazo de jamón en dulce y


    46. En estas y otras cavilaciones hallábase Román escondido entre


    47. Yo trabajo por hacerla cristiana; pero ella está conforme con ser elenigma escondido en el palacio de


    48. otrosque se habian escondido en las casas, con tanta furia y


    49. »Así llegaron á un escondido barranco, por en medio del


    50. Los sitios todos que recorrió Tell ínterin permaneció escondido; la capilla donde los fundadores de la Suiza se congregaron, todos esos recuerdos agradables renacen en el ánimo del viajero con toda la fuerza y














































    1. escondiendo en el rojizoterreno sus pies, guarnecían la senda


    2. La condesa de Rumblar y su hija menor estaban escondiendo


    3. esabroma!—respondió Angustias, escondiendo las manos en los bolsillos dela


    4. he visto estar escondiendo, una jarra la Tomasa


    5. Seencogió, se envolvió toda en su manta, escondiendo los pies, las manosy la cabeza; pero las


    6. contra la ciencia de todas las manerasimaginables, pateando, gruñendo, escondiendo la cara,


    7. yguardando todo lo que puedo, escondiendo el dinero, porque Refugio, silo coge, me


    8. y escondiendo a la espalda las llaves del granero


    9. De cuando en cuando sentía fijos en ella los ojos de Etienne, pero mantuvo el gesto severo, escondiendo su alegría


    10. Y se dejó caer en una butaca, escondiendo el rostro entre las manos

    11. Me pareció probable que Josefina hubiese estado escondiendo algo allí, algo que ella sabía muy bien que no tenía derecho a retener


    12. Porque él no es de esos hombres mañosos, que andan con plomos y cañerías, de modo que tenía que haber estado escondiendo algo


    13. —Hazla pasar —gritó Tommy, escondiendo el libro en uno de los cajones


    14. Y se dirigió lentamente hacia proa, sentándose sobre un rollo de cuerdas y escondiendo el rostro entre los pliegues del manto


    15. Sentóse en el borde de la cama y escondiendo el rostro entre las manos comenzó a sollozar


    16. Mientras las otras mujeres pasaban su existencia escondiendo moretones bajo espesas capas de maquillaje barato, ella envejecía respetada, con un cierto aire de reina en harapos


    17. Ella se volvió para buscarlo, ovillada sobre el vientre del hombre, escondiendo la cara, como empeñada en el pudor, mientras lo palpaba, lo lamía, lo fustigaba


    18. —Deberían servir, pero para ser escrupulosos es posible que los jefes de clan insistan en comparar sus recuerdos con los tuyos; si te niegas, el Az Sweldn rak Anhûin afirmará que estamos escondiendo algo a la asamblea y que nuestras acusaciones no son más que una invención y una calumnia


    19. Un puñado de las mentes que rozó eran conscientes del contacto y se defendieron de él, escondiendo su vida interna tras defensas de distintas fortalezas


    20. Un coro de gemidos recibió a Nadia y Pema, pero la mujer se aproximó con el látigo en alto y las chicas prisioneras callaron, escondiendo la cabeza entre los brazos

    21. En la tarima, los dos niños chillaron y se hicieron un ovillo, escondiendo la cabeza entre las rodillas


    22. Chasqueó los dedos y apareció Agrippa entre las sombras (Dios sabe dónde se había estado escondiendo durante los últimos días)


    23. -No, no -dijo Lopresti escondiendo el cuchillo-: el matar es cosa fea y sucia


    24. No lo hizo como si lo estuviera escondiendo, sino como el camarero o el maître que quiere que la mesa esté en perfectas condiciones para el cliente


    25. ¿Qué más podía estar escondiendo?


    26. El sabía que estaban escondiendo la luz,


    27. Mientras esperaban que Martin se levantara y saliera de la habitación, Jordán fue a la máquina fotocopiadora y, escondiendo con el cuerpo lo que hacía, extrajo del bolsillo de la chaqueta el cheque que había encontrado en el cadáver de Lord


    28. No puede andar por el mundo escondiendo la cabeza en la tierra para no enterarse


    29. andar a escondidas? ¿De quién la está escondiendo, de Sari? Pero sale con Sari desde hace menos de un año


    30. –Alguien de entre nuestras amistades de la pensión amablemente la acompañó a casa -dijo la señorita Bartlett, intencionadamente escondiendo el sexo del protector

    31. Ellie le dio todos los detalles que, en su opinión, podría necesitar para ayudarla a probar que su ex marido había estado escondiendo dinero durante años


    32. –¿Es eso lo que crees? No, mejor no me lo digas -dijo Kaye, escondiendo la cara entre los brazos cruzados-


    33. Él se la quedó mirando un buen rato, tratando de ver más allá de sus ojos y de comprender lo que estaba escondiendo


    34. Se imaginó a Kathy Lassiter, fría y dura con sus tacones afilados, cortando pelotas en la sala de juntas, escondiendo sus modales de chica mala bajo un traje de Brooks Brothers


    35. –Eso parecería, pero la cuestión es ¿qué está escondiendo Maggie? – preguntó Stride-


    36. Gruñón también se acercó, pero Tim no quería aproximarse y se mantenía retirado, con la cola caída, al lado del chimpancé, quien, escondiendo su gesticulante cara entre las manos, también permanecía alejado


    37. —Parece obra de magia la existencia de un lugar como éste, abandonado en una colina desierta, olvidado por todo el mundo y escondiendo Dios sabe qué secretos — opinó Dick—


    38. Ella debe saberlo, sobre todo si han estado escondiendo a gente, puesto que tenía que darles de comer


    39. Fuera lo que fuese que estaba escondiendo, no saldría a la luz todavía


    40. Anna sacudió muy despacio la cabeza (momento en el que su mirada coincidió con la de Jerome), y se afanó en sacar el estofado, escondiendo el rostro para que su abuelo no leyera la mentira en sus ojos

    41. Así pues, durante quince años había escondido su amor por un hombre que había estado escondiendo su amor por ella


    42. Retiró la manos de entre los muslos de la chica y, escondiendo su preocupación, la felicitó por lo bien que estaba haciéndolo


    43. –En ese caso, si no le están escondiendo, no le importará que registremos el lugar -dijo con ironía el teniente que mandaba la patrulla, y la empujó a un lado


    44. Bajé la cabeza, escondiendo la palidez de mi rostro y el brillo del blanco de los ojos


    45. El médico estaba casi convencido cuando Javier intervino para explicar que él y su mamá se estaban escondiendo de unos malos


    46. O'Brien levantó la mano izquierda, con el reverso hacia Winston, y escondiendo el dedo pulgar extendió los otros cuatro


    47. El comunicado de Aquiles declaraba que él, el general Suriyawong y Ferreira, el jefe de la seguridad informática de la Hegemonía, habían descubierto que Peter estaba desviando fondos de la Hegemonía y los estaba escondiendo en cuentas secretas: dinero que debería haber sido destinado a pagar las deudas de la Hegemonía y alimentar a los pobres y a tratar de conseguir la paz mundial


    48. –Pues sí, Hank, se ha estado escondiendo en un agujero


    49. Los finos oídos del misterioso personaje conocido por La Sombra, percibieron un sonido en el pasillo y, entonces, escondiendo los dispositivos de caucho, que semejaban unas ventosas, dirigióse hacia la puerta entornada


    50. Vuelvo mi cuerpo hacia la cabina, escondiendo el cigarrillo con culpabilidad









































    1. En seguidita me marcho, me escondo


    2. Escondo la vieja estufa en mi maleta


    3. En la plaza fuerte elijo un buen pedazo de carne roja, sin cuero, y me escondo con él, en un montón de tierra; allí habrá silencio en la medida en que el silencio es todavía posible aquí


    4. Mi perfil siente que un rayo de luz lo palpa: lo escondo en mi hombro, sus voces se alzan


    5. Me escondo casi sin respirar, ciega y sorda de miedo, entre las estructuras incomprensibles de las maestranzas


    6. Pero yo me escondo en la plantación


    7. De modo que lo escondo bajo mi falda»


    8. —¿Sabía el cabezón que me escondo aquí?


    9. Yo tengo dos niños y espero otro, lloro con Pretty woman, escondo el CD de Rick Astley cada vez que alguien se sienta en mi coche, y si pongo un cuadro en el suelo seguro que Sornitsa lo tira a la basura


    10. De pronto salen del consultorio, escondo el cuerpo en el rellano de la escalera y escucho

    11. Me escondo silencioso tras la hierba


    12. Busca tú mientras yo escondo a éste y voy a ver qué encuentro en el botiquín


    13. –¿Y si me escondo en la isla?


    14. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    15. Tengo la extraña impresión de que escondo algo terrible


    16. Rápidamente, los escondo detrás de la cortina y vuelvo a mi puesto con expresión inocente


    1. Menelao quiere a Helena, sois vos quien la escondéis


    1. ycon una linterna preparada me escondí detrás de las colgadurasdel lecho


    2. me escondí en elrincón más apartado


    3. me escondí en aquel recinto ruinoso, los pies tocando la


    4. 25 Por tanto tuve miedo, y fuí, y escondí tu talento en la tierra: he aquí,


    5. 25 Y tuve miedo, y fuí, y escondí tu talento en la tierra: hé aquí tienes lo


    6. 25 por tanto tuve miedo, y fuí, y escondí tu talento en la tierra: hé aquí,


    7. Me escondí en la escalera de los bajos


    8. Escondí la cara en su hombro


    9. —La puse en el frasco del bicarbonato sódico y lo escondí en el cajón de mis pañuelos


    10. La segunda vez me escondí entre unos arbustos del patio durante toda una noche con la idea de perecer de frío y de hambre

    11. Y me escondí


    12. Por la calle Mayor adelante, pensaba yo que no poseía en aquel momento más peculio que el dobloncito de mi madre, aún no recogido del ordinario, y antes que se me olvidara fui al parador, donde puntualmente me entregaron moneda y chorizos, todo lo cual llevé a mi casa con gran respeto, como si llevara el Viático, y después de partir con religiosa equidad entre las dos familias los embutidos, miré y acaricié y escondí mi doblón bajo llave, precaviendo de este modo la probable ignominia de ponerlo a una carta


    13. No entiendo cómo puede decir que yo los escondí


    14. –Lo escondí fuera en lo que solía ser el Albergue del Sagrado Corazón, en Dreyfus Hill


    15. Agotado, escondí bajo el colchón las cucharillas que Helena me había regalado, me tapé con la manta roída por las polillas y me dejé caer en la cama


    16. Por las dudas, escondí el microscopio, que me había llevado


    17. Después escondí el Gran Secreto en un hueco del fondo de la cueva, coloqué la roca delante de la entrada y eché a andar armado con arco, flechas, una espada y un escudo


    18. Las paredes de esta habitación estaban cubiertas de tapices transparentes; detrás de los cuales me escondí sin – ser descubierto


    19. Miré la matanza, y me escondí, y recé para tener una oportunidad de huir por las puertas abiertas del garaje antes de que Denton y Parker me vieran


    20. Seguí caminando y al doblar una esquina me escondí en el retranqueo de un umbroso portal

    21. Yo lo vi, fue cuando me escondí en el túnel


    22. —-Antes de mi supuesta muerte, escondí este objeto en el interior de una piedra del dintel de una casa ubicada en la Rué de Montmorency


    23. Volví a abrir las llaves del gas, salté por la ventana y me escondí en la cisterna del agua, a salvo e invisible y temblando de rabia, para ver qué iba a ocurrir


    24. Di un empujón al hijo del carnicero que, por fortuna, no se volvió para ver el vacío con el que se habría encontrado v me escondí detrás del vehículo del cochero


    25. Me escondí detrás del mostrador y esperé al cocinero


    26. La dejé abierta, pasé por el lado de un perchero vacío y me escondí en un rincón, detrás de un espejo de cuerpo entero


    27. Cautelosamente retrocedí hasta llegar a un portón con saledizos de ladrillos y me escondí entre ellos pegándome lo más posible a la pared


    28. Escondí a toda prisa la cajita en el bolso de cebra


    29. Retiré todo lo del estante inferior, lo escondí en el cuarto de baño y cubrí la mesita con el mantel


    30. Me escondí bajo las mantas y prometí a los dioses que pudieran estar escuchándome que nunca más volvería a beber cerveza Aliento de Dragón ni a comer queso de la muerte

    31. Yo me escondí en el sótano porque a esa hora se supone que no tenía que estar en casa


    32. Me escondí y no pude ayudarla


    33. Bajé del alféizar de la ventana y me escondí detrás de un cajón


    34. Me apresuré por el pasillo, llegué a la escalera, la subí corriendo y me escondí en el trastero


    35. Luego fui al primer piso y la escondí en el cajón de mi ropa interior


    36. Después, ese mismo mes, escondí una marioneta de una comparsa de titiriteros visitantes para que tuvieran que representar el Incidente de las copas iguales, una alegre fábula popular, en vez del prolijo drama histórico comprendido en el programa de aquella noche


    37. Me escondí detrás de un matorral y, luego, di marcha atrás para rodear las jaulas pasando por un puentecillo


    38. Eso le enfureció y yo me escondí en la tienda


    39. Y ese soneto agorero que escondí del sayón cuando con cepos y cadenas me apresaron:


    40. Las vi llegar y me escondí

    41. Vine aquí y me escondí


    42. Escondí los zapatos y me volví a la cama


    43. Yo me escondí tras una roca hasta que desapareció


    44. Me zambullí y llegué de un tirón hasta el saliente de un arrecife debajo del cual me escondí


    1. tiempos, me escondía en el lavabo


    2. Escondía el Pituso la cara muy avergonzado, y se metía el dedo en la nariz


    3. ¿A quién se le ocurre buscar el peligro,desear participar de la suerte de sus compañeros, presentarse,cuando todo el mundo se escondía y rechazaba toda complicidad?Era un quijotismo, una locura, que ninguna persona sensata en Manila selo podía perdonar y tenía mucha razon Juanito en ponerleen ridículo, representándole en el momento en que se ibaal Gobierno Civil


    4. vestía siempre y los gruesos zapatones en que escondía sus


    5. —Mi madre trejo esta mañana un cuartillo de aguardiente, y tiene labotella escondía en el jergón de la


    6. mientras el apagado se escondía en lo más hondo de la


    7. otroacompañamiento que Puesto en ama, y se escondía junto a los arroyos,en los


    8. escondía en suhabitación y lloraba de ternura


    9. Los criados, siempre nuevos y de lejanos valles, pedían la cuenta conpremura, y Carmen, llena de espanto, se escondía en el último pliegue dela casa a temblar como una hoja


    10. se escondía un árido descreimiento, el ateísmo de losprincipios y la fe de los hechos

    11. Trémula, confusa, escondía la cabeza en el pecho de suamado,


    12. sacó unapetaca vieja y sucia, que cuidadosamente escondía entre


    13. Loque se escondía debajo de la tal prenda, sólo Dios


    14. desoladora tristeza que escondía en su corazón, hablóasí:


    15. escalera disforme, entre los cuales se escondía lasepultura en


    16. Le arrancaron la tela para llevarse los valiosos amuletos que escondía el vendaje


    17. –No debes hacerte ilusiones -lo refrenó el Guerrero Mayor, que ahora sí había captado la pasión que se escondía detrás de las manifestaciones del soldado-


    18. »Con todo, como le había dado tantas vueltas a cada aspec­to del problema, el señor Crawford fue capaz de captar, aun con la escasa información que logró deducir de las preguntas de su colega, la idea clave que se escondía en la fórmula central y, desde aquel instante, su único deseo fue encerrarse a solas de nuevo en su torre de marfil y desarrollarla hasta alcanzar una versión definitiva y completa de lo que consideraba el fruto de su idea original


    19. Una vez preparados para el ejercicio, Ian dejó que los perros salieran de la habitación mientras Kelly escondía el bote oloroso entre los libros que había sobre una mesita


    20. Con cierta seriedad muy catalana, pero en la que se escondía un raro humor no delatado por ningún rasgo de la cara, Dalí explicaba siempre lo que sucedía en cada uno de sus dibujos, apareciendo allí su innegable talento literario

    21. Bajo la alegre máscara se escondía el espíritu hueco del ateo


    22. Y entonces comprendió lo que la inofensiva charla familiar escondía


    23. Se paró en medio de un lago silencioso, en medio de un día calmado; se detuvo cuando vio que el sol se escondía y ya no podía verlo


    24. Con cada una de aquellas inesperadas revelaciones me volvía más insensible, un arte que había desarrollado con el tiempo a fin de extraer la verdad que se escondía tras los destellos


    25. Analía se propuso no leerlas, fiel a la idea de que cualquier cosa relacionada con su tío escondía algún peligro, pero en el aburrimiento del colegio las cartas representaban su única posibilidad de volar


    26. Se escondía en el desván, no ya a inventar cuentos improbables, sino a releer con avidez las notas enviadas por su primo hasta conocer de memoria la inclinación de las letras y la textura del papel


    27. queso, pero su médico se lo había prohibido, lo compraba sigiloso y lo escondía en el armario de su ropa


    28. Vieron juntos cómo Roran se escondía tras un montón de cadáveres


    29. Los fines de semana los dos amigos se emperifollaban con sus mejores ropas, él siempre con su chaqueta de cuero negro aunque hiciera un calor de infierno, ella con pantalones ajustados que escondía en una bolsa y se colocaba en un baño público, porque si su padre los hubiera visto se los arrancaba del cuerpo, y partían a


    30. En esos años, cuando se escondía en la bodega de su casa preso de un miedo irracional, imaginaba que un día despertaría liberado para siempre de ese dolor sordo al centro de su cuerpo, todo era cuestión de ajustarse a los principios y reglamentos de la decencia

    31. Luego penetraron en un pequeño arroyo que se escondía por entre los desniveles de la tierra


    32. Así se le pasó la juventud y entró en la madurez, resignada a que los únicos momentos de placer eran cuando salía disimuladamente con su mejor ropa, su perfume y las enaguas de mujerzuela que a Pedro Tercero cautivaban y que ella escondía, arrebolada de vergüenza, en lo más secreto de su ropero, pensando en las explicaciones que tendría que dar si alguien las descubría


    33. Me limité a asentir con la cabeza, ella descolgó el teléfono, pidió dos cafés con leche, ¿toma azúcar, verdad?, sí, gracias, y agua mineral para los dos, y empezó a hablar, ya sé que resulta muy duro prestar atención a los aspectos materiales después de la desaparición de un ser querido, dijo, pero su padre era cliente de este banco y nuestro compromiso, nuestra obligación, es velar por sus intereses tanto ahora como antes, era guapa, mucho más guapa de lo que me había parecido cuando la vi en el cementerio, mi sobrino Guille se había dado cuenta, yo no, por eso nos hemos puesto en contacto con ustedes, para informarles en primer lugar de la situación de los fondos que su padre suscribió a través de nuestra entidad y cuyos intereses arrojan en la actualidad un saldo digno de que sus herederos lo tengan en cuenta, había que mirarla de cerca y mirarla dos veces antes de descubrirla, era mucho más guapa de lo que parecía, una belleza secreta, enigmática en su modestia, porque no había nada específicamente hermoso en su rostro salvo su propio rostro, la sorprendente armonía que integraba unos ojos dulces, pero corrientes, una nariz pequeña, pero corriente, una boca bien dibujada, pero corriente, una barbilla regular, pero corriente, y una piel sonrosada y tersa, aterciopelada como la de un melocotón poco común, en un conjunto admirable, tan bello que se escondía de las miradas accidentales, de los ojos que no lo merecían, supongo que ustedes, es decir, su madre, sus hermanos y usted mismo, son los herederos de su padre, y en ese caso, es a ustedes a quienes corresponde decidir el destino de los fondos, ahora bien, antes debo informarle de que la inversión a la que nos estamos refiriendo goza de un estatuto fiscal privilegiado, cuyas ventajas cesarían en el instante en que ustedes optaran por recuperar el capital, ella controlaba la situación, yo no, y su ventaja crecía por segundos a caballo de aquel discurso elaborado con sabiduría y perfeccionado ante muchos otros herederos que, a juzgar por la creciente confianza que transmitía su voz, habrían capitulado antes que yo, ella no sabía que yo era el hijo equivocado, el hermano que nunca tomaría la decisión definitiva, pero se comportaba como si tampoco quisiera tener en cuenta que era además su único testigo, el único que la había visto, que podría recordarla después, entonces llamaron a la puerta y entró un camarero con los cafés y el agua, dejó la bandeja sobre la mesa, se marchó, y me encontré haciendo un chiste en voz alta, menos mal que no los ha traído Mariví, ella sonrió, tenía los dientes de arriba separados en el centro, igual que mi madre, ya estaba muerto de miedo, añadí, y se echó a reír, y estaba aún más guapa cuando se reía, y me sentí satisfecho, casi orgulloso de haber provocado su risa, antes de preguntarme a qué estaba jugando, qué me estaba pasando, era todo tan raro, ¿quién eres?, recordé, ¿por qué me has llamado?, ¿por qué viniste al entierro de mi padre?, ¿qué hago yo aquí?, en fin, ella prosiguió en el tono dulce y preciso de una mujer de negocios que está acostumbrada a que sus clientes intenten ligar con ella y a quitárselos de encima con eficacia, ésa es la razón de que me haya puesto en contacto con ustedes, comprendo por supuesto que es un asunto delicado y que en estos momentos quizás no se encuentren con el mejor ánimo para tomar una decisión de esta naturaleza, pero no se apuren, no corre tanta prisa, sólo les pediría, por su propio interés, que lo tengan en cuenta


    34. La pobre joven escondía el semblante entre sus manos enflaquecidas, y gemía con desesperación


    35. Escondía la cara en el abanico


    36. Sentáronse en la sala llena de libros; el árabe escondía la cabeza entre las manos


    37. Luego los dos muchachos vieron la escollera que escondía la playita donde Montalbano la había encontrado, descubrieron el paso y entraron, explicando a Libania con gestos que así se podría bañar


    38. Henrietta nunca llegó a sospechar que Hércules, mientras servía el té, deseaba que estuviera envenenado; tras su máscara de rudeza se escondía un gran corazón y el conocimiento de tal deseo la hubiera herido profundamente


    39. Todas estas reflexiones íntimas eran vividas sólo por las páginas de su diario, pues todavía escondía lo que ante los ojos de los demás podría ser tildado de rareza mística


    40. —Nada —gritó de buen humor Anton mientras escondía la capa debajo de la cama—

    41. La oscura lava del suelo del Mare Moscoviense escondía cuevas de agua helada —minas de hielo—, el recurso más apreciado de la Luna


    42. Su madre afirmaba que su marido se escondía, pero ¿qué podía saber un niño sobre aquello? Para cuando se le ocurrió preguntárselo personalmente, su padre ya llevaba años muerto


    43. Bella acariciaba la idea de darse gusto con el formidable objeto que escondía tras sus calzones


    44. Como su mar era diferente al mar sin mar de las fotografías y de los cuadros, el hijo de la costurera me dibujó Peniche, con un lápiz de color, en una hoja de papel, tardó no sé cuánto cubriendo el océano con los dedos, y al extenderme la hoja encontré galerías torcidas, una mariposa mayor que las chimeneas de los tejados, un girasol que sonreía y la órbita del grumete naufragado: toda la gente me escondía las olas de forma que me enfurecí, agarré un pedazo de ladrillo para aplastarle la cabeza, él se dio a la fuga, llorando de miedo, en tropel con las gallinas, tropezó, se desplomó sobre las lechugas y antes de que se levantase para seguir corriendo lancé el ladrillo que se le deshizo al lado del cuello


    45. Me imaginé que tú ya te habrías marchado y que irían a buscarte, de modo que los seguí y vi, al llegar al aparcamiento, cómo se escondía el zombi, mientras este cabrón de mierda entraba en el edificio


    46. Al cabo se volvió de espaldas, blasfemando entre dientes, mientras el capitán escondía la cuchilla de matarife en la caña de una bota


    47. El jersey de colores alegres parecía una tienda de campaña, pero escondía la falta de forma de la parte superior de los pantalones


    48. Los duendes escarbaban en la tierra, los elfos cantaban canciones en los árboles; esas eran las maravillas más obvias de la lectura, pero tras ellas se escondía la auténtica maravilla: que en los cuentos las palabras podían ordenar ser a las cosas


    49. Luego, un alto dignatario dijo que los artesanos y los obreros que habían construido la tumba e inventado todos aquellos artificios mecánicos sabían demasiado acerca del mausoleo y de los tesoros que escondía y que no se podía estar seguro de su discreción, por lo que, apenas el Primer Emperador fue colocado en la cámara mortuoria rodeado de sus tesoros, se cerraron las puertas interiores y se bajó la exterior, dejando encerrados a todos los que habían trabajado allí


    50. El pelo sobre la cara le ocultaba las mandíbulas y escondía los efectos de una boca desdentada














































    1. arrodillados a sus pies escondíamos el nuestro entre los


    2. Tres antílopes pequeños bailaban junto al límite del espeso monte verde en que nos escondíamos y la tenue luz calentaba sus lomos dorados


    3. Cuando la vía cruzaba una carretera, nos escondíamos y esperábamos unos minutos; luego, cruzábamos corriendo


    4. ¡Nos escondíamos de la gente del comité de selección! —Rió ante la imagen de sus profundamente irracionales comienzos


    1. Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuandoesplende en todo su fuego el mediodía; que como toda naturalezasubyugadora necesitaba ser subyugada; que de un modo confuso eimpaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerzaverdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballosdesalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad yde los troncos abatidos; Lucía, que, niña aun, cuando parecía que lasobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debíafatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores deljardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente lospececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de suúltimo sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojosbrillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas,que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejabasalir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y deflores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente,entre almas buenas que le escuchaban con amor; Lucía, en quien un deseose clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener querenunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando elanzuelo se le retira queda la carne del pez; Lucía que, con suencarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y losflorales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en quelo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazoscaídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente; deaquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde mirabale resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad ysu mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embutenlos hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado;Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unascomo arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles,unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, letendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podíahablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos; Lucía, en quienlas flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas demetales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho; Lucía, quepadecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojosde Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de susanto, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a suspensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que JuanJerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo yblando, en su otra mano


    2. alzaban abruptas rompiendo la línea de las casas, y escondían en


    3. estabancubiertos con cortinones de damasco, que los escondían,


    4. escondían cartasamorosas; ahora son proclamas y boletines revolucionarios lo


    5. losmortales chismes, los escondían bajo el ruedo de


    6. escondían sus cabellos ya bien canosos


    7. delcazuelón, y ora se escondían, ora se alargaban resbalando por el hollín


    8. A mitad de camino entre los dos picos y el mar Muerto, se podía distinguir una terraza de marga sobre la que se recortaban unas ruinas, y en las paredes rocosas del desierto, en las cavidades excavadas por las aguas, nuestras grutas se escondían de las miradas, rodeadas por los ued que vierten al mar


    9. Para saber dónde se escondían los esenios, organizó una ceremonia en el desierto de Judea, una ceremonia que evocaba el Día del Juicio, para llamar la atención de los esenios y mostrarles que el Final de los Tiempos se acercaba…


    10. A medida que las selvas retrocedían lentamente, nuestros antepasados bípedos parecidos a los simios se escondían a menudo entre los árboles, huyendo de los predadores que acechaban en las sabanas

    11. Los camarógrafos se escondían tras la primera pared que encontraban, y enfocaban una escena vacía, que quedaba fija interminablemente; a esta fijeza inmutable contribuía el hecho de que, en razón de la expectativa creada, y el miedo a perderse algo esencial, se interrumpían los cortes, superposiciones o carteles: era la pura escenografía del peligro, en la que por definición no podía pasar nada


    12. Quizás el resto de la tripulación se dio cuenta de todo lo que escondían sus palabras


    13. Y entonces uno de ellos miró hacia donde se escondían


    14. Bharata y los cipayos, que no podían suponer que en el vientre del animal se escondían los dos thugs, no habían abandonado los alrededores de la pagoda, convencidos todavía de que el brahmán los había escondido en algún subterráneo


    15. De trecho en trecho se detenía para escuchar; alzaba la cara, como si tratase de adivinar que animales eran los que se escondían entre el follaje, y volvía de nuevo a emprender la subida


    16. Los pétalos crujieron al desenvolverse y abrir su tela oscura como la tinta para exponer el tesoro escondido del néctar que escondían en el centro


    17. Culpa por los sueños húmedos donde ella lo llamaba con gestos obscenos, culpa por observarla escondido cuando se agachaba a orinar entre las matas, culpa por seguirla a la acequia a la hora del baño, culpa por inventar juegos prohibidos en los que se escondían lejos de los demás acariciándose hasta la fatiga


    18. Los más viejos todavía escondían sus ahorros en tinajas de barro y latas de querosén enterradas en los patios, pues no habían oído hablar de los bancos


    19. Se escondían en las cumbres nevadas, en cuevas y hondonadas, en altos ventisqueros, donde la atmósfera era tan delgada y la soledad tan inmensa, que sólo ellos, hombres de la sie-rra, podían sobrevivir


    20. Qué mala suerte, repitió para sí mismo mientras recorría la acera desierta, rechazando con un movimiento de cabeza la oferta de un par de putas madrugadoras de las de toda la vida, que se escondían dentro de los portales para acechar a los clientes a quienes antes abordaban en plena calle, una tradición castiza que no cabía, pese a su raigambre, en el tradicionalismo del nuevo régimen

    21. Por ejemplo, era bien sabido que cuando los duendes se escondían de la vista de la gente, a veces los enajenados podían verlos


    22. En efecto, soplaba una fría y desagradable tramontana, la arena penetraba en los ojos y la boca, las olas se levantaban sobre la línea del horizonte, se escondían y aplanaban detrás de las que las precedían, se volvían a levantar en vertical al llegar a tierra y se abalanzaban famélicas sobre la playa para comérsela


    23. Ocupaban los diputados el pavimento, la presidencia el presbiterio y los altares estaban cubiertos con cortinones de damasco, que los escondían, lo mismo que a las imágenes, de la vista del público, como objetos que no habían de tener aplicación por el momento


    24. Cuando Rosamond oyó la insinuación que escondían las palabras del doctor, e imaginó el futuro, el corazón le dio un salto


    25. Bajaban y se escondían entre matorrales, rompiendo el fuego contra [78] los españoles


    26. Eché una ojeada en busca de otro a quien llevarme al filo de la sierpe, pero aquello era cosa hecha; de modo que bajé con unos cuantos que escudriñaban las bodegas, haciendo galima mientras cazaban a los que allí se escondían


    27. –¿Las dos escondían sus relaciones al mundo?


    28. La primera vez que la estación megafónica desplegó el poder de su sonido por el pueblo, las ancianas, aunque habían sido testigos de cómo se instalaban altavoces y cables y el padre Rafael había anunciado la llegada del invento en la misa del domingo, creyeron, por un instante, que era el Santísimo quien bajaba del cielo para hablarles mientras los perros y los gatos se escondían en los zaguanes con las orejas doloridas


    29. ¿Recuerdas los indicadores de los Illuminati? Escondían las cosas a plena vista


    30. buscaban a menudo animales muertos entre los arbustos y patios traseros del vecindario, luego los escondían al costado de su casa, bajo la profunda oscuridad de la hiedra

    31. Sean había aprendido a deducir el motivo que escondían los movimientos de las personas


    32. Es parecida a aquella en la que se escondían esos hombres del alba, ¿no es cierto? Aquella que estaba siguiéndonos


    33. Había tenido la intuición de que escondían a saber qué tesoro, por lo locos que estaban en aquella casa


    34. Los empujaban hacia delante, y se escondían detrás de ellos


    35. Esa noche, cuando se escondían en una cueva inmensa y laberíntica que los kleftes habían empleado cuando luchaban contra los turcos, les pareció que todo comenzaba a torcerse


    36. –¿Quién comanda a los franceses? – Señaló hacia el bosque en el que se escondían


    37. El vehículo estaba aparcado en la esquina de la casa de Ábrego donde se suponía que se escondían los delincuentes del caso MARINKILL


    38. Se escondían en sus casas o se agachaban tranquilamente en la calle, a la espera de que terminara el combate


    39. Los ojos se le escondían tras las órbitas y parecía estar a punto de perder el sentido


    40. Mis hombres, apostados en el exterior en previsión de que Sansum tratara de esconder algún tesoro fuera de la muralla, entraron y apartaron a los desesperados monjes del montículo de piedras donde escondían su tesoro

    41. En aquel espacio, en la época de los ataques, se escondían las mujeres y el ganado mientras los hombres se apostaban en las defensas de los alrededores


    42. Otros extraños híbridos se escondían en el puerto abandonado de Innsmouth


    43. Pero mientras tanto, se escondían entre los escombros de las casas de la ciudad olvidada, sirviendo a extraño dioses de los Mares del Sur y matando a los intrusos que accidentalmente descubrían su existencia


    44. Y se escondían en mi habitación y yo cocinaba para ellos y no me dieron nada


    45. Gath sabía que apenas una docena de Exploradores Reales se escondían en los riscos superiores, para hacer una gran demostración en el momento adecuado


    46. La historia de su impostura y de su huida y los cuentos que los esclavos waz-don habían llevado a la ciudad referentes a él pronto se difundieron por todo A-lur, y antes de una hora las mujeres y los niños se escondían tras puertas barradas, mientras los guerreros recorrían las calles con aprensión esperando ser atacados en cualquier momento por un feroz demonio que, con sus solas manos, había luchado con enormes gryfs y cuyo pasatiempo más ligero consistía en desgarrar hombres miembro a miembro


    47. Su precisión y las órdenes escondían su temor ante sitios tan cerrados que producían claustrofobia


    48. —¿Los antiguos Reyes del Invierno también se escondían detrás de las faldas de sus madres?


    49. Jon sabía que por cada hombre que veía, entre los árboles se escondían muchos más


    50. ¿Acaso se escondían de ella? ¿Acaso los besos se intercambiaban furtivamente, tras las puertas?








































    1. —Te escondías de mí —dijo


    2. –¿Y qué me dices de cuando tú saltabas la tapia y te escondías en el huerto con bab?-replicó la muchacha, complacida por su rápida reacción


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    esconder in English

    blot out obliterate cover hide keep from hush up conceal tuck into conceal <i>[formal]</i> secrete <i>[formal]</i> stash <i>[informal]</i> stash away <i>[informal]</i>

    Sinónimos para "esconder"

    guardar disimular apartar tapar encubrir disfrazar enmascarar